Resistencia bisexual - Elisa Coll Blanco - E-Book

Resistencia bisexual E-Book

Elisa Coll Blanco

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  • Herausgeber: Melusina
  • Kategorie: Ratgeber
  • Serie: UHF
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2021
Beschreibung

Una mirada potente y sin tapujos sobre la bisexualidad y la bifobia en primera persona. La escritura de Elisa Coll recurre a la investigación y las vísceras para proponernos una aproximación a la vez personal y política a la bisexualidad como identidad en constante disidencia, más allá del deseo y en abierta resistencia a la violencia estructural. La bisexualidad se transforma así en punto de encuentro, en un lugar de celebración, en un espacio habitable.

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© Elisa Coll Blanco© Del prólogo: Isa Duque (La Psico Woman)© De la presente edición: Editorial Melusina, s.l.

www.melusina.com

Primera edición: febrero de 2021Reservados todos los derechos.

Diseño e ilustración de cubierta: Gema Marín Méndez

eisbn: 978-84-18403-28-6

A mi abuela Ángela, por tus silenciosas enseñanzas

y tu tremendo amor.

contenido

Contenido

Prólogo de Isa Duque

Algunas aclaraciones previas

Introducción

Lo que no se concibe

Manual de borrado

Deseo, identidad y mapa

Interludio

Bifobia y violencias machistas

Alianza bibollo

Las amigas, las compañeras

Un lugar donde quedarse

Agradecimientos

Glosario

Prólogo

Conocí a Elisa a finales de 2017 gracias a un artículo que me saltó en Facebook que decía: «Mujeres bisexuales, tierra de nadie». Lo leí atentamente (y lo lloré silenciosamente también).

Porque era la primera vez que alguien bi-sibilizaba esas violencias que yo también vivía y que nunca me había atrevido a expresar porque ni si quiera me permitía hacerles caso. Y de repente eso era, con lo cual yo era, y eso existía, con lo cual yo existía, y ya sabemos, amigas, que el no sentirte sola y sentir que te legitiman algo que tú misma ni puedes contar mucho, es como un orgasmo. Un orgasmo de esos que también vienen acompañados de lágrimas, porque las catarsis a veces también traen eso.

No tenemos ni idea de la bisexualidad. E incluso a veces nos creemos muy modernas diciendo el mito de «todas somos bisexuales». Por eso este libro es crucial: porque hace un recorrido histórico desde lo personal a lo político pasando por los referentes, las lgtbqia+fobias, las amigas, los feminismos, Kinsey o la rae (solo sale una vez, lo prometo) que definía en 2016 a una persona bisexual como «hermafrodita» o alguien «que alterna las prácticas homosexuales con las heterosexuales». Un recorrido cargado de entrañas que dinamita las líneas rectas y que además de tener una mirada actualizada y revisada sobre la bisexualidad y la bifobia, te conecta mucho con la autora y con sus vivencias, que seguramente tengan que ver con las tuyas.

No sé qué te ha traído a este libro. No sé si eres bi, pan, heteropero o el dentista de Elisa. Pero este libro es para ti. Este libro está dirigido a esas perras de Pávlov que se saltaron la norma condicionada, a las personas que creen que la bisexualidad es binarista, a las heteras, a las que piensan que no tendría que haber etiquetas, a las que desconocen que las personas bisexuales están en un lugar peor que gays, lesbianas y heteros, a las que piensan que ser bi es una moda, a las lesbianas políticas, a las confusas, a quien le gusten los mapas y a quien simplemente quiere aprender más sobre la b (que no es de bicicleta). Pero si todo esto te da un poco igual, aun así te lo recomiendo. Porque la autora parece que ha nacido para escribir. Y ya podría estar hablando de las propiedades del aguacate que te engancharía, te lo aseguro.

Así que solo puedo decirte que disfrutes del viaje. Felices catarsis. Y felices lloros también.

Elisa fue clave para susurrarle a mi bifobia interiorizada que se relajara, que esto también puede ser, que podía ser. Gracias Elisa por darme una existencia y un sí-lugar. Seguiremos creando puentes y manadas de gatas desviadas de Schrödinger.

Isa Duque

La Psico Woman

Algunas aclaraciones previas

Este libro no pretende ser una introducción a la bisexualidad, la bifobia o sus expresiones más evidentes, sino más bien una profundización en estas desde lo personal y lo reflexivo. Tampoco pretende ser un relato ni único, ni objetivo, ni teórico: esto es un acercamiento subjetivo a algunas ideas y vivencias personales que vivo como colectivas. Por eso dejo aquí dos textitos previos: el primero, una batería de aclaraciones acerca del formato en el que escribo que espero que ayuden con la lectura. Más abajo, una explicación breve de la bisexualidad, la bifobia y sus expresiones más evidentes, para quien no conozca nada de este tema. Ahí van las primeras:

• Hay algunas normas un poquito casposas en la lengua castellana que hay que ir superando. Entre ellas está el uso del masculino genérico. En este libro, cuando no me estoy refiriendo a ningún género en concreto, usaré el formato a/as para hablar de personas (en vez de e/es, que suelo usar en textos más breves), sobre todo por accesibilidad y agilización de la lectura. Por estos mismos motivos he añadido un pequeño glosario en el que dejo definiciones de términos que uso a lo largo del libro y que no son muy conocidos por estar relacionados con el género y la diversidad sexual. Si ves una palabra rara que no conoces, es posible que esté ahí.

• Este libro está enmarcado en un contexto occidental, del norte global, porque como euroblanca es el que me toca y creo que es importante hacerse cargo del lugar del que parte cada quien para no pisar discursos, y también porque es un libro bastante experiencial y mi experiencia es esta. En ocasiones me centraré en concreto en Estados Unidos porque, respecto a los movimientos lgtbiqa+ y sobre todo respecto al activismo bi, es la perspectiva más documentada y accesible.

• Cuando hablo de homosexualidad, gays o lesbianas me refiero a la categoría creada socialmente sobre la orientación del deseo, siendo consciente de que a partir de esta orientación se construyen identidades que la trascienden. Es en este contexto más amplio que hablo de gays y lesbianas, incluyendo a maricas, bolleras y disidentes que encajan dentro de la identidad monosexual. Y cuando hablo de maricas y bolleras lo hago en referencia a la reapropiación política del insulto, como identidades políticas que van más allá del mero deseo.

— En ocasiones la palabra mujer aparecerá con un asterisco (*). En estos casos me refiero a mujeres pero también a personas disidentes del género o no binarias que podrían encontrarse dentro del espectro femenino, y empleo el asterisco para no explicar esto cada vez y así no entorpecer la lectura. A veces, cuando no lo uso, es porque estoy hablando desde la concepción que se tiene desde el heteropatriarcado, que niega la existencia de los géneros más allá del binarismo hombre-mujer.

• Hablo de violencias machistas para abarcar todas las violencias en las que el machismo tiene el papel principal, y de violencia de género para referirme a las violencias machistas que se dan dentro del marco específico de la pareja (es decir, la definición de la ley que opera actualmente en el estado español).

• Pongo estado español en minúsculas porque poner Estado español con mayúscula me da urticaria y me hace pensar en un señor muy poderoso y terrorífico.

• A lo largo del libro intercambiaré las palabras bi y bisexual por subrayar simbólicamente que el deseo no es solo sexual.

Bifobia para principiantes

La bisexualidad ha sido y es definida erróneamente de forma constante. Aunque en el libro profundizaré sobre su definición, de momento aclaro que la bisexualidad no implica que solo existan hombres y mujeres, pues se define como la atracción hacia personas de más de un género, o de mi propio género y otros. La bifobia es cualquier violencia ejercida sobre las personas bisexuales por el mero hecho de serlo. La base más férrea de la bifobia, como veremos, es la invisibilización: no reconocer la bisexualidad como algo real, no tenerla en cuenta, hacerla desaparecer de nuestro imaginario. La invisibilidad no es exclusiva de la bisexualidad: todas las letras de lo lgtbiqa+ excepto la g sufren una fuerte invisibilidad dentro del colectivo (si no, no se hablaría de Orgullo Gay), pero cada una se articula de una manera distinta. En este libro exploro las formas concretas de la invisibilidad bisexual. También son bifobia los mitos y estigmas extendidos sobre las personas bisexuales que a su vez alimentan otras formas de violencias bífobas. Algunos de estos mitos son:

• Las personas bisexuales son promiscuas

• Las personas bisexuales son infieles por naturaleza

• Las personas bisexuales son transmisoras de its o vih

• Las personas bisexuales no son de fiar

• Las personas bisexuales son inmaduras, o están confusas, o no saben lo que quieren

• Las personas bisexuales son realmente heterosexuales u homosexuales

• La bisexualidad es una fase

• La bisexualidad no existe

• La bisexualidad es vicio, ambición o producto de una carencia o trauma

Dicho esto, al lío.

Introducción

El 5 de agosto de 2019 salgo de la consulta del dentista y rompo a llorar. Me he estado aguantando durante toda la cirugía porque tengo veintisiete años y ya no es socialmente aceptable llorar en el dentista, así que al pisar la calle exploto y me siento ridícula. No lloro por el dolor, que un poco sí, pero no es eso en el fondo. Cuando realmente noto el pinchazo de angustia y se me aprieta la garganta es cuando el dentista me dice tan tranquilo que lo que tengo no se cura, que está alarmantemente avanzado para alguien tan joven como yo y que, si no lo freno, puedo empezar a perder dientes antes de ser mayor. Y no sé por qué, pero esas palabras me recuerdan de pronto que me voy a morir. Que mi cuerpo no va a ser para siempre, que se va a ir deteriorando y que igualmente se me iban a caer los dientes y el pelo y los huesos. Ahí es cuando me entran los pucheros. Y quiero abrazar a alguien, pero he ido sola. Ella, nada dramática.

Hoy, unos días después y aún con los puntos de sutura en la boca, decido que voy a hacerme mi primer tatuaje.

Mientras escribo esto, todavía no he empezado a redactar de verdad este libro. No sé casi nada de él. No tengo ni idea de a qué lugares me va a llevar, cómo va a desarrollarse, si te va a gustar, cuántas noches me va a tener en vilo, a cuántas personas de mi familia voy a escandalizar, si va a ser capaz de expresar lo que quiero expresar. Solo sé una cosa: que una vez esté publicado, se va a quedar así. Para «siempre». No se va a poder modificar. No voy a poder ir casa por casa a borrar un párrafo que en unos años de pronto decido que no me gusta o ya no me representa. Y es que hoy me he dado cuenta de que, aunque nunca me he tatuado por pensar que no quiero tomar una decisión tan permanente, escribir este libro es una decisión mucho, mucho más permanente que un tatuaje. De hecho, realmente he estado tomando caminos permanentes toda la vida, aun sin darme cuenta: ya no puedo haber cursado una carrera distinta, no puedo no haber hecho autostop en Albania, no puedo volver atrás y estudiar música al acabar el instituto. Cuando este libro se publique no voy a poder cambiar nada aunque yo siga cambiando: se va a quedar tal cual, me guste o no. Así pues, ¿qué es un tatuaje al lado del terror de quedar inamoviblemente abierta a bocajarro ante los ojos de quien lee? Y aun con todo, ese para siempre es relativo: hasta que se pudran los libros, hasta que se pudra mi cuerpo.

Ni siquiera sé qué va a ser, pero cuando leas estas palabras ya llevará tiempo siendo parte de mi piel. He decidido empezar esta etapa así: fiándome un poco de mi yo de ahora, y no pensando tanto en si la Eli de dentro de unos años se enfadará conmigo. Ojalá la Eli de hace unos años no hubiera gastado tanto tiempo pensando en si yo iba a pasarlo mal por su culpa. Cerrándose puertas, dudando de sí misma y creyendo que yo tendría mejor criterio que ella. Siendo convencida por el sistema tan jodido en el que vivimos de que muchas de las cosas que más real le hacen sentir son pasajeras o fases. Así, a muchas de las piezas que forman una parte importante de quien soy hoy he tardado años en darles un nombre y hacerles un hueco en mi identidad. También he perdido en muchas ocasiones la oportunidad de profundizar y explorar esas «fases» (algunas lo eran, otras no) por pensar que el hecho de que algo pueda ser temporal significa que es menos real, o menos importante, o menos válido. Así que sí, lo he decidido: voy a escribir este libro y voy tatuarme. Porque el tatuaje, igual que este libro, igual que mis dientes, igual que tu vida, realmente no van a permanecer para siempre... pero no por eso nos lo vamos a tomar menos en serio, ¿no?

Lo que no se concibe

Me gustan las chicas, ¿cómo pudo pasar?

Me gustan las chicas, no me lo puedo explica-aar

Cariño

Diez años. Me engancho a la serie de televisión Embrujadas y siento fascinación por el personaje de Phoebe. Me encanta mirarla, y en los primeros planos me fijo especialmente en su boca y sus ojos. Pienso que es porque quiero ser como ella, tal vez vestir como ella. No se me pasa por la cabeza ninguna otra opción.

En abril de 2019, numerosos periódicos y telediarios se hicieron eco de una polémica noticia: el obispado de Alcalá de Henares impartía terapias ilegales de «cura de la homosexualidad». Ángel Villascusa, periodista de eldiario.es, se había infiltrado en una de las sesiones, pudiendo realizar grabaciones en las que la propia terapeuta admitía ser consciente de que estaba ejerciendo un acto de lgtbifobia. La noticia desencadenó fuertes reacciones en redes sociales y se organizaron acciones protesta, denunciando no solo este centro, sino la lgtbiqa+fobia imperante en la sociedad que permite precisamente que lugares así sigan abiertos a día de hoy. Por supuesto, la Conferencia Episcopal se apresuró a mostrar su apoyo a este centro y sus pseudoterapias, a las que se refirió como «cursos de sanación espiritual». En una de estas grabaciones, la terapeuta le dice a Villascusa: «La palabra “atracción” no hace justicia a lo que significa lo que sentís cuando os fijáis en alguien del mismo sexo ... Se está como proyectando lo que uno cree que no tiene. Las carencias las está proyectando en el otro ... ¿Admirabas a los que eran más altos, más fuertes...?».

Catorce años. Me entra una fijación tremenda por dibujar cuerpos normativos que leo como femeninos. Me fascina dibujar labios, ojos, tetas y caderas. Las dibujo una y otra vez. Aunque muchos de los peinados o vestimentas no son mi estilo, pienso que en parte lo hago por las inseguridades que tengo con mi propio cuerpo, y que lo que dibujo es solo una proyección de lo que quiero ser. No se me pasa por la cabeza ninguna otra opción.

En 2018, un año antes de que saltara la noticia, se estrenó La (des)educación de Cameron Post, largometraje dirigido por la directora bisexual Desirée Akhavan. Basada en la novela de Emily M. Danforth e influida por una historia real, la película retrata la vivencia de una adolescente que en 1989 ingresa en uno de estos centros de «curación de la homosexualidad» en Estados Unidos. En una de las escenas, las jóvenes hacen una sesión de grupo en la que la terapeuta les explica que lo que ellas perciben como deseo de estar con una persona de su mismo sexo (sic) es realmente deseo de ser como esa persona, una proyección de las propias inseguridades. Exactamente lo mismo que se le dice, veinte años más tarde, a Villaescusa en la sesión que consigue grabar.

Dieciséis años. Conozco a una chica increíble en el instituto. Quiero estar con ella todo el rato, pasar tiempo juntas, pero me impone un poco. Me encanta su voz y me pongo un poco nerviosa cuando hablamos. Pienso que quiero ser como ella. Empiezo a intentar imitar su forma de vestir o de ser. No se me pasa por la cabeza ninguna otra opción.

Una característica definitoria de las terapias de conversión de la homosexualidad es que no se dice a las «pacientes» que la homosexualidad sea mala. Se les dice que no existe. De hecho, no se le llama homosexualidad, sino ams: Atracción hacia el Mismo Sexo, y se trata como un trastorno. Así, no se puede discutir en un terreno moral, no se puede debatir si lo que las «pacientes» son es bueno o malo, si hay que aceptarlo o no, porque, sencillamente, no es lo que son: es algo que les está ocurriendo, un síntoma de un problema más profundo. ¿Cómo vas a ser algo que no existe?

Esto se refleja también en la película de Akhavan. En la escena en la que Cameron, la protagonista, acude a su primera sesión individual, la terapeuta le explica que su ams es la consecuencia visible de otros conflictos internos que están enterrados.

Cameron: Nunca había pensado así en la homosexualidad.

Doctora Marsh: No existe la homosexualidad. Solo existe la batalla contra el pecado que todos libramos. ¿Deberíamos dejar a los drogadictos hacer desfiles en su propio honor?

Cameron: No... No deberíamos.

DoctoraMarsh: El pecado es el pecado. Tú te enfrentas al de la atracción hacia tu sexo. Lo primero que debes hacer es dejar de considerarte homosexual.

Una vez, preparando con una compañera un taller sobre bisexualidad y adolescencia con participantes adultas bisexuales, propuse una dinámica y decidimos probarla. En una cartulina grande dibujamos una línea temporal, desde los cero a los cincuenta años, y cada participante recibía tres pegatinas que debía colocar a lo largo de la línea. La consigna era: la pegatina roja, en la edad a la que tuviste tu primer amor; la amarilla, en la edad a la que empezaste a darte cuenta de que tal vez te atraían personas de más de un género; la verde, en la edad a la que te nombraste como bisexual. Las pegatinas rojas se extendían a lo largo de la infancia tardía y la pubertad. Las amarillas, más o menos en el periodo de la adolescencia, algunas incluso antes. Pero no había ni una sola pegatina verde colocada antes de los veinte años. Ni una. Repetimos esta dinámica en otro espacio, también con gente bisexual, y el resultado fue muy parecido. Normalmente había un espacio en blanco de varios años entre el momento en que alguien se daba cuenta de su atracción por personas de más de un género y en el que se consideraba bisexual. Por curiosidad, hice esto con algunas amigas lesbianas, y para ninguna pasaba tanto tiempo entre empezar a fijarse en personas de su mismo género y darse cuenta de que eran lesbianas. Y entonces se lanzaba la gran pregunta: ¿por qué?

Veintitrés años. Me nombro como bisexual. Empiezo a leer sobre bisexualidad. Me siento en un entorno mucho más seguro para hablar sobre ello, pues mi círculo cercano está compuesto en gran parte por gays y lesbianas. Aun así, para nada siento que pertenezca al colectivo lgtbiqa+: al revés, me veo como una invitada en esos espacios, casi como una impostora. No siento que tenga derecho a nombrar mi sexualidad como disidente, sino más bien como un puente entre las sexualidades disidentes y la heterosexualidad.

Una afirmación repetida constantemente desde los feminismos para resumir el problema lingüístico del masculino genérico (es decir, utilizar el masculino plural a modo de neutro para todos los géneros) es que «lo que no se nombra no existe». Pero no nombrar lleva a una no-existencia mucho más profunda que el no aparecer en libros de Historia o no tener representación en series de televisión, porque al menos como mujer cis sé que existo, mi existencia es validada aun dentro de la opresión o dicho de otra forma: mi opresión, aunque esté infrarrepresentada, no pasa por la negación de mi existencia. No me ocurre así como bisexual. Y es que el siguiente paso a no nombrar es no concebir: lo que no se piensa, lo que no se concibe, no existe. El no tener en la cabeza el concepto de lo que eres no impide que lo seas, impide que tengas herramientas para identificarlo y puedas construir tu identidad siendo consciente de ello. Es el equivalente a estar metida en un armario invisible a tus ojos que de pronto un día (probablemente después de los veinte años, parece ser) descubres, porque te ha estado faltando oxígeno en él poquito a poco. Y ahora a ver quién sale del armario, a estas alturas y con estos pelos.

Para mí, la bifobia interiorizada más primaria no estuvo basada en pensar que la bisexualidad era mala, sino en ni siquiera considerarla como una opción porque no sabía que existía. Yo no podía plantearme si era o no bisexual, porque no concebía la bisexualidad. Así, todas las señales que me mandaba mi cuerpo eran archivadas en otras cajas que sí existían para mí porque sí se nombraban y que, además, están dolorosamente presentes durante la infancia y la adolescencia: admiración, envidia, inseguridad. Y este proceso clasificatorio no se daba sin más. Estaba lleno de violencia. De misoginia. De gordofobia. De capacitismo. Cada vez que confundía atracción con envidia, mi autoestima se hacía un poquito más chiquitita, y esa atracción era paliada con dietas, productos para el pelo, ropa nueva que luego odiaba y otras mil formas que tiene el capitalismo de mercantilizar los complejos que a su vez contribuye a crear. Más tarde, siendo adolescente, cuando ya empecé a oír la palabra bisexual y a su vez la atracción se hizo más evidente, aparecieron nuevas cajas que daban una explicación más lógica y menos aterradora a lo que me estaba pasando: experimentación, confusión, fase. Y creo que ya notaba que esa explicación tenía lagunas, que no era así, pero lo mejor era ignorarlo porque ya estaban creadas y la sociedad las validaba y además a mí me gustaba muchísimo ese chico y ahora imagínate enfrentarte a que igual eres medio bollera.

Estas cajas donde yo metía lo que era, sencillamente, bisexualidad, hicieron que juntar todas las piezas llevara mucho más tiempo, porque estaban esparcidas, entremezcladas con otras piezas y a veces imposibles de distinguir entre ellas. Y cuando por fin me di cuenta de mi orientación volví a abrirlas, las fui recorriendo todas y descubriendo así cosas que, de pronto, me parecieron evidentes.

Veinticuatro años. Caigo en la cuenta de que Phoebe, de Embrujadas, me atraía. Caigo en la cuenta de que esa chica del instituto me gustaba y quería estar con ella. Me río al contarlo, pero por dentro siento una punzada de rabia.

Hace un tiempo, en un taller sobre sexualidad y prevención de violencias en un instituto, pusimos un buzón de preguntas anónimas. Cuando lo abrimos, uno de los papeles decía: «¿Las personas bisexuales somos peores porque nos gusten los dos sexos?». En ese momento me di cuenta de que, años más tarde, muchas de nosotras seguimos haciéndonos esa pregunta, aunque ya sepamos la respuesta. Necesitamos hablar de bifobia si personas de quince años se plantean que son malas por sentir atracción o afecto hacia otras —tanto, que en cuanto viene una desconocida a dar un taller a su instituto, lo dejan por escrito en los papeles repartidos al inicio de la sesión. Mensajes así son lanzados por seres queridos, por los medios, por el imaginario cultural y social, de forma consciente o inconsciente. El hecho de que no se tenga en cuenta la bisexualidad al pensar en diversidad sexual es en sí misma la respuesta a por qué hay que hablar de bisexualidad. Porque no basta con hablar solo de homofobia. Porque la invisibilidad no es un privilegio. Porque no tenemos por qué maquillar nuestro deseo con amor romántico. Porque no es el día del Orgullo Gay, porque somos muchas más letras, muchas más identidades. Y porque la b no es de bicicleta.

Veintisiete años. Escribo un libro sobre bisexualidad, esperando aportar así mi parte a este activismo que tanto me ha aportado a mí.

No vuelvo al armario nunca más.

Manual de borrado

Ven y bésame en la orilla del río

Bobby dice que está bien

que no lo considera cuernos

The White Stripes

Uno de los principales pilares de la bifobia es la invisibilidad: no nombrarla, no representarla, no tenerla en cuenta. Sin embargo, más allá de esta invisibilización en su formato más obvio, me gustaría ahondar en cómo concebimos la bisexualidad una vez que sí la nombramos. Con esto no me refiero simplemente a los típicos mitos («es una fase», «las personas bisexuales son viciosas», etc.), sino más bien a cómo, aun siendo conscientes de su existencia, la situamos en un lugar que realmente acaba siendo la nada, que la devuelve al no ser. La forma de definir un concepto puede tener un efecto parecido a no definirlo, dependiendo de dónde lo coloquemos.

Pasarlo bien heterosexualmente