Secretos en la oficina - Shannon Mckenna - E-Book

Secretos en la oficina E-Book

Shannon McKenna

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Beschreibung

Acostarse con el jefe iba contra sus propias reglas, sobre todo si él no sabía quién era ella realmente. La heredera secreta Sophie Valente estaba empeñada en pasar desapercibida en su nuevo empleo en el estudio de arquitectura del padre al que no había conocido. Pero cuando se vio obligada a hacer un viaje de trabajo con Vann Acosta, su nuevo y atractivo jefe de ojos oscuros, supo que tendría problemas. Era difícil separar los negocios del placer, en especial para dos personas que se ocultaban secretos.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Shannon Mckenna

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Secretos en la oficina, n.º 200 - mayo 2022

Título original: Corner Office Secrets

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-732-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Vann Acosta se quedó mirando la pantalla.

–Vuelve a reproducirlo.

Zack Austin, el jefe de seguridad del estudio de arquitectura Maddox Hill, resopló.

–Lo hemos visto ya diez veces, Vann. No hay más que lo que se ve en el vídeo, a Sophie Valente haciendo fotos de una pantalla de ordenador. Venga, sigamos con otra cosa.

–Todavía no –dijo Vann–. Reprodúcelo otra vez.

–Las veces que quieras –afirmó Tim Bryce, jefe de tecnología de Maddox Hill–. Pero no va a cambiar nada, así que no tiene sentido.

Vann dirigió una mirada fría a Bryce. Como director financiero de Maddox Hill, era su responsabilidad aclarar lo que estaba pasando.

–Haré esa llamada.

–¿Dónde diablos colocaste la cámara? –preguntó Zack–. Parece que está grabando desde tu mesa.

–Así es –contestó Bryce satisfecho–. La cámara está en el marco que tengo en el escritorio. Lo compré en una tienda de espías de internet. Tiene fotos de mis hijos y pasa desapercibido.

–No te emociones –dijo Vann–. Sophie Valente ha estado desarrollando nuestro propio software de protección contra la pérdida de datos. Precisamente ha estado instruyendo a nuestro departamento de Innovación y Tecnología en ese asunto. ¿No fue por eso por lo que se la contrató?

–Así es –admitió Zack–. Y sí, es algo extraño.

–Muy extraño –convino Vann–. Si quisiera hacerse con los planos de algún proyecto de Maddox Hill, no estaría buscándolos en el ordenador de Tim, donde cualquiera puede verla. Es demasiado lista como para hacer algo así. Más bien parece que está haciendo alguna prueba.

Bryce arqueó las cejas.

–¿En mi ordenador, a las doce y media de un viernes por la noche? Lo dudo. La semana pasada comenté algo sobre el proyecto del complejo de Takata y le dejé ver algunos documentos en la pantalla. Ella sabía que todavía no les había puesto la marca de agua. Drew y su equipo todavía están acabando algunos detalles. Solo quería comprobar si mordería el anzuelo, y así ha sido. Los archivos eran planos de un antiguo proyecto y los ha copiado. Pero la he pillado. Tal vez sepa cómo no dejar huella en el acceso a nuestros archivos, pero no puede escaquearse de mi cámara de vídeo.

Aquella petulancia en el tono de voz de Bryce preocupó a Vann. No estaban en el patio de un colegio. Allí no había ganadores, solo perdedores.

–Ponlo otra vez –repitió.

–Por supuesto.

Bryce volvió a apretar el botón de reproducción. La hora que aparecía era las doce y treinta y tres de hacía cuatro días. Durante veinte segundos, lo único que se veía era una oficina con una iluminación tenue.

Entonces, Sophie Valente, la nueva directora de seguridad digital, aparecía en el plano de la cámara. La luz del monitor se encendía e iluminaba su rostro mientras escribía en el teclado. La cámara la había grabado desde detrás de la pantalla y ligeramente de lado. Llevaba una blusa blanca de cuello alto, con una fila de botones a un lado del cuello. Vann tenía memorizado cada detalle de aquella blusa que llevaba metida en los pantalones, bajo un ancho cinturón de cuero. El pelo, recogido en una trenza, como de costumbre, caía sobre uno de sus hombros.

De pronto, sacaba un teléfono móvil y empezaba a hacer fotos de la pantalla. Su mano se movía con habilidad entre el teclado y el teléfono, como si ya lo hubiera hecho más veces. Pero se la veía serena y concentrada, y no nerviosa como sería de esperar en alguien que estuviera haciendo algo impropio a medianoche. No estaba inquieta ni pendiente de su alrededor. Todo lo contrario. Sophie Valente estaba completamente concentrada en lo que hacía.

–¿Quién se supone que había accedido a tu ordenador en ese momento? –preguntó Vann.

–Yo –contestó Bryce–. Pero no estaba aquí, estaba en casa, con mi mujer y mi hijo viendo televisión.

Vann se quedó mirando la pantalla fijamente.

–No tiene sentido –repitió.

–Los hechos no mienten. Creo que Valente es responsable de las brechas de seguridad. Sabía que esos documentos no tenían marca de agua. Está evitando dejar rastro y por eso fotografía la pantalla. ¿Qué es lo que hay que entender? Si no estás convencido podemos volver a revisar mis datos.

–Eso lo tengo claro desde el principio.

Vann trataba de controlar su tono, pero la actitud del jefe de tecnología de Maddox Hill no le agradaba. Bryce no parecía tan molesto como decía estar. Más bien se le veía contento.

Aun así, aquel hombre llevaba trabajando en el estudio más de veinte años, más del doble de tiempo que Vann. Nunca le había caído demasiado bien, pero había que tener en cuenta su opinión.

–¿Qué es lo que no te convence?

Bryce parecía desesperado.

–Puede que sea una coincidencia –dijo Vann–. Todos usamos varios ordenadores. Ella suele quedarse por la noche. Al fin y al cabo, es responsable de seguridad. Antes de contratarla, el departamento de Recursos Humanos comprobó su perfil. Ya le hemos dado las llaves del reino. Qué demonios, la hemos contratado para que codificara las llaves del reino. Deberíamos darle la oportunidad de que se explique antes de acusarla.

–Sí, pero ella…

–Acusarla de espionaje mercantil es algo muy serio. No podemos equivocarnos. No echaré a perder la reputación profesional de esa mujer si no estamos completamente seguros.

–¡Pero yo estoy seguro! –insistió Bryce–. Las brechas de seguridad comenzaron un mes después de que Valente fuera contratada para ocuparse de la seguridad. Habla chino mandarín. Estudió en Singapur. Tiene contactos por toda Asia y al menos de dos de los planos del proyecto el rastro lleva hasta una empresa de ingeniería de Shenzhen. Además de todo eso, está sobrecualificada para este puesto. Con su preparación y experiencia, podría estar ganando el doble en un banco o en una multinacional. Ha elegido venir aquí por alguna razón y creo que lo he descubierto. ¿Has echado un vistazo a su expediente?

Vann tenía abierta la ficha de Sophie Valente y apartó la vista. Sí, lo había visto. Lo había estudiado más tiempo del que estaba dispuesto a admitir.

Era la foto lo que le había llamado la atención. En ella se percibía su esencia como rara vez lo hacían las fotos y parecía hecha de pasada, como para un álbum familiar.

La cara de Sophie Valente era llamativa. Tenía los pómulos marcados, las cejas oscuras y la nariz recta. Sus labios firmes no sonreían, pero tenían un gesto sensual que acaparaba su atención. Su pelo castaño estaba recogido, con algunos mechones sueltos. Sus grandes e intensos ojos color ámbar estaban enmarcados por unas largas y espesas pestañas que miraban directamente al observador, incitándole a no pestañear.

Sophie Valente no parecía una persona desleal. Más bien todo lo contrario. Daba la impresión de ser muy franca. Su instinto nunca le había fallado. Claro que nunca se había sentido atraído por una empleada. Las hormonas podían anular sus sentidos, pero no estaba dispuesto a caer en esa trampa.

–La evidencia que me has mostrado no constituye ninguna prueba –dijo Vann–. Aún no.

Zack se cruzó de brazos y le dirigió una mirada escrutadora. Habían participado en misiones en Irak y llevaban trabajando juntos en Maddox Hill casi una década. Su amigo intuía que el interés de Vann por Sophie Valente iba más allá de lo estrictamente profesional.

–Necesitamos más información –intervino Zack–. Hablaré con la empresa de consultoría con la que solemos trabajar. De momento, este tema tiene que quedar entre nosotros tres.

–Por supuesto –convino Vann.

–Poco sabemos de ella, más allá de lo que recogen los informes –continuó Zack–. Solo que es inteligente y que no se le escapa una, así que va a ser complicado investigar sin que se dé cuenta. No cumple el perfil de espía industrial. No es una empleada descontenta, ni acaba de divorciarse, ni tiene deudas, ni consume drogas. Tampoco vive por encima de sus posibilidades ni tiene motivos para querer venganza, al menos que sepamos.

–¿Y si lo hace por avaricia? –propuso Bryce–. Esos detalles de ingeniería valen millones para otras compañías. Deberíamos alertar a Drew, Malcolm y Hendrick ahora mismo.

–Yo me ocuparé de eso cuando llegue el momento –dijo Vann–, cuando estemos seguros.

Bryce suspiró impaciente.

–El momento es ahora y ya estamos seguros. No estoy hablando de sacarla esposada delante de todos, Vann. Me refiero a advertir discretamente a los jefes. No creo que debamos callarnos.

–Malcolm y Hendrick están en San Francisco para una reunión con el grupo Zhang Wei –comentó Vann–. Yo me uniré a ellos mañana y la boda de Drew es este fin de semana en Paradise Point. Vamos a esperar, Tim. Al menos hasta la próxima semana, después de la boda. Y dejemos a Drew tranquilo. Ahora mismo está ocupado en otras cosas.

Drew Maddox era el director general del estudio, pero en aquel momento estaba tan locamente enamorado de su prometida que a efectos prácticos era inútil. Iba a ser un alivio cuando se fuera de luna de miel y dejara a todos tranquilos una temporada. Al menos, hasta que volviera a poner los pies sobre la tierra.

Vann se alegraba por su amigo. Era fantástico que Drew hubiera encontrado el amor. Ningún hombre se merecía la felicidad tanto como él. Eran amigos desde que Drew, Zack y él habían coincidido en el cuerpo de marines, durante una misión en Fallujah, Irak, muchos años atrás. Apreciaba y confiaba en Drew Maddox. Aun así, la futura boda había supuesto un cambio. Drew había entrado en una nueva fase de su vida después de comprometerse con Jenna. Vann pertenecía a su fase anterior y se sentía solo.

Pero así eran las cosas. La gente cambiaba y lamentarse era de perdedores.

No tenía nada de lo que quejarse. Le gustaba su trabajo como director financiero de un estudio de arquitectura con obras por todo el mundo y que daba empleo a más de tres mil personas. Nunca se había propuesto llegar a ese cargo. Simplemente le gustaba hacer las cosas bien. En una ocasión, una exnovia le había dicho que ponía tanto empeño en lo que hacía que bordeaba la obsesión. Aquella relación no había tardado en fracasar.

–¿Y cómo pretendes investigarla? ¿Hay alguna manera de distraerla? –preguntó Bryce–. Podemos liarla buena si no nos damos prisa.

Vann ojeó su expediente, pensando a toda velocidad.

–Has dicho que habla chino mandarín.

–Y muy bien –le aseguró Bryce.

–Perfecto. Vamos a necesitar un intérprete para la reunión de mañana en San Francisco con Zhang Wei. A última hora le ha surgido un imprevisto familiar a Hsu Li y Collette, que es nuestro recurso en estos casos, está de baja por maternidad. Si Sophie habla chino mandarín, puedo pedirle que sustituya a Hsu. Así nosotros tendremos intérprete y dejará vía libre a los consultores. Estará demasiado ocupada para darse cuenta de lo que está pasando aquí. Ya sabes cómo es Malcolm. No la dejará respirar hasta que caiga exhausta.

Zack arqueó una ceja.

–¿Y dejar que esté presente en las negociaciones de Malcolm y Hendrick con Zhang Wei? ¿Estás seguro de que eso es una buena idea?

–No vamos a negociar los detalles de ese proyecto. Vamos a hablar de la parte económica y de los plazos, nada que pueda interesarle a un ladrón de tecnología. No es lo ideal, pero creo que merece la pena quitarnos del medio y dejar que los consultores hagan su trabajo. También me dará la oportunidad de conocerla mejor.

–Bueno, dicen que a los amigos hay que tenerlos cerca, pero que a los enemigos más –intervino Bryce en tono jocoso–. Además, teniendo en cuenta la clase de enemigo que es, creo que no es ningún sacrificio, ¿verdad? Podrás decir lo que quieras de esa mujer, pero guapa es un rato.

Vann apretó los dientes al oír ese comentario.

–Todavía no doy por sentado que sea el enemigo. No debemos asumirlo todavía.

–Ah, no, por supuesto que no –dijo Bryce corrigiendo sus palabras.

Zack asintió.

–Bueno, pues está bien. Ya tenemos plan. Mantenla ocupada sin perderla de vista.

Como si Vann tuviera otra opción. Volvió la mirada a la pantalla. El rostro de Sophie Valente se había quedado congelado en el vídeo. En sus enormes ojos dorados aparecía reflejada la pantalla. Parecía estarle mirando directamente a él.

Bryce se levantó y salió del despacho de Vann, maldiciendo entre dientes. Zack se volvió a su amigo, con el ceño fruncido.

–Estoy de acuerdo en que tenemos que ser prudentes. No queremos arruinarle la carrera. Pero asegúrate de cuáles son tus motivos para defenderla.

–¿Qué quieres decir exactamente?

–Dímelo tú –dijo Zack–. ¿Hay algo entre vosotros?

Vann se quedó de piedra.

–¡Qué dices! Si apenas he hablado con esa mujer.

–Está bien, pero cálmate. Tenía que preguntarte.

–Estoy calmado.

No hacía falta que su amigo dijera nada. Después de varios segundos bajo la mirada escrutadora de su amigo, Vann llegó al límite.

–Iré a hablar con ella –dijo poniéndose de pie–. Tengo que decirle que la necesitamos en la reunión de San Francisco.

–Muy bien –dijo Zack–. Ten cuidado, por favor.

–Siempre lo tengo –replicó al salir por la puerta.

Zack era cauteloso, por eso era un buen jefe de seguridad. A Vann le enfurecía que su profesionalidad se viera cuestionada, aunque fuera por un amigo.

Especialmente cuando él mismo también se estaba cuestionando.

Puso cuidado en que nadie lo viera recorrer los pasillos de Maddox Hill. Necesitaba tener todas sus neuronas alerta y a su máxima capacidad para interactuar con aquella mujer, teniendo en cuenta lo torpe y desubicado que se sentía a su lado.

Sophie Valente estaba en su amplio despacho, junto al ventanal que miraba hacia el centro de Seattle. La puerta estaba abierta y hablaba por teléfono. Su voz sonaba musical. Estaba hablando… Sí, italiano. Sintió su presencia y se volvió. Enseguida concluyó la conversación con un apresurado «Ya hablaremos más tarde».

Tenía muy buena imagen, pulcra y profesional. Llevaba su habitual recogido en la nuca y un pantalón negro estrecho que marcaba sus largas piernas y su trasero respingón. Completaba su atuendo con una blusa de seda y unas botas de tacón que la acercaban al metro noventa de estatura de Vann. Aquel atuendo no ocultaba su silueta, pero tampoco la hacía destacar. Aunque tampoco lo necesitaba. Su cuerpo hablaba por sí solo. Continuamente se tenía que corregir y apartar la vista.

–Señor Acosta –dijo dejando el teléfono–. ¿Puedo ayudarlo en algo?

–Eso espero. Me han dicho que habla mandarín. ¿Es así?

–Sí, además de otros idiomas.

–¿Era italiano lo que estaba hablando ahora mismo?

–Sí, estaba hablando con el departamento de Tecnología de la Información de las oficinas de Milán.

No dijo más. Nada de perder el tiempo con charlas. Aquel no era el estilo de Sophie Valente. Se quedó tranquilamente a la espera de que le dijera qué quería de ella.

Lo cual era indescriptible y desconcertante.

Vann volvió a concentrarse en el asunto que lo había llevado hasta allí. Tuvo que hacer un gran esfuerzo por apartar la vista de su cuerpo.

–Me voy a San Francisco para participar en las negociaciones del proyecto de las torres Nairobi –le explicó–. Nuestra intérprete de mandarín ha tenido un problema familiar y necesitamos a alguien que la cubra. Quería preguntarle si podría ayudarnos.

Sophie frunció el entrecejo.

–Sí, es verdad que hablo mandarín, pero hacer traducción simultánea no es mi especialidad. Conozco a varios intérpretes profesionales en Seattle. Puedo pasarle el contacto o llamarlos de su parte.

–Le agradezco el ofrecimiento, pero tanto Malcolm como Hendrick prefieren a alguien de la empresa. La traducción no tiene que ser perfecta. Zhang Wei tendrá su propio traductor. Su nieto estará con él. Preferimos que lo haga usted.

–Si es lo que prefieren, estaré encantada de ayudar. Pero retrasará el trabajo que estamos haciendo con las marcas de agua y con mi plan de implementar un nuevo sistema de autenticación biométrico de tres pasos. Tenía varias sesiones programadas con el equipo de codificación para la semana que viene. No podrán avanzar en el proyecto sin mí.

–Es prioritaria la reunión de Malcolm y Hendrick con el grupo Zhang Wei –le aseguró Vann–. Avisaré a los demás del cambio de planes.

–De acuerdo –asintió ella–. ¿Volaremos mañana con Malcolm y Hendrick?

–Ellos ya están en San Francisco, en el Magnolia Plaza. Prepárese para un par de días intensos. Hendrick, Malcolm, Drew y yo tenemos programadas una reunión tras otra con Zhang Wei y su equipo durante el jueves y el viernes.

Sophie esbozó una sonrisa.

–Estoy acostumbrada a trabajar mucho y durante largas horas.

–Por supuesto –replicó Van sintiéndose aturdido por aquella misteriosa sonrisa–. Mi secretaria, Belinda, tiene el informe que iba a darle a Hsu Li. Se ocupará de que un coche la recoja mañana por la mañana y le dará los detalles del viaje. Hasta mañana, nos veremos en el avión.

–Estupendo. Hasta mañana entonces.

Se dio la vuelta y se marchó, incómodo. Le parecía bajo estar recabando información de una compañera sin su conocimiento y peor aún que se entusiasmara con ella al hacerlo.

Pero de ninguna manera iba a acostarse con ella. Nunca tenía relaciones con compañeras de trabajo, mucho menos con subordinadas. Eso solo traía problemas.

Vivía su vida sexual con el mismo desapego que la profesional. No quería inconvenientes. Nunca llevaba a sus ligues a casa y evitaba ir a la de ellas. Prefería los hoteles. Eran un terreno neutral en donde podía poner alguna excusa al acabar y marcharse sin más. No daba ninguna opción a que sus amantes se encariñaran.

Era un hombre de números. Le gustaba tener el control y nunca bajaba la guardia. Eso lo convertía en un buen director financiero y también lo había ayudado a ser buen soldado. Sabía mantener la calma en momentos tensos. Había aprendido de los mejores.

El sexo era divertido y darle satisfacción a sus amantes era un honor para él, pero emocionalmente, ahí acababa todo. De ahí no pasaba. Estaba a gusto como estaba.

No tenía un manual para saber cómo afrontar sentimientos como aquel. No se reconocía. Se sentía aturdido y sin palabras, distraído con fantasías sexuales y necesidades vergonzosas.

Tenía que centrarse y estar lúcido. No acababa de convencerle la acusación de Tim Bryce; no encajaba con la impresión que tenía de Sophie Valente.

Necesitaba averiguar más sobre ella para defender debidamente su inocencia, pero iba a ser todo un reto si solo con oírla hablar en italiano por teléfono se había quedado embobado.

El comienzo no había sido bueno.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Por suerte, el sillón de Sophie estaba detrás de ella cuando Vann Acosta salió. Sus niveles de adrenalina volvieron a la normalidad nada más verlo cruzar la puerta y se sentó. Se había quedado sin respiración.

Vaya. Iba a ir a San Francisco con Vann Acosta.

Era ridículo entusiasmarse. Al fin y al cabo era un viaje de trabajo. Además, casi tenía treinta años. Era lo suficientemente madura como para no hacerse ilusiones con los hombres. Por su experiencia, cuanto más atractivos, peores eran sus defectos. Si esa regla era de aplicación a Vann, sus defectos debían de ser colosales.

Aun así, aunque no tuviera defectos, era uno de los jefes de Maddox Hill, lo que a todos los efectos era un defecto. Ya caminaba por la cuerda floja haciendo malabarismos entre un trabajo exigente y aquel objetivo secreto. El director financiero de la empresa era fruta prohibida para ella.

Pero no podía negar que Vann Acosta la fascinaba. Era el director financiero de Maddox Hill y ya llevaba cinco años en el cargo. Todo el mundo lo consideraba un hacha con los números. Según los rumores, permanecía en el estudio de arquitectura por lealtad a Drew Maddox. Habían sido camaradas en misiones militares en Irak, junto con Zack Austin, que estaba a cargo de la seguridad de Maddox Hill. Los tres eran muy atractivos, cada uno a su manera. Los llamaban los rompecorazones de Maddox Hill.

Era tarde y tenía que darse prisa en reorganizar su semana, así que fue parando aquí y allá programando reuniones y ajustando plazos. En los meses que llevaba allí, había descubierto que Maddox Hill era un buen sitio para trabajar. Todavía no había hecho amigos, pero sí estaba conociendo a personas muy agradables. Pasó por el despacho de Tim Bryce y llamó a la puerta, que estaba abierta.

–Hola, Tim.

Tim se sobresaltó y derramó el café. Soltó una palabrota y sacudió la mano en el aire.

–¡Oh, lo siento! –exclamó–. Lo siento mucho, no pretendía asustarte.

–No es culpa tuya. Hoy estoy muy torpe.

–He venido para decirte que tenemos que posponer las reuniones de mañana y pasado –le dijo–. Me voy a San Francisco a sustituir a Hsu Li. Necesitan un intérprete para las negociaciones de Zhang Wei. Nos veremos el lunes.

–Más bien el martes. El lunes volveré de la boda y no vendré a trabajar.

Tim sacó un puñado de pañuelos de papel de la caja que tenía sobre la mesa y se limpió la mancha.

–Voy a pedirle a Weston que avise por correo electrónico al resto del grupo del cambio de la reunión. ¿Te viene bien el martes por la tarde?

–Perfecto, gracias. Que tengas buena semana.

–Tú, también. Te echaremos de menos, pero todos nos debemos a las órdenes de los jefes.

–¿Tim? –preguntó vacilante–. ¿Va todo bien?

–Sí, todo bien.

–Me alegro. Nos veremos más tarde.

De camino a la zona abierta de la oficina, reparó en las paredes de cristal, los techos altos y la pasarela elevada que llevaba a los despachos de los ejecutivos del piso de arriba. Le gustaba trabajar en sitios bonitos. La vida era demasiado corta como para pasarla en lugares tétricos.

Drew Maddox apareció. El director general de Maddox Hill estaba rodeado de su séquito y todas las mujeres de la sala lo siguieron con la vista por la sala. No podía culparlas. Maddox era muy guapo, además de rico, famoso e inteligente. Había diseñado el edificio en el que estaban, la sede de la empresa en Seattle. Aquel llamativo rascacielos había sido construido con materiales sostenibles y tan sólidos como el hormigón y el acero, pero mucho más agradables.

Drew Maddox había sido el primero del trío en caer, después de su publicitado romance con Jenna Somers. Su boda era esa semana y muchas mujeres veían sus ilusiones truncadas. Pero no todo estaba perdido. Todavía podían albergar esperanzas con Vann Acosta y Zack Austin.

A Sophie le extrañaba que Acosta supiera quién era. Les habían presentado, pero apenas había reparado en ella. Era mejor no llamar la atención. Quería pasar desapercibida hasta que surgiera la oportunidad de contactar con Malcolm Maddox, el fundador de la compañía. Malcolm estaba medio retirado y delegaba en su sobrino casi todas las decisiones. La mayor parte del tiempo la pasaba en su lujosa mansión de Vashon Island. No sería sencillo conseguir un acercamiento a un arquitecto solitario, anciano y de fama mundial que vivía recluido en una casa de una isla. Además, Malcolm Maddox era un anciano gruñón y cascarrabias que no soportaba tonterías.

Por suerte, ella no era nada tonta.

La tarea asignada era la oportunidad perfecta para coincidir con Malcolm, pero había un inconveniente: Vann Acosta estaría pegado a ella, observándola con sus ojos ardientes, distrayéndola de su misión cuando más concentrada necesitaba estar. No podía permitirse una distracción por una pasión prohibida.