Prácticas semióticas - Jacques Fontanille - E-Book

Prácticas semióticas E-Book

Jacques Fontanille

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Beschreibung

El libro plantea las condiciones y propone los modelos adecuados para el análisis de las Prácticas semióticas, individuales y colectivas. Su particularidad es la característica didáctica, permanente preocupación de su autor. En ese sentido, apoya constantemente las teorías que expone y los modelos que elabora, con ejemplos de diferentes prácticas de la vida cotidiana, de la literatura y del cine.

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prácticas semióticas

Jacques Fontanille

Colección Biblioteca Universidad de Lima

Prácticas semióticas

Primera edición digital, marzo 2016

©

Jacques Fontanille, 2008

©

De la edición francesa: Presses Universitaires de France, 2008.

©

De la traducción: Desiderio BlancoDe esta edición:

©

Universidad de LimaFondo EditorialAv. Manuel Olguín 125, Urb. Los Granados, Lima 33Apartado postal 852, Lima 100, PerúTeléfono: 437-6767, anexo 30131. Fax: 435-3396

[email protected]

www.ulima.edu.pe

Diseño, edición y carátula: Fondo Editorial de la Universidad de Lima

Versión ebook 2016Digitalizado y distribuido por Saxo.com Peru S.A.C.

www.saxo.com/esyopublico.saxo.comTeléfono: 51-1-221-9998Dirección: calle Dos de Mayo 534, Of. 304, MirafloresLima - Perú

Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro sin permiso expreso del Fondo Editorial.

ISBN versión electrónica: 978-9972-45-334-2

Índice

Presentación Una inactualidad bienvenida

Introducción Inmanencia y pertinencia de las prácticas

Capítulo I. Niveles de pertinencia y planos de inmanencia. Signos, textos, objetos, prácticas, estrategias y formas de vida

Las prácticas, un nivel de pertinencia entre otros

De los signos a los textos-enunciados

Del texto al objeto

Las escenas prácticas

Las estrategias

De las estrategias a las formas de vida

Jerarquía de los planos de inmanencia

El recorrido generativo del plano de la expresión

De los modos de existencia

Transiciones e interfaces

Las operaciones de integración

Integración y resolución de las heterogeneidades

Contexto, presuposición y otros pretextos

Multimodalidad y resolución sincrética

La resolución polisensorial y la sinestesia

Heterogeneidades enunciativas y resolución polifónica

Retóricas ascendentes y descendentes de la manifestación

Generación de tipos y producción de ocurrencias: el recorrido de la manifestación

Integraciones y síncopas ascendentes

Integraciones y síncopas descendentes

El caso de Liaisons dangereuses (Laclos)

Integraciones intensivas y extensivas

Movimientos combinados

Retórica de los niveles de pertinencia

Capítulo II. El texto y sus prácticas

Prácticas y praxis (enunciativa)

Tiempo y espacio del texto y de la práctica

Distorsiones temporales

Profundidades discursivas

La praxis interpretativa

Protocolos de lectura

Prácticas espectaculares e interpretación

Prácticas interpretativas

La argumentación y el arte retórico como «prácticas»

Prácticas y estrategias argumentativas

Algunos componentes de la práctica argumentativa

La dimensión estratégica

De las estrategias a las formas de vida argumentativas

Esbozos tipológicos

Capítulo III. Eficiencia y optimización de las prácticas

¿Una epistemología de las prácticas semióticas?

Descripción semio-lingüística y práctica interpretativa

Tipos epistemológicos

Normas, modelos y crítica del estructuralismo

Epistemología práctica y efectos meta-semióticos

Bourdieu: crítica del estructuralismo y esquematización de la práctica

Eficiencia de las formas sintagmáticas

Eficiencia de la «buena forma»

Los tipos modales de la eficiencia

Confrontaciones prácticas y acomodaciones estratégicas

Generalización del principio de acomodación

La «falta de sentido» y la secuencia de resolución

El modelo de la eficiencia práxica

Entre prácticas y estrategias

Prácticas amorosas: una secuencia en construcción

Expresiones y contenidos «en acto»

Marcaciones, proceso adaptativo y búsqueda del sentido

Tensiones perspectivas y estabilización de la secuencia

Dos ejemplos

La comida y la conversación de mesa: una secuencia canónica y un montaje estratégico [en Les Voyageurs de l’Impéridale, de Aragon]

Preámbulo

Dos prácticas bien ajustadas: comer y hablar

Conclusión: eficiencia de la forma sintagmática y formas de vida

Semiótica de las prácticas y ergonomía de la acción

Ergonomía y semiótica

Ergonomía del «curso de acción»: situación, práctica y estrategia

Ergonomía y significación

Ergonomía e integración ascendente

Capítulo IV. Estudio de caso: el afichaje

Introducción

El texto, el objeto y la situación

Prácticas y estrategias de afichaje

La búsqueda de la pertinencia óptima

La escena predicativa: actos, modalidades y pasiones

Los actos específicos del afichaje

Captación selectiva y ostensión

Inyunciones directas

Identificación y calificación

El rol de los objetos-soportes en la predicación del afichaje

Interfaces embragadas y soportes autónomos

Interiores y exteriores

Formas de objetos-soportes y especificaciones

Especificación de las temáticas

Especificaciones modales de los tipos de destinadores y destinatarios

Refuerzo y debilitamiento de la fuerza de proposición

Morfología e intensidad de la asunción enunciativa

Unidad y disparidad de las propuestas

La confianza institucional y la connivencia interesada

Las estrategias del afichaje

El anclaje espacio-temporal y las manipulaciones deícticas

Del anclaje a la manipulación pasional

Deíctica estricta y deíctica extendida

Tensiones entre anclaje espacial y anclaje temporal: lo genérico y lo específico

Restricciones y manipulaciones estratégicas

Legibilidad y visibilidad

Número, proporciones y visibilidad

Prótesis de visibilidad

Conclusiones

Pertinencia y optimización del análisis

La forma canónica de la escena práctica

Capítulo V. Prácticas semióticas y deontología

Artes, ciencias y letras

Preámbulo

La clasificación de las «artes»

El determinante sociológico: dignidad o indignidad

El determinante cognitivo: el verbo o el cálculo

El determinante axiológico: lo agradable y lo útil

Las ciencias entran en escena

El determinante de la mediación: la autoridad o la experiencia

El determinante metodológico: las normas prácticas o las exigencias técnicas

La semiótica como práctica

La práctica científica según Greimas

El proyecto científico

«Todo pasa como si…»

El «mínimum epistemológico» como deontología

La especificidad práctica de la semiótica

La semiótica como hermenéutica

La semiótica es una práctica generativa

El ethos semiótico

Capítulo VI. Prácticas y ética

Algunos prerrequisitos de una ética semiótica

Condiciones previas

Idealidad y alteridad

Pregnancia y deformabilidad del vínculo ético

Algunas incidencias epistemológicas de la ética

Racionalidad e intencionalidad

Inmanencia y trascendencia

Incidencias teóricas: actancia y modalidades

Problemáticas actanciales

Inherencia y vínculos sintácticos

La adherencia nietzscheana vs. la desherencia modal y la exherencia moral

Histéresis y constitución actancial por inherencia

La implantación del otro

Problemáticas modales

Actividad y pasividad

Inherencia, autonomía y responsabilidad

Expresión y contenido de la ética

El plano de la expresión de la ética: ethos, habitus y hexis

La «consistencia» icónica del ethos

El ethos de inquietud en Levinas

El plano del contenido de la ética: valores, riesgos y referentes

El encaje de los fines y de los medios y la prudencia

La utilidad y el interés

El interés y el investimiento

Clasificación de los valores éticos

Formas y avatares del «vínculo» ético

Conclusión. Prácticas y culturas: tradición, innovación y bricolaje

Bibliografía

Presentación

Una inactualidad bienvenida

Extraña idea, pensarán algunos, la de volver en estos días sobre las «prácticas». Hubo un tiempo en que interesarse por la praxis era una manera de hacer referencia a una ideología de inspiración «materialista», si no declaradamente marxista; pero el materialismo marxista no está de moda en nuestros días. El concepto de praxis, avanzado por A. J. Greimas en los años 1980, y acompañado en general por el adjetivo «enunciativa», tenía ya entonces entre los semióticos un curioso «olor a guardado» y podía pasar como una remanencia nostálgica de la juventud del maestro lituano.

En el campo de las ciencias del lenguaje, la praxis fue en efecto una de las consignas propuestas para superar el estructuralismo, considerado como demasiado marcado por el idealismo: las estructuras no descienden a la calle, se decía en 1968; la praxis, al contrario, se encuentra allí en su elemento natural. Se puede suponer sin riesgo que la «superación» del estructuralismo como ideología idealista, iniciada hace cuatro décadas, debería estar cumplida en nuestros días y que, por lo mismo, la praxis ha perdido por completo su aura contestataria.

Mejor aún, durante esos años de crítica y de refutación del estructuralismo, interesarse por las «prácticas del lenguaje» era una manera de escapar a las exigencias mismas de las ciencias del lenguaje en sentido estricto, es decir, a ese dominio del conocimiento que se dan como objeto los lenguajes, considerados como semióticas-objetos autonomizables. Porque en el estudio de las «prácticas del lenguaje», el objeto puesto en la mira es todo menos el lenguaje: entre otras cosas, la psicología de los interlocutores, la sociopsicología de las interacciones, y hasta la antropología de los intercambios comunicacionales.

Lo menos que se podría decir, en suma, es que hay maneras más eficaces de participar en la actualidad científica que la de inclinarse hoy por las prácticas. ¡Curiosa idea, entonces, para un semiótico, la de querer comprender la praxis! En un sentido, sin embargo, la inactualidad evidente de un problema ofrece algunas ventajas no del todo desdeñables.

La primera consiste en que podemos ahorrar a nuestras reflexiones la presión de los efectos de moda: bien es cierto que en este ensayo sobre las prácticas semióticas, se encontrará poco interés por el equipo neuronal de los «practicantes» y menos aun por los estados de activación químico-eléctrica de sus lóbulos cerebrales. Es sin embargo indubitable que los practicantes tienen, como los demás, neuronas activas e inactivas cuando practican, y también que la manera como conducen sus prácticas incide sobre las zonas activadas y sobre las zonas desactivadas. Pero nosotros nos interesaremos por cuestiones menos actuales y, sin embargo, esenciales: por ejemplo, por las diferencias inducidas en la identidad y en el ethos de un sujeto por las diferentes clases de prácticas; por las propiedades semióticas de un actor comprometido en un protocolo, en una ceremonia ritual o en una conducta innovadora, y por la significación que él mismo otorga a su acción; todos esos aspectos constituyen evidentes restricciones para cada uno de esos tipos de prácticas. Eso no impide, por lo demás, preguntarse si, una vez que se ha comprendido la significación cultural de esos diferentes tipos de prácticas, activan selectivamente tal o cual zona cerebral…

La segunda ventaja de la inactualidad es la de ofrecer la posibilidad de releer y de explotar libremente trabajos considerados de otra época, es decir, con propuestas teóricas que la posteridad no ha conservado. En suma, que nos permite actualizarlas.

En tal sentido, releeremos la obra de Pierre Bourdieu, y con una atención muy particular no solamente en lo que se refiere a conceptos como los de habitus, hexis e interés, sino también por lo que refiere a los argumentos de su crítica «praxeológica» de la epistemología estructuralista. Es preciso recordar a este respecto que los conceptos de habitus y de hexis bourdieusianos han fecundado útilmente en los años 1970, la sociolingüística francesa, y en un sentido que hubiera podido interesar a los semióticos si, en esa época, hubiesen estado menos ocupados con la formalización de sus objetos: en efecto, las inflexiones impuestas a la lengua por las pertenencias socioculturales eran consideradas entonces como determinadas por los esquemas corporales y por las variaciones sensorio-motrices inducidas por esas mismas pertenencias; dicho de otro modo, la significación de esas inflexiones lingüísticas, y hasta la del uso mismo de las vernaculares, podía ya ser reconstruida a partir de las posturas socioculturales asumidas por los cuerpos enunciantes. El cuerpo, en suma, en cuanto mediador entre el habitus y la praxis enunciativa.

De la misma manera, encontraremos no poco interés en una concepción teórica poco explotada de Benveniste, la de la «integración»: la lingüística integracionista que hubiera podido nacer de esa concepción murió antes de nacer arrastrada por el «maremoto» generativista en el momento en que la teoría generativista y transformacional trataba de resolver el mismo problema: la distinción entre los niveles del análisis y el de su articulación dinámica. Como veremos, el concepto de integración abre perspectivas muy interesantes para quien se esfuerza en construir un recorrido equivalente al recorrido «generativo», pero sin tener que postular insolubles «conversiones» entre niveles. Porque la integración, para Benveniste, es un principio de regulación del análisis, y no un proceso sui generis atribuido al objeto mismo analizado.

Para persuadir al lector de la utilidad de volver al estudio de las prácticas, habrá que encontrar una motivación distinta de la del atractivo de las modas intelectuales, y apostar por la originalidad del punto de vista adoptado. En efecto, el semiótico no se interesa por las prácticas en general, sino por las prácticas en cuanto que producen sentido, y por la manera como producen su propio sentido. Y eso puede entenderse, al menos, de dos maneras: (i) por un lado, las prácticas pueden llamarse «semióticas» en la medida en que están constituidas por un plano de la expresión y por un plano del contenido, y (ii) por otro lado, porque producen sentido en la exacta medida en que el curso mismo de la práctica va produciendo una articulación de las acciones que construyen, en su movimiento mismo, la significación de una situación y la de su transformación. El curso de la acción transforma, en suma, el sentido puesto en la mira por una práctica en significación de esa misma práctica.

Formularemos incluso la hipótesis de que las prácticas se caracterizan y se distinguen principalmente por esa relación tan particular que establecen con el sentido de la acción en curso y por esos valores que suscitan y que ponen en marcha en la forma de su desarrollo, en el «grano» más fino de su despliegue espacial, temporal y aspectual. Si tuviéramos que elegir una de las propuestas más significativas de este ensayo, sería esta: el valor de las prácticas no se lee únicamente en el contenido de los objetivos que se proponen, sino en la diferencia del hacer narrativo considerado como transformación elemental, y se lee también en la articulación sintagmática del proceso.

Y esta es la razón por la cual el encuentro con la dimensión ética es inevitable; pero se trata de una ética muy particular, de aquella que se expresa en la manera de hacer, de aquella que se reconoce en el «estilo» de la acción, un estilo que expresaría, en lugar de una estética, una ética de las maneras de hacer y de las costumbres. El encuentro con la ética es inevitable porque el valor propio de las prácticas, aquello que las distingue del hacer narrativo profundo es de naturaleza procesal, y porque las formas sintagmáticas específicas de la práctica están determinadas por diferentes tipos de compromiso corporal incluidos en la acción.

Además, si las prácticas pueden ser calificadas como «semióticas», tienen que poder ser asimiladas a un «lenguaje», y un lenguaje no se resume en el hecho de que deba estar dotado de un plano de la expresión y de un plano del contenido; es cierto que la búsqueda de esos dos planos y la de su correlación es un mínimum necesario, y una de las primeras cuestiones abordadas por este ensayo será justamente la del «plano de la expresión» propio de las prácticas, y la de sus relaciones con los otros planos de la expresión. Para que haya lenguaje, y sin que sea necesario identificar cualquier cosa como una «lengua», es necesario que haya también códigos y normas, y las prácticas no carecen ni de unos ni de otras: en el caso de las prácticas «profesionales», por ejemplo, son las deontologías las que definen el marco ético en cuyo interior puede desplegarse el saber-hacer y sus aprendizajes. Las prácticas científicas están también reguladas por códigos de cientificidad, por procedimientos establecidos y por una deontología; es el caso, especialmente, de las prácticas meta-semióticas, dentro de la semiótica considerada como un dominio científico, cuyos niveles descriptivo, metodológico y epistemológico están sometidos a principios, a normas y a procedimientos.

Lo que caracteriza a los lenguajes, por consiguiente, más allá de la correlación entre una expresión y un contenido, son las articulaciones sintagmáticas que aceptan o que rechazan. Comportan, por ese mismo hecho, sistemas axiológicos vinculados a las opciones sintagmáticas, y cada una de las articulaciones que proponen y efectúan es portadora de valores. Este principio, aplicado a los lenguajes artísticos, fue formulado hace años por Jakobson1 como la proyección del principio de equivalencia propio del eje paradigmático sobre el eje sintagmático; dicho de otro modo, como una posibilidad de elección (en referencia a las axiologías) abierta en las articulaciones sintagmáticas del enunciado artístico. En este caso, la proyección jakobsoniana produce efectos estéticos. Pero en el caso de las prácticas, particularmente sensibles a la axiologización de las articulaciones sintagmáticas, los efectos pueden ser tanto éticos como estéticos. Y, en la medida en que están regulados específicamente por normas y por deontologías, esos efectos son, ante todo, éticos antes de ser estéticos.

Podemos constatar entonces que, a ese respecto, las prácticas son lenguajes específicos cuyas opciones sintagmáticas reposan en un sistema de valores propios, digamos para hacerla breve, en un sistema de valores práxicos. En efecto, dichas opciones sintagmáticas propias de las prácticas oscilan entre la programación y el ajuste, entre la regulación a priori y la regulación en tiempo real, o sea, a posteriori. La programación de las prácticas, y especialmente su programación discursiva, previa o paralela al curso de la acción, sea oral, escrita o icónica, es una de sus dimensiones mejor instituidas, especialmente en el caso de las prácticas del trabajo y de transformación de los objetos materiales: modos de empleo, procedimientos, consignas de seguridad y cuadernos de cargo, son algunas de las manifestaciones posibles. La programación práctica tiene que acomodarse también a los cambios de la suerte y a las interacciones en tiempo real.

Tratar las prácticas como lenguajes quiere decir que debemos reconocer las instancias y procesos de regulación, procesos globalmente designados como la acomodación sintagmática. Porque si existe una propiedad específica de la praxis, es esta: los ajustes permanentes en la interacción, en la adaptación al entorno, a las circunstancias y a las interferencias con otras prácticas, y, sencillamente, la regulación reflexiva de un curso de acción que no encontraría su sentido sino trazando su propio camino. No podríamos decir que se trata de la dimensión subjetiva de las prácticas; Bourdieu lo afirmó en su momento. Pero si tal es el caso, entonces no se trata de una subjetividad que se construiría por relación con una objetividad, pues la regulación de la praxis forma parte de las condiciones objetivas de la actualización de las prácticas: ninguna conducta, y ningún rito, por ejemplo, se realizan sin alguna regulación en tiempo real, en el tiempo mismo del curso de la acción: ningún procedimiento, aunque esté perfectamente programado, escapa a ciertas acomodaciones que pueden proceder de rutinas adquiridas o ser el resultado de algunas innovaciones.

Por consiguiente, una de las dimensiones esenciales del análisis de las prácticas semióticas tendrá que ver con esa tensión permanente que se crea entre la acomodación programada y la acomodación inventada, entre la pre-esquematización y la apertura a la alteridad; en breve, entre la programación y el ajuste. Y los valores práxicos, particularmente aquellos que, como decíamos antes, conducen inevitablemente al encuentro con la ética, adquieren forma en las soluciones que se encuentran para resolver esa tensión que se produce en los equilibrios entre los esquemas prácticos y la regulación significante que los organiza «en acto».

El primer capítulo de este libro está consagrado al conjunto de los «planos de inmanencia» de la semiótica general, dicho de otro modo, a los niveles pertinentes del plano de la expresión. Ese conjunto constituye globalmente un «recorrido generativo», regulado por las relaciones y operaciones de «integración» entre los planos de inmanencia. La relativa libertad que ofrece el principio de integración abre la posibilidad de recorridos ascendentes y descendentes, con o sin síncopas, de suerte que el recorrido generativo de la expresión se convierte en el lugar de una vasta retórica de las expresiones semióticas, y cada uno de sus planos se hace susceptible de tomar a su cargo todos los demás planos. Las “prácticas” constituyen uno de esos planos de inmanencia y, bajo ese título, pueden interactuar con todos los otros, es decir, pueden integrar cada uno de los demás planos de inmanencia o ser integradas por cualquiera de ellos: de ese modo, una práctica integra signos y textos, pero también estrategias y formas de vida. Inversamente, una práctica puede ser integrada en un texto, e incluso en un signo aislado.

El segundo capítulo se especializa en las prácticas que manipulan textos (enunciados textuales): la praxis enunciativa propiamente dicha, pero también todas las prácticas de interpretación de textos, prácticas de lectura, prácticas de crítica y prácticas de puesta en espectáculo de los textos. Desde el punto de vista de las prácticas cuyos enunciados textuales son los instrumentos, nos centraremos principalmente en las prácticas argumentativas y persuasivas, en la perspectiva de una retórica general revisitada por la semiótica.

El tercer capítulo aborda la cuestión central de este libro: la de la organización sintagmática de las prácticas y de los sistemas axiológicos que les están asociados. Es necesario, para lograr esos objetivos, interrogar para comenzar, la epistemología de las prácticas semióticas, e identificar muy particularmente las instancias que se supone aseguran sus «regulaciones» y controlar (o no) los procesos de acomodación. El estudio de las «condiciones de eficiencia» de las prácticas desemboca en una primera tipología, fundada a la vez en criterios de modalización del hacer y en los diferentes equilibrios de tensión que se producen entre programación y ajuste. El modelo propuesto es sometido a continuación a la prueba del análisis, especialmente las prácticas amorosas y las prácticas de mesa. En todos los casos, la organización «eficiente», positivamente evaluada, implica una instancia de control estratégico en el interior de la práctica misma, que administra las interacciones con las otras prácticas concomitantes o concurrentes: se da también el entrelazamiento de la comida y de la conversación en las prácticas de mesa. Este recorrido termina con la optimización de las prácticas en la perspectiva de una ergonomía semiótica de la acción.

El cuarto capítulo está dedicado por entero al estudio de un «corpus», ejercicio práctico que permitirá probar la operacionalidad de los modelos propuestos así como verificar al mismo tiempo la pertinencia específica del plano de inmanencia de las prácticas, confrontado con el de las imágenes, con el de los objetos y con las estrategias. El «corpus» es el de los «afichajes» [colocación de afiches] urbanos (en París), en un período definido (inicio de la primavera del 2003), y en su análisis apunta a tener sistemáticamente en cuenta lo que sucede con los afiches, con los soportes del «afichaje», con las prácticas de colocación y de interacción con los transeúntes, y, para terminar, con las estrategias de «afichaje». Este estudio conduce además a una validación más precisa del modelo de las instancias de la escena práctica y de los actantes posicionales que la componen.

El quinto capítulo aborda la ética en cierto modo por la vía que le es más familiar a un semiótico: la ética de su propia práctica. Después de haber situado la semiótica, en una perspectiva histórica, entre las «artes y las ciencias», debemos rendirnos ante la evidencia: en el campo del conocimiento, la semiótica pertenece a las prácticas culturales, y especialmente a esa categoría conocida como «hermenéutica», que anda en busca de los valores de «verdad». Según eso, un rápido recorrido por los textos más significativos de Greimas revela claramente el predominio de las cuestiones éticas en la elaboración del «proyecto científico» de la semiótica que él ha construido con su equipo de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS). Y en consecuencia, podemos mostrar por qué la semiótica es una «praxeología», que comporta a la vez un «corpus» de normas (una deontología) y un ethos (una ¿etología?).

El último capítulo, consagrado generalmente a la dimensión ética de las semióticas-objetos, explora para comenzar el universo conceptual de las teorías de la ética: las dos formas del telos, primero, la idealidad y la alteridad; luego, la intencionalidad, la inmanencia o la trascendencia propias de la dimensión ética y de sus instancias de control. Por lo que respecta a los constituyentes de la dimensión ética propiamente dicha, ellos son esencialmente modales y pasionales. Pondremos particularmente en evidencia la potencia operadora del lazo de inherencia: la fuerza (variable) del «lazo» entre el acto y el actor; el lazo de inherencia otorga consistencia a la dimensión ética de las prácticas; de ahí se derivan principalmente las configuraciones respectivas de la responsabilidad y de la autonomía éticas.

Para confirmar el estatuto de «dimensión» de las semióticas-objetos, la ética debe asociar un plano de la expresión a su plano del contenido. Ese plano de la expresión es el del «ethos» del actante ético, el cual, según las concepciones y los puntos de vista, puede ser caracterizado como «hexis», «investimiento», «interés», «inquietud», etcétera. Pero son sobre todo y siempre las variaciones y la deformabilidad del «vínculo ético» fundamental las que mejor cuenta rinden de las diferentes posturas éticas: el examen de los distintos tipos de lazos entre las principales instancias de la escena práctica —acto, operador, objetivo y horizonte estratégico— permite, para terminar, delimitar y cartografiar el espacio conceptual de una «etología» semiótica, es decir, del plano del contenido de las éticas prácticas.

Introducción

Inmanencia y pertinencia de las prácticas

La semiótica greimasiana hace tiempo que interpretó el principio de inmanencia formulado por Hjelmslev como una limitación del análisis reducido únicamente al texto1. Ese principio prolongaba la decisión saussuriana, fundadora de la lingüística moderna, de limitar el análisis al sistema de la lengua. Pero ese límite, todo el texto y nada más que el texto, tenía un objetivo estratégico, que consistía en definir el objeto de una disciplina; en aquel momento, la semiótica estructural. Eran los tiempos en los que había que resistir a las sirenas del contexto y a las tentaciones de hermenéuticas, especialmente en el dominio literario, que trataban de buscar «explicaciones» en un conjunto de datos extra-textuales y extra-lingüísticos. Aquella ascesis metodológica permitió avanzar lo más que era posible en la búsqueda de los modelos necesarios para un análisis inmanente y para delimitar el campo de investigación de la semiótica del texto y del discurso.

Aquella reducción al texto fue legítima y necesaria en los límites asumidos por una semiótica textual, como la desarrollada por F. Rastier, pero debió ser revisada y discutida a partir del momento en que aquellos límites fueron superados, especialmente en la perspectiva de una semiótica de las culturas, y, sobre todo, desde la perspectiva de una semiótica general.

La práctica semiótica por sí misma sobrepasó largamente los límites textuales y se interesó, desde hace más de veinte años, por la arquitectura, por el urbanismo, por el diseño de objetos, por las estrategias de mercado2 y hasta por la degustación de un cigarrillo o de un vino, y más generalmente por la construcción de una semiótica de las situaciones3, e incluso, hoy en día, según las propuestas de E. Landowski, de una semiótica de la experiencia, a partir de una problemática del contagio, del ajuste estésico y de la suerte4. Y esas transgresiones repetidas una y otra vez no parece, sin embargo, que hayan puesto en cuestión la aplicación del principio de inmanencia en la práctica del análisis.

Tales transgresiones, por lo demás, han presentado siempre un carácter estratégico5: al ampliar el campo de sus investigaciones, la semiótica se esfuerza por mostrar que no es parte concurrente de ninguna de las hermenéuticas particulares con las cuales se confronta en cada uno de esos nuevos campos, y que, por el contrario, aporta una mirada, un método y resultados analíticos diferentes y complementarios a todos ellos. Y de esa dualidad de objetivos resulta una tensión permanente entre el «objeto» declarado de la disciplina y los «objetos» de análisis que aborda. Como toda tensión, esa reclama resolución, y entonces se presentan dos vías de solución.

La primera, frecuentada durante largo tiempo por facilidad, ha consistido en afirmar, contra la ampliación del campo de los objetos de análisis, el límite impuesto por el objeto de la disciplina; y de ese modo, a falta de algo mejor, todo se convierte en «texto»: la ciudad es un texto, la historia es un texto, el perfume es un texto, el mundo sensible es un texto…6. En otros términos, se plantea la cuestión de saber si toda manifestación semiótica realizada debe pasar por un procedimiento de «textualización»: esa reformulación, aunque más sutil y más abierta, no escapa sin embargo al reproche de abuso metafórico que pesaba ya con toda evidencia sobre la precedente.

La segunda, que viene delineándose desde hace más de una decena de años, consiste al contrario en apoyarse en la ampliación del campo de los objetos de análisis para cuestionar los límites del objeto de la disciplina. Porque esa ampliación de los campos de investigación va acompañada paralelamente de un nuevo despliegue de la perspectiva epistemológica de la semiótica, que se esfuerza hoy día, especialmente bajo la doble presión de las investigaciones semio-cognitivas y de las búsquedas socio-semióticas, por colocar cada «semiótica-objeto» en la perspectiva de la experiencia que proporciona o de la que proviene, y en la prolongación de las prácticas de las que es producto o soporte. La experiencia y la práctica proporcionan en consecuencia un horizonte de referencia y de control metodológico, que guía la constitución del objeto de análisis pertinente, y que participa en la determinación de los límites del dominio apropiado a los objetivos del análisis. Resulta de eso que, incluso cuando el objeto puesto en la mira fuese de naturaleza textual, la práctica y la experiencia serían también convocadas, por lo menos para caracterizar la enunciación, y deben igualmente ser tomadas en cuenta por el análisis semiótico.

En ese sentido, la semiótica, cualquiera que sea el paradigma teórico en el que se inscriba, es una disciplina de investigación que procede por integración. Lo cual significa que en el curso del procedimiento que conduce del objeto puesto en la mira al objeto circunscrito para ser analizado, este último ha integrado todos los elementos necesarios para su interpretación, y ese procedimiento mismo aglomera conjuntos sincréticos, compuestos de varios modos de expresión diferentes. Cuando Jean-Marie Floch se interesa por el diseño visual de un gran chef cocinero7, integra a la vez el logo, la tipografía de los menús, la composición visual de los platos, la selección de los ingredientes y algunos elementos del paisaje de la región de Aubrac. Cuando Jacques Theureau8 describe una situación de trabajo y un operador en actividad, «integra», igualmente, en el objeto de análisis, los actos, las relaciones entre actores, las consignas y los usos, la estructura de las máquinas y de las interfaces de los programas informáticos.

Greimas hacía notar en un desarrollo de la entrada «Semiótica» del Diccionario I9, que las semióticas-objetos que uno escoge para el análisis no coinciden obligatoriamente con las semióticas construidas que de ellas resultan: estas últimas revelan que pueden ser o más estrechas o más amplias que las primeras. En suma, con relación a una semiótica-objeto dada, la semiótica construida puede aparecer como «intensa» (concentrada y focalizada) o como «extensa» (ampliada y englobante). Por lo que se refiere a los objetos materiales, por ejemplo, podemos encontrar tanto la versión «intensa» (el objeto formal como soporte de inscripciones o de huellas) como la versión «extensa» (el objeto material como un actor entre otros de una práctica semiótica): la versión «intensa» apunta hacia el nivel de pertinencia inferior, porque focaliza las condiciones de inscripción del texto, mientras que la versión «extensa» apunta hacia el nivel de pertinencia superior, el de la práctica englobante.

Por tanto, de lo que hay que esforzarse por dar cuenta es de la relación que se establece entre las semióticas construidas «intensas» y «extensas», identificando y articulando sus niveles de pertinencia respectivos. Como ocurre en la mayor parte de las ciencias en movimiento, el objeto de análisis no es en la semiótica predefinido por los desgloses disciplinarios académicos, sino construido por la práctica del análisis y por la teoría que la guía. Y por esa razón la extensión de los objetos de análisis no contradice el principio de inmanencia.

Por lo demás, sea en los límites del texto, sea en las exploraciones extra-textuales, el principio de inmanencia ha revelado una gran potencia teórica, porque la restricción que impone al análisis es una de las condiciones necesarias de la modelización y, por consiguiente, del enriquecimiento de la propuesta teórica global: sin el principio de inmanencia, no hubiera habido teoría narrativa, sino una simple lógica de la acción aplicada a motivos narrativos; sin el principio de inmanencia, no hubiera habido teoría de las pasiones, sino una simple impostación de explicaciones psicoanalíticas; sin el principio de inmanencia, no habría semiótica de lo sensible, sino solamente una reproducción o una adaptación de los análisis fenomenológicos.

El principio de inmanencia, pues, no solamente impone un límite al campo del análisis, sino que constriñe también el conjunto de los procedimientos de modelización. A ese respecto, diversas opciones están abiertas: uno puede considerar, en una versión «objetal» y «estática», que las articulaciones significantes están en cierto modo depositadas en el objeto, en sus estructuras, en sus formas, y que el análisis consiste en descubrirlas y en explicitarlas en meta-lenguaje; uno puede también pensar en una versión «subjetal» y «dinámica», y que las articulaciones significantes son hechas únicamente por el analista, quien las proyecta sobre el objeto. Una y otra versión son insatisfactorias, y no resulta útil retomar aquí toda la gama de objeciones y de críticas; ya tendremos ocasión más adelante de reactivar algunas de ellas.

Globalmente, ninguna de esas opciones permite comprender cómo un «modelo» puede extraerse de la práctica interpretativa, cómo las estructuras propias de un objeto pueden encontrar los modelos que conlleva el analista mismo. En suma, no permiten comprender en qué puede interferir el análisis concreto con la teoría y con los modelos establecidos, de qué manera puede confirmarlos o debilitarlos, o incluso modificarlos. Es necesario, pues, imaginar una tercera opción, capaz de dar cuenta de ese «encuentro» que debe producirse en los límites del análisis inmanente.

Como complemento del principio de inmanencia, se perfila una hipótesis fuerte y productiva, según la cual la praxis semiótica (la enunciación «en acto») desarrolla por sí misma una actividad de esquematización10, una «meta-semiótica interna»11 siempre en construcción, a través de la cual podemos «captar» el sentido. Se supone que el análisis se ajusta al modus operandi de la producción del objeto significante, que en él encuentra y allí «se amolda» a sus direcciones y a sus articulaciones de tal modo que pueda reconstruir la estructura y explicitarla en un meta-lenguaje. Sin esta hipótesis, el análisis inmanente sería en gran medida insignificante, oscilando entre la proyección de modelos preestablecidos y fijados, y pretendidas estructuras depositadas en el objeto. En suma, si no superamos, al menos implícitamente, que el texto, en su enunciación, «propone» algún modelo que construir, en interacción con la actividad de interpretación y con los modelos de los que ella misma es portadora, el análisis solo se encontraría consigo mismo, y se contemplaría indefinidamente sin ninguna ganancia heurística.

Ahora bien, el poder heurístico del análisis semiótico radica justamente en el hecho de que aporta al mismo tiempo más de lo que el objeto del análisis da a captar intuitivamente y más de lo que dan los modelos establecidos mismos. Ese suplemento heurístico hace toda la diferencia, y puede justamente suscitar por facilidad la tentación de apelar al contexto: configurando el análisis a partir del contexto12, se logra en efecto, a buen precio, un «suplemento» de aplicación, pero que no es justamente el de la heurística semiótica. En inmanencia, necesitamos postular una actividad de modelización inherente a la praxis enunciativa misma13.

Todas las lingüísticas y todas las semióticas que han renunciado al principio de inmanencia se presentan en dos ramas: una rama fuerte cuando afrontan directamente su objeto, y una rama débil y difusa cuando solicitan lo que ellas llaman el «contexto» de su objeto. Proponer una semiótica de las prácticas no consiste, pues, en sumergir un objeto de análisis cualquiera en su contexto, sino, por el contrario, en integrar el contexto en el objeto para analizar, sacando todas las consecuencias del hecho de que, semióticamente hablando, el contexto no se sitúa «ni por encima ni por debajo, sino en el corazón mismo del lenguaje»14.

Todo parece indicar que la limitación del objeto de la disciplina semiótica únicamente al texto, de una parte, y el principio de inmanencia impuesto al objeto de análisis de otra, solo hubieran sido confundidos por meras razones tácticas, por pura comodidad y por reacción a las prácticas de análisis dominantes, en los momentos en que el análisis estructural se esforzaba por distinguirse y por afirmarse como una alternativa metodológica. Y el desarrollo de la investigación semiótica denunció de hecho esa confusión táctica.

Si se hace hoy la hipótesis de que el principio de inmanencia no implica necesariamente una limitación del análisis a solo el texto, entonces hay que redefinir, sin esperar más, la naturaleza de eso de lo cual se ocupa la semiótica, no solamente en extensión, como ya es el caso, de hecho, sino también en comprensión, por derecho. El principio de inmanencia es indisociable, como ya lo hemos señalado, de la hipótesis de una actividad de esquematización y de modelización dinámica interna de las semióticas-objetos, y el área de actividad inmanente de esa esquematización debe indicarnos, en cada caso, los límites del dominio de pertinencia, y no una decisión a priori y táctica que focalice únicamente el texto.

La semiótica se ocupa de «semióticas-objetos», de conjuntos significantes cuya pertinencia está restringida a la vez por reglas de construcción del plano de la expresión, y por el punto de vista a partir del cual se encara la estructuración del plano del contenido.

Desde un punto de vista metodológico, la cuestión se plantea también en estos términos: dado un conjunto significante cualquiera, ¿el análisis de tal conjunto puede ser continuo, o encuentra discontinuidades? Todas las lingüísticas han enfrentado, explícita o implícitamente, esta cuestión. Benveniste, por ejemplo, introduce un principio de integración15, desde el fonema a la frase, pero considera que a partir de esta última, el análisis cambia de estatuto, y que hace falta entonces apelar a una semántica del discurso. De la misma manera, la distinción entre dos niveles de pertinencia en el análisis semiótico aparece, al término de un análisis continuo, cuando el análisis franquea el umbral de una discontinuidad en el proceso del análisis mismo. Y si el conjunto significante que uno elige, por ejemplo la semioesfera en Lotman, es una cultura entera, ese principio de discontinuidad en el análisis es tanto más necesario para distinguir los diferentes planos de inmanencia.

Hoy, pues, debemos distinguir cuidadosamente: (i) el principio de inmanencia. Esta distinción ha estado suspendida por largo tiempo debido a la manera como antaño fueron fijados dichos límites, provisionales y arbitrarios, al texto-enunciado. Porque, si es verdad, como afirma Hjelmslev, que los datos del lingüista se presentan como «texto», eso no es cierto para el semiótico, quien tiene que hacer también con «objetos», con «prácticas» y con «formas de vida» que estructuran zonas enteras de la cultura. La apelación al contexto en esas condiciones no es más que la confesión de una limitación pertinente de la semiótica-objeto analizada, y, más precisamente, de una inadecuación entre el tipo de estructuración buscado y el nivel de pertinencia escogido.

El acercamiento semiótico a las prácticas debe, por consiguiente, responder a la vez a una exigencia concreta, la de incorporar nuevos campos de investigación, y a un imperativo epistemológico, el de la definición de los límites de su propia inmanencia. Por esa razón, el estudio que aquí se propone, consagrado a las prácticas semióticas, comprenderá tres conjuntos sucesivos, no sin algunas superposiciones: (i) un primer conjunto donde las prácticas serán definidas y situadas como uno de los planos de inmanencia del análisis semiótico, entre otros, dando por entendido que, entre esos diferentes planos, el análisis no puede ser más que discontinuo; (ii) un segundo conjunto donde las prácticas serán exploradas en su diversidad, y comparativamente, a fin de extraer progresivamente su organización específica, en cuyo interior puede tener curso un análisis continuo; y finalmente (iii) un tercer conjunto en el cual serán examinadas algunas de las dimensiones propias del plano de inmanencia de las prácticas.

Capítulo I

Niveles de pertinencia y planos de inmanencia

Signos, textos, objetos, prácticas, estrategias y formas de vida

LAS PRÁCTICAS, UN NIVEL DE PERTINENCIA ENTRE OTROS

Si partimos de la existencia semiótica, por tomar una expresión cara a A. J. Greimas, en la medida en que se destaca sobre el fondo del «horizonte óntico», ese plano existencial, una vez modalizado (virtualizado, actualizado, etcétera), es segmentado en niveles de análisis, y cada uno de esos niveles convertido en «contenidos de significación» se articula respectivamente en estructuras elementales, en estructuras actanciales y narrativas, en estructuras modales, temáticas, figurativas, etcétera. Cualquiera que sea el estatuto que se otorgue a esa declinación de niveles de articulación, así como a los recorridos que los reúnen, se trata en todos los casos de los «niveles de pertinencia» para un análisis del plano del contenido. Y como el análisis no puede ser continuo de un nivel a otro, Greimas postuló la existencia de conversiones entre niveles, conversiones que, como se sabe, crearon un serio obstáculo para la validación definitiva del recorrido generativo de la significación.

En cambio, por lo que se refiere a los niveles pertinentes del plano de la expresión, nada es más claro hoy en día. Se supone que, para comenzar, es necesario apoyarse en los modos de lo sensible, en el aparecer fenoménico y en su esquematización en formas semióticas, aunque eso no basta para definir los niveles de análisis y, más precisamente, la jerarquía de las semióticas-objetos constitutivas de una cultura.

Pero partir del «aparecer» de los fenómenos que se ofrecen a los diversos modos de la captación sensible, es definir ya un plano original para el plano de la expresión: se admite con eso en cierto modo que el plano de la expresión presupone una experiencia semiótica1, y la solución que podría resultar de ahí consistiría en preguntarse acerca de los niveles de pertinencia de esa experiencia, indagando bajo qué condiciones pueden ser convertidos en «planos de inmanencia» para el análisis semiótico. Una regla muy simple puede ser formulada desde ahora a este respecto: un plano de experiencia puede ser convertido en un plano de inmanencia si y solo si da lugar a la constitución de una semiótica-objeto, dicho de otro modo, si hace aparecer la posibilidad de una función semiótica entre un plano de la expresión y un plano del contenido.

De los signos a los textos-enunciados

En la historia reciente de la semiótica, a lo largo de la década de 1970, se efectúa el tránsito de una semiótica del signo a una semiótica del texto. Definir como nivel pertinente del análisis semiótico el signo o el texto es decidir la dimensión y la naturaleza del conjunto expresivo que ha de tomarse en consideración para operar las conmutaciones, las segmentaciones y las catálisis que descubrirán los significados y los valores.

En un caso, esa dimensión es la de las unidades mínimas (los signos o las figuras), las unidades constitutivas serán principalmente los formantes y los rasgos distintivos, y en el otro caso, el «conjunto significante» es un texto-enunciado, cuyos elementos constitutivos son las figuras y las configuraciones.

Ese salto metodológico ha sido presentado sin ningún motivo como un «progreso», y como una línea divisoria entre dos tipos de semiótica. Es cierto que esas dos perspectivas de análisis están en relación jerárquica, pero esa jerarquía no es de «más» o de «menos» científica; es simplemente una diferencia de nivel de captación del plano de la expresión, y más ampliamente, de delimitación de la semiótica-objeto que se pretende estudiar. Si progreso hay, no consiste en el cambio de nivel de pertinencia, sino en el cambio de estrategia teórica: el análisis de los signos y de las figuras, sobre todo en su versión peirciana, parecía condenado a una taxonomía proliferante y estéril, mientras que el análisis de los textos y de los discursos ofrecía la posibilidad de orientarse hacia las estructuras sintácticas de los procesos significantes, sin obsesión clasificatoria. La evolución reciente de las semióticas peircianas, especialmente en Eco, muestra bien que ese reparto de roles no es intangible, y la mayor parte de los grandes paradigmas teóricos han sufrido, en épocas diferentes, los mismos saltos metodológicos entre «niveles de pertinencia».

Si uno se pregunta por las experiencias subyacentes en cada uno de esos dos niveles, se trata, en el primer caso, el de los signos, de seleccionar, identificar, reconocer figuras pertinentes, formantes que las componen y rasgos que las distinguen. Desde el punto de vista del plano de la expresión, la pertinencia de las unidades mínimas obedece, como es sabido, a las operaciones de sustitución y de conmutación: la primera designa la operación que recae sobre los formantes de la expresión, y la segunda designa la conjugación de la operación sobre la expresión con sus efectos sobre el plano del contenido. El tránsito desde los actos de selección, de identificación, de reconocimiento, etcétera, a las operaciones de sustitución / conmutación corresponde muy precisamente a la conversión entre un nivel de experiencia sustancial, de una parte, y un plano de inmanencia semiótica, de otra parte. El criterio estructural de pertinencia asegura dicha conversión.

En el segundo caso, el del texto-enunciado, se trata de captar una totalidad que se ofrece como un conjunto compuesto de figuras, bajo la forma material de datos textuales (verbales o no verbales), y que uno se esfuerza en interpretar: no se trata ya de identificar y de reconocer, sino de atribuir una dirección significante, una intencionalidad. La construcción del plano de inmanencia supone también una operación específica complementaria: hay que pasar de la experiencia de la coherencia y de la totalidad significante a la construcción de las isotopías del plano de la expresión, las cuales suscitarán la «presunción» de las isotopías del contenido2.

En suma, en el primer caso, las mutaciones que afectan a los formantes y a los rasgos de la expresión implican mutaciones sémicas en el plano del contenido, mientras que en el segundo caso, las mutaciones de la expresión textual implican mutaciones en las isotopías del contenido.

He aquí, pues, dos niveles de la experiencia, de los que se derivan dos tipos de entidades pertinentes y dos planos de inmanencia: la experiencia figurativa (e icónica), por un lado, de la que se extraen como magnitudes pertinentes de la expresión signos, y por otro lado, la experiencia textual3 (e intencional-interpretativa) de la que se extraen como magnitudes pertinentes de la expresión textos-enunciados.

Una de las consecuencias más espectaculares de ese cambio de nivel de pertinencia es la invención de la «dimensión plástica» de las semióticas-objetos, y principalmente de las «imágenes».

Si uno selecciona, en efecto, como nivel de pertinencia de las imágenes el de las unidades significantes elementales, signos o figuras de representación, todos los aspectos sensibles de la imagen son remitidos a la sustancia, o sea, a la materia del plano de la expresión, y dependen entonces de un estudio de la historia de las técnicas, de las prácticas y de las estéticas de la producción; en el mejor de los casos, y desde el punto de vista de la historia del arte, esos aspectos sensibles y materiales podrán, si presentan alguna regularidad, ser atribuidos a un «estilo».

Sin embargo, el tránsito al nivel de pertinencia superior, el del «texto-enunciado», integra todos o parte de esos elementos sensibles en una «dimensión plástica», y el análisis semiótico de esa dimensión textual puede reconocerle o atribuirle directamente formas de contenido, axiologías y hasta roles actanciales. En suma, los elementos sensibles y materiales de la imagen no resultan pertinentes desde un punto de vista semiótico más que en un nivel superior, es decir, en el momento de su integración en «texto-enunciado».

La construcción de la dimensión plástica obedece estrictamente al recorrido señalado más arriba: a la experiencia holística de la coherencia visual sucede la construcción de las isotopías del plano de la expresión, las cuales, a su vez, proporcionan la «presunción» de las isotopías del contenido.

Del texto al objeto

Un «texto-enunciado» es un grupo de figuras semióticas organizadas en un conjunto homogéneo gracias a su disposición sobre un mismo soporte o vehículo (uni-, bi-, o tri-dimensional): el discurso oral es uni-dimensional, los textos escritos y las imágenes son bi-dimensionales, y la lengua de los signos, tri-dimensional. Globalmente, el texto-enunciado se da a captar, por el lado de la expresión, a la vez como una red de isotopías, y, en razón de la organización, por lo general tabular, de dicha red, como un dispositivo de inscripción, si se acepta darle a «inscripción» una vasta extensión.

En resumen, la experiencia de las totalidades coherentes, las de los «textos-enunciados», da lugar a un plano de inmanencia con dos faces y una doble morfología:

(i) una faz formal (faz 1) destinada a la acogida coherente de las figuras-signos del nivel inferior, que es la faz «isotopante», y

(ii) una faz sustancial (faz 2) que hará con las figuras-signos un aporte sobre un soporte-objeto, que constituye el «dispositivo de inscripción».

Por consiguiente, el texto-enunciado reclama, en el nivel de pertinencia superior, un «soporte» de inscripción, que tendrá el estatuto fenoménico (por el lado de la experiencia) de un «cuerpo-objeto»4.

Los «objetos» son estructuras materiales tridimensionales, dotadas de una morfología, de una funcionalidad y de una forma exterior identificable, cuyo conjunto está «destinado» a un uso o a una práctica más o menos especializados.

Un ejemplo permitirá ilustrar concretamente cómo se hace la integración del texto en el objeto, y por qué ese desplazamiento exigirá otro, hasta llegar a la práctica. Se trata de las tabletas de arcilla de contenido comercial, jurídico o político que circulaban en el antiguo Medio-Oriente5; entre esas tabletas, algunas no estaban destinadas al intercambio comunicacional, sino al archivamiento institucional:

– la tableta contiene entonces el texto del contrato comercial o del tratado diplomático, así como el sello que los legitima;

– pero está colocada en una envoltura de arcilla sellada, sobre la cual está inscrito el resumen más o menos extenso del texto ya presente en la tableta misma.

La envoltura es sellada por el proponente en presencia del destinatario, y no podrá ser rota más que por un actor «legítimo», una de las partes en presencia, o un tercer árbitro, juez o administrador. Además, la envoltura no es rota más que en caso de impugnación de una de las partes. A lo largo de la duración del contrato y del programa que él contiene, y por el tiempo que las partes se consideren satisfechas, el contenido solo es accesible a través del resumen que permite gestionar el archivamiento y controlar los trayectos del objeto en el curso de eventuales manipulaciones. El acto que consiste en tomar conocimiento de la propuesta, y que conduce a un eventual arbitraje, coincide con la apertura de la envoltura (del sobre).

La tableta porta, pues, el texto-enunciado de la propuesta, así como eventuales marcas de enunciación enunciada, pero su envoltura manifiesta y predetermina directamente los roles y los actos enunciativos requeridos: es sellada para restringir el campo de los destinatarios, y no será abierta más que por aquel que tenga la competencia para zanjar un eventual diferendo.

Es necesario, pues, en ese caso, articular conjuntamente, de un lado, la lectura y la interpretación del texto escrito, y del otro, la manipulación del objeto-soporte, que es una de las fases de la interacción enunciativa entre los participantes de ese intercambio.

El caso es particularmente interesante por el hecho de que el mismo texto (más o menos extenso o condensado) está inscrito en dos partes diferentes del objeto-soporte, en la tableta y en el sobre-envoltura, y que esa duplicación del objeto y de la inscripción permite engastar dos prácticas y dos temáticas del proceso diferentes:

• la propuesta / aceptación / realización del contrato, por un lado (inscripción en la tableta), y

• la validación / archivamiento / verificación, por otro (inscripción en la envoltura).

En otros términos, no es el contenido del texto el que permite hacer la diferencia entre los dos tipos de interacciones enunciativas, sino la naturaleza del soporte y las modalidades de la inscripción, y, en la ocurrencia, la doble morfología del objeto de escritura.

El objeto de escritura cumple a ese respecto dos roles: por un lado, es el soporte del texto (superficie de inscripción), y por otro, es uno de los actores de las prácticas semióticas; además, su morfología heterogénea, que determina la manera como eso se capta, contribuye a la modalización de las dos series de actos, el de la inscripción y el de la práctica:

• en cuanto soporte, en efecto, modaliza y restringe el sistema de las inscripciones;

• en cuanto objeto material, presenta algunas propiedades de consistencia, de solidez relativa, que modalizan las prácticas entrevistas, ya que ellas imponen una praxeología específica para el cumplimiento de actos enunciativos, como la demanda de validación o de invalidación, la verificación y la decisión jurídica.

Vemos aparecer entonces aquí otro nivel de pertinencia, reclamado por algunas propiedades de los cuerpos-objetos: el de las prácticas, aquí prácticas de escrituras, prácticas comerciales, prácticas de manipulación de objetos6.

La experiencia de los objetos es la de los «cuerpos materiales», destinados a un doble uso (soportes de huellas y manipulaciones prácticas) y la experiencia de esos cuerpos-objetos se convierte en formas de expresión que constituyen su plano de inmanencia específico. La morfología de los cuerpos-objetos tiene, pues, dos faces:

• por un lado (faz 1), una forma sintagmática local (la superficie o el volumen de inscripción), susceptible de recibir inscripciones significantes (en cuanto soporte de «textos-enunciados») y

• por otro lado (faz 2), una sustancia material que les permite cumplir un rol actancial o modal en las prácticas en el nivel de pertinencia superior.

En suma, aunque los objetos se den a captar en su autonomía material y sensible, su funcionamiento semiótico es inseparable tanto del nivel de pertinencia inferior (los textos-enunciados), como del nivel de pertinencia superior, el de las prácticas.

El caso de los objetos ilustra bien el principio sobre el que reposa el conjunto del recorrido considerado: un principio de integración progresivo por medio de estructuras enunciativas. En efecto, el texto-enunciado presenta dos planos de enunciación diferentes: (i) la enunciación «enunciada», inscrita en el texto y sobre la tableta, y (ii) la enunciación presupuesta, que sigue siendo virtual e hipotética. Es entonces el objeto-soporte con su tableta para inscribir y con su envoltura para sellar y romper la que va a «encarnar» y manifestar por sus propiedades materiales, el tipo de interacción enunciativa pertinente (aquí: proponer / aceptar / después: impugnar / verificar / arbitrar).

Abreviando, el objeto-soporte de escritura integra el texto proporcionando una estructura de manifestación figurativa a los diversos aspectos de su enunciación. Respecto al texto-enunciado, esas propiedades del objeto-soporte serán interpretadas como enunciativas; pero en cuanto tales, podrán ser objeto de un análisis que recorre el conjunto de los niveles del recorrido generativo del contenido (estructuras elementales, actanciales, modales, etcétera).

Por lo demás, en cuanto cuerpo material, ese objeto está destinado a prácticas y a los usos de esas prácticas, que son ellos mismos «enunciaciones» del objeto. A ese respecto, el objeto mismo no puede portar más que trazas de esos usos (inscripciones, desgaste, pátina, etcétera), es decir, «huellas enunciativas», mientras que su «enunciación-uso» permanece, en lo esencial y globalmente, virtual y presupuesta: es necesario también ahí pasar al nivel superior, el de la estructura semiótica de las prácticas, para encontrar manifestaciones observables de esas enunciaciones.

Estas observaciones permiten iluminar dos aspectos de la jerarquía de los niveles de pertinencia:

(i) ante todo, cada tipo de semiótica-objeto es a la vez el lugar donde el análisis encuentra una discontinuidad, puesto que para cada uno de ellos se establece una nueva función semiótica (entre expresión y contenido), y existe entonces la posibilidad de correlacionar el plano de la expresión con un plano del contenido identificable, que toma decisiones acerca de ella;

(ii) a continuación, en cada tipo de semiótica-objeto, se pueden observar dos «faces» distintas: una (faz 1) para acogida del nivel inferior; otra (faz 2) para integrarse al nivel superior; la faz 1 es formalizada en su nivel propio; la faz 2 no es más que sustancial, y no será formalizada sino en el nivel superior.

La reunión de una forma (faz 1) y de una sustancia (faz 2) corresponde a la manifestación: la faz 1 es la manifestada a través de una sustancia, la faz 2 no será una forma de expresión hasta integrarse al nivel de pertinencia superior. Esta sugerencia permite operacionalizar el concepto de manifestación, haciendo que participe explícitamente, en cuanto interfaz, en el recorrido de integración entre planos de inmanencia.

Las escenas prácticas

Una situación semiótica es una configuración heterogénea que reúne todos los elementos necesarios para la producción y para la interpretación de la significación de una interacción comunicativa.

Por ejemplo, para comprender la significación de las inscripciones jeroglíficas monumentales de Egipto, no basta con descifrar el texto, ni siquiera con apreciar el tamaño y la disposición (vertical): es necesario además tomar en cuenta en tal situación los elemento específicos de una comunicación con los dioses, la cual se manifiesta en particular por la altura y las proporciones de las inscripciones7.

Debe quedar claro que la situación no es el contexto, es decir, el entorno más o menos explicativo del texto, que sería en tal caso considerado como el único nivel de análisis pertinente. Una situación es un tipo de conjunto significante distinto del texto, otro nivel de pertinencia.

Lo que llamamos situaciones semióticas, siguiendo a Landowski, no puede en la mayor parte de los casos ser objeto de un análisis continuo, y hace falta entonces estatuir sobre esa discontinuidad del análisis, y tomar en consideración dos dimensiones distintas y jerarquizadas. Hacer la experiencia de una situación puede entenderse de dos maneras:

(i) sea como la experiencia de una interacción con un texto, vía sus soportes materiales (es la situación conocida, en general, a falta de mejores términos, como «situación de comunicación»), o con uno o varios objetos, que se organizan en torno a una práctica;

(ii) sea como la experiencia del ajuste entre varias interacciones paralelas, entre varias prácticas, complementarias o concurrentes (en ese caso, se trata de la situación-coyuntura, que reúne el conjunto de prácticas y de circunstancias pertinentes).

Esa es la razón por la cual nosotros no mantendremos aquí la noción de situación, ya que no puede ser objeto de un análisis continuo, y la remplazaremos en adelante por dos niveles de pertinencia distintos: las escenas prácticas por un lado, y las estrategias, por otro.

La experiencia semiótica en la que se basa el nivel de pertinencia de las prácticas es la que resume la expresión «en acto», ampliamente difundida en el discurso de la semiótica en los últimos diez años: «enunciación en acto», «semiosis en acto», «significación en acto», remiten, en general, a una concepción de la significación que se considera dinámica (parece que la mayor parte de semióticos no tienen ninguna dificultad en preferir un «estructuralismo dinámico» a un «estructuralismo estático»!) y que se interesa más por los procesos de construcción y de emergencia de la significación que por sus resultados. Pero «en acto» puede también servir de fácil coartada para propuestas semióticas sin más originalidad que la de designar un problema a tratar o un programa de investigación.

Ese «en acto», sin embargo, no puede observarse, lamentablemente, en las semióticas-objetos donde se pretende reconocerlo. La significación «en acto» imputable por análisis a un texto no puede ser rigurosamente observada ni captada, ni de hecho ni de derecho, más que en el nivel de las prácticas y no en el de los textos-enunciados propiamente dichos. En el nivel de pertinencia de los textos, el «en acto», no pertenece, en el mejor de los casos, más que a la sustancia, y en el peor, a la especulación animista. Es, pues, la experiencia del «en acto» (de la actividad viviente y vivida) la que dará lugar, por esquematización, al plano de inmanencia de las «escenas prácticas».

Las prácticas, en efecto, se caracterizan principalmente por su carácter de proceso abierto, circunscrito en una escena: se trata, pues, de un dominio de expresión captado en el movimiento mismo de su transformación, pero que adquiere forma como escena (volveremos más adelante sobre el proceso de «escenarización» de ese dominio de expresión). Dicho proceso escenarizado solo es «pertinente» si establece una función semiótica con una estructura predicativa. Por consiguiente, por el lado del contenido, las prácticas se caracterizan por la existencia de un núcleo predicativo, una «escena» organizada en torno a un «acto» en el sentido en que, en la lingüística de los años sesenta, se hablaba de la predicación verbal como de una «pequeña escena»8. Esa escena se compone de uno o de varios procesos, rodeada por los actantes propios del macro-predicado de la práctica.

Dichos roles actanciales propios de ese macro-predicado pueden ser cumplidos entre otros: por el texto o por la imagen mismos, por su soporte, por elementos del entorno, por el usuario o por el observador (volveremos con más detalle posteriormente). La escena de la práctica consiste igualmente en relaciones entre esos diferentes roles, relaciones modales y pasionales, en lo esencial.

La utilización de utensilios (como el opinel*, según Jean-Marie Floch9