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Segunda edición de la biografía de Santiago Ramón y Cajal (Petilla de Aragón 1852-Madrid 1934), que ha sido sin lugar a dudas el mayor prestigio científico de España. Fue director de Museos Anatómicos de la Universidad de Zaragoza (1879) y más tarde catedrático de Anatomía de la de Valencia (1883), donde destacó en la lucha contra la epidemia de cólera que azotó la ciudad en 1885. Ocupó las cátedras de Histología en la Universidad de Barcelona (1887) y de Histología y Anatomía Patológica en la de Madrid (1892). Su fama mundial, acrecentada a partir de su asistencia a un congreso en Berlín, se vio refrendada con la concesión, en 1906, del Premio Nobel de Fisiología y Medicina por sus descubrimientos acerca de la estructura del sistema nervioso y el papel de la neurona. Sus hallazgos son la piedra angular de las ciencias neurológicas. La histología se divide en un antes y un después de Cajal. Hoy continúa siendo uno de los autores más citados en las revistas médicas existentes. Cajal es mucho más que un sabio histólogo: fue, ante todo, hombre de ciencia y, junto a Claude Bernard, el más grande que haya dado la medicina; ambos, sumados a Galileo, Newton, Darwin, Pasteur y Einstein, posiblemente sean los talentos científicos más grandes de todos los tiempos. Aparte de su labor en la medicina, Cajal desarrolló otros muchos saberes fruto de un intelecto y una sensibilidad sin parangón: fue fotógrafo, dibujante, literato... artes a las que se dedicó con su singularísimo esmero, tesón, afán y buen hacer.
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Seitenzahl: 687
Veröffentlichungsjahr: 2014
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SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL
SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL
José María López Piñero
Universitat de València
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© De la primera edición: José María López Piñero, 2006 © De esta edición: Herederos de José María López Piñero, 2014 © De la fotografía de la sobrecubierta: Padró © De la presente edición: Publicacions de la Universitat de València, 2014
Publicacions de la Universitat de València http://[email protected]
Fotocomposición y maquetación: Artes Gráficas Soler, S. L. Diseño de la sobrecubierta: Celso Hernández de la Figuera
ISBN: 978-84-370-9605-6
Sumario
Introducción
La histología en España anterior a Cajal
Niñez y adolescencia en el Alto Aragón (1852-1869)
Estudiante de medicina en Zaragoza durante el periodo revolucionario (1869-1873)
Médico militar en la tercera guerra carlista y en la de Cuba (1873-1875)
El doctorado y las oposiciones a cátedras de anatomía (1875-1883)
Cuatro años en Valencia (1884-1887), punto de partida de su obra científica
La dedicación a la neurohistología y el magisterio de Luis Simarro
Cuatro años en Barcelona (1888-1892): un nuevo concepto sobre la estructura histológica del sistema nervioso
Dos décadas en Madrid (1892-1914): periodo culminante de una vida dedicada a la investigación
Las dos últimas décadas (1914-1934): declinación de un gran sabio
La Escuela Histológica Española
Índice onomástico
Introducción
Como todos los científicos importantes, Cajal sufre en cada aniversario de su biografía una avalancha de publicaciones oportunistas y de pintorescos actos conmemorativos, que se limitan a reiterar los tópicos y errores de su mitificación falseada. Casi todos proceden de la «polémica de la ciencia española», cuyo residuo continúa siendo uno de los principales obstáculos para conocer seriamente su vida y su obra. Todavía son muy numerosos los que ignoran, o fingen ignorar, que dicha polémica fue una mera proyección de prejuicios procedentes de ideologías que mantenían posturas opuestas: los panegiristas ensalzaron las «glorias de la ciencia española» con la intención de justificar la estructura social, la organización política y el sistema de valores que los negativistas pretendían invalidar con su negra imagen de «látigo, hierro, sangre y rezos». Sin embargo, los excesos retóricos triunfalistas, revestidos en ocasiones de falsa erudición, y las lamentaciones masoquistas de sus contradictores coincidieron en rechazar por completo la investigación del tema. Resultaba impertinente cualquier acercamiento serio y los que lo hicieron fueron ignorados o duramente descalificados por los mandarines culturales de turno.1 Esta conducta culminó en una serie de afirmaciones prepotentes de José Ortega y Gasset. Por una parte, ensalzó el burdo acercamiento histórico limitado a las «grandes figuras» con una imagen de los científicos españoles como «seres de una pieza, que nacen sin precursores, por generación espontánea».2 Por otra, basó la peculiaridad de la cultura española en una interpretación etnocéntrica de la europea, que se manifiesta en su famosa frase:
Apenas puede concebirse nada más opuesto al objetivo de nuestra especialidad: la investigación del cultivo de las ciencias como un aspecto integrado en la cultura de todas las sociedades.
También Severo Ochoa llegó a decir:
No es fácil explicar por qué España ha ido siempre muy por detrás de otras naciones en el cultivo de la ciencia y mucho menos fácil explicar cómo en ese terreno árido ha surgido la figura de un Cajal … Cajal fue un autodidacta … Cómo surgió Cajal en el páramo científico de la España de su tiempo es para mí un milagro.4
Esta afirmación refleja su absoluta falta de interés por la historia de la ciencia, que contrasta con la extraordinaria importancia que le concedieron, como es sabido, Rudolf Virchow, Ludwig Aschoff, Albert Einstein, Erwin Schrödinger, Charles S. Sherrington, John F. Fulton, Harvey W. Cushing, William Osler, etc. Para explicarla no puede aducirse su exilio en los Estados Unidos, cuyos numerosos profesionales de nuestra especialidad dedicaron entonces a la actividad científica en España investigaciones tan importantes como las de Lynn Thorndike, I. Bernard Cohen, Charles D. O’Malley, Ursula Lamb y Barbara G. Beddall. Las relativas a la histología en España no eran precisamente una novedad, ya que sobre Crisóstomo Martínez, por ejemplo, se habían realizado casi un centenar de trabajos en diferentes idiomas desde su Éloge publicado en París el año 1740.5
Un caso significativo es lo que ha sucedido con los estudios sobre el granadino Aureliano Maestre de San Juan, el primer maestro de Cajal. En 1935, Eduardo García del Real, catedrático de historia de la medicina de Madrid, le dedicó un importante trabajo,6 pero la guerra civil interrumpió la trayectoria de nuestra especialidad, como la de todas las demás. Durante la postguerra, además de publicar un libro que presentaba a Cajal poco menos que como un fascista,7 se insistió en que era una especie de «caudillo» autodidacta con la delirante fabulación de que había sido el primer español que hizo una autopsia y que utilizó el microscopio. La investigación histórica sobre la histología anterior a Cajal no se reanudó hasta las comunicaciones que María Luz Terrada presentó al I Congreso Español de Historia de la Medicina (1963), en colaboración con dos de sus discípulos.8
Las ideologías y los intereses económicos son las únicas razones para organizar continuamente conmemoraciones de determinados «seres de una pieza» y para excluir otros. Así se explica que el sesquicentenario del nacimiento de Luis Simarro (2001) haya sido totalmente ignorado incluso en Valencia, donde hasta 1941 tenía dedicada la calle que hoy se llama «de Micer Mascó». Por otra parte, la única conmemoración de los cien años transcurridos desde que ocupó la primera cátedra española de psicología ha consistido en una exposición con innumerables «lindezas»: llamar «eruditos del Renacimiento» a Luis Vives, Gómez Pereira y Juan Huarte de San Juan; hablar de «un joven Simarro educado en el ambiente romántico de la Valencia de mediados del siglo XIX», que en 1862 «ingresa en el Colegio de Nobles de San Pablo de Valencia», es decir, en una institución del siglo XVII; titular tres obras pictóricas de su padre con el rótulo «pueblo levantino», dos de ellas con el interrogante «¿Xátiva?», etc.9 La relación con Cajal quedaba todavía más empobrecida que en los tópicos de costumbre.
Durante la conmemoración politizada en Madrid del sesquicentenario de la muerte de Cajal, el generoso reconocimiento que hizo del magisterio de Simarro no ha sido tenido en cuenta. Se ha continuado diciendo que era «un aficionado a la histología» y que Maestre de San Juan carecía de información sobre la estructura microscópica del sistema nervioso. Así se manifiesta el rigor de un ambiente que ha hecho el ridículo internacional publicando, al mismo tiempo, un retrato de Cajal ya octogenario con el siguiente pie:
D. Santiago Ramón y Cajal, época de la Guerra de Cuba.10
Las mitificaciones falseadas excluyen, por supuesto, cualquier limitación o defecto, presentando a las «grandes figuras» como auténticos modelos de todas las virtudes. A este respecto, Hollywood ha llegado al colmo. Baste recordar la vieja película sobre Marie Sklodowska Curie, protagonizada por Greer Garson, en la que aparecía como cumbre de la fidelidad conyugal y de la castidad. Son muy escasos los libros sobre Vesalio, Newton, Claude Bernard o Einstein que no consisten en hagiografías laicas.11
La peor consecuencia de tan lamentables conductas es que Cajal continúa figurando entre los pocos científicos de primer rango sin edición rigurosa de sus obras completas y de su correspondencia. El 6 de abril de 1996, la Fundación Residencia de Estudiantes, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y la Fundación de las Ciencias de la Salud formalizaron un acuerdo en torno al Legado Cajal, que parecía apropiado para contribuir a la superación del vergonzoso atraso de la investigación sobre el gran neurohistólogo y su obra. Sin embargo, solamente trabajamos con entusiasmo durante cuatro años María Luz Terrada y yo, con la colaboración del joven y competente Alfredo Rodríguez Quiroga, a quien le han puesto todo tipo de barreras para que no se profesionalice como historiador de la ciencia. En la línea iniciada por Bibliographia Paracelsica (1894-1899) de Karl Sudhoff, comenzamos con una Bibliografía Cajaliana, que incluye 3.381 referencias pormenorizadas de ediciones de sus escritos, situándolas en repertorios y en bibliotecas de todo el mundo, así como 718 trabajos sobre su vida y su obra, con clara conciencia de que era incompleta. Rodríguez Quiroga y yo continuamos con la correspondencia, reuniendo 2.914 cartas, la más antigua fechada en Valencia el 1 de enero de 1885 y la última, en Madrid el 17 de octubre de 1934, pocas horas antes de su muerte, aparte de casi centenar y medio sin lugar ni fecha. Como teníamos noticia de otras muy importantes, sobre todo en Latinoamérica y en los institutos histórico-médicos centroeuropeos, entre ellos, el de la Universidad de Zurich, que había dirigido mi maestro Erwin H. Ackerknecht, planificamos una labor de muy larga duración. Para no retardar excesivamente la publicación, decidimos confeccionar una especie de antología, que titulamos Epistolario selecto de Santiago Ramón y Cajal. Ediciones Doce Calles se encargó de imprimir la Bibliografía y el Epistolario selecto, cuyas pruebas llegamos a corregir en febrero de 1999, cuando el proyecto en torno al Legado Cajal ya estaba totalmente frustrado. Nadie nos lo comunicó y si nos enteramos fue porque Francisco Javier Puerto Sarmiento tuvo la generosidad de hacer adrede un viaje para evitar que siguiéramos trabajando inútilmente. Él también había sufrido otra frustración: la de la serie Biblioteca de Clásicos de la Farmacia Española, que había culminado con la edición facsímil de la gran Flora peruviana, et chilensis de Hipólito Ruiz y José Pavón (1995), interrumpida tras el volumen tercero, a pesar de ser, con gran diferencia, la publicación más importante de la Fundación de Ciencias de la Salud.
Aunque dispongo de numerosa información acerca de las causas del completo fracaso del proyecto en torno al Legado Cajal, voy a limitarme a citar unos párrafos de lo que dijo su nieta María Ángeles Ramón y Cajal Junquera en el número de la Revista Española de Patología titulado Homenaje a Cajal en el sesquicentenario de su nacimiento:
Inexplicablemente, los sucesivos directores del Instituto Cajal, a partir del Dr. Sanz Ibáñez, desconocen unos hechos que están ahí, como es la testamentaría de Ramón y Cajal… Se empieza a considerar como bienes propios del Instituto, todas las propiedades de los herederos de D. Santiago… Es justo decir que, partiendo de este lamentable y fundamental error, se firma, en 1996, un convenio entre el CSIC, que presidía D. José María Mato, la Fundación Ciencias de la Salud Glaxo-Wellcome y Fundación Residencia de Estudiantes, referente a los fondos constitutivos del legado … La realidad convierte el convenio en nulo, porque vulnera la voluntad testamentaria de Ramón y Cajal.12
El triste destino que tienen los legados de los científicos españoles queda de manifiesto en lo que ha pasado con los de Simarro y Cajal. Tras la guerra civil, la biblioteca y los materiales científicos de Simarro fueron arrinconados en el último piso de un edificio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, donde bastantes materiales quedaron destrozados y algunos libros fueron robados para ser vendidos por anticuarios sin escrúpulos. Durante el centenario de la cátedra de psicología, en el archivo de la Fundación Simarro, lo que queda de sus preparaciones microscópicas continuaba sin inventariar con la siguiente denominación: «dibujos en plaquitas de cristal». La «Gran Subasta de Primavera» convocada en Madrid por Fernando Durán para el 25 y el 26 de mayo de 1999 ofrecía: diez fotografías de Cajal, dos de ellas dedicadas; las primeras ediciones de Fotografía de los colores (1912) y de Chácharas de café (1920) con dedicatorias autógrafas; ejemplares de la medalla y del programa de actos conmemorativos del primer centenario de su nacimiento; cinco cartas manuscritas de Cajal y otras cinco que le dirigieron nada menos que Albert von Kölliker y Gustaf Magnus Retzius; veintiuno de sus dibujos histológicos; seis placas fotográficas en color realizadas por el propio Cajal con su método, dos de las cuales contienen autorretratos. Los precios de salida llegaban a 400.000 pesetas.13 Como dijo Quevedo y me gusta tanto repetir: «Poderoso caballero es Don Dinero».
La Fundación de Ciencias de la Salud ni siquiera nos autorizó, tras su fracaso, la publicación a nuestra costa de la Bibliografía Cajaliana, aunque acabamos ignorando tan absurda prohibición (2000).14 Las referencias posteriores pueden obtenerse consultando, directamente o a través de Internet, Bibliografía histórica sobre la ciencia y la técnica en España.15 Por el contrario, Epistolario selecto sigue inédito.
Mis maestros me enseñaron que una de las funciones de nuestra especialidad es la divulgación médica. Por ello, he publicado síntesis de la biografía y la obra de Cajal, la dos primeras prologadas por Laín Entralgo (1985, 1988),16 para difundir la investigación sobre el tema, a la que he intentado contribuir con más de una treintena de libros y artículos. En la tercera (1995),17 aparte de rectificaciones de detalle, incorporé la información procedente de fuentes dadas a conocer poco antes, las más importante de las cuales eran el manuscrito autobiográfico de Pío del Río Hortega acerca de su relación con Cajal y la correspondencia entre ambos. La cuarta (2000)18 fue editada por una de las multinacionales hoy dominantes en el mundo cultural con varios nombres. Tras una intensa campaña de mercadeo, me comunicaron la desaparición de Debate, el nombre utilizado, aunque han seguido vendiendo ejemplares hasta agotarlos recientemente, lo que me ha producido el disgusto de no poder enviar ninguno a varios extranjeros interesados por Cajal. Con mucha mayor destreza, mi amigo Juli Peretó ha conseguido a través de Internet adquirir el que quizá sea el último, también para un extranjero. A él se debe la iniciativa de que esta nueva síntesis la edite la Universitat de València, acogida con gran generosidad por Antoni Furió, eficacísimo responsable de sus publicaciones. Les manifiesto mi gratitud con la sinceridad propia de un jubilado hace ya más de siete años.
Un propósito central de la presente síntesis continúa siendo integrar la biografía y la obra de Cajal en la trayectoria de la histología en España, dentro de la cual Valencia ocupa una posición tan destacada. En consecuencia, el capítulo inicial resume dicha trayectoria, ya que por primera vez no me lo impide el consumismo de las multinacionales. Apenas hace falta decir que aspira también a integrarlas en las circunstancias políticas, socioeconómicas y culturales que las condicionaron, contexto ineludible para situar adecuadamente a cualquier científico, pero especialmente necesario frente a una mitificación falseada.
Valencia, diciembre de 2005
1Cf. J. M. López Piñero, «Obstáculos para la investigación histórica de la ciencia». En: La historiografía de la ciencia y los estudios sobre la sociedad española durante la Edad Moderna, Valencia, Gráficas Antolín, 2005, pp. 1-36.
2 J. Ortega y Gasset, «La ciencia romántica», El Imparcial, 4 de junio de 1906.
3 J. Ortega y Gasset, «Asamblea para el Progreso de las Ciencias», El Imparcial, 27 de julio de 1908.
4 S. Ochoa, Prólogo. En: S. Ramón y Cajal, Reglas y consejos sobre investigación científica. Los tónicos de la voluntad, Madrid, Espasa-Calpe, 1995 [13ª ed. en Colección Austral], pp. 9-10.
5Cf. las referencias bibliográficas en: J. M. López Piñero, El Atlas anatómico de Crisóstomo Martínez, grabador y microscopista del siglo XVII, 3ª edición, nuevamente revisada y ampliada, Valencia, Ajuntament de València, 2001, pp. 69-80.
6 E. García del Real, «Dos precursores de Ramón y Cajal: Maestre de San Juan y López García», Trabajos de la Cátedra de Historia Crítica de la Medicina, 4, 479-494 (1935).
7 G. Durán Muñoz, Del sentimiento e idea política en Don Santiago Ramón y Cajal. Prólogo de Julián Sánchez Duarte, Madrid, Editora Nacional, 1949.
8 M. L. Terrada Ferrandis, J. A. Campos Ortega, R. Marco Cuéllar, «El interés hacia lo histológico en la medicina española del siglo XVIII». En: Actas del I Congreso Español de Historia de la Medicina, Madrid, Sociedad Española de Historia de la Medicina, 1963, pp. 177-180. M. L. Terrada Ferrandis, J. A. Campos Ortega, R. Marco Cuéllar, «Nota previa acerca de la histología española del siglo XIX anterior a Cajal». En: Actas del I Congreso Español de Historia de la Medicina, Madrid, Sociedad Española de Historia de la Medicina, 1963, pp. 495-502.
9 H. Carpintero, J. Javier Campos, J. Javier Bandrés, dirs., Luis Simarro y la psicología científica en España. Cien años de la Cátedra de Psicología experimental en la Universidad de Madrid, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 2002, pp. 13-14, 51, 55, 93.
10 Real Academia Nacional de Medicina, D. Santiago Ramón y Cajal en la Real Academia Nacional de Medicina, Madrid, Programa de colaboración de la Real Academia Nacional de Medicina con las Fundaciones «Banco Bilbao Vizcaya», «Ramón Areces» y «Caja Madrid», 2003, p. 11.
11 Como ejemplos de los libros que no ocultan o ignoran las limitaciones y defectos, pueden citarse los siguientes: J. J. Barcia Goyanes, El mito de Vesalio, Valencia, Real Academia de Medicina de la Comunidad Valenciana-Universitat de València, 1994. R. S. Westfall, The life of Isaac Newton, Cambridge, Cambridge University Press, 1996 (trad. cast. con Bibliografía en lengua castellana por J. M. López Piñero: Isaac Newton. Una vida, Cambridge, Cambridge University Press, 1996). M. D. Grmek, Raisonnement expérimental et recherches toxicologiques chez Claude Bernard, Genève-Paris, Librairie Droz, 1973. L. Pyenson, The Young Einstein. The Advent of relativity, Bristol, Adam Hilger, 1985 (trad. cast.: El joven Einstein. El advenimiento de la relatividad, Madrid, Alianza Editorial, 1990).
12 M. A. Ramón y Cajal Junquera, «Orígenes del Museo Ramón y Cajal, del Legado y sus vicisitudes», Revista Española de Patología, 35, 497-498 (2002).
13Gran Subasta de Primavera. Maestros Antiguos de los Siglos XIX y XX. Escultura, Muebles, Plata y Colección de Objetos de Vitrinas. Fernando Durán. Madrid, 25 y 26 de Mayo de 1999 a las 6,00 p. m., números 290-326.
14 J. M. López Piñero, M. L. Terrada Ferrandis, A. Rodríguez Quiroga, Bibliografía Cajaliana. Ediciones de los escritos de Santiago Ramón y Cajal y estudios sobre su vida y obra, Valencia, Albatros, 2000 [a partir de ahora, cit. Bibl. Cajaliana].
15 M. L. López Terrada, V. Salavert Fabiani, et al. «Bibliografía histórica sobre la ciencia y la técnica en España». Publicada anualmente en Cronos. Cuadernos Valencianos de Historia de la Medicina y de la Ciencia. Accesible en la web del Instituto de Historia de la Ciencia y Documentación López Piñero (http://www.uv.es/-Fresquet/ TEXTOS).
16 J. M. López Piñero, Ramón y Cajal. Prólogo: Pedro Laín Entralgo, Barcelona, Biblioteca Salvat de Grandes Biografías, 1985. 2ª ed., ibid., 1988.
17 J. M. López Piñero, Ramón y Cajal, Barcelona, Biblioteca Científica Salvat, 1995.
18 J. M. López Piñero, Cajal, Madrid, Debate, 2000.
La histología en España anterior a Cajal
SIGLO XVII
Los primeros cultivadores españoles de la histología fueron varios protagonistas del vigoroso movimiento de renovación que durante el último tercio del siglo XVII rompió de modo abierto y sistemático con las doctrinas tradicionales procedentes de la Grecia clásica. Los novatores, término entonces despectivo que les aplicaron los partidarios de la tradición, no sólo introdujeron los saberes, las técnicas y los métodos de la Revolución Científica, sino también conceptos fundamentales y supuestos básicos como la idea de progreso y el derrocamiento del criterio de autoridad. Denunciaron, además, valientemente la marginación de la actividad científica española y su consiguiente retraso. Junto a otras importantes novedades, como la fisiología moderna, la iatroquímica y la iatromecánica, impusieron la investigación micrográfica de las formas orgánicas.1 En este terreno destacaron Juan Bautista Juanini y, sobre todo, Crisóstomo Martínez, aunque también hay que tener en cuenta los estudios que Juan Bautista Corachán y Tomás Vicente Tosca dedicaron al microscopio desde la física.
Tras desplegar una notable actividad como grabador, el valenciano Crisóstomo Martínez (1638-1694),2 comenzó a trabajar hacia 1680 en un atlas anatómico, para cuya realización y edición la Universidad de Valencia le concedió una importante ayuda económica, que en 1687 le permitió trasladarse a París, donde se dedicó a terminar la labor iniciada en Valencia en relación con el ambiente científico de la Académie des Sciences, que era entonces el más avanzado de la capital francesa y estaba enfrentado con la postura reaccionaria de los catedráticos de medicina de la Sorbonne. Una de las grandes láminas de su atlas fue publicada en París en 1689 y reimpresa tres años después en Frankfurt y Leipzig. Su obra debió alcanzar gran prestigio, porque en 1740 y 1780 aparecieron, también en París, reediciones acompañadas de otra de gran tamaño y de un folleto que incluye un Éloge de Martínez y textos explicativos revisados por el gran anatomista danés Jacobus Benignus Winslow. Las dieciocho láminas del atlas contienen representaciones macroscópicas del esqueleto humano en las que resulta patente la preocupación por la interpretación funcional de las formas anatómicas, característica típica de la morfología de la época. Su parte más nueva e importante es, sin embargo, la dedicada a investigar la fina estructura ósea por distintos medios y, muy en primer término, con el microscopio. Coetáneo de Malpighi, Leeuwenhoek, Swammerdam, Bellini, Hooke y Grew, el grabador y anatomista valenciano pertenece a la primera generación de micrógrafos europeos. Sus grabados y sus escritos no son los de una persona ocasionalmente interesada por el nuevo instrumento, sino los de un investigador con hábito de trabajo que se ha planteado las dificultades técnicas y las precauciones que hay que tomar para asegurar la objetividad de las observaciones:
Esto requiere mucha maña y diversidad de huesos … unos crudos, otros cocidos y otros secos o medio secos, y variedad de vidrios, esto es, unos que descubran una gran parte, con aumento y claridad fiel, para hacerse capaz de lo total; después se examina una parte de esta parte con otro vidrio que aumenta más, y así por grados hasta llegar a examinar con un microscopio muy fino una partecilla tenuísima… y no haciéndolo de esta suerte se corre agradablemente al engaño; porque aunque es verdad que el
Microscopio de Crisóstomo Martínez. Detalle de la lámina V de su Atlas anatómico (c. 1680-1690).
Autorretrato de Crisóstomo Martínez.
microscopio descubre agradablemente las cosas, con todo eso, si se consulta sin más ni más, tal vez desfigura las cosas, esto es, como todo lo aumenta, aumenta la luz de que los objetos están tocados y brillan sumamente, y más si los objetos están húmedos, mojados u oleaginosos, y añadiendo a esta luz la que los vidrios reflejan, resulta que una simple membrana parece una tela de plata con maravillosa labor que alegra y dexa absorta la imaginación, y sólo un plieguecito en ella, parece un nervio que se va ramificando … y a este modo se ofrecen muchos engaños, y así es menester mucho examen, mucha cautela y tiempo para no engañarse.3
Crisóstomo Martínez estudió minuciosamente la textura de la inserción ligamentosa y muscular, la del periostio, la de la sustancia ósea compacta y la del hueso esponjoso. Sin embargo, la irrigación ósea fue el principal tema en el que centró sus investigaciones, ofreciendo un detenido análisis de la distribución y conexiones de la irrigación arterial y venosa y de su relación con la inervación, así como de la estructura de la médula ósea.
El contenido micrográfico de la monografía sobre el sistema nervioso publicada en Madrid (1691) por el milanés de origen Giovanbattista Giovannini, que castellanizó su nombre como Juan Bautista Juanini (1636-1691), constituye la primera exposición neurohistológica española y una de las más tempranas de Europa. Al ocuparse, por ejemplo, del cerebro expone así la aracnoides:
Una sutilísima membrana que, con poca diferencia, es como la aranea de los ojos, la cual, por ser tan alba y reluciente, apenas con exquisitos microscopios se divisan las delgadísimas fibras que la construyen, las cuales forman un sin fin de insensibles poros, y de ellas se propagan las fibras que construyen los túbulos de los nervios … la parte exterior de esta sustancia alba o medular es compuesta de una infinidad de globitos [entre los cuales] también se interpolan diversas fibras … la corteza, después de separada, si se observa con exquisito microscopio, se verá que tiene una infinidad de globitos … No hallo razón de donde se pueda inferir el que el origen de las primeras cabezas de los nervios sea la corteza del cerebro; aunque pudiese entenderse que esas primeras cabezas de los nervios se derivan de las fibras que contienen los tractus medulares que quedan debajo de la corteza del cerebro, si con diligencia se separan, se reconoce que son compuestos.4
Juanini llegó incluso a fundamentar sus hipótesis neurofisiológicas en datos estructurales de tipo microscópico, comunicando a Francesco Redi, el célebre naturalista que desmintió la generación espontánea, que le parecían equivocadas las de Thomas Willis:
Si él hubiese diligentemente observado la estructura de la red y plexo coroides, hubiese visto que se componen de unas serpentinas circunvalaciones que hacen aquellas arteriolas, como VS las habrá observado muchas veces con los microscopios.5
La anatomía macroscópica tuvo también un lugar destacado en la actividad de Juanini. Se ocupó de la morfología de los aparatos digestivo, circulatorio, respiratorio y, sobre todo, del sistema nervioso, que expuso aprovechando las últimas novedades de la época, entre ellas la entonces recién aparecida Neurographia (1685) de su amigo Raymond de Vieussens, así como la experiencia procedente de las disecciones que había realizado personalmente en el Hospital General de Madrid, la Universidad de Salamanca y el Hospital zaragozano de Nuestra Señora de Gracia. Por otra parte, practicó
Observaciones microscópicas de un fragmento óseo, cuyo tamaño original se representa en un óvalo, con la anotación manuscrita «el original». Dedicadas principalmente a la médula y a la irrigación óseas. Lám. XI del Atlas anatómico de Crisóstomo Martínez.
autopsias con la finalidad de aclarar problemas clínicos o patológicos. Una de ellas fue la que hizo al embalsamar el cadáver de Juan José de Austria, de quien era cirujano de cámara. Conviene recordar que este hijo bastardo de Felipe IV fue el prototipo de los nobles «preilustrados» activamente interesados por la introducción en España de las nuevas corrientes científicas.6
Los valencianos Juan Bautista Corachán (1661-1741) y Tomás Vicente Tosca (1651-1723) fueron los principales novatores de las disciplinas físicomatemáticas, a partir de la «tertulia» científica que ambos formaron el año 1687 junto a Baltasar de Iñigo en el domicilio de este impresor.7 En la amplia serie de manuscritos de Corachán hay varios de tema biológico que reflejan su interés por la investigación micrográfica, entre ellos, Methodus elaborandi componendique telescopia et microscopia y Controversia physica. De sanguinis circulatione, que rectifica la teoría circulatoria de William Harvey (1628) con los capilares descubiertos por Marcello Malpighi (1661). También utilizó la descripción microscópica por Malpighi de las primeras horas del embrión de pollo (1672) en el «diálogo» sobre embriología de su libro de divulgación Avisos del Parnaso, que escribió en 1690 y que más de medio siglo después publicaría Gregorio Mayáns.8 Tosca redactó asimismo la mayoría de los nueve volúmenes de su Compendio Mathematico a finales de siglo XVII, pero en contraste con tanta obra inédita de
Lámina 21 del Compendio Mathematico (1707-1715) de Tomás Vicente Tosca: esquemas de telescopios (46, 47, 48) y de microscopios (49, 50, 51).
Corachán, la primera edición (1707-1715) y las cuatro reediciones que tuvo hasta 1794 contribuyeron decisivamente a la asimilación de las nuevas ciencias físico-matemáticas en España y sus colonias americanas. En el volumen VI explicó, no sólo «la composición y fábrica» de los telescopios, sino también de microscopios, que dividió en «simples» y «compuestos», detallando su construcción y el modo de utilizarlos con tablas ópticas y dibujos esquemáticos.9 Aunque no con la intensidad de las astronómicas, realizó observaciones microscópicas, siendo a este respecto muy claro un texto sobre el problema del punto físico en el libro Filosofía racional, natural, metafísica y moral (1736) de su discípulo José Bautista Berni:
Tosca vio con la ayuda del microscopio en un granito de arena una cueva y dentro un gusanito; y yo he visto que la pierna de una mosca y aún en la punta tiene como pelos, como también que un cabello tiene venas, arterias y poros; y todos hemos de confesar que el más mínimo mosquito tiene cerebro, corazón, estómago, intestinos, etc. ¿Cómo podrán nuestros ojos determinar la cantidad menor del punto?10
En su Compendium Philosophicum (1721), solamente reeditado por Mayáns (1754), Tosca resumió brevemente las nociones básicas de la histología de su época, sobre todo la teoría fibrilar.11 Las «cabalgadas seudohistóricas» que encabezan la mayoría de tratados y manuales de histología atribuyen la teoría celular a los «microscopistas clásicos» del siglo XVII, en especial a Hooke, sobre la única base de una tosca confusión terminológica, sin conocer las fuentes e ignorando lo más elemental de los cambios semánticos. Hooke utiliza la palabra cells para referirse a poros del corcho y del carbón vegetal; Ruysch llama cellulae a los espacios comprendidos entre las fibras del panículo adiposo («tejido celular» es todavía en la actualidad sinónimo de «tejido conjuntivo laxo»); los utriculi seu saculi de Malpighi son cavidades alargadas en los vasos del tallo de los vegetales, etc.12 Por el contrario, las primeras investigaciones micrográficas consolidaron la teoría fibrilar, es decir, la consideración de las fibras como unidades elementales de la estructura de los seres vivos, que hasta entonces se había basado en observaciones realizadas con técnicas como la disección fina, la maceración y la inyección de sustancias. Durante la Ilustración se convirtió en una de las principales doctrinas de los saberes médicos y biológicos, siendo consideradas las fibras no solamente como unidades estructurales, sino también como elementos fisiológicos y patológicos, de forma paralela a lo que sucedería después con las células.
SIGLO XVIII
La anatomía textural y el uso del microscopio siguió en España durante el siglo XVIII una trayectoria paralela a la del resto de Europa, tanto en el terreno de la medicina como en el de la historia natural.13 Desde sus años iniciales las observaciones micrográficas y la teoría de la fibra como unidad elemental de la estructuras vivas eran habituales en ambientes como los de la Universidad de Valencia, la Regia Sociedad de Medicina de Sevilla y el Anfiteatro Anatómico Matritense. La mentalidad vigente en ellos fue expresada de modo terminante en Idea de una Academia Mathematica (1740) de Antonio Bordázar, el contertulio de Corachán y Tosca:
En la medicina ¿qué progreso podrá hacerse en cualquiera de los sistemas que se propongan sin el conocimiento de la mecánica, de la hidrostática, de la hidráulica y de su combinación para los movimientos? ¿Y en la anatomía sin los microscopios?14
Una de las principales exposiciones de la anatomía textural fibrilarista basada en esta mentalidad fue la que publicó el valenciano José Arnau en su Opus neotericum medicum (1737). Tras considerar la estructura microscópica de la «fibra membranosa» y la «carnosa», afirmó:
Lámina 1 de la Anatomía completa del hombre (1717) de Martín Martínez. Ilustración de la teoría fibrilar con un enfoque básicamente coincidente con el Opus Neotericum (1733-1737) de Juan Bautista Bru, pero de carácter didáctico.
No existen fibras en la sangre, pues no son visibles a los ojos armados con el microscopio … Además de partículas gelatinosas, hay en la sangre otras salinas y otras adiposas o grasientas. Estas últimas, combinadas con aquéllas, constituyen la coloración de la sangre, junto a las visibles en los glóbulos rojos. De esta forma, cuando colocamos sangre todavía caliente en un tubo apropiado de vidrio y la observamos al microscopio, aparece acuosa y cristalina … con infinitos glóbulos rojos flotando dentro, los cuales precipitan en un grumo negruzco al quedarse quietos y privados del motor vital.15
Investigadores como el neerlandés Wijer Willem Muijs (1682-1744) y el alemán Johannes Nathaniel Lieberkühn (1711-1756) agotaron prácticamente durante la primera mitad del siglo XVIII las posibilidades del microscopio compuesto con lentes sin corrección de la aberración cromática. Muijs investigó detenidamente al final de su vida la textura de los músculos y sólo pudo exponer los resultados en una Dissertatio prima (1738), ya que la segunda se publicó póstumamente (1751). Distinguió fibras macroscópicas de tres grosores y comprobó que el filum de las fibrillas microscópicas es de tamaño inferior al de los hematíes. Lieberkühn consiguió un notable avance técnico combinando el microscopio con la inyección de sustancias coloreadas y solidificables, sin los errores que había cometido Ruysch al interpretar, por ejemplo, las ceras extravasadas. Entre sus aportaciones figura la descripción en 1745 de las criptas tubulares y las glándulas tuberosas simples de la mucosa del intestino delgado («criptas» y «glándulas de Lieberkühn»). Fue también autor de uno de los primeros tratados de técnica histológica: Sur les moyens propres a découvrir le construction des viscères (1748). Las limitaciones del microscopio sin lentes acromáticas explica el desinterés por este modo de observación que tuvo un investigador de la talla de Albrecht von Haller. Sin embargo, hubo otros más impacientes que se desorientaron con las deformaciones de la aberración cromática, incluso algunos importantes como Felice Fontana, autor de estudios «clásicos» sobre los movimientos del iris y el veneno de las víboras, que llegó a proponer el «cilindro tortuoso primitivo» como unidad elemental de la materia viva. Se trata de la que Luigi Belloni llamó «micrografía ilusoria», desconocedora de las cautelas que expone el texto de Crisóstomo Martínez antes reproducido. La principal consecuencia fue un periodo de casi completo abandono del microscopio, que fue favorecido por el enfoque metodológico de Condillac, que exigía que los «hechos» fueran comprobados con todos los sentidos.16
Andrés Piquer. Fotograbado (1895).
Uno de los médicos del siglo XVIII en cuya trayectoria se refleja una creciente desconfianza ante las observaciones microscópicas es el aragonés Andrés Piquer Arrufat (1711-1772). Durante sus años juveniles, cuando ocupaba la cátedra de anatomía en la Universidad de Valencia, fue seguidor de un eclecticismo fuertemente inclinado al sistema iatromecánico y en las Theses medico-anatomicae (1742), con las que ganó las correspondientes oposiciones, concedió gran importancia a la indagación microscópica. Por ejemplo, al ocuparse de la masa sanguínea y de los pulmones, dijo:
Los glóbulos rojos … se hacen ovalados y planos en la proximidad de los vasos menores … son pequeñísimos, de tal forma que cien mil de ellos apenas pueden equipararse a una arenilla, pero no obstante, son mucho más gruesos que las otras partículas de la sangre …, son elásticos y cambian fácilmente de figura …
Los bronquiolos son conductos que terminan en membranillas ciegas, colgantes, elásticas, como vesículas ovales colapsadas en estado natural. Estas vesículas componen la sustancia propia de los pulmones y se agrupan en varios lobulillos menores.17
Piquer se fue a Madrid a finales de 1751 como médico de cámara supernumerario de Fernando VI y el traslado coincidió con un cambio profundo de su mentalidad científica. Con un «empirismo racional» opuesto a los sistemas cerrados y basado ante todo en la observación, expresó gran exigencia ante las observaciones microscópicas, desde una postura que María Luz Terrada ha estimado no muy alejada de la metodología de Condillac que serviría de fundamento a la formulación de la noción de «tejido» por Bichat. En sus Institutiones medicae ad usum Scholae Valentinae (1762) afirmó:
Las observaciones certeras acerca de los objetos físicos deben hacerse a través de varios sentidos, de forma que lo que se percibe con la vista también debe verificarse con el tacto y los demás sentidos … Las observaciones microscópicas nos han revelado secretos de la naturaleza imperceptibles a los sentidos desnudos, pero no puede negarse que también muchas otras, no bastante criticadas por la experiencia, contribuyen a ocasionar errores. Se deduce de aquí una segunda dificultad, a saber, que algunos observadores, utilizando el microscopio, se han pronunciado demasiado precipitadamente acerca de lo que han visto y lo han clasificado en determinada clase de cuerpos antes de que existiera suficiente examen … Una tercera advertencia consiste en que, muy a menudo, las cosas que los observadores microscópicos dicen ver no son en realidad tal como nos lo cuentan, sino como eran de antemano en su mente, o como aparecen a primera vista … Así pues, ¿hay que negar todo lo que conocemos a través de observaciones microscópicas? En absoluto. Sino que hay que admitir aquellas que están debidamente realizadas.18
A pesar de residir en Madrid, Piquer destinó sus libros más importantes a la Facultad de Medicina de Valencia. Junto a las Institutiones, destaca Praxis medica. Ad usum Scholae Valentinae (1764-1766), una síntesis de medicina clínica que no sólo fue utilizada para la enseñanza en la Facultad de Valencia, sino en otras españolas y extranjeras. Ello explica que, tras la muerte de Piquer, fuera reimpresa tres veces en España, la última en 1786-1789, una en Amsterdam (1775) y otra en Venecia (1776).19
Escudo de la Regia Sociedad de Medicina de Sevilla, donde era anatomista Sebastián Miguel Guerrero Herreros Morales.
La aportación más rigurosa a la anatomía textural en la España de la segunda mitad del siglo XVIII fue la del sevillano Sebastián Miguel Guerrero Herreros Morales (ca. 1720 - post 1790), anatomista de la Regia Sociedad de Medicina de su ciudad natal. La hizo principalmente en el primer volumen de su tratado Medicina Universal (1774-1777), que estudia la fibra como unidad elemental de la materia viva:
En todos los animales, registrados sus primeros elementos con el microscopio, se conoce que son fibras, o concrementos inórganicos, rudos, sin formación, ni figura; y de esos concrementos se componen las fibras primeras y simplicísimas, de que se componen el cuerpo viviente sensible; y se llaman partes sólidas, firmes y consistentes. Verdad es que en la fibra se hallan diversos elementos, pero también es cierto que la sola fibra es materia común y verdadero fundamento del cuerpo; de suerte que en el cuerpo viviente no haya parte que no se forme y componga de fibras, aún aquellas donde la vista no las registre, como son el cerebro, la médula espinal y médula de los huesos … de ellas se componen el tejido celular, los vasos todos, las membranas, cartílagos, huesos, ligamentos, tendones, músculos, nervios, los parénquimas, carnes parenquimatosas o entrañas, los pelos y las uñas.20
Con gran cantidad de datos microscópicos y químicos, Guerrero distingue diferentes clases de fibras, de acuerdo con su figura y consistencia, y se ocupa de la estructura y de la composición química de las «fibras mínimas». Se adhiere a continuación al concepto de «tejido celular», propuesto por Albrecht von Haller, como estructura fundamental del organismo. Expone ampliamente esta doctrina textural, de transición entre la teoría fibrilar y la noción de tejido de Bichat, la utiliza como fundamento de la fisiología y, sobre todo, de una concepción patológica general explícitamente morfológica, según la cual la inflamación, los trastornos circulatorios locales, los tumores, etc., serían primariamente afecciones de dicho «tejido celular»:
El tejido celular mismo, en su naturaleza y fábrica, se hace morboso de varios modos, porque se estrecha, se relaja, se atenúa, o se encrasa más de lo que conviene. Estos mismo vicios los comunica a las partes que envuelve, como vísceras, músculos, vasos y fibras, de modo que cuantos vicios se han observado por las anatomías21 en la interioridad del cuerpo se han hallado vestidos y acompañados por tejido celular más amplio, más duro, más craso y degenerado de varios modos. Se ve que las partes que deben estar separadas coalescen y se unen morbosamente. Esto siempre proviene del tejido celular viciado, ya porque haya sufrido alguna supuración; o porque la materia que siempre debe contener se hace dura, callosa y no transpirable; o porque esta materia contenida adquiere naturaleza de mucosidad, fácil a que de ella se formen filamentos, con los que se enreda, implica y enlaza varias partes. Estos vicios son frecuentemente producto de la inflamación, por la cual las membranas se encrasan, los líquidos se viscan y se engendra nuevo tejido adiposo.
De esto proviene que, después de una inflamación de la pleura se crían nuevas fibras, se engendra mucosidad fácil a endurecerse más y más, de modo que la pleura y el pulmón se conglutinan, adhieren y unen. Lo mismo sucede con el peritoneo y algunas vísceras del abdomen…22
La fundación de los Colegios de Cirugía de Cádiz (1748), Barcelona (1764) y Madrid (1787), encabezada por el catalán Pedro Virgili, no sólo condujo a la conversión de los cirujanos en profesionales de categoría equiparable a los médicos, sino también a una elevación del nivel de la enseñanza anatómica. Además de contribuciones muy conocidas, como la primera descripción por el también catalán Antonio de Gimbernat del ligamento que hoy lleva internacionalmente su nombre (1797), ello permitió publicar un tratado riguroso en cinco volúmenes: Curso completo de Anatomía del cuerpo humano (1796-1800) de Jaime Bonells e Ignacio Lacaba.23 El concepto de «tejido celular» ocupa también una posición central en este tratado, por lo que no resulta extraño que la formulación por Bichat de los tejidos orgánicos como unidades elementales de las estructuras vivas alcanzara en España una pronta y amplia difusión: la traducción castellana de los cuatro volúmenes de su Anatomie générale fue publicada en los años 1807-1814 y reeditada todavía en 1831 y 1841. Bonells y Lacaba destacan asimismo la necesidad de la indagación con el microscopio, cuyo manejo describen al ocuparse de las técnicas anatómicas. No suele tenerse en cuenta que en las Actas Capitulares de la … ciudad de Cádiz (1717-1807), que fueron ordenadas por Julio F. Guillén Tato en 1941, figuran documentos titulados Análisis microscópico antes de la fundación del Colegio de Cirugía, concretamente desde el 14 de diciembre de 1730.24 En consecuencia, fue fruto de una larga trayectoria el contenido histológico del Curso completo de Anatomía del cuerpo humano, cuya reedición en 1820 fue, como veremos, el primer texto morfológico manejado por Cajal. Bonells y Lacaba exponen la estructura de los huesos, cartílagos y músculos, los vasos, la piel, las glándulas, las vísceras y el sistema nervioso. Al ocuparse de las glándulas dicen, por ejemplo:
Si se observan con un buen microscopio las eminencias de una glándula … se ve que están compuestas de los mismos vasos absorbentes que, ya agostándose, ya dilatándose en celdillas, dan muchas vueltas y se cruzan formando varios ángulos. En las dilataciones o células25 de los ramos mayores se introducen por todas partes otros ramitos menores, que vierten en ellos el humor que traen o se llevan el que otros habían vertido, y de este modo establecen una comunicación general entre todas las partes de las glándulas conglomeradas.
Para situar adecuadamente este texto, conviene recordar que a finales del siglo XVIII seguía vigente la polémica entre los que consideraban las glándulas «enteramente celulosas», conforme a la concepción de Malpighi, y los que las tenían por «puramente vasculosas», de acuerdo con Ruysch. Especial detalle tiene la exposición de Bonells y Lacaba sobre la textura del sistema nervioso, basada en observaciones propias y en investigaciones microscópicas de Felice Fontana, Georg Prochaska, Alexander Monro y otros autores de la época. Como se trata de la primera información neurohistológica que Cajal estudió cuando sólo tenía diecisiete años, vale la pena citar dos fragmentos con el fin de comprobar la razón que tenía Ortega y Gasset cuando dijo que su obra había nacido por «generación espontánea» y Severo Ochoa al afirmar que era un «milagro»:
Apenas se puede contar el número de filamentos que se juntan en un nervio cuando horada la duramadre y, sin embargo, cada uno de ellos examinado con una lente o con el microscopio, parece todavía compuesto de otros menores de la misma especie. Viste, enlaza y fortalece a estos sutiles filamentos una tela celular tan fina que sólo se descubre con el microscopio, pero la que ata los filamentos mayores de que se compone el nervio es tan perceptible, que a simple vista se distinguen sus fibras, laminitas e intervalos, por los cuales pasan los vasos, y en los que hay ejemplos de haberse hallado gordura …
Cada nervio se compone de muchos cilindros transparentes, homogéneos, uniformes y simplicísimos … cada cilindro … parece formado por una túnica muy sutil y uniforme, llena de un humor transparente, como gelatinoso, pero indisoluble en el agua, que contiene varios corpúsculos pequeñísimos … encierra cada cilindro una vaina compuesta de innumerables hilitos tortuosos y de globulitos ovales; un gran número de estos cilindros con sus vainas forman un pequeñísimo nervio que presenta la apariencia exterior de una tiras blancas que la circuyen en espiral … en fin, muchos de estos nervios juntos componen los nervios mayores que se ven en los animales.26
Lámina III de Aparato para la Historia Natural de España (1754) de José Torrubia: especies fósiles de equínidos, trilobites, milepóridos, esteláridos y ammonites.
Entre los naturalistas españoles de la Ilustración que realizaron investigaciones micrográficas hay que destacar, en primer término, al granadino José Torrubia (ca. 1700-1768), uno de los primeros europeos que utilizó sistemáticamente el microscopio para el estudio de los fósiles.27 Al exponer en su Aparato para la Historia Natural española (1754) «los huesos petrificados de Teruel» afirma, por ejemplo:
Los huesos están petrificados, sin dejar su figura, pero el tuétano o médula de ellos se cristalizó, tomando sus partes una constante determinada configuración, como sucede en las demás cristalizaciones. Observéla con un buen microscopio, y hallé en diferentes huesos, aún en los más petrificados (que no todos lo están igualmente) que la masa medular está cristalizada en esferoides…28
Torrubia no solamente realizó investigaciones en la Península Ibérica y otros territorios europeos, sino también en diferentes zonas de América, Asia y el Pacífico. En sus viajes llevaba un equipo micrográfico, con el que, entre otros hallazgos, aclaró el crecimiento de las «gías», árboles sudamericanos del género Cassearia, y la fosforescencia de las «xicoteas», tortugas del género Pseudemys. Expone así lo que le pasó tras poner en su cuarto una de estas tortugas recién sacada del mar:
Luego que me acosté y se apagó la luz, advertí en aquel sitio un especial fósforo. Levantéme, y llegando a él, extendí con tiento la mano sobre la «xicotea» en aquel lugar donde más luz daba, de que resultó haberme contagiado el dedo con la del fósforo … tomé una buena lente y sólo con su beneficio advertí un confuso movimiento en la materia lúcida, que quedó pegada al dedo. Hice llevar el microscopio de que uso, que es notablemente famoso, como han confesado cuantos lo han visto, y ayudado con las lentes por una luz de vela, vi claramente que aquella materia era de una porción insignificante de insectos que resplandecían unos más que otros … Venido el día 26, ejecuté la observación a mis solas, con más exactitud.29
También se realizaron investigaciones micrográficas en el terreno de la botánica, una de las disciplinas que mayor altura científica alcanzó en la España de la Ilustración. Baste citar como caso sobresaliente las efectuadas por el valenciano Antonio José Cavanilles (1745-1804). Lo más interesante desde nuestro punto de vista es que no las utilizó solamente para estudiar los detalles de la morfología exterior de las plantas «invisibles sin el socorro de un fuerte microscopio» en sus diez Monadelphiae classis dissertationes (1785-1790) y en los seis volúmenes de sus Icones et descriptiones plantarum (1791-1801), que constituyen, como es sabido, una de las cumbres de la botánica descriptiva de la Ilustración. Como ha puesto de relieve María Luz Terrada,30 Cavanilles recurrió asimismo
Colladoa distachia Cav. Lámina del volumen V de Icones et descriptiones plantarum (1799) de Cavanilles, especie botánica filipina de un género que denominó en honor de Luis Collado, el gran anatomista valenciano del siglo XVI.
al microscopio para investigar su textura, exponiendo cómo el «tejido celular» de la raíz, el tallo y las hojas está integrado por «vejiguitas», que corresponden a las que decenios más tarde se denominarían células vegetales:
Las raíces gruesas se ven compuestas de muchas capas concéntricas, de las cuales la exterior, llamada epidermis, es sutil y rugosa, con multitud de agujeritos a donde van a parar los vasos por donde corre el jugo. Bajo esta membrana se halla el tejido celular, sustancia jugosa, compuesta de vejiguitas mezcladas con filamentos sutiles que se extienden en varias direcciones … En el tronco de las dicotiledóneas … bajo esta membrana [epidermis] se halla el tejido celular, sustancia jugosa y ordinariamente verde, compuesta de granitos casi redondos, o bien sean vejiguitas mezcladas con filamentos muy sutiles, que se prolongan en todas direcciones … Consta cada hoja de dos superficies o membranitas, una superior y otra inferior … quedando entre ellas un tejido de vasos, que se dividen y subdividen prodigiosamente … hay en este tejido multitud de vejiguitas.31
Podría pensarse que se redujo a anotar los hallazgos ajenos y que los datos microscópicos de sus publicaciones son únicamente resultados de su erudición libresca. Nada más falso, ya que fue un microscopista práctico, como se manifiesta, entre otros, en los dos textos siguientes:
Al examinar las cajitas y semillas de los helechos, he visto siempre ciertos cuerpecitos algo mayores que las semillas … Me he valido para esto del excelente microscopio de Dellabarre y de su lente número 4, que aumenta los objetos de manera que las cajitas parecen del tamaño de una lenteja…
Conforme a la teoría de este sabio [Linné], y fundado en mis observaciones microscópicas, daré el resultado de ellas en los caracteres siguientes…32
No cabe duda de que figuró entre los numerosos adelantados del celularismo botánico, aunque, por supuesto, era seguidor de la teoría fibrilar. Su inclinación a la física es coherente con los experimentos que realizó para cuantificar las características mecánicas de las fibras como, por ejemplo, su resistencia, que investigó mediante pesas.
SIGLO XIX
El profundo colapso de la actividad científica española desde 1808 hasta 1833, es decir, durante la Guerra de la Independencia y el reinado de Fernando VII, redujo la actividad relacionada con la micrografía a la mera asimilación libresca de las nuevas corrientes europeas. Es indudable que dicho hundimiento se produjo, en primer término, por la acción destructiva que tuvo la contienda. Sin embargo, si éste hubiera sido el único factor, durante la postguerra se habría desarrollado la reconstrucción en las nuevas condiciones que exigían las grandes novedades que se estaban produciendo, como sucedió en el resto de la Europa occidental. Las causas fueron mucho más profundas y hay que referirlas a un país económicamente arruinado que había perdido su rango internacional y cuyas estructuras sociopolíticas habían entrado en una profunda crisis, ante la cual las minorías dirigentes adoptaron dos posturas contrapuestas: considerar un error el esfuerzo de renovación, estimando prioritario el mantenimiento del ancien régime, o defender desde posturas afrancesadas o liberales que había que proseguir dicho esfuerzo, activándolo y radicalizándolo. Casi todas las instituciones científicas desaparecieron o vegetaron de modo lamentable. Salvo en el fugaz intervalo del trienio liberal (1820-1823), la información de lo que se hacía en Europa fue muy deficiente, ya que la represión absolutista obstaculizó la edición de publicaciones científicas y la difusión de las extranjeras. Parte de los principales científicos ilustrados murió inmediatamente antes o durante la Guerra de la Independencia, sin que su labor pudiera ser continuada por nadie. La inmensa mayoría de los supervivientes pasaron a convertirse en elementos indeseables, unos por afrancesados y otros por liberales, ideologías por las que sufrieron postergación, persecución y destierro. Uno de ellos fue Antonio de Gimbernat, quien durante la ocupación napoleónica permaneció en Madrid, llegando a presidir el Consejo Superior de Sanidad Pública. Al terminar la contienda fue depuesto de todos sus cargos y, hasta su muerte en 1816, vivió en las circunstancias más penosas, casi ciego, trastornado mentalmente y en una situación económica precaria.
El grave retroceso en las disciplinas morfológicas se refleja en que el único libro que se editó hasta el trienio liberal (1820-23) fuera la quinta reedición en 1818 del Compendio anatómico y fisiológico (1751) de Juan de Dios López y en que, incluso en el paréntesis de la represión absolutista durante dicho trienio, los únicos publicados fueran la segunda del tratado de Bonells y Lacaba (1820), que como ya sabemos fue el primer texto de la disciplina manejado por Cajal, y la traducción del manual de Jacques Pierre Maygrier (1820).33 Esta última la realizó Manuel Hurtado de Mendoza, un afrancesado que en su exilio de París se había convertido en ferviente seguidor de la teoría especulativa de François Joseph Victor Broussais que reducía la anatomía patológica de las «fiebres esenciales» y otras «enfermedades generales» a una gastroentérite. Con su Tratado elemental completo de anatomía (1829-1830), Hurtado fue el principal iniciador de la mera asimilación libresca de la «anatomía fina» de Pierre Augustin Béclard y otros discípulos de Bichat, que no se limitaron a «las diferentes cualidades exteriores de los tejidos» y comenzaron a utilizar el análisis químico, lupas y microscopios para estudiar su textura, concluyendo que los elementos anatómicos eran «los glóbulos y la materia coagulable», con lo cual volvieron a las descripciones fibrilares que había rechazado Bichat.34
Este planteamiento y sus variantes dominó durante más de dos decenios la información española sobre el tema a través de una serie de traducciones, resúmenes y «arreglos» de libros franceses, junto a tres compendios basados en ellos. Entre las obras traducidas figuraron las de Antoine L. J. Bayle y Henri Holland (1828 y 1838), del propio Béclard (1832), de Jacques Gilles Maisonneuve (1837-1838) y Louis François Marchessaux (1845).35 Los compendios fueron publicados por Agapito Zuriaga (1838), Lorenzo Boscasa (1844) y Mariano López Mateos (1853), ninguno de los cuales, por distintas razones, llegó a dedicarse a la anatomía y mucho menos a utilizar el microscopio.
El Compendio de Anatomía general y descriptiva del aragonés Agapito Zuriaga Clemente (1814-1866) fue sólo el trabajo de un estudiante aventajado, ya que lo publicó tres años antes de terminar la licenciatura. Se basa en varios manuales franceses desde la perspectiva de las ideas de Bichat y de sus inmediatos seguidores, en especial Béclard. Tras obtener la cátedra de anatomía de la Facultad de Valencia (1845), Zuriaga se dedicó por completo al ejercicio profesional privado, abandonando el cultivo de los saberes morfológicos, sobre los que no volvió a publicar trabajo alguno.36 La trayectoria del valenciano Lorenzo Boscasa Igual (1786-1857), como la de muchos otros miembros de su generación, quedó truncada por la Guerra de Independencia y la dura represión que sufrió la actividad científica durante el reinado de Fernando VII. No obstante, realizó una modesta pero eficaz labor informativa mediante traducciones que adicionó con notas, capítulos y apéndices propios. La del compendio de anatomía de Maisonneuve (1837) le sirvió de punto de partida para redactar un Tratado de Anatomía (1844), síntesis puramente libresca, pero rigurosa y al día en lo que respecta a la anatomía descriptiva. En cambio, la textural continúa basada en la noción de tejido y en los planteamientos inmediatamente anteriores a la formulación de la teoría celular. Su principal contribución consiste en la depuración de la terminología anatómica castellana, que entonces estaba llena de innumerables errores procedentes de los galicismos, de forma parecida a lo que hoy sucede con los anglicismos.37 Muy inferiores desde todos los puntos de vista son los Tratados de Histología y Ovología, arreglados al programa remitido al gobierno (1853), pomposo título que el toledano Mariano López Mateos (1802-1863) puso a poco más de doscientas páginas en octavo. El año 1831 sucedió en Granada a un tío suyo como catedrático de anatomía en el «Colegio de Prácticos en el Arte de Curar», destinado a la formación de profesionales de segunda clase que sólo podían practicar cirugía menor y asistir partos, ya que el centralismo sólo había dejado Facultades de Medicina en Madrid y Barcelona. Una de las continuas reorganizaciones políticas de la enseñanza médica, la de 1847, suprimió dicho Colegio e introdujo como asignatura «la histología y la anatomía de los tejidos y la ovología y desarrollo sucesivo de los órganos, aparatos y sistemas». Obligado a trasladarse a Valencia como titular de la misma asignatura durante dos cursos (1847-1849), aprovechó la oportunidad para redactar apresuradamente sus Tratados, que publicó tras su regreso a Granada, donde en 1857 pasó a la cátedra de fisiología e higiene, que ocupó hasta su muerte. En el decenio anterior (1843) se había traducido al castellano Allgemeine Anatomie de Jakob Henle, primera exposición sistemática de la nueva histología basada en la teoría celular, y cuatro años después apareció Del microscopio en su aplicación al diagnóstico (1857) de Carlos Silóniz, que asocia, como anotaré más adelante, una excelente información de las últimas novedades sobre la teoría celular con una amplia experiencia personal de microscopista. Sin embargo, el oportunismo de López Mateos le condujo a que la parte de sus Tratados dedicada a histología continuase todavía subordinada a los planteamientos de Bichat, sin aportar novedad alguna a las obras españolas anteriores sobre el tema, hasta el punto de que sigue utilizando «célula» con el significado que le había dado Ruysch en el siglo XVII, mientras que su apresuramiento y falta de información motivó que se contradijera en la relativa a la «ovología», apoyándose en el limitado celularismo de Schwann. Me he detenido quizá demasiado en este minúsculo librito porque López Mateos ha sido glorificado como «el primer histólogo español» y el responsable de «la introducción de la teoría celular en España».38 El ridículo no se limita a la mitificación falseada de Cajal.
Si se supera el tosco acercamiento histórico de las «grandes figuras», no sorprende que la introducción en España de la teoría celular y la nueva histología basada en ella fuera un complejo proceso, como vienen demostrando numerosos trabajos desde hace más de cuatro décadas.39
Las circunstancias vigentes en la España isabelina (1834-1868) no fueron óptimas para el cultivo de la ciencia, pero es innegable que mejoraron en comparación con las de la etapa anterior. El retorno de los exiliados liberales y las mayores facilidades para la edición y circulación de publicaciones científicas pesaron de modo notable. Los exiliados importaron los conocimientos y las técnicas que habían aprendido durante sus años de destierro, las publicaciones extranjeras se difundieron ampliamente, aumentó extraordinariamente la edición de libros, sobre todo los traducidos, y se consolidó el desarrollo del periodismo científico, que influyó de modo decisivo en la información continuada y al día de las corrientes europeas. Conviene destacar el relieve de esta «etapa intermedia», porque el brillo de las «grandes figuras» posteriores, muy en primer término el de Cajal, ha difundido la imagen arbitraria de unas obras carentes de raíces, a la que me vengo refiriendo. Frente a ello, hay que subrayar la importancia de la labor de los científicos que trabajaron durante el tercio central del siglo XIX. A ellos se debió la recuperación de los hábitos de trabajo científico, así como la elevación del nivel informativo y docente. Formaron, además, grupos que iniciaron una tradición que continuó después gracias a la dedicación de sus discípulos en muchas disciplinas, entre ellas, la histología. Dicha tradición tuvo casi siempre una base socioeconómica muy precaria, dependiendo del empeño de personas que, en ocasiones, llegaron a conectar con la comunidad científica internacional y, en algunos casos, a influir en ella, pero que trabajaban al margen de la sociedad en la que vivían.
Los años siguientes a la revolución democrática de 1868, cuando Cajal estudió medicina, significaron, en primer término, una liberación de la nueva opresión ideológica a la que se había llegado durante la parte final del reinado de Isabel II. En el terreno de las ciencias médicas, el cambio más significativo correspondió precisamente al evolucionismo darwinista, uno de los principales fundamentos de su obra neurohistológica, que pasó de ser conocido y defendido privadamente por un número limitado de médicos y naturalistas, entre los que destaca Rafael Cisternas Fontseré, a ser expuesto y debatido acaloradamente en público. El liberalismo radical tuvo, además, como consecuencia la afirmación del principio de la completa libertad de enseñanza, cuya expresión normativa fue el decreto de octubre de 1868 firmado por Manuel Ruiz Zorrilla como ministro de Fomento. Aparte de proclamar inequívocos principios generales («la enseñanza es libre en todos sus grados y cualesquiera que sea su clase»; «todos los españoles quedan autorizados para fundar establecimientos de enseñanza»), uno de sus artículos disponía:
Las diputaciones provinciales y los ayuntamientos podrán fundar y sostener establecimientos de enseñanza, aquéllas con fondos de la provincia y éstos con los del municipio.40
El decreto permitió la fundación de numerosas «escuelas libres» de medicina, muchas de las cuales tuvieron escasa altura y medios muy precarios, como vamos a comprobar que sucedió con la de Zaragoza, en la que estudió Cajal. Sin embargo, hubo algunas que, sin las trabas habituales de los políticos, se convirtieron en instituciones de vanguardia, principalmente para el cultivo práctico de las disciplinas básicas de la nueva «medicina de laboratorio» y para la enseñanza de las nacientes especialidades. Los médicos del Cuerpo Facultativo de la Beneficencia Provincial de Madrid organizaron una «Escuela Teórico-Práctica de Medicina y Cirugía», que destacó por la docencia clínica que en ella impartió Ezequiel Martín de Pedro, principal introductor en España de la nueva fisiopatología experimentalista, y por el amplio desarrollo que en su plan de estudios tuvieron las especialidades. Algunas de ellas las impartieron médicos tan destacados como el dermatólogo José Eugenio de Olavide, el psiquiatra José María Esquerdo y el pediatra Mariano Benavente.41 También inició la enseñanza de las especialidades la «Escuela Libre de Medicina» fundada en Sevilla a instancias del cirujano Federico Rubio y mantenida por el Ayuntamiento y la Diputación Provincial. La peculiaridad de esta «Escuela» sevillana fue, no obstante, la importancia que concedió a las disciplinas básicas. En ella se dotó la primera cátedra española de histología, que ocupó Rafael Ariza tras formarse en Berlín junto a Virchow, como veremos más adelante, y se instalaron laboratorios bien dotados de micrografía, química y fisiología, este último tomando como modelo el de Karl Ludwig en Leipzig.42