Su alteza imperial - Sinesio Delgado - E-Book

Su alteza imperial E-Book

Sinesio Delgado

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Beschreibung

La fiesta de cumpleaños de Cristeta ha empezado de la peor manera. Un grupo de mozos ha maltratado a Valentín, el chico que le gusta, y lo ha dejado tirado en medio del campo. Por si fuera poco, el comisario se presenta en la hospedería preguntando por un sospechoso. Ha llegado hasta los oídos de la Policía que unos conspiradores tratan de derribar la República y restituir el poder al príncipe legítimo.

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Seitenzahl: 74

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Sinesio Delgado

Su alteza imperial

 

Saga

Su alteza imperial

 

Copyright © 1903, 2023 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726881936

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

REPARTO

personajes

actores

Cristeta

D.a Lucía Vela.

Sofía

»Vicentina Silvestre.

Bernarda

»Pilar Galán.

Una Moza

»Amparo Guillot.

Guillermo

D. Valentín González.

Valentín

»José Gamero.

Ferrando

»Ramón Navarro.

José

»Ernesto Hervás.

Fajardo

»Elías Peris.

Carmín

D.a Africa Lázaro.

Un Mozo

D. Antonio Barragán.

Ocho ministros, mozos y mozas, damas, caballeros, soldados y pajes.

____________

La acción en una época imaginaria y en un país no menos imaginario que la época.

ACTO PRIMERO

Zaguán de una hostería. Portón grande al foro. Dos puertas á la derecha y otras dos á la izquierda. Es de noche.

ESCENA I

José.—Mozos y Mozas.

 

Música.

Mozos. (Dentro. ) Cantando nuestros amores

andamos por esas calles,

que sin mujeres no hay rondas

y sin amor no hay cantares.

Asómate, dueño mío,

al oir mis dulces quejas,

y alúmbrame con tus ojos,

que está la noche muy negra.

Al pasar por tu calle

siento un mareo

que luego se me quita

cuando te veo.

No digan que jugamos

al escondite.

¡Asómate, si quieres

que se me quite!

Mozas. (Dentro. ) Cantando coplas de amores

los mozos rondan las calles

y el corazón se me ensancha

al escuchar sus cantares.

(Salen todos á escena por el portón del foro. )

Coro. Aquí estamos todos,

señora Bernarda,

pidiendo jolgorio,

buscando belén;

aquí lo florido

del pueblo la aguarda,

por ver si se luce

tratándonos bien.

José. Orden, amigos,

no es conveniente

portarnos mal

con la hostelera

más complaciente

del arrabal.

Coro. Tú estás prudente

porque algún día

serás el dueño

de la hosteria.

José. Ya no es posible

ser hostelero,

ya no me admiten,

ya no lo espero.

La ingrata que juraba

que me quería

va perdiendo el cariño

de día en día

y el desprecio me mata

las ilusiones,

porque se han separado

los corazones.

¡Cantad, amigos

y compañeras,

á ver si salen

las hosteleras!

Todos. Cantando nuestros amores

andamos por esas calles,

que sin mujeres no hay rondas

y sin amor no hay cantares,

Da pena que juguemos

al escondite;

asómate, si quieres

que se me quite.

ESCENA II

Dichos.—Bernarda.—Cristeta.

 

Hablado.

Bernar. Bueno, bien; basta de alboroto. Yo os esperaba, pero no tan pronto ni á todos juntos.

José. Pues eso era de suponer, señora Bernarda. Venimos pronto para que la fiesta con que queréis obsequiarnos sea más larga, y venimos juntos porque nadie se ha ido á casa desde la romería.

Bernar. ¡Ah! ¿Todos habéis estado de romería?

José. Naturalmente.

Bernar. ¡Pues buenos vendréis!

José. ¡Ya lo creo que venimos buenos! Hemos bebido poco y no hemos bailado casi nada, para hartarnos aquí de bebida y de baile y celebrar como es debido el cumpleaños de Cristeta.

Chisteta. Gracias.

José. No hay de qué darlas. Lo que yo siento es que tú no podrás divertirte mucho.

Cristeta. ¿Por qué?

José. Porque como Valentin, por lo visto, no ha venido todavía...

Bernar. Ni falta que hace. Me va cargando ya Valentin y estoy por despedirle en cuanto venga.

Cristeta. ¡Madre!

Bernar. No hay madre que valga. ¿Qué crees, que no le he conocido á ese ganapán las intenciones? Hace apenas una semana que le tomé á mi servicio para guardar el ganado que nos dejó tu padre, y ya se le ha puesto en el magin quedarse con el ganado y con la ganadera.

Cristeta. Os equivocáis, madre. Valentín es muy bueno y no ha pensado semejante cosa.

José. ¿Que no? Pues ¿por qué se ha enamorado de ti en seguida?

Cristeta. Por... pues por eso, porque se ha enamorado. Porque se conoce que le gusto mucho.

Bernar. ¿Le gustas, eh? ¡Pues á mí no me conviene que le gustes!

José. Y tenéis mucha razón, señora Bernarda. Ese zagal, que parece tonto, es un pillo que trata de engañar á ésta.

Cristeta. En último caso no sería él solo.

Bernar. Bueno; basta de conversación. Mañana le envio á cuidar ovejas á otra parte.

José. O si no dejadlo de mi cuenta.

Cristeta. ¡Tú! ¿Qué vas tú á hacer?

José. Que él mismo se vaya.

Cristeta. ¡Te guardarás muy bien de tocarle al pelo de la ropa!

José. No; si no hace falta que nadie le toque. Con un par de sustos como el de esta tarde, yo te aseguro que pone pies en polvorosa.

Cristeta. ¿Qué le has hecho?

José. Nada; una broma de las nuestras, ¿verdad? (A los mozos. ) Puesto que la señora Bernarda no está contenta con Valentín, no habrá inconveniente en contárselo.

Bernar. A ver, á ver, ¿qué ha sido?

José. Veréis. Ya sabéis que, según cuentan las viejas, en el fondo del lago de los Alamillos habita un hada que atrae con sus cánticos á los pastores, para cogerlos descuidados y zambullirlos en el agua.

Bernar. Sí.

José. Pues bien; al caer la noche, cuando estos y yo volvíamos de la romería por el atajo, vimos una sombra en el sendero que va á parar á la laguna. Era Valentín, que buscando sin duda el rebaño se había perdido en la montaña. En seguida se nos ocurrió una cosa.

Cristeta. ¿Cuál?

José. Darle un baño para que se le pasara el miedo.

Cristeta. ¡Bárbaro!

José. Tú tienes la culpa de que lo sea. Este (por un mozo ), que sabe imitar muy bien el canto del buho, empezó á soltar graznidos; éstos y yo nos desparramamos por el bosque y graznamos también como si fuéramos el eco, ¡y hubierais visto al zagal corriendo por la orilla del lago como si le persiguieran almas del otro mundo hasta que cayó de rodillas con los brazos en cruz y empezó á llorar como una criatura!

Bernar. ¿Y qué hicisteis entonces?

José. Nos acercamos á él todos sin dejar de graznar. El seguia temblando que era cosa de morirse de risa, y por último nos cogimos de las manos para hacer corro dejándole en medio, y rompimos á bailar en rueda chillando como diablos.

Bernar. ¡Infelíz! Se habrá muerto del susto.

José. No señora; no ha hecho más que desmayarse y allí le hemos dejado como un leño. ¿Verdad que ha tenido gracia la broma?

Cristeta. Eso ha sido una infamia.

José. Y más haré si te empeñas en quererle.

Cristeta. Y más le querré cuanto más hagas. ¡Ese abandono es una villanía! ¡Vamos á buscarle ahora mismo!

Bernar. ¿Que dices? ¿A buscarle? ¡Tú estás loca! Enviaremos á Damián para que lo traiga. Y entre tanto, ¡adentro todos! El tonel de lo más añejo espera.

José. ¡Bien dicho! ¡Viva la señora Bernarda!

Todos. ¡Viva!

José. No serás suya jamás, ¿entiendes?

Cristeta. Pues tuya, con lo que acabas de hacer, menos.

ESCENA III

Dichos.—ferrando.—soldados.

 

Ferran. Deténgase la buena gente.

Bernar. ¡Calle! ¿Qué trae por esta casa el señor comisario?

Ferran. Servicio de la república. Contestad y pronto.

Bernar. Preguntad antes, sí os parece.

Ferran. ¿Qué hace aquí reunida toda esta tropa?

Bernar. Ahora nada todavía. Dentro de poco cantar y divertirse para festejar el cumpleaños de mi hija Cristeta.

Ferran. ¿Todos son vecinos del arrabal?

Bernar. Todos.

José. Y buenos servidores de la república, señor comisario.

Ferran. Pues si lo son voy á darles un consejo. Que no salgan de aquí en toda la noche.

Bernar. ¿Por qué?

Ferran. Porque las patrullas tienen orden de hacer fuego sobre los grupos.

José. ¿Eh? Pues ¿qué pasa?

Ferran. Nada; cuatro locos que intentan restaurar el imperio vienen conspirando hace unos meses, y para esta noche preparan una asonada.

Bernar. ¿De veras?

Ferran. Pero la policía tiene los hilos, y el pretendiente habrá caído en nuestro poder antes de que amanezca.

José. ¡Cómo! ¿El pretendiente?

Ferran. Sí; la policía está segura de que ha pasado la frontera para ponerse al frente de los revoltosos. ¿Qué forasteros tenéis en la hospedería?

Bernar. ¡Cómo! ¿Sospecháis?

Ferran. No sospecho nada. Contestad en seguida.

Bernar. Pues bien, no hay más que uno.

Ferran. ¿Cuál de éstos es?

Bernar. No está aqui. Es el señor capellán del castillo de Villa Torres.

Ferran. ¿El capellán? Que se presente al momento. La policía sabe que el titulado príncipe vive disfrazado hace dias en una casa del arrabal. El disfraz es lo que no sabe la policía.

Bernar.