Por qué tomarse la empresa con filosofía - Fátima Álvarez - E-Book

Por qué tomarse la empresa con filosofía E-Book

Fátima Álvarez

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Existe la creencia generalizada de que una empresa, casi por definición, debe saber adónde se dirige, cuál es su propósito y su misión. Como es lógico, lo mismo esperamos de las personas que ocupan puestos de responsabilidad: que sean determinadas, infalibles, que tomen decisiones sin vacilar. Pero la realidad de cada día nos dice que la dirección de un negocio es, realmente, un jardín inagotable de preguntas, de dudas, de situaciones imprevisibles que nos vemos obligados a controlar. La empresa es el territorio natural del homo quaerens, es decir, el ser humano que se hace preguntas. Solo hay otro territorio que se le parece: el de la filosofía. Fátima Álvarez nos conduce a lo largo de 2.500 años de filosofía para ofrecernos las respuestas (o, al menos, las herramientas) que las grandes mentes de la historia hallaron antes que nosotros, y lo hace de modo que podamos adaptarlas a los problemas de una empresa: la felicidad de nuestros equipos, la salud mental, la fuga del talento, el propósito. Muchas veces, todos estos conceptos se nos presentan enmarañados y se nos hace difícil discernir entre tanto ruido y premura. Estas páginas te invitan a contemplar el escenario actual con la mirada de la filosofía, a tirar del hilo de las ideas para desenmarañar el ovillo y a comprender mejor dónde estamos y hacia dónde vamos.

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Por qué tomarse la empresa con filosofía

Fátima Álvarez

Primera edición en esta colección: abril de 2024

© Fátima Álvarez, 2024

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2024

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-10079-78-6

Diseño de cubierta: Pablo Nanclares

Realización de cubierta y fotocomposición: Grafime

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Índice

Introducción1. ¿Para qué hacemos lo que hacemos?¿Qué fue de Maquiavelo?No hay bien que por mal no vengaEl efecto boomerangDe principio a fin2. ¿Por qué pensamos lo que pensamos?Suena el despertadorTiempo al tiempo¿Cómo ser comunidad sin ser rebaño?¿Eres elegante? ¡Mójate!3. ¿Cómo actuamos cuando actuamos?¿Lo necesitas o lo deseas?… Y fueron felicesMás o menos¿A qué renuncias?4. ¿A quién le importa lo que importa?¡Ten cuidado!¡El que puede, puede!Espejito, espejito…¿Cómo estás?Corolario. ¿Hacia dónde corremos?AgradecimientosBibliografía

Introducción

¿Por qué? Es una pregunta presente en el pensamiento de todos los niños y en el interior de cada adulto: «¿Por qué (me) ha sucedido esto?», «¿Por qué tengo que hacer lo otro?», «¿Por qué lo consigo?» o «¿Por qué se me resiste?», «¿Por qué al otro?» y «¿Por qué no a mí?», o «¿Por qué si…?». Somos la única especie que se hace preguntas. Inevitablemente, intentamos encontrar un sentido.

Cuando las situaciones nos sofocan, echamos mano de la expresión popular «Tómate la vida con filosofía». Pero ¿qué es la vida? ¿Y qué hace en ella la filosofía? Decía Ortega y Gasset (1883 - 1955) que la vida es quehacer; es decir, sencillamente, hacer cosas. En este quehacer no todo depende de nosotros, como es evidente. Partimos ya de dónde nacemos, en qué contexto histórico, en qué familia, en qué situación… Siempre nos encontramos en una circunstancia concreta. Además, en el camino del vivir, a veces el azar nos trastoca. Pero también hay una parte de elección, y ahí, como el mismo Ortega y Gasset nos recuerda, estriba la dificultad del acierto.

Llegamos a este mundo sin haberlo pedido. No nacemos, nos nacen. Desde que estamos aquí, comenzamos a aprender y a construirnos. Cuando elegimos, incluso cuando decidimos no hacerlo o cuando delegamos en otros las elecciones, estamos forjando nuestro carácter. En ese quehacer nos vamos haciendo, nos vamos convirtiendo en quienes somos. Por eso, Sócrates (470 a. C.-399 a. C.) nos legó aquello de que una vida sin examen no merece ser vivida, porque, si hay que equivocarse, que sea por cabeza propia, siendo fieles a nosotros mismos.

El uso común de la expresión «tomarse la vida con filosofía» es una invitación a relativizar éxitos y fracasos, a mirar con perspectiva, a vislumbrar que en el largo plazo que es el tiempo humano puede que lo que ocurre no sea ni tan grave ni tan significativo. Que lo que hoy nos pre-ocupa quizás no debería hacerlo. Por eso, para tomar esa medida larga para enjuiciar y organizar la vida, entra en juego la relevancia de la filosofía.

No obstante, aquí nos planteamos por qué tomarse la empresa con filosofía. No la vida. ¿Acaso, si hablamos de la empresa, nos salimos de la vida? ¿Acaso las empresas no forjan también su propio carácter, su forma de ser, su manera de tomar decisiones? ¿Acaso no es la empresa una realidad humana, un quehacer entre personas? ¿Pueden sus acciones, entonces, librarse de la búsqueda de sentido?

Tomarse la empresa con filosofía es aportar una mirada filosófica sobre la empresa y presentar cómo estos tiempos, que corren tan aceleradamente, pueden nutrirse y crear puentes con esta disciplina. Esta es, al fin y al cabo, la intención del camino que recorreremos en las siguientes páginas.

El papel de la filosofía es aportar un compendio de herramientas necesarias para aprender a pensar por nosotros mismos e intentar comprender lo que sucede en nuestro contexto y lo que nos preocupa. Es ayudar a hacer buenas preguntas, plantear correctamente los problemas y dar argumentos a las decisiones que hay que tomar. Es avanzar en la búsqueda de sentido, porque pasamos demasiado tiempo en nuestros trabajos para que no tengan sentido, porque las empresas son un motor social imprescindible y no pueden quedar exentas del esfuerzo de dotarse de significado.

Tenemos que estar con un pie dentro y otro fuera de nuestra época. No se trata de que vivamos en la nostalgia de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Estamos inmersos en el tiempo que nos ha tocado vivir, pero, a la vez, tenemos que saber distanciarnos de él para entenderlo. Ahí la filosofía nos enriquece, porque, mientras recorre las distintas temáticas yendo a la raíz de los problemas, también asciende para ayudarnos a tener una visión panorámica de nuestro escenario. Nos ayuda a ver que no todo es blanco o negro, sino que nos movemos en los claroscuros, entre las luces y las sombras.

No hay fórmulas ni recetas. Estamos a la intemperie, en la complejidad de la incertidumbre. Sin embargo, no es un drama, sino una aventura. Es un viaje que precisa agudizar los oídos y mantener los ojos bien abiertos para avanzar con firmeza y prudencia. Aristóteles (384 a. C.- 322 a. C.) comenta que la prudencia es una virtud fundamental como capacidad de deliberar bien. Prudente es, pues, quien ante las encrucijadas reconoce lo que es bueno y conveniente para sí mismo y para los demás, para acertar.

Habrá pensadores que nos acompañarán a lo largo de las siguientes páginas, que nos hablarán de tú a tú y nos ayudarán a entender que muchas de las preguntas que nos hacemos ahora no son tan distintas de las que se hacían en el pasado, aunque nuestro contexto sea muy diferente, motivo por el cual debemos buscar nuestras propias respuestas y añadir nuevas preguntas.

¿Es este un libro de filosofía de la «empresa»? ¿O de filosofía del buen «liderazgo»?

Es un libro sobre la empresa y el conjunto de personas que la conforman.

Es un libro con una intención práctica. Toma algunos de los temas relevantes en el mundo laboral para ayudarte en el proceso de percibir, sentir y pensar sobre ellos para luego poder actuar, y tiene en cuenta cómo la filosofía puede nutrir a la empresa y cuánto la empresa puede aportar a la sociedad. ¡Piensa bien y acertarás!

El núcleo del libro son cuatro bloques temáticos que se entretejen:

¿Para qué? Para qué hacemos lo que hacemos y qué legado dejamos.¿Por qué? La necesidad del pensamiento crítico para deliberar con fundamento.¿Cómo? La respuesta ética a los desafíos de la actualidad.¿A quién? La búsqueda de puntos de encuentro a partir de lo importante.

Y cierra con un corolario:

¿Hacia dónde? Para mirar hacia un horizonte colmado de sentido.

Así que ¿por qué tomarse la empresa con filosofía? Pues porque tomarse la empresa con filosofía no es ceder a la resignación, sino una invitación a mirar con perspectiva, a reflexionar ahí donde la ciencia y la tecnología son insuficientes, a encontrar el rumbo en un entorno cada vez más fugaz.

¿Te parece una tarea, una empresa, interesante para la empresa?

1.¿Para qué hacemos lo que hacemos?

La actividad más honorable es servir al público y ser útil para la mayor cantidad de personas posible.

MICHEL DE MONTAIGNE

Algunas de las personas que se cruzan en nuestra vida simplemente vienen y se van. Otras vienen y, aunque también se van, en el fondo se quedan con nosotros porque nos dejan huella. Nos dejan un trocito de sí mismas, que con gusto incorporamos a quienes somos. No hace falta que te dé ejemplos, porque seguro que tienes los tuyos propios. Piensa en quién ha dejado su impronta en ti, qué retazos de otros llevas contigo. ¿Qué te han transmitido esas personas? ¿Por qué son inolvidables?

A veces ese legado no es una cesión personal para nosotros, sino algo público, e incluso tangible. Nos resulta estimulante descubrir la aportación, con sus obras, de poetas, escritores, pintores, artistas, científicos… Nos parece justo apreciar el legado de algunas personas que se han convertido en referentes históricos, tanto por la ejemplaridad de sus vidas como por la repercusión de sus acciones.

Atesoramos el legado que nos han transmitido esos personajes públicos y esas personas especiales de nuestro círculo cercano. Y nosotros, ¿qué hacemos? ¿Qué le ofrecemos al mundo? ¿Tenemos voluntad de legar? ¿Qué hacemos más allá de nosotros mismos? ¿Qué hacemos para los demás?

Te invito a pensar en los «indianos», aquellos jóvenes españoles que emigraron a América a finales del siglo XIX y principios del XX, que consiguieron hacer fortuna y a menudo invirtieron su éxito en su pueblo de origen, donde construyeron escuelas, hospitales, carreteras, etcétera. ¿Para qué lo hacían? ¿Aspiraban al prestigio social al formar parte de la memoria de su localidad? ¿Deseaban contribuir al desarrollo de sus pueblos? ¿Qué fines perseguían?

Cuando llevamos a cabo acciones en la empresa, debemos hacernos la pregunta de «para qué». ¿Para qué hacemos lo que hacemos? Siguiendo al psicólogo Lawrence Kohlberg, las variadas respuestas que cabrían aquí indicarían diferentes niveles de desarrollo moral.

Pongamos el caso de un indiano que regresa a su pueblo de origen y construye una escuela de gran calidad para asegurarse de que puedan asistir a ella sus propios hijos. Aunque los otros niños salgan beneficiados, la escuela responde al beneficio propio. También puede ser que nuestro indiano no tenga hijos y, a pesar de ello, construya la escuela para ser socialmente reconocido. Pero también cabría el caso de que nuestro indiano construyera la escuela por el valor que representa una educación de calidad para todos los niños. En las tres situaciones, la escuela está ahí, pero las diferentes opciones suponen un distinto grado de desarrollo moral del indiano del ejemplo. La tercera de ellas está reflejada en el verso de Antonio Machado cuando nos dice: «Nunca perseguí la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres mi canción». Lo que el poeta persigue con la entrega de esta canción al mundo es un fin cuyo sentido va más allá de sí mismo.

Pero ¿qué más da? ¿Da lo mismo?

¿Dirías que lo que debemos hacer depende mucho de la clase de mundo en el que nos gustaría vivir? ¿Desearíamos vivir en un mundo donde hubiese una educación de calidad? Seguramente la respuesta mayoritaria de todos nosotros sería afirmativa. Pues, entonces, qué más da; da lo mismo el «para qué» del indiano si lo importante es que en todo caso hay una escuela de calidad.

Pero vamos a seguir pensando. ¿Hasta qué punto el fin que perseguimos determina los medios que utilizamos? Si vas a hacer un viaje a un sitio al que solo se puede acceder por vía aérea, está claro que solo hay una forma posible de llegar. Si se puede acceder de más maneras, cabrían más medios —en este caso, medios de transporte— para llegar a ese mismo sitio. En estos ejemplos los medios dependen del fin.

También puede ocurrir lo contrario. No podemos pintar un cuadro al óleo si no tenemos los medios —en este caso, medios materiales—, pero sí que podemos hacer un dibujo a carboncillo, que es de lo que disponemos. O pintar una acuarela porque nos han regalado una caja de acuarelas. En este caso, el fin depende de los medios que tenemos.

Medios y fines son, pues, interdependientes. Además, cada fin que elegimos tiende a convertirse en un medio para otro fin, y así sucesivamente. Si le preguntamos a un consultor por qué ha trabajado todo el fin de semana, puede contestarnos que para terminar un proyecto, y quiere terminar el proyecto para captar a un cliente, y quiere captar a un cliente para progresar en su trabajo, y quiere progresar en su trabajo para… Así pues, desea todos estos bienes —en este caso, estos medios como acciones que ha llevado a cabo— en la medida en que le permiten avanzar en un continuo entre medios y fines.

«Qué más da» da lo mismo si en el ejemplo del indiano la materialización del fin era una escuela; tenía los medios para hacerla y la hizo. Incluso los distintos fines contemplados —el beneficio de esa escuela en sus propios hijos, su reconocimiento social y apostar por el valor de la educación para todos los niños— podrían ser compatibles. ¿Entonces?

Ya hemos mencionado al psicólogo estadounidense Lawrence Kohlberg, el cual hizo estudios que le llevaron a afirmar que desarrollamos nuestra conciencia moral a través de varias etapas, aunque no todos alcanzamos la última. En el primer escalón de ese ascenso moral, tenemos por justo lo que nos conviene egoístamente, y respetamos las normas morales tan solo por sus consecuencias, es decir, por el premio que nos supone acatarlas o por el castigo que implica infringirlas. Es el nivel llamado «preconvencional».

Si avanzamos en nuestro desarrollo moral, llegaríamos al nivel «convencional», en el que tenemos por justo lo que es conforme a las normas y usos de la sociedad, y por eso consideramos valioso adaptarnos a lo que la sociedad considera bueno, ya que necesitamos ser aceptados.

El escalón más alto del desarrollo moral es el llamado nivel «posconvencional», en el que las personas son moralmente autónomas. Esto significa que ni se ciegan con el beneficio propio ni se ajustan a los convencionalismos para que los demás las consideren buenas personas, sino que se mueven por principios, por lo que es bueno para todos.

Como ya intuyes, cada uno de los fines del indiano de nuestro ejemplo (construir una escuela para beneficio de sus hijos, construirla para conseguir prestigio social o construirla por el bien de una educación de calidad para todos los niños) se corresponde con uno de los escalones de desarrollo moral mencionados. Aunque la escuela sea la misma, el escalón es otro. Ya ves que hay una diferencia: ¡la altura moral!

Por su parte, las empresas perciben que la sociedad tiene expectativas de que cumplan obligaciones sociales más allá de sus funciones económicas. De hecho, poco a poco, se están embarcando en hacer declaraciones de propósito, en definir el valor de su impacto positivo en la sociedad. Debemos saber también que, al hablar de la autenticidad de estos propósitos, deberíamos considerar el desarrollo moral de los miembros de la empresa como parte necesaria del desarrollo organizativo.

Dotar nuestras acciones de un sentido más allá de nosotros mismos —como Machado cuando no persigue la gloria al escribir «Caminante no hay camino»— permite ilusionar a otros con ese mismo propósito, hacerlos copartícipes, miembros de una comunidad que trabaja por un bien común, por ese mundo en el que nos gustaría vivir. De ahí la relevancia de considerar en nuestro ejemplo del indiano la educación de calidad como fin para todos los niños, porque ahí el individuo se mueve a actuar no solo por lo que le beneficia a él, sino también por lo que beneficia a los demás, y muestra la autonomía moral necesaria para guiarse por principios, derechos y valores universales.

Este nivel de conciencia moral posconvencional es el que reivindican nuestras sociedades plurales, y es el que correspondería tanto al propósito personal como al corporativo. Para que las personas sean seres humanos con conciencia y las empresas sean empresas humanas.

¿Qué fue de Maquiavelo?

Quizás pensemos que queda muy bonito decir que las empresas tienen obligaciones sociales y que sus líderes deben tener un nivel de conciencia moral tal que les permita dirigirse a un bien común. Que sobre el papel todo encaja, pero, en la lucha por la supervivencia, la cruda realidad es otra. Que, igual que no es buen médico aquel que no vela por la salud de los enfermos, ni buen arquitecto aquel cuyas casas se derrumban, tampoco es buen empresario el que no genera riqueza. Que ese es el fin, y ya bastante ardua la tarea. ¡Que nos dejemos de cuentos, porque lo que importa son las cuentas!

Incluso entonces, puede aparecer el mantra de que «el fin justifica los medios». Una frase que te evocará a Maquiavelo, aunque él nunca la dijo textualmente, pero que de algún modo se puede sacar de su obra. ¡Y tanto que se saca, de manera descontextualizada!

Es fácil caer en la tentación de convertir la obra