Poeta en Nueva York - Federico García Lorca - E-Book

Poeta en Nueva York E-Book

Federico García Lorca

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Beschreibung

Posiblemente la obra poética más célebre de Federico García Lorca y una de las más conocidas y estudiadas de toda la producción poética española, Poeta en Nueva York fue escrita entre 1929 y 1930, durante un viaje de Lorca a la ciudad homónima. En él están presentes los temas clave de la poesía lorquiana, empañados por la profunda depresión del poeta durante este periodo, debido a la represión que sufrió a causa de su condición sexual. El resultado es un grito furioso en forma de poemario frente al capitalismo desenfrenado y la deshumanización de la gran urbe americana.

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Seitenzahl: 63

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Federico García Lorca

Poeta en Nueva York

 

Saga

Poeta en Nueva York

 

Cover image: Shutterstock

Copyright © 1930, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726479607

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

I. POEMAS DE LA SOLEDAD EN COLUMBIA UNIVERSITY

Vuelta de paseo

Asesinado por el cielo.

Entre las formas que van hacia la sierpe

y las formas que buscan el cristal,

dejaré crecer mis cabellos.

Con el árbol de muñones que no canta

y el niño con el blanco rostro de huevo.

Con los animalitos de cabeza rota

y el agua harapienta de los pies secos.

Con todo lo que tiene cansancio sordomudo

y mariposa ahogada en el tintero.

Tropezando con mi rostro distinto de cada día.

¡Asesinado por el cielo!

1910. Intermedio

Aquellos ojos míos de mil novecientos diez

no vieron enterrar a los muertos

ni la feria de ceniza del que llora por la madrugada

ni el corazón que tiembla arrinconado como un caballito de mar.

Aquellos ojos míos de mil novecientos diez

vieron la blanca pared donde orinaban las niñas,

el hocico del toro, la seta venenosa

y una luna incomprensible que iluminaba por los rincones

los pedazos de limón seco bajo el negro duro de las botellas.

Aquellos ojos míos en el cuello de la jaca,

en el seno traspasado de Santa Rosa dormida,

en los tejados del amor, con gemidos y frescas manos,

en un jardín donde los gatos se comían a las ranas.

Desván donde el polvo viejo congrega estatuas y musgos.

Cajas que guardan silencio de cangrejos devorados.

En el sitio donde el sueño tropezaba con su realidad.

Allí mis pequeños ojos.

No preguntarme nada. He visto que las cosas

cuando buscan su curso encuentran su vacío.

Hay un dolor de huecos por el aire sin gente

y en mis ojos criaturas vestidas ¡sin desnudo!

Nueva York, agosto de 1929

Fábula y rueda de los tres amigos

Enrique,

Emilio,

Lorenzo.

Estaban los tres helados.

Enrique por el mundo de las camas,

Emilio por el mundo de los ojos y las heridas de las manos,

Lorenzo por el mundo de las universidades sin tejados.

Lorenzo,

Emilio,

Enrique.

Estaban los tres quemados.

Lorenzo por el mundo de las hojas y las bolas de billar,

Emilio por el mundo de la sangre y los alfileres blancos,

Enrique por el mundo de los muertos y los periódicos abandonados.

Lorenzo,

Emilio,

Enrique.

Estaban los tres enterrados.

Lorenzo en un seno de Flora,

Emilio en la yerta ginebra que se olvida en el vaso,

Enrique en la hormiga, en el mar y en los ojos vacíos de los pájaros.

Lorenzo,

Emilio,

Enrique.

Fueron los tres en mis manos

tres montañas chinas,

tres sombras de caballo,

tres paisajes de nieve y una cabaña de azucenas

por los palomares donde la luna se pone plana bajo el gallo.

Uno

y uno

y uno.

Estaban los tres momificados,

con las moscas del invierno,

con los tinteros que orina el perro y desprecia el vilano,

con la brisa que hiela el corazón de todas las madres,

por los blancos derribos de Júpiter donde meriendan muerte los borrachos.

Tres

y dos

y uno.

Los vi perderse llorando y cantando

por un huevo de gallina,

por la noche que enseñaba su esqueleto de tabaco,

por mi dolor lleno de rostros y punzantes esquirlas de luna,

por mi alegría de ruedas dentadas y látigos,

por mi pecho turbado por las palomas,

por mi muerte desierta con un solo paseante equivocado.

Yo había matado la quinta luna

y bebían agua por las fuentes los abanicos y los aplausos.

Tibia leche encerrada de las recién paridas

agitaba las rosas con un largo dolor blanco.

Enrique,

Emilio,

Lorenzo.

Diana es dura

pero a veces tiene los pechos nublados.

Puede la piedra blanca latir en la sangre del ciervo

y el ciervo puede soñar por los ojos de un caballo.

Cuando se hundieron las formas puras

bajo el cri cri de las margaritas

comprendí que me habían asesinado.

Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias.

Abrieron los toneles y los armarios.

Destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.

Ya no me encontraron.

¿No me encontraron?

No. No me encontraron.

Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba

y que el mar recordó ¡de pronto!

los nombres de todos sus ahogados.

Tu infancia en Menton

Sí, tu niñez: ya fábula de fuentes.

El tren y la mujer que llena el cielo.

Tu soledad esquiva en los hoteles

y tu máscara pura de otro signo.

Es la niñez del mar y tu silencio

donde los sabios vidrios se quebraban.

Es tu yerta ignorancia donde estuvo

mi torso limitado por el fuego.

Norma de amor te di, hombre de Apolo,

llanto con ruiseñor enajenado,

pero, pasto de ruinas, te afilabas

para los breves sueños indecisos.

Pensamiento de enfrente, luz de ayer,

índices y señales del acaso.

Tu cintura de arena sin sosiego

atiende sólo rastros que no escalan.

Pero yo he de buscar por los rincones

tu alma tibia sin ti que no te entiende,

con el dolor de Apolo detenido

con que he roto la máscara que llevas.

Allí, león, allí, furia de cielo,

te dejaré pacer en mis mejillas;

allí, caballo azul de mi locura,

pulso de nebulosa y minutero.

He de buscar las piedras de alacranes

y los vestidos de tu madre niña,

llanto de medianoche y paño roto

que quitó luna de la sien del muerto.

Sí, tu niñez: ya fábula de fuentes.

Alma extraña de mi hueco de venas,

te he de buscar pequeña y sin raíces.

¡Amor de siempre, amor, amor de nunca!

¡Oh, sí! Yo quiero. ¡Amor, amor! Dejadme.

No me tapen la boca los que buscan

espigas de Saturno por la nieve

o castran animales por un cielo,

clínica y selva de la anatomía.

Amor, amor, amor. Niñez del mar.

Tu alma tibia sin ti que no te entiende.

Amor, amor, un vuelo de la corza

por el pecho sin fin de la blancura.

Y tu niñez, amor, y tu niñez.

El tren y la mujer que llena el cielo.

Ni tú, ni yo, ni el aire, ni las hojas.

Sí, tu niñez: ya fábula de fuentes.

II. LOS NEGROS

Para Ángel del Río

Norma y paraíso de los negros

Odian la sombra del pájaro

sobre el pleamar de la blanca mejilla

y el conflicto de luz y viento

en el salón de la nieve fría.

Odian la flecha sin cuerpo,

el pañuelo exacto de la despedida,

la aguja que mantiene presión y rosa

en el gramíneo rubor de la sonrisa.

Aman el azul desierto,

las vacilantes expresiones bovinas,

la mentirosa luna de los polos,

la danza curva del agua en la orilla.

Con la ciencia del tronco y el rastro

llenan de nervios luminosos la arcilla

y patinan lúbricos por aguas y arenas

gustando la amarga frescura de su milenaria saliva.

Es por el azul crujiente,

azul sin un gusano ni una huella dormida,

donde los huevos de avestruz quedan eternos

y deambulan intactas las lluvias bailarinas.



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