Quiero vivir en casa - Montserrat Vilaseca - E-Book

Quiero vivir en casa E-Book

Montserrat Vilaseca

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Beschreibung

Remedios lleva toda su vida viviendo en el barrio de El Raval, en Barcelona, pero desde hace unos años todo ha cambiado tanto que le cuesta reconocerlo como propio. Tras la muerte de su compañero, vive a duras penas en su minúsculo piso, sin más compañía que su gato. Un día, sin embargo, se acerca a la parroquia y descubre una comunidad que ayuda a las personas mayores del barrio. Enseguida la acogerán en su grupo y, poco a poco, se convertirán en la familia que la acompañará en el final de su vida.

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Quiero vivir en casa

Montserrat Vilaseca

Prólogo de Jaume Castro Traducción de David Salas Mezquita

Primera edición en esta colección: noviembre de 2023

© Montserrat Vilaseca, 2023

© de la traducción, David Salas Mezquita, 2023

© del prólogo, Jaume Castro, 2023

© del epílogo, Rosa Salvat, 2023

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2023

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-19655-93-6

Diseño de cubierta: Sara Miguelena

Realización de cubierta y fotocomposición: Grafime

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Índice

Prólogo. Una vida periférica que encuentra su centro de Jaume CastroQUIERO VIVIR EN CASALa casaHijos de la inmigraciónLos viejos sin amor muerenLa casa comúnLa visitaLa soledadCómo quedarse en casa cuando se es ancianoBuscando solucionesEl reencuentroEl engañoVoluntades ante notarioLa pandemia pide un cambioLas casas de los ancianosLa casa familiaFamilias ante un juicioEl reencuentro con el hijoEntre la casa y el hospitalEn la casa del padreSin ancianos no hay futuroOración de despedida de RemediosEl recuerdo de una amiga, de Rosa Salvat

PrólogoUna vida periférica que encuentra su centro

La vida de cada persona tiene un valor inconmensurable. Ese valor no es económico: una sola vida vale como el mundo entero. Cada vida con su historia y sus matices es irrepetible. Su complejidad y el día a día hacen que tenga luces, sombras y claroscuros; momentos altos y otros más bajos. El nombre y la historia de cada uno de nosotros están escritos en el libro de la vida y, sobre todo, dejan una huella de amor en la Tierra. Es una visión clara y verdadera de la existencia que no se puede perder.

Este libro nace para recordar a Remedios. La suya es la historia de una mujer periférica que tras un recorrido largo y difícil encuentra un centro en su vida. De hecho, más de uno: su compañero y su familia, los amigos del barrio barcelonés de El Raval y una familia extensa como la Comunidad de Sant‘Egidio.

Cuando Remedios conoció a los amigos de Sant’Egidio en 2004, vivía con su compañero, al lado de sus suegros, cerca de la plaza del Pedró. Sant’Egidio había abierto un servicio de acogida y distribución de ayuda alimentaria en la capilla de San Lázaro. Lo utilizaban mayoritariamente mujeres extranjeras y ancianas que no llegaban a fin de mes; Remedios era una de ellas. Allí empezó a fraguar una historia de amistad que no terminaría.

A través de las relaciones personales, las conversaciones, la solidaridad en los momentos más difíciles y la oración semanal, la amistad con Remedios se convirtió en un lazo familiar. Aquel pequeño grupo de ancianos que se formó alrededor de la capilla de San Lázaro se convirtió en una verdadera familia, en una comunidad.

Rosa, con fidelidad y pasión, siempre ha seguido los pasos de estos ancianos. Hasta el último momento ha sido la gran amiga de Remedios. Remedios emocionaba a todos, pero en especial a los jóvenes, con los que sintonizaba fácilmente. Quedaban desarmados por la ternura de sus gestos, por la perseverancia y el esfuerzo al subir las escaleras de su casa, por la franqueza de su mirada y por la pobreza con la que vivía. Remedios se convirtió en el centro de una comunidad de barrio donde se encontraban ancianos, jóvenes y nuevos europeos. Como nos explicó el papa Francisco en su visita a Roma el verano de 2014:

Cuando se descarta a los ancianos, cuando se aísla a los niños y a veces se apagan porque no reciben cariño ¡es una mala señal! ¡Qué buena es, por el contrario, la alianza que veo aquí entre jóvenes y ancianos, gracias a la que todos dan y reciben! Un pueblo que no cuida a los ancianos, que no se ocupa de los jóvenes, es un pueblo sin futuro, sin esperanza.

Remedios buscaba un espacio de libertad, un lugar en el que la amaran, una casa que la dignificara. La casa, su casa, constituirá el centro de sus afectos y de su seguridad. Fue la casa que dejó durante la posguerra en Higuera la Real, un pequeño pueblo de la dehesa extremeña, la casa que buscó estuviera donde estuviera. Fue en la casa de la calle Botella, en el barrio del Raval (Barcelona), donde encontró estabilidad durante muchos años. En los últimos años de su vida fue la casa familia Simeón y Ana en la que encontró la serenidad y la plenitud de una vida alegre y feliz.

Gracias a Remedios y al hecho de que se tomó con responsabilidad el deseo de quedarse en casa, hemos asistido a una retahíla de circunstancias con periodos de pasión, y también de gloria. Nos hemos adentrado en los problemas que tienen los ancianos para quedarse en casa, en la deshumanización que se puede vivir al llegar a una residencia y en las incongruencias de las Administraciones cuando deben asumir la responsabilidad de la vida de los ancianos. Pero también hemos encontrado los caminos para hacer posible una vida digna en casa, con los amigos, en el barrio de siempre. Gracias a la vida de ancianos como Remedios se reforzó, en Barcelona, el sueño de abrir una casa familia para ancianos.

La amistad con Remedios, escuchar su sufrimiento y tomarnos en serio sus deseos nos ha abierto la puerta a buscar soluciones más humanas. Nos ha dado razones y nos ha ayudado a no amilanarnos ante las Administraciones o la justicia en nuestra lucha para que los ancianos puedan pasar los últimos años de su vida en casa. Es una visión que la Comunidad de Sant’Egidio sostiene desde 1973, cuando comenzaron en Roma su servicio, y para Remedios se convirtió en la lucha de su vida, hasta el final.

El 27 de marzo de 2021, en una reflexión sobre la relación de los pobres y la Comunidad de Sant’Egidio, Andrea Riccardi, su fundador, nos ayudó a comprender lo que, quizá sin darnos cuenta, hemos vivido en esta historia de amistad paradójica:

Los pobres, en el silencio de la irrelevancia, profetizan: una sociedad que pisotea a mucha gente no va bien. Los pobres son los profetas que reclaman una sociedad diferente. La Comunidad, que los ama y los escucha, no está en un rincón amedrentada por las instituciones, por la prepotencia de la mentalidad corriente y de la burla por quien sueña y ama. Nuestras comunidades, aunque sean pequeñas, no están acobardadas, sino que, inspirándose en la Palabra de Dios y en el amor, son sujetos proféticos que dan voz a los pobres.

Remedios fue una profeta que reclamó una sociedad diferente. Demandó una vida más digna para los ancianos para que pudiesen pasar los últimos años de su vida en casa. Exigió una ciudad-comunidad con una alianza entre generaciones para que nadie se quedase solo. Lo vivió con sus amigos de la Comunidad de Sant’Egidio en la capilla de San Lázaro y en la casa familia. Con su ternura despertó en muchos de nosotros la emoción que nos ha permitido ver el sufrimiento, el vigor y la inteligencia del amor que nos ha hecho reaccionar ante las injusticias, el espíritu de fineza que nos ha llevado a escuchar y hacer que emerja el bien, muchas veces oculto en situaciones o comportamientos rudos.

La madrugada del 5 de abril de 2022 se apagó Remedios en la casa familia Simeón y Ana de Barcelona. Vio cómo se iba debilitando su cuerpo, cada vez más encorvado, pero afrontó los últimos días con la serenidad que uno encuentra cuando tiene una mano amiga. Su habitación, asentada sobre la antigua muralla romana de la ciudad, recibió la última visita de sus amigos de la casa familia: Llorenç, Agustí y Ramon. Aquella mujer periférica había recuperado el centro con la Comunidad de Sant’Egidio y con Jesús como amigo.

Este libro memorial se hace eco de su historia. Debemos agradecer a Montserrat Vilaseca el emotivo relato que ha escrito. Las pinceladas sobre la vida de Remedios se mezclan con el relato de una lucha por dar voz a esta anciana y por cumplir su voluntad de quedarse en casa. Iluminan cada una de las líneas de este libro la pasión por los ancianos, la amistad con Rosa, con quien Remedios compartió esta aventura, y toda la coordinación del servicio a los ancianos de la Comunidad de Sant’Egidio.

En las páginas siguientes, hay una recopilación de vivencias sobre la vida de Remedios, una selección de fotografías y la homilía de la oración en su recuerdo que tuvo lugar en la capilla de San Lázaro el mismo día de su muerte. Es un regalo para todos los que, con sensibilidad y determinación, nos cruzamos en la vida de Remedios y la amamos. De algún modo, todos los que viven la amistad con los ancianos con el sueño compartido de la Comunidad de Sant’Egidio experimentan la aventura de la amistad que Rosa vivió con Remedios.

Gracias a estas líneas, la vida de Remedios es para todos nosotros un faro que ilumina la vida de muchos otros ancianos y ancianas que viven resignados el final de su vida porque no encuentran una presencia amiga ni alguien que les ayude a hacer realidad su voluntad de quedarse en casa. Todo y todos pueden cambiar. La vida de toda persona tiene un sentido hasta el último aliento, siempre es significativa y decisiva para quienes la rodean, constituye una motivación para luchar por su felicidad y es una luz de ternura y compasión para las nuevas generaciones. En este sentido, este es el libro de un sueño. El sueño de una vida periférica que en la ancianidad encontró el centro: la amistad de los suyos y la felicidad de quedarse en casa. Es un testimonio que incita a cuidar a los ancianos para que pasen los últimos años de vida en su casa.

JAUME CASTRO

Quiero vivir en casa

La casa

Pienso en mi condición de anciano y me doy cuenta del placer que siento cuando estoy en mi casa y de que me ayuden allí, en el lugar donde he vivido siempre, por donde me podría mover con los ojos cerrados. Mi casa es el lugar de mi vida.

¡Ay de mí, si me separan de ella!

Diálogo sobre la República, NORBERTO BOBBIO y MAURIZIO VIROLI

«Pulguita y yo no nos iremos de casa», afirma Remedios con una suave terquedad. La contundencia de la afirmación no le impide seguir el hilo de la telenovela. Cada día, después de comer, se sumerge en este mar de emociones, amores, violencias y traiciones de las series de televisión que la transportan a un mundo no muy lejano. Sus ojos azules enmarcados por un verdiazulado de maquillaje intenso brillan con picardía; se identifican vibrantes con las historias de aquellas mujeres bien vestidas y emperejiladas que salen en la pantalla, traicionadas y maltratadas por hombres guapos, prepotentes y halagadores. Son relatos exagerados y atrevidos que se sitúan en otro continente, pero que ella siente muy cercanos y vívidos. Es un rato de distracción, una ventana para endulzar de grandeza el pasado y entretenerse en un presente exigente como ha sido toda la vida. La cara fina y el pelo teñido de un rubio claro le dan un aire frágil y juvenil. Está sentada en la butaca, entre la mesa del comedor y la consola. Su vida se gobierna desde allí. En una mesita tiene el mando a distancia para controlar el televisor, las revistas para hojear en las horas muertas, el plato de la comida y un montón de papeles. Bajo el espejo, envejecido por el paso del tiempo pero aún elegante, está la consola antigua abarrotada de recuerdos. La foto de su hija y la de su amiga Rosa con un grupo de jóvenes destacan por lo hermoso de los marcos. Los ojos van solos al jarrón japonés que brilla con unas flores rosadas y alegra la habitación. La consola es pequeña, pero da mucho de sí: hace las veces de estantería. En el comedor no falta un espacio para la comida del gato y muchos objetos más que se abren paso empujándose unos a otros.

Al lado del espejo destaca un cuadro antiguo con el dibujo del perfil de una muchacha guapa y delicada que luce una larga cabellera recogida con una cinta. Durante la corta estancia de Remedios en Madrid, una amiga la pintó. Es uno de esos regalos que no se olvidan: personal, delicado, hermoso, para siempre. Es de las pocas cosas que le han acompañado toda la vida. El cuadro tiene impresos los rasgos de una joven ingenua y serena. La lámina, amarillenta por el paso del tiempo, anuncia toda una vida. El hermoso marco de madera trabajada delimita las fronteras de su intimidad, defiende la fragilidad y la soledad de una historia que guarda en el fondo de su corazón. «Aunque no lo parezca, esta soy yo», afirma Remedios con orgullo y gracia cada vez que recibe a un nuevo visitante. Es el recuerdo más valioso del pasado inocente de una joven llena de sueños.

Las paredes de la casa, de un verde oscurecido por el tiempo, no ven la luz natural. Un calendario colgado en la pared, bien visible, acompasa el tiempo. Una sola silla espera a las visitas. La vida de Remedios gira en torno a estos diez metros cuadrados. Junto al comedor se adivina la galería. Allí está la cocina, inservible. Solo funciona un grifo, el único que hay en toda la casa. Un montón de platos y cazuelas apilados llenan el fregadero. Al fondo de la sala hay un escalón que lleva a un antiguo balcón, pequeño y mal cubierto, que da al patio interior de la vivienda. Es la única obertura exterior de la casa. En el mismo lugar está el cuarto de baño, sin ducha ni lavamanos, y al lado, el tendedero para la ropa.

La puerta de la habitación siempre está cerrada. Es una medida de precaución, para que no se escapen los gatos. ¡Solo faltaría eso! Los ama muchísimo. Son su compañía. En la habitación hay una cama, sin cabecera y con un somier antiguo y abombado, y una cómoda llena de recuerdos encima y ropa llenando los cajones. Una pared muy delgada separa la casa de Remedios de la que hay al lado. Es un apartamento que se dividió en dos y ahora es un espacio muy reducido. En la otra parte del piso se quedaron a vivir la suegra de Remedios, Isabel, y su nuevo compañero, Josep.

Entre el comedor y el estrecho recibidor hay un armario inmenso donde se guarda todo lo que no cabe en ninguna otra parte de la casa. Funciona al mismo tiempo como vestidor y como despensa. Es viejo, poco accesible y tiene muchos rincones. Remedios, que es bajita y poco ágil, no puede acceder a él ni ordenarlo. Unos bichitos se han adueñado de él. La presencia de estos chinches será objeto de largas charlas entre ella y su amiga Rosa, que intentará convencerla para que se deshaga del armario y ponga uno nuevo. A pesar de las frecuentes desinfecciones, siempre queda algún que otro insecto que vuelve a reproducirse. ¿Quién podría imaginar que estos diminutos animales serían decisivos en la vida de Remedios?

El aspecto general de la casa es de deterioro. El cuadro eléctrico es antiguo y tiene cables colgando. La luz, en realidad, está pinchada de otro contador de la escalera. Unas cuantas grietas hacen dibujos caprichosos en las paredes y cuando llueve mucho entra agua por el patio interior. La casa no tiene caldera para calentar el agua. La humedad, los chinches y la falta de sanitarios adecuados hacen que el lugar sea poco habitable. En el barrio del Raval han rehabilitado muchas casas, pero la de Remedios es una de las que todavía deben someterse a una profunda remodelación. En este piso ha vivido muchos años con su compañero, Juan. Es el lugar de los afectos antiguos y recientes, de sus años más felices. Los cuadros colgados y muchísimos recuerdos y regalos así lo revelan.

La espalda encorvada de Remedios, los problemas que tiene para caminar y la inclinación de la escalera que llega hasta el primer piso de la calle d’En Botella podrían hacer pensar que la mujer vive aislada entre cuatro paredes: no es fácil subir y bajar las escaleras empinadas y estrechas que llevan a su pequeño piso. Invierte bastantes minutos en subir los casi veinte escalones que la dejan en su rellano. Tiene la voluntad de subirlos y bajarlos más de una vez al día. Es difícil comprender esta proeza cotidiana si solo nos fijamos en su paso encorvado y en su condición física. Lleva a sus espaldas el bagaje de muchas luchas acometidas y de una vida que se ha hecho fuerte con los sufrimientos y las alegrías. Aunque no le faltan las visitas, no hay día en el que no salga a dar un paseo y a dejarse ver en la pastelería o la frutería que tiene al lado de casa. Cada día que pasa suma nuevas limitaciones, pero no renuncia a hacer vida en el barrio. Este es su mundo y así ha ido tejiendo su historia, hilo a hilo, hacer y deshacer, enhebrando y cruzando una y otra vez las agujas para hacer un nuevo punto.

Hijos de la inmigración

Hermoso valle, cuna de mi infancia,

blanco Pirineo,

Márgenes y ríos, ermita en el cielo, suspendida,

adiós para siempre.

Arpas del bosque, pinzones y jilgueros,

Cantad, cantad;

Yo digo llorando a bosques y riberas:

adiós.

El emigrante, JACINT VERDAGUER

Higuera la Real es un pueblo de la provincia de Badajoz que linda con la provincia de Huelva al sur y queda muy cerca de Portugal. En plena dehesa extremeña, rodeada de encinas y decorada por los molinos, nació Remedios el 22 de marzo de 1944. Durante su infancia vivió en una casita de madera, un mundo rural, en medio de tierras de cultivo y animales para subsistir. Está familiarizada con la matanza anual del cerdo. Después de la guerra, cuando el pan escaseaba, la pequeña Remedios y sus hermanos vieron los molinos funcionando de nuevo, cuando parecía que ya se habían parado para siempre y quedaban relegados a una herramienta del pasado. La falta de alimentos y la aparición de las cartillas de racionamiento y el estraperlo dan a aquellos molinos una década más de vida.

Antonio, su padre, es pastor. Dolores, su madre, se ocupa de las labores de casa y va a lavar la ropa a los lavaderos públicos bien acompañada por sus hijos pequeños. Durante un tiempo, Remedios va al colegio del pueblo, pero de la noche a la mañana su ilusión por estudiar queda truncada. Su padre va a buscarla al colegio y la lleva a casa para que ayude a su madre. Su cometido no son las tareas de la casa, ni cocinar, ni limpiar. Renuncia a la escuela para pasar parte de su infancia y adolescencia cuidando a sus hermanos menores: Jose, Tomás, María Eugenia y Manolo. Pasa el tiempo ejerciendo de hermana mayor, jugando con ellos y disfrutando de la naturaleza cerca del río. Se encaraman a las encinas, comen fruta madura que cogen directamente de los árboles. Pasan los días lejos de los problemas y la complejidad de una posguerra de hambre y miseria. Una infancia simple en una familia trabajadora cuyo equilibrio se rompe a causa de la prematura muerte de Antonio, el cabeza de familia.

La falta del padre complica la vida de la familia. Dolores no puede mantener a la familia numerosa y tiene que ponerse a trabajar. Vende la casa y se va con sus cinco hijos a Huelva. Compra un piso y empiezan una nueva vida. Es una decisión valiente. La madre de Remedios es una mujer sola que debe mantener a cinco hijos en un tiempo de carestía. En Huelva, su madre empieza a trabajar como mujer de la limpieza, pero sigue teniendo problemas para mantener a todos sus hijos. Entonces debe tomar una de aquellas decisiones que una madre nunca querría tomar, no ve otra alternativa: Dolores se queda con Remedios y su hijo menor; los demás hijos se van a vivir a casa de sus tíos, uno a Sevilla y los otros dos a Lleida. Es una solución que no podrá mantener mucho tiempo: la añoranza de la separación y la necesidad de tener que encontrar otro empleo hace que Dolores decida reunir de nuevo a toda la familia para volver a empezar. Se irán a Lleida para estar todos juntos. Pero antes, ella y Remedios estarán un tiempo en Madrid y un tiempo en Barcelona. Pese a que intentan estar juntos, solo lo logran en algunos periodos del año, durante largas temporadas los hijos están en internados o en casa de algún familiar. No pueden hacer una vida continuada en familia.

Remedios se ha convertido en una joven atractiva y curiosa. Ha vivido gran parte de su infancia y adolescencia pendiente de sus hermanos. Siempre ha estado en casa, velando por ellos, cuidándolos, entreteniéndolos para que su madre pudiera ir a trabajar. En una gran ciudad como Madrid la vida es distinta. Sin muchos conocimientos, se abre a un mundo desconocido y atractivo para una jovencita guapa y soñadora. Conoce gente nueva. Allí es donde su amiga le hace el retrato a lápiz de carbón. Su rostro deja escapar una sonrisa llena de picardía que revela las ganas que tiene de comerse el mundo. Es joven. Quiere independizarse y con diecinueve años vuelve a Barcelona, donde se quedará ya para siempre. Llega a la ciudad con una maleta en la que lleva algunos vestidos y la lámina de papel de barba con el dibujo que le ha hecho su amiga.

A finales de los años sesenta, el pueblo natal de Remedios, Higuera la Real, vio reducir su población hasta menos de la mitad. Actualmente viven en él 2.400 habitantes. Entre 1950 y 1975 más de cinco millones de españoles abandonaron sus pueblos. Extremadura, Andalucía, Murcia, las dos Castillas y Aragón vivieron un gran éxodo rural con rumbo a las grandes ciudades, sobre todo Madrid, Bilbao y Barcelona. La aprobación del Plan Nacional de Estabilización Económica en octubre de 1959 por parte del Consejo de Ministros de Francisco Franco constituyó un punto de inflexión. El crecimiento económico se acentuó en las zonas industriales en detrimento de las zonas rurales y fue acompañado de una gran oleada migratoria del campo a las grandes ciudades y al extranjero.

La joven Remedios llega a Barcelona en 1963, con diecinueve años, sin experiencia ni apoyo algunos, pero allí ve la puerta abierta para vivir en libertad y hacer realidad nuevos sueños. Encuentra trabajo rápidamente como peluquera; también trabaja como camarera en la plaza Real. Se instala en el Barrio Chino, como muchos otros jóvenes que llegan de todos los puntos de la península. En 1963, el 70 % de los habitantes del Raval habían nacido fuera de Cataluña y el 74,6 % del Poble Sec, de Montjuïc y de Can Tunis, los tres barrios de la ciudad con mayor porcentaje de inmigración. El 11 % de los inmigrantes que hay en la provincia de Barcelona son de Extremadura; Remedios es una de ellos. Los más numerosos, con el 51,8 %, son los andaluces.

Tres años después de su llegada a Barcelona, Remedios unió sus sueños de futuro con Manolo. La ilusión y la poca experiencia precipitaron una boda con fiesta y convite, pero sin ningún registro ni documento que certificara el enlace matrimonial. A la larga sería una ventaja, porque aquel «matrimonio» no fue para siempre. Con veintidós años tiene a su primera hija, Eva. Por desgracia, la niña muere poco después de nacer.

Vendrán tres hijos más. Yolanda es una niña muy débil que se convierte en la niña de sus ojos. Al poco tiempo de su nacimiento, Remedios se da cuenta de que su hija es diferente de los demás niños; de hecho, siempre necesitará a alguien que la cuide. Tiene dificultades para aprender a causa de un retraso mental. Su abuela, que ha sufrido la pérdida de una nieta, se hace cargo enseguida de Yolanda y la cuidará mientras Remedios trabaja. La abuela y la niña viven en Lleida; Remedios, en Barcelona. La abuela Dolores es una mujer curtida, se ha esforzado para criar a sus cinco hijos y ahora tiene en sus brazos una nueva vida. Cuando sus hijos eran pequeños, les cantaba canciones de cuna; ahora se las canta a su nieta. Mujer alegre y amante del tango, se rinde ante la ausencia de su hija Remedios. Ya no luchará más para que vuelva a Lleida y esté con Yolanda, aunque ella misma tenga que hacer de madre de la pequeña. Eso sí, a Dolores le va de perlas el dinero que Remedios le envía para ayudarla con la economía de la casa y para que críe a su hija. Yolanda crece con el afecto de su abuela y lejos de su madre. Siendo ya adolescente se aficiona al deporte, disfruta de la competición y llega a participar en los Juegos Paralímpicos de 1992 de Barcelona. Es un orgullo para su madre, que ve la foto de su hija estampada en un periódico. Guarda el recorte de la noticia en una caja, entre fotos de familia, postales y sobres vacíos con direcciones que quiere recordar. Todos estos recuerdos se perderán cuando los ocupas entren en su casa de la calle d’En Botella.