Servidumbre o cristianismo: El pensamiento económico de Hilaire Belloc - Alfonso Díaz Vera - E-Book

Servidumbre o cristianismo: El pensamiento económico de Hilaire Belloc E-Book

Alfonso Díaz Vera

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Beschreibung

Alfonso Díaz Vera en este libro ha expuesto magistralmente la vida y la obra de Hilaire Belloc. Para Belloc la economía, siendo relevante, no es el motor de la historia, sino una dimensión más entre las que componen el actuar humano. La economía expresa en sus instituciones y operación cotidiana, el sentido que los hombres dan a su vida.

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Seitenzahl: 385

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Colección

Instituto de Investigaciones Económicasy Sociales «Francisco de Vitoria»

Director

Rafael Rubio de Urquía

Comité Científico Asesor

José Luis Cendejas Bueno

María Lacalle Noriega

Ángel Sánchez-Palencia Martí

Félix-Fernando Muñoz Pérez

© 2024 Alfonso Díaz Vera

© 2024 Instituto de Investigaciones Económicasy Sociales Universidad Francisco de Vitoria

© 2024 Editorial UFVUniversidad Francisco de VitoriaCtra. Pozuelo-Majadahonda, km 1,80028223 Pozuelo de Alarcón (Madrid)Tel.: (+34) 91 351 03 [email protected]

Primera edición: noviembre de 2024ISBN edición papel: 978-84-10083-65-3

ISBN edición digital: 978-84-10083-66-0

ISBN edición EPUB: 978-84-10083-79-0

Depósito legal: M-24507-2024

Preimpresión: MCF Textos

Impresión: Service Point

Este texto ha sido sometido a una revisión ciega por pares.

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Esta editorial es miembro de UNE, lo que garantiza la difusión y comercialización de sus publicaciones a nivel nacional e internacional.

Este libro puede incluir enlaces a sitios web gestionados por terceros y ajenos a EDITORIAL UFV que se incluyen solo con finalidad informativa. Las referencias se proporcionan en el estado en que se encuentran en el momento de la consulta de los autores, sin garantías ni responsabilidad alguna, expresas o implícitas, sobre la información que se proporcione en ellas.

Impreso en España – Printed in Spain

Este trabajo es resultado de los proyectos nacionales competitivos de investigación titulados «Sociedad, política y economía: proyecciones de la Escolástica española en el pensamiento británico y anglosajón» (referencia FFI2017-84435-P) y «Salvación, política y economía: el intercambio de ideas entre España y Gran Bretaña en los siglos XVII y XVIII» (referencia PID2021-122994NB-I00), financiados por la Agencia Estatal de Investigación y el FEDER.

AGRADECIMIENTOS

A los directores de la tesis doctoral «Hilaire Belloc y el estado servil: una aproximación alternativa a la cuestión de la imposibilidad del socialismo», D. José Luis Cendejas Bueno y D. León Gómez Rivas, y al tutor D. Jesús Huerta de Soto Ballester.

A mis amigos Ian Cunningham, Carlos Irisarri Martínez, Elias Huber, Brecht Arnaert y Pablo Sanz Bayón por sus comentarios y consejos.

A los señores D. Francisco Gómez Camacho S. J., Mr. Joseph Pearce, D. Dalmacio Negro Pavón, D. Daniel Sada Castaño, D. Pablo Gutiérrez Carreras, D. Salvador Antuñano Alea y Mr. Bruce Caldwell, por su ayuda, amabilidad y consejos como expertos.

A las siguientes instituciones en Oxford: Balliol College, cuyos archivos pude consultar bajo supervisión de Ms. Anna Sander; Blackfriar’s Library; Bodleian Library, y Chesterton Library, en particular a Mr. William Griffiths como encargado.

Al Center for the History of Political Economy y la Rubenstein Rare Books & Manuscripts Library en la Universidad de Duke, donde pude consultar los fondos sobre F. A. Hayek en la colección The Economists’ Papers Archive.

A la UK History of Economic Thought Society, y en particular al profesor Mr. James Forder, organizador de la conferencia anual 2018 de la sociedad en Balliol College (Oxford), donde fueron presentados resultados parciales de la investigación.

A Ms. Teresa Whitington, bibliotecaria de la Central Catholic Library, Dublín.

A Mr. Christian Dupont y Mr. Andrew Isidoro, bibliotecarios de la John J. Burns Library, Boston College.

A Ms. Sarah Ons, bibliotecaria del KU Leuven University Archive.

A los bibliotecarios y personal de biblioteca de la Universidad Rey Juan Carlos, Universidad Francisco de Vitoria, Biblioteca Nacional, Banco de España y Archivo Regional de la Comunidad de Madrid.

Contenido

Prólogo

Prefacio

Introducción

I. HILAIRE BELLOC: UN ESPÍRITU CONTRA MUNDUM

II. EL CAMINO HACIAEL ESTADO SERVIL

III. EL ESTADO SERVIL

IV. PENSAMIENTO ESCOLÁSTICO Y TEORÍA ECONÓMICA BELLOCIANA

IV. BELLOC Y LA IMPOSIBILIDAD DEL SOCIALISMO

VI. EL LUGAR DE BELLOC EN LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

VII. BELLOC Y EL MUNDO ACTUAL

Epílogo: La economía, una disciplina en la encrucijada

Bibliografía

PRÓLOGO

Hilaire Belloc pertenecía a una rara especie que, hoy en día, podría considerarse en peligro de extinción. Era lo que se llamaba un «hombre de letras», un hombre que se negaba a que lo encasillaran, un hombre que se negaba a que lo etiquetaran, un hombre que se negaba a limitarse a una única especialidad. Por suerte, vivió en una época en la que aún no había triunfado la manía de la especialización; una época en la que aún no era necesario doblegarse ante los «expertos» en cualquier materia; una época que aún no había sufrido la disgregación causada por la compartimentación de las disciplinas académicas en una exclusión mutua autoimpuesta; una época en la que los filósofos aún sabían teología y en la que los historiadores aún sabían filosofía. Vivió en una época intelectualmente más próspera.

Entre sus amigos y enemigos, se contaban otros hombres de letras que también se negaban a que los encasillaran. Algunos de sus contemporáneos fueron George Bernard Shaw, Herbert George Wells y Gilbert Keith Chesterton, que escribieron sobre todo tipo de temas, desde filosofía y teología hasta historia y política. Expresaron sus ideas en ficción y no ficción, en poesía y prosa, en libros completos y en ensayos periodísticos. Para decirlo claramente, estos hombres y otros como ellos aunaron la cultura con el estimulante poder de las ideas. Intentaron cambiar la sociedad cambiando la percepción que la sociedad tenía de sí misma. Eran hombres apasionantes que vivían en tiempos apasionantes.

Como escritor de economía y filosofía política, a Belloc se lo conoce sobre todo por su apología del llamado «distributismo». Su primera incursión en el terreno de la política subsidiaria o distributiva fue «An Examination of Socialism» («Un análisis del socialismo»), escrito originalmente para la St. George’s Review en 1908, cuando aún era diputado. La Catholic Truth Society lo publicó en forma de panfleto en diciembre de 1908 y Distributist Books lo reeditó en la década de 1940 con un nuevo título, The Alternative (La alternativa). Más adelante, escribiría otros libros de filosofía económica y política, el más importante de los cuales es El estado servil.

Dado que lo que Belloc llamó «distributismo» tiene mucho en común con lo que la Iglesia católica llama «subsidiariedad», sería bueno comprender con claridad este último concepto. «Subsidiariedad» es la palabra que ahora se aplica a uno de los principios centrales de la doctrina social de la Iglesia católica. En el Catecismo, el concepto de subsidiariedad se introduce como alternativa a los peligros de una socialización inadecuada, que a su vez conduce a una excesiva intervención del Estado. En consecuencia, la doctrina de la Iglesia ha establecido el principio de subsidiariedad, según el cual «una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándolo de sus competencias, sino que más bien debe sostenerlo en caso de necesidad y ayudarle a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común». El Catecismo prosigue: «El principio de subsidiariedad se opone a toda forma de colectivismo. Traza los límites de la intervención del Estado. Intenta armonizar las relaciones entre los individuos y las sociedades».1 Más adelante, el Catecismo reitera estos principios en relación con los derechos de las familias: «En conformidad con el principio de subsidiariedad, las comunidades más numerosas deben abstenerse de privar a las familias de sus propios derechos y de inmiscuirse en sus vidas».2

La definición de «subsidiariedad» del Catecismo es una cita textual de la encíclica del papa Juan Pablo II Centesimus annus (1991), que a su vez reiteraba lo que decía el papa Pío XI en una encíclica anterior, Quadragesimo anno (1931). Los títulos de estas dos encíclicas hacen referencia a su publicación en el centenario y el cuadragésimo aniversario, respectivamente, de la encíclica del papa León XIII Rerum Novarum (1891), un innovador documento que puede considerarse el abuelo, o padrino, de la doctrina social de la Iglesia católica. Fue de la Rerum Novarum de donde Belloc extrajo las ideas e inspiración para sus escritos sobre cuestiones políticas y económicas, aunque sus obras posteriores, en particular La restauración de la propiedad (1936), también podrían haberse inspirado en Quadragesimo anno.

El credo político conocido como «distributismo» surgió de la doctrina social de la Iglesia desarrollada por Belloc y difundida gracias a la hábil ayuda de G. K. Chesterton, el padre Vincent McNabb y otras muchas personalidades. En las décadas de 1920 y 1930, la Liga Distributista se convirtió en una influyente organización política que predicaba una alternativa tanto al socialismo como a lo que podría denominarse «gran empresa» o «capitalismo monopolista», o tal vez más exactamente «macrocapitalismo» (en contraposición al «microcapitalismo» del pequeño negocio, el cual la Liga Distributista apoyaba).3 En esencia, por decirlo simple y llanamente, el distributismo buscaba la aplicación práctica del principio de subsidiariedad. En términos políticos y económicos, esto significaba que las políticas deberían tener como objetivo apoyar a las pequeñas empresas y protegerlas frente a las grandes empresas, al pequeño gobierno frente al gran gobierno, al gobierno local frente al gobierno nacional, al gobierno nacional frente al gobierno internacional, a la familia frente al Estado, etc. En lo concerniente a la dinámica de la vida política y económica, los distributistas creían que el poder debía proceder de la familia de abajo arriba, y no imponerse por parte del Estado de arriba abajo. Los distributistas sostenían que la propiedad privada, lejos de ser perniciosa como consideraban los socialistas, era una garantía de la libertad individual. El problema no era que la propiedad fuera mala y debiera abolirse, sino que una gran parte de ella estaba en manos de muy pocas personas. No se trataba de resolver los problemas de la sociedad reduciendo la propiedad privada, sino aumentándola, en el sentido de que la poseyeran más personas. Aquello suponía la síntesis de la creencia de que «lo pequeño es hermoso», idea popularizada en los años setenta por el economista neodistribucionista Ernst Friedrich Schumacher.

En 1911, Belloc debatió públicamente con Ramsay MacDonald, un diputado laborista destinado a convertirse, en 1924, en el primer ministro laborista de la historia. El tema del debate fue el proyecto de ley del seguro nacional de Lloyd George y sus posibles repercusiones. Este proyecto de ley, tan decisivo para lograr el estado del bienestar, fue bien acogido por la mayoría de los socialistas, pero Belloc lo consideró un signo de merma de las libertades individuales. Mientras que para Ramsay MacDonald el estado del bienestar suponía dar un paso hacia el Estado socialista, para Belloc no era más que un eufemismo de un Estado servil en el que todo el mundo se vería obligado a dejar su libertad en manos de los políticos a cambio de un «seguro» contra la pobreza. El debate entre MacDonald y Belloc se publicó como un panfleto titulado Socialism and the Servile State (El socialismo y el Estado servil), en el que aparecían textualmente sus respectivos discursos. Al año siguiente, Belloc recogería los argumentos que había expuesto en este debate en uno de sus libros más importantes, El estado servil.

«Voy a […] decirles a mis editores que se quejen si El estado servil, que acabo de publicar, no se reseña —escribió a G. K. Chesterton—. No gano dinero con el libro, pero quiero que se difunda».4 Evidentemente, por una carta escrita a un amigo cinco días después, Belloc había pedido a Chesterton que lo reseñara para el Daily News: «Espero que el Daily News permita a Gilbert reseñar El estado servil aunque sea un libro de un amigo, porque si él no lo reseña nadie más lo hará».5

«La influencia intelectual de The Party System [El sistema de partidos] y El estado servil es difícil de medir», escribió Victor Feske en su estudio sobre el liberalismo británico de 1900 a 1939. Y añadió:

La doble crítica de Belloc sembró la semilla de la duda en los que se llaman liberales radicales, quienes pretendían aprovechar el poder del Estado moderno para sus políticas reformistas […]. Si los argumentos de El estado servil eran correctos, todos los postulados del nuevo liberalismo se invertían: la legislación destinada a aligerar la carga de los desfavorecidos, mitigar los peores excesos del capitalismo, ampliar la participación política y reformar el Parlamento tendría, en cambio, un efecto paradójico al institucionalizar una forma moderna de esclavitud y extender el poder de la vulgar plutocracia.6

Otro académico, Michael Bentley, creía que The Party System y El estado servil habían asestado un duro golpe al progresismo y a sus entusiastas.7 Por su parte, el socialista gremial Maurice Reckitt fue más tajante a la hora de valorar la influencia de El estado servil:

No puedo expresar el impacto que me ha causado este libro, y en esto yo era tan solo uno más de los miles de personas que habían pasado por las mismas fases. Belloc argumenta, con una rigurosa convicción que ilustra poderosamente, que esa supuesta corriente socialista, de la que están tan orgullosos los fabianos por haberla incorporado al liberalismo, no conducía a una sociedad de ciudadanos libres e iguales, ni siquiera a un verdadero colectivismo, sino a imponerles a las masas, como precio por las reformas gracias a las que se iba a mejorar su condición social, un Estado servil.8

Del mismo modo, la conversión política y religiosa de Eric Gill, escultor y escritor, posiblemente se debió más a El estado servil de Belloc que a cualquier otro factor. Según el hermano de Gill, en su autobiografía inédita, Belloc «contribuyó mucho a la formación social de Eric con El estado servil».9 Gill, al igual que el hermano menor de G. K. Chesterton, Cecil, era un antiguo socialista fabiano que, debido a la influencia de los persuasivos argumentos de Belloc, se estaba alejando de antiguas influencias, como Nietzsche y H. G. Wells, para acercarse a la propuesta subsidiaria de Belloc.

Muchos años después, George Orwell elogió El estado servil por vaticinar «con notable perspicacia el tipo de cosas que [habían sucedido] desde 1930 en adelante». También elogió a Chesterton por augurar «de forma menos metódica […] la desaparición de la democracia y la propiedad privada, y el surgimiento de una sociedad esclavista que podría llamarse capitalista o comunista».10 Aunque Orwell fue crítico con el catolicismo de Belloc y Chesterton, sobre todo al referirse humorísticamente al último libro del padre Hilaire Chestnut como «propaganda católica» en el primer capítulo de su novela Que no muera la aspidistra, en los años treinta escribió que «lo que Inglaterra necesitaba era seguir el tipo de política del G. K.’s Weekly, de Chesterton».11 Ciertamente, es estimulante ver la influencia de Belloc y Chesterton en el viaje de Orwell desde el socialismo de su obra temprana hasta el distributismo oculto en novelas como Subir a por aire, Rebelión en la granja y 1984. En cuanto a esta última, cabe señalar que la parábola distributista de Chesterton El Napoleón de Notting Hill está ambientada en el futuro, en 1984, lo que, como mínimo, es una afortunada coincidencia. Por supuesto, existe una explicación más prosaica y probable para que Orwell datase su novela en esa fecha: que simplemente cambiase los números del año (1948) en que fue escrita, pero persiste la duda romántica de que el título de la novela de Orwell sea un homenaje velado a su predecesora distribucionista.

Como se ha comenzado presentando los múltiples talentos de este excepcional hombre, Hilaire Belloc, quizás debería señalarse que es más que un hombre de letras, más que un poeta, un novelista, un historiador o un político. En última instancia, merece que se lo recuerde por su colosal personalidad. En su caso, en gran medida, es el propio hombre quien insufla vida y entusiasmo en su obra. Cuando escribe en todo su esplendor, cada página destila su carisma, esa exuberancia que lo hizo famoso entre sus contemporáneos. Ya sea por su legendaria y fructífera amistad con G. K. Chesterton o por su enconada enemistad con H. G. Wells, Belloc siempre aparece como el tipo de hombre que suele describirse como excelso. En sentido estricto, por supuesto, ningún hombre lo es. Sin embargo, en el caso de Belloc, quizá más que en el de cualquier otra figura literaria de su generación, el hombre puede considerarse realmente más importante que su obra. Como tal, sus mejores trabajos son aquellos que reflejan más fielmente su personalidad. Se lo admire o se lo deteste, y se lo suele admirar o detestar más que a la mayoría de la gente, no resulta sencillo pasarlo por alto.

Joseph Pearce

PREFACIO

El libro que se presenta a continuación titulado Servidumbre o cristianismo: el pensamiento económico de Hilaire Belloc del Dr. Alfonso Díaz Vera es resultado de la investigación iniciada con su Tesis Doctoral defendida en la Universidad Rey Juan Carlos en el año 2020, sobresaliente cum laude por unanimidad y Premio Extraordinario de doctorado, y que, junto con el profesor León Gómez Rivas, tuve el honor de codirigir. La elección de Belloc y de su pensamiento económico como objetos de dicha investigación no puede ser más oportuna. El lector que ha decidido adquirir y leer este libro lo hace seguramente siendo consciente de la extrema gravedad del actual momento histórico, gravedad que percibimos especialmente en Occidente, continuidad secularizada de la Cristiandad. Los procesos de transformación de todo orden (religioso, moral, social, político y económico) que Belloc percibía con extrema lucidez a comienzos del siglo XX, no han dejado de producir frutos amargos desde entonces. La capacidad analítica de Belloc para analizar procesos históricos de largo alcance e interpretar, bajo esa perspectiva, el momento que le tocó vivir, constituye un gran aliciente para acercarse a su obra. En Belloc se unen el político, el periodista, el historiador, el economista, e incluso el poeta y escritor, todas estas, facetas de un espíritu libre donde confluyen su fe y su amor al prójimo y a la civilización cristiana.

Alfonso Díaz Vera en este libro ha expuesto magistralmente la vida y la obra de Hilaire Belloc resaltando su mutua coherencia. El autor ha entendido correctamente el lugar que ocupa el pensamiento económico de Belloc en el conjunto de su obra y, conforme a él, ha abordado esta investigación. Para Belloc la economía, siendo relevante, no es el motor de la historia, sino una dimensión más entre las que componen el actuar humano. La economía expresa, como no puede ser de otra forma, en sus instituciones y operación cotidiana, el sentido que los hombres dan a su vida y así es cómo debemos analizarla. Belloc se aproxima a la economía desde la historia, más concretamente desde la historia de la Cristiandad. Desde esta raíz inevitablemente religiosa, Belloc estudia la historia, sus hechos, ideas e instituciones: la maestra de la vida le sirve para comprender el presente e imaginar el futuro, también de la economía. Quien quiera estudiar el pensamiento económico, político o social de Belloc ha de adoptar en consecuencia idéntica perspectiva, algo que Díaz Vera entendió desde el comienzo de su investigación y que ha sabido plasmar en este libro.

Un descubrimiento fundamental del autor que sirve para situar el pensamiento económico (y político) de Belloc es el relativo a la influencia del pensamiento escolástico en su obra, apreciación ésta que no supone minusvalorar la influencia de la tradición liberal inglesa, también acertadamente considerada. Para la escolástica, la recta razón permite conocer a un tiempo el ser de las cosas y su bien. Sobre este presupuesto simultáneamente ontológico y moral, la escolástica investiga lo justo en la economía, por ejemplo, en los tratos y contratos de la Escuela de Salamanca. Este método está presente en Belloc. Como resalta el autor, el origen católico de sus ideas económicas, su presentación sistemática y el esfuerzo intelectual para actualizar y poner al día el pensamiento escolástico sobre la economía, permiten calificar a Belloc como economista post-escolástico. En esa actualización de la economía escolástica, Belloc adopta inteligentemente conceptos provenientes de la economía clásica que articula de modo innovador. Este esfuerzo teórico tiene interés en sí mismo y sirve además a Belloc como instrumento de análisis de la historia económica, lo que le va a permitir analizar coherentemente el proceso que conduce del estado servil de la antigüedad al estado servil contemporáneo.

Como Díaz Vera nos muestra, Belloc encontró en Suárez la teoría política que completaba su ideal de estado distributista por lo que, a su juicio, Suárez tenía algo importante que aportar aún en pleno siglo XX. Belloc veía en la filosofía política del jesuita español la combinación del ideal orgánico de comunidad política al modo aristotélico, con un principio de consentimiento moral que limitaba en su misma constitución las atribuciones del gobernante. Suárez trataba de evitar una teoría puramente contractualista, perspectiva bajo la cual se coexiste mediante artificios jurídicos, pero no se vive realmente en amistad política. Utilizando fuentes directas sobre Belloc, Díaz Vera pone el foco en la presencia del pensamiento político suareciano en el contexto de la represión contra los católicos y marginación ulterior que han marcado la historia de Inglaterra desde la Reforma hasta fechas no muy lejanas (la Roman Catholic Relief Act es de 1829). Acudir entonces (siglo XVII) a argumentos de autores jesuitas resultaba sumamente peligroso, ya fuera para cuestionar la facultad del rey de fijar impuestos ya, y con más motivo, para determinar bajo qué condiciones resultaba lícito deponer, por tirano, a un gobernante.

Como dijimos, el pensamiento económico de Belloc no resulta independiente del resto. Al cristianismo debemos el descubrimiento de la libertad del hombre. Descubrimiento que ha quedado plasmado en forma de instituciones nucleares de nuestra civilización como el respeto a la vida humana, el sometimiento del gobernante a la ley, no solo del gobernado, el principio de consentimiento y el poder limitado de los gobernantes: principios precisamente en los que descansa la filosofía política tardoescolástica. El ciudadano ideal que, para Belloc, sostiene este marco político es, en palabras de Díaz Vera «responsable, consciente, independiente del control de otros y con la fuerza moral que le hiciera inmune a intentos de abuso por parte de hombres más poderosos». El edificio político así dibujado precisa, para Belloc, del acceso generalizado a la propiedad por parte de las familias, especialmente a aquellos bienes necesarios que les permiten ganarse el sustento diario, los denominados medios de producción, de los cuales la tierra cultivable constituye históricamente el primero y fundamental. Sin propiedad no hay auténtica libertad política, una y otra van de la mano. En esto Belloc sigue la Doctrina Social de la Iglesia (Rerum Novarum, 1891): permitir el acceso generalizado a la propiedad por medio del ahorro constituía el mejor modo de evitar la proletarización creciente que amenazaba el orden social a finales del siglo XIX. Esto sigue siendo verdad a día de hoy.

Bajo estos presupuestos se articula la obra económica de Belloc (El estado servil, 1912; Economics for Helen, 1924; y An essay on the Restoration of Property, 1936). La tesis fundamental, de raíz histórica, del distributismo se encuentra en The Servile State, obra que fue conocida y apreciada por Hayek, entre otros destacados economistas, aunque son también de gran interés las otras obras citadas, a las que Díaz Vera presta la atención debida. Remitiendo a la lectura de El estado servil y la síntesis expuesta en el Capítulo 4 de este libro, señalemos la relación que establece Belloc entre los binomios esclavitud-pobreza y libertad-propiedad. La progresiva cristianización de las instituciones durante el medievo europeo y el acceso a la propiedad de la tierra condujeron a la constitución de un estado distributista, sistema económico que combina libertad y propiedad. La dinámica histórica ulterior que se inicia con la Reforma, especialmente en Inglaterra, dio lugar a una concentración de la propiedad agrícola mediante confiscaciones de opositores políticos y religiosos, extinción de tierras comunales, o más tarde, mediante los enclosures. En su segundo momento, la existencia de una masa campesina desprovista de tierra y empobrecida, unida al proceso de industrialización, favoreció aún más la concentración de la propiedad. La proletarización creciente y el consiguiente miedo al socialismo, promovió la legislación que sentó las bases del conocido como estado del bienestar. En los inicios de la legislación que da origen a la seguridad social en Inglaterra (National Insurance Act, 1911), Belloc veía el camino de retorno al trabajo obligatorio propio de la esclavitud pagana al establecer de hecho, en un principio, la obligación de trabajar, especialmente para los asalariados, pues el gravamen consiguiente (en aumento como se ha comprobado especialmente desde los años 70 hasta hoy) impediría el ahorro, restringiendo poderosamente la actividad empresarial, la creación consiguiente de riqueza y la formación de una base amplia de propietarios.

Como se deduce de la lectura de este libro, el distributismo no defiende la distribución de los medios de producción: no estamos, ni mucho menos, ante una reescritura cristiana del marxismo. El foco del distributismo no se sitúa donde lo hace la teoría económica marxista (precios y salarios que encubren relaciones de explotación) ni en una fiscalidad progresiva. El acceso a la propiedad que defiende el distributismo se produce como resultado de una determinada constitución del sistema económico. Del análisis histórico económico que realiza Belloc se deduce que el acceso a los medios de producción, y el grado consiguiente de concentración de la propiedad, resultan de una cierta configuración institucional que no viene dictada por la «necesidad de las fuerzas productivas». El tejido económico propio de un sistema distributista evita la concentración monopolista, ésta última siempre de la mano del favor político a través de la captura del regulador (dicho en términos actuales) y de la corrupción relacionada con la existencia de intereses oligárquicos. Un tejido económico diversificado, de elevada concurrencia, con predominio de una pequeña y mediana empresa eficiente y competitiva, permite a las familias disponer de una auténtica independencia económica así como el ejercicio efectivo de su libertad política. El distributismo insiste en la capacidad de las familias para apropiarse del fruto de su trabajo, ahorrar y consolidar un patrimonio real y financiero que poder dejar a las generaciones venideras. El distributismo no defiende la fiscalidad confiscatoria de los actuales estados del bienestar (a pesar de ello al borde de la quiebra, o precisamente por ello) sino la posibilidad efectiva de creación de riqueza por parte del grueso de la población. En este punto es interesante comparar la teoría de la empresarialidad de la Escuela Austriaca de Economía con la de Belloc (en el Capítulo 6).

A este respecto, una aportación sumamente valiosa de la investigación de Díaz Vera se encuentra en la relación que establece el autor entre la tesis del estado servil y la polémica en torno a la imposibilidad del socialismo. Imposibilidad que no se percibe en toda su radicalidad si ésta se aborda exclusivamente en términos de eficiencia económica. Siendo este argumento de suma importancia, no obstante, los presupuestos antropológicos y, en última instancia, religiosos del colectivismo obligan a enfrentar el estudio de dicha imposibilidad desde la pregunta por el sentido del todo y el lugar que corresponde al ser humano en dicha totalidad. Por ello son más que oportunas las consideraciones del autor en torno a las «religiones políticas» (Voegelin) y su relación con el concepto de «falsa filosofía» de Belloc como fundamentos últimos de los proyectos colectivistas (véase el Capítulo 7). Es así porque, tanto bajo el colectivismo como bajo el estado servil, no sólo se pierde el derecho al fruto del propio trabajo: las religiones políticas que les sirven de sustento también exigen el alma, y ya sabemos que el alma solo es de Dios. A este respecto, resumiendo la tesis de Belloc, nos dice Díaz Vera que «cuando la sociedad se olvida del mensaje de Cristo, aunque intente de buena fe mantener valores de inspiración cristiana como la solidaridad o la libertad, vuelve de manera natural al tipo de relaciones laborales características del paganismo, esto es, al estado servil».

Para finalizar, como también hace el autor, señalemos que este trabajo es resultado de dos proyectos nacionales competitivos de investigación titulados «Sociedad, política y economía: proyecciones de la Escolástica española en el pensamiento británico y anglosajón» (referencia FFI2017-84435-P) y «Salvación, política y economía: el intercambio de ideas entre España y Gran Bretaña en los siglos XVII y XVIII» (referencia PID2021-122994NB-I00) financiados por la Agencia Estatal de Investigación y el FEDER. Agradezco también al director de la colección del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Editorial de la Universidad Francisco de Vitoria, profesor Dr. D. Rafael Rubio de Urquía, su valiosísima labor y apoyo continuado a la investigación sobre los fundamentos antropológicos de la ciencia económica.

José Luis Cendejas Bueno

INTRODUCCIÓN

Hilaire Belloc (1870-1953) fue un prolífico escritor, historiador y periodista inglés. Hoy en día es recordado sobre todo por su obra narrativa y poética, pero sus ensayos sobre historia y economía constituyeron el objeto principal de su producción intelectual. Sus puntos de vista, antagónicos respecto a la historiografía dominante en su época, dieron a su obra un tono reivindicativo y a veces incluso apocalíptico. Pese a ello, el poder predictivo de sus ensayos, especialmente respecto a las consecuencias del abandono de los principios básicos de la libertad individual en beneficio del papel económico y social de los Estados, terminó siendo corroborado por la realidad en muchos aspectos. Pese al interés de sus ensayos económicos, políticos y sociales, se trata de un autor poco estudiado en estos campos, pues con contadas excepciones —como la obra de John P. McCarthy, Hilarie Belloc: Edwardian Radical (1978)— no se había realizado anteriormente una aproximación académica a su figura y su pensamiento en el ámbito de las ciencias sociales.

Esta obra es resultado de dos proyectos de investigación: «Sociedad, política y economía: proyecciones de la Escolástica española en el pensamiento británico y anglosajón» y «Salvación, política y economía: el intercambio de ideas entre España y Gran Bretaña en los siglos XVII y XVIII» (Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia, referencias FFI2017-84435-P y PID2021-122994NB-I00, financiados por la Agencia Estatal de Investigación y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional), que ha dado lugar a una tesis doctoral titulada «Hilaire Belloc y el estado servil: una aproximación alternativa a la cuestión de la imposibilidad del socialismo». Las más de 400 páginas de la tesis han quedado reducidas a casi la tercera parte, pero la obra que se presenta no es solo un resumen del trabajo de investigación realizado, expresado en un lenguaje más claro y con un formato más accesible, sino que propone y desarrolla objetivos y planteamientos nuevos, que no se intuían por parte del autor al comienzo de esta andadura, iniciada cinco años atrás. Nos referimos en particular al reconocimiento de la existencia de una verdadera teoría económica en Belloc. Pese a no ser economista por formación, el autor inglés desarrolla sus reflexiones sobre la base de un sistema coherente que tiene sus raíces en la tradición escolástica. Belloc actualiza y renueva muchos de los conceptos que los maestros escolásticos aplicaron a cuestiones económicas desde su enfoque teológico, para hacerlos aplicables a la economía del mundo que conoció desde una perspectiva más moderna y centrada específicamente en los problemas de la sociedad de su tiempo. Su visión general sobre la sociedad y su filosofía política coincidía a grandes rasgos con la de los teólogos jesuitas, en particular con la de Francisco Suárez, a quien Belloc reivindicó como el verdadero padre de la teoría del consentimiento. Al mismo tiempo, las ideas económicas de Belloc, en su originalidad, resultan relativamente avanzadas para su época debido a que toma elementos propios de la escolástica, como el subjetivismo metodológico, que habían sido obviados por importantes exponentes de la escuela clásica de economía y por los autores marxistas, dejando incluso un cierto poso de objetivismo en la teoría neoclásica. A todo ello hemos de unir otros dos elementos importantísimos en los que Belloc coincidiría con la escolástica: la vinculación intrínseca entre el bien moral y la racionalidad económica, y la necesaria interrelación entre los saberes a la hora de intentar explicar los problemas del mundo real.

La conjunción de todos estos factores, unida a la capacidad predictiva y explicativa de la obra de Belloc respecto a cuestiones como las crisis económicas o la imposibilidad del socialismo, hacen que nos atrevamos a reivindicar su figura en el ámbito específico de la economía, y que hayamos caracterizado su aportación a nuestra disciplina como «postescolástica», reivindicando así al mismo tiempo la urgente necesidad que tenemos los economistas de tomar en cuenta muchas de las contribuciones realizadas a lo largo de la historia. Solo de esta forma podrá nuestra disciplina afrontar la encrucijada en la que se encuentra en el momento actual.

Entendemos que la evidencia respecto al poder predictivo y explicativo de la obra de Belloc, reivindicada por economistas como F. A. Hayek o Wilhelm Röpke, hace preciso el estudio en profundidad de este y otros autores, cuyas contribuciones han sido a menudo obviadas. A esa misión se encomienda este modesto trabajo, esperando que sea tan solo un primer paso en una futura inserción de las teorías de Belloc y otros autores en el diálogo académico sobre la historia del pensamiento económico, sobre las cuestiones fundamentales que afronta la economía como disciplina y sobre los problemas económicos de nuestro tiempo.

I. HILAIRE BELLOC: UN ESPÍRITU CONTRA MUNDUM

«Amó a Inglaterra con todo su corazón, no como un deber sino como un placer y una satisfacción; pero lo que odió con igual intensidad era aquello en lo que Inglaterra parecía estar convirtiéndose.»

G. K. Chesterton12

Una vida tormentosa

A la hora de estudiar e interpretar la obra de un autor en el ámbito de las ciencias sociales, los hechos biográficos, en el marco de las circunstancias históricas del tiempo que le tocó vivir, pueden resultar muy relevantes. La vida de Belloc, al igual que la historia de su tiempo, estuvo marcada por hechos turbulentos. Nació una semana después de declararse la Guerra Franco-Prusiana, que supuso el saqueo de la casa familiar en Francia. Perdió sendos hijos en cada una de las dos guerras mundiales. Desde sus tiempos de juventud, su origen francés y su catolicismo, en medio del ambiente hostil a ambas identidades en la Inglaterra de finales de la era victoriana, marcaron su carácter combativo y vehemente. Este carácter tendría también reflejo en su estilo como escritor, especialmente en sus ensayos sobre cuestiones históricas, políticas y económicas.

Joseph Hilaire Pierre René Belloc nació durante la noche tormentosa del 27 de julio de 1870 en la pequeña localidad francesa de La Celle-Saint Cloud, cercana a Versalles. Hijo de un abogado francés y una escritora inglesa activista de los derechos de la mujer, la Guerra Franco-Prusiana y la convulsa situación posterior en Francia motivaron que la familia buscara refugio en Inglaterra. Su padre falleció cuando Belloc contaba tan solo dos años, y fue su madre, Elizabeth Rayner Parkes, quien se encargó de sacar adelante a sus dos hijos y darles una educación católica.

Desde su infancia, la vida de Belloc estuvo marcada por dos realidades fundamentales que imprimieron una fuerte huella en su carácter: su condición de inglés de origen francés (nunca renegó de su origen e incluso hizo el servicio militar para no perder la nacionalidad francesa) y su catolicismo. Ambos rasgos, en un entorno como el de la Inglaterra de finales del siglo XIX, contribuyeron a configurar una personalidad fuerte a partir de un carácter romántico y solitario, y a un hombre acostumbrado a desenvolverse en un ambiente hostil y capaz de defender, en ese mismo ambiente, sus convicciones de manera apasionada y vehemente.

En 1890 conoció en Londres a la joven californiana Elodie Hogan, de la que se enamoró. Al regresar esta a su país, emprendió un viaje novelesco para pedir su mano, viajando en barco a Nueva York y recorriendo Estados Unidos de costa a costa pagando su viaje y manutención ejerciendo de pintor de retratos.13 Al año siguiente hizo el servicio militar en Francia, pues era un requisito para no perder la nacionalidad de aquel país.

Cursó estudios de Historia en el Balliol College de Oxford, donde destacó pronto como brillante orador en los debates de la Oxford Union. Al terminar sus estudios, aspiró sin éxito a ingresar en All Soul’s College para iniciar una carrera como profesor universitario, debido posiblemente a su condición de católico, lo que se encargaba de enfatizar acudiendo a los exámenes con una pequeña imagen de la Virgen.14

Contrajo matrimonio con Elodie Hogan en 1896, dedicándose los años siguientes al periodismo y a la escritura. Los ingresos de sus primeras biografías y novelas, y de artículos y poemas que eran publicados con cierta regularidad, pese a ser precarios, le permitieron sacar adelante a su familia, que pronto contó con cinco hijos. De los primeros años de su matrimonio data su amistad con Maurice Baring y Gilbert Keith Chesterton. Este último no solo sería un amigo de por vida, sino que formaría junto a él un tándem literario que George Bernard Shaw caricaturizó con el apelativo de «Chesterbelloc» 15.

Su espíritu inconformista y reformista le llevó a presentarse en 1906 a las elecciones al Parlamento como candidato del Partido Liberal por el distrito de South Salford, de mayoría obrera. Tras una dura campaña en la que su origen francés y su catolicismo fueron utilizados por sus contrincantes como armas arrojadizas, lo que supo contrarrestar con su brillante oratoria, resultó elegido al Parlamento.

Su trayectoria como parlamentario resultó cuanto menos controvertida. Destacó por su oposición a muchas de las medidas del gobierno de su propio partido, particularmente a aquellas que tendían a regular las relaciones laborales o la conducta de los ciudadanos. Pero la opinión que más animadversión le valió dentro de su partido fue su oposición a la Licensing Bill y otras medidas similares destinadas a tratar de limitar el consumo de alcohol entre las clases populares y que fueron denominadas satíricamente Teetotalism.16 Como representante de un distrito obrero, encontró intolerable tal intromisión en la vida y la libertad de las personas. Pese a ello, revalidó su escaño en 1909 como candidato del Partido Liberal. En 1910 volvió a haber elecciones,17 pero Belloc renunció a su candidatura porque su partido no aceptó su exigencia de figurar en sus listas como independiente, por lo que aquel año terminó su breve y controvertida carrera política.

Su paso por el Parlamento marcó sus posteriores opiniones como periodista y escritor extremadamente crítico con los vicios de una política que había conocido de primera mano. Como coeditor de The Eye Witness junto con Cecil Chesterton, denunció en 1912 el conocido escándalo Marconi, lo que les acarreó serios problemas judiciales, además de acusaciones de antisemitismo. La crítica revista de Cecil Chesterton y Belloc se refundó como The New Witness en 1914. Aquel mismo año Belloc sufrió el durísimo golpe de la muerte de su esposa a causa de la gripe, además del comienzo de la Gran Guerra, en la que murieron, cuatro años más tarde, su hijo Louis y su amigo Cecil Chesterton. Gilbert Keith, ya convertido al catolicismo, tomó el relevo periodístico de su hermano colaborando con Belloc a partir de 1925 al frente del G. K.´s Weekly, que se convirtió en la voz del movimiento distributista. A la muerte de este en 1936, correspondió a Belloc la dirección de la revista, que pasó a denominarse The Weekly Review, así como la presidencia de la Liga Distributista.

Durante los años 20 y 30 Belloc desarrolló una intensa labor como escritor, periodista y conferenciante, siendo invitado por muchas universidades, especialmente del ámbito católico, de toda Europa y de Estados Unidos. Destinó todo el tiempo que pudo al refinamiento y difusión de sus teorías históricas, económicas y políticas, tarea mucho menos rentable que el resto de su producción literaria. Agobiado por las dificultades económicas, en 1937 viajó para ejercer como profesor visitante durante un semestre en la Fordham University de Nueva York. Siguió activo como escritor durante cinco años más.

Su salud empeoró con la noticia del fallecimiento de su hijo Peter en acto de servicio en 1941. Con esta pérdida, Belloc, testigo de una época convulsa, contaba el triste registro de haber perdido un hijo en cada una de las dos guerras mundiales. Sus últimos años estuvieron marcados por el retiro solitario en su casa de Sussex y por la enfermedad. Falleció a los 82 años, el 16 de julio de 1953, en una enfermería de Guilford (Surrey), donde fue trasladado tras sufrir un accidente en su casa de King’s Land. Su funeral fue oficiado por monseñor Ronald Knox, que destacó el compromiso de Belloc con el bien común,18 pero también incidió en el pesimismo sobre el futuro del mundo y de Inglaterra que había acompañado a Belloc en sus últimos años, no tanto por las pérdidas en el terreno de lo material, como por la profunda crisis espiritual de la que los males del mundo eran tan solo un reflejo.19 Está enterrado en el pequeño cementerio anejo a la Iglesia de Nuestra Señora de la Consolación, en West Grinstead (Sussex), junto a su mujer y su hijo Peter.

Personalidad y estilo literario

Los acontecimientos de su vida y del tiempo que le tocó vivir marcaron fuertemente su personalidad y su estilo literario. En su introducción a un libro de homenaje a Belloc, Chesterton cuenta una anécdota sobre el día en que le conoció. Cuando iban a presentarles le advirtieron de que Belloc estaba ese día «bajo de ánimos». Después descubrió que «sus ánimos bajos eran mucho más escandalosos y vivificantes que los ánimos altos de cualquier otra persona».20 Una impresión similar sobre el joven Belloc tuvo el escritor E. C. Bentley21 a la llegada del primero a Oxford, a partir de la cual, escribe, «un espíritu fresco comenzó a entrar en la vida intelectual de Inglaterra».22 Bentley menciona en concreto «su inmenso magnetismo personal, su cascada de ideas y palabras, su fervorosa oratoria, su humor exuberante e irreverente, su amor por la actividad física y la aventura (…)».23 Su amigo y también escritor J. B. Morton24 escribió de él que «su ingenio era francés, pero su humor era inglés. Amaba profundamente la belleza de la campiña inglesa, pero prefería el modo de vida francés. Su temperamento militar, su amor por la justicia antes que el orden, los procesos lógicos de su cerebro eran franceses (…) parecía un inglés vestido como francés».25

Estos comentarios sobre Belloc reflejan una personalidad caracterizada, al menos en la primera mitad de su vida, por la jovialidad, el entusiasmo por los debates y las reuniones de amigos, el sentido del humor y el interés por las cuestiones históricas, políticas y sociales. Su carácter se hizo más amargo tras el fallecimiento de su mujer en 1914 y la muerte en combate de su hijo Louis en 1918. Aquel hombre apasionado, en palabras de Karl Schmude, se veía de pronto a cargo de una joven familia que debía sacar adelante solo y «en medio de un clima mental hostil que combatir y cambiar».26 Tan solo la fe le preservaba ante las situaciones de la vida. Belloc era un hombre profundamente religioso que, como católico, veía su fe reflejada en todos los aspectos de la realidad, incluso los más difíciles de aceptar. Años después de la muerte de su esposa, escribió a un amigo que acababa de perder a su padre que «la ventaja de la Fe en esta prueba que es la vida humana es que la Fe es Realidad, y a través de ella todo cae dentro de la perspectiva correcta».27 Pese a las duras pruebas de la vida mantuvo su sentido del humor hasta el final, como refleja el que en sus últimos años de retiro en King’s Land tan solo leyese, además de sus propias obras, las de P. G. Wodehouse28 y The Diary of a Nobody29.

Para Robert Hamilton, lo más atractivo de su personalidad era su «síntesis única de escepticismo, ironía, mundanidad y fe».30 Belloc era, en palabras de Hamilton, «el menos crédulo de los hombres; y su sentido común, lógica y realismo dan fuerza a sus juicios. De su escepticismo procede su ironía, que es salvada por la fe de degenerar en cinismo».31

Su estilo literario reflejaba muchos de los rasgos de su personalidad. Según Hamilton, los ensayos de Belloc sobre historia y economía revelan su comprensión psicológica de los caminos y necesidades de los hombres, en tanto que sus textos sobre temas más livianos «reflejan la calidez de su carácter y su encanto».32 Este contraste que señala Hamilton se ve reflejado en la popularidad de su obra de ficción y su poesía en comparación con la de sus ensayos sobre cuestiones relativas al devenir de la sociedad de su tiempo. El camino que esta estaba tomando, agravado con los acontecimientos históricos que vivió, incluidas dos guerras mundiales, enojaba el espíritu tradicional de Belloc, lo cual se reflejaba en el tono enfático y apasionado de algunos de sus escritos. Para Aidan Mackey, los ensayos de Belloc se caracterizaban por «su negativa a bajar el tono de sus puntos de vista, que eran generalmente expresados con vehemencia, y su desprecio por el establishment político, social y literario de su tiempo».33 Estos factores, según Mackey, podrían haber jugado en contra de su pleno reconocimiento, tanto en su época como hoy en día, como escritor e intelectual de primer nivel.

El hombre y su obra

Belloc cultivó casi todos los géneros literarios. Sus poemas, que para muchos de sus lectores siguen siendo la parte más conocida de su obra, le valieron en su momento gran prestigio y éxito editorial. Junto a sus poemas dirigidos a un público infantil, entre los que destacan los recogidos en Cautionary Tales for Children (1907), escribió otros en los que sacó a relucir su carácter melancólico y su aguda sensibilidad, junto con su peculiar sentimiento de pérdida de una tradición y una civilización ancestral, como Tarantella o Ha’nacker Mill.

Destacó también como escritor de novelas y libros de viajes, entre los que tuvo y sigue teniendo particular éxito The Path to Rome (1902). En la Inglaterra de la época, en cuya intelectualidad se venía acumulando un cierto cansancio por las modernas tendencias amaneradas y decadentes, así como por la excesiva influencia de la visión whig de la historia del país, El camino a Roma, que narra el viaje a pie que el propio Belloc hizo a la ciudad eterna en precarias condiciones, tuvo gran aceptación, trayendo de nuevo —en palabras de Robert Speaight— «el sentido de Europa, física y espiritual, a las letras inglesas».34