Una novia de ficción - Shannon Mckenna - E-Book

Una novia de ficción E-Book

Shannon McKenna

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Beschreibung

Para los chicos malos, las reglas estaban para saltárselas. Aunque la reputación de playboy de Drew Maddox no era del todo merecida, un reciente escándalo había traído consigo un ultimátum para seguir siendo el director de la compañía familiar: tenía que sentar la cabeza. La brillante, atractiva e intachable Jenna Somers sería la novia farsante perfecta. Drew le había prometido a Jenna lo que deseara… Pero lo que deseaba era a él.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Shannon Mckenna

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una novia de ficción, n.º 199 - abril 2022

Título original: His Perfect Fake Engagement

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-731-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Capítulo Veintiuno

Capítulo Veintidós

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Me han tendido una trampa.

La experiencia había enseñado a Drew Maddox a mantener un tono de voz calmado cuando trataba con el huraño de su tío, pero ese día le estaba costando.

–¡El daño es el mismo! –exclamó Malcolm Maddox, y arrojó el montón de revistas que tenía en la mano en la mesa de la sala de conferencias–. Para cualquiera que vea esto, no eres más que un sinvergüenza cocainómano al que le gustan las jovencitas. ¿Por qué demonios estabas en esa fiesta de degenerados? ¿En qué estabas pensando?

Drew suspiró y contó hasta diez. Las fotos de las revistas eran de él tirado en un sofá con la camisa abierta y aspecto desorientado mientras una joven con minifalda de cuero y grandes pechos a punto de salirse de un apretado top plateado estaba sentada a horcajadas sobre él.

–Estaba ayudando a una amiga –repitió Drew–. Se enteró de que su hermana pequeña estaba en esa fiesta. Como no podía entrar y sabía que solía correr con ese tipo hace años, me pidió que fuera a ver cómo estaba su hermana.

–Se supone que esta noche íbamos a cenar con Hendrick y Bev –dijo furioso el tío Malcolm–. ¿Se te pasó por la cabeza antes de meterte en este lío?

–Sí, me acuerdo de la cena –replicó Drew.

Hendrick Hill era socio de Malcolm y cofundador de Maddox Hill, el estudio de arquitectura que tenían en común. A Drew siempre le había caído bien a pesar de lo estirado y serio que solía ser.

–Ahora Bev se ha enterado en la peluquería de tu orgía con esa panda de borrachos en casa de Arnold Sobel –dijo Malcolm señalando las revistas–. Está horrorizada después de ver al director general de la compañía de su marido en esas fotos pornográficas.

–No era una orgía de borrachos, tío, yo nunca…

–Maldito bastardo –gruñó Malcolm–. Qué desfachatez venirme a mí con moralinas y apariencias. Por lo que a Hendrick respecta, no importa cuántos premios y distinciones como arquitecto hayas conseguido si no puedes dejarte los pantalones puestos. Ahora piensa que eres un lastre y si convence al resto del consejo, conseguirá expulsarte independientemente de lo que yo diga.

–Lo sé –dijo Drew–. Pero me tendieron una trampa. Alguien ha jugado muy bien sus cartas.

–Desde mi punto de vista, eres tú el que está jugando. Y si el consejo te despide, todos nuestros clientes olerán la sangre. ¡Es humillante!

«Me tendieron una trampa». Tenía que dejar de repetirlo. El tío Malcolm no quería oírlo, así que era preferible mantener la boca cerrada.

No podía haber hecho otra cosa. Cuando su amiga Raisa se había enterado de que alguien había llevado a su hermana Leticia a una de las famosas fiestas depravadas de Arnold Sobel, había temido que la joven se viera arrinconada en una casa llena de playboys borrachos y drogados.

Cuando Leticia había dejado de contestar al teléfono, Raisa se había asustado mucho. Si Drew no hubiera intervenido, habría traspasado la seguridad de Arnold y se habría colado en la fiesta de Sobel con un arma.

Habría acabado muy mal para Raisa y probablemente para todos. Drew no podía permitir que eso pasara. Claro que, tal y como había descubierto más tarde, Leticia no había estado en la fiesta. Raisa y él habían sido engañados. El objetivo había sido Drew desde el principio. Pero el tío Malcolm no quería oír nada de aquello.

–Me tendieron una trampa –repitió–. Todo fue un montaje. El fotógrafo estaba al acecho.

–Si hay algo que odie más que un mocoso malcriado, es un quejica –gruñó su tío–. ¡Por el amor de Dios, eres un marine! Mira que dejarte llevar por un puñado de chicas medio desnudas.

Ava, su hermana pequeña, intervino.

–Tío Malcolm, piénsalo. Drew no es un quejica, un rebelde y un desastre puede que sí. Esto es algo premeditado. La manera en que esas chicas lo acorralan…

–¡A mí no me parece que lo estén acorralando! Más bien parece una orgía.

–Alguien te ha venido con un cuento, tío –insistió Ava–. No seas inocente.

–Ja. Lo único que veo es que a tu hermano no podía importarle menos la reputación y el futuro de la compañía que he levantado a lo largo de mi vida. Si Hendrick se empeña en convencer al consejo para cesarte como director general, no podré detenerlo. Así que empieza a actualizar tu currículum. A partir de hoy, estás buscando trabajo. Enfréntate esta noche a Hendrick como un hombre. Ya te comunicará su decisión. Respecto a mí, estoy harto de tus tonterías.

El tío Malcolm salió de la habitación haciendo resonar su bastón. Trató de cerrar de un portazo, pero la bisagra hidráulica apenas emitió un clic.

Drew se echó hacia delante y se frotó las sienes.

–No voy a ir a esa cena con Hendrick. No me necesita allí para hacer el anuncio. Ya he soportado suficiente humillación por un día.

–No, no hagas eso. Sería como admitir tu culpa –dijo Ava–. Tienes que ir a la cena. Tengo una idea.

–Si hay algo que puede hacerme sentir peor ahora mismo, son esas tres palabras que han salido de tu boca.

–No seas cobarde. Esta compañía te necesita como director general. Eres la nueva imagen de Maddox Hill. Nadie mejor que tú para sacar adelante todos esos grandes proyectos que has puesto en marcha. Ganaste el premio a la mejor arquitectura sostenible y el reconocimiento del COTE del Instituto Americano de Arquitectos…

–No hace falta que me detalles mi currículum, Ava. Lo conozco perfectamente.

–Y la competición de la Green Academy –continuó Ava–, y eso es solo lo relativo a la arquitectura sostenible. Maddox Hill no puede sobrevivir sin ti. Todo el mundo acabará agradeciéndomelo, ya verás.

No le sorprendía que pensara así. Su hermana tenía el pelo rubio y rizado, unos enormes ojos azules color cobalto, un cuerpo de infarto, mucho carisma y una alta opinión de sí misma. Sin apenas esfuerzo, lograba que la gente se plegara a su voluntad, especialmente los hombres. Él era el único que podía hacerle frente. Después de todo, era su hermano mayor.

Todavía estaba asumiendo todo aquello. Si caía en picado, se arriesgaba a perder mucho, empezando por el control de todos los proyectos que estaba diseñando, muchos de los cuales llevaba años desarrollando. Pero lo que más temía era perder el proyecto Beyond Earth. Lo había puesto en marcha con la colaboración del área de robótica de la fundación Maddox Hill para ayudar a jóvenes arquitectos e ingenieros en el desarrollo de la colonización de la Luna y Marte. Ese proyecto habría entusiasmado a su padre, que siempre había sido un soñador.

–No digo que tengas que encandilar a Hendrick, ni siquiera al tío Malcolm –dijo Ava–. Esa es tarea para una mujer. Tu prometida se ocupará de la parte más difícil. Tú limítate a sonreír y asentir.

–¿Qué prometida? –preguntó Drew perplejo–. ¿Tengo que encontrar una novia antes de la cena de esta noche? Eso es poner el listón muy alto, Ava, incluso para un playboy como yo.

–No, hermano mayor, no hace falta que busques a nadie. Eso ya está hecho. Se me ocurrió mientras el tío Malcolm estaba despotricando. Tiene que resultar una historia convincente. Y de casualidad hoy anda por aquí.

–¿De qué demonios estás hablando? ¿Quién anda por aquí?

–Tu futura esposa –contestó Ava.

Drew se quedó en silencio, perplejo.

–¿Estás de broma, verdad?

–No. Será un compromiso temporal, unos cuantos meses hasta que salgas del bache. La conociste cuando viniste de permiso desde Irak, ¿recuerdas? Viniste a verme a mi residencia de Seattle. ¿Te acuerdas de Jenna, mi compañera de cuarto?

–¿Aquella pelirroja con gafas? ¿La que me tiró encima una jarra de sangría?

–La misma. Había quedado con ella para tomar un café esta tarde, antes de su presentación en el pabellón Curtis, pero el tío Malcolm estaba tan nervioso que cambié la cita para calmarlo. Aunque no sirvió de nada.

–¿Qué presentación?

–Jenna es ingeniero biomecánica y hace unos años fundó su propia empresa. Diseña prótesis ortopédicas. Se activan al cerebro, tienen nervios artificiales y respuesta sensorial. Cosas de la era espacial. Les he estado llevando las relaciones públicas y opta al premio Wexler a la excelencia en ingeniería biomecánica. Hoy ha hecho su presentación ante el comité. Su objetivo es conseguir que las prótesis sean asequibles a todo el que las necesite. Es muy inteligente, tiene la cabeza bien amueblada, empatiza y… En definitiva, es perfecta.

–Pero ¿por qué? –preguntó sacudiendo la cabeza–. ¿Para qué iba a hacer algo así por mí? ¿Y quién se lo iba a creer? ¿Cuál es el propósito?

–Se lo creerán y les encantará –le aseguró Ava–. No me subestimes, hermano. Soy un genio.

–No quiero andar contando mentiras –dijo Drew–. Me pone nervioso.

–Tienes que combatir el fuego con fuego –afirmó su hermana muy seria–. ¿Prefieres ceder y perjudicar la compañía del tío Malcolm en vez de intentar algo atrevido y arriesgado? Alguien se ha inventado una historia falsa para hacerte parecer un malcriado engreído obsesionado en aprovecharse de jóvenes vulnerables. Mi historia es mucho mejor: un chico malo y guapo, redimido por el amor, cuya conciencia social despierta por un golpe emocional que…

–Ya tengo conciencia social –protestó–. Ni que fuera un títere.

–Calla, estoy pensando. El granuja con un apetito secreto en su corazón que se enamora de la chica lista con gafas y se deja arrastrar por el poder del amor. Oh, sí.

–¿Apetito secreto en mi corazón? –repitió Drew arqueando una ceja–. ¿De veras, Ava?

–Anda, sígueme la corriente, hermano. Esta mujer hace brazos artificiales para que haya gente que pueda abrazar a sus hijos. ¿Entiendes adónde voy? Todos anhelamos calidez, cercanía…

–Sí, lo entiendo bien, y también me doy cuenta de que estás trastornada –dijo Drew.

Ava tomó su tableta de la mesa y tocó la pantalla varias veces antes de pasársela a Drew.

–Estamos hablando de Jenna. Mandé a mi secretario al pabellón Curtis a grabar su presentación ante el comité del premio Wexler y ya me ha mandado el vídeo. Échale un vistazo.

En el vídeo se veía a una joven en el escenario circular del pabellón Curtis, uno de los rascacielos más modernos de Seattle y proyectado por Drew. Llevaba unos auriculares con micrófono y un vestido gris ajustado. Tenía bonitas piernas. Se había recogido el pelo en un moño del que escapaban varios rizos. Seguía llevando gafas, de estilo felino y con montura en un verde brillante.

Drew sostuvo la tableta. La cámara enfocó su rostro, salpicado de pecas. Tenía una barbilla puntiaguda y los ojos color avellana. Sus labios eran generosos y los llevaba pintados de rojo encendido. Tocó la pantalla para activar el sonido.

–… nuevas conexiones nerviosas, proporcionando sensaciones –estaba diciendo en un tono musical–. Sujetar un pincel, hacer trenzas a una niña, botar una pelota de baloncesto. Damos estas cosas por hechas y no nos damos cuenta de que son un milagro a diario. Quiero que esos milagros estén al alcance de cualquiera. Gracias.

Hubo una ovación cerrada. Drew quitó el sonido y Ava recuperó la tableta.

–Su compañía se llama Arm´s Reach –dijo Ava–. Ha tenido muchos reconocimientos, el más reciente el de Inteligencia Artificial y Robótica. Obtuvo un millón de dólares, pero necesita más para que la gente tenga acceso a la cirugía especializada que conlleva su tecnología –añadió e hizo una pausa antes de continuar–.También es guapa, aunque estoy segura de que ya te has dado cuenta.

–Ava, seguro que esta mujer está muy ocupada ayudando a gente como para participar en esta trama tuya para resolver mi problema –comentó Drew distraídamente sin dejar de mirar la tableta–. Mándame ese vídeo.

–Claro. Hecho –dijo y una sonrisa se dibujó en sus labios mientras manipulaba la pantalla–. ¿Señora Crane? ¿Está la señorita Somers ahí? Estupendo. Sí, que venga. Muchas gracias.

–¿Jenna Somers está aquí ahora? –preguntó Drew alarmado–. Ava, todavía no he dicho que sí a…

–No seas tonto. Está aquí mismo, Drew. ¿Qué sentido tiene perder tiempo? ¡Adelante! –exclamó al oír unos golpes en la puerta.

Era demasiado tarde para contestar la pregunta de Ava. La puerta ya se estaba abriendo.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Jenna siguió a la recepcionista. Hacía tiempo que quería conocer el nuevo edificio Maddox Hill en el centro de Seattle, construido con materiales sostenibles y ecológicos. Como era de esperar, era precioso, tanto el exterior como el interior. Todo era muy elegante, pero habría preferido encontrarse con Ava en la cafetería junto al pabellón Curtis y que no la hubiera hecho ir hasta allí. Le habría gustado tener la oportunidad de ensayar con su amiga los apartados más relevantes de su presentación antes de dar el discurso. Ava le habría dicho si resultaba insulso, aburrido o repetitivo.

El premio Wexler era jugoso. El medio millón de dólares daría un buen empujón a sus investigaciones e impulsaría sus planes, además de sus esperanzas.

La recepcionista se detuvo ante una puerta de caoba y llamó con los nudillos.

–Adelante –se oyó la voz de Ava.

Aquella estancia, al igual que el despacho que había visto a través de la puerta entreabierta, tenía grandes ventanales con vistas impresionantes. El sol brillaba en el horizonte, tiñendo de rosa las nubes. Ava la recibió con una sonrisa y el hombre que estaba junto a la mesa se levantó y se volvió. Jenna se detuvo y se quedó sin respiración.

Allí estaba el mismísimo Drew Maddox en persona. Era el hermano mayor de Ava y arquitecto de los más ricos, desde empresarios tecnológicos y magnates del petróleo a estrellas de Hollywood. Su amor platónico de juventud.

No había vuelto a ver a Drew Maddox desde el episodio de la sangría en la universidad. Había salido de allí muerta de la vergüenza. Se había alejado en su moto rumbo a la puesta de sol y directamente a sus fantasías sexuales más salvajes. Y allí había permanecido.

Estaba tan guapo como siempre o incluso más. Once años le habían sentado muy bien. Era más corpulento de lo que recordaba. Alto, ancho de espaldas y cintura fina. Unos pantalones de vestir, una camisa blanca y una corbata de seda le daban un aire casi peligroso. Su rostro también era atractivo. Tenía la piel aceitunada, el pelo oscuro y los ojos de un verde intenso enmarcados por largas pestañas. De marcados pómulos, mentón prominente y boca sensual, era tan guapo que con razón las mujeres se arrojaban a sus pies según publicaban los tabloides de aquella mañana.

Ava tenía un gesto divertido cuando Jenna apartó por fin la mirada.

Vaya. La había pillado mirándolo embobada y, de pronto, se sonrojó. Era la cruz con la que tenía que cargar, con su tez pálida y su pelo pelirrojo: las pecas y el rubor.

–¿Te acuerdas de mi hermano Drew? –preguntó Ava.

–Claro –respondió Jenna tratando de sonreír–. Recuerdo haberle echado encima una jarra de sangría en el dormitorio que compartíamos en la universidad.

–Yo también lo recuerdo –replicó con voz profunda–. Me quedé pegajoso.

–Le estaba contando a Drew lo de tu presentación –explicó Ava–. Le he enseñado el vídeo que me grabó Ernest.

Se puso nerviosa.

–Pasa, pasa. ¿Quieres que le pida a la señora Crane que te traiga café, té o algún refresco? ¿Un zumo recién hecho?

–No, gracias, no me apetece nada.

–Siéntate, Jenna. Hay algo que tenemos que preguntarte.

–Adelante –dijo Jenna, y se sentó, tratando de controlar sus nervios.

Drew estaba de espaldas a ellas, observando por la ventana los colores del atardecer.

Jenna hizo un gran esfuerzo por apartar la vista de su perfecto trasero.

–¿Qué queréis saber?

–Eh… Es un poco embarazoso –dijo Ava y desvió la mirada a Drew antes de volver a posarla en Jenna–. Tenemos un problema de relaciones públicas. No sé si has visto hoy los tabloides.

–He visto un par de titulares tontos esta mañana –admitió–, pero no leo los artículos. Nadie presta atención a esos periodicuchos.

Era una mentira gorda. Se había leído cuatro artículos completos. De hecho, se había quedado estudiando las fotos hasta que su café se había enfriado preguntándose qué veía un tipo como Drew Maddox en aquellas mujeres de silicona.

Arquitecto estrella pillado con las manos en la masa, rezaba uno de los titulares. Bajo la foto del rostro enfurecido de la novia hollywoodense de Drew se leía: ¡Bonita furiosa! El travieso de Drew Maddox vuelve a descarriarse… otra vez.

Drew se volvió, su gesto adusto.

–El tío Malcolm está enfadado, aunque su socio, Hendrick Hill, es el problema. Hendrick quiere cesarme como director general por motivos morales. Mi tío posee el cuarenta por ciento de las acciones, Hendrick otro cuarenta por ciento y el veinte por ciento restante está en manos del consejo. Con esas fotos, Hendrick intentará convencerlos de que soy una carga y me despedirán.

–Vaya –murmuró Jenna, consternada–. Eso es terrible. Aunque seguro que con el tiempo lo superarás. Eres un gran arquitecto y nadie cuestiona tu talento. Pero aun así, es horrible.

–Lo es, sobre todo teniendo en cuenta que esas fotos fueron un montaje –intervino Ava–. Le tendieron una trampa.

–Ava, ¿de verdad tenemos que entrar en detalles?

–Tiene que conocer la situación. Te llevaron a esa fiesta engañado. Esas chicas se echaron sobre ti y posaron para esas fotos. No sabes quién lo organizó, pero se tomaron bastantes molestias para engañarte y su plan parece estar funcionando. Ahí es donde apareces tú en escena, Jenna.

–¿Yo? –preguntó Jenna mirando alternativamente a Ava y Drew–. No entiendo.

–Bueno, estábamos pensando…

–Tú estabas pensando, Ava –dijo Drew–. Todo esto es idea tuya.

–Está bien, de acuerdo. Yo, Ava Maddox, estaba pensando, porque soy un genio, que un compromiso relámpago podría cambiar la perspectiva de la situación. Ya sabes, desviar la atención de esas fotos y de la imagen de playboy de Drew.

–¿Compromiso relámpago… con quién? –preguntó Jenna y enseguida notó que le ardían las mejillas–. Un momento. No puedes estar diciendo que…

–¡Sí, tú! Por supuesto que tú –afirmó su amiga entusiasmada–. Eres perfecta: inteligente, guapa, respetada en tu campo… Vives entregada a ayudar a otras personas. Tu buena imagen es lo que Drew necesita ahora mismo. Además, a Hendrick le apasionan las historias románticas. En una ocasión, el tío Malcolm me contó que Hendrick fue un chico malo antes de conocer a Bev. Tuvo que enderezarse para conquistarla. Hendrick y Bev son el verdadero desafío, pero creo que podrás encandilarlos si nos movemos deprisa. Tenéis que actuar como si lo vuestro llevara ya tiempo.

Jenna no supo qué decir y permaneció callada.

–Se trata de una solución temporal –continuó Ava–. Hasta que las aguas vuelvan a su cauce y Hendrick se tranquilice. No te lo pediría si no supiera que ahora mismo no tienes pareja.

–Sí –murmuró Jenna–. De eso no hay que preocuparse.

Volvió a sonrojarse. Todavía estaba reciente la humillación que le había causado la traición de Rupert. La había dejado plantada por una becaria rubia y con curvas, lo que había supuesto un duro golpe para su corazón y su orgullo.

–Además, no te vendrá mal estar comprometida mientras ese cerdo de Rupert se casa, ¿no? –observó Ava–. Solo serán unos meses.

–Supongo –balbuceó Jenna.

–Te dejarás ver del brazo de Drew y asistirás a fiestas elegantes donde harás contactos. Conocerás gente con más dinero del que pueden gastar. Muéstrales cómo dedicarlo a tu investigación. Será beneficioso para todos. Este romance va a ser el toque mágico que disparará a Arm´s Reach a la estratosfera. Más que cualquiera de las estrategias que he llevado a cabo hasta ahora, por buenas que hayan sido.

Jenna sacudió la cabeza.

–Me siento honrada de que hayáis pensado en mí, pero creo que no funcionará.

–Entendería que no quisieras que tu organización se viera asociada a este desastre –dijo Drew, señalando la pila de tabloides.

–Oh, no, no es eso. El caso es que… No creo que resulte creíble.

–¿Por qué no? –preguntó Ava–. Hacéis una pareja adorable, cada uno ocupando un papel destacado en su materia.

–Vamos, Ava, sé realista. ¡No soy su tipo!

–¿Tipo? –repitió Drew frunciendo el ceño–. ¿Cuál es mi tipo? ¿Yo no tengo ningún tipo?

–Eres una persona muy especial, Jenna –dijo Ava–. Eres única. Venga, ¿qué te parece? ¿Estás dispuesta a intentarlo? ¿Por mí?

–Eh… No le veo sentido a esto.

–Déjalo –le dijo Drew a Ava–. La estás atosigando.

–¡Por supuesto! Es que estoy convencida de que os beneficiará a ambos. Tengo buena intuición.

Drew acercó una silla y se sentó a su lado. Estaba tan cerca que podía oler su colonia. Un intenso aroma a pino, especies y almizcle que aturdió sus sentidos a la vez que la miraba a la cara.

–¿De verdad crees que merece la pena? –preguntó volviéndose hacia Ava–. ¿Limpiará mi reputación?

–¿Una vez me ponga a trabajar en la historia? Será mejor que lo creas –dijo Ava convencida–. Su perfil subirá como la espuma.

Drew miró a Jenna.

–No me gusta complicarme la vida –dijo–, pero si le ves sentido, estoy dispuesto a intentarlo.

No veía sentido a nada mirando a Drew a los ojos.

–Se me ocurre una idea. Podemos hacer una prueba esta noche. Ava y yo hemos quedado a cenar con el tío Malcolm, nuestro primo Harold, Hendrick y su esposa Beverly. Ven con nosotros, no como mi prometida sino como mi cita. Comprobemos si Hendrick y Bev se lo creen y si te sientes a gusto. Si no es así, simplemente di no después de la cena. Lo comprenderé.

–¿De veras? ¿No será algo, ya sabes… incómodo?

Tenía una bonita sonrisa. Sus ojos hipnóticos, enmarcados por aquellas largas pestañas, la observaban fijamente.

–Claro que sería incómodo –dijo suavemente–. Bienvenida a mi mundo.

Aquellas palabras le provocaron un escalofrío en la espalda. Drew Maddox esperó con la vista clavada en ella. No quería pensar en la mirada deslumbrada que debía tener en aquel momento.

Como en los viejos tiempos. Ava la había metido en muchos problemas en su época de universitaria. Pero esta vez, se trataba de representar una farsa con el fin de conseguir fondos para Arm´s Reach. Era una buena causa y valía la pena.

Además, no hacía daño a nadie. Solo estaría engañando a aquellas publicaciones de cotilleos y a Hendrick Hill, aquel socio tan estirado. Tampoco se estaba comprometiendo de por vida. Podía desentenderse esa misma noche si así lo quería.

–De acuerdo –asintió Jenna lentamente–. Supongo que podemos probar con la cena.

–¡Estupendo! –exclamó su amiga, dándole una palmada que la hizo erguirse en el asiento–. Te da tiempo a ir a casa y cambiarte. Has venido aquí en taxi, ¿verdad?

–Sí, pero…

–Pediré un coche para que te lleve a casa y mientras yo… Espera un segundo.

Una melodía de rock clásico interpretada por una guitarra sonó desde el teléfono que estaba sobre la mesa. Ava miró la pantalla antes de tocarla y se llevó el aparato a la oreja.

–Hola, Ernest. Cuéntame… ¿Los tres? Deben de estar desesperados hoy. Muy bien, les diré que se den prisa. Gracias.

Dejó el teléfono. Su mirada brillaba.

–Chicos, tenemos la oportunidad de poner esto en marcha ahora mismo. Mi secretario ha identificado a tres fotógrafos en el vestíbulo, esperando a Drew. Por una vez vamos a aprovecharnos de ellos en vez de dejar que sean ellos los que te usen.

Jenna suspiró.

–¿Te refieres a paparazzi? ¿Te han seguido?

Drew apretó los labios.

–Sí, suelen hacerlo.

Ava agitó la mano en el aire.