Semiótica de la ciudad: prácticas, imaginarios y narrativas -  - E-Book

Semiótica de la ciudad: prácticas, imaginarios y narrativas E-Book

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¿Puede la semiótica estudiar la ciudad? ¿Acaso no es una disciplina dedicada exclusivamente al lenguaje? ¿O puede aportar algo sobre la ciudad sin repetir lo estudiado por las ciencias sociales? Semiótica de la ciudad es un esfuerzo colectivo que busca responder a estas preguntas tomando como punto de partida al espacio urbano como un texto, un tejido y un testigo de la producción de sentido. Alejándose de las miradas desde afuera y desde lejos, los trabajos aquí reunidos se aproximan desde la gastronomía, la percepción de inseguridad, los ritos funerarios, las letras de las canciones, el cine e incluso las caricaturas, siempre con el objetivo de examinar desde cerca y desde adentro, concentrándose en los detalles que permiten dar forma a la vida en la ciudad. Así, este libro no solo brinda una metodología de análisis al estudioso del espacio urbano, sino que también invita al lector a mirar con y como el semiotista; es decir, como alguien que se aproxima a la manera del experto y del amateur, quien se especializa y el que, etimológicamente, es el amante de los signos, de las ciudades y del sentido.

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Semiótica de la ciudad: Prácticas, imaginarios y narrativas

Elder Cuevas-Calderón y José Enrique Finol (Editores)

Cuevas-Calderón, Elder.

Semiótica de la ciudad: prácticas, imaginarios y narrativas / Elder Cuevas-Calderón y José Enrique Finol (Editores). Primera edición digital. Lima: Universidad de Lima, Fondo Editorial, 2022.

199 páginas: ilustraciones.

Incluye referencias.

1. Ciudades. 2. Vida urbana. 3. Semiótica. I. Finol, José Enrique. II. Universidad de Lima. Fondo Editorial

307.1216

C93         ISBN 978-9972-45-582-7

Semiótica de la ciudad: prácticas, imaginarios y narrativas

Primera edición impresa: noviembre, 2021

Primera edición digital: febrero, 2022

De esta edición

© Universidad de Lima

Fondo Editorial

Av. Javier Prado Este 4600

Urb. Fundo Monterrico Chico, Lima 33

Apartado postal 852, Lima 100, Perú

Teléfono: 437-6767, anexo 30131

[email protected]

www.ulima.edu.pe

Diseño, edición y carátula: Fondo Editorial de la Universidad de Lima

Imagen de carátula: Fondo Editorial de la Universidad de Lima

Versión e-book 2022

Digitalizado por Papyrus Ediciones E. I. R. L.

https://papyrus.com.pe/

Teléfono: 51-980-702-139

Calle 3 Mz. D Lt. 15 Asoc. Las Colinas, Callao

Lima - Perú

Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier medio,

sin permiso expreso del Fondo Editorial.

ISBN 978-9972-45-582-7

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú n.o 2022-00495

Índice

 

Prólogo: Miradas semióticas al palimpsesto

Elder Cuevas-Calderón y José Enrique Finol

Ciudades, migraciones y gastronomías emergentes: de la materia alimentaria a los procesos de significación

Simona Stano

Injusticia espacial: entre la seguridad y la reconfiguración del espacio. Dispositivos de seguridad en tres estratos socioeconómicos de Lima

Lilian Kanashiro y Elder Cuevas-Calderón

Ritualización y espacio urbano: ruptura y subversión simbólica en un velorio popular

José Enrique Finol

Configuración discursiva del espacio urbano y los afectos en las letras de tango

María Isabel Filinich

Signos constructores del imaginario musical-visual y literario de Montevideo: 1984-2014

Fernando Andacht

Escritura e imagen: Bogotá y sus formas de escribir(la)

Vladimir Núñez Camacho

Formas de vida en la comici(u)dad: construcción del espacio a través de las historietas

Óscar Quezada Macchiavello y Elder Cuevas-Calderón

Datos de los autores

PRÓLOGO

Miradas semióticas al palimpsesto urbano

Elder Cuevas-Calderón y José Enrique Finol

CallesMe persigueun dios muerto

Alfonso Cisneros Cox

¿Qué es una ciudad? ¿Una máquina para vivir? ¿Un organismo? ¿Una red? ¿Un fenómeno económico? ¿La base material de una sociedad? ¿Una colmena o una madriguera de y para humanos? Aunque estas preguntas, en su pluralidad, parecieran buscar una definición, en realidad nos ubican ante la problemática que aborda este libro: ¿Cuál es el aporte de la Semiótica para el estudio de la ciudad?

Aunque se podría enumerar una larga lista de áreas de pesquisa que tienen como objeto a la ciudad, que van desde la etnología, la sociología, pasando por la urbanística, la arquitectura y la planificación del territorio, entre otras, el reto se hace aún más evidente. ¿Qué puede ofrecer la Semiótica que no sea una réplica de las aproximaciones ya existentes?

Una tarea más que compleja, ya que la ciudad es materia de interés tanto del claustro académico, como lo es también de los municipios, los talleres de pintura, los círculos literarios, los departamentos de marketing, los divanes de los psicoanalistas, todos tratando de estudiarla, representarla, interpretarla, narrarla, predecirla o diagnosticarla. Una miríada de enfoques y posibilidades de lectura que hacen aún más profunda la pregunta sobre el lugar de estudio desde la Semiótica. ¿Puede, entonces, la Semiótica convertirse en disciplina autónoma del resto de enfoques?

Barthes (1985) sostenía que, para esbozar una Semiótica de la ciudad, el semiólogo (el especialista en signos) debía ser, a la vez, geógrafo, historiador, urbanista, arquitecto, y probablemente psicoanalista. Lejos de apelar o de buscar un analista “mil oficios”, su invocación es por un especialista en signos, un lector, alguien que se aproxime como un amateur, aquel amante de los signos, de las unidades, de las sintaxis cuyos significados son imprecisos, recusables e indomables. Para Barthes, la pertinencia de la Semiótica se deriva de una postura que entabla una relación con el espacio urbano, no solo como habitante (pasivo) sino también como ciudadano (activo) que escribe el texto de la ciudad. Sin embargo, ¿no es una aporía postular a la ciudad como un texto? ¿Algo cerrado y terminado que es más objeto de los estudios literarios o de la lingüística?

La crítica se hace evidente, aún más, cuando las disciplinas que comprende el saber del amateur afirman que la ciudad no es un enclave sino una fuerza, un movimiento, un flujo, un cambio constante y no un cadáver. En ese sentido, pugnar por una ciudad-texto parecería una aporía (a-poros), no solo por su inviabilidad lógica, sino porque carecería de pasajes (poros). Sin embargo, nada más ajeno a la premisa Semiótica.

Hay un dios muerto que persigue a la Semiótica, y es el estigma de abocar sus intereses a la literatura, la tradición oral, el cine, como si fuesen textos muertos. Vale decir, una disciplina (la Semiótica) alejada de las biopsias y enfocada en las necropsias; y cuyo método de estudio es la lingüística. Si bien es innegable reconocerle su aporte, y base fundante de la que parten los estudios semióticos, no debemos perder el horizonte que postulaba Greimas (1966): “no se trata [de construir el método semiótico a base] de préstamos de métodos [lingüísticos]… sino de actitudes epistemológicas” (p. 6). Si la Semiótica toma el texto con procedimientos que permitan la descripción no contradictoria y exhaustiva, además de tomarlo en tanto datos que componen una totalidad no analizada, recurrir a la lingüística implica trasladar la rigurosidad del método lingüístico para abrirse campo entre el análisis lógico-matemático y la descripción cualitativa y no para imponer el método sobre el objeto que está analizando. Dicho de otra forma, no se trató de la mera incorporación de la metodología lingüística a modo de préstamo de métodos, sino en tomar una base o una inspiración epistemológica en la que existe cierta transposición de i) modelos y de ii) procedimientos heurísticos. Razón por la cual, este tipo de propuesta se volvió fecunda en la reflexión de la filosofía (Merleau-Ponty), la antropología (Lévi-Strauss), el psicoanálisis (Lacan), y la crítica cultural (Barthes) durante los años sesenta, década en la que el catalizador de todos estos autores y de todas estas ciencias humanas fue lingüística1. Por tanto, retomemos la pregunta: ¿puede la Semiótica ser una voz independiente o es una voz subsumida?

Nuevamente recurrimos a Greimas (1966) para entender la línea de investigación de la Semiótica: el quehacer semiótico es focalizarse en el sentido de las actividades humanas y de la historia. El mundo humano nos parece definirse como uno de la significación, ya que solamente puede ser llamado o entendido como mundo humano en tanto significa algo. A diferencia de las ciencias naturales que se preguntan qué cosas son el hombre y el mundo; las ciencias humanas se interrogan qué es lo que significan el hombre y el mundo (p. 5). En ese marco, podemos entender que Merleau-Ponty hacía Semiótica de la percepción; Lévi-Strauss, Semiótica del rito, del mito y del parentesco; Lacan, Semiótica del inconsciente; y Barthes una Semiótica de la cultura y la literatura. Por consiguiente, la Semiótica está en todo intento en el que las preguntas sean formuladas en torno al qué significa y no al cómo son. Por ello, si la Semiótica se apoya en la metodología lingüística, no es para restringirse al estudio de todo a lo que esta última le competa, sino para que, a partir de ella, se articule un camino interpretativo teórico-metodológico.

Así debemos corregir nuestra pregunta, y no tanto cuestionarnos por si la ciudad es un texto, encorsetado en el metalenguaje lingüístico, sino, como observaba Volli (2008), nuestras inquietudes deben versar sobre la pertinencia del modelo textual a los objetos complejos que nuestra cultura llama ciudad (sea en el presente o en el pasado). Sin embargo, para poder corregir la pregunta debemos entender la complejidad del texto, lo que va más allá de sindicarlo como una totalidad no analizada (Hjemslev, 1980, p. 19).

¿CÓMO ESTUDIAR UNA CIUDAD-TEXTO?

Greimas (1976a) afirmaba que el texto es tan opaco como transparente para el semiotista. Una doble acepción que recoge Volli (2008) para plantearlo como textum (tejido complejo compuesto de personas, cosas, historias de vida, medios de producción y de habitación) pero también como testis (testimonio transparente del pasado que perdura y continúa llevando el sentido más allá del momento en el que fue producido). En ese sentido, siguiendo a Greimas (1966), el estudio de la ciudad se inscribiría como aquel que se realiza bajo la perspectiva de las ciencias humanas y, por consiguiente, se pregunta por los procesos de significación que en ella ocurren y discurren.

Así entendemos que la ciudad no es un fenómeno natural (como las montañas o las islas) sino un fenómeno social e histórico, fruto de la actividad humana dependiente del pensamiento, de las creencias, de las ideologías, como también de los intereses o las voluntades de poder que la dotan de sentido. Así debemos ampliar el término ciudad-texto para entender cómo el texto deviene en la urbanidad texto-urbano, donde se inscriben los signos de orden visual, auditivo, táctil, gustativo, olfativo que por lo general son entendidos como componentes orgánicos invisibles, que son dados por descontados pero que son dispositivos de comunicación que dan cuenta de cómo el tejido es testigo y el testigo es tejido del efecto de sentido que produce la ciudad. El texto-urbano no está compuesto solo de las edificaciones, sino también de la pulcritud o suciedad que pueda haber en ellas, o del parque automotor, sino también de las reglas (implícitas) en el modo de conducir, en las zonas amuralladas simbólica o físicamente que determinan el ingreso a una zona, que puede ser la más exclusiva como también a la más peligrosa de la ciudad. En breve, no es solo un autor produciendo algo para que signifique; también los modos de apropiación, conjugación, combinación y reproducción que se hace en la ciudad devienen textos.

Entender desde la Semiótica a la ciudad como texto-urbano implica traducir el mundo de los sentidos, bajo una descripción cualitativa, a los efectos de sentido que producen. Por eso, siguiendo a Volli (2008) y Marrone (2017), los textos urbanos son relevantes en la vida social no solo por lo que son materialmente sino por su capacidad de rebautizar y renombrar algo más allá de sí. Por ello, ambos autores respetan el adagio de Greimas (1976b) que estudiaba cómo las superficies devenían espacios, por lo cual, suelen contener más información que su materialidad pura. Al estudiar el devenir espacio, estudiamos algo que nos da más información de sí mismo (Hammad, 2006), estudiamos también cómo nosotros hemos pensado, proyectado, construido o vivido, cediéndole sutilmente ideas e ideologías que no le competen (Marrone, 2013). Estudiar la producción del texto urbano implica suscitar o dejar actuar un nivel semántico, un plano del contenido que actúa de manera no casual, no puramente psicológica y asociativa, pero convencional, normada y regulada en las “mentes” de las personas.

En ese sentido, empezamos a vislumbrar la pertinencia de la Semiótica y su modelo de análisis textual, frente a la primacía de leer las ciudades solo en clave del habitar, producir, intercambiar mercancías, densificación poblacional y circulación de materiales necesarios para su existencia, ritualizaciones de lo sagrado y lo profano. Analizar en tanto modelo textual implica poner entre paréntesis estas predilecciones a la hora de estudiar la ciudad. Sin embargo, una pregunta sigue quedando suelta: ¿cómo estudiar la ciudad texto-urbano?

Para eso, debemos concentrarnos en la capacidad y las modalidades específicas de comunicación. Es decir, focalizar nuestra mirada en el efecto de sentido que ejerce el que habita una ciudad, pero también que es ejercido en él, no solamente a través de sus vínculos físicos (como muros, barricadas, calles, avenidas) sino también a través de las obligaciones, prohibiciones, permisiones, reglas de circulación. En síntesis, para estudiar a la ciudad como un texto urbano, es necesario entender que no nos restringimos (como semiotistas) al estudio de la ontología sino también nos abocamos al de las relaciones. Si retomamos la premisa de Barthes (1985), la ciudad es un teatro de acciones o ambientes comunicativos densos, continentes de contenidos, semánticamente ricos. Sin embargo, la propuesta de Barthes nos vuelve a plantear otra interrogante: ¿Solo por acoger y generar comunicación la ciudad se torna un texto?

A fin de no generar dudas, debemos establecer ciertos acuerdos. En principio, los textos discutidos son soportes, objetos que presentan una superficie de inscripción, que si no son usados subsisten, pero vacíos de sentido actual. Por eso, debemos resaltar que las ciudades no son meros recipientes para ser llenados (de sentidos), sino son flujos, movimientos, umbrales, escrituras y reescrituras, polifonías de sentidos estrechamente complejos y continuamente modificados; en pocas palabras: un palimpsesto. En efecto, el espacio urbano es un palimpsesto porque, como bien dice Leone apoyándose en Peirce

[…] el hecho mismo de cruzar una calle implica un enredo de signos indexicales, icónicos y simbólicos de varios tipos, continuamente entrelazados en cadenas semiósicas de topología compleja: la morfología de la calle en relación con el tejido urbano ya representa un conjunto de signos visuales, espaciales y proxémicos que determinan las modalidades de los flujos urbanos. (2015, p. 136)

Es hora entonces de replantear al amateur de Barthes, enamorado de los signos, para demostrar que su “verdadero” amor eran los efectos de sentido producidos desde, en y para las ciudades. Tal vez ahora podamos comprender con mayor amplitud que su invocación no era, como advertimos antes, a un científico mutidisplicinario si no la exhortación a aproximarse desde la mirada del curioso, del principiante, que más que explicar busca leer los efectos de sentido que se imprimen en las cartografías urbanas, el diseño de los planes urbanísticos o en la forma de la concepción arquitectónica de las casas, plazas, avenidas, calles, monumentos, etcétera. Ese amateur que quiere rescatar Barthes es finalmente un lector vanguardista de un “poema”, que está más preparado para leer que para diagnosticar y que, al menor cambio de un signo, sabe que se enfrenta a un nuevo poema.

En este punto se torna evidente cómo la noción de texto urbano se aproxima a la categoría de espacio propuesta por Lefebvre (1974). Sin embargo, ¿no era antagónica su categoría frente a los matemáticos, filósofos y los semiotistas?

¿CÓMO ESTUDIAR EL ESPACIO EN EL TEXTO-URBANO?

Entendamos que Lefebvre escribe La producción del espacio casi a mediados de los años setenta, luego del Mayo del 68, y en medio de un círculo intelectual francés en el que trabajar en el estructuralismo era más una acusación que una adhesión a un corriente de pensamiento. A su vez, es importante resaltar que el libro señalado es aquel que le da forma a todo lo que había publicado años atrás. Por eso, aparecen con mayor claridad las líneas de pensamiento, las disciplinas y los modos de concebir el espacio de los que Lefebvre quería deslindar.

Así podemos entender el sentido que guía la escritura del Plan de la obra (Lefebvre, 1974, pp. 7-81) y que no es más que un resabio del viejo adagio que repetía cadenciosamente que “las estructuras no bajan a las calles”. Con esa consigna en mente, afirma que “en esta escuela cada vez más dogmática [haciendo referencia a la semiología] se comete un sofisma fundamental por el cual el espacio de origen filosófico-epistemológico se fetichiza y lo mental envuelve a la esfera social con la física” (p. 12). Entendemos que a Lefebvre le incomoda que lo mental se superponga a la realidad empírica o, dicho de otra forma, su discrepancia versa en el modo de aproximación de la semiología, cuyos análisis —según el autor— se quedan en el discurso sobre el espacio y la descripción de lo que existe en el espacio, excediendo con ello, al conocimiento del espacio.

Por eso, Lefebvre acusa a la semiología de transferir al espacio mental buena parte de los atributos y propiedades del espacio social; para dicho autor, la descripción resultaría más bien un ardid para desvirtuar la producción de un espacio y convertirlo en una predicación abstraída, sin contacto con los procesos sociales, ni mucho menos, con apoyo empírico.

Aunque es fácil criticar a Lefebvre, desde casi medio siglo después de haber sido escritas dichas líneas, démosle crédito y entendamos su lugar de enunciación. Es 1974 y, más allá de los textos de Kristeva, Barthes y Greimas, la lectura que tiene Lefebvre sobre la Semiótica se reduce al “dios muerto” que mencionamos al comienzo de este trabajo.

Para contextualizar, recordemos que Greimas tenía ya publicados tanto Semántica estructural (1966) como Del sentido I (1970); de modo que el desarrollo de la teoría greimasiana aún está en proceso, razón por la cual, a los ojos de Lefebvre parece que todo análisis estuviese destinado a una descripción lingüística; sin embargo, es una lectura apresurada.

No solo se necesita la mirada deductiva, ante el riesgo de caer en la sola descripción de la data cualitativa, sino también el aporte lógico-matemático. Aunque algunos lectores apresurados acusan a Greimas de positivista ante tal movimiento; tanto en Semántica estructural como en Del sentido I queda claro que el modelo semiótico (y no el semiológico) también precisa de una mirada inductiva. Dicho de otro modo, no solo es la mirada desde lejos y desde afuera —que sería la mirada, predominantemente sociosemiótica de Landowski (2007, 2009)—, también precisa de una mirada desde cerca y desde adentro —que es la mirada de Marsciani (2007)—. Es decir, no se trata solo del estudio de las sociedades sino de las comunidades que allí se forjan; no es solo la mirada del geógrafo o del urbanista, también precisa examinar y combinar la espacialidad representada y descrita con la vivida, siendo estas ni obvias ni evidentes. Allí radica la mirada de la Semiótica.

En ese sentido, las miradas de Lefebvre y Greimas resultan compatibles, ya que desarrollan su trabajo entre el nomos (las fuerzas que reprimen y predican al individuo) y el telos (la potencia del hombre de liberarse). Por eso la trialéctica clásica de Lefebvre (espacio vivido, espacio concebido y espacio percibido) no es, como en principio pensaba el autor, contraria o ajena a la epistemología Semiótica; ambas están obsesionadas con algo: el sentido que guía a la producción del espacio. En síntesis, el texto urbano que hemos postulado como objeto de estudio de la teoría Semiótica toma como base la producción del espacio, en tanto ambas están obsesionadas con analizar qué efectosde sentido producen a nivel social, comunal e individual.

Inextricable tal vez sea el mejor adjetivo para definir el pantano en el que se abre paso la teoría Semiótica. Es frecuente que en el habla popular se defina a las ciudades como caóticas, desbordadas e incluso indomables. Parafraseando a Saramago (2002), si el caos es un orden por descifrar, este tipo de adjetivos son, por lo general, el llamado de la Semiótica, para la cual el caos es un orden por describir, analizar e interpretar.

Por eso, es necesario evidenciar las estrategias que en el texto urbano cambian, pero también, evidenciar aquellas que se oponen a los cambios y que buscan postular una homogeneidad. Así, persistencia y cambio conviven, la ciudad puede aparentar trazos irreconocibles, pero tiene la capacidad de mantener juntos sus propios pasados y aparece como un conjunto sincrónico.

Según Marrone y Pezzini (2006), categorías como interno/externo y centro/periferia o conceptos como frontera, zona y confines pueden ser los instrumentos analíticos para reconstruir los mecanismos de esta dinámica de generación de diferencias y similaridades al interior del espacio físico. Por consiguiente, se trata de analizar procesos concretos de espacialización aplicados no solamente a espacios representados sino a espacios culturales (y culturizados), vividos y practicados.

En ese sentido, la Semiótica analiza tanto los espacios geométricos como los espacios antropológicos, la predicación como la apropiación, ya que el estudio de estas prácticas se enmarca en un estudio etnográfico de los actos de atribución de sentido; es decir, en el modo en el que grupos o individuos atraviesan su corporeidad, semantizando los espacios, asumiendo, transformando o inscribiendo valores en ellos; un complejo entrecruzamiento de las formas arquitectónicas (Hammad, 2006) y las formas de vida (Fontanille, 2017).

Así, la Semiótica se abre paso en un pantano ya que su indagación acerca de la ciudad implica analizar un texto escrito a varias manos, donde se inscriben, chocan y cohabitan proyectos de vida, cosmologías y deseos de varios actores, individuales y colectivos. Estos son solo unos cuantos ejemplos de grandes reescrituras políticas en el palimpsesto urbano, en el que se atraviesan las simplificaciones o las regulaciones de la semiosis arquitectónica. La imagen de la ciudad parece modelarse en las exigencias de los múltiples poderes que buscan imprimirle su propio rostro. Pero estas estrategias son puestas en crisis frente a contraestrategias y contrapoderes, tácticas subjetivas de los individuos. O, dicho de otro modo, la Semiótica no se encarga solo de analizar la (bio)disciplina que se ejerce en el espacio sino, también, las artesdel hacer, que van desde la enunciación al caminar hasta las formas de percibir o, como entendía De Certeau (1990), enfocar el análisis no solo en los fenómenos sino en las formas de empleo, estudiar no solo la cosa sino también qué se hace con ella. Si ya sabemos que desde la Semiótica no nos ocupamos, como en otras disciplinas, de su vida más funcionalista o predicativa —o, diríamos, ontológica—, nuestra función, como sostuvimos, es el análisis de las relaciones; la ciudad, el espacio en tanto relación, entre lo visible y lo invisible, entre lo brillante y lo opaco, entre el recuerdo y el olvido.

¿CÓMO ESTUDIAR LA CIUDAD (SEMIÓTICAMENTE HABLANDO)?

Hagamos un examen. Piense en el mapa de su ciudad. Ahora, tentativamente, diga cuántos distritos hay. Trate de enumerarlos y nombrarlos. Ahora contraste con el mapa. ¿Se ha olvidado de alguno? Más que culpar a un impasse memorístico empiece a preguntarse: ¿Por qué acuden a su memoria algunos distritos con tanta facilidad y otros le cuesta recordarlos o, de plano, no sabía que estaban en el mapa o incluso que eran parte de la ciudad?

Aunque este pedido pareciera apelar más a un capricho de la memoria, nos plantea nuestro primer reto metodológico. ¿Qué es lo que entendemos por ciudad? ¿Cuáles son los elementos que privilegiaremos para su estudio? Si ya sabemos que empleamos el modelo textual para abordar el estudio de la ciudad ¿Cómo hacerlo si está en movimiento? ¿Cómo poder fijarlo? ¿Cómo poder detenerlo sin la necesidad de hacer un recorte que más es un antojo del investigador que una muestra representativa para construir el corpus semiótico del texto? ¿Por dónde empezar?

Ana Claudia de Oliveira (2017) nos plantea una hoja de ruta. ¿Cómo estudiar en tanto producción de efecto de sentido, en tanto texto-en-movimiento?2 La semiotista brasileña nos propone crear un texto (en tanto tejido y testigo) de la representatividad. Claro está, siendo dicho tejido un entrecruzamiento de nodos basados en i) la representatividad mediática, los lugares cubiertos por los medios, y ii) en la invisibilidad de un punto escogido en el texto. Justamente ese que posiblemente olvidó de la ciudad. En breve, un análisis de lo que cuenta con luminosidad, pero también de aquellas partes que quedan ensombrecidas.

Así, para empezar una investigación Semiótica de la ciudad debemos preguntarnos: ¿Qué se (re)escribe en la programación de la ciudad? ¿Cuáles son los alcances de la ciudad que la vuelven oficial (léase: las rutas del trasporte público, el saneamiento de servicios básicos de vivienda, el ofrecimiento de servicios, la oferta de internet, la cobertura de señal telefónica), y cuáles son los que la invisibilizan? Por consiguiente, necesitamos, según la autora, dos movimientos iniciales.

Primero, estudiar la visibilidad. Para ello es necesario recurrir a las agendas mediáticas, las reiteraciones en las noticias, las tematizaciones, las figurativizaciones, valores opuestos en circulación en las enunciaciones de los lugares enunciados. Observe quiénes adquieren el nombre de ciudadanos y a quiénes otros se les llama pobladores, qué zonas son vinculadas con actividades específicas. Examine qué zonas son retratadas, a través de qué tipo de noticias y con qué actividades son asociadas. A su vez, qué tipo de adjetivos, tanto verbales como visuales y sonoros, acompañan a estos relatos. Deténgase en observar a quiénes se enuncia como ciudadanos, a quiénes como vecinos, a quiénes como pobladores.

Segundo, estudiar la invisibilidad. Esto es tal vez lo más difícil, puesto que implica que la Semiótica se ensucie las botas, y que la estructura baje a las calles (literal y metafóricamente). Para esto se necesita la aprehensión y la observación de los investigadores, que se tornan los cimentos para la experiencia investigativa de las prácticas de vida de los lugares. El investigador vive en acto lo que le ocurre en su estar-ahí (en la ciudad).

Sin embargo, debemos aclarar que, i) lo que se observa siempre tiene forma textual, o sea, se observa siempre al discurso que se manifiesta, ii) lo que se observa en principio nunca está predeterminado por macrocategorías sociológicas o psicológicas, iii) lo que se observa contiene los valores que determinan su significatividad (puesto que nunca observamos algo que no esté ya interpretado en la inmanencia y desde la inmanencia de sus elementos constitutivos, y iv) el valor de lo que se observa depende de la relación entre lo observado y el observador.

Analizar la multidimensionalidad del espacio urbano implica enormes retos para la Semiótica. Por eso, tanto De Oliveira (2016, 2017) como Marsciani (2007), sostienen que el observador tiene que dar dos pasos simultáneos. Por un lado, hay que reconocer que las prácticas se inscriben en una circulación siempre dotada de sentido ya articulado (en otras palabras, ya llegan impregnadas de sentido interpretado y asumido: los agentes no solo devienen, sino que actúan, y actuar es ya haber reinterpretado el sentido). Por otro lado, hay que reconocer que su demanda de inteligibilidad y explicitación determina un enfoque siempre específico y orientado sobre los rasgos saltantes detectados. En breve, el semiotista trabaja con la interpretación de las interpretaciones.

Nos recuerda Marsciani (2007) que una investigación sobre la ciudad versa sobre el “valor de sentido” que poseen las prácticas cotidianas para los miembros de una comunidad cultural, así como el valor de sentido que sus miembros atribuyen a sus respectivas prácticas, y aquel efectivamente realizado, atribuido a esas mismas prácticas en cuanto objetos observados.

Estudiar la ciudad implica emprender una investigación sobre las prácticas, las manifestaciones abiertas, dinámicas, todavía por venir, que solo se dejaron captar en acto, sostiene Landowski (2015); por lo tanto, el estudio en sus procedimientos y no en su terminación. Estudiar así la ciudad en tanto sus prácticas es, entre otras cosas, decodificar el ritmo, seguirlo, dejarse estremecer o mover (como cuando ocurre un terremoto), lo que implica aprender sus dinámicas en movimientos definidos por las prácticas, un ritmo reiterado no solo por su repetición mecánica sino por su organicidad inscrita en los flujos de vida.

Para no solo quedarnos como amateurs, hay que ir más allá de los signos. En síntesis, para estudiar la ciudad se necesita semiotizar los mecanismos y procedimientos de actuación, así como las prácticas de ambientación de los actos que ocurren y perduran en tanto prácticas de vida propias del lugar.

UN VIAJE CHAMÁNICO

Ahora bien, mucho ya ha transcurrido, desde el proyecto inicial de Greimas, hasta la fecha en la que fueron escritas estas líneas. Más allá de nombrar los avances y bifurcaciones que ha tenido la teoría desde entonces, nuestro interés es señalar cómo, al parecer, la teoría actual ha desembocado en un problema que unifica a los semiotistas en todo el mundo: el estudio de los vivientes y los modos de existencia.

El influjo de Latour (1991, 1999, 2012), Descola (2005) y Viveiros de Castro (2009) es innegable en este consenso, principalmente porque le permitieron a la Semiótica cuestionar, así como a varias otras disciplinas, que el supuesto estudio de lo social carecía, en su propuesta metodológica, de un examen sobre los componentes sociales, aislando la mirada en lo humano y excluyendo todo lo que según el pensamiento moderno catalogaba como no humano. Es decir, una mirada antropocena que transformó nuestro vínculo con lo no-humano en relaciones asimétricas de soberanía, dominación y desafección. Un proceso que, en su búsqueda metodológica, enuncia al investigador como alguien fuera (del planeta y de la naturaleza) y que erotiza las relaciones de poder (sobre lo no-humano), y en simultáneo, deserotiza nuestra relación con lo no humano.

Este giro en la Semiótica cambia las reglas del juego en torno al estudio de la ciudad. Si ya sabemos que la Semiótica ahora se ensucia las botas, a su vez, dicho principio epistemológico le propone observar a las ciudades, ya no solo como tejidos, sino como redes compuestas por humanos y no humanos. Es decir, pensar que la enunciación no es solo un mero acto lingüístico sino un anuncio que se realiza entre sujetos, cuasi sujetos, objetos, cuasi objetos (Latour, 1999).

Tímida, pero temerariamente, proponemos que el lugar del semiotista en la actualidad es más cercano al de un chamán que al de un científico. Aunque esta frase pareciera apelar a un tipo de hacer no oficial e incluso mágico; más bien proponemos usar el término chamán como lo hace Viveiros de Castro (2009). En cierto modo, el chamán es el único que puede ver la condición humana en lo no-humano, el que puede entablar un diálogo simétrico puesto que mantiene una comunicación y no procura una dominación. Sostenemos que el semiotista se acerca al chamán porque termina siendo el que se aboca a observar en la ciudad aquellos componentes que son pensados como irrelevantes, inexistentes e invisibles, que generan afectos y efectos de sentido. Pensemos en las sensaciones térmicas, en los olores, en los sonidos, además de en la visualidad, para comprender que las ciudades son realidades significantes no solo por el quehacer de sus habitantes sino también por aquellos componentes no humanos que intervienen en la producción de sentido.

Por consiguiente, estudiar la ciudad no es solo abocarse a los lugares sino también al modo cómo una comunidad organiza su propia estructura, su relación con todo lo que juzga como familiar o extraño, las relaciones intersubjetivas que la atraviesan, lo valores éticos, los valores estéticos, los valores estésicos, todo aquello con lo que sopesa el pasado y atribuye al futuro (De Oliveira, 2017).

Pero también podemos decir que el quehacer del semiotista es chamánico en tanto a la experiencia que realiza, al viaje que produce sin salir de su lugar. En otras palabras, es realizar un viaje saliendo de sí para entablar una relación de extrañamiento y cuestionamiento, más aún cuando se analizan ciudades, ya que estas cambian cuando existe una reescritura a través de la organización subjetiva. Al respecto, Marsciani (2007) con lucidez sostiene que el “hacer semiótico” es subjetivo e intersubjetivo, llega interpretado nomás, siempre y simultáneamente ya interpretado, tanto por quien actúa como por el otro. Los objetos, los espacios y los tiempos de los que trata y en los que se ejerce este hacer son objetos, espacios y ritmos tomados en la circulación de valores, matizados con la pertinencia y la tensión narrativa.

Así la posición del semiotista se alinea con las dos acepciones del chamán que hemos empleado. Con la sagacidad que caracteriza a Marsciani, entendemos que el semiotista

[…]como portador de una instancia de cientificidad (o sea, de necesario control de sus propias interpretaciones) puede entenderse como el posicionamiento de una mirada que, observando el actuar del Otro, capta y describe el modo de dar-sentido, de hacer-significar, de valorizar el mundo en el que el mismo semiotista se encuentra colocado, justamente junto al actor (en este caso, “como él”) y al mismo tiempo de frente (o sea, “para él”): observa entonces a Sí mismo como si observara a Otro, y viceversa, ambos en el mundo y ambos un mundo para cada quien. Es tan solo en un movimiento de vaivén, de casi simultáneos acercamiento y alejamiento que se puede concebir una gestión adecuada para una paradoja que se presenta insuperable: ser al mismo tiempo un objeto observable entre otros y sujeto de observación, cercano al compartir una condición común y lejano lo justo para que pueda darse su indispensable objetivación. Solo en este espacio constantemente negociado como espacio social de la interpretación, solo en el territorio que se abre por y para una práctica de donación de sentido se puede concebir una forma de cientificidad que sepa constituir en un solo movimiento, con el mismo gesto, el objeto sobre el que vierte y el sujeto que de ella se hace cargo. (2007, p. 15)

Este viaje chamánico es el que ha convocado en este libro a diversos semiotistas y lo que nos ofrecen en cada una de sus interpretaciones. Es decir, no solo la interpretación deductiva, fría, desde afuera y desde lejos, sino también la interpretación inductiva, desde cerca y desde adentro.

Así, los trabajos que son presentados a continuación buscan examinar el sentido que mueve al sentido de la ciudad, y que no solo está en su arquitectura sino también en su gastronomía, música, percepciones de inseguridad, representaciones audiovisuales, historietas y ritos urbanos.

Este libro, surgido del seminario internacional Ciudad, imaginarios y narrativas, organizado por la Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima y la Cátedra UNESCO en Comunicación y Cultura de Paz en junio de 2019 ha reunido varias propuestas que buscan ampliar los modos de analizar la ciudad desde una perspectiva Semiótica. Una forma de estudiarla puede ser desde lo que nos ofrece Simona Stano, sobre las traducciones gastronómicas, la escenificación de la nación y los préstamos con su pasado histórico a través de las experiencias narrativas y la percepción del gusto.

Sin embargo, la percepción no solo queda en materia culinaria, esta se amplía también a lo que examinan Lilian Kanashiro y Elder Cuevas-Calderón, a partir de un estudio empírico sobre la construcción de espacios seguros en los centros comerciales de la ciudad de Lima. Una práctica recurrente que ritualiza a los centros comerciales y los convierte en los nuevos espacios para hacer vida pública.

El rito, tema central en la exploración Semiótica, es abordado por José Enrique Finol, quien analiza la ritualización de un entierro en Caracas al calor del reggaetón. En dicho ensayo nos ofrece una perspectiva que nos acerca hacia una lectura que vincula la muerte con la música, en torno a la celebración.

Apostados, imaginariamente, sobre Río de la Plata, María Isabel Filinich y Fernando Andacht realizan dos trabajos sobre la música. La primera sobre la configuración discursiva del espacio y los afectos en las letras del tango, y el segundo sobre los signos del imaginario musical-visual de Montevideo entre 1984 y 2014. Ambos estudios nos muestran cómo la música es uno de los textos privilegiados que nos permiten entender qué sucede en una ciudad.

Vladimir Núñez Camacho nos ofrece una lectura sobre las escrituras e imágenes de Bogotá, y de cómo en un momento fue sindicada como la Atenas Sudamericana.

Finalmente, Óscar Quezada Macchiavello y Elder Cuevas-Calderón observan que los gritos y las referencias a la animalidad en la ciudad no son gestos gratuitos. A partir del trabajo gráfico de Quino encuentran una línea argumentativa de experimentar la ciudad como un trazo que articula el oikos y la polis.

Para concluir, el objetivo de este libro es contribuir a comprender los aspectos de la vida propia de la ciudad y de su gente, y cómo la totalidad de las partes significantes significan, formando unidades de sentido, que llevan a considerar cómo ese mecanismo propio de significar carga en él mismos modos de promover una vida más sensible en las metrópolis que siempre parecen ser anchas y ajenas.

Lima, abril 2021

REFERENCIAS

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