Sansón y Dalila - Sinesio Delgado - E-Book

Sansón y Dalila E-Book

Sinesio Delgado

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Beschreibung

En la misma estación de ferrocarril, unos llegan para despedir al que se va y otros, para recibir a los que vienen; unos se van a Madrid a triunfar y otros, llegan huyendo de las miserias de la capital. Antonio es de los que se va, con la ilusión de volver un día para contarle a Soledad sus éxitos y confesarse por fin. Concha, en cambio, es una hermosa y misteriosa mujer soltera que ha abandonado Madrid y no piensa volver jamás.

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Seitenzahl: 84

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Sinesio Delgado

Sansón y Dalila

 

Saga

Sansón y Dalila

 

Copyright © 1910, 2023 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726881912

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

REPARTO

PERSONAJES

ACTORES

Concha

Srta. Pino (J).

Soledad

»Pardo.

Doña Martina

»Alba.

Lorenza

»Seco.

Federico

Sr.Puga.

Antonio

»Manrique.

Don Rufino

»Simó-Raso.

Don Pablo

»Romea.

Eustaquio

»Pérez Indarte.

La acción en un pueblo de Castilla. Epoca actual. Verano.

 

Derecha é izquierda las del actor mirando al público.

ACTO PRIMERO

Sala de espera en una estación de ferrocarril. Al foro puerta grande con cristales en su parte superior y que da al campo. A la derecha otra igual que da al andén. A la izquierda, en primer término, puerta pequeña que conduce á las habitaciones del jefe; en segundo término, ventanilla del despacho de billetes Bancos de madera junto á las paredes, y en éstas cartelones de anuncios de la Compañía. Es de día.

ESCENA I

don pablo , de pie junto á la puerta de la derecha mirando hacia el andén. SOLEDAD, sentada en un banco adosado á la pared del fondo. Al alzarse el telón se oyen dentro y sucesivamente, la campanilla, el silbato del jefe y el pito de la máquina. Pausa.

 

Pab. Aquí viene bien lo del inglés del cuento. Primero suena una campana, en seguida tocan un pito, después se oye una bocina, luego silba la locomotora, y luego... no sale el tren. ¡Cosas de España!

Sol. Ya saldrá; no se apure usted, tio.

Pab. No, si no me apuro. Por mí se puede estar aquí hasta el mes que viene.

Sol. Será que estará tomando agua la máquina.

Pab. Una de dos: ó que está tomando agua la máquina, ó que está tomando vino el maquinista.

( Ó yese dentro el ruido del tren, que empieza á marchar, y que se prolonga bastante tiempo, como si el convoy fuera muy largo. )

Sol. ¿Ve usted? Ya se marcha.

Pab. Y eso es lo gracioso. Cuando no se lo figuraba nadie.

«La máquina un incendio vomitando, grande en su horror y horrible en su belleza, el tren llevó hacia sí pieza tras pieza, vibró con furia y lo arrastró silbando.»

Sol. Déjese usted ahora de versos, que se pone usted más pesado algunas veces...

Pab. ¿Y qué se le ha de hacer, hija? Yo estoy entusiasmado con Campoamor... como tú estás entusiasmada con Antoñito. Cada edad tiene sus clásicos.

Sol. ¿Yo con Antoñito? ¿Con qué Antoñito?

Pab. ¿Cuá ha de ser? El menor de los sobrinos de doña Rosalía ..

Sol. ¿El menor de los...?

Pab. Sí, hija, sí; el que se marcha esta tarde á Madrid á probar fortuna para volver sabe Dios cuándo, ó para no volver jamás, que es lo que á ti te desazona.

Sol. Pero, tio, ¡por Dios! ¡si ese sobrino de doña Rosalía no me ha dicho en su vida una palabra!

Pab. ¡Cómo! pero ¿es que va á resultar que no habéis hablado nunca?

Sol. Hablar, sí, ¡anda! hemos hablado muchas veces, pero no de lo que usté piensa.

Pab. Bueno; puede que el chico no se haya insinuado, pero estoy seguro de que tú has adivinado lo que él hubiera querido decirte.

Sol. Eso ya es otra cosa; pero usté, ¿cómo lo sabe?

Pab. «Para un viejo una niña siempre tiene el pecho de cristal.»

Sol. Y dale con los versos.

Pab. Vamos á ver: ¿dónde vamos ahora?

Sol. ¿Qué tiene que ver eso?. .

Pab. Tú contesta. ¿Dónde vamos?

Sol. A la posesión de las chicas del señor Telesforo.

Pab. ¿Por qué?

Sol. Porque hace una semana que me están diciendo: Soledad, que no dejes de ir una tarde, que está la huerta que da gusto y hay unas cerezas muy gordas y unos albaricoques muy dulces.

Pab. Sí; y hay que pasar por la estación sin remedio.

Sol. ¿Qué quiere usted decir?

Pab. Nada; que al cabo de una semana, es hoy cuando se te ocurre ir á probar los albaricoques y las cerezas.

Sol. Algún día tenía que ser.

Pab. ¡Claro! el día en que se va á Madrid Antoñito. ¡Qué casualidad! ¿eh?

Sol. Verdaderamente.

Pab. Como ha sido otra casualidad, que, al pasar por la estación, hayas sentido de pronto una sed rabiosa y no hayamos tenido otro remedio que entrar á pedir á cualquiera un vaso de agua.

Sol. ¡Ah! Pero, ¿es que no cree usted que tengo sed? ¡Pues me estoy muriendo!

Pab. Sí lo creo, hija; ¡no lo he de creer! Lo que hay es que con la impaciencia no has medido bien el tiempo, y como el tren debe tardar más de media hora, Antoñito no ha llegedo todavía. ¿Eh? ¡Buena la hemos hecho! Porque en cuanto venga el mozo y nos dé el agua, no te vas á poder estar bebiendo un cuarto de hora, por mucha sed que tengas.

Sol. ¡Qué cosas dice usted! ¡Claro que no!

Pab. Y entonces, ¿qué pretexto me vas á poner para que no sigamos adelante?

Sol. Ninguno, puesto que usted me ha adivinado las intenciones.

Pab. Pero el mozo, y el jefe, y la señora del jefe, que á lo mejor sale por aquí á dar una vuelta, no conviene que te las adivinen. Por consiguiente, en cuanto te bebas el vaso salimos picando para la huerta.

Sol. ¡Qué lástima! Y no vamos á ver salir el tren ..

Pab. Puede que eso fuera lo mejor para ahorrarte un disgusto. Pero descuida, que estaremos de vuelta en el momento preciso. Demasiado sabemos tú y yo que á estas horas no están en la posesión las chicas de don Telesforo.

Sol. ¡Qué bueno es usted, tio!

Pab. Ni bueno ni malo. ¡La experiencia, Soledad, la pícara experiencia! ¿Qué hubiera yo adelantado con que supieras que estaba al cabo de la calle y con oponerme á estos escarceos inocentes? Nada; que tú hubieras inventado alguna triquiñuela para venir solita á probar los albaricoques. Y estando yo delante, aunque sea haciéndome el desentendido, es más difícil que te hagan daño.

Sol. ¡No, no! Si usted no hubiera querido venir yo no hubiera inventado nada.

Pab. ¡Quién sabe, quién sabe! Es la última entrevista. Tú esperas que en ella se decida Antoñito jurándote volver en cuanto adquiera una posición, y ¡qué demonio!, te había de costar mucho trabajo renunciar á esas ilusiones. Ya las perderás tú, sin que yo te las quite, cuando te convenzas de que no vuelve.

Sol. ¡Ah! ¿Pero usted cree?. .

Pab. Nada; no creo nada. Pero entretanto, para evitar que ha gas alguna tontería, lo mejor es no llevarte la contraria. Dejar hacer, dejar pasar...

«¡Feliz quien, como un canto del camino, se deja ir y venir por el destino!»

Sol. ¡Vaya! Otra vez los versos...

ESCENA II

dichos Y eustaquio

 

Eust. (Saliendo por la derecha. ) Dispense usté, don Pablo; pero ya ha visto usté el encarguito que me ha dejao el mercancías.

Pab. Si que ha sido huena ración.

Eust. ¿Que si ha sido? En siete años que llevo de servicio, no se ha descargao en esta estación otro tanto de equipaje.

Pab. ¿Y de quién es todo eso?

Eust. Pues á la cuenta es de esa señora de Madrí, que ha heredao ó la han regalao la finca de Valdecañizos, y que ha venido ya dos ó tres veces á preguntar si habían llegao los bultos. El vaso de agua, ¿es para aquí, para la señorita Soledad?

Pab. Sí; para aqui es.

Eust. Lo digo, porque si fuera para usté, le traeria el botijo, que la hace más fresca.

Sol. No, no; traiga usted el vaso.

Eust. Vuelvo en seguida. (Vase por la izquierda. )

Pab. Pues ¿sabes que tiene razón el mozo? Esa señora de Madrid se ha traído la casa. Lo menos hay diez y siete cosas: baules, maletas, cestos... ¡qué se yo!; y además una porción de cajas grandes como ruedas de carro.

Sol. Los sombreros. Esos son los sombreros.

Pab. Y ¿para qué querrá tantos? ¿Se quedará á vivir aquí con nosotros?

Sol. Con nosotros, no; pero aqui si es fácil que se quede. Digo, eso mejor lo sabrá usted que yo, tío.

Pab. ¿Yo? ¿Por qué?

Sol. Porque desde que ella ha venido pasa usted por su calle ocho veces al día.

Pab. ¿Ocho veces? ¿Dices que ocho veces? ¡Habrá sido una casualidad!

Sol. Claro, una casualidad, como la de ocurrírseme á mí venir á ver pasar el correo esta tarde.

Pab. Vamos, vamos, chiquilla, no digas desatinos.

Sol. Lo que siento es no saber yo unos versos de Campoamor que vinieran al caso.

(Vuelve á salir Eustaquio con el vaso de agua. )

Eust Aquí está el agua. Dice el jefe que por qué no han pasao ustés en lugar de estarme esperando.

Pab. Por no molestarle; no valia la pena. Y á lo mejor está en sus ocupaciones.

SOL. (Al tomar el vaso que Eustaquio le presenta. ) ¿Está fresca?

Eust. (Retirándolo. ) Pues mire usté que no me he enterao. (Bebe un sorbo. ) Regular, regular. (Entrega el vaso á Soledad, que se queda sin saber qué hacer. ) Y dispensen ustés que no haya traído plato; pero como somos de confianza...

Pab. Ya, sí; de mucha confianza.

Eust. Pero ¿no bebe usté?

Sol. Si, si; ahora. Es que. . ¿sabe usted? Antes de beber agua... tengo costumbre de rezar un padrenuestro.

Pab. Si usted tiene que hacer, nosotros devolveremos el vaso.

Eust.