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Nessa debía apelar al buen corazón del famoso millonario Luc Barbier para poder defender la inocencia de su hermano. ¡Pero Luc era el hombre más despiadado que ella había conocido en su vida! Su única opción era permanecer como rehén hasta que la deuda contraída por Paddy estuviera saldada. Sin embargo, cuando ambos sucumbieron a la poderosa atracción que los envolvía, ella comprendió que su inocencia era el precio que pagaría por su romance.
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Seitenzahl: 187
Veröffentlichungsjahr: 2018
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Abby Green
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Rehén de sus besos, n.º 2669 - diciembre 2018
Título original: The Virgin’s Debt to Pay
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-017-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
NESSA O’Sullivan nunca se había considerado capaz de cometer un delito, pero allí estaba, en el perímetro de una propiedad privada, entre las sombras de la noche, a punto de entrar y robar algo que no le pertenecía.
Con una mueca, sujetó en la mano la llave de su hermano para entrar en las oficinas del criadero de caballos de carreras Luc Barbier. Solo de pensar en el dueño de los establos, un escalofrío de aprensión la recorrió. Estaba apostada bajo la frondosa rama de un árbol, al borde del jardín que conducía a la puerta principal del edificio. Había dejado su viejo coche a unas manzanas de allí y había trepado por un muro para entrar.
Su propia casa familiar no estaba lejos, por eso, conocía muy bien la zona. Había jugado en aquellos establos de niña, cuando habían pertenecido a otra persona.
Sin embargo, todo le resultaba extraño y amenazante, más cuando el ulular de un búho la sobresaltó desde un árbol cercano. Se obligó a respirar hondo para calmarse y maldijo de nuevo a su impulsivo hermano por haberse ido de aquella manera. Aunque la verdad era que no podía culpar a Paddy Junior por no haber estado a la altura de Luc Barbier, el hosco y misterioso francés millonario que lideraba el mundo de los caballos de pura raza.
Su atractivo aspecto moreno había despertado rumores sobre su procedencia. Algunos decían que había sido abandonado por unos gitanos y que había vivido en las calles, antes de haberse convertido en una especie de leyenda en el mundo de las carreras por su habilidad para domar a los pura sangre más difíciles.
Había progresado en muy poco tiempo y poseía uno de los más prestigiosos criaderos de París, además de aquella enorme granja en Irlanda, donde habían sido entrenados los mejores caballos de carreras, bajo su estricta supervisión.
La gente decía que su talento era una especie de brujería proveniente de sus misteriosos antepasados.
Otros rumores aseguraban que no había sido más que un pequeño delincuente que había salido de las calles gracias a su tesón y a su intuición para los negocios.
El misterio de sus orígenes era un aderezo más para la expectación que despertaba pues, además de los caballos, había invertido en múltiples áreas de negocio y había quintuplicado su fortuna en pocos años. En la actualidad, era uno de los empresarios más ricos del país.
Desde que Barbier lo había contratado como capataz del criadero, hacía un par de años, Paddy Junior, hermano de Nessa, no había dejado de hablar de aquel tipo con una mezcla de admiración y respeto.
Nessa solo lo había viso una o dos veces de lejos en algún mercado de caballos de elite en Irlanda, donde solían participar los más importantes nombres del mundo de las carreras, jeques, la realeza y los más ricos del planeta.
Barbier había destacado entre todos, por su altura y por su aspecto. Su cabello negro, espeso e indomable, largo hasta el cuello de la camisa. Su rostro fuerte y moreno con expresión seria y ojos ocultos tras gafas de sol. Con los brazos musculosos cruzados sobre un ancho pecho, había observado con atención el desfile de animales. Más que un comprador, había parecido una imponente estrella de cine.
A diferencia del resto de participantes, él no había llevado guardaespaldas a la vista. Aunque su aire amenazante dejaba claro que era muy capaz de protegerse solo.
La única razón por la que Nessa estaba allí esa noche, a punto de entrar en una propiedad privada por su hermano, era porque Paddy le había asegurado que Luc Barbier estaba en Francia. No tenía ganas de encontrarse frente a frente con él, por supuesto. Las pocas veces que lo había visto, había experimentado una extraña sensación en el vientre, una inesperada excitación que no era apropiado sentir por un desconocido.
Respiró hondo otra vez y dio un paso hacia delante. El ladrido de un perro la hizo detenerse. Contuvo la respiración y, cuando el perro paró, continuó caminando hacia la puerta. Pasó bajo el arco que conducía al patio, donde estaban las oficinas del equipo administrativo.
Siguió las instrucciones de Paddy hasta las oficinas centrales y, con el corazón acelerado, usó la llave correspondiente para abrir la puerta. Aliviada porque no saltó ninguna alarma, ni siquiera se preguntó por qué.
Estaba oscuro dentro, pero en la penumbra pudo vislumbrar las escaleras. Subió a la planta superior, iluminándose con la linterna del móvil. Enseguida, encontró el despacho de su hermano. Abrió con otra llave y entró sin hacer ruido, antes de cerrar la puerta tras ella. Se apoyó contra la pared un instante, con el corazón a punto de salírsele por la boca. Tenía la espalda empapada en sudor.
Cuando se sintió un poco más calmada, avanzó dentro del despacho, hasta el escritorio que se suponía que era de Paddy. Él le había dicho que su portátil estaba en el cajón superior, sin embargo, cuando lo abrió, lo encontró vacío. Los demás cajones estaban vacíos también. Entrando en pánico, Nessa miró en los otros escritorios, pero no había ni rastro del aparato. Entonces, las palabras de Paddy resonaron en su cabeza: «Ese portátil es la única oportunidad que tengo para probar mi inocencia. Solo necesito seguir la pista de los correos electrónicos para descubrir al hacker…».
Nessa se quedó inmóvil en medio del despacho, mordiéndose el labio.
No había escuchado ningún ruido que pudiera delatar que no estaba sola en las oficinas. Por eso, cuando el despacho se abrió de pronto y la luz inundó la habitación, ella solo tuvo tiempo de girarse conmocionada hacia la imponente figura que llenaba el quicio de la puerta.
Aturdida, apenas pudo reconocer que se trataba de Luc Barbier. Y que había estado en lo cierto al haber temido encontrarse con él cara a cara. Era el hombre más guapo y más impresionante que había visto en su vida.
Luc Barbier llevaba unos vaqueros negros y un polo de manga larga que resaltaban su energía tan puramente masculina. Sus ojos la miraban fijamente, oscuros como dos pozos sin fondo.
–¿Has venido a buscar esto? –preguntó él, mostrándole el portátil plateado que llevaba en las manos.
Su voz era grave y tenía un ligero y sensual acento extranjero. Al escucharlo, Nessa sintió una inyección de adrenalina directa al corazón. Lo único que se le ocurrió hacer fue correr hacia la misma puerta por la que había entrado, pero cuando la abrió, se topó de frente con un guardia de seguridad con cara de sota.
La misma voz sonó detrás de ella otra vez, en esa ocasión con tono helador.
–Cierra la puerta. No vas a ninguna parte.
Cuando ella no se movió, el guardia de seguridad cerró la puerta, dejándola a solas de nuevo con Luc Barbier. Quien obviamente no estaba en Francia.
Con reticencia, ella se volvió para encararlo, consciente de que se había vestido con unos pantalones anchos negros, suéter de cuello alto negro y el pelo recogido en una gorra oscura. Debía de tener todo el aspecto de una ladrona.
Luc Barbier había cerrado la otra puerta. Había dejado el portátil en una mesa y estaba allí parado, con los brazos cruzados sobre el pecho y las piernas entreabiertas, preparado para salir tras ella si intentaba huir de nuevo.
–¿Quién eres tú?
Nessa apretó los labios y bajó la vista, esperando que la gorra ocultara su rostro.
Él soltó un suspiro.
–Podemos hacerlo por las malas, si prefieres. Puedo llamar a la policía y les tendrás que contar a ellos quién eres y por qué te has colado en mi propiedad. Pero los dos sabemos que buscabas esto, ¿verdad? –señaló él, tocando el portátil con los dedos–. Lo más seguro es que trabajes para Paddy O’Sullivan.
Nessa apenas escuchó sus palabras. Solo podía concentrarse en sus preciosas manos. Grandes y masculinas, pero elegantes. Manos capaces. Y sensuales. Un inoportuno escalofrío la recorrió.
El silencio pesó sobre ellos unos instantes, hasta que Barbier soltó una maldición en voz baja, tomó el portátil y se dirigió hacia la puerta. Entonces, Nessa se dio cuenta de que mezclar a la policía irlandesa en aquello sería todavía más desastroso. El hecho de que Barbier no los hubiera llamado todavía le daba un ápice de esperanza de salvar la situación.
–¡Espera! –gritó ella.
Él se detuvo a medio camino, dándole la espalda. Su estampa era tan imponente por detrás como por delante. Despacio, se giró.
–¿Qué has dicho?
Nessa intentó calmar su acelerado corazón. Tenía miedo de que le viera la cara, así que, inclinando la cabeza, trató de mantenerla oculta bajo la visera de la gorra.
–He dicho que esperes, por favor –repitió ella, encogiéndose. Como si siendo educada pudiera ganar algún punto.
Tras un breve silencio, Barbier volvió a hablar, con incredulidad.
–¿Eres una chiquilla?
Su pregunta le llegó al alma a Nessa. Sabía que iba vestida de negro de pies a cabeza y que llevaba una gorra. ¿Pero tan andrógino era su aspecto? Era consciente de que sus movimientos no eran demasiado femeninos. Se había pasado toda la infancia jugando con el barro y subiéndose a los árboles. Levantó la barbilla, ofendida, olvidándose de su intención de mantener la cara oculta.
–Tengo veinticuatro años. Ya no soy una niña.
Él la observó con escepticismo.
–Trepar por la maleza para traspasar una propiedad privada no es la clase de actividad a la que se dedica una mujer hecha y derecha.
Al pensar en la clase de mujer que podía gustarle a un hombre como él, Nessa se puso más nerviosa aún. Se sintió vulnerable y eso le hizo ponerse a la defensiva.
–Deberías estas en Francia.
–Lo estaba. Pero ya, no.
Cuando Barbier la inspeccionó con más atención, sintió un repentino interés. Sí, podía reconocer que era una mujer. Aunque su cuerpo era esbelto y menudo, tanto que podía parecer el de un chico. Pero podía adivinar sus pechos, pequeños y perfectamente formados, bajo un suéter negro.
Pudo percibir también su mandíbula, demasiado delicada como para ser masculina, y su boca carnosa. En ese momento, ella se estaba mordisqueando el labio inferior.
De pronto, experimentó el aguijón del deseo y la tentación de verla mejor.
–Quítate la gorra –ordenó él, sin pensarlo.
Ella levantó la barbilla otra vez. Hubo un momento de tensión en que Luc dudó qué iba a pasar. Entonces, como si se hubiera dado cuenta de que no tenía elección, ella se quitó la gorra.
Durante un momento, Luc solo pudo quedarse mirando como un bobo, mientras una cascada de pelo rojizo le caía sobre los hombros.
Luego, cuando se fijó en el resto de su cara, se quedó más embobado todavía. Había visto cientos de mujeres hermosas, algunas eran consideradas las más bellas del mundo, pero en ese momento no podía acordarse de ninguna.
La mujer que tenía delante era impresionante. Mejillas altas. Piel cremosa y pálida, impecable. Nariz recta. Enormes ojos color avellana con destellos verdes y dorados. Larguísimas pestañas negras. Y una boca jugosa y apetitosa.
Al instante, Luc experimentó una erección. Confundido, se dijo que no solía reaccionar así ante ninguna mujer. Quizá, la razón estuviera en lo inesperado de la situación, pensó.
–Ahora, dime quién eres o llamo a la policía.
A Nessa le había subido la temperatura bajo el intenso escrutinio de Barbier. Se sentía demasiado vulnerable sin la gorra. Pero estaba hipnotizada por la mirada de su interlocutor y no era capaz de apartar la vista. Era un hombre guapo, intensamente varonil y atractivo. Sus rasgos eran duros, a excepción de su boca, que era provocativa, sensual… y la distraía.
–Estoy esperando.
Nessa se sonrojó. Apartó los ojos, clavándolos en el cuadro de un caballo de carreras. Sabía que no tenía elección. Debía contestar, si no quería acabar en manos de la policía. En su pequeña comunidad, pronto se sabría en todo el pueblo lo que había pasado. Allí no existía el concepto de privacidad.
–Me llamo Nessa… –dijo ella y, tras titubear un momento, añadió–: O’Sullivan.
–¿O’Sullivan? –preguntó él, frunciendo el ceño–. ¿Eres pariente de Paddy?
Ella asintió, hundida por lo desastroso de su fracaso.
–Soy su hermana.
Barbier se tomó unos segundos para procesar la información. Y sonrió.
–¿Ha enviado a su hermanita pequeña a hacer el trabajo sucio?
–¡Paddy es inocente! –exclamó ella al instante.
Luc Barbier no parecía impresionado por su vehemente defensa.
–Ha empeorado las cosas al desaparecer. Y los hechos no han cambiado: facilitó la compra de un caballo de la cuadra de Gio Gorreti. Recibimos el caballo hace una semana y el millón de euros salió de mi cuenta, pero nunca llegó a la cuenta de Gorreti. Está claro que tu hermano desvió los fondos a su propio bolsillo.
Nessa se puso pálida al oír de cuánto dinero se trataba. Pero se obligó a mostrarse firme, por su hermano.
–Él no robó el dinero. No fue culpa suya. Lo hackearon. De alguna manera, alguien intervino la cuenta del vendedor y Paddy les envió el dinero, creyendo que iba dirigido al sitio correcto.
El rostro de Barbier parecía esculpido en granito.
–Si eso es cierto, ¿por qué no está él aquí para defenderse?
Nessa se obligó a no derrumbarse delante de aquel hombre tan intimidatorio.
–Le dijiste que lo harías arrestar. Pensó que no tenía elección.
Entonces, Nessa recordó las palabras llenas de ansiedad de su hermano: «Ness, no sabes de lo que es capaz ese hombre. Despidió a uno de los mozos en el acto el otro día. Para él, todo el mundo es culpable. Me hará pedazos. Nunca volveré a trabajar en la profesión…».
Barbier apretó los labios.
–El hecho de que haya escapado después de esa conversación telefónica solo le hace parecer más culpable.
Nessa iba a salir de nuevo en defensa de su hermano, pero se tragó las palabras. No tenía sentido explicarle a ese hombre que su hermano ya había tenido problemas con la ley cuando había pasado por una fase adolescente demasiado rebelde. Paddy se había esforzado mucho para pasar página, pero le habían dicho que si volvía a romper la ley, iría directo a la cárcel por sus antecedentes. Esa era la razón por la que había entrado en pánico y se había escondido.
Luc Barbier observó a la mujer que tenía delante. No comprendía por qué seguía intentado dialogar con ella. Pero su vehemencia y su claro deseo de proteger a su hermano a toda costa lo intrigaban. En su experiencia, la lealtad era un mito. Todo el mundo actuaba solo de acuerdo a sus propios intereses.
De pronto, se le ocurrió algo y maldijo para sus adentros. Había estado demasiado distraído por aquella cascada de pelo rojizo y aquella esbelta figura.
–¿Quizá tú también estás implicada? Igual solo querías conseguir el portátil para asegurarte de destruir las pruebas.
Nessa sintió que le temblaban las piernas.
–Claro que no. Solo he venido porque Paddy… –comenzó a explicar ella y se interrumpió, no queriendo inculpar todavía más a su hermano.
–¿Qué? –inquirió él–. ¿Porque Paddy es demasiado cobarde? ¿O porque ya no está en el país?
Nessa se mordió el labio. Paddy había volado a Estados Unidos para esconderse con su hermano gemelo, Eoin. Ella le había rogado que volviera, tratando de convencerle de que Barbier no podía ser un ogro.
–Nadie se atreve a meterse con Barbier. No me sorprendería que tuviera antecedentes penales… –le había respondido su hermano entonces.
Durante un momento, Nessa se sintió mareada. Un escalofrío la recorrió. ¿Y qué pasaría si Paddy fuera realmente culpable?
Al instante, se reprendió a sí misma por siquiera dudar de la inocencia de su hermano. Ese hombre la estaba haciendo dudar de sí misma. Ella sabía que Paddy nunca haría algo así, de ninguna manera.
–Mira. Paddy es inocente. Estoy de acuerdo contigo en que hizo mal en salir corriendo, pero eso ya está hecho –le espetó ella con voz firme. Mentalmente, se disculpó con su hermano por lo que iba a decir a continuación–. Tiene la costumbre de salir huyendo cuando hay problemas. ¡Se marchó durante una semana entera después del funeral de nuestra madre!
Barbier se quedó pensativo un momento.
–He oído que los irlandeses tienen la costumbre de engatusar al contrario con palabras para salir airosos de sus errores, pero eso no funcionará conmigo, señorita O’Sullivan.
–No intento salir airosa de ningún error –replicó ella, furiosa–. Solo quería ayudar a mi hermano. Él dice que puede demostrar su inocencia con el portátil.
Barbier tomó en sus manos el ordenador plateado y lo levantó.
–Hemos revisado el portátil a fondo y no hay pruebas que apoyen la defensa de tu hermano. No le has hecho ningún favor al venir aquí. Ahora parece más culpable todavía y lo más probable es que te hayas implicado tú misma.
Luc contempló cómo ella se quedaba pálida. Le resultaba intrigante esa mujer incapaz de mantener ocultas sus emociones.
Aun así, no podía creer que fuera inocente.
Nessa estaba a punto de perder toda esperanza. Barbier era tan inconmovible como una roca. Él dejó el portátil y se cruzó de brazos de nuevo, apoyándose en el escritorio que tenía detrás. Parecía un hombre peligroso, sin lugar a dudas, pensó ella. Aunque no se trataba de un peligro físico, sino de algo más personal, algo relacionado con la forma en que se le aceleraba el corazón al mirarlo.
–Así que esperas que me crea que solo has venido aquí por amor a tu pobre e inocente hermanito –señaló él con tono burlón.
–Yo haría cualquier cosa por mi familia –replicó ella con fiereza.
–¿Por qué?
Su pregunta tomó a Nessa por sorpresa. Ella ni siquiera había cuestionado a su hermano cuando le había pedido ayuda. De inmediato, su instinto protector se había hecho cargo de la situación, a pesar de que era la hermana pequeña.
Su familia siempre había estado unida en los tiempos difíciles.
Su hermana mayor, Iseult, se había ocupado de ellos tras la trágica muerte de su madre, mientras su padre se había sumergido en el alcohol. Iseult había protegido a sus tres hermanos de los excesos paternos, incluso, cuando su granja de sementales se había hundido.
Pero Iseult no estaba allí en ese momento. Le tocaba a Nessa ser quien ayudara a la familia.
–Haría cualquier cosa porque nos queremos y nos protegemos entre nosotros.
Barbier se quedó callado un momento.
–Así que admites que serías capaz de convertirte en cómplice de un crimen.
Ella se estremeció. Se sintió sola hasta los huesos. Sabía que podía llamar al jeque Nadim de Merkazad, el marido de Iseult y uno de los hombres más ricos del mundo. Seguro que él podría sacarla de ese lío en cuestión de horas. Pero Paddy y ella habían acordado que no les dirían nada ni a Iseult ni a Nadim. La pareja esperaba un bebé en pocas semanas y no querían causarles ninguna tensión.
–¿No entiendes el concepto de familia? ¿Tú no harías lo mismo por los tuyos? –le increpó ella, levantando la barbilla con gesto desafiante.
Barbier parecía de piedra.
–No tengo familia, así que no entiendo la idea, no.
Nessa se estremeció por dentro. ¿Qué significaba que no tenía familia? Ella no podía ni imaginarse la soledad de esa situación.
–Si tu familia está tan unida, acudiré a alguno de ellos para que me devuelva a tu hermano o mi dinero.
–Esto solo tiene que ver con Paddy y conmigo –se apresuró a decir ella.
Barbier arqueó una ceja.
–Hablaré con quien haga falta para recuperar mi dinero y para asegurarme de que nada de esto manche la reputación de mi negocio en la prensa.
Nessa apretó los puños a los lados del cuerpo, intentando controlar su temperamento.
–Mira, ya sé que no es asunto tuyo, pero mi hermana está a punto de tener un bebé. Mi padre la está ayudando y su marido y ella no tienen nada que ver con esto. Yo me hago totalmente responsable de mi hermano.
Luc sintió una honda emoción en el pecho al escuchar sus palabras. Sobre todo, cuando a él le era imposible entender el concepto de familia, como ella decía. ¿Cómo podía, cuando su padre argelino lo había abandonado antes de nacer y su inestable madre había muerto de sobredosis cuando él había tenido dieciséis años?
Lo más parecido que había tenido a una familia había sido un anciano que había vivido en la casa de al lado… un hombre pobre y solitario que, a pesar de todo, le había mostrado un camino para salir del pozo.
Luc se obligó a bloquear sus recuerdos y centrarse en el presente. Le llamaba la atención que esa joven osara desafiarlo, aun en su delicada posición. Y que no intentara usar sus encantos femeninos con él, después de que no estaba seguro de haber podido ocultar su reacción a ella. Odiaba admitirlo, pero sentía cierta admiración por aquella intrusa.
Parecía obcecada en defender a su hermano, incluso cuando sabía que podía llamar a la policía y, en cuestión de minutos, hacer que se la llevaran de allí esposada. Podía hacer caer sobre ella todo el peso de la ley, gracias a su eficiente equipo de abogados.
Sin embargo, la policía no solía estar entre sus soluciones acostumbradas para las situaciones difíciles. Había sobrevivido de muchacho en las calles de París y sabía que la vida era una prueba de resistencia. También, por propia experiencia, había aprendido que la policía nunca estaba cuando los necesitaba. Por eso, decir que no confiaba en ellos sería un eufemismo.
A Luc le gustaba ocuparse de las cosas a su manera. Quizá, por eso, los rumores lo habían convertido en una especie de mito.