5,99 €
La historia de la humanidad es rica, a través de miles de años, en eventos que han marcado esa historia. Hechos que han puesto una bisagra en el desarrollo de la humanidad y que señalan un antes y un después de los mismos. Cualquiera podría preguntarse cuál de esos eventos considera el más importante o el que ha provocado los cambios más profundos. Seguramente habría una inmensa diversidad de opiniones y un enorme abanico de hechos que son considerados así. Se trata obviamente de una materia muy opinable y todas las ideas son respetables. Luego de analizar largamente el tema, he llegado a considerar que el ascenso del nazismo al poder en la Alemania de 1933, y sus consecuencias más directas, el Holocausto (o la Shoa, en términos hebreos) y la segunda guerra mundial, constituye el proceso histórico más importante que ha vivido la humanidad. Antes de que el lector se sorprenda o, peor aún, se indigne, aclaro que "importante" no significa necesariamente "bueno" o "positivo". El análisis y explicación de lo que ha sucedido en ese corto período de tiempo, teniendo en consideración que tenemos miles de años de historia estudiada por el hombre, es, a mi entender, el mayor desafío de los historiadores y especialistas en el tema.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 741
Veröffentlichungsjahr: 2022
MARCELO ROLANDO BLANCO
LINEA 1 ISBNLINEA 2 ISBN.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN XXXXXXXXXXXXXXX
ANTEULTIMA LINEA ISBNULTIMA LINEA ISBN
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
PALABRAS PRELIMINARES
INTRODUCCIÓN
PARTE I Capítulo I Breve análisis de “mi lucha”
I.1) Las ideas sobre la democracia como forma de gobierno
I.2) La libertad de prensa
I.3) ¿Por qué el Partido se catalogaba como “Socialista”?
I.4) La idea sobre las masas
I.5) La lucha por el “espacio vital”
I.6) Las “Sturmabteilung”, o SA
I.7) El racismo
I.8) El antisemitismo
Capítulo II La plataforma política del nacionalsocialismo
II.1) Análisis de “los 25 puntos”
II.2) Manifiesto Oficial del Partido sobre la Posición del NSDAP con respecto a la población campesina y a la Agricultura (6 de Marzo de 1930)
capítulo iiibreve análisis de las conversaciones privadas de hitler. “de sobremesa con el führer”
III.a) El comunismo. El bolchevismo
III.b) La conquista del espacio vital. El lebensraum
III.c) La libertad de prensa
III.d) La política socialista
III.e) Las masas populares
III.f) El racismo
III.g) El antisemitismo
III.h) La religión. El Cristianismo
III.i) El ámbito del Derecho y la Ley
PARTE II Capitulo IV ¿Qué fue el nazismo? elementos que lo caracterizan
IV.1) Movimiento de masas
IV.2) ¿Fascismo? ¿Totalitarismo?
IV.3) El nacionalismo virulento. El necesario componente del odio. Las consecuencias de la paz de 1918
La puñalada por la espalda
El Tratado de Versalles
Cláusulas territoriales
Cláusulas militares, navales y aéreas
Cláusulas políticas
Cláusulas económicas
IV.4) Racismo. Eugenesia. Darwinismo social. La cacería de los propios alemanes. Las razas inferiores
La aplicación del racismo contra el pueblo alemán
El programa de eutanasia, Aktion T4
IV.5) Antisemitismo racial
El antisemitismo nazi
¿Intencionalismo o funcionalismo?
¿Antisemitismo económico?
IV.6) Antibolchevismo. ¿Alemania, la próxima Rusia?
IV.7) Anticristianismo. Anticlericalismo. El nazismo como pseudoreligión política
PARTE III Capítulo V Nazismo y derecho
Alguna legislación en particular
Normas generales para los alemanes (no dirigidas a regir en forma exclusiva a la comunidad judía)
La principal legislación antisemita
Ley de ciudadanía del Reich
Ley para la protección de la sangre y el honor alemanes
El Poder Judicial y la doctrina de los jueces
Capítulo VII Epílogo. A manera de reflexión final
notas
bibliografía
Table of Contents
Estas palabras iniciales constituyen una explicación sencilla, pero importante, del ¿por qué? y en especial el ¿para qué? de este trabajo. No soy historiador, soy abogado hace casi treinta años. Sin embargo siempre tuve una gran pasión por la historia, y a manera de esparcimiento o distracción de las cuestiones de la profesión, he estudiado mucho, en especial sobre historia contemporánea. Desde bastante jóven me sentí atraído por las preguntas que, una vez que se enfoca el surgimiento del nazismo y la segunda guerra mundial, es común hacerse: ¿cómo fue aquello posible? ¿hasta dónde puede llegar el odio del hombre? ¿que falla en una sociedad civilizada y moderna para llevar al poder a un dictador y luego venerarlo y seguirlo como a una especie de ser superior? Estos y otros cuestionamiento hicieron que me interesara mucho por la historia del Movimiento Nacionalsocialista alemán y sus consecuencias. Hace ya casi diez años que me involucré más seriamente en el tema, estudiando y analizando un voluminoso material entre libros, artículos, archivos, documentos, aunque siempre como actividad secundaria al ejercicio profesional como abogado. En este período intenté entender y dar una explicación “racional” a lo inentendible, que es la fundamentación, desarrollo y mecánica del Holocausto. Luego, a medida que profundicé en el tema y llegué a tener algunas cosas claras (sólo algunas), surgieron otros interrogantes que podían combinar la historia con mi profesión: ¿qué hizo el nazismo con la ley y el Derecho? ¿Modificaron conceptos y principios para avalar su régimen criminal? ¿Forjaron una legislación y doctrina judicial propia que diera cobertura a su ideología? ¿o simplemente se trató de un régimen sin ley?
No existe otro tema sobre el cual se haya escrito más que sobre el nazismo y todo lo que lo rodea. Desde la literatura histórica hasta la de ficción, Hitler, el nazismo, el Holocausto, la segunda guerra mundial, constituyen por lejos, por muy lejos, los temas de los que más se ha escrito en el mundo entero. Y si hablamos del cine, otro tanto podemos concluír. Aún después de más de setenta años de su apocalíptico final, llama la atención la cantidad de nuevas obras sobre muy diversos temas que siguen editándose. Sin embargo dentro de los miles de libros y artículos sobre el nazismo en general, es poco, comparativamente, lo que se ha escrito sobre el Derecho nazi, o la Justicia nazi. Como también he tenido siempre un gran interés por escribir, tomé la decisión, luego de años de estudio y análisis del tema, de volcar en un trabajo escrito lo relativo al Derecho del nazismo. Sin embargo, pronto llegué a la conclusión de que sería imposible explicar algunas cuestiones sin antes esbozar un análisis más general de la ideología del nazismo. Así nació la idea de este trabajo y así se terminó el mismo. Prefiero llamarlo “trabajo” antes que darle la calificación ampulosa de “obra”. Tal como dije, no soy historiador y no pretendo tener el conocimiento global o la formación de un historiador. Este trabajo no va dirigido entonces a especialistas en la materia, que seguramente podrían escribir mucho mejor y más profundamente sobre estos temas. No he pretendido descubrir nada nuevo, nada que no se haya tratado con anterioridad. He escrito con el mayor de los respetos por aquellos que conocen el tema, que han analizado fuentes dispersas por todo el mundo, y que han escrito obras monumentales difíciles de superar. La finalidad de este trabajo es mucho más sencilla. Está dirigido a despertar interés en aquellos que no conocen el tema, o que lo conocen superficialmente, aquellos que aún no se han hecho las preguntas que antes señalaba, aquellos que no se han animado todavía a leer sobre algo que duele como seres humanos, pero que obligatoriamente deberíamos conocer y pensar. Porque el nazismo fue, a mi entender, la mayor tragedia que ha vivido la civilización. El Holocausto nos coloca frente a un hecho irracional que fue obra de hombres comunes, no de dementes o seres endemoniados. Y no es un fenómeno irrepetible. El nazismo nos coloca también frente al análisis del hombre como ser, ¿bueno por naturaleza? ¿o malo por naturaleza?, y al papel que la Ley y la Justicia juegan ante esa naturaleza humana. El tema trasciende lo meramente histórico y plantea una problemática por demás compleja. Por eso creo que es importante conocer su orígen, su ideología, y por sobre todo saber que existe un momento en el que el mal se hace irrefrenable, en que el camino no tiene vuelta atrás. La humanidad debe intentar no llegar nuevamente a eso. Sin embargo los odios y el fanatismo siguen existiendo, la persecución y las matanzas por motivos religiosos, raciales, sociales o de nacionalismos, continúan a diario en el mundo.
El conocimiento de la peligrosa ideología del nazismo, y todas sus consecuencias, entre las que reviste enorme trascendencia el Holocausto, es una tarea que debemos imponernos todos aquellos a los que el tema nos ha resultado no sólo interesante sino preocupante. Este trabajo es entonces también una especie de legado que quiero dejarle a mis hijos, a quienes adoro, y para quienes deseo que vivan siempre en libertad y en un Estado de Derecho, donde la ley justa impere por sobre todo y todos.
Dicho esto, paso a explicar la metodología de este trabajo. Está dividido en tres partes, a saber, a) el análisis de cuatro fuentes sobre la ideología del nazismo (“Mi Lucha”, la obra de Adolf Hitler; los 25 Puntos del Partido Nacionalsocialista; el Programa del Partido con relación a la política agropecuaria de Alemania; y las conversaciones “de sobremesa” de Hitler con sus allegados); b) el análisis de los elementos característicos que, conforme mi opinión, identifican al nazismo; y finalmente, c) lo relativo al Derecho, la legislación y el Poder Judicial durante el dominio del nazismo en Alemania.
No quiero terminar estas palabras preliminares sin antes agradecer a los historiadores Andres Reggiani, profesor de la Universidad Torcuato Di Tella, y muy especialmente a Marcia Ras, profesora de la Universidad Nacional de Buenos Aires, por sus enseñanzas, sus orientaciones, y por el interés que han despertado en mí para abordar un tema por demás complejo como éste.
Buenos Aires, Junio de 2016
La historia de la humanidad es rica, a través de miles de años, en eventos que han marcado esa historia. Hechos que han puesto una bisagra en el desarrollo de la humanidad y que señalan un antes y un después de los mismos. Cualquiera podría preguntarse cuál de esos eventos considera el más importante o el que ha provocado los cambios más profundos. Seguramente habría una inmensa diversidad de opiniones y un enorme abanico de hechos que son considerados así. Se trata obviamente de una materia muy opinable y todas las ideas son respetables.
Luego de analizar largamente el tema, he llegado a considerar que el ascenso del nazismo al poder en la Alemania de 1933, y sus consecuencias más directas, el Holocausto (o la Shoa, en términos hebreos) y la segunda guerra mundial, constituye el proceso histórico más importante que ha vivido la humanidad. Antes de que el lector se sorprenda o, peor aún, se indigne, aclaro que “importante” no signifca necesariamente “bueno” o “positivo”. El análisis y explicación de lo que ha sucedido en ese corto período de tiempo, teniendo en consideración que tenemos miles de años de historia estudiada por el hombre, es, a mi entender, el mayor desafío de los historiadores y especialistas en el tema.
No creo que haya existido otro evento a lo largo de la historia de la humanidad que sea tan difícil de entender en su génesis (¿cómo una sociedad moderna, avanzada y civilizada pudo aceptar y aplaudir la llegada de un régimen de terror único en su especie? ¿cómo pudieron llevarse adelante y permitirse las atrocidades más grandes que el ser humano haya visto?), y que, a la vez, haya generado consecuencias que han cambiado al mundo definitivamente. El mundo no fue el mismo luego de 1945. Como producto de la victoria de unos “aliados” demasiado distanciados en sus ideologías, la humanidad quedó dividida irreconciliablemente por casi cincuenta años. Los avances tecnológicos pusieron al hombre al borde de su propia extinción, en caso de un nuevo conflicto a escala mundial.
A partir de la realidad generada por el nazismo podemos preguntarnos si el hombre como especie que domina la vida en la tierra es un ser “bueno” o si la “maldad” es una característica latente en todo ser humano, esperando el momento adecuado para explotar y mostrarse. A partir de los hechos que el mundo conoció, en especial luego de la segunda guerra mundial, cabe preguntarnos si “todo es posible” que suceda, aún las cosas más aberrantes. No me caben dudas de que la respuesta afirmativa se impone. Ningún otro evento causó la muerte de cincuenta o sesenta millones de seres humanos (nunca sabremos la cifra exacta). Nunca el mundo había visto este nivel de destrucción y devastación. Nunca antes se había tomado conciencia del poder de aniquilación masiva en una sola arma. Ningún otro proceso tuvo como objetivo la extinción total y completa a una escala continental (y quizás mundial) de un pueblo, de una raza, o mejor dicho de distintas comunidades o grupos sociales (no podemos olvidar a los gitanos, los homosexuales, los “asociales”, los discapacitados, los eslavos, las otras “razas inferiores”, entre otros casos). El nazismo no inventó nada, o casi nada, todo estaba ya escrito, pensado, expuesto, pero nadie lo había llevado a la práctica, nadie había llegado tan lejos y mucho menos con tanto apoyo popular (esto último es, quizás, lo más escalofriante). ¿De qué es capaz el hombre cuando está desesperado, cuando no tiene esperanza, o trabajo, o comida? Seguramente cualquiera diría que el hombre común, el “hombre corriente”, no llegaría a extremos aberrantes. Además no fueron solamente los “desesperados” los que apoyaron la llegada de este régimen único en su género. Sin embargo, vamos a cambiar la pregunta y la respuesta no será tan sencilla ¿de qué es capaz el hombre cuando el Estado le permite traspasar límites insospechados? ¿De qué es capaz cuando no sólo lo que antes era “malo” ahora es permitido, sino que el Estado invierte los conceptos y ahora empuja y premia la comisión de actos otrora impensados? ¿De qué es capaz cuando se vive en un mundo sin ley, o peor, cuando la ley es injusta? ¿Qué sucede cuando el Derecho y sus operadores, jueces y abogados, son devastados y puestos al servicio de las ideologías y gobiernos de turno?
El nazismo ha puesto de resalto una enorme cantidad de debates que aún, luego de más de setenta años, no están resueltos. Desde la ciencia jurídica diremos que se ha reabierto el debate entre positivistas e iusnaturalistas. Volvemos a la vieja pregunta de si cualquier ley o norma debe ser respetada y cumplida, diga lo que diga. Y pone obviamente de resalto la importancia del imperio del Derecho y la Ley en cualquier sociedad que pretenda vivir en paz.
Ningún otro suceso ha generado la impresionante bibliografía que se ha escrito, de tan distintos temas, todos ellos vinculados, como lo referente al nazismo, y la segunda guerra mundial. Harían falta varias vidas para poder leer todo lo que se escribió y se sigue escribiendo al respecto. Y a eso le podemos añadir la innumerable cantidad de trabajos cinematográficos, documentales, series televisivas, trabajos monográficos, estudios, tesis, etc.
Luego de muchos años tratando de no ver la realidad que habían vivido, casi llegando a una especie de amnesia general, los historiadores alemanes se permitieron escribir sobre el tema, sobre “su” pasado. Es altamente elogiable que lo hayan hecho ya que aún esperamos que algún historiador japonés exponga la barbarie desatada por el “Imperio del Sol” o que los historiadores estadounidenses se atrevan a hablar de genocidio al analizar la historia de Hiroshima o Nagasaky, o inclusive el inhumano bombardeo sobre Dresden (cuya ignominia comparten los angloamericanos). Los historiadores alemanes han dado lugar inclusive al llamado “debate de los historiadores”. La “Historikerstreit” o “disputa de los historiadores”, tuvo lugar en la República Federal de Alemania a mediados de los años ochenta. Constituyó por sobre todo un debate político que giró en torno a la interpretación de Alemania durante el Nazismo, y cómo se tenía que analizar y entender el nacimiento de esa ideología y su ascenso hasta llegar al poder. Allí los revisionistas, encabezados por Ernst Nolte han intentado introducir nuevas teorías, por cierto menos inculpatorias, respecto del régimen nazi.
La segunda guerra mundial y su indiscutible generador -el nacionalsocialismo- han dejado una huella imborrable en la humanidad y en el mundo que vino a su término. Dos países, Alemania y Austria, dejaron de existir jurídicamente, al menos por un tiempo; dos ciudades, Berlín y Viena, vieron a su población interna dividida entre los aliados; Alemania sufrió una división política desgarradora de la que surgieron dos países con una misma nación; un nuevo estado, Israel, fue creado como “compensación” por el Holocausto; hubo consecuencias geográficas; Alemania perdió territorios; se produjeron deportaciones masivas de alemanes que vivían fuera de su país en territorios que habían sido conquistados; marcó el fin del predominio de Europa en la hegemonía mundial; terminó con la influencia de los intelectuales alemanes; catapultó al comunismo como una forma de gobierno extendida por el mundo a la fuerza; terminó definitivamente con el aislacionismo de Estados Unidos, que adoptó de allí en más su rol de “guardián de la democracia”; y marcó la peligrosa división ideológica del mundo en su eje este-oeste. Y por qué no mencionar también que muchos símbolos, gestos, saludos, frases, lemas, himnos o insignas, quedaron prohibidos (legal o socialmente). Una forma de pensar quedó prohibida, por más autoritario que suene decirlo, y puede constituir delito según el país. Y hasta determinada combinación de colores, formas de vestir o estilos, están mal vistos y reprimidos socialmente. Pensemos, como simple ejemplo, si alguien se atrevería hoy a caminar libremente con un bigote “recortado a lo Hitler”, por más banal que esto parezca.
Interesantísimos temas de debate se han abierto en el estudio de la génesis, desarrollo y conclusión del proceso nacionalsocialista. A modo de ejemplo señalamos algunos de ellos.
¿Qué fue el nazismo? ¿Es un modo de fascismo? ¿Ha sido un sistema totalitario? ¿Que lo diferencia del bolchevismo y del stalinismo? ¿Fue una reacción necesaria al bolchevismo ruso? ¿Que influencia tiene en su análisis el racismo biológico?
¿Cuál fue la causa del profundo antisemitismo? ¿Fue la solución final, el exterminio, premeditado desde el ascenso al poder, o se generó en el camino por otras causas? ¿Estaba inserto en la forma de ser de los alemanes?
¿Fue la primera guerra mundial y el Tratado de Versalles el prólogo de esta segunda guerra, haciéndola inevitable?
¿Qué participación tuvo el pueblo alemán en este proceso devastador? ¿Quiénes apoyaron la llegada de este régimen político único? ¿Qué sabían los alemanes de lo que ocurría?
¿Fue el nazismo un régimen capitalista o socialista?
¿Fue Adolf Hitler un demente, un estadista, un estratega, un genio militar? ¿Fue sólo él quien ordenaba lo que debía suceder? ¿Tuvo un programa de gobierno o un plan preconcebido para desarrollar una política o fue desarrollando su política conforme sucedían los acontecimientos?
¿Fueron pocos los que leyeron lo que Adolf Hitler había escrito o simplemente no le creyeron capaz de llevar a la práctica su ideología?
¿Fue la Alemania nazi un Estado sin ley, o tuvo un régimen jurídico que amparó sus actos?
Muchos de estos interrogantes llevan aún hoy a debates intensos y que no parecen tener una solución definitiva.
La variedad y vastedad de temas vinculados al ascenso del nazismo y a la segunda guerra mundial como hecho socio-político, es inmensa. Abordarlos todos resulta casi imposible. Sin embargo creemos que sería importante comenzar por analizar, mucho antes de entrar en algunas de las cuestiones de debate que expusimos arriba, lo que el propio “padre” del nazismo plasmó como su ideología política y plan de gobierno. No podemos soslayar que Adolf Hitler dejó escrito lo que pensaba, aunque en el momento de escribirlo fuera casi imposible creer que lo llevaría a la práctica.
Adolf Hitler es el autor de “Mein Kampf” o “Mi Lucha”. Es un libro escrito durante el año 1924 en sus meses en la prisión de Landsberg. Estuvo allí recluído cumpliendo una condena a cinco años de prisión, por haber planificado y ejecutado el fallido Golpe de Múnich el año anterior. A pesar de su condena, Hitler contaba con trato preferencial y recibía visitas libremente. Rudolf Hess también fue enviado a Landsberg por haber participado en el golpe, y se convirtió en el copista de Hitler, quien comenzó a dictarle “su obra”.
Hitler había titulado el libro originalmente “Cuatro años y medio de lucha contra las mentiras, estupidez y cobardía”, pero Max Amann, coordinador de las publicaciones del Partido nazi, lo convenció de reducirlo a “Mi lucha”. No todo el libro fue escrito en Landsberg, Hitler continuó trabajando en el primer volumen en su casa de los Alpes Bávaros, el Berghof, cerca de Berchtesgaden, al salir de la prisión, habiendo cumplido algo menos de un año de la condena. El libro se publicó en 1925.
En 1933, año en que Hitler subió al poder, las ventas se dispararon y del libro se vendieron un millón de ejemplares, ritmo que conservó hasta la caída de la Alemania Nazi, siendo el libro más vendido en este período, después de la Biblia. Debido a que la principal fuente de ingresos de Hitler era la venta de este libro, en 1933 se volvió millonario y se convirtió en el autor alemán más próspero.
Por orden de Hitler el libro era regalado a las parejas que se casaban, y a los estudiantes cuando se graduaban. Al final de la guerra se habían distribuido en Alemania aproximadamente 10 millones de ejemplares del libro y había sido traducido a 16 idiomas.
Algunos historiadores han sostenido que una amplia lectura del libro podría haber alertado acerca de los propósitos de Hitler. Es nuestra intención demostrar la absoluta veracidad de esta afirmación. Si los políticos europeos de la época se hubiesen tomado el tiempo necesario para leer en detalle y analizar las ideas expuestas por Hitler en su libro, es muy probable que se hubiese podido detener su avance, una vez llegado al gobierno de Alemania, sin necesidad de desencadenar la tragedia posterior.
Es cierto que muchos debieron creer que no era posible que llevara a la práctica sus ideas, lo que demuestra que en la historia del hombre, todo es posible.
No es la intención de este trabajo hacer un análisis integral o total de lo escrito en Mi Lucha, por cuanto tampoco se trata de un libro sobre Mi Lucha. Solo abordaré, quizás en forma un tanto arbitraria, los que he considerado como los puntos más salientes o importantes que se exponen en ese libro, para entender lo que luego vendría.
El desprecio de Hitler por los sistemas democráticos de gobierno y por los políticos en general era absoluto y visceral.
Su primer análisis lo hace respecto del Parlamento del Imperio Austro-Hungaro. Señala el fracaso del Parlamento austríaco por la falta de una mayoría alemana. Pero agrega que el problema es el propio parlamentarismo al que cataloga como “manifestación de la decadencia de la Humanidad. La democracia del mundo occidental es hoy la precursora del marxismo, el cual sería inconcebible sin ella. Es la democracia la que en primer término proporciona a esta peste mundial el campo propicio donde el mal se propaga después”. Concluye en la absoluta inutilidad del Parlamento, lo que da lugar a la idea de su eliminación (1).
Para Hitler el sistema parlamentario falla por cuanto se trata de una masa de hombres que deben decidir por mayorías asuntos de los cuáles muchas veces no tienen idea. Dice que los Parlamentos están llenos de incapaces con falta de conocimientos de las materias que deciden y por sobre todo falta de honestidad. Aprovecha la crítica para hacer la comparación con un sistema de gobierno en el que las decisiones las toma un único líder. Por el contrario, en el parlamentarismo los diputados se “esconden” tras la masa del grupo y ninguno se hace responsable de las decisiones. “El parlamentarismo democrático de hoy no tiende a constituir una asamblea de sabios, sino a reclutar más bien a una multitud de nulidades intelectuales, tanto más fáciles de manejar cuánto mayor sea la limitación mental de cada uno de ellos. Ninguna medida, por perniciosa que fuere para el país, pesará entonces sobre la conducta de un bribón conocido por todos, sino sobre la de toda una fracción parlamentaria. Prácticamente, pues, no hay responsabilidad, porque la responsabilidad solo puede recaer sobre una individualidad única y no sobre un gallinero de parlanchines que son las asambleas parlamentarias”. “En oposición a ese parlamentarismo democrático está la genuina democracia germánica de la libre elección del Führer, que se obliga a asumir toda la responsabilidad de sus actos”(2).
Poco más adelante señala que la forma de destruir al Parlamento es entrando en él con un movimiento político y minándolo desde adentro, o bien atancando desde fuera la misma institución parlamentaria (3). Con ocho años de anticipación Hitler señaló claramente lo que haría en el Paralamento cuando su organización política creciera lo suficiente. Nadie lo creyó capaz seguramente.
Culpa directamente al Parlamento alemán respecto de la derrota de 1918 en la Gran Guerra. Los partidos comunista y social demócrata se oponían a la guerra y no permitieron ampliar la instrucción militar del pueblo alemán para continuar la lucha (4). Esto llevaría a la famosa teoría del “puñal por la espalda” esgrimida siempre por Hitler como argumento contra los políticos y los judíos, haciéndolos responsables por la derrota alemana. Ello le serviría también como plataforma para eliminar el Parlamento, los partidos políticos y a los políticos opositores mismos.
Con la más brutal sinceridad señala Hitler que su movimiento político es antiparlamentario y que su participación en esa institución será al solo efecto de destruirla por dentro por ser el parlamentarismo sinónimo de decadencia. Y agrega que su misión no es la de fundar una Monarquía o consolidar una República, sino la de crear un Estado germánico (5). El rechaza el parlamentarismo como sistema basado en la decisión de las mayorías, porque ese principio degrada al “Führer” a la condición de simple ejecutor de la voluntad y opinión de los demás. ¿Cabe alguna duda de lo que haría si tuviera la posibilidad de llegar al poder? Ni Imperio ni República, su única idea era la de ser el único líder de un gran Estado germánico. La idea del totalitarismo ya estaba clara, lo que agrava la responsabilidad de aquellos que en 1933 permitieron su ascenso al poder. Basta aquí decir que Hitler no llegó al poder por ningún golpe de estado, sino que, dada la importancia de su movimiento político (ya que consideramos que no fue simplemente un partido), se le ofreció la Cancillería de Alemania. Ello a pesar de que nunca tuvo mayoría absoluta en ninguna de las elecciones que se celebraron previo a su ascenso al poder.
Para finalizar este acápite del análisis, Hitler defiende la idea de que sólo un político o un partido debe lograr la victoria y critica las coaliciones típicas del parlamentarismo europeo. “Jamás debe olvidarse que todo lo realmente grande en este mundo no fue obra de coaliciones, sino el resultado de la acción triunfante de uno solo. El éxito de las asociaciones ya trae en su origen el germen de la corrupción futura. Las grandes revoluciones ideológicas de trascendencia universal son imaginables y factibles únicamente como luchas titánicas de grupos individuales y nunca como empresas de concertación. En consecuencia el Estado Nacionalsocialista jamás será creado por la voluntad condicionada de una “cooperativa nacionalista”, sino solo gracias a la férrea voluntad de un Movimiento único que sepa imponerse por encima de todos los demás”(6). Es ésta una de las tantas aplicaciones que Hitler hará en su política del darwinismo social, el éxito del mejor, la victoria del más fuerte dominando a todos los demás.
Como hija de los sistemas democráticos de gobierno, también la libertad de prensa sería motivo de brutales análisis y consideraciones por parte de Adolf Hitler.
Señala en su libro que la prensa tiene la función de información pública y como tal de “escuela para adultos”. Pero se queja por cuanto ese poder de formación no está en manos del Estado, sino “bajo las garras de elementos que en parte son de muy baja ralea”. Argumenta que la prensa es capaz de convertir en poco tiempo algo insignificante en cuestión de Estado o bien hacer olvidar a las masas los verdaderos problemas. Se refiere a los periodistas como “la chusma que en más de dos teceras partes fabrica la llamada opinión pública, de donde surge el parlamentarismo...”(7).
Cataloga más adelante a los lectores de los períodicos en tres categorías: a) los que admiten todo lo que leen, que son para él la mayoría; b) los que no creen nada; y c) los espiritus críticos que analizar y piensan lo que leen. Señala el enorme peligro que para él significa que los “educadores” de la prensa tengan como principal sector a los ingenuos y crédulos que son las mayoría de las masas, ya que de ellos después dependen cuestiones políticas en los regímenes parlamentaristas. Agrega “una de las tareas primordiales del Estado y de la Nación es evitar que este sector del pueblo caiga bajo la influencia de pésimos educadores ignorantes e incluso malintencionados. El Estado tiene, por tanto, la obligación de controlar su educación y oponerse al abuso. Ante todo la prensa debe ser objeto de una estricta vigilancia, porque la influencia que ejerce sobre esas gentes es la más eficaz y penetrante de todas... Es deber del Estado no olvidar que su actitud, cualquiera que sea, debe conducir a un único fin y no debe dejarse sugestionar por la cháchara de la llamada “libertad de prensa” olvidando de esta forma sus deberes, con perjuicio del alimento del que precisa la Nación para la conservación de la salud mental”(8).
En todo momento vincula Hitler el uso de la prensa con los intereses judíos y su permanente maldad. “Llegará un día en que el judío grite bien alto en sus periódicos, cuando sienta que una mano fuerte está dispuesta a poner fin a este vergonzoso uso de la prensa, poniendo ese instrumento de educación al servicio del Estado, quitándolo de la mano de extranjeros y enemigos de la Nación. Creo que esa prensa será para nosotros los jóvenes, menos incómoda de lo que fue para nuestros padres. Una granada de treinta centímetros habla más fuerte que mil víboras de la prensa judaica”(9).
A partir de la llegada al poder del Partido Nacional Socialista, la prensa independiente, libre, y la libertad de prensa como principio democrático, tendrían sus días contados. Una vez más la verdad no estaba oculta, había sido descripto con detalle lo que ocurriría.
Mucho se ha discutido sobre la caracterización de este singular movimiento político. Algunos lo han colocado en el análisis como un partido de las más extremas derechas, inclusive al servicio del capitalismo mundial, otros historiadores señalan que en muchos aspectos se trató de una ideología con tendencia al socialismo.
Adolf Hitler dejó expresadas algunas ideas al respecto que nos pueden orientar sobre este debate. Vamos a analizar aquí solo “sus” ideas, ya que dentro del Partido hubo siempre tendencias de sus distintos miembros importantes, algunas más proclives a la izquierda (el caso claro de Julius Streicher, por mencionar sólo un ejemplo) y otras, más comunes, más proclives a la derecha.
En su libro Hitler ataca con dureza las diferencias sociales exageradas y exacerbantes que tuvo que vivir en sus años en Viena. Señala que él creció en un hogar representativo de la pequeña burguesía, un mundo con muy poca conexión con la clase netamente obrera. Agrega que esas dos categorías sociales si bien no gozan de una situación desahogada, están separadas por un enorme abismo. El temor a descender nuevamente a la clase obrera y el amargo recuerdo de la miseria hacen que el pequeño burgués vea insoportable el contacto con gente de un nivel cultural ya superado por ellos. Señala que tuvo la suerte de despegarse en Viena de la pequeña burguesía y empezó a conocer a los hombres en su esencia íntima, volviendo al mundo de la pobreza. Expresa más adelante: “Al finalizar el siglo XIX Viena se contaba entre las ciudades de condiciones sociales más desfavorables. Riqueza fastuosa y repugnante miseria caracterizaban el conjunto de la vida en Viena... Frente al enorme conjunto de oficiales de alta graduación, funcionarios, artistas, y científicos, había un ejército mucho más númeroso de proletarios, y frente a la riqueza de la aristocracia y del comercio, reinaba una degradante miseria. Delante de los palacios.... pululaban miles de desocupados y en los trasfondos de esa Via Triunphalis de la antigua Austria, vegetaban vagabundos en la penunbra y entre el barro de los canales”. Esta situación hace crecer su aversión por las ciudades multitudinarias que apiñan a los trabajadores para luego despreciarlos cruelmente (10).
Poco más adelante señala que igualmente tristes eran las condiciones de habitabilidad. La escasez de casas para los ayudantes de peón en Viena es descripta como deprimente, y como “tétricas madrigueras, los albergues y habitaciones colectivas”. Y aquí llega su advertencia sobre la venganza de los pobres: “¿Qué no podría salir de ahí cuando de esos antros de miseria los esclavos enfurecidos se lanzasen sobre la otra parte de la humanidad exenta de cuidados y despreocupada?” (11).
Llega entonces a conclusiones que ligan su pensamiento con ideas claramente socialistas. Dice que sólo se puede salir de la situación existente con un doble procedimiento: “Establecer mejores condiciones para nuestro desarrollo, a base de un profundo sentimiento de responsabilidad social, aparejado con la férrea decisión de anular a los depravados incorregibles... En Viena durante mi lucha por la existencia, me di cuenta de que la obra de acción social jamás puede consistir en el ridículo e inútil lirismo de beneficencia, sino en la eliminación de aquellas deficiencias que son fundamentales en la estructura económico-cultural de nuestra vida y que constituyen el origen de la degeneración del individuo, o por lo menos de su mala inclinación” (12).
Hace luego Hitler un claro enlace entre el socialismo, como crítica a la pobreza y a la marginación de las clases obreras, y el nacionalismo, junto con un crudo ataque la burguesía. Allí radica la explicación del “nacionalsocialismo”. Describe gráficamente y a modo de ejemplo la vida de un niño y luego jóven que ha crecido en la pobreza y la marginalidad y que luego sale a la vida de adulto. Y se pregunta si se le puede pedir un espíritu nacionalista a esa persona. La burguesía se admira de la falta de entusiasmo de esos jóvenes ciudadanos, se sorprenden de la falta de moral o de la indiferencia nacional de la gran masa del pueblo. Remata el tema con esta idea: “El problema de la nacionalización de un pueblo consiste, en primer término, en crear sanas condiciones sociales como base de la educación individual; porque solo aquel que haya aprendido en el hogar y en la escuela a apreciar la grandeza cultural y, ante todo, la grandeza política de su propia Patria, podrá sentir y sentirá el orgullo de ser súbdito de esa Nación. Sólo se puede luchar por aquello que se ama. Y se ama sólo lo que se respeta, pudiéndose respetar sólo aquello que se conoce” (13).
Mucho más adelante en su libro realiza una fuerte crítica al trabajo inhumano en las fábricas modernas y la absurda introducción de los antiguos horarios de trabajo artesanales en las condiciones de procedimientos intensivos de ese momento. Califica al obrero de fábrica como un desheredado social. Finalmente critica la disminución de los salarios y el empobrecimiento del trabajador y la cada vez mayor riqueza del patrón. Enaltece el trabajo rural en el cual el señor y el criado hacían el mismo trabajo y comían del mismo plato, mientras que ahora se había producido una perniciosa separación del trabajador y el patrón (14).
En cuanto a la igualdad de los trabajadores y los salarios podemos ver también ideas claramente socialistas: “La vergüenza que se siente por el trabajo material es una consecuencia de los pequeños salarios que a su vez rebajan el nivel cultural del obrero y, con ello, pretenden justificar el menor valor en que es tenida su actividad. Justamente por este motivo se debe evitar en el futuro una gran disparidad de salarios... Sería el más deplorable síntoma de decadencia de una época si el estímulo para las más altas realizaciones espirituales dependiese sólo de un salario elevado... Es aquí donde le corresponde un cometido especial al Movimiento Nacionalsocialista, que predice el advenimiento de una época en que a cada uno se le dará lo que necesite para su existencia, cuidando, sin embargo, como cuestiones de principio, que el hombre no viva pendiente únicamente de los bienes materiales. Esto encontrará un día su expresión en forma de una gradación sabiamente limitada de los salarios, de tal suerte que hasta el último de los que trabajen honradamente pueda contar en todo caso, como ciudadano y como hombre, con una existencia honesta y ordenada” (15).
Finalmente nos adelantamos a decir que en el Programa de los 25 puntos del Partido Nacionalsocialista, que serán analizados más adelante, como asimismo en el Manifiesto del Partido respecto de la población campesina y la agricultura, existen claras ideas de carácter socialista.
Por lo tanto y más allá de las discusiones existentes en torno al tema, no parecen quedar demasiadas dudas respecto a que las ideas de Adolf Hitler coincidían con muchos principios del socialismo moderno de la época, pero no puramente de izquierda, sino un socialismo muy particular. Un socialismo nacionalista. Está claro entonces que no se trató de una ideología capitalista. Ese carácter socialista se vio reflejado en númerosas normativas que impuso el gobierno de Hitler para la comunidad del pueblo alemán, y que veremos más adelante. El Movimiento Nacionalsocialista alemán ha sido, cabe decirlo desde ahora, un caso socio político único en el mundo.
Se pueden decir y escribir muchísimas cosas sobre la personalidad y el gobierno de Adolf Hitler, se pueden tener muy diversas opiniones de muy variados temas, pero quizás aquello en lo que no se puede disentir es en su increíble manejo de las masas, del pueblo, del “volk”. Está fuera de discusión que se ganó a las masas y que las manejó para sus ideales e intereses, con su carácter de líder carismático. Otra cuestión es ¿por qué se las ganó? O ¿qué condiciones debieron darse para que eso sucediera? Pero su idea sobre las masas populares y la utilidad de las mismas estaba clara.
Señala Hitler en su libro que tuvo en su estancia en Viena a George Von Schönerer y a Karl Lüeger como a sus dos grandes formadores de ideas políticas. Pero establece una clara diferencia aprendida entre ambos pangermanistas austríacos. El primero no entendió, a su criterio, que era la gran masa del pueblo la que debía prestarse a la lucha en pro de convicciones políticas, por cuanto la burguesía no tenía espíritu combativo por depender siempre de intereses económicos que le infundían el temor de sufrir perjuicios si se jugaba por sus ideales. La fuerza combativa de la burguesía no alcanzaba para hacer triunfar al Movimiento Pangermanista. Por el contrario Lüeger consagraba su actividad política a ganarse la adhesión de las capas sociales cuya existencia se encontraba amenzada. Comprendió la importancia de tener consigo a las capas inferiores del pueblo (16).
Entendió Hitler rápidamente la forma de llegar a las masas. De allí su preocupación por la oratoria. Un discurso puede estar vació de contenido, pero su fuerza y llegada a la masa del pueblo está en su “forma”, no en su “fondo”. El análisis de lo que se dice queda para las clases pensantes, los analistas políticos. La forma, el modo, es lo que llega a las masas y las enciende. Y en esto, pocos pueden dudar de su astucia y de sus logros. Durante su gobierno sus discursos multitudinarios han estado vacíos de contenido profundo o de ideas importantes, son meras repeticiones de frases y afirmaciones incendiarias (Goebbels afirmaba que una mentira repetida diez veces se transforma en verdad), pero la forma en que se expresaba y llegaba al pueblo bastaba para encender a la masa. Es por eso que en su libro critica al Movimiento Pangermanista diciendo que cuando sus discursos quedaban en el seno del Parlamento Austrohúngaro, se convirtió en un “club de disertaciones académicas”. Señala entonces que “desde tiempos inmemoriales la fuerza que impulsó las grandes avalanchas históricas de índole política y religiosa no fue jamás otra que la magia de la palabra hablada. La gran masa cede ante todo al poder de la oratoria. Todos los grandes Movimientos son reacciones populares, son erupciones volcánicas de pasiones humanas y emociones afectivas aleccionadas, ora por la Diosa cruel de la Miseria, ora por la antorcha de la palabra lanzada en el seno de las masas....” (17).
Reconoce que todo Movimiento que tenga grandes ideales no puede perder de vista el contacto con la masa del pueblo ya que sin la fuerza de la masa del pueblo no pueden realizarse grandes ideas. El Movimiento no debe ir en dirección del Parlamento, sino en la dirección “del taller y de la calle”. La masa, una vez agitada en una dirección le da fuerza y tenacidad al ataque (18).
La indudable habilidad que tenía Hitler en el manejo de las masas lo llevó a pensar que es una condición importante para la fuerza de la masa, que la misma se mantenga unida, bajo un ideal. Y para ello se debe concentrar a la masa en la idea del “enemigo único”, el “adversario”. Dice entonces que los grandes conductores de pueblos tienen el arte de no dispersar la atención del pueblo y sí en concentrarla contra un único adversario. Porque cuanto más concentrada esté la voluntad combativa de un pueblo, mayor será la atracción magnética de un Movimiento y mayor será la fuerza del golpe. Llega a afirmar Hitler que ese arte de los conductores está también en hacer parecer que pertenecen a una sola categoría inclusive varios adversarios diferentes, para que la masa no vea a varios enemigos a la vez y siga concentrada. De aquí surge en forma indudable su permanente insistencia de la amenaza “judeobolchevique” para Alemania y el germanismo. ¿Por qué juntar en un mismo problema al antisemitismo y al anticomunismo si no es para seguir la idea de concentrar a la masa contra “un solo” enemigo? Para él los grandes enemigos de Alemania eran los judíos y los bolcheviques. No es cierto ni necesario afirmar que los judíos eran comunistas, o que los comunistas eran judíos. Pero la idea de juntarlos no hace más que seguir la línea política de concentración de la masa en un adversario mortal, uno solo, al que habrá que eliminar.
Hitler afirma “de ahí que sea necesario que una mayoría de adversarios sea siempre considerada en bloque, de manera que la masa de los propios adeptos estime que la lucha se dirige contra un enemigo único. Esto fortalece la fe en la propia causa y aumenta la indignación contra el enemigo” (19).
La experiencia de Viena le hizo ver lo que para él era lo mejor de los dos grandes Movimientos, el Pangermanista y el Cristiano Social. Extrae las mejores ideas de ambos y señala claramente los errores políticos que ambos cometieron y por lo cual no lograron salvar al Imperio Austríaco (sólo a éste ya que Hitler despreciaba fuertemente la mezcla de razas que se había generado con la creación del Imperio Austrohúngaro y la consiguiente mayoría eslava).
El Movimiento Pangermanista a su criterio había manejado muy bien la idea de la regeneración y supremacía alemana, era nacionalista, tenía un concepto nuevo de antisemitismo racial y no religioso, que no había profundizado pero que en todo caso “estaba por buen camino”, según sus concepciones. Pero había fallado fatalmente al no luchar para ganarse el favor de las masas. Y finalmente su lucha contra la confesión cristiano-romana había sido tácticamente errada. Hitler destacaba la importancia política del apoyo de una institución tan importante como la Iglesia católica. Volveremos más adelante sobre un aspecto de vital importancia que significa el cambio de concepto de antisemitismo tradicional por el racial, que se constituyó en la base y pilar del Movimiento Nacionalsocialista, transformando a Alemania en un caso único en la historia de la humanidad.
El Movimiento Cristiano-Social en Viena no tenía una clara idea del nacionalismo y tampoco del problema del judaísmo, pero era el que tenía sí una excelente noción de la importancia de las masas y de la cuestión social y la importancia del socialismo (20).
Aparece entonces ahora como muy claro el origen de las ideas de Hitler sobre el nacionalismo y el socialismo, y su unificación política en un “nacionalsocialismo”. Pero debemos seguir en el análisis de este aspecto de vital importancia que es la relación con las masas populares.
Hitler afirma que la lucha contra el marxismo no puede darse desde un partido “burgués” o de “derecha”, ya que éstos partidos no atraen a las masas proletarias y son antagónicos con sus intereses. Insisite en que la lucha debe darse desde un gran Movimiento que atraiga a las masas (21).
El concepto relativo a las masas va estar en “Mi Lucha” muy ligado a otro tema de vital importancia en la vida del nacionalsocialismo, que es la propaganda. Para Adolf Hitler la capacidad receptiva de las masas era muy limitada, su capacidad de comprensión iba paralela a su falta de memoria. Estas afirmaciones nos dejan una clara idea de que lo suyo no era un “amor” socialista por las masas del pueblo, sino simple y llano “utilitarismo”, ya que las masas eran el pilar con el cual construir el ideal de su Movimiento. La fuerza de las masas servía a su causa. Sentado entonces que la capacidad de las masas tiene grandes limitaciones, señala que la propaganda es eficaz sólo cuando se dedica a muy pocos puntos y sabe explotarlos. La masa no es capaz de retener ni entender una multiplicidad de temas. Remata el tema escribiendo “la propaganda, por consiguiente, no fue creada para proporcionar a esos señores blasés una distracción interesante y sí para convencer a la masa. Esta necesita, por ser de más lenta comprensión, de un determinado período de tiempo, antes de estar en condiciones de tomar conocimiento de un hecho y, solamente después de repetirles millares de veces los conceptos más elementales, es cuando su memoria entrará a retenerlos. La variación de la propaganda no debe alterar jamás el sentido de aquello que es objeto de esa propaganda” (22).
Hitler comienza en su obra a acuñar un término importante que es el concepto de “nacionalización de las masas”. El logro del Movimiento político debía ser en primer lugar ese. El concepto era, ni más ni menos, buscar que las masas polulares se hagan nacionalistas y tengan en mira el bien de la Nación. Y aquí entonces vuelve a tener conceptos claramente socialistas al afirmar que sólo es posible el incremento económico sostenido para los empresarios, cuando se restablece la solidaridad con el pueblo. Y sostiene que la educación nacional de la gran masa se lleva a cabo únicamente mediante un mejoramiento social para que el pueblo participe del acervo cultural de la Nación. Esa gran masa del pueblo no está constituída en su opinión, ni por académicos ni por diplomáticos, sino por el pueblo obrero. Y para nacionalizarlo se debe obrar con un “criterio intolerante y fanáticamente parcial”. Hitler tiene una fuerte tendencia a exaltar todo lo emocional frente a lo intelectual y pensante, que desprecia visceralmente. Desde lo emocional señala que hay que conquistar a la masa. “La fe es más difícil de estremecer que el saber, el amor está menos sujeto a transformaciones que la inteligencia, el odio es más duradero que la simple antipatía. Y la fuerza motriz de los grandes cambios, en todos los tiempos, no fue el conocimiento científico de las masas, sino un fanatismo entusiasta y, a veces, una ola histérica que los impulsa”. Insiste en que el Movimiento debe buscar sus adeptos en las poblaciones obreras y sólo recurrir a los intelectuales en la medida en que éstos hayan entendido el objetivo buscado. Sin embargo agrega que lo que en ese momento alejaba al obrero de la comunidad nacional, era la actitud hostil de sus dirigentes hacia la Nación. El ataque al Sindicalismo, con su clara tendencia marxista e internacionlista (lo que choca de frente con el nacionalismo) comienza ya en Mi Lucha. Ese ataque se llevaría a la práctica, brutal y fanáticamente, el 2 de Mayo de 1933, prohibiendo y eliminando los Sindicatos, y encarcelando o deteniendo en campos de concentración a sus dirigentes (23).
Junto a la idea de la nacionalización de las masas y la propaganda dirigida a ellas, está la importancia de la oratoria. Es sabido que Hitler, luego de la Gran Guerra, se descubrió a sí mismo como un gran orador, obviamente para las masas populares. En su libro expresa en conjunto, y quizás en forma desordenada, estas ideas. Afirma que su Movimiento debe reclutar a sus adeptos de las masas obreras, a las que debe arrancarse la utopía del internacionalismo comunista, “libertarle de su miseria social y redimirle del triste medio cultural en que vive, para convertirlo en un valioso factor de unidad animado de sentimientos nacionales...”. La propaganda debe tener un objetivo definido y dirigise a un grupo determinado. “No se debe perder de vista también que las más bellas ideas de una doctrina... solo se propagan a través de los espíritus más simples. No se debe considerar lo que tiene en mente el genial creador de una idea, sino en qué forma y con qué éxito el defensor de esa idea la comunicará a las grandes masas... En una asamblea popular no es el mejor orador aquel que espiritualmente se acerca más a los oyentes de la clase pensante, sino aquel que sabe conquistar el alma de la muchedumbre... La propaganda no debe dirigirse hacia las personas que ya militan entre los Nacionalsocialistas, sino hacia los enemigos del Nacionalsocialismo, siempre que sean de nuestra raza” (24).
Masas, propaganda, y oratoria. Elementos necesarios para llegar al fanatismo. El fanatismo es para Hitler una forma esencial de hacer política, y llegaría a ser un pilar de su Movimiento y más tarde de sus tropas y del pueblo que lo siguió. Asegura que “el futuro de un Movimiento depende del fanatismo y hasta de la intolerancia con que sus adeptos sostengan su causa como la única justa y la impongan sobre otros Movimientos... La magnitud de toda organización poderosa que encarna una idea, estriba en el religioso fanatismo y la intolerancia con que esa organización, convencida íntimamente de la verdad de su causa, se impone sobre otras corrientes de opinión” (25). “La fuerza de la palabra de un estadista que habla a su pueblo no se debe medir por la impresión que produce en el ánimo de un profesor de Universidad, sino por el efecto causado en el seno del pueblo mismo. Y es sólo ésto lo que da medida para apreciar la genialidad de un orador” (26). Nadie puede discutir que logró su objetivo de nacionalizar a las masas del pueblo alemán, que las manejó utilitariamente para cumplir sus ideas, que la propaganda de su Movimiento fue eficaz, y que fue un orador admirable, poseedor de un magnetismo único para el público no pensante, para la muchedumbre fanatizada. Todo esto ¿lo convierte en un estadista? No es el momento para discutir este aspecto. Lo que sabemos con seguridad es que todo esto no lo hace menos responsable por haber desatado un infierno que nunca antes la humanidad había vivenciado. Sin embargo debemos advertir que estos elementos -masas populares, propaganda, una gran oratoria, fanatismo- siguen al alcance de la mano de cualquier “estadista” astuto y capaz. De allí que el peligro de que la historia se repita no es irreal.
“Lebensraum” es un término que en alemán significa “espacio vital”. Esta expresión fue acuñada por el geógrafo alemán Friedrich Ratzel (1844-1904), influido por el biologismo y el naturalismo del siglo XIX. Establecía la relación entre espacio y población, asegurando que la existencia de un Estado quedaba garantizada cuando dispusiera del suficiente espacio para atender a las necesidades del mismo. Alemania había perdido en la Gran Guerra una porción importante de su territorio, llegando inclusive a quedar dividida por el famoso “corredor polaco” y la Ciudad Libre de Danzig, jurisdicciones éstas que le habían pertenecido antes de la primera guerra mundial. Pero era un Estado con una población númerosa y en crecimiento (mucho más que Francia y Gran Bretaña, por ejemplo). Casi 62 millones de habitantes contra menos de 40 millones en Francia.
Este hecho generó en Adolf Hitler la preocupación por el tema del “espacio vital”. El veía a Alemania, derrotada, y “apretada” con su enorme población, entre su vecina venenosa, Francia, y la “nueva” Polonia creada por los Tratados de París de 1919. Y más allá el gigante ruso con su extensa geografía, y la amenza del comunismo y la eslavización europea, vista como raza “inferior” (concepto contrario a la “germanización”, como éxito de la raza superior). He aquí un verdadero cóctel para el desarrollo de una sus ideas más claras (no por ello justas) expresadas en Mi Lucha.
Afirma Hitler que Alemania tiene una población que crece en 900.000 personas por año. Esto llevaría en un corto tiempo al problema de la búsqueda de sustento para evitar el hambre de esas masas. Esta desproporción entre población y recursos alimenticios, tendría a su criterio cuatro posibles soluciones, lo que no significa que esté de acuerdo con todas ellas. La primera solución sería imitar a Francia y restrigir artificialmente la natalidad. Pero ésta no es una limitación impuesta por la Naturaleza, sino por el hombre mismo. El sostiene que las limitaciones impuestas por la Naturaleza son las únicas aceptables por cuanto allí sobrevive el más apto, el más fuerte, desplazando al débil e inútil. Darwin ya comenzaba a hacerse presente en sus ideas raciales. Cuando es el hombre el que limita la procreación, y la población no crece, luego debe esforzarse por mantener con vida a todo aquel que nace y se desarrolla, inclusive a aquellos débiles y enfermos que la Naturaleza hubiese expulsado por aquello de la supervivencia del más fuerte. En su concepto un pueblo que proceda de esa forma está destinado a la extinción porque se irá degenerando progresivamente.
La segunda solución es la llamada colonización interior. Es ni más ni menos que la política de compensar el aumento de población alemana con una intensificación brutal del cultivo agrícola consiguiendo mayor producción de alimentos. Sin embargo advierte que con esta política el hambre sobrevendría en distintos momentos, producto de malas cosechas o de la total fatiga de los suelos que ya no poducirían lo necesario. Ya se encarga de señalar en este análisis que todavía hay en el mundo suelo en extensiones formidables a la espera de quien quiera conquistarlo y cultivarlo. Y ese suelo no estaría reservado para una Nación en particular por cuanto la Naturaleza no conoce fronteras políticas. Ese suelo está reservado a los pueblos que tengan la energía para conquistarlo. Critica esta solución ya que las extensiones de suelo existentes en Alemania no alcanzarían para asegurar el futuro de la Nación, “sin la conquista de nuevos territorios”.
La tercera opción, la menos explicada por Hitler, es la adquisición de nuevos territorios por medios pacíficos colocando allí a millones de nuevos habitantes a fin de mantener la Nación sobre la base de la propia subsistencia.
La cuarta opción es puramente comercial y radica en que la industria y el comercio alemanes se desarrollen y produzcan para la demanda extranjera, generando las riquezas necesarias para que la población viva a costa de los beneficios resultantes.
Es decir que, en resumen, las opciones son de política territorial o de política comercial. Hitler critica la decisión de Alemania de principios del siglo XX de seguir una política comercial en lugar de expansión territorial. En un adelanto claro de lo que sería su política exterior señala “si es cierto que el mundo ofrece espacio suficiente para todos, entonces que se nos de también el suelo necesario para nuestra vida. Esto naturalmente, no será hecho de buena voluntad. El derecho a la propia conservación dejará entonces sentir sus efectos y lo que es negado por medios disuasorios tiene que ser tomado por la fuerza. En consecuencia la única posibilidad hacia la realización de una sana política territorial radicaba para Alemania en la adquisición de nuevas tierras en el continente mismo.... Si hubiese el deseo de adquirir territorios en Europa, tendría que darse de un modo general a costa de Rusia. El nuevo Reich debería nuevamente ponerse en marcha, siguiendo la senda de los guerreros de antaño, a fin de, con la espada alemana, dar al arado alemán la gleba y a la Nación el pan de cada día” (27).
Estaba entonces claro que la expansión territorial sería una política que el nacionalsocialismo desarrollaría buscando el “espacio vital” para su población. Pero además ya estaba claro que el objetivo sería buscar ese territorio en la inmensa extensión de Rusia. La invasión a Rusia había sido predicha por Adolf Hitler, diecisiete años antes de producirse.
En su libro señala una crítica a la política de Alemania anterior a la Gran Guerra, por la cual el país renunció a la expansión territorial y por el contrario intentó dominar al mundo por el crecimiento económico e industrial. Eso llevó a Alemania a una brutal industrialización y crecimiento del proletariado urbano en contra de la clase agricultora y produjo un brusco contraste entre el rico y el pobre. “La ostentación y la miseria vivían tan cerca una de la otra, que las consecuencias fueron y debieron ser lógicamente funestas. La pobreza y el paro creciente comenzaron su siniestro juego, sembrando el descontento y la exacerbación en la gente. El resultado fue la lucha política de clases” (28).
Fue parte de la política exterior de Hitler, previa a la guerra, la idea de anexionar antiguos territorios que habían pertenecido a Alemania antes de la Gran Guerra y perdidos como consecuencia del Tratado de Versalles. Si bien esta idea es distinta al “lebesraum”, ambas tienen la misma raíz expansionista. Y sin ocultamiento alguno Hitler predice lo que haría al respecto: “La reintegración de territorios perdidos no se realizará por la sola virtud de invocaciones al Todopoderoso o por esperanzas piadosas en la justicia de una Liga de las Naciones, sino únicamente por la fuerza de las armas” (29). “Del mismo modo que nuestros antepasados no recibieron como don del Cielo el suelo sobre el que vivimos, sino que lo ganaron con riesgo de sus vidas, así también no será por concesión graciosa que nuestro pueblo obtenga en el futuro el espacio vital, y con él la seguridad de su subsistencia. Será únicamente por obra de una espada victoriosa” (30).
Vuelve más adelante a inisistir en la expansión territorial que garantice la subsistencia ante el aumento de la población germánica. Pero aparece nuevamente claro el objetivo: “Terminemos con el eterno éxodo germánico hacia el Sur y el Oeste de Europa y dirijamos la mirada hacia las tierras del Este... El coloso del Este está maduro para el derrumbamiento. Y el fin de la dominación judaica en Rusia será al mismo tiempo el fin de Rusia como Estado” (31).
En este punto analiza Hitler inclusive la posibilidad de una alianza con Rusia, previa a la guerra de aniquilación entre las dos grandes potencias. Advierte que la Rusia bolchevique tiene como objetivo conquistar toda Europa y que Alemania constituye el gran objetivo de su lucha. Nada de esto dejó de suceder más adelante en la realidad. Esa lucha es vista por Hitler como la supervivencia de la raza más fuerte, una lucha de extinción para una de las dos. Finalmente establece una especie de Código de política exterior, al afirmar que la Nación alemana no debe permitir la formación de dos potencias continentales en Europa (con lo cual “permite” la existencia y fortaleza de Gran Bretaña). Alemania no debía permitir la formación en sus fronteras de una segunda potencia militar. Y termina la idea señalando “no olvideis nunca que el derecho más sagrado en este mundo es el derecho sobre la tierra que queremos cultivar y el sacrificio más sagrado, la sangre que derramaremos por esa tierra” (32).
Es hora de preguntarse si cabía alguna duda a los políticos europeos de la época sobre la conducta que seguiría el líder nazi al llegar al poder y contar con una Alemania unida y rearmada. Alguna vez la historia también deberá ocuparse de juzgar a aquellos que por omisión y teniendo a la vista con claridad los acontecimientos que podrían suceder, nada hicieron para evitarlo. En este caso la responsabilidad es aún mayor por cuanto lo que sucedería ya estaba escrito. Sin embargo, creo que el mundo occidental ha aprendido esa lección luego de su desangramiento más terrible. No dejar que los líderes mesiánicos crezcan, se popularicen y se armen, puede parecer una intromisión violatoria de los derechos soberanos de cada Estado. Sin embargo a la luz de las experiencias vividas en Europa en los años treinta, esa actitud parece tener justificación. El nacimiento y desarrollo del nazismo no debería olvidarse jamás, como ejemplo de lo que la humanidad no debe permitir. A ello podríamos sumar, obviamente, muchos otros ejemplos, que no son parte de este trabajo.
Ese crecimiento y desarrollo que tuvo el nazismo en Alemania se fundó en uno de sus pilares más importantes que fueron sus “fuerzas de choque”. Todo Movimiento político que desee “ganar la calle”, enfrentarse a sus enemigos, hacerse bien visible, y finalmente, sembrar el terror en sus opositores, necesita gente fanatizada y decidida a enfrentarse a todo. Adolf Hitler logró con éxito solidificar a ese grupo de fanáticos, y mediante ellos, deshacerse de sus enemigos políticos.
También podríamos denominarlas “tropas de asalto” o, como Hitler las menciona en su libro, “tropas del orden”. Creadas justamente como cuerpo de ex combatientes, dedicados a “mantener el orden” de los intensos y continuos mítines que el futuro dictador de Alemania organizaba. Ese mantenimiento del orden significaba en un primer término enfrentarse y destruir a los “rojos” comunistas, y más tarde, a todo opositor político.
Veamos cómo analizaba Hitler la importancia de este cuerpo dentro del Movimiento.
En primer lugar señala como su característica más saliente el hecho de tener la fama de ser una “comunidad” de combatientes decididos hasta el extremo y no un “club de debates”. Formar parte de esta comunidad requería coraje, brutalidad, y total fanatismo para defender una idea.
