Sanar cuerpos y guardar almas - Gonzalo Gómez García - E-Book

Sanar cuerpos y guardar almas E-Book

Gonzalo Gómez García

0,0

Beschreibung

En los albores del siglo XVI comienza la profesionalización de la asistencia sanitaria en España y Europa. La medicina humanista sentó las bases para el desarrollo de un sistema de salud que promovía la dignidad del enfermo y su recuperación para la sociedad en cuerpo y alma. En este volumen de la Colección Historia Fundamental, el historiador Gonzalo Gómez aborda, entre otras cuestiones, la aparición de los corrales de comedias en los hospitales, las primeras enfermeras, el desarrollo de la anatomía y de la cirugía, la revolución farmacéutica impulsada por la llegada de nuevos medicamentos de ultramar, la organización de los estudios universitarios de medicina y la fundación de los hospitales modernos en la Península y en los virreinatos americanos. Todos estos avances fueron impulsados por una generación dorada de médicos y humanistas españoles, como Andrés Laguna, Fernando de Mena, Francisco Vallés o Rodrigo Reynoso, entre otros muchos, que aplicaron su saber de igual forma para sanar tanto a los más desfavorecidos como a la aristocracia y la realeza como médicos de la corte.  El libro incluye un enlace para acceder a una serie de pódcast sobre los contenidos tratados en él y una entrevista a su autor.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 237

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Sanar cuerpos y guardar almas

El humanismo médico en España y América en el siglo XVI

Gonzalo Gómez García

ColecciónHistoria Fundamental

Responsable de la colección:

Francisco Javier Expósito Lorenzo

Cuidado de la edición:

Tatiana Blanco Parrilla

Diseño:

Prodigioso Volcán

Conversión a epub:

CYAN, Proyectos Editoriales, S.A.

© De esta edición:

Fundación Banco Santander, 2022

© Del texto:

Gonzalo Gómez García, 2022

© De la ilustración de cubierta:

Ana María Abellán (Pictocactus)

Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el artículo 534-bis del Código Penal vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización.

ISBN digital: 978-84-16950-20-1

A Vera, Mauro y Gael.

A Tamara.

A Alfredo.

Y a quien tanto me dio.

AGRADECIMIENTOS

El autor desea expresar su especial agradecimiento a la Fundación Antezana.

ÍNDICE

SIGLAS

OBJETIVO: REINTEGRAR AL ENFERMO EN LA SOCIEDAD

PRIMERO: ESTUDIAR

Los expulsados, aquellos que cuidaron los saberes clásicos

Los copistas medievales

Los médicos judíos, expulsados, pero no las enfermedades

Las facultades médicas de las universidades hispánicas en el siglo XVI

La biblioteca de la Universidad Complutense como ejemplo de formación humanística

La estructura académica

Alcalá y las universidades de América

Salamanca

Valencia

Los que fuerzan el modelo humanista: los estudiantes

DESPUÉS: SANAR

Los nuevos hospitales

Fundación privada: el Hospital de Antezana en Alcalá de Henares (1483)

Fundación pública: el Hospital General de Valencia (1512)

Fundaciones en América: el Hospital de Jesús (1524) y el de los Naturales o Indios (1551) en México

Los teatros de comedias

Las enfermedades y las medicinas de aquende y allende

El médico y su visita

El cirujano, que no barbero

Los boticarios y los recetarios

Los recetarios y los catálogos de medicina y cirugía

Las primeras enfermeras y la atención sanitaria

De curar pobres a atender al rey

Y, SOBRE TODO, IRRADIAR

Los médicos de un humanismo compartido

El olvidado Rodrigo de Reynoso

Las divinidades de Francisco Vallés de Covarrubias

Fernando de Mena, primer gerente de hospital

El urólogo Francisco Díaz

Cristóbal de la Vega, modelo humanista

Andrés Laguna y su concepción universal

El obstetra Juan Alonso de Fontecha y el alegato por las mujeres

Las locuras y corduras de Juan Huarte de San Juan

El gran anatomista Juan Valverde de Amusco

La ciencia en avance: las investigaciones

Dedicatorias humanísticas y obras científicas

EPÍLOGO: EL FUERO DE LA CONCIENCIA

BIBLIOGRAFÍA

ANEXO DOCUMENTAL: CURIOSIDADES

Carta (humanista) del boticario Melchor de Salazar (1580)

Catálogo de medicinas de la botica del Hospital de Antezana (1579)

Recetarios de medicina y cirugía de los boticarios Fernando de Carcassone y Martín de Villalta

SIGLAS

ACV es Archivo de la Real Chancillería de Valladolid.

ADPV es Archivo de la Diputación de Valencia.

AGI es Archivo General de Indias.

AGN es Archivo General de la Nación (México).

AGS es Archivo General de Simancas.

AFHA es Archivo de la Fundación del Hospital de Antezana.

AHMA es Archivo Histórico Municipal de Alcalá de Henares.

AHN es Archivo Histórico Nacional de España.

ARCM es Archivo Regional de la Comunidad de Madrid.

AUS es Archivo de la Universidad de Salamanca.

BN es Biblioteca Nacional de España.

BL es British Library.

Los textos transcritos están adaptados al español actual.

«Quiso Dios que el hombre, que había de vivir en sociedad y en comunidad de vida, malo de espíritu y soberbio por la mancilla de su origen, necesitase de la ayuda de los demás, porque, de otra forma, nunca habría entre ellos una sociedad duradera o segura».

Juan Luis Vives, Sobre el socorro de los pobres, Libro I, cap. 4

(Brujas, 1526)

«Pues, aunque no hay país que necesite menos la medicina que Utopía, en ninguna parte, sin embargo, se tiene en mayor aprecio. Su conocimiento lo sitúan entre las partes más útiles y más bellas de la filosofía. Con la ayuda de la filosofía, en efecto, no sólo penetran los secretos de la naturaleza y creen percibir un deleite inefable, sino que, además, se granjean el favor de su Autor».

Tomás Moro, Utopía, Libro II

(Basilea, 1516)

OBJETIVO: REINTEGRAR AL ENFERMO EN LA SOCIEDAD

Dignidad y técnica. Estas son las palabras más significativas de la medicina humanista en el siglo xvi en España y América. La primera representa la moral del humanismo que sitúa a la persona en el centro de sí mismo y de la sociedad. La segunda implicó ciencia: estudio, observación, análisis y conclusiones. Es decir, el método humanista.

La situación de la asistencia sanitaria y de la profesión médica a finales del xv era ciertamente caótica en los reinos de España. Los hospitales, las enfermerías y los centros de beneficencia se habían multiplicado según avanzó la reconquista cristiana. Fueron cientos de fundaciones de órdenes mendicantes y militares en las que primó la piedad y la caridad. La misericordia que se aplicaba en estos establecimientos alentó la protección de los más débiles en el Medievo, pero también llevó a una situación de ineficiencia sanitaria por toda la Península. Además, la asistencia gratuita, que incorporaba dar de comer al hambriento y de beber al sediento —dos obras de misericordia cristianas—, fomentó la aparición y multiplicación de haraganes y gandules. No fue una excepción porque en el resto de Europa sucedió lo mismo. Fue Juan Luis Vives el que reclamó, en los inicios del xvi, dos puntos clave para modernizar la sanidad: la incorporación de las instituciones públicas en la administración de hospitales y la profesionalización de médicos, boticarios y enfermeros en su obra De subventione pauperum. Sive de humanis necessitatibus (Brujas, 1526). Hasta ese momento los físicos estaban pagados por los concejos, pero actuaban de manera independiente. Los hospitales no tenían una estructura adecuada ni había una formación reglamentaria. Es que no había ni formación. Aprendías si conseguías que un físico te enseñase. Los pocos graduados en Salamanca, con cátedras desde mediados del xiii, daban para cubrir lo justo en la ciudad. Por tanto, todo era muy rudimentario, aunque con una profunda necesidad de ayudar, derivada de la moral cristiana. Los médicos de las villas y ciudades fueron judíos —en su mayor parte— y moriscos, no ajenos a la ciencia médica, pero sí ajenos a las universidades. Y las universidades a ellos. Estas minorías, marginadas y también perseguidas, fueron los que conservaron los saberes médicos de Rasis, de Avicena, de Galeno, de Hipócrates.

La obra de Vives supuso un cambio en la concepción de la medicina y la asistencia sanitaria. Había que erradicar a los vagos con las duras palabras de San Pablo: «El que no quiera trabajar, que no coma» (2 Tesalonicenses 3, 7-12). Al que estuviera enfermo habría que cuidarle, sí, pero ya no se aceptaba al enfermo para salvar el alma del cuidador al realizar una función caritativa, sino que se profesionalizaba. Con la formación, el fraile pasó a ser enfermero, el físico pasó a ser médico, el herrador pasó a ser cirujano, el boticario pasó a estar supervisado y fiscalizado. En el siglo xvi aparecen las primeras enfermeras que no eran monjas. Las enfermedades no eran causadas por los pecados, o por acción del demonio, o por castigos divinos, sino que eran inherentes a la persona. Y los enfermos no entraban en el hospital para terminar sus días. Había que reintegrarlos a la sociedad como hombres y mujeres nuevos. No sólo de cuerpo, sino de alma. Porque la asistencia sanitaria se había profesionalizado, pero, sobre todo, se había humanizado. Precisamente, el humanismo fue el que conformó el avance científico y a su vez convirtió en profesión lo que antes era piedad. ¿Cómo? Con esa palabra que hoy deberíamos recuperar: dignidad. Esto significó colocar al ser humano en el centro del universo. Pico della Mirandola, en la introducción a Conclusiones philosophicae, cabalisticae et theologicae(Roma, 1486), indicó que el hombre se puede aproximar a los dioses, si sus acciones son superiores, o a los animales, si son inferiores. Pero que, en todo caso, existe el centro en el que debe permanecer. En el centro de sí mismo y en el centro de la sociedad. Tras esto, la técnica y la ciencia, incansables investigaciones, observaciones, nuevas prácticas —como las disecciones anatómicas— y la publicación de las conclusiones, fueron el eje del humanismo científico que acompañó la edad de oro de la medicina española.

Para reunir dignidad y técnica debemos tener presente que la asistencia humanista la formaban el paciente, el sanitario y el contexto. El primero era el portador de la enfermedad o dolencia, humana conditio. Pero el segundo se formaba y el tercero se creaba. Las facultades de Medicina fueron las que dieron la mejor generación de profesionales humanistas y científicos. Había que estudiar, y en condiciones muy duras. Esto implicó un camino de reflexiones, de lecturas y de aportación de la experiencia a las aulas para las correcciones de los planes de estudio. Era un ciclo regenerador. Y el contexto era el hospital. Entonces se crearon los hospitales modernos con estructura de trabajo grupal: médico, cirujano, enfermero y enfermera, boticario. Se ejecutaban obras, se abrían ventanas y se cambiaban las camas según se iban conociendo los estragos de las enfermedades o lo que las estimulaba. Nada era perpetuo, puesto que se vivía en un constante cambio.

Por último, todo aquello debía aportarse a la comunidad científica y a la sociedad. Los médicos españoles del xvi publicaron primeras obras y avances únicos de psicología, urología, obstetricia, farmacia, anatomía, cirugía, nefrología o epidemiología, por citar algunas. Irradiar el humanismo era comunicarlo. Pero esta irradiación también implicó que, por medio de la atención médica, el paciente se reintegrara en la sociedad como una nueva persona, porque otra le había otorgado la dignidad y le había recordado que era única.

PRIMERO: ESTUDIAR

Bajo la aguanieve de una mañana invernal de 1539 en Alcalá de Henares, el estudiante Fernando de Mena salió del Colegio de la Madre de Dios, en el que estaba becado con una prebenda, hacia el patio mayor de la universidad para asistir al aula médica. La loba y el capote de estudiante le rodeaban por completo, a pesar de los pocos metros que separaban ambos edificios. Hacía frío y salió pronto, antes de que el reloj de los estudios marcase las nueve. Esa mañana explicaba de nuevo Rodrigo de Reynoso, un médico castellano pero venido de Italia, que los días anteriores había tenido un enfrentamiento con el otro catedrático doctor León sobre el dolor del costado, acaso por sus egos. La expectación era colosal y a veces se colaban por allí los regentes teólogos para ver las disputas. Mena no quería perderse nada de lo que dijera Reynoso. Memorizaba y le preguntaba de forma constante. El rostro cansado de Reynoso no amedrentaba al estudiante, que era muy pródigo en plantear cuestiones e interrogantes. Además, la semana anterior Reynoso dijo en el aula que no daba abasto con las horas y quería cobrar 50 reales por explicar más lecciones fuera de las Escuelas. Mena dudaba, pero su amigo Francisco Díaz, que no paraba de hablar de orinas, decía que le pagaría…

«Entre todo lo que el hombre mortal puede obtener en esta vida efímera por concesión divina, lo más importante es que desechada la tenebrosa oscuridad de la ignorancia mediante el estudio continuo, logre alcanzar el tesoro de la ciencia, por la cual se muestra el camino hacia la vida buena y dichosa, se conoce la verdad, se practica la justicia, se acrecientan las restantes virtudes y se sientan las bases de toda prosperidad humana…». Este fragmento es de la bula Inter Caetera del papa Alejandro VI a Jiménez de Cisneros, arzobispo de Toledo, en la que autorizó la fundación de la Universidad de Alcalá en 1499. Tiene una importancia magistral puesto que representa de manera crucial la base del humanismo científico. Primero, porque presenta el binomio estudio-ciencia[1] como un modelo eficaz en el que el medio es el estudio y cuyo logro final es la ciencia. Después, porque se confirmaba que había una causalidad en la que la ciencia engrandecía al ser humano y hacía prosperar la sociedad: dignidad y técnica. Se trataba de una reflexión histórica consecuencia de siglos de pensamiento. La peste de mediados del siglo xiv impactó en la sociedad con una profunda crisis y hubo que encontrar un modelo que diera respuesta a los desequilibrios medievales, a tantas preguntas, dudas, interrogantes existenciales.

Para conseguir el doble objetivo de la dignidad y la técnica, la universidad era la pieza fundamental del engranaje. De allí saldría la ciencia, alcanzada a través del estudio, integrada en una formación completa hombre-sociedad. Por otro lado, la universidad humanista estaba integrada en la sociedad por cuanto ya no eran las élites las que la integraban, sino que la aristocracia debía ser la del espíritu y el privilegio lo otorgaría la inteligencia y no la cuna. Ideas que hoy nos resultan primordiales, pero que aún tuvieron que esperar a finales del xvii y del xviii para cambiar completamente la sociedad. Esto implicó que, para los pobres y para el que hubiera nacido sin apellidos nobles, la universidad fue el único medio de ascensión social. Un muchacho sin recursos de Valladolid podía llegar a ser miembro del Consejo de Castilla. Un pobre de Valencia podía llegar a ser arzobispo. La inteligencia y el esfuerzo entonces se valoraban. De ahí que Cisneros, en la súplica que dirigió al papa Alejandro VI para fundar la Universidad de Alcalá, incorporase rentas exclusivamente para que los pobres pudieran estudiar. Eran los espabilados «de pueblo», que al final fue de lo que se nutrió la universidad y que pasaron a ocupar puestos de considerable importancia social y política.

La clave del programa de Cisneros fueron los estudios filosóficos. La base del humanismo estaba allí. Construir un modelo en el que los jóvenes estudiantes pudieran interpretar la vida y la sociedad. Con este paradigma se pasaba al estudio final: la Medicina. Esta obligatoriedad de ser bachiller en Artes que se impuso en Alcalá pasó después a las nuevas universidades peninsulares y a las creadas en los territorios de la Corona de Castilla en América. Esta imprescindible formación configuró la medicina humanista. Estudiar Artes y Filosofía implicaba que había que conocer gramática, poesía, lógica, matemáticas, retórica (¡qué importante ha sido siempre saber expresar y transmitir!), aritmética, geometría, topografía, música, astronomía, física y metafísica. Es decir, las herramientas para relacionarse con el otro, con la sociedad y con la naturaleza. Porque la dignidad del hombre no existía si no había comunicación, ni con el otro ni con la sociedad. Y comunicarse no era sólo saber escribir. La relación de cada persona con la sociedad comenzaba con la integración de los adolescentes entre los adultos. Esto lo tuvieron muy claro en el xvi. Sin saber dialogar, comunicarte con otro, ¿cómo podías ser médico, cirujano o enfermero? La pericia en las artes medicinales vendría después.

Cisneros lo tuvo muy claro en Alcalá: el sistema educativo era muy duro en los cursos de Artes, con jornadas entre ocho y diez horas diarias de clases, ejercicios y razonamientos. Y era una época en la que no se tomaban apuntes, ya que esta modalidad fue adoptada en las aulas castellanas a mediados del xvi. Así que la exigencia y el razonamiento, junto al desarrollo de la memoria, eran las herramientas para el estudiante que aprendía de los clásicos previos a los estudios médicos. ¿Qué leían? Tenemos un perfecto ejemplo en un estudiante de los cursos de 1537 a 1539 de Alcalá:

Se compró en estos dichos años de 37 y 38 y 39 los libros para Salazar y Zúñiga, primeramente compré para Salazar un Suetonio Tranquilo que costó 102 mrs., más compré para Salazar un Horacio que costó 68 mrs., más compré para Zúñiga un Laurentino Valla que costó 102 mrs., compré más para Salazar unos Diálogos de Luciano traducidos por Erasmo que costaron tres reales, compré unas Decretales para Zúñiga que costaron 1224 mrs., compré para Salazar unas Comedias de Aristófanes con la una de Demóstenes (contra) Leptines que costaron 387 mrs., compré más un Tulio, De officiis para Zúñiga que costó 84 mrs., compré más unas Declamaciones de Séneca para Zúñiga que costaron 4 reales, compré más para Salazar unas Comedias de Sófocles y Esquilo costaron 272 mrs., compré más dos testamentos nuevos de Erasmo y dos horas todo encuadernado en cordobán por 578 mrs.[2]

Porque sin maestros, sin figuras de las cuales aprender y a las que evocar, ¿cómo interpretar la vida? Hubiera sido imposible que fructificase en la generación dorada de la medicina española y aún de la literatura y la espiritualidad que caracterizó el Siglo de Oro.

Los expulsados, aquellos que cuidaron los saberes clásicos

En la Edad Media hubo escasos médicos que fueran graduados universitarios. Dos fueron las circunstancias que debemos tener en cuenta para comprender que la medicina se ejercía entonces en ambientes lejanos a las aulas. La oferta era paupérrima, Salamanca apenas enseñó la ciencia médica, aun contando con dos cátedras desde sus inicios. Las grandes universidades del xvi obviamente no existían y la medicina entonces podía mantenerse al margen de las universidades. Así que hablamos de las minorías: judíos y moriscos. Desde el siglo xii al xiv fueron los de los grandes físicos sefardíes. En Sevilla, en Valencia o en Alcalá de Henares se copiaban y se escribían textos médicos en hebreo, pero sobre todo en árabe magrebí. Con la pérdida de representación de los ilustrados judíos tras las persecuciones de 1391, el siglo xv estuvo marcado por la medicina musulmana. Ya García Ballester propuso que los territorios ganados en el avance cristiano de los siglos xiv y xv marcaron el «paso de un saber científico a un conjunto de prácticas y creencias populares médicas o folkmedicina». Alonso Carrillo de Acuña, arzobispo de Toledo (1446-1482), ya gustaba de «saber experiencias y propiedades de aguas y de hierbas y otros secretos de natura»[3] e incluso mantenía un cuarto lleno de «objetos extraños» en el palacio arzobispal de Alcalá.

Es representativo que el arzobispo de Toledo Jiménez de Cisneros estuviera a punto de morir en Granada en 1501 sin que los físicos de los monarcas pudieran hacer nada. La frase de su biógrafo y secretario Juan de Vallejo es contundente: «desamparado de todos los médicos». Pero le salvó precisamente una curandera morisca —cosas que pasan—, la cual le puso unos emplastos y consiguió que, a la semana, ya paseara a caballo por la ribera del Darro. Eso sí la curación se realizó «sin purgas ni sangrías».[4] La mujer que hacía de intérprete le dijo a Cisneros que dicha enfermedad «era grande y peligrosa, pero que con la ayuda de Dios dentro de 8 días ella daría a su señoría sano y que, de esto, si su señoría fuese servido, no quería que los doctores médicos lo supiesen, ni se les diese parte; y que ella (la curandera) vendría cada noche y le curaría con sus ungüentos y hierbas».

Ya adelantamos que, tras esto, Cisneros solicitó a Roma autorización para la colación de grados en Medicina en la nueva Universidad de Alcalá. Es el beneficio de la experiencia.

Los copistas medievales

La medicina del siglo xxi es el resultado de cientos de miles de experimentos, tratamientos, investigaciones, triunfos y fracasos desde hace milenios. Milenios porque si en el siglo xvi a. C. la medicina egipcia —por poner un ejemplo ágil— ya conocía el pulso[5], no se hizo pública la circulación menor hasta Miguel Servet en el siglo xvi.

Desde el siglo xii al xv se manejó y copió la ciencia médica clásica en la península ibérica. Hoy se conservan en las bibliotecas Laurentina del Escorial, Nacional de España y Nacional de París. En los reinos cristianos y en los musulmanes se usaron y copiaron las obras de Hipócrates, de Galeno —la mayoría—, y de Avicena, así como de Rasis, de Avenzoar y de Maimónides. Los tres grandes médicos clásicos y los tres grandes médicos hispanos medievales. Los siglos xii,xiii y xiv son los de mayor actividad en el manejo y realización de copias de las obras de Galeno. De las obras de Hipócrates se conservan sólo copias realizadas en el siglo xiv. Después, en el xv, se conservan sólo manuscritos de Rasis y de Avicena. Inclinación ésta que estaría presente en los inicios de las facultades médicas del xvi.

Los judíos fueron decisivos para mantener los autores clásicos. La sociedad judía en Castilla se había organizado en torno a la última legislación que tuvo lugar en Valladolid en 1432. En este ordenamiento quedó codificado, en su primer capítulo, la voluntad de insistir en la enseñanza a partir de los seis años. Aunque se daba preferencia a la formación religiosa, se estudiaba la gramática, la física, las matemáticas y las medicinas.[6] Estas escuelas estaban al lado de las sinagogas y junto a la principal talmúdica. Sólo tenemos que fijarnos en que los físicos de los monarcas solían ser judíos. Personajes que se habían formado en escuelas, al margen de universidades cristianas, naturalmente, y que desde esa situación privilegiada podían ayudar al pueblo hebreo. Un buen ejemplo es Yusuf ibn Waqar cuya familia, los Waqar, fueron grandes médicos de la corte de Castilla desde al menos el siglo xiii, como nos contó el cronista Ibn al-Jatib de Loja. O Cresques Abiatar, conocido como Abenrabí, médico judío, que operó de los ojos a Juan II de Aragón y que, por cierto, leyó públicamente una elegía cuando falleció este rey en los primeros días de 1479.

Los médicos judíos, expulsados, pero no las enfermedades

La expulsión de los judíos en 1492 y las masivas conversiones de los moriscos fueron otro elemento decisivo en la creación del modelo humanista universitario. La presión sobre la comunidad judía médica hizo que el papa Benedicto XIII emitiera en mayo de 1415 la bula Etsi doctoris Gentis.[7] En ella desautorizaba la profesión médica en judíos de reinos españoles. Documento que, por supuesto, reyes y nobles se guardaron en la carpeta de ‘no deseado’.

Imaginemos ahora un carro lleno de toneles de vino bueno tirado por caballos. Van a buena marcha, bien conducidos. De repente se les coloca un muro delante contra el que se estrellan carro, toneles, caballos y carretero. Esto supuso la expulsión de los judíos para la medicina en los reinos españoles. Pongamos ejemplos. Torrelaguna, antigua villa del arzobispado de Toledo, al noroeste de Madrid. Tenía nueve rabinos, cinco de ellos eran médicos. Con la expulsión, la villa se quedó sin ellos. Con el tiempo volvieron sólo dos.

En Alcalá de Henares trabajó el famoso médico y rabino Hudá, conocido como el Dorado. Allí también vivió, casi diez años, Isaac Abravanel, que asistió a la primera audiencia de Colón con la reina Isabel en el palacio de Alcalá en 1486. El concejo le pagaba por asistir el Hospital de Santa María la Rica, pero llegó 1492 y «se pagó al Dorado por la partida de los judíos de lo de su pensión por físico del hospital por navidad hasta fin de mayo de este año de 92».[8] Con la expulsión sólo quedó un médico en Alcalá: el bachiller Damián. La que fuera generadora de ciencia médica y de eminentes figuras del humanismo científico comenzó el siglo xvi con un médico que a duras penas conseguía llegar a tanto doliente. Por ello creemos que la expulsión produjo una alta demanda de médicos en la amplia Castilla. Si observamos las cifras en el Estudio General de Valencia entre 1526 y 1561,[9] los estudiantes que provenían de la Corona de Castilla fueron más de un 60 %. Los de las zonas más limítrofes estudiaban lo más cerca posible y esto demuestra un interés por obtener un trabajo de bachiller médico.

Otro de los hechos que intentó poner orden en la asistencia médica del siglo xv fue la creación del Tribunal del Protomedicato en 1477 por los Reyes Católicos,[10] lo que supuso que la asistencia sanitaria ya no estaba en manos de la caridad de las órdenes mendicantes, sino que debía profesionalizarse. Fiscalizar la profesión médica no fue una originalidad española. En Mesopotamia —código de Hammurabi—, en Egipto —instrucciones del médico del faraón, Escuela de Sais…— y en el Imperio romano con los emperadores Honorio y Teodosio —Código de Justiniano— se establecieron normas para las artes médicas y sus consecuencias. Curar mal, con desatino, con desprecio a quien tuvieran delante, ha estado penado desde el siglo xviii, pero de antes de Cristo.

Juan II de Castilla creó en 1422 el Tribunal de Alcaldes Mayores y Examinadores, que fue el antecedente del Protomedicato. Las fricciones con los concejos fueron constantes y la creación del Tribunal del Protomedicato por parte de los Reyes Católicos intentó unificar criterios y eximir a los municipios de este asunto. Bien es cierto que no se asentó hasta el último cuarto del xvi, con Felipe II. Casi un siglo después.

Por último, hay que destacar las figuras importantes de los judeoconversos. El mejor ejemplo es Diego Fernández Laguna, padre de Andrés Laguna, que curó en Segovia, o los médicos con los que contó Cisneros para las primeras lecciones de Medicina en Alcalá: los doctores Tarragona y Cartagena. En realidad, el fundador de la Complutense se rodeó de un nutrido grupo de conversos, tanto para la docencia como para la otra gran obra, la Biblia Políglota Complutense; entre ellos, Alonso de Alcalá, médico, o Alonso de Zamora, eminente hebraísta converso que logró imprimir —con las complicaciones tipográficas de sus caracteres— una gramática y un diccionario hebreos en Alcalá.

Las facultades médicas de las universidades hispánicas en el siglo XVI

Con el panorama de la expulsión de los judíos, la falta de médicos y la asistencia en rudimentarios hospitales guiados por la caridad llegó a su final el siglo xv. Vives lo definió muy bien en el Socorro de los pobres: «en España oí de los viejos que había muchos que habían aumentado inmensamente sus haciendas con los censos de los hospitales, alimentándose ellos y los suyos en vez de a los pobres, a la vez que crecía el número de familiares en sus casas y disminuía el de los pobres en los hospitales: estos hechos ocurrían por disponer fácilmente de tanto dinero». Y que «no han de comprarse en lo sucesivo posesiones para los pobres, pues con este pretexto los directores de los hospitales retienen el dinero y, mientras se reúne el dinero para las posesiones, mientras se guarda hasta que se puedan comprar, el pobre se consume y perece de hambre y de miseria».

Pero con el cambio de siglo lo hicieron también las ideas. Las corrientes reformistas llegaron por doquier en los primeros años. La imprenta y la comunicación, favorecida por la ampliación del correo, fueron claves. Con la peste negra del xiv se produjo una crisis económica, política y social que causó incertidumbre. Pero al fin la solución llegó de Florencia. El hombre, el ser humano, era el centro de todo. Como hemos dicho ya, lo defendió Pico della Mirandola en su Discurso sobre la dignidad del hombre. Ya no era la relación hombre-Dios, sino hombre-sociedad. Aristóteles fue el autor principal. ¿Y por qué? Porque sus escritos, o lo que de él nos llegó copiado hasta finales del xv, fueron las ciencias que facilitaban esa relación hombre-sociedad: ética, economía, política, filosofía, metafísica, astronomía y filosofía moral. Porque ya no se usaba la lógica como fundamento y fin del sistema escolástico medieval. Esta enseñanza tradicional universitaria no había hecho avanzar la ciencia. Y a los que la mantenían —minoría ilustrada de judíos y musulmanes— se les había obligado a modificar por completo sus costumbres.

Se instituía un nuevo modelo que tenía una gran ventaja. Y es que se reformaba constantemente a sí mismo. Este era el humanismo: investigar, proponer, mejorar para volver a investigar. Buscar el origen de la ciencia en su pureza. Si el cardenal Cisneros indicó en las constituciones de 1510 de la Universidad de Alcalá que se leyesen en las cátedras de Medicina a Avicena y a Galeno e Hipócrates, también dejó al arbitrio del rector y de los consiliarios modificar estas lecturas cuando lo considerasen. Y en la práctica así se hizo, pero también a petición de los estudiantes, no sólo de los catedráticos.

Como hemos comentado, para acceder a los estudios médicos en Alcalá se obligaba, por constituciones, a ser bachiller en Artes. Esta medida se fue extendiendo al resto de universidades en los virreinatos de América. Estos contaban con diez universidades en 1640 y llegaron a ser más de treinta, hasta la fundación de la Universidad de León en Nicaragua a instancias de las Cortes de Cádiz de 1812. En el xvii ni Portugal ni Francia ni Holanda habían fundado ningún establecimiento educativo superior en el continente americano. A mediados del xvii las posesiones de Inglaterra en América contaban con una universidad (Harvard). Y las españolas estaban abiertas a nativos, criollos, mestizos o peninsulares. Además, era obligado estudiar las lenguas indígenas en caso de ser docente.