¿Por qué sonríes siempre? - Lucas Buch - E-Book

¿Por qué sonríes siempre? E-Book

Lucas Buch

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Presenta a varias mujeres difíciles de olvidar: María de Villota, Chiara Corbella y Sophie Scholl. El epílogo añade a Belén Langdon, cuya sonrisa removió España. ¿Qué es realmente ser feliz? ¿Lograr que la vida nos sonría y se cumplan todos nuestros sueños? Estas mujeres son felices de otra manera. Sonríen ante el sufrimiento, "la mala suerte" o el dolor. María sonríe tras un accidente de F1; Chiara, joven esposa y madre, tras un diagnóstico fatal; y Sophie, agitadora de las conciencias de sus contemporáneos, tras una sentencia de muerte. Fracasan… y sonríen, porque su alegría tiene raíces muy hondas.

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LUCAS BUCH

¿POR QUÉ SONRÍES SIEMPRE?

María de Villota - Chiara Corbella - Sophie Scholl

(y un epílogo a propósito de Belén Langdon del Real)

EDICIONES RIALP, S. A.

MADRID

© 2015by LUCAS BUCH

© 2015by EDICIONES RIALP, S. A.,

Alcalá, 290 - 28027 Madrid

(www.rialp.com)

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN: 978-84-321-4556-8

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

«Este amor, que es tan gratuito, para mí es algo

maravilloso. Creo que es lo más hermoso que

me ha sido concedido» (Sophie Scholl).

A mi abuelo Ángel y a Marta,

que me enseñaron a sonreír siempre.

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

DEDICATORIA

INTRODUCCIÓN

CUADRO PRIMERO: UN PARCHE DE VIVOS COLORES… Y UNA BRILLANTE SONRISA

CUATRO SEGUNDOS QUE CAMBIARON UNA VIDA

UN SUEÑO POR EL QUE LUCHAR

DEL MAYOR FRACASO AL ÉXITO MÁS GRANDE

INGREDIENTES: CARIÑO…

…Y BUEN HUMOR

«¿POR QUÉ SIGO EN ESTE MUNDO?»

UNA VIDA NUEVA

LECCIONES DE VIDA

EL PORQUÉ DE UNA SONRISA

CUADRO SEGUNDO: LO IMPORTANTE EN LA VIDA ES DEJARSE AMAR

UNA MADRE DE 25 AÑOS

HASTA AQUÍ LLEGO: ¿ME QUIERES ASí?

UN DON INESPERADO

DEJARSE SORPRENDER POR EL AMOR

RETRATO DE UNA MADRE

LO IMPORTANTE EN LA VIDA

EL DON DE LA FIDELIDAD

LO QUE CUESTA DEJARSE QUERER

EL MILAGRO DE CHIARA CORBELLA

UN TIEMPO LLENO DE VIDA

PEQUEÑOS PASOS POSIBLES

FIARSE DE DIOS, ¡VALE LA PENA!

EL FINAL DEL CAMINO

CUADRO TERCERO: «TODAVÍA BRILLA EL SOL»

UNA PERSONALIDAD “EN CONSTRUCCIÓN”

…Y ESTALLÓ LA GUERRA

UNA ADOLESCENTE EN TIEMPOS DE GUERRA

LA ARDUA TAREA DE FORMARSE

UN CORAZÓN VOLCADO EN LOS DEMÁS

AMISTADES QUE CAMBIAN LA VIDA

UN CORAZÓN GRANDE

FORMARSE EN TIEMPOS DE GUERRA

INVIERNO DE1941: LA OFENSIVA SOBRE RUSIA

RETAZOS DE SU VIDA DE ORACIÓN

TEMOR Y ESPERANZA

UN EXTRAÑO VERANO

DILATAR EL CORAZÓN

DAR LA VIDA POR LA VERDAD

LA GOTA QUE COLMÓ EL VASO

CON UNA AUDACIA CADA VEZ MAYOR

LAS ÚLTIMAS SEMANAS DE SOPHIE

…Y LOS ÚLTIMOS DÍAS

«TODAVÍA BRILLA EL SOL»

VIVIR CON LA SONRISA EN LOS LABIOS

LO QUE NO TE MATA…

APRENDER A DEJARSE QUERER

LA ESENCIA DEL AMOR: VIVIR-PARA

BELÉN, SONRISA DE DIOS

INTRODUCCIÓN

Era su primer trabajo. Había hecho allí las prácticas mientras terminaba la carrera y acababa de firmar un contrato indefinido. Estaban contentos con ella: trabajaba bien. No hacía nada extraordinario; procuraba terminar las cosas lo mejor posible, tratar con amabilidad a los demás… lo normal. Un día, mientras hacía unas fotocopias, se le acercó una compañera, algo mayor que ella. «¿Puedo preguntarte una cosa?». Tomó su silencio como respuesta afirmativa y siguió: «Tú… ¿por qué sonríes siempre?». En aquel momento no supo qué contestar; la sonrisa no tenía nada de especial: era parte de su vida cristiana...

La escena se repite cientos de veces en nuestros días —quizá tú hayas sido su protagonista—. No cabe duda de que la característica principal del cristianismo del siglo XXI será la alegría. Es un rasgo que tal vez en un tiempo quedó ensombrecido por otros aspectos, pero ya no puede estarlo por más tiempo. Siendo joven, en los años que siguieron a la II Guerra Mundial, el que iba a ser Benedicto XVI quedó profundamente conmovido por una crítica de Nietzsche: los cristianos deberían tener cara de redimidos para que se pueda creer en su Redentor[1]. Es una crítica pertinente y en parte actual. De hecho, no es casualidad que el papa Francisco haya dedicado a la alegría su primer documento importante: la Evangelii Gaudium. En ella llama la atención sobre la cara de funeral o la religión «de Cuaresma sin Pascua» que parecen vivir algunos, e invita a redescubrir la alegría del Evangelio.

Con todo, aquella crítica es válida solo en parte y, casi se podría decir, cada vez menos. El cristianismo cariacontecido contra el que arremete va de la mano de una religión ritual y formalista, de usos y costumbres… que se encuentra en vías de extinción. Ser cristiano no es ya —al menos en Occidente— una cuestión social o de status. No puede serlo, porque la religión ya no es —al menos en Occidente— un ámbito dominante en la sociedad.

Esto supone un serio peligro, pero concede también una oportunidad de oro. En esta situación, el cristianismo no puede apoyarse (solo) en roles sociales o en la mera tradición humana, y eso puede hacerlo justamente más auténtico. «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»[2]. La fe nace de un encuentro personalísimo; se apoya —como anunciaba Romano Guardini para nuestra era— en la gracia y en la sencilla fortaleza de la persona. Así es y así está obligado a ser el cristianismo en nuestro tiempo.

Encontrar a Cristo, como hicieron Juan y Andrés («Maestro, ¿dónde vives?», «Venid y veréis»); como Felipe («Sígueme»); como María de Betania («El Maestro está aquí y te llama»); como san Pablo en el camino de Damasco; como los santos durante dos mil años; como el papa Francisco el 21 de septiembre de 1953. Encontrar a Cristo, descubrir a Alguien —una persona real y viva, de carne y hueso— que nos ha amado desde mucho antes que nosotros fuéramos a buscarle, Alguien que ha dado la vida por nosotros, Alguien que nos estaba esperando.

De ese descubrimiento, que es un encuentro, nace la fe verdadera; y, de esa fe, la auténtica, duradera y profunda alegría. La sonrisa de los creyentes no es más que la manifestación precisa de su serena alegría. Los perfiles que se recogen en este libro presentan sonrisas de ese tipo y constituyen, por eso mismo, la mejor respuesta a la crítica que Nietzsche lanzaba a los cristianos de su tiempo.

Por otra parte, ante su sonrisa y sus ojos brillantes uno está obligado a preguntarse: ¿Por qué? El mundo en que vivimos suele decirnos: «Serás feliz si tienes todo lo que deseas, si te va bien en todo»… Pero las historias de este libro lo desmienten. Todas ellas tienen como protagonista el sufrimiento y, con él, un fracaso; un fracaso… total, que afecta a la vida entera: la de una piloto de F1, la de una madre de familia numerosa, la de una movilizadora de las conciencias de sus coetáneos. Todas ellas fracasan. Pero fracasan y sonríen; más: fracasan y son profundamente felices.

¿Cuál es entonces el secreto de su sonrisa? No es la ausencia de sufrimiento, sino la presencia de algo —de Alguien— que permite sobrellevarlo. Así es la historia de María de Villota, de Chiara Corbella, de Sophie Scholl. En cada una, se puede señalar un momento en que descubren el Amor y deciden corresponder, abandonarse en sus manos, fiarse de él y vivir para él. Amar y saberse amado es el secreto de su sonrisa, el secreto también de la vida heroica —pienso que no es un adjetivo excesivo— de estas tres mujeres.

En el caso de María de Villota, el cariño que la rodea es lo que le permite seguir adelante después de un catastrófico accidente. Y, al final, enfrentándose al sufrimiento en apariencia más absurdo, se le abren las puertas a una vida para los demás. Dios estaba ahí, como dejan entrever algunas de las entrevistas que concedió unos meses antes de morir.

En cuanto a Chiara Corbella, su historia es paradigmática como paso de la autosuficiencia —tan común— al confiado abandono en manos de Dios. Ese paso, doloroso y nada fácil, le permitió amar a sus hijos y dejarse amar, al mismo tiempo, por un Dios que parecía haberse vuelto loco. Su sonrisa es la prueba más clara de que, lo que los hombres llamaban mal, era en realidad una caricia divina. Y así, en su vida tan breve como intensa, brilla la luz de la maternidad humana, en todo su esplendor.

En fin, la vida de Sophie Scholl presenta otro encantador descubrimiento, que llevó a esta joven de una actitud cerebral y voluntariosa, a desarrollar un corazón universal, capaz de descubrir y compartir todo el dolor del mundo… al tiempo que se ponía en marcha para erradicarlo. Un testimonio de vida que muestra con hechos que no hay libertad al margen de la verdad, y que la lucha a favor de la verdad es, en definitiva, un canto a la libertad.

Estos tres perfiles tienen, además de su relación con el fracaso, una cosa en común: la cercanía. Cercanía en el tiempo, cercanía en el espacio y cercanía vital. Nada que ver con historias de tiempos remotos y santos un poco raros con la mirada perdida en el séptimo cielo. María, Chiara o Sophie son personas con las que podríamos haber coincidido en el Metro o en el autobús. Personas con miedos y preocupaciones. Personas con sueños y proyectos. Personas que sufren y se alegran. Personas como tú y como yo, para que tú, como yo, nos demos cuenta de que también nosotros podemos descubrir lo que ellas descubrieron, podemos vivir como ellas vivieron y podemos, como ellas, sonreír.

Con todo, hay que reconocer que estas tres mujeres sonrientes son muy distintas entre sí, y los perfiles que les dedico son también muy distintos. Por eso he preferido no hablar de «capítulos» de un libro, sino de varios «cuadros». Cuadros que han nacido —y se pueden leer— como historias separadas. Pero cuadros que, bien mirados, transmiten también un mensaje común. No me he resistido a apuntar, a modo de conclusión, tres actitudes que podemos aprender de las historias que componen el libro. Intento mostrar, en unas pocas páginas, cómo pueden responder estas vidas a la crítica nietzscheana que antes se ha señalado. Constituyen, en definitiva, una propuesta frente al egoísmo que respiramos a diario, y pueden ayudarnos a saciar el deseo de felicidad que alberga nuestro corazón.

He querido cerrar el volumen con un epílogo que es —aunque distinto de los otros por su estilo y tono— un cuarto perfil humano. Una historia particularmente cercana, un encuentro especialmente doloroso con el sufrimiento. Le pedí a alguien que conocía bien a su protagonista, Belén Langdon del Real, que la pusiera por escrito. Y tengo que agradecerle que lo hiciera. No quiso, sin embargo, escribir algo así como una biografía; ha preferido mostrar, en unas pocas páginas, la repercusión que tuvo su historia entre personas de todo tipo. Su historia y, sobre todo, su sonrisa.

* * *

Los textos que componen este libro han ido apareciendo por entregas —como las novelas decimonónicas— en los libros de meditaciones Con Él que escribe mi buen amigo Fulgencio Espa. No quería terminar esta breve introducción sin darle las gracias.

[1] G. Valente, Ratzinger Professore, San Paolo, Cinisello Balsamo 2008, 27.

[2] Benedicto XVI, Enc. Deus Caritas est, 25-XII-2005, n. 1.

CUADRO PRIMERO: UN PARCHE DE VIVOS COLORES… Y UNA BRILLANTE SONRISA

MARÍA DE VILLOTA

«Y lloras más, sí, te vuelves agradecidamente débil, aunque a veces duele tanto que te gustaría volver a correr, pero no pienso dejar de lado a los que ahora gritan en silencio por mi ayuda».

CUATRO SEGUNDOS QUE CAMBIARON UNA VIDA

Uno de sus entrevistadores, anotaba al poco de comenzar: «Sonríe de una forma abrumadora. Lo hará durante toda la entrevista. Incluso cuando lo que diga sea doloroso»[1]. Y no es una nota aislada, sino la dominante del año y pocos meses de vida (renovada) después de lo que sucedió el 2 de julio de 2012. María de Villota habló y escribió abundantemente sobre las vueltas y revueltas que había dado después del accidente que sufrió, y sobre lo que el dolor —propio y ajeno— le había enseñado. Le hizo replantearse todo. Aquí se recoge solo un poquito de todo eso, visto con los ojos de un cristiano. Acudo sobre todo al libro que ella misma escribió[2]. Una historia impresionante y un testimonio arrolladoramente alegre de lo que vale la pena en la vida.

UN SUEÑO POR EL QUE LUCHAR

Desde pequeña tuvo claro lo que quería: ser piloto de Fórmula 1. Era algo que corría por sus venas, un deseo que nació muy temprano en su corazón. Conserva una foto en la que aparece, cuando contaba un año, conduciendo un coche, y su primer kart de gasolina lo tuvo ¡con solo 6 años! Su padre era piloto y, por más que no quisiera esa pasión para sus hijos, no pudo remediar que dos de ellos crecieran enamorados del motor. De todos modos, no se lo puso fácil: footing a las 7 de la mañana, trabajos de lo más variado en la Escuela de Pilotos que él mismo dirigía, facilidades para practicar otros deportes (sin motor)… Pero no sirvió de nada. Por fin, después de mucho insistir, María logró participar en una carrera de cierta relevancia. Fue en Cuba. Corrió dos tandas: una la ganó, la otra no. En todo caso, aquello convenció a su padre para que comenzara a entrenar en serio. ¿Sabes cuántos años tenía? Dieciséis.

El camino no iba a ser corto ni sencillo, pero ella tenía claro lo que quería, y estaba dispuesta a luchar por conseguirlo. Compitió en distintas categorías, turismos y fórmulas. Un paso aquí y otro allá. Una puerta que se abre y otra que se cierra: hay que intentar otra cosa… Junto a eso, pequeños accidentes y lesiones, la preparación física, que la llevó a estudiar INEF, la lucha (agónica) por conseguir sponsor cada año, compañeros de escudería que le hacen la vida imposible…¡hasta echarla de la pista en plena carrera! Sin embargo, María no se desanima. ¿Fracasos?, le pregunta en una ocasión un periodista: «Para mí no existe [esa palabra], prefiero llamarlo experiencia»[3].

No nos engañemos: no fue nada fácil. Era la primera vez en España que una mujer intentaba llegar tan lejos, y a eso se sumaban las dificultades propias de cualquier carrera en el mundo del automovilismo. Apunto solamente un detalle: «Un piloto tiene que ser líder de su equipo y sentirse así dentro de él. Si todo tu entorno te ve con otros ojos, la química para ganar no se dará. Y esta es la parte más difícil. Poder liderar y lidiar con un grupo de hombres que no cree en ti, ya que probablemente piensa: “Y esta rubita, ¿qué va a hacer aquí?”. Y cuando, gracias al crono y a tu carácter, consigues cambiarlo y logras esa chispa, entonces cambias de categoría. Y otra vez empiezas de cero» (101). ¿Cuántas veces? Las que hiciera falta…

Pasaron quince años de duro trabajo diario —¡quince!—, hasta que finalmente la invitaron a hacer unas pruebas para un equipo de Fórmula 1. Eran dos: una física, primero, y otra de conducción. Es emocionante revivir esos momentos. Quince años, desde aquella primera carrera en Cuba. Quince años preparándose. Quince años luchando. Quince años de éxitos y fracasos. Quince años equivocándose y volviendo a empezar. Llegó el momento de las pruebas. Al subirse al monoplaza, sintió que ese era su mundo. Arrancó, dio las vueltas al circuito… y ¡superó la prueba! Era el 3 de agosto de 2011.

Sin duda, este es un primer punto en que la vida de la joven piloto brilla con una luz muy especial. Alcanzar una meta en la vida es algo estupendo, y todos firmaríamos por ello. Sin embargo, no es tarea fácil: requiere previsión y esfuerzo, volver a empezar una y mil veces en contextos nuevos cada vez, afrontando imprevistos, fracasos y derrotas. María de Villota tenía claro desde antes de los 16 años quién quería ser. Tenía un sueño, y su padre le enseñó que «cuando uno es perseverante y sigue sus sueños, se pueden cumplir»[4]. Luchó por lograrlo un día y otro, sin cansarse de tener que comenzar de nuevo… En una entrevista le preguntaron: «¿Qué mensaje transmitirías a los jóvenes que intentan superarse día a día en el deporte?; ¿qué consejo darías a los jóvenes pilotos que empiezan?». La respuesta va más allá del mundo del motor. Puede servirnos a todos: «Hay muchas cosas, pero si fuera una, sería sin duda la perseverancia. Porque la vida pone muchas trabas, pero al final el que sigue, y no se rinde, y suma, es el que tiene más posibilidades»[5]. María perseveró día a día durante quince años. No se rindió, y alcanzó su sueño. Muchos nos cansamos antes… ¡y por mucho menos que ella!

DEL MAYOR FRACASO AL ÉXITO MÁS GRANDE

Aunque las pruebas para aquel equipo de Fórmula 1 habían ido bien, María prefirió rescindir el contrato con su mánager, lo cual significaba renunciar a aquella oportunidad. No le importaba: ahora estaba segura de tener condiciones, y podría abrirse hueco en aquel mundo tan competitivo. Así fue. Unos meses más tarde entró como piloto de pruebas en el equipo Marussia.

Después de una temporada en que apenas pudo subirse al monoplaza, le pidieron que lo condujera para realizar unos sencillos tests aerodinámicos. En el aeródromo de Duxford (Inglaterra) amaneció lluvioso, pero se trataba de una prueba sencilla. Era el 2 de julio de 2012. Ese día estuvo a punto de perder la vida.

Sobre las causas, circunstancias y responsabilidades del gravísimo accidente que sufrió María, aún no se sabe mucho. Lo están investigando. Lo que sí se sabe es que todos la dieron por muerta. Se sabe también cómo fueron las operaciones a las que hubo que someterla durante diecisiete horas, y se sabe incluso cómo las experimentó ella: ¡como una prueba mental de la Federación Internacional del Automóvil! Lo cuenta con detalle en su libro…

Se despertó cinco días más tarde: el 7 de julio de 2012, a las 7 de la tarde. La rodeaban sus familiares más cercanos y el joven médico que la había operado. Para comenzar a valorar la gravedad de las lesiones, le pidieron que moviera manos y pies. Podía hacerlo sin problema. Sin embargo, no sabía dónde estaba. Seguía con la idea de haber realizado una prueba mental —que había superado—, según la cual era apta para la Fórmula 1. Por eso les hablaba a todos en inglés y hacía preguntas que nadie comprendía… Por fin, el médico le explicó que había sufrido un grave accidente, que la habían tenido que someter a una larga y compleja operación, y añadió: «María, no hemos podido salvar tu ojo». En aquel momento, se le vino el mundo encima: «¡Doctor, soy piloto de Fórmula 1 y necesito dos ojos para pilotar…!». A lo que él contestó: «María, te hemos salvado la vida, estamos muy contentos, no ha sido fácil». Pero eso no la consoló: «¿Por qué me quitasteis el ojo? Esa era mi decisión, mi decisión…».

Al leer los recuerdos de la piloto, uno no deja de preguntarse: ¿¡Cómo es posible!?En aquellas circunstancias lamenta solo ¡¡la pérdida de su ojo!!… ¿¡Pero es que no se daba cuenta de que podría perfectamente —debería— estar muerta!? No, no se daba cuenta. Sus treinta y tres años de vida habían tenido un único significado: pilotar. Pilotar y vivir eran, para ella, términos equivalentes. Pilotar era el sentido de que estuviera en el mundo. Y pilotar era, precisamente, lo que desde ese momento se le negaba. Entonces, ¿qué podía valer su vida? El razonamiento puede seguir pareciéndonos extraño, pero es comprensible dentro de los baremos con los que el mundo occidental mira la vida. Ella misma, reflexionando después, reconoce: «En aquel momento, en el hospital, María todavía seguía mirando la vida a través de la visera de su casco, seguía teniendo un único objetivo: pilotar. Seguía sin ver la vida con horizonte, en perspectiva. Sólo veía coches» (32). Aquella queja le había salido de lo más hondo del alma, porque en el fondo de su alma había un F1.

Así pues, se enfrentaba con un fracaso completo, absoluto, una especie de enmienda a la totalidad de su propia existencia. Aquello por lo que había peleado durante quince años se había volatilizado en cuestión de cuatro segundos. ¿Cómo afrontarlo? Merece la pena responder a esta pregunta, porque, de hecho, logró superar con éxito aquel trance. Poco a poco, adquirió la perspectiva que le faltaba, se amplió el horizonte en que se comprendía a sí misma. ¿Cuál fue la clave? Muchos valoran solo la fortaleza y el afán de superación de María, que ciertamente no le faltaban y tal vez brillaron más que nunca en aquellas dramáticas circunstancias. Así, por ejemplo, las cicatrices que cruzaban su cara se iban a convertir, para ella, en medallas de honor: señales innegables de que había logrado, en la vida, realizar su sueño. Sin embargo, a la luz de lo que cuenta, parece que los ingredientes fundamentales de su éxito fueron más bien otros dos: el cariño y el buen humor.

INGREDIENTES: CARIÑO…

Cariño, primero, de su familia. Lo recuerda perfectamente. Incluso en los momentos de mayor sufrimiento, justo después de la operación, comenta: «A pesar de todos mis dolores, yo estaba feliz, tenía lo que más quería en aquella habitación: mis padres, mis hermanos y Rodrigo [su novio]» (34). Meses más tarde, tras tantas curas dolorosas, sesiones de recuperación, esfuerzos por volver a caminar, a hacer vida normal… se reunió por fin con toda su familia. Por razones obvias, no podía aún hablar mucho rato, así que les leyó una carta que había escrito sobre lo que había pasado. En ella, recordando sus vivencias en la sala de operaciones, apuntaba: «Lo que marcó mi revivir de este viaje y lo más importante, sin duda, fue que yo sabía que mi familia me esperaba. Sabía que estaban al otro lado del cristal y sabía que ellos me querían. Y yo deseaba ir a su lado» (144-145). Es el amor lo que la mantuvo en vida; solo el amor tiene fuerza suficiente para contrarrestar el atractivo de la muerte. Es precisamente su contrario —a-mors—, y por eso es, como afirma la Escritura, «fuerte como la muerte» (Ct8, 6).

Me gustaría introducir aquí un breve apunte sobre la importancia de saberse amado para que la vida, en cualquier circunstancia, sea algo hermoso y digno de ser vivido. Y, a propósito, ¿por qué será que tiene tanto que ver con saberse esperado? Es conocida la narración que hace el papa Francisco de su propia vocación, aquel 21 de septiembre de 1953. De la confesión que realizó en aquella fecha, una confesión que ni siquiera había previsto, el joven Jorge Mario salió enteramente transformado: «Fue la sorpresa, el estupor de un encuentro; me di cuenta de que me estaban esperando. Desde ese momento para mí, Dios es el que te “primerea”. Uno lo está buscando, pero Él te busca primero. Uno quiere encontrarlo, pero Él nos encuentra primero»[6]. Y era el Amor que le iba a cambiar la vida.

La idea no es nueva. Con términos semejantes, Benedicto XVI hablaba de la esperanza cristiana en su segunda encíclica. Recuerda la historia de Josefina Bakhita, una joven nacida en Sudán que fue secuestrada y vendida como esclava cuando no contaba más que nueve años. Tras pasar por distintos amos, que la maltrataron duramente, terminó al servicio del cónsul italiano que, al volver a Italia, la llevó consigo. En estas circunstancias, oyó hablar de Cristo y del Dios de los cristianos. Descubrió que había un dueño «por encima de todos los dueños, el Señor de todos los señores, y que este Señor es bueno, la bondad en persona. Se enteró de que este Señor también la conocía, que la había creado también a ella; más aún, que la quería. También ella era amada, y precisamente por el Paron [dueño] supremo, ante el cual todos los demás no son más que míseros siervos. Ella era conocida y amada, y era esperada. Incluso más: este Dueño [Jesucristo] había afrontado personalmente el destino de ser maltratado y ahora la esperaba “a la derecha de Dios Padre”. En este momento tuvo “esperanza”; no solo la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino la gran esperanza: Yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa»[7].

La cercanía de estas tres experiencias es asombrosa. Todas ellas expresan que la vida adquiere todo su sentido cuando descubrimos el amor del que procedemos. La familia, los amigos que nos han hecho ser quienes somos, y, en último término, Dios, que nos ha creado y tenía, desde antes de la creación del mundo, un proyecto de amor para cada uno de nosotros (cfr. Ef1, 4). Como la mujer que espera el momento de dar a luz al niño que lleva en sus entrañas, así nos espera Él. Como la madre que mira angustiada a su hija en la UCI, anhelando un mínimo gesto, un movimiento cualquiera, así nos mira Él. Descubrir ese amor significa dar con el verdadero fundamento de nuestra existencia. El sufrimiento, las limitaciones y handicap de cualquier tipo, no hacen de una vida algo poco digno. Solo la ausencia de amor puede negar el valor de una vida humana.

…Y BUEN HUMOR