Reencuentro con su enemigo - Abby Green - E-Book
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Reencuentro con su enemigo E-Book

Abby Green

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Beschreibung

Esa desatada pasión amenazaba con consumirlos a los dos… La última vez que Serena de Piero había visto a Luca Fonseca, él terminó en una celda. Desde entonces, el multimillonario brasileño había tenido que luchar para limpiar su reputación, pero nunca la había olvidado. Cuando Luca descubrió que Serena trabajaba en su fundación, su furia se reavivó. Pero Serena había cambiado. Por fin era capaz de manejar su vida y no iba a dejarse intimidar por él. Lidiaría con los castigos que infligiera en ella su nuevo jefe, desde pasar unos días en el Amazonas a la selva social de Río de Janeiro. Pero lo que no podía controlar era la pasión, más ardiente que la furia de Luca.

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Seitenzahl: 188

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Abby Green

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Reencuentro con su enemigo, n.º 5522 - febrero 2017

Título original: Fonseca’s Fury

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situacionesson producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientosde negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas porHarlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y susfiliales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® estánregistradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otrospaíses.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9295-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Serena de Piero estaba sentada en una elegante antesala, mirando el nombre de la empresa con cuyo presidente estaba a punto de entrevistarse escrito en grandes letras negras en la pared.

Industrias y fundación filantrópica Roseca.

De nuevo, sintió un escalofrío de horror. Solo cuando estaba ya en el avión con destino a Río de Janeiro, leyendo la información sobre el evento que su jefe le había encargado preparar, había entendido que la empresa para la que trabajaba era parte de una organización más importante. Una organización dirigida por Luca Fonseca. El nombre, Roseca era, al parecer, una mezcla de los apellidos de su padre y de su madre. Y Serena no ocupaba un puesto tan importante como para saber eso. Hasta ese momento.

Pero allí estaba, a punto de entrar en el despacho del presidente para ver al único hombre en el planeta que tenía todas las razones para odiarla. ¿Por qué no la había despedido meses antes, en cuanto supo que trabajaba para él? Serena albergaba una insidiosa sospecha: tal vez lo había orquestado a propósito para darle una falsa sensación de seguridad antes de hundirla.

Sería una crueldad intolerable y, sin embargo, aquel hombre tenía derecho a odiarla. Estaba en deuda con él y había muchas posibilidades de que su carrera en el mundo de la filantropía estuviese a punto de terminar antes de haber empezado. Y eso la hizo sentir una mezcla de pánico y determinación. Había pasado mucho tiempo. Aunque aquel fuese un elaborado plan de Luca Fonseca para vengarse en cuanto supo que trabajaba para él, podía intentar convencerlo de cuánto lamentaba lo que había pasado tantos años atrás, ¿no?

Pero antes de que pudiese seguir pensando, la puerta a su derecha se abrió y una elegante morena con traje de chaqueta gris salió del despacho.

—El senhor Fonseca puede recibirla ahora, señorita De Piero.

Serena apretó el bolso con fuerza. Le gustaría poder gritar: «¡pero es que yo no quiero verlo!». Pero no podía hacerlo y tampoco podía salir huyendo. Entre otras razones, porque su equipaje seguía en el maletero del coche que había ido a buscarla al aeropuerto.

Mientras se levantaba de la silla un recuerdo la asaltó con tal fuerza que estuvo a punto de hacerla trastabillar: Luca Fonseca con la camisa manchada de sangre, un ojo morado y el labio partido. Estaba en una celda, apoyado en la pared, con aspecto hosco y peligroso. Pero cuando levantó la mirada y la vio al otro lado, el odio en sus ojos azul oscuro la dejó paralizada.

Se había apartado de la pared para agarrarse a las barras de la celda, como si estuviera imaginando que era su cuello, para decirle:

—Maldita seas, Serena de Piero. Ojalá nunca hubiera puesto mis ojos en ti.

—¿Señorita De Piero? El señor Fonseca está esperando.

La voz de la secretaria interrumpió sus pensamientos y se vio forzada a mover los pies para entrar en el fastuoso despacho.

Su corazón latía como si estuviera a punto de salirse de su pecho cuando oyó que la puerta se cerraba tras ella. En los primeros segundos no vio a nadie porque la pared que había frente a ella era un enorme cristal, enmarcando una extraordinaria vista de la ciudad, con el azul oscuro del océano Atlántico a lo lejos y los dos iconos de Río de Janeiro: el Pan de Azúcar y el Cristo Redentor sobre el Corcovado. Entre ellos, incontables rascacielos hasta la costa. Decir que la vista era fabulosa era quedarse corto.

Pero, de repente, la vista fue eclipsada por el hombre que se colocó frente al cristal. Luca Fonseca. Durante un segundo el pasado y el presente se mezclaron y Serena volvió a esa discoteca, a la noche que lo conoció.

Era tan alto, tan atractivo, con una presencia formidable. La gente lo rodeaba, los hombres suspicaces, envidiosos. Las mujeres ansiosas, lujuriosas.

Con un traje oscuro y una camisa abierta, iba vestido como la mayoría de los hombres, pero él llamaba la atención por un carismático magnetismo que la había atraído sin que pudiese evitarlo.

Serena parpadeó un par de veces y la oscura y decadente discoteca desapareció. Tenía un aspecto diferente; su pelo era más largo, algo despeinado, y la incipiente barba le daba un aspecto intensamente masculino.

Parecía un civilizado empresario y, sin embargo, la energía que desprendía no era precisamente civilizada.

Luca cruzó los brazos sobre el ancho torso antes de decir:

—¿Qué demonios crees que haces aquí?

Aunque le gustaría salir corriendo en dirección contraria, Serena dio un paso adelante. No podría apartar los ojos de él aunque quisiera y tuvo que hacer un esfuerzo para hablar.

—Estoy aquí para trabajar en el departamento de recaudación de fondos de la fundación.

—No, ya no —anunció Fonseca con tono seco.

Serena titubeó.

—No sabía que… que usted tuviese nada que ver con esto hasta que tomé el avión.

—Me cuesta creerlo.

—Es cierto. No sabía que tuviese algo que ver con la fundación Roseca. Créame, no tenía ni idea. Si lo hubiera sabido no estaría aquí.

Luca Fonseca dio un paso adelante y Serena tragó saliva. Para ser un hombre tan grande se movía con una gracia innata… y esa increíble serenidad, esa quietud. Era intensamente cautivador.

—No sabía que trabajases en la oficina de Atenas. No suelo controlar las oficinas de fuera del país porque contrato a los mejores para que hagan su trabajo, aunque después de esto creo que mis métodos tendrán que cambiar. De haber sabido que te habían contratado, a ti precisamente, habrías sido despedida hace mucho tiempo —añadió con expresión airada—. Pero debo admitir que me sentí lo bastante intrigado como para dejar que vinieras, en lugar de dejarte en el aeropuerto hasta que encontrásemos un vuelo de vuelta.

De modo que sabía que trabajaba para él. Serena apretó los puños. Su arrogancia era insoportable.

Él miró el reloj de platino en su muñeca.

—Tienes quince minutos antes de irte al aeropuerto.

Estaba despidiéndola.

Luca apoyó una cadera en el borde del escritorio, como si estuviese manteniendo la conversación más normal del mundo.

—¿Y qué hace la degenerada princesa trabajando por un salario mínimo en una fundación de Atenas?

Unas horas antes, Serena estaba tan contenta pensando en su nuevo trabajo. Era la oportunidad de demostrar a su familia que todo iba a salir bien. Su independencia la hacía feliz, pero aquel hombre iba a destruir todo aquello por lo que tanto había luchado.

Durante años había sido la enfant terrible de la vida social italiana, fotografiada a menudo por los paparazzi, que siempre exageraban sus aventuras. Pero Serena sabía que había suficiente verdad en esas portadas como para avergonzarse.

—Señor Fonseca —empezó a decir, intentando controlar la emoción—. Sé que debe odiarme.

Luca Fonseca esbozó una sonrisa, pero su expresión era implacable.

—¿Odiarte? No te hagas ilusiones. «Odiar» es una inadecuada descripción de mis sentimientos por ti.

Otro venenoso recuerdo la asaltó entonces: un Luca magullado y esposado por la policía italiana, siendo empujado hacia un coche patrulla mientras gritaba: «¡tú me has inculpado!».

Intentó apartarse de los policías, pero solo consiguió un puñetazo en el estómago que lo hizo doblarse sobre sí mismo. Serena se había quedado estupefacta, muerta de miedo.

—Ella puso las drogas en mi bolsillo para salvarse a sí misma —lo oyó decir mientras entraba en el coche patrulla.

Serena intentó apartar los recuerdos.

—Señor Fonseca, yo no puse las drogas en su bolsillo… no sé quién lo hizo, pero no fui yo. Intenté ponerme en contacto con usted después, pero se había ido de Italia.

—¿Después? ¿Quieres decir cuando volviste de tu viaje de compras a París? Vi las fotografías. Inculpar a otro por posesión de drogas y seguir con tu existencia hedonista era algo normal para ti, ¿no?

Serena tragó saliva. Por inocente que fuera, aquel hombre había sufrido por su breve encuentro con ella. Aún recordaba los escabrosos titulares: ¿El nuevo amor de De Piero? El millonario brasileño Luca Fonseca acusado de posesión de drogas tras una redada en la discoteca más exclusiva de Florencia, La guarida del Edén.

Pero antes de que Serena pudiera defenderse, Luca se acercó, mirando su traje con gesto desdeñoso.

—Nada que ver con el vestido que llevabas esa noche.

Serena sintió que le ardía la cara al recordar cómo iba vestida la noche que se conocieron; cómo solía vestir todas las noches en realidad.

—De verdad no tuve nada que ver con las drogas, se lo prometo. Todo fue un terrible malentendido.

Él la miró, incrédulo, antes de echar la cabeza hacia atrás para soltar una carcajada.

Cuando sus ojos volvieron a encontrarse, en los de él había un brillo de burla.

—Debo admitir que hay que tener valor para venir aquí a declarar tu inocencia después de tanto tiempo.

Serena se clavó las uñas en las palmas de las manos.

—Sé lo que piensa, pero… —no terminó la frase. Era lo que todo el mundo había pensado. Erróneamente—. Yo no tomaba ese tipo de drogas y…

—Ya está bien —la interrumpió él—. Tenías drogas en tu bonito bolso y las metiste en mi bolsillo en cuanto empezó la redada.

Sintiéndose enferma, Serena insistió:

—Debió ser otra persona, no fui yo.

Fonseca dio otro paso adelante.

—¿Debo recordarte lo cerca que estábamos esa noche? —le preguntó con tono seductor—. ¿Lo fácil que debió ser para ti librarte de las drogas?

Serena recordaba claramente que sus brazos habían sido como bandas de acero alrededor de su cintura y que ella le había echado los brazos al cuello. Tenía los labios hinchados, la respiración agitada. Alguien se había acercado a ellos en la pista de baile, un amigo que les había avisado de la redada.

¿Y Luca Fonseca pensaba que durante esos segundos, en medio del caos, ella había tenido suficiente presencia de ánimo para meterle drogas en el bolsillo?

—Imagino que es algo que habías hecho más veces, por eso no me di cuenta.

Cuando dio un paso atrás Serena pudo respirar de nuevo, pero su mirada la ahogaba.

—Señor Fonseca, solo quiero una oportunidad…

Él levantó una mano y Serena dejó de hablar. Su expresión era peor que fría, era totalmente indescifrable.

Luca Fonseca chascó los dedos, como si se le acabase de ocurrir algo, y esbozó una sonrisa.

—Ah, claro… es tu familia, ¿no? Te han cortado las alas. Andreas Xenakis y Rocco de Marco jamás tolerarían que volvieras a tu degenerada vida y sigues siendo persona non grata en los círculos sociales en los que solías moverte. Tu hermana y tú caísteis de pie a pesar de la ruina de tu padre, pero Lorenzo de Piero jamás podrá volver a dar la cara después de las cosas que hizo.

Serena sentía náuseas. No necesitaba que nadie le recordase la corrupción de su padre y sus muchos delitos.

Pero Luca no había terminado.

—Creo que estás haciendo esto contra tu voluntad, por obligación, para demostrar a tu nueva familia que has cambiado. ¿A cambio de qué, una asignación económica? ¿Una casa palaciega en Italia? ¿O tal vez vives en Atenas, donde el hedor de tu empañada reputación es menos penetrante? Después de todo, allí es donde tendrías la protección de tu hermana pequeña que, si no recuerdo mal, era quien solía sacarte de apuros.

Serena empezó a echar humo cuando mencionó a su hermana, experimentando un abrumador deseo protector. Siena lo era todo para ella y jamás la defraudaría. La había salvado, algo que aquel hombre frío y crítico jamás podría entender.

Intentando contener su furia, le espetó:

—Mi familia no tiene nada que ver con esto y nada que ver con usted.

Luca la miró con gesto incrédulo.

—Seguro que tu familia tiene mucho que ver con esto. ¿Has prometido un generoso donativo de su parte a cambio de un alto puesto en la fundación?

—No, claro que no.

Luca lo dudaba. Solo habría tenido que hacer una sutil sugerencia. Cualquier fundación agradecería el patronazgo de su hermanastro, Rocco de Marco, o su cuñado, Andreas Xenakis. Y aunque él era multimillonario, su fundación siempre necesitaría dinero. Disgustado al pensar que sus empleados pudieran haber sido tan fácilmente manipulados, Luca dio un paso atrás.

—No voy a permitir que me utilices para hacer creer a la gente que has cambiado.

Vio que tragaba saliva, pero no sentía ninguna compasión por ella.

No podía parecerse menos a la mujer que había conocido siete años antes; una mujer dorada, sinuosa y provocativa. La que tenía delante iba vestida como si fuera a una entrevista de trabajo en una empresa de seguros. Su largo pelo rubio, casi platino, estaba sujeto en un serio moño y, sin embargo, el traje de chaqueta oscuro no podía esconder su increíble belleza natural o esos penetrantes ojos azules.

Esos ojos que lo habían golpeado en el plexo solar en cuanto entró en el despacho, cuando pudo observarla sin ser visto durante unos segundos. Y el traje tampoco podía disimular sus largas piernas o la generosa curva de sus pechos bajo la camisa de seda.

Le disgustó fijarse en eso. ¿No había aprendido nada? Serena debería arrodillarse ante él para pedirle perdón por haber puesto su vida patas arriba, pero en lugar de eso tenía la temeridad de intentar defenderse.

«Mi familia no tiene nada que ver con esto».

Su tranquilidad estaba siendo erosionada en presencia de aquella mujer. ¿Por qué se hacía preguntas sobre ella? Le daba igual cuáles fueran sus motivos, ya había satisfecho su curiosidad y eso era suficiente.

—No tengo más tiempo para ti. El coche está esperando para llevarte al aeropuerto y espero sinceramente no volver a verte nunca.

¿Entonces por qué le resultaba tan difícil apartar los ojos de ella?

Furioso, volvió a su escritorio esperando oír el ruido de la puerta.

Cuando no fue así giró la cabeza y le espetó:

—No tenemos nada más que hablar.

Le sorprendió ver que palidecía. Y también le sorprendió sentir una extraña punzada de preocupación.

—Solo estoy pidiendo una oportunidad. Por favor —dijo ella entonces, con ese sutil acento italiano.

Luca abrió y cerró la boca, sorprendido. Una vez que anunciaba lo que quería, nadie se atrevía a cuestionarlo. Hasta ese momento. Y aquella mujer, precisamente. No había ninguna posibilidad de que Serena de Piero lo hiciese reconsiderar su decisión y que siguiera en su despacho lo irritaba.

Pero en lugar de admitir la derrota y darse la vuelta, ella dio un paso adelante.

Luca sintió el deseo de empujarla hacia la puerta, pero el recuerdo de su precioso cuerpo apretado contra él, la suave boca rindiéndose a sus caricias aquella noche, provocó una oleada de sangre en su entrepierna.

«Maldita bruja».

Estaba al otro lado del escritorio, mirándolo con sus enormes ojos azules, su postura tan regia como la de una reina recordándole su impecable linaje.

—Señor Fonseca, he venido con las mejores intenciones para trabajar en la fundación, a pesar de lo que usted crea. Y haré lo que sea para demostrar que estoy comprometida con mi trabajo.

A Luca le molestó su persistencia. Y que insistiera en llamarlo «señor Fonseca».

—Tú eres la razón por la que tuve que limpiar mi reputación y ganarme otra vez la confianza de la gente —empezó a decir, apoyando las manos en el escritorio—. Por no hablar de la confianza en el consorcio de minas de mi familia. Estuve meses, años, intentando deshacer el daño que tú habías hecho en una sola noche. El estigma de las drogas es duradero y cuando aparecieron esas fotografías en la discoteca no pude defenderme.

Le dolía en el alma recordar que había intentado proteger instintivamente a Serena de los policías que entraron en tromba en la discoteca porque fue entonces cuando ella tuvo oportunidad de meter las drogas en su bolsillo.

Pensó en las fotografías de ella en París mientras él estaba en Italia siendo acusado de un delito que no había cometido y siguió con tono amargo:

—Mientras tanto, tú seguías viviendo la vida loca. ¿Y después de todo eso crees que permitiría que tu nombre fuese asociado con el mío?

Ella palideció aún más, si eso era posible, revelando los genes que había heredado de su madre británica, una clásica rosa inglesa.

—Me asqueas —añadió.

Sus palabras le dolían como no deberían dolerle, pero algo la empujaba a insistir. Y lo hizo.

Sus ojos eran como oscuros y fríos zafiros, pensó. Tenía razón. Él era el único hombre en el mundo que no debería darle una segunda oportunidad y había sido una tonta al pensar que iba a escucharla.

El ambiente en el despacho era glacial en comparación con el soleado día. Luca Fonseca no iba a decir una palabra más. Ya había dicho todo lo que tenía que decir y solo quería torturarla. Hacerle saber cuánto la odiaba, como si ella tuviese alguna duda.

Por fin, admitiendo la derrota, se dio la vuelta. No habría segunda oportunidad. Levantando la barbilla en un gesto orgulloso se dirigió a la puerta. No quería ver su expresión helada, como si ella fuese algo desagradable en la suela de su zapato.

Cuando salió del despacho fue recibida por la igualmente fría mirada de la ayudante que, sin duda, conocía los planes de su jefe y la escoltó en silencio hasta la calle.

La humillación era completa.

 

 

Diez minutos después, Luca hablaba por teléfono.

—Llámame cuando esté en el avión y haya despegado.

Cortó la comunicación y se dio la vuelta en el sillón para mirar hacia el cristal. Su sangre ardía con una mezcla de rabia y excitación. ¿Por qué había querido satisfacer el deseo de volver a verla? Lo único que había conseguido era demostrarle su debilidad por Serena.

Ni siquiera sabía que iba de camino a Río hasta que su ayudante le informó y ya era demasiado tarde para hacer nada al respecto.

Serena de Piero. Su nombre llevaba el sabor del veneno a su boca. Y, sin embargo, la imagen que lo acompañaba, la de Serena en esa discoteca de Florencia, era provocativa, sensual.

Había sabido quién era, por supuesto. Todo el mundo en Florencia había oído hablar de las hermanas De Piero, famosas por su belleza, su porte aristocrático y la vasta fortuna familiar que se remontaba a tiempos medievales. Serena había sido la novia de los paparazzi. A pesar de su existencia degenerada, hiciese lo que hiciese los medios siempre pedían más.

Sus aventuras eran legendarias: fines de semana en Roma dejando habitaciones de hotel destrozadas y a los empleados furiosos. Viajes a Oriente Medio en aviones privados por capricho de un igualmente degenerado jeque que disfrutaba organizando fiestas con sus amigos europeos. Siempre era fotografiada en varios estados de embriaguez, pero eso solo parecía aumentar su atractivo para los paparazzi.

La noche que la conoció estaba en la pista de baile de una discoteca con lo que solo podía ser descrito como una pobre excusa de vestido. Un pedazo de lamé dorado sin mangas y escote palabra de honor con unas borlas, que apenas cubría sus muslos dorados. El largo pelo rubio desordenado cayendo por su espalda y rozando sus voluptuosos pechos. Tenía varios hombres alrededor, todos buscando su atención.

Levantando los brazos, moviéndose al ritmo de la música que ponía un famoso DJ, era el símbolo de la juventud y la belleza. La clase de belleza que hacía que los hombres cayesen de rodillas. Una belleza de sirena que los llevaba al desastre.

Luca hizo una mueca. Él había demostrado no ser mejor que cualquiera de esos hombres, pero desde que ella se acercó moviendo las caderas todo se había vuelto ligeramente borroso. Y él no era un hombre que viese borroso, por guapa que fuese una mujer. Todo en su vida era ordenado y meticuloso porque tenía muchas cosas que conseguir.

Pero sus enormes ojos azules lo habían quemado vivo, encendiendo todas sus terminaciones nerviosas, haciéndole olvidar cualquier otra preocupación. Su piel inmaculada, la nariz aquilina, los labios perfectamente esculpidos, ni demasiado gruesos ni demasiado finos, insinuando una oscura y profunda sensualidad, lo habían fascinado.

Ella le había dicho en tono coqueto:

—Es una grosería quedarse mirando a alguien fijamente.

Y en lugar de darse la vuelta, disgustado por su arrogancia y su mala reputación, Luca había sentido la sangre fluyendo por todo su cuerpo, excitándolo como nunca.

—Tendría que ser ciego para no mirarte. ¿Quieres una copa?

Ella había echado la melena hacia atrás y, durante un segundo, Luca había creído ver un brillo curiosamente vulnerable en esos asombrosos ojos azules. Pero tenía que ser un truco de las luces porque luego susurró:

—Me encantaría.

Odiaba recordarlo, admitir que ella lo afectaba de ese modo. Habían pasado siete años y se sentía tan inflamado de rabia y deseo como esa noche. Era humillante.

Le había dejado claro lo que pensaba de ella. La había despedido. Entonces, ¿por qué no se sentía satisfecho? ¿Por qué experimentaba una incómoda sensación de… haber dejado algo a medias?

¿Y por qué sentía cierta admiración al ver que no daba un paso atrás, al ver que levantaba orgullosamente la barbilla antes de irse?

Capítulo 2