Secretos y escándalos - Sara Orwig - E-Book
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Secretos y escándalos E-Book

Sara Orwig

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Beschreibung

¿Tendrían por fin un final feliz? El futuro del rico ranchero Nick Milan estaba bien planeado: se casaría con la mujer que amaba y tendría una deslumbrante carrera política. Pero su relación con Claire Prentiss terminó de forma amarga. Por eso no estaba preparado para desearla de nuevo cuando se volvieron a encontrar. O, por lo menos, no lo estaba hasta que ella le contó su increíble secreto. Perder a Nick había sido muy duro para Claire, y ahora estaba obligada a decirle que tenían un hijo. Sabía que el escándalo podía destrozar su carrera; aunque, por otra parte, el niño necesitaba un padre.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Sara Orwig

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Secretos y escándalos, n.º 2089 - junio 2016

Título original: The Rancher’s Secret Son

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7886-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Nick Milan miró el contrato que estaba sobre la mesa y se estremeció. Ya lo había visto la noche anterior, y había sentido lo mismo al reconocer el nombre de la tarjeta blanca que lo acompañaba.

–Claire Prentiss…

Una belleza de ojos marrones y cabello negro se conjuró al instante en su imaginación. Una belleza de la que había estado enamorado, y cuyo recuerdo lo torturaba.

Habían pasado cuatro años desde que Nick le pidió se que casara con él. Claire rechazó su ofrecimiento y, poco después, rompieron la relación y se fueron por caminos separados. Sin embargo, ya no estaba enfadado con ella. El tiempo lo curaba todo, y también había curado su dolor y su amargura.

A decir verdad, estaba seguro de que se habría casado y de que tendría hijos. En su país no era normal que las mujeres siguieran utilizando su apellido después de casadas, pero supuso que Claire lo había mantenido porque trabajaba para la agencia inmobiliaria de su abuelo, que también se apellidaba Prentiss.

Nick alcanzó la tarjeta, la miró durante unos momentos y, a continuación, la volvió a dejar en su sitio. Definitivamente, ya no sentía nada por ella. Su relación amorosa era agua pasada. Pero, en ese caso, ¿por qué le incomodaba tanto la perspectiva de verla?

Guardó el contrato en el maletín y salió del despacho. Paul Smith, uno de sus clientes, le había llamado por teléfono para rogarle que estuviera presente en el acuerdo de venta de la casa. Nick era su abogado, así que aceptó sin saber que Claire era la agente inmobiliaria. ¿Cómo lo iba a saber? Por lo que tenía entendido, su antigua novia trabajaba en Houston. Y Dallas estaba muy lejos.

Desgraciadamente, Nick no había visto el contrato hasta última hora de la noche, cuando ya era tarde para echarse atrás. De lo contrario, habría hablado con Paul y le habría dado alguna excusa.

Se subió al coche y, al cabo de unos minutos, aparcó delante de un alto edificio de oficinas que se encontraba en el centro de Dallas. Era un frío día de diciembre, y estaba bastante cansado; en parte porque los recuerdos de Claire le habían mantenido en vela durante casi toda la noche anterior.

Al ver a Paul, que lo esperaba en el vestíbulo, se tuvo que morder la lengua para no decirle que se buscara otro abogado. Habría dado cualquier cosa por marcharse de allí. Pero le estrechó la mano, lo acompañó al ascensor y subieron al piso veintisiete, donde estaba la delegación de la agencia inmobiliaria.

Bruce Jernigan, el representante de Paul, se acercó a saludarlos en cuanto cruzaron las grandes puertas de cristal.

–Si tienen la amabilidad de acompañarme, empezaremos de inmediato. Como saben, la persona que vende la propiedad está hospitalizada y no puede venir, pero la señorita Prentiss la representa a efectos legales.

Jernigan los llevó a la sala de juntas, que estaba al final de un largo pasillo. Claire ya había llegado y, cuando vio a Nick, se quedó blanca como la nieve. Era obvio que se había llevado una sorpresa; y, aunque él no podía decir lo mismo, se sintió como si le hubieran sacado todo el aire de los pulmones.

Sin embargo, sacó fuerzas de flaqueza, se acercó a ella y le estrechó la mano sin apartar la vista de sus ojos. Siempre había sido muy bella; pero ya no era una jovencita de veinticuatro años, y se había convertido en una mujer impresionante.

–Vaya, volvemos a encontrarnos… –dijo Claire, con un fondo de inseguridad–. Me alegro de verte, Nick. El señor Jernigan me había dicho que el comprador vendría con su abogado, pero no sabía que fueras tú.

Claire apartó la mano, poniendo fin a su breve contacto físico. Y Nick se alegró profundamente, porque había sentido una especie de descarga eléctrica que estaba lejos de querer sentir. Llevaba dos años sin pensar en las mujeres. La muerte de Karen y del bebé que estaba esperando lo habían llevado a cerrar su corazón, e incluso a despreciar sus necesidades sexuales.

Pero, a pesar de ello, no se pudo resistir a la tentación de admirar el cuerpo de Claire. Seguía siendo la mujer alta, de ojos castaños y cabello negro, que había conocido; pero se había vuelto más refinada y, cuando se abrió la chaqueta para sentarse, Nick observó que aún tenía una preciosa cintura de avispa.

–Si les parece bien, procederemos a revisar el contrato –dijo Jernigan.

Durante la media hora siguiente, Nick hizo un esfuerzo por concentrarse en la transacción y no mirar demasiado a su antigua novia. En un determinado momento, Jernigan y Paul salieron de la habitación para hacer fotocopias; Nick los acompañó, hizo un par de llamadas y volvió a la sala de juntas, donde seguía Claire.

Justo entonces, ella tomó un vaso con intención de ponerse un poco de agua. Él se dio cuenta y, tras alcanzar la jarra, se la sirvió.

–Gracias –dijo Claire con una sonrisa.

–De nada –replicó–. Debo reconocer que me llevé una sorpresa cuando supe que estarías presente en la firma del contrato. Ni siquiera estaba seguro de que aún trabajaras para la agencia inmobiliaria de tu abuelo. ¿Sigue en activo?

Ella sacudió la cabeza.

–No, dejó el trabajo después de sufrir un infarto –explicó–. Siempre había querido que yo lo sustituyera, así que no tuve más remedio que dar mi brazo a torcer.

–Me alegra que sigas tan leal a tu familia… ¿Qué tal va el negocio?

Claire volvió a sonreír.

–Bien, bastante bien. Pero, ¿qué me dices de ti? Supongo que tus padres estarán encantados con tu carrera legal y política.

–Sí, lo están. Sobre todo, mi padre –contestó–. Supongo que sabrás que me eligieron diputado por Texas…

–¿Quién no lo está? –preguntó, ruborizándose un poco–. Sales de vez en cuando en los periódicos…

Su rubor solo podía tener una explicación: obviamente, le daba vergüenza admitir que seguía los detalles de su carrera política. Y Nick se sintió muy halagado.

–Tienes un aspecto magnífico, Claire.

–Gracias –dijo ella, sonriendo otra vez–. ¿Qué tal con tu nueva vida de diputado? Tengo entendido que las sesiones del Estado de Texas no empiezan hasta enero… ¿Qué vas a hacer? ¿Vivir en Dallas cuando no estés en Austin?

–En efecto.

Nick fue dolorosamente consciente de que, cuando terminara la reunión, se irían por caminos separados. No quería sentirse mal, pero se sintió mal. Y, dejándose llevar por un impulso, añadió:

–Cena conmigo esta noche. Así nos pondremos al día.

Ella lo miró con sorpresa.

–¿Cenar contigo? Puede que a tu esposa le moleste…

Él se sintió como si le hubieran pegado un puñetazo en la boca del estómago.

–Ah, veo que no lo sabes…

–¿A qué te refieres?

Nick respiró hondo.

–A que enviudé. Mi esposa se mató hace dos años en un accidente de tráfico. Estaba embarazada.

Claire palideció de repente, y se quedó como si hubiera recibido la peor noticia de su vida. A Nick le pareció extraño que su reacción fuera tan intensa, pero le puso una mano en el brazo y preguntó:

–¿Te encuentras bien?

Ella se ruborizó levemente.

–Sí, sí… Lo siento. Es que… bueno, no importa, es algo personal.

Nick sintió el deseo de interesarse al respecto; pero Claire no parecía dispuesta a dar explicaciones, de modo que lo dejó pasar.

–Ven a cenar conmigo –insistió–. Te prometo que no te robaré mucho tiempo.

Ella lo miró durante unos segundos y asintió.

–De acuerdo. Te daré mi número de teléfono cuando terminemos aquí. Pero será mejor que volvamos a la mesa… Jernigan y Smith están a punto de volver.

Claire se sentó de nuevo, y Nick se preguntó qué le habría pasado para reaccionar así a la noticia del fallecimiento de Karen y del bebé. ¿Se había enamorado de alguien que también había muerto?

La reunión terminó una hora más tarde y, mientras los demás hablaban, Nick se levantó y se acercó a ella.

–Aquí tienes el número de mi móvil y el nombre del hotel donde me alojo.

Claire le dio un papel, que Nick se guardó.

–¿Te parece bien que quedemos a las siete?

–Por supuesto –dijo ella–. Mira, yo…

El teléfono de Nick se puso a sonar en ese momento, y no tuvo más remedio que contestar. Solo tardó dos minutos; pero, cuando cortó la comunicación, Claire ya se había ido.

Tras despedirse de Paul, regresó al despacho y estuvo hablando con clientes hasta las cinco de la tarde. Entonces, volvió a pensar en su antigua novia y se preguntó por qué le habría pedido que cenaran juntos. Al fin y al cabo, su ruptura había sido muy dolorosa. Era absurdo que se torturara a sí mismo con un recordatorio de aquellos días.

Su relación había estado condenada desde el principio. Él necesitaba una esposa que lo apoyara y que supeditara todo lo demás a sus ambiciones políticas; pero ella no tenía más prioridad que su familia. Y, por lo visto, eso no había cambiado. De hecho, ahora dirigía la empresa inmobiliaria de su abuelo.

Nick sacudió la cabeza y se dijo que tampoco tenía tanta importancia. Sería una cena breve. Comerían, charlarían un rato y se despedirían.

Entre ellos, no podía haber nada más.

 

 

Claire llamó a una floristería, encargó un ramo para su cliente y pidió que se lo enviaran al hospital. Después, le envió un mensaje para informarle de que habían cerrado el acuerdo de venta y regresó al hotel donde se alojaba.

Hasta entonces, no había tenido mucho tiempo de pensar en su encuentro con Nick. Pero ya no tenía nada que hacer, y la noticia del fallecimiento de su esposa y del bebé que estaba esperando volvió a su mente con la fuerza de un terremoto.

¿Por qué demonios había tenido que viajar a Dallas? ¿Y por qué había aceptado su invitación a cenar?

Claire se pasó una mano por el pelo y suspiró. Su ruptura había sido demasiado dolorosa. Nick nunca había entendido que ella tenía obligaciones familiares, y que no podía dejarlo todo para convertirse en una mujer devota y abnegada. Al final, no había tenido más remedio que abandonarlo. Y no quería que volviera otra vez a su vida. Sobre todo, porque ahora tenía problemas más graves que antes.

Pero había quedado a cenar con él.

Abrió el bolso, sacó la cartera y miró la fotografía de su hijo. Del hijo de Nick Milan. De un hijo del que Nick no sabía nada.

El pequeño había heredado los ojos azules y el pelo castaño de su padre. Cada vez que lo miraba, se acordaba del hombre que le había partido el corazón y de lo mal que lo había pasado cuando, poco después de separarse de él, supo que estaba embarazada. De haber podido, le habría informado de inmediato. Pero su ruptura había sido muy desagradable, y se habían dicho cosas terribles que no podía olvidar.

Cuando Nick le ofreció el matrimonio, ella intentó ser razonable y hacerle ver que no podía marcharse a Washington D.C. en ese momento. Tenía que cuidar de su madre enferma y ayudar a su abuelo con la agencia inmobiliaria. Sin embargo, Nick no lo entendió. Dijo que era una egoísta y que no le importaba nada salvo su familia.

A ella le pareció profundamente injusto. Su madre tenía alzhéimer, y su abuelo acababa de sufrir un infarto; así que contraatacó con el argumento de que su salud era mucho más importante que la necesidad de Nick de ganarse la aprobación de su padre.

Claire sabía lo que decía, y también sabía que le iba a doler. Era consciente de que Nick había estudiado Derecho no porque le gustara, sino porque los Milan eran una familia de abogados y él se sentía en la obligación de seguir sus pasos. Estaba tan sometido a ellos como ella a su madre y a sus abuelos.

Los días posteriores a su ruptura fueron un infierno para Claire. Lloró durante días y, al darse cuenta de que Nick no tenía intención de llamar, decidió expulsarlo de sus pensamientos. Luego, descubrió que estaba embarazada e intentó decírselo, pero no fue capaz. De haber sabido que estaba esperando un hijo, habría insistido en que se casaran. Él se quería dedicar a la política, y no podía ser padre sin estar casado. No en los Estados Unidos.

Al cabo de un tiempo, Claire se enteró por una amiga de que Nick se iba a casar. Y se enfadó tanto que tomó la decisión definitiva de no decirle nada. Si iba a fundar su propia familia, no necesitaba saber que ya tenía una. Su antiguo novio la había olvidado. Había seguido adelante, sin mirar atrás.

Pero el encuentro de aquella mañana lo había cambiado todo. Ahora sabía que la esposa y el hijo de Nick habían fallecido en un accidente. Y, por mucha amargura que hubiera entre ellos, Claire no tenía más opción que confesarle la verdad. Ya no podía mantenerlo en secreto. Había perdido un hijo, y no era justo que perdiera otro.

Angustiada, se acercó al teléfono, levantó el auricular y marcó el número de su casa. Necesitaba hablar con el niño.

–Hola, abuela… Soy Claire. ¿Me puedes pasar con Cody?

–Por supuesto.

La voz de su hijo la tranquilizó al instante. Hablaron de animales y de sus peces, los dos temas preferidos del pequeño. Luego, Claire le pidió que la pasara otra vez con su abuela y estuvo charlando un rato con ella. Le habría gustado decirle que se había encontrado con Nick y que tenía intención de aclarar las cosas con él, pero que no quería que se preocupara.

Cuando colgó el teléfono, rompió a llorar. Estaba a punto de condenarse a una situación muy problemática. Obviamente, Nick querría desempeñar un papel en la vida de su hijo. Y no iba a ser nada fácil.

Durante los minutos siguientes, se dedicó a pensar en su antigua relación. Se habían conocido en Washington D.C., poco después de que ella terminara sus estudios en la universidad. Su abuelo, que trabajaba en el negocio inmobiliario, la había enviado a la capital de los Estados Unidos para que hiciera un curso de ventas. Y, un buen día, una amiga de Dallas la invitó a asistir a una fiesta.

No había olvidado lo sucedido. Estaba charlando con su amiga, Jen West, cuando un hombre alto, de ojos azules y cabello castaño, le lanzó una mirada y alzó su copa a modo de brindis. A Claire le gustó tanto que sonrió y alzó su martini en respuesta.

–¿Sabes quién es ese hombre? –preguntó a Jen–. El de pelo castaño.

–Claro que lo sé. Es Nick Milan, un abogado de los mejores de la ciudad. Se rumorea que tiene ambiciones políticas en Texas. Los Milan son una familia importante, con mucho dinero.

–Pues viene hacia aquí…

–Sí, ya lo he visto. Y no creo que quiera hablar conmigo, así que te dejaré con él.

–No te vayas –le rogó–. No lo conozco de nada.

–Sospecho que eso está a punto de cambiar.

Su amiga se fue y, al cabo de unos segundos, Claire se encontró ante los ojos más azules que había visto en su vida.

–Creo que es hora de que dejemos la fiesta –dijo él–. ¿Quieres cenar conmigo?

–Pero si ni siquiera nos hemos presentado…

–Me llamo Nick Milan. Soy abogado, estoy soltero y vivo en Georgetown. Y tú eres…

–Claire Prentiss.

–Encantado de conocerte, Claire.

–Eres muy rápido, ¿sabes? Incluso para ser abogado –ironizó ella–. Además, ¿por qué crees que estoy libre? Puede que haya venido a la fiesta con mi novio. O con mi marido.

–No, no estás casada.

–¿Cómo lo sabes?

–Lo sé porque, mientras venía hacia aquí, he notado que no llevas alianza –afirmó Nick–. ¿Y bien? ¿Te apetece que cenemos juntos?

–Lo siento, pero nos acabamos de presentar. No salgo con gente que no conozco.

Él asintió.

–Una medida tan cauta como razonable… Sin embargo, las situaciones excepcionales exigen de respuestas excepcionales, y esta situación lo es. En primer lugar, te aseguro que estarás completamente a salvo conmigo; y, en segundo, no puedes negar que te he gustado tanto como tú a mí.

Claire sonrió.

–No te andas con rodeos…

Nick se encogió de hombros y dejó su copa.

–Sé lo que quiero cuando lo veo –declaró–. Pero, si necesitas más información, te diré que soy de Dallas, que mi padre es juez y que trabajo en Abrams, Wiesmand and Wooten, un bufete de Washington… La amiga con quien estabas charlando te puede dar referencias sobre mí. Jen y yo nos conocemos desde hace tiempo. Pero, pensándolo bien, será mejor que hables con nuestra anfitriona, Lydia.

Nick la tomó del brazo y, ni corto ni perezoso, la llevó hacia el sitio donde estaba la rubia y esbelta Lydia, que se giró hacia ellos y dijo, sonriendo:

–Ah, ya os habéis conocido…

–Sí, hace un momento –le informó Nick–. Necesito que le hables bien de mí, para que acepte mi invitación a cenar.

–Vaya, vaya… –dijo Lydia con humor–. Y dime, ¿qué ganaría yo a cambio de darte buenas referencias?

–No hace falta que se las des. En cierto modo, se las acabas de dar con tu actitud –intervino Claire, que miró a Nick–. Está bien, acepto tu invitación. Podrás decirme más cosas de ti durante la cena.

–Acabas de cometer un error. Ahora no dejará de hablar en toda la noche –se burló Lydia.

Claire soltó una carcajada, y Nick dijo:

–Nos tenemos que ir, Lydia. Ha sido una fiesta magnífica. Gracias por invitarme.

Nick acompañó a Claire al exterior del edificio y la llevó a un club privado donde les sirvieron un solomillo excelente. Sin embargo, ella no prestó demasiada atención a la comida. Estaba tan fascinada con aquel hombre increíblemente atractivo y carismático que se enamoró de él esa misma noche.

Más tarde, Nick la invitó a tomar una copa en su apartamento y Claire aceptó. Resultó ser un enorme y elegante piso que estaba en la planta treinta y tres de un rascacielos; pero no tuvo ocasión de admirar las vistas, porque se encontró inmediatamente entre sus brazos.

–Ha sido una velada perfecta –dijo él–. Cuando entré en esa sala y te vi, supe que te quería conocer y que me quería ir contigo.

Él inclinó la cabeza. Ella se puso de puntillas y le pasó los brazos alrededor del cuello.

Sus besos la excitaron más de lo que nunca habría podido imaginar. Se sentía muy atraída por él. Lo había deseado desde el primer momento, pero no esperaba que el deseo la consumiera de un modo tan absoluto.

Aquella noche hicieron el amor. Y él la convenció para que se quedará allí dos días enteros, todo el fin de semana.

El domingo, Nick la llevó al aeropuerto. Mientras esperaban, le dijo que volaría a Houston la semana siguiente, para tener ocasión de conocer a su familia. Claire se mostró de acuerdo y, durante varios meses, él voló a Houston para verla a ella o ella a Washington D.C. para verlo a él. Hasta que, en junio, le propuso matrimonio.

Fue una época maravillosa. Y, cuatro años después, Claire recordaba aquella noche de marzo como si hubiera sido la noche anterior.

Pero su propuesta de matrimonio había desencadenado una ruptura tan dolorosa que Claire no ardía precisamente en deseos de tenerlo otra vez en su vida. Nick Milan le había partido el corazón. Y el hecho de que tuvieran un hijo no cambiaba el hecho de que ahora estaban más alejados que nunca: él, completamente concentrado en su carrera política; y ella, cuidando de sus abuelos y dirigiendo la empresa familiar.

Miró su reflejo en la ventana y maldijo su suerte. No tenía más remedio que decirle la verdad. Nick merecía saber que tenía un hijo, Cody. Pero, ¿cómo reaccionaría al saberlo? ¿Comprendería que lo hubiera guardado en secreto durante tantos años? ¿Querría ser padre de un niño que había crecido sin él? Fuera como fuera, había aceptado su invitación a cenar; y era la ocasión perfecta para decírselo.

Entró en el cuarto de baño y, tras echar un vistazo a su indumentaria, decidió que no podía ir a la cena en esas condiciones. La chaqueta estaba arrugada, y no tenía nada más que ponerse. Pero se acordó de que había una boutique en el vestíbulo del hotel, así que bajó a toda prisa y compró unas cuantas cosas. Si le iba a hablar de Cody, quería estar tan elegante como fuera posible.

A las siete menos diez, se volvió a mirar en el espejo. Llevaba un vestido de color azul marino de manga larga y escote generoso, que combinó con un delicado brazalete y el collar de perlas que le había regalado su abuelo. No se podía negar que estaba atractiva, pero ¿se daría cuenta Nick? Solo había una forma de saberlo.