Secuestrados por las pantallas - Carolina Pérez Stephens - E-Book

Secuestrados por las pantallas E-Book

Carolina Pérez Stephens

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Beschreibung

Un libro que da cuenta de los peligros del uso de las pantallas interactivas en los niños y adolescentes, explicado y fundamentado por Carolina Pérez, quien además de estar muy presente en redes sociales, realiza charlas en colegios y suele ser consultada por los medios sobre este tema, principalmente en matinales en la televisión.

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I.S.B.N.: 978-956-12-3681-3

I.S.B.N. Digital: 978-956-12-3692-9

1ª edición: octubre de 2022

1ª reimpresión: noviembre de 2022

Diseño de interior y portada:

www.proyectografico.cl

© 2022 por Carolina Isabel Pérez Stephens.

Inscripción № 2022-A- 8949, Santiago de Chile.

© 2022 de la presente edición por Empresa Editora Zig-Zag S.A.

Derechos exclusivos para todos los países.

Editado por Empresa Editora Zig-Zag S.A.

Los Conquistadores 1700, piso 10, Providencia.

Santiago de Chile.

Teléfono (56-2) 2810 7400

[email protected] / www.zigzag.cl

El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia, microfilmación u otra forma de reproducción, sin la autorización escrita de su editor.

Diagramación digital: ebooks [email protected]

A mi padre y a mi madre, Víctor y Carmen,por haberme mostrado con el ejemplo que sepuede luchar por una mejor educación.A mis hijos Lourdes y Borja, por darme lafuerza para hacerlo todos los días.Y a mi marido, Diego, por apoyarme en todas.

ÍNDICE

Palabras preliminares

Capítulo 1Mientras más se sabe, más se duda

Capítulo 2El cerebro y el aprendizaje

Capítulo 3Vuelta a clases presenciales y salud mental

Capítulo 4Efecto de las pantallas en el cerebro en desarrollo

Capítulo 5El cerebro adolescente

Capítulo 6¿Cómo protegemos a nuestros hijos?

Capítulo 7¿Cómo les explico a mis hijos sobre esta adicción?

Capítulo 8¿Cómo guiar a los niños y niñas en el mundo digital?

Capítulo 9¿Cómo hace la industria para dejarnoshipnotizados con los aparatos tecnológicos?

Bibliografía

Palabras preliminares

Carolina, ¿cómo les quitaste las pantallas a tus hijos? Cada vez que escucho esa pregunta miro hacia atrás y agradezco la suerte que tuve de haber sido ADVERTIDA hace dieciséis años.

Yo nunca tuve que quitar pantallas porque nunca las di, nunca las entregué, porque mis profesores de Harvard me enseñaron que estos nuevos aparatos digitales “podrían” causar algún daño. En ese momento, ellos no podían decir nada hasta tener, como mínimo, diez años de evidencia científica. En ciencias, para que A cause B, tienen que pasar a lo menos veinticinco años de estudio, pero ya con diez años se puede hablar de tendencias.

Ante la duda abstente, dicen por ahí, y menos mal me abstuve, porque justo a los diez años empezaron a salir publicados papers y libros que me devoré. Leí y leí sin parar y, como cuando uno es testigo de algo que aprieta la guata, sentí la necesidad de contárselo al mundo entero. Era como sentir que esa tímida advertencia que me habían hecho en la universidad me llegaba como un tsunami sin aviso.

Lo primero que pensé fue en hacer charlas en mis tres jardines infantiles para advertir a los apoderados, quienes tenían la suerte de estar a tiempo de prevenir. Mis alumnos tienen entre dos y cinco años, edad ideal para evitar futuros problemas.

Di las tres charlas y con eso me quedé tranquila. Había cumplido con advertir, y ya podía seguir con mi vida… Hasta que un día se me acercó una mamá y me dijo: “Carolina, esto es realmente preocupante, por favor haz otra charla para invitar a mis vecinos y parientes”. Yo no le di mayor importancia, pero la hice. ¡Cuál fue mi sorpresa al ver la sala de juegos del Helsby, que tiene cien metros cuadrados, llena de gente! Y lo bueno es que creo que siempre he sido entretenida para hablar en público y logro mantener la atención de los asistentes. Estaba acostumbrada a hacer clases en la universidad, por lo que no me asusté al ver la cantidad de gente que había, estaba lleno, gente parada, varios sentados en el suelo, y todos con los ojos bien abiertos, casi sin pestañear.

Nuevamente pensé que hasta ahí quedaba todo. Pero fue la misma mamá quien me dijo: “Carolina, tienes que hacer charlas para los niños, niñas y adolescentes, a nosotros ellos no nos creen”. “Nooooooo”, le dije yo, “esta información es para adultos, no para niños”. Sin embargo, logró convencerme, me armó un grupo y me dijo que tenía todo listo para que la hiciera. Frente a ese interés obviamente no me pude negar.

Como buena educadora de párvulos necesito material concreto para enseñar. Tenía que pensar en cómo explicarles a niños y niñas de nueve años temas relacionados con el cerebro, la dopamina, los circuitos de placer y tantos otros temas complejos. En ese momento me iluminé, abrí el clóset en el que guardamos los materiales que usamos para enseñar sobre el cuerpo humano y de pronto lo vi, ahí estaba Mr. Brain mirándome a los ojos.

Jamás me imaginé que mi calavera con ojos y cerebro de plástico iba a causar tanto furor. Pero no debiera sorprenderme. Los niños y niñas, para comprender realmente algo necesitan ver, tocar y reírse, y Mr. Brain cumplía con todo eso y más. Junto a él las neurociencias lograban ser un tema cercano y ameno.

Para mí ya es un compañero, no salgo de mi casa sin él, y tanto en las radios como en la televisión me piden expresamente que lo lleve.

Y así partió esta historia, sin un plan maestro, sin una carta Gantt, fue solo el amor de mamá y de profesora que vio una advertencia y la hizo pública.

Los que me conocen saben que no soy de muchos amigos y menos aún de andar llamando la atención, pero cuando una mujer es madre, no tan solo da la vida por sus hijos, sino que también se la juega por todos los niños y niñas del mundo. Por ellos saco la fuerza, día a día, para nadar en contra de la corriente.

En un país como Chile, al pensar distinto y expresar tu opinión te arriesgas a que te excluyan. Pero menos mal durante los últimos años he leído junto a mis hijos la vida y obra de activistas y científicos como Gandhi, Martin Luther King, Rosa Parks, Marie Curie y muchos otros que con su ejemplo de vida me llenaron de entusiasmo para no caer frente a las críticas, muy duras en un principio. Pero yo sabía que las ciencias eran mi aval, mi escudo.

Pensé que tal vez en diez años más la gente me iba a escuchar, sin embargo fue más rápido de lo que esperaba, y ahora que han pasado cuatro años estoy escribiendo este libro.

Hace cuatro años, cuando mis hijos eran chiquititos y yo leía y leía evidencia científica y casos de la vida real de adolescentes que sufrían gravemente, producto del efecto de las redes sociales y de los videojuegos en sus cerebros inmaduros, se me caían las lágrimas e iba calladita, tarde en la noche, a acurrucarlos en sus camas. Veía sus caritas y me angustiaba pensar en lo que les iba a tocar si su mamá no jugaba a ponerse una capa y salía a luchar por ellos.

Hoy ya son más grandes y les está tocando lidiar con esta realidad, pero los veo empoderados, con los ojos muy abiertos. Son niños generosos, buenos amigos y además tienen un cerebro lleno de neuronas brillando. Pero no estoy tranquila con ver bien a mis hijos, quiero que todos los niños y niñas de Chile, de Latinoamérica y del mundo puedan disfrutar de sus vidas y ser un aporte para sus comunidades. Pero para esto nos tenemos que unir los adultos, los padres, las madres, los docentes, las autoridades, los legisladores, los presidentes, ¡todos!, para no caer en las redes de la industria tecnológica.

Es hora de abrir los ojos y de luchar por nuestros hijos.

Deseo que cuando termines de leer este libro te sientas con ganas de nadar en un río caudaloso, frío y contra la corriente, pero con amor y empuje. Si nos apoyamos entre todos lo vamos a lograr, lo sé.

Te invito a leer este libro con un lápiz, subraya, escribe en los márgenes, haz dibujos, hazlo tuyo y, lo más importante, ten presente que está escrito con todo mi cariño para darte fuerzas: no estás solo, podemos ir de la mano por este camino.

Carolina Pérez Stephens

En la década de los noventa muchos estados en Estados Unidos invirtieron varios millones de dólares en entregar computadores personales a todos los alumnos de colegios públicos, con la promesa de que las nuevas tecnologías lograrían que los estudiantes aprendieran mucho más y de manera mucho más entretenida.

Los profesores veían esto como una tierra prometida, donde los alumnos iban a aprender de manera mucho más rápida y eficiente un contenido que de otra forma era más difícil de enseñar. El límite era el cielo, toda la información estaría a un clic de distancia.

Todo esto en teoría sonaba muy bien: niñas y niños muy bien sentados en sus salas de clases, como oficinistas, mirando su pantalla. Los contenidos y estrategias metodológicas ya no serían responsabilidad de los profesores sino de las empresas tecnológicas que adecuarían el currículo escolar a juegos, plataformas y TIC. El riesgo estaba en que los alumnos podrían acceder a un material no apropiado para la edad y a videojuegos. Pero se les explicó a los apoderados que estos computadores tendrían todas las protecciones necesarias para que eso no ocurriera.

La historia es predecible. No alcanzaron a pasar unas semanas y muchos alumnos lograron sacar todos los filtros y seguros, y accedieron a páginas pornográficas y a videojuegos durante las horas de clases. Lo más irónico era que las compañías que habían vendido esos computadores a los colegios también eran dueñas de aquellos videojuegos a los que los estudiantes pudieron acceder y en los que gastaron bastantes dólares en comprarlos.

El estado de Los Ángeles interpuso una demanda, pero ya sabemos qué pasa con estas demandas… Y lo peor de todo es que el daño a los niños y niñas ya estaba hecho. Lo bueno es que los investigadores de diversas universidades estaban muy pendientes de lo que sucedía con esta nueva estrategia educativa, querían ver bien si los alumnos efectivamente aprendían más y mejor con computadores que con profesores capacitados que enseñaban de manera concreta y entretenida.

El resultado de estos estudios demostró no solo que los niños no habían aprendido más, sino que además de haber aprendido muy poco, muchos niños mostraban signos de depresión, angustia, estrés y pánico.Es por esto que se decidió investigar cuáles eran los efectos de las pantallas en los cerebros en desarrollo de niños y adolescentes.

Luego de veinte años de ocurrido esto en Estados Unidos, podemos traerlo a nuestra realidad. Hoy la tasa de natalidad ha bajado, por lo que la cantidad de estudiantes también, de manera que el colegio tiene que demostrar que está a la vanguardia educativa para captar alumnos, quienes son sus clientes. En las páginas web se ven muy lindas las fotos de estudiantes con tablets bajo el brazo, se ven muy ejecutivos sentados frente a sus computadores y los colegios se vanaglorian de tener redes wifi y acceso a innumerables plataformas. Además, los profesores ya no son maestros, sino que guían estos nuevos procesos.

Desde prekínder les empiezan a enseñar a utilizar las plataformas, lo que suele ser percibido como un reflejo de modernidad y vanguardia. Muchos lo ven como la educación del futuro. Solo les falta el casco de astronauta para irse a la NASA o al MIT. La interrogante que debieran hacerse los adultos es: ¿qué es lo que realmente necesita mi hijo para vivir en este mundo incierto? Hoy vivimos en la incertidumbre. Tenemos problemas políticos, económicos, climáticos y crisis sociales. Según la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), nuestros hijos y alumnos requieren de cuatro destrezas claves para vivir en este turbulento siglo XXI. Necesitan ser creativos, innovadores, resolutivos y, sobre todo, necesitan tener un pensamiento crítico. Estas destrezas no se desarrollan frente a una pantalla, a pesar de que te lo quieran vender así. Para desarrollar el pensamiento crítico es necesario leer, debatir, conversar con los compañeros mirándose a los ojos, ver obras de arte para imaginar, reflexionar y dar una opinión con fundamento. Y por sobre todo en esta época de las fake news, es fundamental que nuestros niños duden.

Esto se puede ir practicando con ellos desde que son muy pequeños, solo basta preguntarles el porqué de algo. ¿Por qué las chinitas tienen puntos negros, qué crees tú?, ¿busquemos información en un libro?, ¿veamos un documental sobre insectos?, ¿te gustaría dibujar otros insectos?, ¿hagamos una manualidad con rollos de papel higiénico? Esto implica darse el tiempo de conversar con los hijos y con los alumnos, y hacerlos partícipes de una reflexión. Tiempo, algo que la gente cree escaso, pero no: ¡hay tiempo ahora mismo!

Muchos videojuegos los promocionan como potenciadores de la creatividad. Sin embargo, ellos mismos te entregan todo para que los niños puedan crear dentro de sus parámetros, con sus elementos y con otros que ojalá compres. Es “juega y crea solo con lo que yo te doy”. La creatividad, en cambio, necesita del ocio y del aburrimiento para poder fluir. Un niño aburrido es alguien que luego de algunos minutos irá a hacer alguna “maldad”, porque su cuerpo no está diseñado para estar quieto durante una hora sin hacer nada, necesita moverse, necesita hacer algo. Y para eso es ideal tener cajas con materiales reciclados, cajas de cartón, scotch, tijeras, ramas, hojas y cuanto cachureo uno pueda tener guardado; hasta el calcetín huacho sirve. Si a estos elementos se les suma un niño aburrido, el resultado es imaginación y obras de arte. ¿Cuántos aviones del Barón Rojo hizo mi hijo durante la pandemia? ¡Uf!, deben haber sido unos treinta, algunos hechos con palos de helado, otros con cajas de leche y otros con ramas secas de árboles. Todas esas actividades surgieron luego de un “¿qué hago ahora que estoy aburrido?”. Tiene que existir un interés, en el caso de mi hijo, era el estudio de la primera y segunda guerra mundial, los aviones, tanques y libros que leyó con su papá en las largas tardes de la cuarentena. La caja de recuerdos que tengo en la bodega cada día crece más, porque al menos yo no puedo deshacerme de esos tesoros que con tanto cariño a uno le regalan los hijos.

¿Va a ser mi hijo un ingeniero aeronáutico, un diseñador de aviones? No lo sé, ni tampoco me preocupa, yo solo estoy feliz de haberlo visto pasar horas concentrado, pensando, moviendo sus deditos, frustrándose y pasando rabias cuando algo no le resultaba. Y ahí estaba yo para ayudarlo, para calmarlo y para darle ánimo para que lo volviera a intentar. Mucho más fácil hubiera sido tenerlo frente a una pantalla para que yo pudiera trabajar tranquila, pero cuando uno más sabe, más se preocupa y se ocupa.

En muchas entrevistas, tanto en la televisión como en la radio, me decían: “Ya, Carolina, pero eso es lo ideal, en cuarentena estábamos todos colapsados y no había otra que tener a los niños con una tablet, la tele o el celular”. Pero la historia de la humanidad habla por sí sola. Si comparamos lo que nos pasa a nosotros con épocas pasadas podemos darnos cuenta de que, si bien lo nuestro ha sido difícil, a otras generaciones les tocó pasarlo diez mil veces peor y lograron sobrevivir; obviamente con miles de cicatrices, pero lo hicieron.

Sin duda no ha sido fácil, claramente me cansé más de la cuenta y tomé más café de lo recomendado, pero sabía muy bien que mis hijos son mi responsabilidad, en especial su salud mental y emocional. Dejarlos frente al televisor me iba a simplificar la vida en el momento, pero a la larga mis hijos iban a pagar el alto costo de esa tranquilidad momentánea. Como eso yo lo tenía muy claro, no lo hice.

Es por eso que es importante leer, capacitarse, dudar e investigar, para que no venga cualquiera y te diga que tus hijos se van a desarrollar más y mejor con una pantallita que contigo o con un buen profesor. Cuando los periodistas me hacen preguntas sobre este tema, yo suelo responder: “entiendo los problemas que tuvimos en las cuarentenas, pero uno siempre tiene que aspirar al ideal, aunque no lo logre. Por el amor a nuestros hijos lo tenemos que intentar una y mil veces”.

Cuando un niño o niña se aburre aparece también la innovación y la capacidad para resolver problemas, uno ve como se le ilumina la cara al decir: “Mamá, ¡voy a hacer un club para mis monitos de peluche”. Y uno se imagina cómo le están brillando sus neuronas porque está creando, buscando materiales, sacando sábanas y toallas. Acarrea sillas y bota un par de cosas para traer una mesita. Todo esto se podría considerar desorden, y se nos activan nuestras alertas: “¡tanto desorden!”, “tienes que dejar todo igual después”, “no botes nada”. Sin embargo, con eso estamos matando a la gallina de los huevos de oro. No hay nada más lindo y placentero para mí que ver el juego libre y no estructurado de mis hijos. El escuchar el “pppfff”, “haggg”, “psssss”, esos diálogos entre sus juguetes, es realmente como estar en la película Toy Story. ¡Yo realmente me los imagino!

Ese tipo de juego es un súper alimento para el cerebro humano y es lo que les va a permitir un buen desarrollo socioemocional cuando crezcan. El saber escuchar, respetar turnos, ser empático, imaginativo, resolver problemas, etc. Todo esto es clave para vivir en la incertidumbre.

Me imagino a ese mismo niño, pero ya de grande, reordenando su lugar de trabajo porque hubo una crisis. Se está reinventando, está buscando cómo solucionar varios problemas a la vez y tiene que mirar a los ojos a sus socios para llegar a acuerdos. Tiene que pensar, razonar y dar su opinión fundamentada. Todo eso lo practicó hasta el infinito en la plaza de juegos, divirtiéndose con sus hermanos y primos en el patio del colegio.

Hoy se les quiere privar de todo este aprendizaje porque una empresa dice que puede mejorar su comprensión lectora jugando videojuegos.

Mientras más se sabe, más se duda.

La gran pregunta es, ¿han traído felicidad a tu familia las pantallas? Tu hijo te podrá decir que es feliz con sus aparatos tecnológicos, pero sus pataletas, enojo y prácticas poco saludables son señales de lo contrario. Si las pantallas no están enriqueciendo tu vida familiar, entonces hay que hacer un cambio. Estamos en una era en la que debemos supervisar lo que nuestros hijos hacen y ven en el mundo digital, pero nos sentimos cada vez menos eficientes en hacerlo. Queremos confiar en lo que les hemos enseñado y queremos creer que ellos sabrán navegar en este mundo, que sabrán protegerse y respetar a los demás.

Aunque muchos quieran confiar en sus hijos este no es un tema de confianza, es una cuestión de saber si están o no preparados para transitar este mundo digital. Hay muchas diferencias entre el cerebro maduro de un adulto y el de un niño. El nuestro puede distinguir entre el bien y el mal, entre un chiste y el ciberacoso; podemos controlar nuestros impulsos y tenemos la madurez para juzgar y evaluar cómo usaremos las tecnologías. En cambio, nuestros hijos no han llegado a esa etapa todavía, ellos aún son niños.

Su cerebro es un órgano maravilloso y a la vez muy frágil. Comúnmente decimos que son esponjitas, que aprenden todo, y es así, los niños tienen una ilimitada capacidad para aprender lo bueno, lo bonito y lo feo también. Es por eso que estos años maravillosos que llamamos infancia, tenemos que cuidarlos, no con un afán romántico, sino porque son la base de ese ser humano adulto que será el día de mañana.

Es importante entender cómo funciona y cómo se va desarrollando el cerebro de nuestros hijos para así, con todo el amor del mundo, darles los estímulos necesarios para que crezcan sanos, felices e inteligentes, con la esperanza de darles una vida plena y que sean un aporte para esta sociedad.