¿Por qué obedecer? - Georges Didi-Huberman - E-Book

¿Por qué obedecer? E-Book

Georges Didi-Huberman

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Beschreibung

Una luminosa conferencia dedicada a niños de todas las edades en la que Didi-Huberman reflexiona sobre la obediencia como potencial origen de la cultura de la barbarie. Seamos niños o adultos, constantemente se nos pide que obedezcamos. Pero ¿para qué, con qué objeto? ¿Cuándo obedecer nos salva y cuándo nos atrapa? ¿Cuándo nos protege de lo peor... o nos priva de lo mejor? ¿Nos da espacio o nos inmoviliza? ¿Cómo se produce el deslizamiento entre el hecho de estar obligados a obedecer (en espacios abiertamente disciplinarios) y el de ser libres para obedecer (en los espacios "normales" del comercio y de la comunicación)? Este texto luminoso nos ofrece algunas respuestas.

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Seitenzahl: 45

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Georges Didi-Huberman

¿Por qué obedecer?

Índice
Portadilla
Legales
¿Por qué obedecer?
Preguntas y respuestas
Nota bibliográfica
Acerca del autor
Otros títulos

Didi-Huberman, Georges

¿Por qué obedecer? / Georges Didi-Huberman

1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Adriana Hidalgo editora, 2025

Libro digital, EPUB - (Ensayo y teoría_filosofía)

Archivo Digital: descarga

Traducción de: Delfina Cabrera; Mariano Goicochea

ISBN 978-631-6615-40-4

1. Filosofía contemporánea. 2. Nazismo. 3. Psicología social. I. Cabrera, Delfina, trad. II. Goicochea, Mariano, trad. III. Título.

CDD 194

Ensayo y teoría_filosofía

Título original: Pour quoi obéir?

Traducción: Delfina Cabrera y Mariano Goicochea

Editor: Mariano García

Coordinación editorial: Gabriela Di Giuseppe

Diseño e identidad de colecciones: Vanina Scolavino

Imagen de tapa: Paula Castro

Retrato de autor: Gabriel Altamirano

Pour quoi obéir? © Bayard Éditions, France, 2022

Texto de Georges Didi-Huberman

© Adriana Hidalgo editora S.A., 2025

www.adrianahidalgo.es

www.adrianahidalgo.com

Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial. Todos los derechos reservados.

Disponible en papel

El niño no deviene adulto, es el devenir-niño el que hace universal una juventud. [...] Es el propio devenir el que es niño.

Gilles Deleuze y Felix Guattari,

Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia (1980)

Entre 1929 y 1932, Walter Benjamin escribió para la radio alemana unos programas destinados a la juventud. Relatos, charlas, conferencias, que tiempo después fueron reunidos bajo el título Aufklärung für Kinder.[1]

Gilberte Tsaï retomó este título para dar nombre a las “pequeñas conferencias” que organiza cada temporada y que van dirigidas tanto a los niños (a partir de los diez años) como a quienes los acompañan. Se trata, en cada ocasión, de esclarecer, de iluminar. Ulises, la noche estrellada, los dioses, las palabras, las imágenes, la guerra, Galileo... no hay límites para los temas, solo una regla de oro: que los oradores se dirijan realmente a los niños, y que lo hagan sin caer en lugares comunes, como un gesto de amistad que atraviesa las generaciones.

A partir del éxito de esta iniciativa, surgió la idea de transformar estas aventuras orales en pequeños libros. Tal la razón de ser de esa colección.[2]

[1] Walter Benjamin, Aufklärung für Kinder. Rundfunkvorträge, Fráncfort del Meno, Suhrkamp, 1985. Hay traducción al español: El Berlín demónico: relatos radiofónicos, Barcelona, Icaria, 1987.

[2] Texto de presentación de la edición original en francés.

Pareciera que ustedes, los niños, tienen la vida fácil. Viven protegidos (al menos en las familias amorosas), tienen una mamá, un osito de peluche, la merienda después de la escuela, regalos de cumpleaños, el árbol de Navidad, amigos, amigas, libros con historias maravillosas, juguetes de todos colores... Cuando alguien los mira, les dicen: “¡Qué preciosura!” Sobre todo, disfrutan de esos momentos tan deliciosos que pasan jugando: momentos en los que realmente se sienten libres (así, en todo caso, es como recuerdo haber disfrutado de los juegos, yo que tuve, además, la suerte de tener un cuarto para mí solo). ¡Qué felicidad esa ausencia de obligaciones, esa libertad para el ejercicio de nuestra imaginación! Es una de las cosas más preciosas del mundo. ¿Pero acaso eso significa que tienen una vida tranquila? En absoluto. Es muy fácil decir que los niños tienen la vida fácil. Los adultos tienen la molesta costumbre de simplificar la complejidad de la vida de los niños. Sé muy bien que en realidad la vida de ustedes no es tan fácil como se cree. Además de esos momentos en los que se sienten libres para jugar, pasan también mucho tiempo sintiéndose obligados a obedecer.

Es ahí, entonces, en la cuestión de la obediencia, que la vida a menudo se complica. ¿Por qué se vuelve tan complicada? Porque la orden que se les da, con que los intiman (decimos “intimar a alguien”), viene del exterior y pone en cuestión toda su intimidad. Su mundo interior se desordena, por ejemplo, cuando los intiman con una orden del tipo: “¡Ordena tu cuarto!”. Situación aún más fastidiosa en cuanto que esa orden resulta tan comprensible y necesaria como absurda y arbitraria. Si se les dice: “¡No nades en esa parte del río!”, no saben con certeza si se trata de un consejo que viene de alguien con experiencia y que quiere evitar que se ahoguen, o si se trata de una orden que viene de alguien que desea gratuitamente ejercer sobre ustedes su poder de control y de coacción.

Ustedes, los niños, están en devenir. Tienen el tiempo por delante. Es cierto, no tienen tanta experiencia como los adultos. No saben de antemano que si comen demasiadas cerezas probablemente tendrán una indigestión, de ahí que se los intime a dejar de comerlas. Como hombre de cierta edad que soy, me gustaría decirles esta tarde que los adultos también nos enfrentamos a un problema tan desalentador o más que el de ustedes: los adultos a menudo nos creemos personas casi completas, cuando no ya hechas. Como si nuestro porvenir estuviera finalizado. ¿Acaso porque sabemos más que los niños? Quizás, pero eso es ridículo porque hay muchas cosas que todavía no conocemos, de las que no hemos tenido la experiencia. Lo peor es que hasta cierto punto, un adulto se contenta con lo que sabe, y no quiere saber más: eso se llama autosatisfacción, y no hay nada más detestable.