Recóndita armonia - Marina Mayoral - E-Book

Recóndita armonia E-Book

Marina Mayoral

0,0
6,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Recóndita armonía es, en pocas palabras, el relato de una gran amistad, de un sentimiento que da sentido a la vida. Elena y Blanca se quisieron toda la vida, a pesar de que eran casi opuestas en su manera de pensar y de actuar. Helena buscaba la aventura y el cambio y pretendía dejar una huella de su paso por el mundo; por el contrario, Blanca sólo anhelaba la tranquilidad en compañía de sus seres queridos. Pero juntas descubrieron la amistad, el amor, el sexo, el dolor, las injusticias y la muerte. Varios hombres marcaron hitos importantes en sus vidas, pero con ninguno de ellos vivieron una relación tan íntima como la que mantuvieron entre ellas. Así, Recóndita armonía narra la historia de dos mujeres que viven una de las etapas más turbulentas de nuestra historia, los difíciles años en que España conoce la república, la guerra civil y la larga posguerra. Nos ofrece una apasionante visión de las relaciones humanas, de sus complejos y sutiles matices, plasmada con la habitual destreza narrativa de Marina Mayoral. Jose María Merino nos ofrece una excelente y detallada edición de la obra, en la que incluye un estudio del contenido y de las formas narrativas de la autora. Considera, por una parte, que esta obra forma parte de la misma literatura «mayor» a la que pertenecen escritoras como María de Zayas, Jane Austen, Emily Brönte, Mary Shelley, Emilia Pardo Bazán, Ana María Matute, Carmen Laforet, Alice Munro, Iris Murdoch o Svetlana Aleksiévich, porque «es humana por encima del sexo, y sería reduccionista […] encajarlas, como en un gueto, en la llamada literatura femenina». Y, por otra, incluye a la autora en lo que él denomina "literatura de la democracia», caracterizada por «la libertad expresiva, que se ejerce en todos los órdenes, originando una especial riqueza». De ella han comentado los expertos: "He leído de nuevo Recóndita armonía, ¡qué gozada! Me encanta como Marina Mayoral lleva con maestría los hilos que componen las complejas relaciones personales, que dependen de circunstancias y decisiones individuales , de un espacio y de un tiempo e , ineludiblemente, de la Historia. El resultado es un magnífico mosaico de la condición humana. También disfruté de la introducción tan detallada e interesante de José María Merino. Esta edición de Cásicos Castalia sitúa a Marina Mayoral donde merece estar, entre los grandes escritores de la historia de la literatura. Espero que sea un éxito editorial." María Socorro Suarez Lafuente , catedrática de Filología Inglesa de la Universidad de Oviedo.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 478

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



En nuestra página web: www.castalia.es encontrará el catálogo completo de Castalia Ediciones comentado

Ilustración de la cubierta: Dos amigas, Gustav Klimt, 1916-1917,

óleto sobre lienzo. Destruido en un incendio en 1945.

Primera edición impresa: abril de 2020

Primera edición en e-book: marzo de 2022

© Marina Mayoral, 1994, 2020

© de la edición: Jose María Merino, 2020

© de la presente edición: Edhasa (Castalia), 2020

Diputación, 262, 2º 1ª

08007 Barcelona

Tel. 93 494 97 20

España

E-mail: [email protected]

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita descargarse o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra. (www.conlicencia.com; 91 702 1970 / 93 272 0447).

ISBN: 978-84-97408-78-3

INTRODUCCIÓN

La narrativa de la democracia y «la novela distinta»

Veinticinco años después

El 17 de noviembre de 1994 tuve la satisfacción de presentar la primera edición de Recóndita armonía en la Casa de Galicia de Madrid. Por casualidad, conservo dentro del ejemplar del libro la invitación al acto y algunas de las notas que fui tomando a lo largo de mi lectura para hacer la presentación.

Recóndita armonía me sorprendió entonces por muchas razones: la historia de amistad, matizada por una relación muy íntima y peculiar, que concentra equilibradamente años muy difíciles de la historia española del siglo XX; la voz que la transmite, con tanta gracia y tan segura naturalidad; los personajes, sus conductas y los sentimientos que se consolidan entre ellos a lo largo del relato, en los diferentes escenarios y tiempos; la mirada nada doctrinaria de un lugar del frente bélico, en la parte franquista, durante la terrible contienda civil...

Me pareció, y así lo expresé, un libro memorable desde muchos puntos de vista literarios y sociológicos.

Todavía vivíamos sin problemas extraordinarios en la España que había instaurado la Constitución de 1978, y todas las perspectivas y aspectos de la novela concordaban de tal forma con la libertad de pensar y expresarse en la realidad que nos rodeaba que ha sido necesario que transcurran veinticinco años para que mi relectura no sólo haya visto en ella todo lo que vi entonces, confirmando las lejanas apreciaciones y encontrando tan vigente como en aquella ocasión la construcción narrativa, la recreación histórica y la capacidad para integrar con notable equilibrio espacios personales y colectivos muy diferentes, sino que lo he descubierto todo ello marcado por la gracia de una escritora que representa, con afortunada capacidad creativa personal, muchos aspectos de la sensibilidad de toda una generación, la de la «narrativa de la democracia», precisamente.

Los antecedentes y la narrativa inicial de la democracia

Ese episodio español tan doloroso y sangriento, la guerra civil de 1936 a 1939 –que creo que, de algún modo, gravita todavía sobre nosotros– dispersó a numerosos escritores, abortando muchas fructíferas tendencias vigentes en los años treinta. Todo lo que vino después, la fúnebre posguerra –con sus graves restricciones y la implacable censura dictatorial– y el reverbero inevitable de la Segunda Guerra Mundial y de sus consecuencias, abrieron en España un período en la creación de ficciones muy determinado por aspectos poco literarios y dentro de una gran carencia cultural.

Narradores como Francisco Ayala, Rafael Dieste, Arturo Barea, Ramón Sender, Max Aub, Rosa Chacel, Manuel Andújar..., por citar sólo algunos nombres, dejaron España para intentar rehacer su vida en otros lugares. Frente a los escritores leales a la República, los comprensivos y hasta simpatizantes con el franquismo estarían representados en gente como Álvaro Cunqueiro, Tomás Borrás, Wenceslao Fernández Flórez, Edgar Neville, Samuel Ros..., quienes, sin embargo, perdieron la libertad con que antes se manifestaban. En la primera posguerra, cuando todavía viven Azorín y Pío Baroja, empiezan a despuntar nombres como Gonzalo Torrente Ballester o Camilo José Cela, y muy pronto aparecerá un grupo de nuevos escritores, entre los que debo destacar a Miguel Delibes, Ana María Matute y Carmen Laforet, que fueron consiguiendo construir su narrativa dentro de los estrechos márgenes de la época.

El tiempo pasa –es obligada su revisión vertiginosa– y llegaremos al llamado «Grupo del Medio Siglo». Puede ser sorprendente que, dentro de las limitaciones culturales y ambientales del franquismo, muchos de estos escritores empezasen a dar a conocer sus obras en publicaciones del Régimen, que, por otra parte, monopolizaba los medios de comunicación. Si se me permite una cita propia, acaso la tendencia «social» del imaginario de los escritores de aquel momento escribía ficciones, pero «no creaba fricciones importantes», en principio, con el estricto «nacional-catolicismo franquista».

De hecho, en aquellas duras condiciones lograron imponer su estética escritores considerables como, además de los citados, Jesús Fernández Santos, Ignacio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio, Carmen Martín Gaite o Medardo Fraile... Unos presentan más preocupación «social» que otros, pero el sentimiento de lo humano y sus adversidades como materia narrativa es común a todos. La nómina de autores es tan copiosa que queda incompleta aunque se cite también a Juan Benet, Juan García Hortelano, Fernando Quiñones, Francisco García Pavón, etcétera.

A esta generación sucede la de otros autores como Juan Marsé, Antonio Martínez-Menchén, Daniel Sueiro, Juan Goytisolo, Francisco Umbral, Manuel Vicent o Manuel Vázquez Montalbán, y por entonces publica sus primeras obras un jovencísimo Javier Marías. Hay que recordar también que, en aquel tiempo, comienza a difundirse en España lo que luego sería conocido como el boom latinoamericano, sobre todo gracias a las figuras de Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.

En los últimos años de la dictadura, la mayoría de estos autores siguen en activo y algunos de los exiliados empiezan a regresar a España. Acaso el ejemplo de exiliado irreductible sea el de Max Aub, español vocacional que hizo un breve viaje de vuelta a España para escribir un testimonio desolador. Debo recordar también que aquellos tiempos terminales conocieron un estéril debate literario entre los paladines del llamado «realismo social» y los defensores de un experimentalismo verbal y formal que llegó a predicarse como «la destrucción del lenguaje».

A la muerte de Franco, cuando surgen en España las ilusiones democráticas, hubo algunos críticos y estudiosos que esperaban que saliese de su escondrijo «la novela distinta», la que no habría podido ser publicada por culpa de la censura. La expectativa era ingenua, porque el soñado espécimen no existía ni podría existir: el laboratorio de la literatura nunca puede estar desconectado del fluir mismo de la realidad, y aquélla era demasiado restringente... Por otra parte, incluso esos momentos no parecían propicios a la literatura, sino al libro de carácter político, pues en la recuperación paulatina de la libertad de expresión esta materia gozó de cierta predilección ciudadana.

No obstante, quiero remontarme a aquellos tiempos lejanos para formular una breve memoria de la narrativa en los años de la naciente democracia. Se señala La verdad sobre el caso Savolta (1975), de Eduardo Mendoza, como libro especialmente significativo en lo que pudiera considerarse un cambio de enfoque a la hora de enfrentar la elaboración de ficciones, pues en dicha novela hay una voluntad de recreación histórica y la trama tiene importancia fundamental, con cierta impregnación del llamado «género negro».

Claro que a los españoles nos gusta elegir recurrentemente un solo libro, pues ese gusto por recobrar, con una mirada renovada, ciertos aspectos específicamente narrativos de la literatura, estaba también en otros compañeros de mi promoción, como Luis Mateo Díez, Juan Pedro Aparicio, Álvaro Pombo, Juan José Millás, Soledad Puértolas, Javier Tomeo, Esther Tusquets, Cristina Fernández Cubas, José María Guelbenzu, Manuel Longares... Y, por supuesto, en Marina Mayoral. Como podemos apreciar, no escaseaban las voces femeninas...

La relación de nombres podría ser mucho más larga, indicio de lo abundante de la fructífera cosecha. Y hay que decir que muchos de ellos publican entonces libros de cuentos como obra primera, con lo que quiero resaltar también cómo la promoción literaria a la que pertenecemos Marina Mayoral y yo ha tenido, desde sus inicios, propensión a practicar tanto la novela como el género corto.

Posiblemente todos los tiempos sean confusos, pero aquellos lo parecían más, por la conciencia inevitable de final de etapa y de falta de asentamiento político y social. Hijos de la posguerra, entre muchos miembros de mi generación persistía un sentimiento de desgarro, de provenir de una catástrofe, de habernos formado en un territorio arruinado, con muchos espacios de memoria borrada y con una realidad que encontrábamos reflejada normalmente en la narrativa extranjera, pero que estaba amputada de modo brutal en muchos aspectos de la nuestra.

Sin embargo, la normalidad se iba rehaciendo poco a poco, e incluso empezaban a publicar con naturalidad en sus propias lenguas autores con expresiones distintas a la castellana –Carme Riera en catalán, Carlos Casares, como la propia Marina Mayoral, en gallego, Bernardo Atxaga en vasco–; es decir, empezábamos a convivir pacíficamente diferentes grupos de escritores españoles antes separados e ignorantes de nuestra existencia por la dictadura.

No creo, pues, gratuito afirmar que, en los tiempos que giran en torno a la Constitución de 1978, y aunque algunos críticos hayan echado de menos esa «novela distinta» que, oculta en sitio seguro durante el franquismo, esperaría el final definitivo de la censura para mostrar su esplendor, el panorama literario español era de mucha variedad e incipiente riqueza, y que de pronto se encontraban trabajando en España, y recuperando la libertad, como he señalado, varias generaciones de escritores: por un lado, los narradores supervivientes de la postguerra; por otro, los del «grupo de los cincuenta», y también los escritores de los sesenta; y, además, los exiliados que habían regresado y publicaban ya regularmente dentro del país...

Pero es que, además, estaba la gente de mi promoción, a la que he aludido, muchos recién llegados a la literatura. Y en los que comenzamos a publicar nuestra obra narrativa al hilo de la llamada Transición, había una conciencia de la realidad que antes no existía: no pretendíamos «destruir el lenguaje» –¿es que la dictadura no lo destruía a diario lo suficiente, acomodándolo a sus oscuras exigencias?–; en cuanto a la incitación a ejercer el llamado «realismo social», nos había parecido una burlesca falacia, en un panorama controlado por una estricta censura en la que coincidían todavía los estereotipos falangistas y siempre los clericales.

Yo creo que lo verdaderamente renovador de esta generación a la que pertenezco fue el no ajustarse a modelos y, sin prejuicios y con una mirada que se proyectaba en numerosos campos narrativos e incluso los enlazaba –lo metaliterario, lo realista en diferentes modalidades, lo psicológico, lo mítico, lo erótico, lo burlesco, lo fantástico, la «ficción científica», etc.– intentaba normalizar y pluralizar un panorama antes demasiado oprimido por distintas formas de lo doctrinario. En definitiva: nacía una manera diferente de ver las cosas...

Desde esta perspectiva, Recóndita Armonía es una novela que pertenece sin duda a ese tiempo de mirar y vivir en la libertad democrática que trajo la Constitución de 1978, y está llena de elementos novedosos que enseguida repasaré.

Marina Mayoral

Nacida en Mondoñedo en 1942, ya que estamos en el sólido territorio de la ficción no puedo dejar de pensar que Marina Mayoral se siente originaria de ese espacio llamado Brétema, y que dentro de su obra y a lo largo de ella hay otras escritoras ejerciendo de alter ego, como Lucía Monterroso o Etelvina de Silva que, como me ha escrito la autora material –no me atrevo a llamarla real–, «... era un desastre de persona, que empezaba veinte tareas y carreras y no concluía ninguna; y un desastre también en sus relaciones amorosas, pero con los años pasó a ser un personaje secundario que aparece en varias de mis novelas y se ha convertido en una persona “respetable”, que hasta da buenos consejos en La única mujer en el mundo. ¡Quién lo iba a decir!».

Marina Mayoral, profesora y estudiosa además de narradora, no ha olvidado la historia literaria y ha investigado la obra de figuras importantes y menos consideradas de lo que sería preciso por nuestros especialistas, como las de Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán o Gertrudis Gómez de Avellaneda, pero su creación más conocida se reparte entre la novela y el cuento, alternando la lengua gallega, como ya señalé, con la castellana.

La primera novela en castellano de Marina Mayoral fue Cándida, otra vez (1979), en la que ya dos voces narrativas en primera persona sirven de precedente a la que llegaría a redondear con tanta maestría en la novela que voy tratar y en otros libros posteriores, como Dar la vida y el alma y La sombra del ángel, por lo menos. Pues a la novela Cándida otra vez suceden otras diecisiete, que quien esté leyendo esta introducción podrá encontrar puntualmente reseñadas en la adjunta bibliografía. La última, La única mujer en el mundo, en 2019, desarrolla también un complejo espacio de relaciones sentimentales y extraños hechizos.

En el mundo del cuento, Marina Mayoral ha demostrado asimismo su maestría para inventar tramas y manejar voces: desde Morir en tus brazos (1989) hasta Querida amiga (2006), tres libros entre los que quiero recordar especialmente Recuerda cuerpo (1998), un conjunto de relatos que también es signo seguro, no sólo de la maestría de la autora, sino de la libertad de conciencia narrativa que ella representa dentro de la promoción de escritores a la que ambos pertenecemos, en este caso desde una mirada que pudiéramos llamar carnal, sin prejuicios ñoños ni viciosos regodeos, pues, como ya he señalado en otro lugar, el cuerpo desde la visión «carnal» era el peor pecado en los tiempos de la educación adolescente y juvenil de nuestra generación, y la lectura primera de este libro, hace ya veinte años, me mostró claramente hasta qué punto las cosas habían cambiado de forma sustantiva en la creación literaria española. (Además, aficionada Marina Mayoral al juego metaliterario, en Recuerda cuerpo encontramos un relato, «El dardo de oro», directo precedente de esa novela polifónica que ya he citado, La sombra del ángel). En su narrativa corta, acaso habría que añadir otro libro peculiar en el que se entremezclan ficción y ensayo: El amor, la vida y más allá, publicado en 2017.

Estimada por la crítica, traducida a distintas lenguas, Marina Mayoral ha venido siendo reconocida por premios en su momento muy valorados, como el Ámbito Literario y el Novelas y Cuentos de novela, el Ramón Sijé de novela corta o el Hucha de Oro de cuento.

Trama y estructura de Recóndita armonía

La reedición de Recóndita armonía supone recuperar una novela a mi juicio necesaria para completar el conocimiento de la evolución de nuestra reciente historia literaria, como ejemplo de la obra de lo que llamo «la narrativa de la democracia» que, a mi juicio, y dentro de lo que significa para la literatura española, acaso no esté estudiada con la suficiente profundidad.

Recóndita armonía es sobre todo la historia de una singular amistad que se desarrolla durante los difíciles años en que España conoce la república, la guerra civil y la larga posguerra. Una amistad entre dos mujeres desde la primera adolescencia: huérfana una de ellas, ahijada de un clérigo y protegida del obispo de la diócesis en Brétema, ese imaginario lugar de Galicia. Gracias a la protección de tal obispo estudia en Madrid, en un colegio de gente rica, donde conoce a la hija de un aristócrata y se convierte en íntima amiga suya. La amistad durará toda su vida, y atravesará circunstancias peculiares de muy distinto orden.

Tras los estudios del bachillerato, ambas muchachas cursarán la carrera de Física, lo que les permitirá ser durante años ayudantes de un inteligente profesor muy satisfecho de sí mismo que trabaja en los misteriosos campos del átomo. Muerto el profesor, la sublevación franquista cambiará la vida de todo el mundo y las dos amigas acabarán colaborando en un hospital de campaña del ejército sublevado, lo que las pondrá en contacto con diversas gentes e incluso les permitirá conocer muchas contradicciones ideológicas y hasta protagonizar cierto relato de aire legendario...

El final de la guerra y el paso de los años llevará consigo la separación de las amigas: Helena se irá a Estados Unidos y Blanca se quedará en Brétema como farmacéutica. A pesar de todo, no perderán su fuerte relación.

* * *

Marina Mayoral ha ordenado el libro en 22 capítulos, divididos en dos partes: la primera, «Una huella perdurable», comprende desde el capítulo primero hasta el decimocuarto, es decir, desde la infancia de la huérfana hasta la muerte del citado profesor; y la segunda, «Estelas en la mar», incluye desde el capítulo decimoquinto hasta el último: todo lo referente a la guerra, la posguerra y el tiempo restante.

Dentro de esta ordenación de la autora, me gustaría sin embargo distinguir cinco apartados, en cada uno de los cuales la trama, sin desgajarse del conjunto, comprende contenidos especialmente significativos, yo diría incluso autosuficientes.

El inicial abarcaría los capítulos 1 a 9, el tiempo de la infancia y la adolescencia, sobre todo de Blanca Loureiro, desde sus tardes con el obispo don Atilano –que la inicia en la ópera y se convertirá en su protector–; su posterior ingreso en el selecto colegio de las Damas Negras; su encuentro allí con quien será su mejor amiga, Helena María de Osorio y Giménez de Sandoval y, concluido el bachillerato, la entrada de ambas en la Residencia de Señoritas y el conocimiento del profesor Arozamena.

El segundo ocuparía de los capítulos 10 a 14, con los seis años en que Blanca y Helena se convierten en devotas ayudantes del profesor Arozamena, al hilo de sus estudios, y cómo su dependencia profesional en el laboratorio va adquiriendo otros matices más personales e íntimos.

El tercero se centraría en los capítulos 15 y 16, y descubrimos que la relación amistosa entre Blanca y Helena, sin dejar de serlo, alcanza también nuevos matices de intimidad.

En el cuarto apartado, capítulos 17 a 21, se centrarían todos los sucesos del hospital de campaña y otros en los que ambas amigas se ven implicadas a lo largo de la guerra civil.

El quinto y último, de los capítulos 22 a 25, nos irá presentando diversos reencuentros y despedidas.

La voz narrativa

Si el relato de todos los sucesos y conductas tiene notable fuerza sentimental y dramática, es sobre todo gracias al punto de vista, a la voz narrativa que corresponde al personaje de Blanca, acaso para cumplir con la propuesta de su amiga Helena –que conoceremos al final del libro– de que escriba la historia de su vida, pues Blanca ha tenido mucho éxito internacional con un libro titulado Las plantas medicinales.

Estoy segura de que al final acabarás escribiéndolo, así que voy a hacerte algunas recomendaciones. Primera: no esperes a ser muy vieja, porque chochearás y se te olvidarán las cosas. Segunda: cuenta la verdad, incluso lo que hicimos mal, y cuenta algún detalle, aunque no sea de buen gusto; los detalles ayudan a entender. Y tercera: si quieres preguntarme algo que no sepas, hazlo ahora. (Pág. 273, 1ª edición.)

Y es precisamente Blanca quien va desarrollando el relato mediante su narración; una voz en primera persona, una voz que atrapa sin remedio la atención lectora por la cantidad de vertientes que nos ofrece y por su sabio entrelazamiento y disposición.

Siempre he considerado que la narrativa oral y la escrita no tienen nada que ver, pues la primera se sustenta tanto en la palabra hablada como en los silencios y los titubeos materiales, e incluso en las repentinas rectificaciones y los «nomeacuerdo» de quien narra, mientras que, en la segunda, la formalización obligatoria del discurso hace muy difícil esa «espontaneidad», pero no me cabe duda de que el sustrato de la cultura de la oralidad, cuando es sólido –y en el mundo gallego es indiscutiblemente vigoroso–, puede conseguir que los autores, si acuden a la primera persona, consigan darle un peculiar matiz, una resonancia certera de palabra hablada.

Tal es el caso de Marina Mayoral, que utiliza magistralmente la narración en primera persona, como ya dije que demostró en Cándida, otra vez, así como en muchos de sus admirables cuentos literarios. Y tengo que hacer especial referencia a la primera persona «oral» que Marina Mayoral usa de nuevo en Dar la vida y el alma, donde el juego de circunloquios, referencias memorísticas y especulaciones de la narradora se une a una curiosa vertiente «metaliteraria», como más tarde explicaré.

Blanca nos va contando, pues, la novela con asombrosa franqueza, y lo que le da al libro una personalidad indiscutible y muestra el cambio radical que supuso para los narradores de mi generación trabajar en la democracia que llegó en 1978, y además nos proporcionó una disposición narrativa nueva, es que, por ejemplo, se atreve a relatar escenas de carácter sexual de planteamiento verdaderamente novedoso, sin perder, además, nada de la naturalidad que impregna todo el libro.

–No sentí nada, te digo... Me gusta más cuando yo me toco.

Se pasó varias veces la mano por el pecho y después la puso en el mío y me acarició.

–Me gustaría tenerlos como tú, así de grandes... ¡Mira, se te ha puesto duro el pezón!

Alargó de nuevo la mano y rozó el pezón erguido. Me preguntó con voz entrecortada:

–¿Te... te gusta? (Pág. 90, ídem.)

Otro ejemplo, en este caso referido a un personaje, el profesor Arozamena:

Su única peculiaridad en la cama era un lenguaje coloquial bastante grosero, abundante en aumentativos y ponderativos aplicados a rasgos anatómicos, que se iba haciendo más incoherente y reiterativo a medida que se acercaba al desenlace y que contrastaba con su modo habitual de expresarse, que era sumamente correcto además de brillante y preciso. (Pág. 131, ídem.)

Por otra parte, a veces el relato tiene incluso un suavísimo tono humorístico. La propia autora reconoce que el humor ha sido una adquisición progresiva en su literatura, y en esta novela el humor sería palpable en ese final en que Blanca cede una vez más su «hombre» a Helena, aunque abunden las escenas cómicas, como la de la «violación de Germán» a manos de Helena o la de ciertos ungüentos que fabricará Blanca en su etapa final de boticaria, con lo que el fluir novelesco nunca pierde su vigor y ni su interés.

Personajes y conductas

Dentro de la trama apuntada –y mediante la gracia de esa voz que no deja de sorprendernos, por muchas de las cosas que dice, a quienes sufrimos los estereotipos morales del franquismo nacional católico–, a lo largo de la novela van apareciendo sin cesar personajes diseñados con maestría, y cuyo comportamiento está descrito de modo atractivo, como todos los que conforman la buena literatura; recordemos que Claude-Adrien Helvetius dijo que «la novela es la historia de los sentimientos», y esta obra se integra de forma magnífica en ese aserto.

Ya señalé que Blanca Loureiro, huérfana a los tres años, tiene un tío abuelo cura que se hace cargo de ella cuando se produce la prematura muerte de sus padres. Este personaje aparece muy poco, aunque sus referencias nos sirven para conocer la cariñosa cercanía familiar que, a pesar de todo, tuvo la huérfana desde niña.

El papel de padre lo desempeñó a su manera mi tío abuelo, a quien siempre llamé padrino. Era ya viejo cuando se hizo cargo de mí y se limitaba a darme pescozones cariñosos cuando se tropezaba conmigo por la casa y a contarme historias de la Biblia mientras cenábamos juntos. [...] Mis necesidades afectivas se satisficieron con sus desmañadas caricias y con los besos y achuchones de las amas. Hubo varias a lo largo de mi niñez y fueron sucediéndose de un modo natural y sin traumas [...] Todas eran cariñosas y propensas a los arrebatos de ternura, de modo que creo haber sido una de las niñas más besadas y abrazadas del mundo, porque a las caricias de las amas hay que sumar las de todas las personas que se sentían conmovidas por mi condición de huérfana. (Pág. 16, ídem.)

Además, el padrino nos permite llegar con naturalidad a don Atilano, el obispo de la diócesis de Brétema, que es quien, a partir de los siete años de Blanca, la recibe todas las tardes de los jueves para que meriende con él, y se convierte en su protector.

El primer secreto que Blanca y don Atilano comparten es la afición de éste por la ópera, en la que consigue implicar a la niña. Don Atilano toca el piano y no canta mal, y Blanca conocerá por él, además de muchas otras piezas, desde las romanzas «Recóndita armonía» o «E lucevan le stelle» de la Tosca de Puccini hasta el aria «Di quella pira» del Il trovatore de Verdi, pasando por el «Addio del passato» y el brindis de La Traviata o el «Povero Rigoletto»...

De vez en cuando, a don Atilano debían de acometerle dudas acerca del carácter formativo de aquellas veladas musicales, porque, de súbito, frotaba su anillo pastoral, carraspeaba y me decía:

–Blanca, ¿tú te das cuenta de que toda esa gente no eran buenos cristianos?

Se refería a Cavaradossi, que muere desesperado, y a Violeta, cuando le dice a Alfredo que lo más importante de la vida es el placer; a Tosca, que se suicida después de haberse tomado la justicia por su mano, igual que el payaso Canio; a Manrique, que entra en el claustro y rapta a Leonor, en fin, a nuestros héroes. Como la pregunta era siempre parecida, yo le contestaba también igual, con la respuesta que él me había dado cuando yo, la primera vez que él me hizo aquella observación, le pregunté muy acongojada si estarían en el infierno:

–No debemos juzgar nunca. Un segundo de arrepentimiento basta a la misericordia de Dios. (Pág. 20, ídem.)

El segundo secreto de don Atilano, en el que Blanca intentará profundizar tras conocer a una compañera de estudios, la aristocrática Helena María de Osorio y Giménez de Sandoval, que será su amiga íntima –y muy atraída ésta por la apostura física del obispo, que nunca antes había sido considerada por Blanca– es el de su vida sentimental. E iremos sabiendo que don Atilano es obispo por el amor que sintió hacia su pobre y buena madre, que lo ayudó en su vida de forma decisiva, de modo que él «prefirió el sacerdocio al matrimonio», e incluso llegaremos a tener vagas noticias, ciertos datos confusos, sobre una aventura sentimental... Mas, por otro lado, el drama de la guerra civil nos irá redondeando la personalidad del obispo, un hombre que ayuda a los menesterosos y a los perseguidos hasta el punto de hacerse sospechoso para la facción franquista y ser castigado a la reclusión en un monasterio trapense.

En los dos últimos siglos hay varios escritores españoles que han utilizado a veces sacerdotes o clérigos como personajes –Azorín, Manuel Azaña, Blasco Ibáñez, Benjamín Jarnés, Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Ramón Pérez de Ayala, Gabriel Miró, José María Gironella, Miguel Delibes...–, mas creo que la perspectiva de ese don Atilano, cuidadoso mentor de una niña y protector suyo a lo largo de los años, personaje quijotesco fascinado por la ópera, que renunció a aspectos de la vida incompatibles con su profesión religiosa por su sentimiento de deuda con su madre, es un personaje nuevo en nuestra literatura.

En el mundo infantil de Blanca destacarán también algunos personajes secundarios: Josefa, «ama» en casa de don Atilano, capaz de ver a los muertos en determinados momentos singulares, y Marcelo, el fámulo de don Atilano, con breves pero oportunas intervenciones que nos completarán el panorama doméstico del obispo. Otros personajes, como doña Margarita, a la que en el momento de la agonía viene a visitar misteriosamente un hijo ya muerto para despedirse, vienen a reiterar esas experiencias misteriosas de la infancia.

En el colegio, alumnas como Encarnita Belver, amiga irrenunciable de «toda clase de bichos», nos ayudarán a conocer mejor sus relaciones con las compañeras. Y un personaje fundamental a partir del momento en que Blanca y Helena se conocen será Eduardo, el padre de Helena, marqués de Resende, que será también protector de la huérfana y quien, aunque sólo está perfilado por los recuerdos, las alusiones y la fascinación de Blanca, resulta un personaje muy sólido y reconocible.

[...] conocer a Eduardo echó por tierra todas mis ideas previas sobre los padres y los ateos, y también mis planes para el futuro.

Eduardo no era como los padres que yo había conocido hasta entonces. No olía a viejo, ni a puro, ni tenía una curva prominente desde la mitad del pecho hasta el arranque de las piernas. Aunque andaba ya por los cuarenta parecía más joven que los hombres de su edad. (Pág. 55, ídem.)

Me pareció el hombre más atractivo que había visto en mi vida: guapo, elegante [...] sus movimientos eran una combinación perfecta de fuerza y armonía [...]. En fin, aquel día Eduardo rompió mis esquemas sobre lo que era un padre y, en general, sobre el sexo masculino. (Págs. 57-58, ídem.)

El marqués, que vive en Madrid pero que tiene un pazo cerca de Brétema, es un experto en los deportes refinados de la época –juega a veces con Alfonso XIII–, pero es también un hombre culto y sensible, aunque su relación con su esposa Cristina no le impida tener relaciones con otras mujeres de clase alta, como Josefina Carvajal.

Los lazos inmateriales que unen a Blanca con Eduardo formarán otro de los espacios sentimentales de la novela, y la guerra civil, durante la que Eduardo se retirará a Brétema, nos permitirá saber que «los ricos son todos iguales», como apunta Blanca que decían las «amas» en el mundo doméstico. Personaje afable, circunspecto, agnóstico, aficionado al mundo de las plantas –afición que transmitirá a Blanca– con una intensa vida de relaciones, aunque capaz de renunciar a cosas muy deseadas, Eduardo resulta otro de los personajes importantes del relato.

Como complemento antitético de Eduardo está su esposa Cristina –superviviente de un coma–, elegantísima y muy piadosa, que completa muy bien las disparidades de la noble familia:

Cristina, en efecto, olía no sólo a algo inocente sino santo. Olía a azucena, perfume muy refinado y de difícil elaboración, según me había explicado Helena, pero que a mí me parecía una variedad del olor a iglesia de otras madres. Más agradable y sin duda más elegante, pero, al cabo, olor a iglesia por las fiestas de Pascua. Otro rasgo que me llevaba a incluirla en la categoría general de las madres era que desde el primer momento me miró como a una huérfana, me trató con una ternura que poco tenía que ver con mi persona particular. (Pág. 54, ídem.)

Eduardo y Cristina tienen dos hijos, Carlos y Pedro, para quienes la guerra civil será decisiva en sus orientaciones sociales y políticas, que representan muy bien lo que aquel feroz enfrentamiento supuso para la íntima ruptura a los españoles: Carlos se enrolará en la aviación republicana, mientras Pedro, a través de los jesuitas, quiere ser misionero, aunque lo vivido durante la guerra en la zona nacional lo traumatizará...

Un personaje decisivo en la vida de las dos amigas es el citado profesor Arozamena, famoso por su sabiduría, a quien ambas ayudarán con fervor durante años en su laboratorio sin merecer de él, ya no asesoramiento en la materia de su trabajo, sino muy pocas señales de empatía cotidiana, pues es un tipo orgulloso, despectivo y encerrado en sí mismo:

Arozamena enseñaba mal y no había formado discípulos ni una escuela. Se limitaba a deslumbrar primero y después a alejar, a fuerza de desdén, a quienes pretendían acercársele. Era arbitrario e injusto en el ejercicio de la docencia. Los estudiantes podían arrastrar su asignatura durante años o aprobar por chiripa, porque, de pronto, un día se cansaba de ver las mismas caras y daba un aprobado general para que se fuesen. Pero a pesar de ello sus clases estaban siempre llenas, incluso con estudiantes de otros cursos y de otras especialidades. Era la estrella de la Facultad de Físicas y su éxito se basaba tanto en la audacia de sus teorías científicas como en la brillantez con que las exponía. (Pág. 99, ídem.)

Eso opina la narradora, pero la colaboración de los tres no impedirá que se acabe estableciendo entre ellos un curioso triángulo de relaciones...

Antes, al referirme a otra de las novelas de Marina Mayoral –Dar la vida y el alma– señalé que allí hay también una narradora en primera persona y ciertas vertientes metaliterarias, pues en la página 87, la narradora, que se declara a sí misma escritora, dice: «No consigo que me salga un malvado de una pieza. Lo intenté con el profesor Arozamena de Recóndita Armonía, pero al final resultó solo egoísta y en el fondo débil...». Esto podría hacernos pensar que esa narradora es la propia Marina Mayoral, pero más adelante, en la página 113 del mismo libro, una nota a pie de página a un texto de Emilia Pardo Bazán, que lleva unas líneas en cursiva, nos advierte de lo siguiente: «La cursiva no es de doña Emilia, sino del personaje narrador de Dar la vida y el alma...», lo que introduce en el texto un aspecto no solo metaliterario, como antes dije, sino también apócrifo...

Otro personaje importante de la novela es Germán. Como otros, tiene un secreto pasado sentimental. Germán –en su día ayudante de otro médico, don Higinio– dirige el hospital de campaña al que han sido destinadas, por su deseo de ayudar humanitariamente, Blanca y Helena, y que, estando como están en la zona nacional, corresponde al ejército franquista. En principio, a Germán le molesta que, en lugar de venir en su ayuda unas enfermeras profesionales, lo hagan estas dos jóvenes formadas en un rápido cursillo, pero la convivencia entre los tres determinará sorprendentes resultados...

En Germán se presenta un personaje complejo, significativo de los tiempos de la guerra civil, pues, sirviendo como está en el ejército franquista, su ideología es republicana, hasta el punto de que, en un momento decisivo, cuando el triunfo de Franco es inminente, lejos ya del frente norte, decide al final de la guerra pasarse a los «rojos».

[...] Que lo hubiese hecho en La Braña sería comprensible, porque todavía la suerte estaba sin decidir y su ayuda podía servir de algo en el bando republicano; pero hacerlo entonces era un suicidio. Las tropas de Líster retrocedían en Cataluña y, sólo con el fin de descargar la presión que sufría aquel frente, los republicanos atacaron Extremadura e hicieron pequeñas incursiones de hostigamiento en el frente de Madrid. Lo sabíamos por el Coronel y las noticias inglesas; el triunfo de Franco era inminente. Y entonces, cuando ya no tenía que temer por su padre, Germán decidió que el final de la guerra lo cogería en el bando en el que siempre había querido estar. Y así lo hizo. (Pág. 236, ídem.)

Tras la guerra, gracias a testimonios favorables de algunos heridos –como el de un joven panadero y actor–, su decisión le costará solamente la cárcel.

No deja de ser sorprendente que, diez años después de la publicación de esta novela, se editase un libro de cuentos, la única obra que escribió Alberto Méndez, Los girasoles ciegos, compuesto por cuatro relatos, cuyo éxito editorial fue notorio y que recibió los premios de la Crítica y el Nacional de Literatura. El primer cuento, «Si el corazón pensara dejaría de latir», narra una historia similar de un capitán llamado Alegría, que se pasa a los republicanos cuando los franquistas están entrando en Madrid.

Otro personaje muy interesante y descriptivo del ambiente de la guerra civil es el coronel Gonzalo Alonso de Andrade, aristócrata amigo de Eduardo, marqués de Resende, y tío de Alfredo, un amigo de Carlos.

Si el coronel hubiera sido unos de aquellos tipos infatuados y fanáticos que tanto abundaban, allí hubieran acabado nuestras andanzas bélicas. Pero era un hombre culto, educado y sin resentimientos sociales que vengar; una rareza. (Pág. 195, ídem.)

El coronel interroga a Blanca y a Helena como consecuencia de ciertas denuncias, pero esa «complicidad de los ricos», que es ley para la gente del pueblo, va diluyendo las responsabilidades en un panorama en el que hay mucha gente enrolada contra sus verdaderas ideas y donde proliferan los espías. Además, el conocimiento del inglés que tienen Blanca y Helena permite al coronel estar al tanto de lo que las emisoras extranjeras informan sobre el transcurso de la guerra.

En el frente conoceremos también al Legionario y al Pipiolo. Misterioso personaje y héroe peculiar este Legionario,

[...] un veterano que había estado en África y tenía el aspecto de haberse metido en el Tercio para huir, como decía el himno, de su vida anterior... (Pág. 198, ídem),

y joven romántico el Pipiolo,

[...] chico ingenuo que desde que se había incorporado a filas no hacía más que preguntar a los que consideraba más enterados y más listos que él, que en su modestia eran casi todos: ¿Cuándo crees tú que se acabará esto? (Pág. 198, ídem.)

y serán sus aventuras las que establezcan la leyenda de Helena como el «Ángel».

También habría que destacar entre las peripecias de la guerra a Antón del Cañote, «huido» rojo que vive, entre otras peripecias, una misteriosa y sorprendente evasión cuya responsabilidad será atribuida al obispo Atilano.

Personajes ocasionales son don Evaristo y su tertulia de ateos, que lo llevará a un final cruel; Albino, el conductor del obispo –un hijo suyo tendrá problemas con los franquistas– o el portero Froilán... Con mayor o menor volumen, todos van enriqueciendo el panorama psicológico, social y sentimental de la novela.

Mas toca por fin evocar a las dos protagonistas centrales, Blanca y Helena, ejes dramáticos de todo el libro.

Así como Blanca es, como se llama a sí misma, «zanática» –amiga del sosiego–, Helena está en perpetua ebullición mental... Cuando la conoce, Blanca envidia de quien será su amiga su cabello rubio, el fulgor de su piel, la finura de sus miembros, los ojos verdes, que la convierten en una mujer muy bella..., lo que no impide que, sin embargo, en casos decisivos, hombres que interesan a ambas prefieran a Blanca.

El zanatismo es, fundamentalmente, un estado de paz, de quietud. Desaparecen las apetencias y lo único que perdura es un vago deseo de evaporarse, de diluirse en la nada; sin dolor, por supuesto. Y con las apetencias desaparecen también las inquietudes: no se siente, ni se anhela, ni se añora, ni se teme nada. (Pág. 155, ídem.)

Helena siempre prefirió esa forma rápida y brutal de entrar en la muerte, tanto para ella como para los seres queridos. Odiaba la enfermedad, la vejez, el deterioro inevitable del tiempo... Yo prefería la otra opción: ir entrando lentamente en la oscuridad como el día entra en la noche, de un modo natural; llegar al fin del viaje cansada, pero tranquila y satisfecha de la jornada recorrida [...]. (Pág. 75, ídem.)

En la novela asistimos al desarrollo puntual de todos los aspectos de la amistad de Blanca y Helena, sus actitudes contrapuestas y complementarias a lo largo de los años, su colaboración en la investigación universitaria o en el cuidado de los pacientes del hospital de campaña, sus relaciones sexuales con hombres –que la imaginación de Helena, difícil de satisfacer eróticamente, tiñe con peculiares matices violentos...–. Pero lo verdaderamente insólito, en el mundo de nuestra narrativa, de esa larga y estrecha relación entre ellas, es que no pierde su condición profunda de amistad, aunque en ocasiones incurra en contactos eróticos: Helena descubre su sexualidad gracias a Blanca, en una magistral escena, que antes apunté, y la intimidad de ambas en este campo tendrá fuerte afirmación con el tiempo, lo que añade una perspectiva también inusual, novedosa, «distinta», a la novela.

Si los lectores del libro aceptamos la verosimilitud de esa amistad que se mantiene por encima de todas las vicisitudes –los celos, la envidia e incluso los contactos sexuales–, es precisamente por la acertada composición del relato, por la segura naturalidad con que está construido: la amistad de Blanca y Helena, por encima de todos sus dilemas vitales, se sostiene literariamente con firmeza, y me atrevería a decir que con resonancias arquetípicas.

Tiempos y espacios en armonía

Acaso la gracia principal de la voz que ha construido Marina Mayoral esté en su mezcla de crónica y confidencia. Ello nos va enlazando los tiempos con cercana fluidez y espontaneidad sin que nos sorprenda la ralentización narrativa en determinados puntos o la síntesis en otros, y nos comunica inconfundiblemente tanto esa niebla de Brétema, que

[...] baja despacio desde los montes y se desliza hasta rozar los tejados. Pocas veces llega hasta las calles y, si lo hace, es en forma de velo muy tenue, casi imperceptible, que sólo se nota porque deja una pátina de humedad sobre las piedras. Si se viene en coche por la carretera hay un momento en que se ve todo el valle sumergido bajo una masa algodonosa que lo oculta por completo. Arriba en la montaña brilla el sol, y abajo en el valle hay una luz difusa que no hace sombras. A mí me gusta y para la piel es muy buena. La gente de Brétema se arruga menos que la de otros sitios. Porque además es muy húmedo; cuando no hay niebla, llueve. (Pág. 257, ídem.)

como los diferentes aspectos locales y temporales, todos los demás escenarios de la vida de los personajes, desde los modestos lugares que corresponden a la vida doméstica de Blanca hasta los lujosos salones en que se desarrolla la de Helena, de la capital al pazo de Resende, así como los laboratorios en que ambas amigas desarrollan esas investigaciones cuya finalidad nunca conocerán bien o los espacios del hospital bélico en que prestan su humanitaria tarea.

Y debo señalar que, entre los narradores de mi generación, los dos «territorios literarios» indiscutibles son la Celama de Luis Mateo Díez y la Brétema de Marina Mayoral.

Como dije, la voz de la narradora expone, tanto de un modo objetivo como con intimidad, sin perder nunca el pulso narrativo, los recuerdos sustantivos de su vida y de su amistad, las vicisitudes sentimentales, morales y profesionales, las dudas, las certezas, las alegrías y los disgustos. Al final, y respondiendo a una afirmación de Helena, Blanca dirá que todo ha merecido la pena: «bien mirado, había, sí, en el fondo de este caos, una recóndita armonía».

Esa «recóndita armonía» a la que alude el título recuerda, naturalmente, la romanza que ya cité de la ópera Tosca, con música de Giacomo Puccini y libreto de Luigi Illica y Giuseppe Giacosa, basada en el drama La Tosca, de Victorien Sardou. Como es sabido, en la romanza, el pintor Mario Cavaradossi exalta la belleza diversa que presentan su amada, la cantante Floria, de ojos negros, y la figura femenina que él mismo se encuentra pintando, de ojos azules.

Y el homenaje al mundo de la ópera nos incita a entrar en una dimensión en que la realidad se conjuga con la imaginación y tolera comportamientos que no por inusuales son inverosímiles.

En este sentido, Helena vive un mundo, sobre todo el de las relaciones íntimas, determinado por lo imaginario... Lo que completa con acierto ese otro mundo de sosiego al que aspira Blanca, y el de dominios, frustraciones, y enfrentamiento bélico que tendrá tanta importancia en la vida de todos los personajes.

La diversidad de miradas, actitudes, deseos, así como su conjunción, determinará el profundo equilibrio, la «recóndita armonía» de la novela.

¿Una novela femenina?

Inicié mi presentación otoñal del año 1994 tocando precisamente este punto, que sigue candente. Entonces se empezaba a hablar de «literatura femenina» y yo expuse mi criterio, que sigo manteniendo.

Claro que tanto los hombres como las mujeres escribimos literatura –buena y mala–, y sin duda la literatura escrita por mujeres ha merecido hasta nuestros tiempos, salvo raras excepciones, una mirada menos apreciativa por parte de la sociedad que la escrita por hombres, pero, a mi juicio, la auténtica literatura no necesita normalmente el adjetivo que distingue el sexo autoral.

Sor Juana Inés de la Cruz, María de Zayas, Jane Austen, Emily Brönte, Mary Shelley, Emilia Pardo Bazán, Karen Blixen –Isak Dinesen–, Edith Warton, Ana María Matute, Carmen Laforet, Alice Munro, Iris Murdoch, Svetlana Aleksiévich... pertenecen a la escritura «mayor», que es humana por encima del sexo y sería reduccionista, en mi opinión, encajarlas, como en un gueto, en la llamada «literatura femenina».

La ficción, desde su nacimiento oral a partir del pensamiento simbólico y luego la ficción escrita, habla del corazón humano –la literatura es el mejor instrumento creado por nuestra especie para conocerlo– y, como todas las formas de creación, tiene unas leyes internas de construcción independientes del sexo. Eso no sucede sólo en la literatura: uno de los mejores retratos de Felipe II lo pintó una mujer, Sofonisba Anguissola, pero no lo sabríamos si no nos lo hubieran advertido.

Ahora hay quien dice que María de Zayas es un apócrifo bajo el que se esconde un autor masculino. No lo creo, pero eso no puede deducirse de las ficciones que compuso, que son estupendos textos literarios, tuviera quien los escribió el sexo que fuese, porque insisto en que la buena literatura, la de verdad, pertenece a un espacio simbólico y creativo que está muy por encima de esa petite différence que la Madre Naturaleza regaló a ciertos lejanísimos ascendientes nuestros, ese maravilloso desdoblamiento sexual mucho más eficaz que la partenogénesis para la más exitosa reproducción...

Claro que el mundo de Blanca y de Helena, su curiosa forma de intensa amistad, procede de una mirada sabia y aguda, por lo que no valorar lo femenino en esta novela sería quitarle un elemento fundamental de su sustancia literaria; pero también están diseñados con maestría el obispo don Atilano, el profesor Arozamena, el marqués de Resende, Germán, el coronel, el Legionario o el Pipiolo.

Por tanto, hay que valorar lo femenino de la novela por el modo en que forma parte decisiva de un sólido conjunto, pero sin que ello sirva para reducirlo a una especie de subgénero literario.

* * *

Aunque los vertiginosos cambios que se han ido produciendo no hayan dado tiempo a que lo reconozcan ciertos estudiosos, la «narrativa de la democracia» –que, como dije, tiene entre sus miembros notables autoras– trajo una novelística «distinta», determinada por el ejercicio de una libertad expresiva antes gravemente coartada por el franquismo y consecuencia de una formación «resistente» a lo que predominaba en la hipócrita cultura «oficial». Y al calificarla de «resistente» incluyo en el concepto una falta notable de prejuicios tanto ideológicos como estéticos.

De esa libertad expresiva, que se ejerce en todos los órdenes, originando una especial riqueza, la Recóndita armonía de Marina Mayoral es un claro y excelente ejemplo.

José María Merino

Miembro de la Real Academia Española

BIBLIOGRAFÍA selecta

OBRAS DE MARINA MAYORAL (CREACIÓN LITERARIA)

1. Novelas

Cándida, otra vez, Biblioteca de Escritoras, Editorial Castalia, 1992; Suma de Letras, Alfaguara, Punto de Lectura, Madrid, 2001.

Premio de Ámbito Literario, Barcelona, 1979.

Al otro lado, Magisterio Español, Madrid, 1980; Editorial Alfaguara, Suma de letras, Punto de lectura, Madrid, 2001.

Premio Novelas y Cuentos 1980.

La única libertad, Cátedra, Madrid, 1982; Alfaguara, Madrid, 2002.

Traducción al polaco: Jedyna wolnosc´, MUZA, SA, Varsovia, 2005.

Contra muerte y amor, Catédra, Madrid, 1985.

Traducción al gallego: Contra morte e amor, Xeráis, 1986.

Unha árbore, un adeus, Galaxia, Vigo, 1988, 5ª ed. 2004; Ediciones de La Voz de Galicia, 2002.

Traducción al castellano: Un árbol, un adiós, Acento Editorial, Madrid, 1996; Un árbol, un adiós, Suma de Letras, 2004. Trad. al polaco: Jedno drzewo, jedno pozegnanie, MUZA, SA, Varsovia, 2006.

O reloxio da torre, Galaxia, Vigo, 1988.

Traducción al castellano: El reloj de la torre, Mondadori, Madrid, 1991.

Chamábase Luis, Colección Crónica, Edicións Xerais, Vigo, 1989, 8ª ed. 1998; Colección Fora de Xogo, 1999, 10ª ed. 2016.

Traducción al castellano: Se llamaba Luis, Grijalbo, Barcelona, 1995; Círculo de lectores, 1997; Editorial Anaya, 2004. Traducción al catalán: Es deia Lluis, Grijalbo, Barcelona, 1995. Traducción al portugués: Ambar, Oporto, 1999.

Recóndita armonía, Alfaguara, Madrid, 1994, 6ª ed. 2000; edición de bolsillo, Alfaguara, 1996.

Traducción al alemán: Econ Verlag, Dusseldorf, 1997, 2ª ed. 1998. Traducción al polaco: Utajona harmonia, MUZA, SA, Varsovia, 2004. Traducción al italiano: Angelica Editore, Cerdeña, 2007. Traducción al chino: Editorial de Literatura Popular China, 2009.

Tristes armas, Edicións Xerais, Vigo, 1994, 29ª edición 2017.

Traducción al castellano: Editorial Anaya, Madrid, 2001, 21ª ed. 2018. Traducción al portugués: Ambar, Oporto, 2002. Traducción al polaco: Smutny to orez, co nie broni sie stowem, MUZA, SA, Varsovia, 2006. Traducción al inglés: Sad Weapons, Small Stations Press, Sofía, 2019.

Dar la vida y el alma, Alfaguara, Madrid, 1996, 5ª ed. 1999.

Traducción al polaco: Zycie oddac i dusze, MUZA, SA, Varsovia, 2005.

La sombra del ángel, Alfaguara, Madrid, 2000, 3ª ed. 2000.

Bajo el magnolio, Alfaguara, Madrid, 2004, 2ª ed. abril 2004.

Traducción al gallego: Ao pé do magnolio, Galaxia, Vigo, 2004. Traducción al polaco: W cieniu magnolii, MUZA, SA, Varsovia, 2006.

Casi perfecto, Alfaguara, Madrid, 2007, 2ª ed. julio 2007.

Traducción al gallego: Case perfecto, Edicións Xerais, 2007. Traducción al polaco: Prawie doskonata, MUZA, SA, Varsovia, 2009. Traducción al italiano: Quasi perfetto, Caballo di Ferro, Roma, 2010.

Quen matou a Inmaculada de Silva?, Colección Fora de Xogo, Edicións Xerais, Vigo, 2009.

Traducción al español: ¿Quién mató a Inmaculada de Silva?, Alfaguara, Madrid, 2009. Traducción al polaco: Kto zabil Inmaculada de Silvia?, MUZA, SA, Varsovia, 2011.

Deseos, Alfaguara, Madrid, 2011.

O Anxo de Eva, Edicións Xerais, Vigo, 2013

El abrazo, Stella Maris, Barcelona, 2015.

La única mujer en el mundo, Edhasa, Barcelona, 2019.

2. Libros de relatos

Morir en sus brazos, Aguaclara, Alicante, 1989.

El tiburón y el ángel, edición no venal, Hachette Filipacchi, Difusión Directa Édera, Madrid, 1998.

Recuerda, cuerpo, Alfaguara, Madrid, 1998, 2ª ed. octubre 1998; Editorial Raspabook, Murcia, noviembre 2017.

Querida amiga, Galaxia, Vigo, 1995, 5ª ed. 1999. Premio Losada Diéguez 1996.

Querida amiga, Alfaguara, Madrid, 2001.

Solo pienso en ti, Ed. HK (H Kliczkowski), Madrid, 2006.

El amor, la vida y más allá, Teófilo Edicións, Santiago de Compostela, 2017.

SOBRE SU OBRA LITERARIA:

ARTÍCULOS Y TRABAJOS INCLUIDOS EN LIBROS

Alborg, Concha, «Marina Mayoral’s Narrative: Old Families and New Faces out of Galicia», en Joan L. Brown (ed.), Women Writess of Contemporary Spain. Exiles in the Homeland, Delaware University Press, 1989, pp. 179-197.

Álvarez Pérez, Mónica, «La narrativa de Marina Mayoral: algunas reflexiones sobre su obra», en Mujeres novelistas en el panorama literario del sigloXX, Marina Villalba (coord.), Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2000, pp. 255-262.

Baquero Escudero, Ana L., «Marina Mayoral: Querida amiga», en La voz femenina en la narrativa epistolar, Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 2003, pp. 194-201.

Beltrán de Guevara, Nagore, «Marina Mayoral: La sombra del ángel», en Letras Femeninas, vol. XXVI, 2000 números 1-2, pp. 243-244.

Bellver, Catherine G., «Al compás del reloj: la dialéctica del tiempo en una novela de Marina Mayoral», en Adelaida López de Martínez (ed.), Homenaje a Victoria Urbano, Editorial Fundamentos, 1994, pp. 101-108.

«Gender Difference and Metaficcional Gaze in Marina Mayoral’s Dar la vida y el alma», en Ofelia Ferrán y Kathleen M. Glenn (eds.), Women’s narrative and Film in Twentieth-Century Spain: A World of Difference(s),Hispanic Issues, vol. 27, Routlege, Nueva York/Londres, 2002, pp. 184- 201.

Blanco, Carmen, A Galicia mindoniense de Marina Mayoral, en Literatura Galega da Muller, Edicións Xerais, Vigo, 1991, pp. 357-363.

Brey, María Luisa, «Marina Mayoral», en O Intelectual Galego e Deus, Sociedade de Estudos, Publicacións e Traballos (SEPT), Vigo, 1998, pp. 129-138.

Cornejo Parriego, Rosalía, «Entre eros y philia: amistades femeninas en la obra de Marina Mayoral», en Journal of Iberian and Latin American Studies, vol. 8, n.º1, 2002, pp. 13-28.

—, «¿Feminismo postfeminista? Reflexiones culturales a propósito de Recuerda, cuerpo, de Marina Mayoral», en Bulletin of Spanish Studies, vol. LXXX, n.º 5, septiembre de 2003, pp. 593-609.

Charlon, Anne, «Brétema: la Galice remémorée ou inventée de Marina Mayoral», en E. Larraz (ed.), Parcours et repères d’une identité régionale, Hispanistica XX, vol. 23, 2006, pp. 277-297.

—, «Les auteures et l’autorité: absence ou refus. Le cas de Marina Mayoral», en Collection L’intime, vol. 2: Représentations de l’écrivain dans la littérature contemporaine, 1 de junio de 2012. Disponible en: http://revuesshs.u-bourgogne.fr/intime/document.php?id=241 ISSN - 2114-1053.

Doman Myers, Eunice, «El cuento erótico de Marina Mayoral: transgrediendo la ley del padre», en Susana Cavalho (ed.), Estudios en honor de Janet Pérez: el sujeto femenino en escritoras hispánicas, Potomac, Maryland, 1998, pp. 39-51.

De Cesare, Francesca, «Marina Mayoral, Bajo el Magnolio», en Annali dell’Università di Napoli L’Orientale, Sezione Romanza, XLIX, 1, Nápoles, 2007, pp. 362-364.

De Cesare, Giovanni Battista, «Marina Mayoral, Recóndita armonía», en Annali dell’Università di Napoli L’Orientale, Sezione Romanza, XLIX, 2, Nápoles, 2007, pp. 675-679.

Doval Vega, Santos, «La obra narrativa de Marina Mayoral», en Cuadernos para la Investigación de la Literatura Hispánica, Fundación Universitaria Española, n.º 37, Madrid, 2012, pp. 13-140.

Glenn, Kathlenn M., «Marina Mayoral’s La única libertad: A Postmodern Narrative», en Actas do Segundo Congreso de Estudios Galegos, Brown University, 1991, pp. 405-411.

—, «Transgresiones genérica en unas narraciones de Carme Riera, Inma Monsó, Marina Mayoral y Cristina Fernández Cubas», en Roles de género y cambio social en la Literatura española del sigloXX, Pilar Nieva de la Paz Coord. ed.), Editions Rodopi, B. V. Ámsterdam - Nueva York, 2009, pp. 301-315).

Gullón, Germán, «El novelista como fabulador de la realidad: Mayoral, Merino, Guelbenzu», en Ricardo Landeira y Luis T. González del Valle (eds.), Nuevos y Novísimos, Society of Spanish-American Studies, 1987, pp. 59-70.

—, «La cambiante representación de la mujer en la narrativa española contemporánea: Chamábase Luis de Marina Mayoral», en Adelaida López Martínez (ed.), Discurso femenino actual, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, San Juan de Puerto Rico, 1995, pp. 33-51.

Herpoel, Sonja, «Vivir es sufrir. Dar la vida y el alma de Marina Mayoral», en Marina Villalba Álvarez (coord.), Mujeres novelistas en el panorama literario del sigloXX. (I. Congreso de narrativa española), Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 2000, pp. 247-253.

Holloway, Vance R., «Inmutabilidad y emancipación en las novelas de M. Mayoral», en El postmodernismo y otras tendencias de la novela española (1917-1995), capítulo VI, Editorial Fundamentos, Espiral Hispano Americana, 1999, pp. 310-334.

Jones, Margaret E. W., «Different Wor(l)ds: Modes of Women’s Comunication in Spain’s Narrativa Femenina», en Experimental Fiction by Hispanic Women Writers.Monographic Review, vol. VIII, 1992, pp. 57-69.

Johnson, Roberta, «La narrativa revisionista de Marina Mayoral», en Alaluz, 22, 2, 1990, pp. 57-63.

—, «Marina Mayoral’s Cándida, otra vez: Invitation to a Retrospective Reading of Sonata de Otoño», en Carol Maier y Roberta L. Salper (eds.), Ramón María del Valle-Inclán: Questions of Gender, Lewisburg, Bucknell UP, 1994, pp. 239-259.

Martín Gaite, Carmen, «Buen ejercicio literario. Cándida, otra vez de Marina Mayoral», en Tirando del hilo, Siruela, Madrid, 2006, pp. 379-381.

Martín, Salustiano, «Recóndita armonía: vivir para contarlo», en Reseña, n.º 260, abril de 1995.

—, «Dar la vida y el alma: Su propio dolor», en Reseña, n.º 273.

Mayock, Ellen C., «La sexualidad en la construcción de la protagonista en Tusquets y Mayoral», en Espéculo: Revista de Estudios Literarios, n.º 22, 2002.

Nieva de la Paz, Pilar, «Entre dos mundos: La vida del campo y la provincia en las novelas de Marina Mayoral y Elena Santiago, en Narradoras Españolas en la Transición Política, Editorial Fundamentos, Madrid, 2004, pp. 135-146.

—, (coord. y ed.), «Transgresiones genéricas en unas narraciones de Carme Riera, Inma Monsó, Marina Mayoral y Cristina Fernández Cubas», en Roles de género y cambio social en la Literatura Española del sigloXX, Rodopi, B. V. Ámsterdam/Nueva York, 2009, pp. 301-315.

Noia Campos, María Camino, «Estructuras narrativas na obra de Marina Mayoral», en Boletín galego de literatura, 9, mayo de 1992, pp. 57-91.

—, «Claves de la narrativa de Marina Mayoral”, en Letras femeninas, vol. XIX, n.º 1-2, 1993, pp. 35-45.

Sánchez Llama, Íñigo, «Marina Mayoral, Novelist of Memory, Analysis of a Trajectory», en Thinking on the Edge.Emerging theories/Mergin Practices in gender Studies. 9thNational Graduate Women’s studies conference, Universidad de California, La Jolla (California), 1994 pp. 14-17.

Servén, Carmen, «La amistad entre mujeres en la narrativa femenina: Carmen Martín Gaite y Marina Mayoral», en Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica, n.º 16, 1998 pp. 233-243.

—, «Variaciones sobre identidades femeninas en la Historia de la Literatura: Querida Amiga (1995) de Marina Mayoral», en Blas Sánchez Dueñas y M.ª José Porro Herrera (coords.), Estudios de Literatura Española desde una perspectiva de género, Grupo de Investigación Solarha, Córdoba, 2011, pp. 265-274.

Steen, María Sergia, «Un magnolio para dos: la novela de Marina Mayoral», en Espéculo: Revista de Estudios Literarios, n.º 37, 2007.

Suárez Lafuente, Socorro, «El pentagrama de la historia y las notas de la identidad en Recóndita armonía», en Deva, n.º 3, junio de 1995, pp. 3-8.

—, «Marina Mayoral, Contemporary Spanish Voice», en Zenske Studije, Casopis za Feministicku Teoriju, Centar za Zenske Studije, Belgrado, 2002, pp. 242-252.

—, «Subversión e intertexto en la obra de Marina Mayoral», en Revista de Literatura y Cultura, vol. 1, fasc. 1, otoño de 2004, pp. 47-54.

—, «La ética difusa de las narraciones breves de Marina Mayoral», en Desasosiegos éticos en cine y literatura