Recuerdos al sol y otros relatos - Guadalupe Bereira - E-Book

Recuerdos al sol y otros relatos E-Book

Guadalupe Bereira

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Beschreibung

La segunda parte de "Recuerdos al sol y otros relatos" que titulo: "El origen" es autobiográfico. Todo lo demás emerge desde la imaginación y camina contando historias que desmenuzan mis experiencias.

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Recuerdos al Sol y Otros Relatos

Guadalupe Pereira Bueno

ISBN: 978-84-10047-37-2

1ª edición, septiembre de 2023.

Conversión de formato e-Book: Lucia Quaresma

Editorial Autografía

Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona

www.autografia.es

Reservados todos los derechos.

Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.

Índice

En el futuro

Eliodora

En Zafiro

Casandra entre la Tierra

Poseer un don

Augur

Vidente

Buscando la autenticidad

No sucedió

La cala escondida

Oculto debajo

Un reflejo

En el salón

Cerca de la salida

El hoyo

El banquete

Dudas de futuro

Un hombre así

El discurrir de la soledad

El final planea sobre todos

Aquel jueves

Dos mundos inencontrables

En mayo

Un gorrión

Fuera de la memoria

Volveré a nacer

Remembranza de una ausencia

Tránsito

Simples deseos

La brecha

Insomnio

El extranjero

Mirada vacía

Un cuerpo extraño

Palabras difíciles

Las venganzas de Ken

Eibol

El triunfo de la envidia

En mi calle

EL ORIGEN

Prólogo. Recuerdos al sol.

Regreso al pasado

El destino abre la puerta

Donde todo empezó

¿Qué le diré? Para reflexionar

La única decisión

Mi huida

La casa del jazmín

Jabbabi Fatima

La medina

El Jaya de la villa

Tleitmas

Epílogo

Durante mucho tiempo tu única

distracción fue observar la dulzura de los atardeceres.

— Antoine de Saint Exupéry

En el futuro

Eliodora

Queda prohibido no sonreír a los problemas, no luchar por lo que quieres, abandonarlo todo por miedo, no convertir en realidad tus sueños.

Pablo Neruda

El mundo empezaba a reorganizarse tras el caos de la Guerra. Los objetivos parecían haberse cumplido. El conflicto redujo la población mundial en un setenta y cinco por ciento. Una nueva clase de hombres y mujeres emergía libre de problemas y de dudas. La debilidad era delito. Concebidos la mayoría por máquinas, se asemejaban: vestían igual, se peinaban igual, incluso la imagen de las caras proyectaba en los espejos expresiones idénticas.

Eliodora salía de su apartamento, como todas las mañanas. Era un piso impersonal. Anoche tuvo que tomar dos píldoras en lugar de una, porque algo le arañaba dentro de la cabeza. Los sueños que rara vez aparecían en su descanso, se mostraron claramente esa noche. Una mujer y un hombre ancianos la contemplaban encima de la cama. La miraban sonriendo. Parecían felices, luego ella desapareció y también la escena. Por la mañana, su cara ante el espejo tenía una expresión inhabitual. Sería necesario un ansiolítico.

Subió las escaleras que la conducían a su despacho. Nada más llegar, la holografía de la jefa le explicaba las tareas pendientes. Tendría que archivar imágenes y vídeos anteriores a la Guerra, pero debía cortar y tirar lo inadecuado.

La propia voz con la palabra Elios leabría el sitio en línea, tras el que aparecía una ristra interminable de carpetas para examinar y purgar. Este trabajo le iba a llevar varios días. La primera mostraba imágenes de gente en un supermercado (inexistentes, desde hacía tiempo. Ahora el gobierno les proporcionaba todo lo necesario para vivir). El vídeo lo había grabado una voz de hombre; en él una mujer con un niño rubio en el carro se reían. Eran muchos vídeos y fotos de viajes, de exposiciones de pintura, de cumpleaños… Eliodora decidió guardarlos en la propia cuenta, y para ello la encriptó previamente. Esa noche, abrió algunos de los archivos mientras bebía una copa de vino. Decidió no tomar ninguna píldora. Apenas durmió. Por la mañana, se puso una capa más espesa de maquillaje. Siguió realizando el trabajo de purgar y archivar. Pero nuevos sentimientos se iban apoderando de su interior. Se vio obligada a salir al cuarto de baño más veces de lo habitual. La jefa holográfica de planta apareció ante la puerta del servicio y la interrogó por ese cambio de costumbres. Ella respondió que podía ser que la cena o el desayuno le hubieran sentado mal.

La noche siguiente visualizó un vídeo inquietante. Una familia lloraba mientras la madre acunaba a un bebé. Un grupo de soldados entraron y se lo arrebataron de los brazos. En sueños volvió a ver a los ancianos que la miraban mientras dormía. Los mismos soldados del vídeo entraron y la sacaron de su cama.

La falta de drogas le iba llenando su memoria de recuerdos vívidos. Estaba convencida de su origen humano. Sabía de la existencia de personas que se movían en un submundo, supervivientes de la aniquilación de libertad.

Ahora, después de revisar vídeos y fotos, era ya consciente de vivir engañada. Supo que intentaba ser igual a los demás, pero solo lo conseguía sumergiéndose en el disimulo.

Hoy sábado recibiría en el apartamento los suministros. Abrió la puerta y sonrió al proveedor mientras le daba los buenos días. Él no respondió al saludo, se lo tenían prohibido. No debían interactuar con nadie. Se estaba yendo, pero pareció cambiar de opinión y retrocedió. Se acercó a ella y le dijo al oído mientras depositaba en su mano un papelito: —Debe borrar esa sonrisa o se meterá en problemas.

—Me da igual.

—Estoy obligado a cumplir el protocolo. —Ella dibujó en su rostro una interrogación.

—Nos observan. —Luego se alejó un poco y le dio una bofetada. Cuando se hubo marchado, fue hasta el cuarto de baño y abrió el papel. Había una dirección escrita y una frase: El valor te hará libre. Por la tarde salió a correr como acostumbraba, pero todo era diferente. Llamó a la puerta y dijo la frase. Le abrió una joven con el semblante risueño:

—¡Sé bienvenida!

En Zafiro

Minos se presenta en la aduana. Aún está aturdido por el viaje astral. En su solicitud había pedido realizar el traslado sin bilocación, de forma sicosomática definitiva y, por consiguiente, el más largo y agotador.

‹‹ ¿Es la cola correcta? ¿Me paso a la otra? ›› duda Minos, inquieto. Una luz opaca inunda el recinto. A ratos, entorna los ojos para enfocar. Se mira, y ve que el traje irradia ‹‹ ¿De qué estará hecho? Los de detrás irradian también››. Observa que el solicitante de la ventanilla se oscurece, se define, y así ocurre con todos los que llegan hasta el funcionario.

—Siguiente —dice el funcionario neutro.

«Solo dos y me concreto», piensa Minos, a punto de desvanecerse.

Por fin en la ventanilla. El funcionario neutro recoge los papeles que Minos le entrega.

—¿Está aquí por el punto a1 y a2 de la ley Oficial de desgraciados del Planeta azul? ¿Es así, señor Minos?

—En efecto —responde Minos sonriendo, reconfortado por no tener que cambiar de cola.

El funcionario neutro estampa el sello en la solicitud y le entrega un kit de estancia definitiva. Minos lo recoge y sale de la cola transformado, pero no sabe que aún es casi invisible. Todavía permanecen los recuerdos de su antigua vida.

Decidió exiliarse a Zafiro para dejar de sufrir, para superar las emociones. Su exmujer, Pasífae, codicia todo lo que no está al alcance de la mano. Liba y devora la vida del que la quiere. Él fue dándole la voluntad hasta convertirse en sombra. Ella elevó las quejas (incumplimientos imaginarios como padre y esposo…) a la justicia de la Tierra e incluso a la de la Luna. Pasífae deseaba a otros y los conseguía (en secreto), pero los tribunales del Planeta azulse habían propuesto ensalzar a todas las mujeres, mostrarlas en las pantallas más importantes (lo merecieran o no), que fueran ellas y únicamente ellas las que dirigieran la Tierra… Solo le quedó una salida: desaparecer gracias a la Ley.

En el enorme elevador sube a una nueva existencia, al alojamiento veintiocho. La puerta se abre. Una voz le saluda:

¡Bienvenido, Minos! Voy a ser tu compañera en Zafiro. Si deseas compañero en lugar de compañera, pulsa el botón verde a tu derecha… El rojo, al lado de la pantalla, es para ver a tus amigos del Planeta azul. Si quieres observar a tu mujer e hijo, pulsa el botón amarillo, pero no podrás intervenir.

Minos solo mueve los dedos para abrir el kit de caja transparente con tres tarjetas de diferente color. Al contacto con la roja desprende una frase, que se eleva letra a letra para desaparecer en su interior y que le hace sonreír. Al tocar la tarjeta púrpura, una luminiscencia le envuelve llenándole de paz. Cuando toma en su mano la blanca, aparecen una mesa, un libro y una pluma; acto seguido, se sienta a la mesa y, con la pluma entre los dedos, derrama su vida por las páginas del libro. Ahora comprende que no ha nacido para el sufrimiento. En Zafiro ve la Verdad.

Casandra entre la Tierra

Parecía como si el destino se aferrara a cumplir los designios de mi suerte. Estoy varada en un agujero de hierba verde a la orilla del arroyo risueño. Me había imaginado que moriría viviendo en Zafiro, lejos de los problemas que no puedo solucionar. La montaña esparce rayos de sol; espuma que inunda de luz este valle testigo de mi desaparición.

Un dolor agudo en el costado derecho me recuerda cómo llegué hasta aquí y por qué el agua mece mi despedida.

Fui repudiada por la Mansión. No accedí a ser objeto de acuerdos familiares, quise seguir mi instinto. Si en la Tierra las hembras del pueblo eran reinas, ¿por qué yo iba ser la muñeca de un marido poderoso? Lo dejé todo y me convertí en mujer sin boca. Estoy en la calle porque soy libre, me ampara mi verdad, aunque nadie la oiga. Soy Casandra, la muda, la desahuciada. Sin embargo, vivir sin techo me ha conectado con los acontecimientos del futuro. Hubiera sido capaz de evitar grandes catástrofes a los mismos poderosos que me exiliaron de la Mansión.

Agamenón me vio a la orilla de un arroyo que corría en medio de calles desnudas. Iba volviéndome pálida de andar sin rumbo ni alimento, perdía mi vida… No tardó en encerrarme dentro de una casa roja, me dio un amor que no deseaba, pero sobrevivir era lo primero y me acostumbré, me dejé arrastrar por el arrullo de la existencia mullida.

Esta constante infelicidad me impulsó a buscar algo diferente. En ocasiones, salía fuera. No quise ser el descanso de nadie. Los reproches empezaron a invadir todas las habitaciones, pero yo iba tras la música del agua a orillas del arroyo, del río, del lago, del mar... Me lo prohibió. Yo seguí mi instinto. Él me abofeteó hasta hacer que el relieve de mi cara solo fuera: ojos amoratados, labios partidos, ninguna esperanza… Escuché en un establecimiento de ocio, donde solo se permitía la entrada a mujeres, a una tal Pasífae, gritar improperios contra su marido. Lo llamaba cobarde por haberse largado al otro mundo, dejándola a ella sola con el hijo. Casandra se imaginó las dificultades de este hombre, que había elegido la soledad de instalarse en Zafiro para buscar la paz.

Lo decidió: viajaría sin retorno. Al día siguiente se fue a solicitarlo, pero en la puerta del Ministerio la acechaba Agamenón. Vamos a otro sitio a hablar, le dijo agarrándola fuertemente del brazo. Anduvieron hasta llegar a ese valle y le disparó.

Me desperté inmóvil. Sé que no estoy en Zafiro, porque me duele el cuerpo y mi sangre tiñe el arroyo. Nunca he sido feliz. ¡Por poco lo consigo! El destierro, tras el viaje astral, era lo mejor para alcanzar la dicha, para ser mujer, para no morir sin alma, pero el futuro fue fiel a mi destino, ha cumplido lo que tenía pactado para mí. Si me encuentran y quieren saber qué pasó, solo tienen que mirar mis ojos, o escuchar el murmullo risueño del arroyo donde perdí el cuerpo. Mi voz muda se halla en ese valle hondo que recibe los rallos del sol desde la montaña.

Poseer un don

Augur

Soy Augur y el nombre me lo puso mi abuelo. Se puede decir que crecí en un hogar feliz, pero esta aparente bonanza duró hasta que papá se marchó de casa diciendo que necesitaba otra vida. Al despedirse, vi en su abrazo cómo era la que lo llamaba al cambio; mucho más joven que mamá; su imagen impresionó a mis ojos de preadolescente. Mamá se sumergió en sus defendidos y en la preparación de las oposiciones para jueza.

Cuando le daba el beso de buenas noches, percibía todas sus dudas y conflictos.

El último caso que le ocupaba parecía más difícil de lo habitual. Esa noche decidí alargar el tiempo de mi abrazo. Ella aceptó y añadió un: hijo, te quiero. En sueños pude comprobar lo que escondía bajo la alfombra su cliente. Los esbirros la limpiaban y procuraban mostrar a la abogada defensora una superficie reluciente.

Por esta época, yo tenía una amiga, compañera de instituto que no era ajena a mis habilidades. Descargaba en nuestros mensajes algunas de las preocupaciones. Le dije que explicaría a mamá la verdad sobre su defendido. Los dos estuvimos investigando, buscando pruebas, ajenos a los ojos que nos vigilaban.

Un día al salir de clase, cuando pasaba por un lugar solitario, alguien me abordó por detrás. Perdí el conocimiento; lo recobré en un lugar sin ventanas. Me pusieron una inyección y volví a la inconsciencia y cuando desperté mi lengua ya no estaba en la boca, en su lugar tenía, creo, un vendaje.

Antes de dejarme en casa, lanzaron una advertencia: Guarda silencio, porque esto es lo mínimo que te puede pasar.

Fui acostumbrándome a no decir nada. La policía no pudo obtener de mí la descripción de los culpables. Y alegué el socorrido olvido.

Mamá se hizo jueza. Al poco, ingresé en la universidad. No pude estudiar derecho, pero empecé lengua y literatura. Nunca le dije que veía todo en lo que estaba trabajando. Iba mucho a escucharla al juzgado. Intentaba no inmiscuirme y que la justicia siguiera su curso.

Aquella mañana mamá tenía un juicio para dilucidar la culpabilidad o no de una madre acusada de asesinar a su hijo. Rápidamente, se llenó la sala. Estuve a punto de quedarme fuera, porque sentí un escalofrío proveniente de no sé dónde. Cuando me decidí, la acusada, acompañada de la funcionaria, estaba entrando. En el pasillo, mi brazo rozó el de la presunta asesina. Una cascada de imágenes se me resbaló por los ojos: la madre llorando en una habitación con el camisón roto; por la puerta salía el hijo. Vi en su cara mucha lujuria y otras imágenes de mujeres llorando; la presunta asesina se sentó y, cuando los abogados empezaron defensa y acusación, la madre no quiso hablar. Su hijo estaba muerto, ya había pagado.

En casa, mamá sentía preocupación por el posible desenlace del juicio. Yo dudaba si decirle todo lo que había visto. El miedo a ser castigado por revelar los secretos de la gente me paralizaba. Quizás mi don no debía ahorrarle trabajo a la justicia. No obstante, me atreví a escribir una nota diciéndole que la mujer no era culpable. Al leerla, me miró con ojos interrogantes. Cogí el papel y añadí: Solo se estaba defendiendo de un monstruo.

Vidente

Hace poco fui con mi amiga a la consulta de una vidente. Llegué a pensar que este acto parecía impropio de mujeres que ya habían recorrido las tres cuartas partes de su existencia. Por ello les dijimos a nuestros maridos que íbamos de compras y que regresaríamos tarde. Nos presentamos puntuales a la cita.