Princesa Trastornada - Isabella María Buzzelli - E-Book

Princesa Trastornada E-Book

Isabella María Buzzelli

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Beschreibung

Descubre un viaje de autodescubrimiento y superación personal. En esta obra, la autora comparte su experiencia íntima con el Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), ofreciendo una visión profunda y realista de los desafíos y triunfos enfrentados. Este libro es un recurso invaluable tanto para aquellos que viven con TOC como para sus familias y seres queridos que desean comprender y apoyar mejor. Además, es una guía imprescindible para quienes buscan herramientas prácticas y consejos útiles para la vida, incluso para aquellos que no padecen directamente de TOC. "Princesa Trastornada" es una invitación a la esperanza, el entendimiento y el crecimiento personal, mas allá del diagnóstico.

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Isabella María Buzzelli

Princesa Trastornada

Buzzelli, Isabella María Princesa trastornada / Isabella María Buzzelli. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4840-5

1. Autoayuda. I. Título. CDD 158.1

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

El quiebre

El ser sensible

Carta del TOC para Isa

Diario de Isa

Martes con M de May

Carta de Exposición a Isa

El control

Desde los ojos de alguienque te ama

Biodecodificación

El TOC en forma de arte

Dudas emergentes en mediodel tratamiento

¿Qué aprendí del TOC?

Carta de Isa para TOC

Acerca de la autora

Créditos

Para mamá y papá.

Gracias por sostenerme tanto.

No podría haberlo hecho sin ustedes.

Este libro ha sido escrito desde la experiencia personal del autor y está destinado a proporcionar apoyo y concientización sobre el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) y la ansiedad. Todo el contenido teórico en relación a dichos trastornos ha sido minuciosamente investigado y revisado por profesionales capacitados en el campo. Sin embargo, es importante tener en cuenta que este libro no pretende reemplazar el consejo médico o el tratamiento profesional. En lugar de eso, busca complementar la orientación profesional al ofrecer perspectivas desde la experiencia personal y proporcionar información útil para pacientes con TOC y sus familias.

El quiebre

Retomando la lectura de una autobiografía parecida a la mía (luego de corroborar que la sintomatología no haya incrementado y que no se me esté “pegando” ningún síntoma) sentí un brillo melancólico y de tinte color angustia en el pecho mientras viajaba en bondi a las ocho y media de la noche en el medio de capital. Ya me había pasado antes: recordar aquel momento en que la vida se me escapó de las manos, aquel momento en el que dejé de vivir y me limitaba a sobrevivir. A existir sin vida. Que dramático todo. No me quiero victimizar. Me da un poco de culpa sabiendo que hay gente que probablemente la pasó, y la pasa, peor que yo. Pero también sería injusto no permitirme hablar de lo sucedido. De un instante a otro, mi vida se convirtió en un libro de reglas detallando extremos cuidados para así poder evitar catástrofes y tragedias, como así también no convertirme en sacrílega y una enemiga de Dios.

Tal como describió la cantante argentina Ro Vitale en su libro “TOCada”, no sé cómo sucedió esto. No entiendo cómo el monstruo despertó. Comprendo que ya había ciertos síntomas que comenzaron a manifestarse más frecuentemente al comenzar la facultad, pero la velocidad con la que avanzó este malestar y esta conducta vulnerable en cuestión de meses, me sigue sorprendiendo hasta el día de hoy. De repente me desperté en un mundo en donde el poder sobre el destino de los demás, y el mío también, descansaba a peso muerto sobre mis hombros. De repente me vi obligada a interpretar un papel parecido al de Dios, y extrañamente no se sintió en absoluto como estar en el Cielo. Fue el mismísimo infierno.

Pero, de algún lado tuvo que haber venido… ¿De dónde exactamente?

Antes de empezar a responder esto, me parece sensato aclarar de qué estoy hablando. Tengo trastorno obsesivo compulsivo. Muchos lo conocen como “TOC”. Tal vez hayan escuchado el término. O tal vez no. Quizás tienen una imagen del TOC como algo divertido, algo representativo de una persona, algo muy propio de ese sujeto. Malas noticias. Les mintieron. Pero no los culpo. Es lo que nos enseñaron a todos: que el TOC se elige, que de alguna forma se disfruta, y es tan solo una pequeña parte más de nuestra personalidad. Yo tampoco sabía que no era así hasta que me enfrenté cara a cara con él. Seguramente escucharon muchas veces la típica frase “Mi TOC es poner todos los cuadros derechos. No soporto verlos torcidos”, o “Mi vieja es re TOC. La casa está hecha un museo de lo ordenada que está. No para de limpiar y ordenar”, o hasta “Todos somos un poquito TOC. Y el tuyo, ¿cuál es?” Yo creo que todos hemos dicho alguna de esas frases, aunque sea una vez. O varias. ¿Y está mal? Técnicamente sí. Pero no me voy a poner a dar sermones ahora. No estoy en posición de retar a nadie. Más que nada porque seguramente yo también habré dicho alguna de esas frases. No lo recuerdo, pero es muy probable. Lo que sí voy a decir, es que la T que aparece en la sigla TOC se refiere a “trastorno”. Los trastornos no se eligen y tampoco son un aspecto de la personalidad.

Ahora bien, volvamos a la pregunta de antes; ¿de dónde vino mi TOC?

Si bien reconozco que la aparición de la sintomatología fue un proceso gradual, admito que el cambio de gravedad en la intensidad y lo perturbador del contenido mental aumentó drásticamente en cuestión de meses. Hacer las tareas cotidianas involucraban mucho tiempo invertido, más de lo que se consideraría “normal”. Desde grabar un video, hasta corregir la tarea de mis alumnos en la computadora era una tortura. Necesitaba hacer las cosas una equis número de veces, dependiendo de la situación, para así prevenir que algo malo pasara por no seguir mi “intuición”. Es decir, pensaba que, si aparecía ese malestar tras haber apagado la luz tres veces, necesitaba hacerlo un par de veces más hasta sentir que esa acción no tuviera ningún tipo de mala energía y pudiera causar algo negativo en el futuro. Repentinamente, se creó una conexión en mi mente que aceleradamente unía objetos o actividades del día a día con mis miedos más grandes. La mayoría de las cosas a mi alrededor actuaban como un gatillo encargado de hacerme la vida imposible. Al principio lo tomaba como un sacrificio que podía concederme una especie de imponencia, de victoria. Básicamente, creía que, al hacerme la vida imposible a mí misma, el Universo iba a tener compasión por mi inmolación. Claramente fue una conclusión errónea, ya que aquellos pensamientos perturbadores que presentaban contenido catastrófico relacionado con la muerte, con el destino, con la religión y hasta mis sueños y aspiraciones, no eran voluntarios, o sea, yo no elegía pensarlos.

Al principio, pensé en varias teorías posibles que puedan explicar aquello que me estaba sucediendo: estar poseída por el demonio, ser psicópata, o hasta no poder tener la capacidad de amar. Me animo a decir que empecé a odiarme al darme cuenta de que mi cuerpo era hogar para aquella oscuridad inmensa y, que, de alguna manera, yo lo había permitido.

Luego de un tiempo, comencé a buscar respuestas más científicas, ya que no podía concebir cómo de repente mi vida se había tornado en un báratro. Escribí los síntomas en Internet, y vi como a otra gente le sucedía lo mismo que a mí, o hasta peor. Algunos tenían reglas mucho más extremas, o estaban “obsesionados” con hacer o no hacer algo específico. Ahí estaba la clave: la obsesión. Me topé con el siguiente título: “Magical Thinking OCD”, que se traduce como “TOC de pensamiento mágico”.

Sabía lo que era el TOC, pero me consideraba absolutamente ignorante en el tema, ya que no tenía idea de que aquel trastorno podría manifestarse más allá de los estigmas y estereotipos que mencioné antes. Le mandé un mensaje a mi mamá, y le comenté que creía haber encontrado la respuesta.

Sin intenciones de auto diagnosticarme, entré en un ciclo compulsivo de búsqueda acerca de este trastorno. Si bien no estaba segura de si realmente eso era lo que estaba sucediendo en mi cerebro, el simple hecho de ver que había otras personas que tenían un discurso extremadamente parecido, de alguna manera hizo que el alma me vuelva al cuerpo. Sin embargo, me encontraba en un limbo: si aquello que me pasaba no tenía un nombre, entonces significaba que debía volver al casillero uno y comenzar el camino de búsqueda nuevamente, o peor, aceptar el hecho de que estaba endemoniada de fábrica. Por otro lado, si me diagnosticaban con trastorno obsesivo compulsivo, significaba que iba a tener que cargar con un trastorno mental crónico, y tener que afrontar mi vida de una manera distinta a los demás. Significaría vivir en un cuerpo de vidrio, un hogar frágil y delicado, no apto para ciertos temas o imágenes, que amenaza con quebrarse en mil pedazos sin previo aviso.

En cuanto a qué lo desató, es probable que nunca se sepa, no solo en mi caso, sino que, de acuerdo con los profesionales, tampoco es claro en la gran mayoría de personas diagnosticadas. Hay una gran cantidad de estudios que analizan la alta probabilidad de que se trate de una causa genética. En este caso, uno carga con el trastorno desde el nacimiento y puede comenzar a manifestarse, en general, durante la infancia o en los primeros años de la adultez. Si bien el TOC puede, por así decirlo, “aparecer” en cualquier momento de la vida, es más común que se presente en las dos etapas mencionadas anteriormente. Mi psicóloga me dijo que, cuando somos chicos, tenemos un nivel de superstición alto, y que se toma desde el lado lúdico, por ejemplo, jugar a que el piso es lava, o no pisar las rayas blancas en la calle. Cuando uno va creciendo, se deshace de esas supersticiones de supervivencia y adopta otras relacionadas a las creencias sociales. Sin embargo, la gente con TOC nunca se deshace completamente de esas supersticiones tempranas, sino que perduran en el tiempo. Mi sintomatología comenzó a manifestarse notoriamente a los 18 años, y me diagnosticaron a los 22. Hoy en día puedo fácilmente identificar comportamientos en años anteriores a los mencionados que claramente correspondían a una conducta obsesiva: sensaciones o hasta pensamientos que me recorrían el cuerpo aun siendo muy chica. Solía convivir con un sentimiento de ansiedad constante y en estado de alerta perpetuo. Me privaba de no ir a las casas de mis amigas a dormir por miedo a sentirme mal durante la noche, o hasta no salir los fines de semana por temor a que nos roben o nos maten en un asalto. Era muy pendeja, menos de 13 años, y ya estaba muerta de miedo por dentro. Sin embargo, dicha conducta no presentaba tal gravedad como para ser definida como incapacitante o limitante. Según mi psicóloga actual, este trastorno aparece ante un desbalance químico en el cerebro que agrava la sintomatología. El factor emocional también podría llegar a tener algo que ver en la aparición repentina de esta enfermedad crónica.

Si bien mi conducta obsesiva se había intensificado durante la pandemia por todos los protocolos que ese contexto nefasto requería, mi salud mental no parecía, en lo que a mí respectaba, estar en juego o alarmarme de tal manera como para volver a recurrir a mi psicóloga, a quién no veía desde principios de 2020 por el simple hecho de no confiar en la terapia virtual. Honestamente, viéndolo desde este panorama, admito que no fue una buena decisión no volver a terapia, pero tampoco creo que hubiese cambiado mucho el hecho de lo que iba a suceder en un año. Nunca me percaté de ese comportamiento obsesivo como algo peligroso, sino que solamente lo consideraba molesto. Jamás se me hubiese cruzado por la cabeza charlar con mi psicóloga acerca de mi asco por el número dos o cuatro o acerca de tener que repetir ciertas acciones hasta no sentir malestar. Creo que era una batalla que debía enfrentar tarde o temprano, y hoy, desde una Isa actualizada, puedo decir que de alguna forma “agradezco” haber pasado por semejante tortura.

Me desmoroné emocionalmente en mayo 2021 más o menos. Estaba armando un proyecto musical muy lindo y soñado con un equipo muy capaz. Todo iba bien, y hasta parecía ser demasiado bueno para ser verdad. Un día, el productor, que era más chico que yo, decidió no trabajar conmigo. Supuestamente, mis canciones y mi gusto musical no coincidían con el suyo, así que no se sentía cómodo al ayudarme a grabar mi arte. No lo tomé personal desde el lado de sus gustos o los míos, pero me hice pedacitos al ver que ya casi lo tenía todo, y se fue. De nuevo, mirándolo desde el punto de vista actual, agradezco al Cielo que eso haya sucedido. Soy muy partidaria de la debatible, y un tanto polémica creencia que afirma que todo pasa por algo, y cada vez tengo menos dudas al respecto. No obstante, esa situación me destruyó - no al instante, sino gradualmente. Yo creo que fue en ese momento en el que el TOC aprovechó para hacerse un lugarcito calentito y pasar el invierno cobijándose entre los sesos de mi cerebro y tapándose con aquellas redes de neuronas contaminadas por sus intrusiones disruptivas. Es como si me hubiese tomado desprevenida.

Cuando empecé con la lluvia de síntomas, me refugié en el paraguas de la terapia y de la distracción. Desde los 15 que voy a la psicóloga, pero, como mencioné anteriormente, en 2020 decidí no tener sesiones. Que mala idea. Allá por fines de Julio, la llamé nuevamente y le dije que quería volver a retomar, aunque sea virtualmente. Yo ya había buscado los síntomas con Doctor Google (muy poco recomendable) pero sorprendentemente, le había dado en la tecla. Sin embargo, necesitaba corroborarlo con un profesional, ya que uno jamás debería correr el riesgo que trae el autodiagnóstico. En la primera sesión le conté qué es lo que me estaba sucediendo, y le pregunté si había posibilidad de que sea TOC. Ella me dijo que había posibilidades de que lo sea, pero que no debería apresurarme en encontrar la respuesta. Si bien respetaba su visión, yo necesitaba urgentemente una confirmación, por sí o por no.

Un día de semana salí a caminar con mamá unas horas antes de entrar a trabajar. Había venido mi abuela a casa y me dijo que me notaba distinta y apagada. Eso me dolía, porque significaba que ya no era solamente un sufrimiento interno, sino que los demás también podían ver lo que estaba sucediendo dentro mío. La acompañamos a la Abu hasta la esquina, y fuimos a comprar algo a la avenida. Apenas se fue la Abu, empecé a llorar desconsoladamente. Tal crisis de angustia se manifestaba por primera vez en un espacio público. Le tenía miedo a la calle, a las compulsiones que se desataban por el simple hecho de salir. Me aturdían los ruidos incesantes de la avenida, y el ininterrumpido movimiento de la gente a mi alrededor.

Mamá decidió mandarle un mensaje a la psicóloga que solía atender a mi hermano porque se acordaba que era muy buena. Si mal no recuerdo, ese mismo día me dio turno presencial. Fui a su casa, y empecé a vomitar cada detalle de la sintomatología. Estuve una hora y cuarto con ella, y se sintió gratamente delicioso. Necesitaba hablar y hablar y hablar. Era lo único que quería hacer. En esa misma sesión le pregunté, “¿es un TOC?”, a lo que se rio, y asintió completamente convencida.“Si, es TOC”. En ese momento, sentí una mezcla de emociones. No sabía si estaba aliviada o preocupada. El alivio venía de la mano del saber qué es lo que realmente estaba pasando, es decir, darle una entidad, un nombre, a aquello que se expandía dentro de mi mente a pasos agigantados. Por el otro lado, la preocupación provenía de aquel miedo a un cambio radical, el terror a una vida nueva, la fobia a no volver a ser como antes. Ya para ese momento, estaba muy alejada de aquella mujer en la que me había convertido, y que me llevó tanto esfuerzo moldear. Estaba frágil, desanimada, pálida y triste. Todo a mi alrededor se convirtió en una amenaza.

Y acá estoy, otra niña estrella, más mujer que niña, pero suficientemente infantil para querer el mundo absoluto en sus manos y encapricharse cuando las cosas no llegan a ser como ella quiera que sean. Mujer perfeccionista, detallista, obsesiva, supersticiosa, ansiosa y compulsiva. Aquello deseado, aquello envidiado, aquello fuera del control humano, que linda pinta tiene. Es el simple hecho de participar de una carrera en donde se presenten todas las posibilidades habidas y por haber para así ser victoriosa. Posibilidades irreales, sin sentido, completamente irracionales, pero tentadoras. El destino no podía ser solo fabricado con nuestras manos o con las del mismísimo Dios, ¿no? Debía haber algún factor sobrenatural, un factor alienígena que enviara información al Universo al estilo radiactivo, y yo creía tener aquel poder.

TOC. Aprendí varias cosas de él, como que el trastorno obsesivo compulsivo está compuesto por pensamientos involuntarios e intrusivos que le generan un alto malestar a quien lo padece. Para bajar ese nivel de incomodidad, esa persona realiza rituales o compulsiones, las cuales son acciones determinadas y específicas, mentales o motoras, para disminuir drásticamente el nivel de ansiedad generada por dichos pensamientos.

También aprendí que tener TOC es una mierda.

Sencillo. Las personas que padecemos de este trastorno podemos, asimismo, tener “miedo” o evitar ciertas cosas, como colores, números, palabras o imágenes que nos resultan perturbadoras por algún motivo o que pongan en juego nuestra tranquilidad y paz mental. Estos comportamientos no son manías ni caprichos, sino que son síntomas de algo. Si bien los rituales o compulsiones son voluntarios, no significa que nos resultan placenteros de hacer. Las intrusiones, por otro lado, son absolutamente involuntarias. Entran a nuestra mente sin invitación y tratan de que les prestemos atención de alguna manera. Nos cautivan, nos hechizan, nos hacen creer que provienen de nuestra propia esencia, y es a partir de esa atención focalizada que nos sumergimos en un sentimiento de culpa constante. Todos tenemos pensamientos intrusivos y, obviamente, quienes padecemos TOC no tenemos esa exclusividad, pero la diferencia entre una persona sin TOC y una con TOC, es que aquella persona sin TOC puede olvidarse de aquel pensamiento bizarro en cuestión de minutos, mientras que la persona con TOC le otorga una entidad muy importante a aquel pensamiento y no descansa hasta encontrar el porqué de ese pensamiento y qué podría llegar a significar.

Una vez leí que el TOC presenta una sensación similar a tener a un niño revolcándose dentro del cerebro, encaprichado en conseguir todo lo que quiere y no aceptar un “no” como respuesta, y me pareció muy acertado. El TOC habla, y mucho. No se calla. Siempre tiene un comentario molesto acerca de todo. Una opinión que nadie le pidió. El TOC tiene mil caras, pero es siempre el mismo villano detrás de la careta.

El ser sensible

¿Por qué tengo que seguir sintiendo el mareo luego de una tormenta que ya pasó? Esa sensación de sobrevivir, de trauma marítimo, de náuseas constantes.

“No llores,” me dice con tono arrepentido. “No quiero que llores”

“No puedo controlarlo,” le respondo con una pequeña sonrisa. Sonrío porque, en cierta forma, ya acepté la fragilidad que corre entre las vías de mi esencia. Una vulnerabilidad que creció luego de ese desbalance químico que me convirtió en una princesa trastornada. Aquella susceptibilidad que siempre estuvo, pero que trepó hacia las copas más altas del sentir.

No soy yo quien controla los desencadenantes, los gatillos. Ya nada es tan claro, y al mismo tiempo y contradictoriamente, a veces lo es.

Nací un ser sensible, y evolucioné alcanzando una máxima conexión con mi mundo interno, una permeabilidad intensa y dolorosa, pero necesaria para seguir avanzando sin ser sometida a un dolor perpetuo. Soy un ser sensible, y mi mente es delicada. Mi inocencia y corazón no siempre pueden tolerar la realidad, o se dejan engañar por lo que sucede en mi cerebro: dejan que las vocecitas tomen el micrófono y se dirijan a cada átomo de mi cuerpo sin ningún tipo de filtro ni calidez. Ese hielo inexistente pero ardiente comienza a generar una ilusión de escarcha en las vías sanguíneas y me hace creer que ese frío me pertenece. Hay días en los que no me lo creo, y otros en los que sí. No elijo cuándo son los respectivos turnos de aquella dicotomía, sino que me atrevo a decir que mi mente decide por mí, y en base a esa elección, nace la respuesta con la que me manejo por el resto del día o semana.

Aprendí, o al menos eso intento hacer, a ser un ser sensible. Acepté la inestabilidad de la marea, y me entregué al hecho de que mi ego abismal y autoestima impenetrable resultaron tener una base venenosa y un tanto quebrada que consecuentemente repercute de forma contradictoria en el día a día, careciendo de una elección voluntaria.

Siento las emociones a flor de piel, las siento en la sangre. Mi hermana y mi mamá siempre me lo dijeron: Siento mucho. Cuando soy feliz, percibo un fuego en el pecho, tan adrenalínico, tan orgásmico que me aterra que sea efímero. Cuando lloro, siento que los músculos del alma, la cual imagino como una bola de energía en mi pecho, hace que mis costillas se desgarren en frío e inunden mi cuerpo de agua y sangre y así dificultando el simple hecho de caminar debido a las lagunas que se forman en mis pies. De esta misma manera, cuando me ataca esa sensación de infatuación, de enamoramiento repentino, todo se tiñe del color del pelo de esa persona, y mi completo alrededor me recuerda a ellos. Es aquella sensación agridulce que sobrevive simplemente a base de imaginación y escenarios ficticios. Ante una pérdida o una desilusión profunda, siento el pecho hecho de vidrio, y los ruidos se perciben más altos que antes. Es una hipersensibilidad en cada parte del cuerpo, que hasta aterra hacer movimientos bruscos por miedo a que algo ahí dentro se rompa.

Estuve viendo muchos documentales acerca del espectro autista e informándome mucho acerca de aquel trastorno. Algo que me llamó mucho la atención, es que las distintas personas con autismo que aparecían en esos programas definen el autismo de una manera muy similar: “Nuestro cerebro interpreta la realidad de una forma distinta a los demás.” Lo definen como algo similar a tener un software distinto. Aun cuando el espectro es grande y las personas que se encuentran dentro de él no son idénticas, en general pueden ser más sensibles a los distintos sentidos, ya sea audición o hasta tacto. Si bien no me encuentro dentro del espectro autista, pude sentirme identificada con aquella reflexión. El trastorno del espectro autista y el trastorno obsesivo compulsivo pueden tener ciertas similitudes, pero el hecho de ser sensible puede afectar a cualquier persona, padezca de un trastorno o no.

Los sensibles también interpretamos el mundo de forma distinta, tal vez no neurológicamente, pero es cierto. En general, todas las emociones tienen un trasfondo más profundo dentro nuestro, como si nosotros sintiéramos aquellas emociones en 3D mientras que los demás en 2D. También podemos sentirnos íntimamente conectados con la naturaleza. Nuestros lugares felices suelen involucrar animales, agua o viento, lugares rurales o marítimos. Creería que hablo por todos los sensibles al decir que no disfrutamos de multitudes ni de ruidos fuertes, y encontramos la paz en las cosas simples, como tomar una buena taza de té un viernes a las 10 de la noche en nuestra cama a punto de ver una película (que quizás ya hayamos visto millones de veces). Los seres sensibles buscamos esa sensación de hogar constantemente: en las personas que nos hacen bien y que vibran con nosotros, en esos lugares que pueden brindarnos placer y desconexión en simultáneo, en esas canciones, esas películas y series que nos llevan a otro planeta, no importa cuántas veces las hemos escuchado o visto. Tenemos varios hogares, y cada uno representa una emoción o necesidad distinta. No sé, tal vez estoy hablando más de los piscianos que de los seres sensibles.

En mi caso, el simple hecho de ser sensible y además cargar con un trastorno, me condiciona a ser así: a veces me despierto tan fuerte como una neurotípica, capaz de llevarme el mundo por delante y pasar el día en el cementerio de Recoleta, o escuchando historias de fantasmas. Sin embargo, otros días amanezco con una capa corporal de vidrio tan frágil que, con un simple soplo de viento, tiembla y se rompe, pero no en piezas tan chicas, ya que son esas mismas piezas las que luego vuelven a armarse. Es por esa razón que, la mayoría del tiempo, vivo con el miedo de que vuelvan a desmoronarse por milésima vez, sin ningún tipo de aviso, y así romper en un ataque de angustia porque alguien en la mesa estaba hablando de una casa abandonada en donde sucedían cosas paranormales.

A veces necesito que me tengan paciencia, que me enseñen a caminar devuelta o que me den unos días para acordarme cómo es que se hacía. A veces necesito que me den la manito, y que me guíen hacia dónde tengo que ir porque no veo, porque todo está distorsionado. Lo rosa es rojo y lo azul es negro. Tal como si fuese un daltonismo temporal, una alucinación contraproducente y molesta que, consecuentemente, activa los ciclos interminables e incesantes de la rumiación y debilita mi sentido común o la propia razón.

No alcanzaba con ser sensible, sino trastornada, tocada, que vivo mis días atrapada en un monólogo interno, una conversación constante con los sesos de mi cerebro.