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El marqués de Serrada y Teresa son lo que hoy llamaríamos «víctimas de las fake news». En su día, la prensa acusó al exministro de corrupción y ahora se esconde en un pueblo de Guadarrama, lejos de la opinión pública, junto a Teresa, una joven huérfana a la que adoptó. Sin embargo, la tranquilidad y la alegría de la casa podrían venirse abajo porque los cotilleos han llegado hasta el novio de la joven.
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Seitenzahl: 76
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Sinesio Delgado
Saga
Nuestro compañero en la prensa
Copyright © 1911, 2022 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726881868
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Personajes
Actores
Teresa
D.a Concepción Ruiz.
El marqués de Serrada.
D. Francisco Palanca.
Manolo Velasco
»Francisco Barraycoa.
Gálvez
»Alfonso Muñoz.
Gamboa
»Luis Manrique.
Montero
»Alberto Romea.
Gaspar
»Fernando Delgado.
Isídro
»Antonio Pérez Indarte
La acción en un pueblo de la sierra de Guadarrama, cercano á la vía férrea.
Derecha é izquierda las del actor mirando al público.
Sala pequeña en casa del marqués de Serrada, en Villarejo de los Pinos. Muebles modestos, pero de buen gusto. Dos ventanas grandes al foro y dos puertas con portiers á la izquíerda. Mesa junto á la pared del foro. Derecha, primer término, chimenea encendida, y sobre la repisa un gran quinqué de petróleo. Primer término, izquierda, cerca de la primera puerta, mesa de tresillo, y sobre ella cestillos de fichas y dos velas apagadas.
el marques , arrellanado en un sillón junto á la chimenea, fumando un puro y leyendo tranquilamente El Eco de Avila.— teresa , colocando delante del sillón una mèsíta volante y sobre ella una taza de café.
Marq . ¿Siguen cayendo copos?
Ter . Sin parar. Debe de haber en las calles una cuarta de nieve.
Marq . Por variar. Asi nos pasamos todo el santo invierno. (En este momento Teresa coloca la taza.)
Ter . ¿Jugarán ustedes al tresillo esta noche?
Marq . Lo dudo, porque no se atreverá á venir nadie. Estos señores de pueblo se asustan de todo, y cualquier pretexto les parece de perlas para acostarse al mismo tiempo que las gallinas. Sin embargo, enciende las velas. Me entretendré yo haciendo solitarios, para alimentar la ilusión de que me divierto mucho. (Pausa. Teresa enciende las velas de la mesita de tresillo. El Marqués reanuda la lectura.)
Ter . (Si que la noche está de perros. ¿Quién va á salir de casa?... ¿Eh? me parecía que habían llamado. Esa Martina está tan sorda que será capaz de tardar una hora en abrirle Pero no; no vendrá él tampoco.) (Alto al Marqués.) Pero, señor, no lea usted después de comer, que le va á hacer daño.
Marq . No temas; éste es un postre completamente inofensivo. Trata sólo de intereses locales y no se ha metido conmigo todavía, por lo cual es el único que llega sin obstáculo á este retiro, que no me atrevo á llamar apacible. Los otros... ¡fuego en ellos!, me han hecho mucho daño, efectivamente; pero no porque yo los haya leído después de comer, sino porque los ha leído todo el mundo á todas horas y los ha creído como si fueran capítulos del Evangelio. Pero éste es otra cosa; éste es una inocente palomita mensajera que me trae las noticias con el retraso suficiente para que no puedan interesarme, y además me proporciona el placer de admirar á tu novio.
Ter . ¿Mi novio? ¡Demasiado sabe usted que no lo tengo!
Marq . ¡Ah! ¿la noticia es reservada todavía? Pues lo diré de otra manera: el placer de admirar al secretario del Ayuntamiento, que como literato me encanta. Tiene una concisión de estilo, un vigor de frase y una profundidad de concepto que le colocan al nivel de los clásicos.
Ter . Vaya, no se burle usted del pobrecillo.
Marq . Pobrecillo ¿eh? Te digo que la carta de hoy no debía publicarse en El Eco de Avila, sino esculpirse en mármoles y bronces. Mira, mira cómo pone la pluma el pícaro.
Ter . Por Dios, señor; déjele usté en paz.
Marq . Escucha, escucha: (Leyerdo.) «Villarejo de los Pinos, veintiséis de Diciembre. Ultimos precios del mercado de hoy: Trigo, doce pesetas fanega. Avena, cinco. Algarrobas, nueve. Queso, cero noventa kilo. Encalmados. El corresponsal.» ¿Eh? ¿qué tal? ¡No lo hubiera dicho mejor Cervantes!
Ter . Pero, señor, si á mí no me importa.
Marq . ¿No, eh? Pues porque creo que te importa es por lo que le permito que venga aquí á dirigirte miradas lánguidas y de paso me lleve la contra en el tresillo, y me dé codillo en cuanto pueda sin respetar mi importancia política. Por cierto que estas cosas no se ven más que en los pueblos. Si se supiera que el marqués de Serrada, ex ministro de Hacienda y ex columna firmísima de su partido, se pasaba las noches jugando á las cartas con el futuro esposo de su ama de llaves… ¡qué bonita caricatura iban á hacer los periódicos satíricos con monos!
Ter . No insista usted en llamarle mì futuro esposo.
Marq . ¿Querrás hacerme creer que prefieres al otro que también te ronda, á Gasparito, el hijo del alcalde?
Ter . (Rápidamente.) No; no, señor.
Marq . ¡Hola! Parece que ahora has protestado con más viveza. Pues á mí los dos me son por igual aborrecibles.
Ter . ¿Por qué?
Marq . ¿Quieres que te diga la verdad? Pues... porque no tengo familia.
Ter . No comprendo.
Marq . Si yo tuviera mujer, hijos, aunque fuera un solo sobrino de los que envía el diablo... ¡valiente cosa me importaríais tú, el secretario y Gasparito! Pero estoy solo completamente, necesito una persona que sufra mís rarezas y aguante impávida el chaparrón de mis monólogos. En cuanto uno de esos bergantes te eche la zarpa y te lleve consigo, aquí me quedo yo con la sorda, que ni para escucharme sirve.
Ter . ¡Qué bueno es usted!
Marq . No; no es bondad, es egoísmo. A la muerte de tu padre, mísero empleado de escaso suel do que se fué al otro mundo dejándote el día y la noche, compadecido te tomé á mi servicio cuando eras una niña. . . ¡No! no me arrepiento. Gracias á ti he podido prescindir de criados que me robaban descaradamente y de amas de llaves que se me subían á las barbas, y tan á mi satisfacción cumples tus deberes que no me he atrevido á relevarte de ellos por el temor de no encontrar quien me sirva.
Ter . ¡Pero si yo no pienso separarme de usted nunca!
Marq . Pero tu marido lo pensará en cuanto lo sea. A ningún hombre independiente le agrada el papel de criado consorte, por mucho que se quiera disimular el cargo. Hay otra razón además. Al que podría convenirte, á Gaspar, que tiene bueyes y tierras, tú no le puedes ver ni pintado; y el otro, de quien sospecho que te gusta, no te conviene de ninguna manera.
Ter . ¿Por qué?
Marq Porque no podríais estar como unos reyes con los cuatro mil reales de la secretaría, me parece á mí. Y menos administrándolos él, un tarambana manirroto que en un mes tiró por la ventana lo que heredó de sus padres, y tuvo que venir á ponerse á las órdenes de los patanes más patanes de Villarejo.
Ter . Verdad que cuatro mil reales es muy poco; pero como él tiene otra profesión...
Marq . ¿Sí? ¿Cuál?
Ter . Ya sabe usted que es periodista, y eso, tarde ó temprano...
Marq . ¡Ni temprano, ni tarde, ni nunca! ¡Habráse visto atrevimiento! ¡Pues no dice que es periodista un desdichado que no ha escrito ni escribirá nunca más que el precio del queso!... No, hija, no; afortunadamente, tu novio no es periodista.
Ter . ¿Cómo afortunadamente?
Marq . Porque no hay rival más temible que la letra de molde. Subyuga y domina de tal modo al que á ella se entrega, que no le deja corazón ni alma para cosa alguna. Es su único amor, su obsesión constante, el exclusivo objeto de sus afanes y sus ansias. ¡Era lo que te faltaba para ser desgraciada con tu marido!
Ter . Pero, señor...
dichos.—gaspar .
Gasp . (Apareciendo en la segunda izquierda.) ¿Hay permiso?
Marq . Adelante. (Teresa aparta de la chimenea la mesita volante y recoge la taza.)
Gasp . Felices, señor Marqués. Buenas noches, Teresa.
Ter . (Secamente.) Buenas noches.
Marq . ¿Usted por aquí á estas horas, Gasparito? ¿Qué ocurre?
Gasp . Vengo en lugar de mi padre. (Por Teresa.) (¡Qué mona es!)
Ter . (Yéndose con el servicio de café por la segunda izquierda.) (¡Desgraciada! ¿Por qué había yo de ser desgracíada?)
Marq . ¿En lugar de su padre?
Gasp . Sí, señor, si. Con permiso de usted voy á acercarme á la chimenea para desentumecerme un poco. Los dichosos copos pinchan como alfileres.
Marq . Pero, hombre, ¿por qué se ha molestado usted?
Gasp . No es molestia; al contrarío. Como ya sabemos que usted no puede dormir con tranquilídad si no echa antes unas manitas al tresillo, mi padre que no puede venir esta noche, me ha dicho; «Gaspar, anda, vete á hacer la partida al señor Marqués» Y aquí me tiene usted á su dísposición.
Marq . ¿Que no puede venir? Pues ¿qué le pasa al señor alcalde?
Gasp . Está de comida diplomática.