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Estos poemas de Sinesio Delgado son en realidad historias breves que retratan una España que todavía no ha desaparecido del todo.El humor y la sátira son inseparables de la dura realidad social de la España del siglo XIX: niños en las calles, mujeres obligadas por el maltrato y otras circunstancias a prostituirse, ignorantes que derriban la razón, los campos llenos de muertos por la guerra... El ingenio agudo y crítico de este escritor brilla en cada uno de los versos de sus poemas. -
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Sinesio Delgado
Saga
... Y pocas nueces
Copyright © 1894, 2023 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726881301
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
(Que puede servir de prólogo.)
Bien puede decir cualquiera:
«¡Qué zapatos tan mal hechos!»
pues siempre será decirlo
mucho más fácil que hacerlos.
(FÁBULA)
Á juzgar una pieza de concierto
se reunieron cuatrocientos burros,
que al final dictarían
un fallo inapelable y absoluto.
Los animales, al sentirse jueces,
reventaban de orgullo,
y tal se envanecieron, que no quiso
su incompetencia declarar ninguno.
Dió el maestro dos golpes
con la batuta, y empezó el preludio:
un cántico de amor, dulce al principio,
después ardiente y al final impuro.
Violines y trompas simulaban
espasmos de placer, quejas y arrullos;
las notas se escapaban de las cuerdas,
llenando el aire y alegrando el mundo.
Magnífico era aquello. Parecía
mágica vibración del genio oculto;
pero, á pesar de todo,
los pobres asnos se aburrian mucho.
Como era de esperar, vino á la postre
la tempestad de coces y rebuznos,
se irritaron los jueces, y por poco
la emprenden á bocados con los músicos.
Rodaron los atriles por el suelo
y á sus establos se marchó el concurso,
renegando de aquella jerigonza
de leyes de harmonía y contrapunto.
Y entre tanto el maestro
se retiraba cabizbajo y mustio,
diciendo en su interior:—Me he equivocados
¡el público no yerra! El fallo es justo.
…………………………………
…………………………………
¿Se juzga el arte así? ¿Se forma un sabio
de cuatrocientos animales juntos?
Si eran borricos todos, ¿dejarían
de ser borricos porque fueran muchos?
_____________
—¡Qué empeño de que te cuente
larga y detalladamente
mis anteriores amores,
por ver si los anteriores
han sido como el presente!
¡Si no me acuerdo, mujer!
¿Y qué endiablado placer
buscas en ese tormento?
¿Te querré más si te cuento
mis aventuras de ayer?
Suponte que te dijera
que has sido tú la primera,
sólo por no hacerte daño.
¿Qué creerías? Que te engaño;
¡lo mismo que si lo viera!
Y si confieso que amé
y me encendí y me abrasé
como me abraso por tí,
te vas á formar de mí
mala idea. ¡Ya lo sé!
¿Insistes? ¡Qué tontería!
Pues sí, palomita mía,
quise de varias maneras,
y aunque no fuese de veras,
á mí me lo parecía.
Luego, pasado el calor,
suave, dulce, bienhechor,
que en tales casos se siente,
lo he pensado seriamente
y he visto que no era amor.
El amor es lo que siento
besando á cada momento
esos tus labios de grana,
que brindan de buena gana
tras de una caricia ciento.
Los otros fueron ñoñeces,
tonterías, pequeñeces,
caprichos insustanciales
y rápidos, de los cuales
ni el recuerdo queda á veces.
¿Que si á las otras decía
lo que te digo? ¡Alma mía!
¿Por qué me preguntas eso?
¿Te empeñas? ¡Vaya! Confieso
que sí, que se lo decía.
¿Que si era mentira? ¡No!
¡Nunca mi audacia llegó
á fingir de esa manera!
Lo que sucedía era
que me equivocaba yo.
¿Que también puedes creer
que ahora...? ¡Calla, mujer,
eso sí que no lo paso!
Tu lógica en este caso
no tiene razón de ser.
¡Que mi traición está clara!
¡Que no te mire á la cara!
¡Caramba! ¿Te has ofendido?
¡Pues, hija, tú lo has querido
por empeñarte en que hablara!...
Rodaba el tren exprés, culebreando
por los ásperos riscos de la sierra,
y el jadear potente de la máquina
vibraba entre los bosques y en las peñas.
Ramilletes de chispas le formaban
magnifica y brillante cabellera
que iba, al pasar, hundiendo en los barrancos
los mil fantasmas de la noche negra.
Retumbaba en el monte silencioso
el estruendo de topes y cadenas,
que el hálito valiente del progreso
á las ocultas soledades lleva.
Por donde el monstruo pasa, se convierten
en hermosas ciudades las aldeas;
por doquier, á los lados del camino,
surgen el bienestar y las riquezas,
los rudos campesinos se transforman,
los cerebros dormidos se despiertan,
y, recorriendo el mundo, alcanza á todos
la bienhechora plácida influencia...
—
A quince ó veinte pasos de la vía,
en lo más intrincado de la selva,
se levanta una choza miserable
de trozos de pizarra y ramas secas.
Allí duerme un pastor, envuelto en mugre
cubierto por la clásica pelleja,
con un trapo asqueroso por camisa
y un pañuelo indecente por montera.
Casi no sabe hablar. No hace otra cosa
que guiar al ganado por la sierra,
sin pensar ni sentir, como lo hacían
sus abuelos del tiempo de los celtas.
Al pasar el exprés, la pobre choza
se ilumina al fulgor de la caldera,
y un instante después queda de nuevo
solitaria y perdida en las tinieblas.
Todas las noches, el pastor salvaje,
al brusco y breve trepidar, despierta,
se incorpora, se dice: «el tren que pasa,»
y se vuelve á dormir á pierna suelta.
Fray Antonio se hizo fraile,
es decir; se enterró vivo
por la razón ó motivo
de que una noche, en un baile,
cierta Inés á quien quería
le dió á entender claramente
que aquel su deseo ardiente
en deseo quedaría.
Y el bueno de Fray Antonio,
presa de rudo tormento,
fué y se metió en el convento
renunciando al matrimonio.
Alli, reza que te reza
con fervor, á todas horas,
las ideas pecadoras
se quitó de la cabeza,
y fué curando uno á uno
sus ataques de neurosis
amatoria, con las dosis
de penitencia y ayuno.
Ya se dirigía á Dios
olvidando á la doncella
sin que la memoria de ella
se pusiera entre los dos,
y gozando la ventura
de aquel celestial consuelo
elevaba el alma al cielo
limpia de la mancha impura,
cuando, creyendo vencido
el germen de las pasiones
en los ocultos rincones
de su cerebro dormido,
de aquella adorada Inés
surgió la imagen hermosa,
vaga al principio y borrosa,
clara y precisa después.
—¡Tentación de Satanás!—
se dijo, y luchó valiente
rezando constantemente
y ayunando mucho más.
Pero en vano, la visión
tomaba cuerpo, crecía,
y el buen fraile la sentía
metida en el corazón.
Por fin cayó acongojado
con el alma lacerada
ante la imagen sagrada
de Jesús crucificado.
—Me está matando el amor,
exclamó, vos lo sabéis.
¡Ya que no me perdonéis,
compadecedme, Señor!
Porque en balde gimo y lloro
para ahogar ansias de besos;
me estoy quedando en los huesos
¡y con los huesos la adoro!
Ni la oración ni el cilicio
pueden apagar la lumbre;
¡me abruma la pesadumbre
del inmenso sacrificio!
¡Dadme un instante, un momento
de pasión correspondida,
y os daré en cambio una vida
de penitencia y tormento!—
A esto punto la figura
milagrosa de Dios Hijo
abrió la boca y le dijo
con irónica amargura:
—Vienes á mí equivocado.
Esas cosas, fray Antonio,
pídeselas al demonio,
que son de su negociado
Rodearon la mesa los alumnos
de una sección de práctica anatómica
con las blusas de vivos amarillos,
las pinzas, los cuchillos y las sondas.
El mozo de la sala quitó el lienzo
que cubría el cádaver, y en la losa
quedó el de una mujer cuya hermosura
vino á aumentar la nitidez marmórea,
porque la muerte, compasiva acaso,
respetó las bellezas de la forma.
Mudos de admiración los estudiantes
pensaron á la vez:—¡Cielos! ¡qué hermosa!
y uno añadió en voz alta:—Fuera un crimen
profanar con las manos pecadoras
tan prodigiosa criatura. ¡Amigos,
vuelvan los escalpelos á la bolsa,
y el Supremo Hacedor reciba intacta
la más perfecta acaso de sus obras!
—¡Alto! dijo otro alumno. Yo protesto.
La ciencia no distingue ni perdona.
Si este cuerpo sirvió cuando vivía
para incentivo de pasiones locas,
ya que se va á pudrir, que sirva al menos
para estudiar las ramas de la aorta...
¡y perdone por Dios la madre tierra
cuando deshecha la armazón recoja!
(CUENTO INFANTIL)
¿Ves esos altos picos
de las montañas
donde, al pasar, las nubes
se deshilachan?
Pues allí están las brujas!
¡brujas malvadas
que con sus sortilegios
al hombre matan!
Tú creerás que en sus mantos
arrebujadas,
buscando niños, entran
por las ventanas;
de brazos de sus madres
los arrebatan
y en satánicas fiestas
los despedazan?
¡Pues no! Ya no hacen eso.
Ya son más cautas
y alargando el suplicio
su goce alargan.
Enviados por ellas,
de noche bajan
ejércitos de trasgos
de negras alas
que invisibles recorren
casa por casa
provistos de menjurges
y de pomadas.
Al hombre, chico ó grande,
no le hacen nada,
que en eso estriba toda
su diplomacia.
Pero de las mujeres
buscan las almas
y allí, á su gusto, siembran
pasiones falsas.
Fuego del diablo ponen
en las miradas,
en el cerebro el germen
de la inconstancia
y en los traidores labios
dulces palabras
de cuyos atractivos
nadie se escapa.
Los hombres, casi todos,
llegan, se abrasan
como las mariposas
entre las llamas
y al demonio se entregan
en cuerpo y alma,
sin saber que es el diablo
quien los engaña.
Pero antes ¡cuántas penas,
dolores, ansias,
luchas, quejas, tormentos
y horas amargas!
Juramentos perdidos
que el viento arrastra,
sonrisas embusteras,
promesas vanas...
y luego horribles dudas,
ayes de rabia,
tempestades de celos,
ríos de lágrimas...
¡Todo por esas brujas!
¡brujas malvadas
que viven en los picos
de las montañas,
y alargando el tormento
su goce alargan
al llenar de amarguras
la vida humana!
¿No es infinitamente
menor desgracia
que se lleven los niños
en cuanto nazcan?
El sol se ha puesto ya, y en las colinas
que el marco forman del extenso valle,
cual fugaces relámpagos, fulguran
los últimos chispazos del combate.
Se dispersa el ejército. Los grupos
se pierden en las sombras del boscaje
y en las lejanas bayonetas brillan
los débiles reflejos de la tarde.