Si haces lo que se te dice - José Luis del Valle Pliego - E-Book

Si haces lo que se te dice E-Book

José Luis del Valle Pliego

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Beschreibung

La novela, en forma de diario, narra la trayectoria de un individuo durante más de treinta años, y gira en torno a su vida laboral. En la primera parte, La Condensación de la Nebulosa, el protagonista tiene todo por delante, como las estrellas cuando dejan de ser nubes de gas para condensarse y empezar a generar luz y energía. La segunda parte, La Secuencia Principal, es una fase de estabilidad, aunque con altos y bajos, donde se muestra cómo el joven protagonista acaba siendo un referente y consigue una reputación en la empresa a raíz de pasar por distintas áreas. La última parte, Enana Blanca, Enana Negra y Colapso, se circunscribe dentro de los años de la crisis que afectó a todo el mundo a partir de 2010, refleja cómo los parámetros que hasta ahora habían regido la vida de los empleados y de las propias empresas dejarán de tener valor. Nada perdura para siempre; cuando las estrellas agotan su combustible, algunas colapsan, dando lugar a lo que se conoce como enana; otras explotan en lo que se conoce como supernova, generando quásares o agujeros negros.

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Cubierta y diseño editorial: Éride, Diseño Gráfico

Dirección editorial: Ángel Jiménez

Edición eBook abril 2023

Si haces lo que se te dice

© Juan Luis del Valle Pliego

© Éride ediciones, 2023

Éride ediciones Espronceda, 5 28003 Madrid

ISBN: 978-84-19485-54-0

Diseño y preimpresión: Éride, Diseño Gráfico

eBook producido por Vintalis

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Juan Luis del Valle Pliego nació en Madrid en 1964.

Durante más de treinta años trabajó en una empresa vinculada al sector bancario. Desde muy joven encontró en la escritura una manera de expresarse y de evadirse a un tiempo. Ser declarado ganador del modesto certamen que convocó su empresa con motivo de su primer cuarto de siglo, le permitió, además de recibir por vez primera algo de dinero por hacer algo con lo que disfrutaba, asistir a un curso de relato breve en la desaparecida «Escuela de Letras».

Autor de numerosos cuentos inéditos, en diciembre de 2017 la empresa para la que trabajó durante algo más de tres décadas le despide, al mismo tiempo que, por puro azar, es inscrito en un curso de Escritura Creativa por su mujer y su hija, a modo de regalo de Navidad, circunstancia que aprovecha para continuar activo y mejorar en algo que siempre le atrajo. La escritura le sigue gustando, como siempre, pero por primera vez en su vida, el autor cuenta con el tiempo y las herramientas necesarias para contar una historia larga. Así surge esta narración, un relato ficticio, aunque basado en la experiencia del autor, en el que, en forma de diario, nos cuenta su experiencia vital, con un enfoque centrado en lo laboral, a través del cual veremos como el mundo laboral en el que el narrador comenzó a trabajar, poco tiene que ver con el que nos cuenta treinta años después.

A mi mujer y mi hija, pilares durante estos años agridulces. A mis padres, que se fueron pensando que todoestaba bien atado. A la madrina, que me enseñó a mirar muy lejos. A Saturnino, que me animó sin descanso. Atodos los que han compartido partes de sus vidas en eso que llamamos trabajo.

Prólogo

La historia en forma de diario que estás a punto de acometer narra la trayectoria de un individuo durante más de treinta años de su vida, y gira en torno a su vida laboral. Al comienzo, el protagonista arranca con la ilusión del que todo lo tiene por delante. Transcurre la década de los ochenta del siglo pasado. El neoliberalismo se hace sitio en el mundo, aunque está lejos de alcanzar el dominio que logrará con los años. El joven protagonista de esos primeros años confía en el sistema. El trabajo y una cierta preparación son las llaves del éxito. Eso piensa porque eso es lo que le inculcaron. Pronto se dará cuenta de que el camino no es fácil. Las circunstancias del tiempo que le toca vivir en la madurez acaban de cincelar el pensamiento del protagonista hacia el descreimiento. Todo es un gran engaño. A través de sus apuntes, nos muestra el mundo laboral que vive y cómo cambian las condiciones en un ambiente que cada vez resulta más impersonal y donde todo parece tener un único objetivo: el beneficio económico de la empresa a corto plazo que justifique los incentivos que cobran los directivos.

I. La condensación de la nebulosa

13 de octubre de 1985

El sexto reemplazo del ochenta y cuatro se licenció por fin. No me entregan la blanca, pero he visto como el teniente firmaba las cartillas y el furriel las sellaba. Vuelvo a casa como cabo primero, lo que, aparte de reincorporarme como sargento en caso de guerra, no sé si sirve para algo. Bueno, sí sirve. Solo barrí y fregué los primeros meses. El lejía insistía para que me reenganchara, pero no marco más el caqui. La tarde del último día tomamos unas cañas todos los primeros, los que se quedan y los que nos vamos. Buen rollito.

Felipe se escaqueó de pagar. Será difícil que nos volvamos a ver.

6 de noviembre de 1985

La oferta dice que hay que trabajar de lunes a sábado, de diez a ocho. El sueldo es de ochocientas mil pesetas al año. Marbán, la librería médica cercana a la Plaza de Cristo Rey no sería un mal comienzo. Me gustan los libros, está al lado de la Universidad y queda relativamente cerca de casa.

Voy hecho un pincel. Me reciben bien. Me dan a colocar libros. Pan comido. Estoy harto de colocar libros en Noviciado. Luego, me mandan buscar uno que encarga un cliente. Fácil. Y, por último, he de atender una llamada de alguien que encarga un volumen que no tenemos. Me quedo parado mientras pienso. Le tomo nota del pedido y quedo en llamarle cuando lo tenga. Mal. Reacciono tarde. He de mejorar mi actuación al teléfono. Me despiden bien y me dicen que me llamarán. ¿He llamado yo al cliente que encargaba la tesis doctoral de nefrología del doctor Valderrábano? Pues ellos tampoco me han llamado a mí.

7 de enero de 1986

Las oposiciones no son demasiado difíciles, si de lo que se tratara fuera de aprobar. Pero la cuestión es que hay muy pocas plazas para la ingente cantidad de peña que se presenta. En cultura general, Pitagorín no tiene ningún problema. Tampoco en biblioteconomía. Ni en inglés. La cosa está en tocar la Olivetti como Rubinstein toca el piano. La mecanografía me mata.

12 de febrero de 1986

Mis amigos me quieren enjaretar a una niña para que, como ellos, esté emparejado. Y yo no quiero. Estoy muy a gusto como estoy. Saliendo cuando quiero y entrando cuando me da la gana. Sin compromiso. Y sin ligar nada también, dicho sea de paso. Pero esa no es la cuestión. Los puñeteros han buscado a una a la que le gusta el tenis. Un día que quedé con ellos, se presentó ella, con lo que éramos tres lindas parejitas.

Desde luego, parece que le gusta el tenis. Sigue la clasificación de la ATP y la de la WTA. Quedamos para jugar un día. Al tenis.

25 de marzo de 1986

Martina y yo lo pasamos pipa en la Casa de Campo, jugando al tenis. Es la mejor tía de lejos que he tenido al otro lado de la red. Hay que correr y esforzarse para ganarla. Después, unas cañitas y cada mochuelo a su olivo. Lo mejor es que el martes pasado, jugando con ella a dobles, le hemos dado una buena pana a mis amigos, los emparejados. Ninguno queremos enrollarnos. Quedamos para jugar al tenis, tomar las cañas y punto. Hasta que uno de los dos se canse.

12 de diciembre de 1986

Cómo me deprime ir a la oficina del INEM. Estoy avanzando mucho en inglés. Toda la vida estudiando inglés en el cole para darme cuenta de que no había aprendido casi nada. Las prácticas en la biblioteca de Noviciado me gustan. Pero no veo un duro. En fin.

1 de enero de 1987

Un año más hemos quedado los colegas para celebrar el nuevo año jugando al tenis en la Casa de Campo.

A las siete estábamos ya en el metro, cruzándonos con grupos de chicos y chicas que venían de fiesta, todos hechos unos zorros, alguno pedo, tanto, que más de uno, al vernos, habrá creído ser víctima del delirium tremens y se habrá prometido, con los ojos vidriosos y la voz pastosa, delante del espejo, dejar la bebida y la farlopa. A las ocho, aún de noche, ya estábamos llegando a la instalación, cerrada, pero con las puertas abiertas para que el que quiera entre y juegue sin forzar cerraduras. Menudo partido de dobles hemos echado para empezar el año. Cinco sets como cinco soles. Pero al final nos hemos impuesto.

Martina corre que da gusto verla. Se nota que en el año que acabó le hemos dedicado muchas horas a correr tras la bola y a hacer passing shots. Después de cuatro horas, doblegamos a los colegas. Lo que cuesta tomarse una caña gratis, coño.

27 de enero de 1987

Sigo preparando oposiciones, estudiando inglés, dándole a la Olivetti, y a la raqueta. Con varios colegas, pero sobre todo con Martina. A veces se nos quedan mirando. Aparte de para apreciar cómo se le menean las peras a Martina o cómo un gordo como yo es capaz de llegar a lo que yo llego, nuestro juego, sin ser brillante, es creativo. No es tenis fuerza como el de Vilas o Borg. A mí me gustan las dejadas, los globos, la estrategia. Cuando no tenemos pista, retamos a dobles a alguna pareja, y si perdemos pagamos la pista nosotros. Pocas veces sale mal. Pero hoy a Martina la jugada le ha salido redonda. Hemos jugado un dobles contra dos chicas de raquetas tomar, que conocemos de vista, que siempre están cuando nosotros vamos, por lo que deducimos que van casi todos los días, y las hemos ganado por los pelos. Son correosas, se complementan muy bien y llegan a todo. Al final hemos ganado por los pelos. Pese a estar en invierno, hemos sudado la gota gorda. Al acabar, nos hemos dado la mano, muy deportivos todos. Nuestras rivales han enfilado hacia el vestuario y Martina se ha vuelto para decirme que la esperara, que necesitaba ir al baño. Al rato, ha salido exultante. Me ha guiñado un ojo y sin decir palabra, ha abierto los ojos de par en par, enarcando las cejas. Martina, aparte de ser una buena jugadora de tenis, se está convirtiendo en una excelente colega. Ahora, mientras tomamos cerveza, podremos incluir entre nuestros temas de conversación a las chicas.

3 de marzo de 1987

Nada más llegar a casa, después de jugar el tenis, mi madre ha salido a la velocidad máxima que le permiten sus piernas a recibirme para decirme que habían llamado de una empresa preguntando por mí.

Sin mucha convicción he llamado. En seguida recordé. Se trata de una empresa que trabaja con tarjetas de crédito donde estuve el mes pasado haciendo una entrevista y dejando un currículo. Parece que mi perfil, por el inglés, sobre todo, les interesa. Por probar no se pierde nada. Además, están al lado de casa de mis padres.

16 de marzo de 1987

Mi primer día de trabajo. Estoy en una sala grande, donde hay muchos puestos con operadores que atienden el teléfono con una pantalla frente a sí. Parece ser que allí llaman sobre todo a comercios y sucursales bancarias para verificar si con una tarjeta de crédito se puede hacer una determinada compra o sacar por ventanilla una cantidad de dinero en efectivo. El barullo es grande. Los operadores hablan a la vez. No sé cómo se entienden con su interlocutor con el ruido de la sala. Me han puesto de oyente con una chica para que vaya viendo cómo funciona el proceso. La chica toma nota de la tarjeta, la caducidad, el importe y el comercio desde el que se consulta, introduce los datos en un teclado, y en la pantalla aparece la respuesta. A mí me parece magia. Cuando salgo a la calle, estoy aturdido. Regreso andando. Tardo media hora. Desde que me hicieron la entrevista se han mudado al barrio de Prosperidad. Qué bueno volver a sentir el aire fresco en la cara. En casa están muy ilusionados con mi trabajo. Veremos.

18 de marzo de 1987

Mañana será mi primer día de trabajo en serio. Me han citado a las nueve y media de la mañana. Estos dos últimos días han sido de trámites; en la oficina del paro, en el departamento de personal de la empresa y en el médico. Nos han hecho a todos los nuevos un reconocimiento. Nos citaron de forma individual, pero en la calle Cartagena nos hemos encontrado tres compañeras y yo. He sido el primero en entrar. Tras entregar el frasquito de nescafé con la orina, extracción de sangre, preguntas varias, revisión de ojos, oídos, palpaciones, radiografía, revisión de tórax, abdomen y aparato locomotor. Reflejos, etc. Como en la mili, pero sin tener que hacer todo el recorrido en pelotas ni recibir vacunas de dos en dos, una en cada brazo. Al salir, eso precisamente me ha preguntado una de las chicas. Si había que desnudarse. Le contesté que no. Que le dejaban a uno en ropa interior. Pero resulta que a una de las tres sí que el tipo que hacía el examen la ha hecho quitarse toda la ropa. Qué cabrón. La chica ha salido sofocada. Y se ha puesto de los nervios cuando las demás le han confirmado que a ellas no las hicieron desvestirse de forma integral. Le hemos dicho que denunciábamos al tipo, pero la chica no ha querido. Supongo que para no empezar llamando la atención el primer día de trabajo. Qué hijo de la gran puta.

Al llegar al trabajo, hemos pasado por personal. El director de personal es encantador. Nos atiende con una amabilidad que te envuelve y que inspira confianza. Antes, le hemos insistido a la chica para que al menos denuncie lo del reconocimiento a Rodolfo, el director de personal, que insiste en que le hablemos de tú. No sé si denunciará. Hemos firmado el contrato. Seis meses renovables por otros seis, y así hasta los tres años, tras los cuales pueden hacerte fijo. Por la noche, cuando lo he contado en casa, les ha faltado hacer fuegos artificiales. Veremos.

20 de marzo de 1987

Me han asignado un turno de guardias. Trabajo de lunes a sábado de diez a dos, librando los miércoles, y los domingos, de forma alterna, de ocho a tres o de tres a diez de la noche. Las fiestas las trabajo con horario de domingo, pero las pagan bastante bien. Estoy contento. Este horario me permite seguir con el inglés en la Casa Inglesa. Y también me permite jugar al tenis y nadar en verano.

21 de marzo de 1987

Dos días trabajando de verdad. Los nuevos estamos sentados entre dos veteranos, a los que asaeteamos a preguntas. Julia y Pilar, mis mentoras, son un encanto. Pacientes y eficientes a la hora de resolver dudas.

Rocío es la jefa de turno. Cuando algo no me lo puedan resolver ni las mentoras, habré de consultarla a ella. Me costará un triunfo levantarme y preguntarle. Me da la sensación de que todo el mundo me mira.

Parezco un menguadito y me siento ruborizado como un inglés en Benidorm.

Aquí todo el mundo es joven. Rocío debe tener, si acaso, uno o dos años más que yo, pero se la ve asentada y segura de lo que hace. Aún no he ido a su puesto ni una sola vez, pero la veo trabajar y me inspira confianza. Creo que este puede ser un buen sitio para empezar una carrera. Veremos.

28 de marzo de 1987

Hoy he cobrado mi primera nómina fetén, con contrato. Que contenta se pondrá mi madre cuando vea el primer sueldo de su retoño. Me han hecho hace un par de días unas pruebas para comprobar mi nivel de inglés. Parece ser que el resultado ha sido bastante satisfactorio. Resulta que junto a las llamadas que se reciben de comercios y sucursales para comprobar el estado de una tarjeta, también llaman titulares para denunciar robos y extravíos, y yo voy a atender las de lengua inglesa. El inglés que hablo lo he aprendido casi todo en la Casa Inglesa, porque lo que es en el colegio, imposible, pese al buen hacer de algunos profesores. Cuarenta y cinco individuos en una clase son too much… Así que los idiomas sirven, mira tú.

31 de mayo de 1987

En los turnos de guardias hacemos un poco de todo. Aparte de coger llamadas, tramitamos alarmas de recompensas, es decir, intentamos persuadir a los comercios para que trinquen la tarjeta al chorizo cuando se presenta allí. Por cada tarjeta robada capturada, el comercio recibe diez mil cucas. Los hay para todos los gustos, desde los que pasan olímpicamente, limitándose a decirle al chorizo que la tarjeta no está operativa, hasta los que, según los oyes, te los imaginas poniéndose un cuchillo en la boca, mientras se remangan para conseguir arrebatar la tarjeta y hacerse, claro, con la recompensa.

Los que sabemos inglés ponemos télex cuando hay que obtener autorización directamente del banco.

Esto ocurre cuando el tipo que está operando se está dejando una pasta, ya sea en una joyería, en putas, o alquilando un yate que ya quisiera el Rockefeller. Aquello me fascina, me parece magia. Sentarte delante del télex, teclear el código que viene en la guía que tenemos de entidades, semejante a las páginas amarillas, pero de bancos, y que te aparezca lo que escribe un fulano que está, a veces, al otro lado del mundo. La tecnología, qué grande.

31 de marzo de 1988

Reconocimiento médico, así que llego más tarde al trabajo. El sitio es diferente al del año pasado, así que entiendo que la chica de la que abusó el tiparraco que nos examinó el año pasado denunció, al menos ante Rodolfo, el jefe de personal. Bien hecho por ella. No volví a preguntar a la compañera sobre asunto tan farragoso. A saber, de cuantas abusó, el cabrón.

24 de abril de 1988

Aparte de coger avisos de robos a los titulares que hablan en inglés y atender a los técnicos que instalan TPVs, ahora voy a atender un servicio muy útil. Reposición de tarjetas. En definitiva, se trata de no dejar tirados a los guiris a los que roban la tarjeta en España o a los españoles a los que roban cuando están en el extranjero. Mejora mucho la imagen de la empresa eso de no dejarte tirado.

23 de mayo de 1988

La comidilla de todo el Centro de llamadas es un fulano que no lleva más de una semana y que ya es conocido por su cara dura. Ha entrado de operador raso y coge llamadas de las más sencillitas, para autorizar operaciones. No hace falta haber pasado por Salamanca para estas funciones. Todo es automático. Se le toman los cuatro datos al comercio, se le da al intro y pocos segundos después se le da al comercio la respuesta que aparece en la pantalla de la consola. Fácil. Bueno, pues el tipo, toma los datos al comercio, da al intro y le dice al del comercio, que está al otro lado del teléfono, que espere un momento que va a buscar la autorización en el libro. Y sin más, el tipo coge un libro, el que está leyendo, y se pone a leer. Y pasados unos minutos, le da la respuesta al comercio. Alucino en colores. Hay apuestas entre los compañeros para saber cuánto dura. Yo digo que tres días. Y le echarán a la calle, salvo que sea enchufado, en cuyo caso, le ascenderán.

Este es el caso más flagrante, pero no el único. Hay ocasiones en las que, aunque haya trabajo, alguna de las mujeres más veteranas, casi siempre la misma, aprovechando la ausencia de Rocío, saca su utillaje de manicura, lo coloca con parsimonia sobre la mesa junto a la consola, y procede a arreglarse y a pintarse las uñas con la misma cadencia que en Japón preparan el té. Cuando acaba con una mano, la aleja mientras la eleva como si fuera a echar el alto a alguien y ladea la cabeza de un lado a otro, comprobando la bondad de su arte. Y vuelta a empezar con la otra mano tras dignarse a coger una llamada. Por el qué dirán.

28 de junio de 1988

Aviso de bomba. Falso, por supuesto. Pero ante la duda, es mejor ser previsor. La ha recibido una operadora que apenas ha tenido tiempo de reaccionar. El canalla al otro lado del hilo colgó nada más acabar de hacer su macabro anuncio. Todo el equipo de guardias a la calle, los de operaciones y los de producción, a esperar a que venga la policía y dé el visto bueno para volver al trabajo. Llega también Santiago, el director, en pantalones cortos. Da ejemplo. Inspira confianza.

Yo estaba dándome un baño en la piscina de la Complutense. Cuando llego a casa mi madre me cuenta que ha llamado una chica muy amable, Dora. Es entonces cuando me entero del asunto del día. Mi madre ya me ve buscando trabajo al haber volado por los aires las instalaciones donde presto mis servicios.

31 de octubre de 1988

Último día de trabajo. No volveré hasta el día 22 de noviembre. Me voy a Egipto con lo que he ahorrado estos meses. Cuando lo dije en casa casi les da un chungo, pero al final lo asumieron. No obstante, les he dicho que voy integrado en un grupo. Pero no es cierto. Voy solo. Tengo el billete de avión y el hotel reservado. La ilusión que me hace es grande. Egipto. Jamás pensé que llegar allí fuera posible.

22 de noviembre de 1988

Se acaban las vacaciones. Egipto está muy bien. Lo más impresionante, en mi opinión, las pirámides, el Museo Egipcio, y lo caótica que es la vida en el Cairo. Me las he apañado muy bien con el inglés, y el Cairo resulta una ciudad segura, aun siendo extranjero. No tuve ningún problema. Solo un día me salieron al paso para ofrecerme cambiar dólares por libras egipcias en un mercado negro en el que habría salido muy beneficiado. Pero no quise, por si acaso buscaban saber cuánto dinero manejaba. En Tahrir, un hombre, al saber que era español, metió la mano en su manto, sacó un fajo de billetes y empezó a buscar con frenesí, hasta dar un billete de dos mil pesetas que no conocía, para asegurarse de que era de curso legal. Buena gente, pero muy, muy pesados. Bastante indolentes y un poquito salidos. Alucinan cuando ven el escote de una extranjera o una turista en pantalones cortos. Lo que debió ser Egipto y lo que es hoy en día.

Mañana, a currar.

18 de diciembre de 1988

No sé ni cómo tengo fuerzas para escribir. Ha habido una caída espectacular, que empezó sobre las once de la mañana y que de hecho aún dura. Las caídas no son excepcionales. De vez en cuando las líneas se saturan o, por lo que sea, el sistema no funciona bien y acaba petando. Salvo que sean las cinco de la mañana y esté todo el mundo en el sobre aún, las caídas en seguida se acusan, porque las llamadas de los comercios se multiplican. Como nosotros tampoco podemos acceder al sistema, Rocío, nuestra jefa, nos dice hasta que cantidades se pueden tramitar a capón. Es decir, a ojo de buen cubero. Cagando leches, ella y un par de personas más, reparten hojas donde apuntamos tarjeta, importe, comercio y el número de autorización que se da a ojo, y que suele comenzar por dos ochos. Una vez restaurado el sistema, un operador o dos se dedican a teclear los datos tomados durante la caída para tramitar la compra o el efectivo. Pero hoy se han juntado el hambre con las ganas de comer. La campaña de navidad, con lo que más que una caída ha sido un batacazo, que dura ya digo, hasta este mismo momento. El panel donde salen las entrantes echaba humo. Nos han pedido que nos quedáramos a hacer horas, pero aquello no se aliviaba, así que han venido de otros departamentos también a coger llamadas. Ni por esas. Nuestro director, casi siempre metido en su despacho, del que solo sale para ir al baño y a la máquina de café, se ha puesto también a coger llamadas. Y, por último, un señor trajeado, con gafas, con el pelo entrecano, muy serio, que se ha quitado la americana y se ha puesto a achicar llamadas. Por lo visto es el mandamás, a quien todo el mundo llama Pepe. El apellido, me sonaba con razón. Resulta que el padre del mandamás de nuestra empresa es un general, que, en definitiva, según los que dicen entender de la historia reciente, fue el que descubrió que el general Armada era el jefe de Tejero, el elefante que este estaba esperando en el Congreso. Al retener este general a Armada, el golpe se asfixió. Este señor, fue el que firmó el acta de rendición de Tejero en las puertas del Congreso, lo que se ha llamado «rendición del capó».

He salido de trabajar a las diez. No porque el problema se arreglara, sino porque a esa hora ya no hay casi actividad, salvo la de los putis y los restaurantes, y mañana, nos han dicho, puede ser muy duro.

19 de diciembre de 1988

Parece que la caída empieza a remitir. Se restablecen líneas y eso se aprecia en las llamadas, que siendo aún muchas, no son, ni por asomo, las que eran ayer. Queda ahora teclear en pantalla todas las autorizaciones tomadas a mano. La sensación es como cuando eliminan al malo en las películas de acción. Una extraña euforia, casi estúpida. Al final del día he tenido tiempo hasta para darle vueltas al apellido del Gran Jefe.

Me sonaba, pero no por el general que paró el intento de golpe. Y ya me he acordado. Veo su nombre al pie de artículos con frecuencia en las revistas de Astronomía que compro en la Cuesta de Moyano.

31 de marzo de 1989

Hay en marcha un programa muy ambicioso para dotar a todas las sucursales, y también a todos los comercios que facturen por encima de una cantidad, de lo que llaman TPV, Terminales Punto de Venta, que según nos dice Rocío va a evitar a corto plazo que vuelva a pasar lo de diciembre, y a largo plazo nos va a quitar un montón de trabajo, lo que no sé yo hasta que punto es bueno. Hasta ahora había unos terminales llamados Datafonos que eran bastante poco eficientes y otros llamados SARA, Servicio Automático de Respuesta Audible, que más que quitar trabajo, lo daban.

16 de abril de 1989

Los TPV avanzan a pasos agigantados. Cada día se instalan un montón, y un montón son cada día los técnicos que nos llaman desde el comercio, en vivo, mientras instalan el aparatito de marras. No damos abasto, así que entran nuevos compañeros a espuertas para atender las llamadas de los comercios para pedir autorización, mientras bastantes veteranos nos dedicamos a asesorar a los técnicos a la hora de instalar los TPV. Llevo poco más de dos años y soy de los más viejos de la empresa. Lo bueno es que no cojo ya ninguna llamada monótona. Todas son en inglés o para atender a los técnicos de los TPV.

29 de mayo de 1989

Sigue entrando gente a espuertas en la empresa. A algunos de los que entraron el año pasado les estoy formando para que puedan atender a los técnicos a la hora de instalar TPV, y también a los dependientes de los comercios cuando llaman para decir que algo no va bien en su aparato. Procuro atender bien a todo el mundo. Tanto, que a veces me agobio un poco cuando me reclaman de varios sitios a la vez. Pero todo tiene solución. En caso de tardanza se le dice al compañero que tome nota del teléfono y luego le llamamos para solucionar la avería entre los dos. Como llevo una gran barba y soy rellenito he descubierto de casualidad que me llaman a mis espaldas Barbapapá. No me importa mucho. Me han llamado cosas peores en bastantes sitios.

1 de junio de 1989

He recibido una comunicación para formar parte de una mesa electoral para las próximas elecciones europeas del día quince. Como cae en jueves, laborable, he ido a personal a entregar copia de la comunicación. Ningún problema. Antes he ido a Rocío, nuestra jefa, a decirle que me subía a personal. Y ha sido ella la que me ha advertido de que, además del día de las elecciones, al día siguiente me corresponden cuatro horas de descanso por Ley. No tenía ni idea y los de personal se han hecho los suecos. He sido yo el que lo he preguntado justo antes de volverme. Y entonces, sí. Entonces me han dicho que sí que tengo derecho a las cuatro horitas de marras. Muy buena jefa Rocío. Exige, pero asume los problemas que no puedes resolver. Y mira por su gente.

15 de junio de 1989

Me he levantado como para ir a trabajar, pero, al salir de casa, en lugar de ir hacia Diego de León, me he dirigido a las cocheras de la EMT de Alcántara, donde está el colegio electoral que nos corresponde. Un poco nervioso, al principio, pero en seguida se coge el tranquillo. Formamos un buen equipo. Somos una ama de casa de mediana edad, un camarero que trabaja en Felipe II que se jubilará pronto, y yo. Soy vocal, pero puesto que parece que soy al que mejor se le dan los papeles, hago las funciones de presidente, para alivio de Felipe, el camarero. Antes de las nueve mucha gente revoloteando, gente de los partidos, fundamentalmente, mucha policía, y algún que otro madrugador al que parece que el deber ciudadano le ha sacado de la piltra antes de tiempo. Tenemos varios interventores revoloteando alrededor, alguno de los cuales se inscribe en nuestra mesa a primera hora. Un popurrí nada despreciable. Junto a un señor del Partido Popular, así es como se llama ahora Alianza Popular, y una señora del PSOE, tenemos a una niña jovencísima del Partido Comunista de los Trabajadores, el nuevo partido de Carrillo, a un señor joven y repeinado de Falange y, agárrate, a un tipo enorme, alto y gordo, con una barba impenetrable, de Herri Batasuna. Te cagas. Menudo mejunje. Bueno, pues todo ha ido de maravilla. Con puntas de trabajo a última hora de la mañana y a última hora de la tarde, pero todo ha ido bien. Tengo que decir, eso sí, que todos los interventores han pasado de trabajar excepto la niña del partido Comunista de los Trabajadores, que nos ha sustituido cuando alguno íbamos al baño o a comer. Los demás, de miranda. A las ocho se cerró la mesa con el resto del colegio y empezó el recuento. Ganó en nuestra mesa Marcelino Oreja, de Alianza, mientras quedó segundo Fernando Morán y tercero, ojo, José María Ruiz Mateos. Herri Batasuna, por cierto, sacó dos votos en nuestra mesa. El del hombre de las nieves, que estaba censado en mi mesa, y su desconocido compañero de piso franco, con el que igual me cruzo cuando voy a trabajar o a por el pan, mientras él busca donde poner la próxima bomba, que estos ojitos ya han presenciado los efectos de varios atentados en vivo y en directo. Como escarpias se me ponen los vellos.

A las ocho cerramos, pero no llegué a casa hasta las dos de la madrugada, porque, aparte de contar los votos hay que levantar un acta y llevarlos a los juzgados de la Plaza de Castilla. Como nos tiene que llevar la policía y no hay tanto coche patrulla, hubo que esperar. Pero fue curioso ir dentro del coche patrulla. Y más curioso todavía trincar los ocho talegos que pagan por formar parte de la mesa. No está mal. Y mañana me va a venir de vicio no ir a trabajar a primera hora.

15 de noviembre de 1989

Hay una vacante en el departamento de operaciones. El Centro de llamadas, forma parte del departamento de operaciones. Pero operaciones es mucho más. Tras una operación de un titular con una tarjeta en un comercio o un cajero, hay todo un mundo. Normalmente la tarjeta está emitida por un banco o caja y el comercio o el cajero pertenece a otra distinta, así que se produce lo que denominamos «intercambio» o clearing, para los anglófilos, que cada día son más. Es el cuadre de operaciones entre entidades bancarias.

Quitarle al titular de su cuenta el importe de la operación que ha realizado para abonárselo al banco del comercio o cajero y que así reciban el abono. Encaje de bolillos me parece a mí eso. Siempre hay operaciones que se quedan sin compensar, y hay que rastrear. También están las incidencias en cajeros, que no siempre funcionan tan bien como parece. A veces la máquina no devuelve la tarjeta, o la devuelve, pero no dispensa el dinero. Todo son incidencias que hay que investigar y resolver. Para eso están los especialistas de operaciones. Como en el cine. Y para cubrir un puesto en esto de los cajeros hay una vacante a la que me presento de cabeza. Veremos.

17 de noviembre de 1989

De uno en uno, los candidatos a la vacante del puesto de cajeros hemos pasado por el despacho de Santiago, el director de operaciones. Hasta no hace mucho no tenía despacho, sino que se sentaba en una mesita junto a la cristalera del fondo. Pero ahora nos recibe en su reino, un sindiós de papeles, ceniceros, bolis y listados de ordenador. Por Dios, lo que fuma este hombre. Es uno detrás de otro. Entre el humo que soltaba, que me provocaba picor de garganta, y lo bajito que habla, que casi no se le pilla, es fácil con este hombre perder la concentración. Es espabilado. Ha aprovechado para conocerme mejor. Ha preguntado, entre ducados y ducados, por qué me presento, lo que me gusta, qué me parece la empresa… A cambio me ha confirmado que habría una subida en caso de ser elegido, que le gusta como trabajo, que tiene buenas referencias de Rocío y que, si me elige, confía en mí. Este hombre podría ser político.

20 de noviembre de 1989

Adela, una compañera que también trabaja en el Centro de llamadas, ha venido a mi sitio para decirme que Santiago quería vernos. A los dos a la vez. Cuando llamamos a la puerta, Santiago, que está hablando por teléfono, nos hace señas para que entremos y nos sentemos. Este hombre es un contorsionista del teléfono, que podría ganarse la vida si le falla la Visa como hombre espectáculo. Sujeta el teléfono entre la oreja y el hombro mientras que con una mano sujeta un ducados al que no deja de dar vueltas, y con la otra hurga entre los papeles que tiene delante. Como siempre habla despacio y muy bajito. Me recuerda a los de la mafia. Hablan bajito, despacio y actúan si, pese a todo, sigue siendo necesario. Cuando, después de un rato interminable durante el cual Adela y yo nos hemos mirado enarcando las cejas varias veces, hemos estudiado cada recoveco del techo del despacho y hemos comprobado una y otra vez que el día era soleado, Santiago ha colgado, nos ha contado que le ha sorprendido que nos presentáramos los dos al puesto. Ambos hemos coincidido en decir que queremos, aparte de progresar, librar los fines de semana.

Lógico, ha reconocido Santiago. Y como, según parece, Adela y yo hacemos muy bien nuestro trabajo, nos va a dar la plaza a los dos, es decir, va a haber dos plazas, pero nos llevaremos parte de nuestras funciones con nosotros. Adela, sus TPV, que controla más que yo, y yo, mis tarjetas de reposición para guiris, servicio con el que están, parece ser, muy contentos los bancos. Así que seguiremos haciendo lo que hacíamos y nos encargaremos, además, de regularizar las operaciones de cajero que hayan fallado. Trabajo no nos va a faltar. Espero que subida en la nómina tampoco.

21 de noviembre de 1989

Salimos del Centro de llamadas. Nos instalan a Adela y a mí dos mesas fuera del lugar en el que habíamos trabajado desde que entramos en la empresa. Tendremos teléfono propio, pantalla con conexión CICS y sitio fijo. Dejamos atrás a Rocío, jefa excelente, y pasamos a depender de Santiago, que aparte de ser más feo, impone más. Será cuestión de coger confianza. Pero estoy muy ilusionado.

23 de noviembre de 1989

Tenemos otros compañeros cerca, que también orbitan a Santiago. El más cercano se llama Javier. Es también hijo de un general, como el gran jefe. Pero Javier es también un currito como nosotros. « The lastmonkey», como él se autodenomina. Javier instala Bines en Visa Internacional. En castellano, cuando una entidad bancaria va a lanzar tarjetas a la calle, ha de hacerlo con unos parámetros marcados por Visa, entre ellos un prefijo de seis números que identificarán a la tarjeta como emitida por un determinado banco.

Javier tramita, pues, el alta, modificación y baja de los parámetros de las tarjetas ante Visa. Por sus manos pasan todos los Bines de todas las tarjetas de todas las entidades asociadas a nuestra procesadora. Javier, aficionado al tenis, ojo, nos cuenta que sustituimos a Luismi, que se ha marchado a la competencia, y nos ha dejado, dice Javier con cierta gracia, con los cajeros al aire.

24 de noviembre de 1989

Índice de contenido

Prólogo

I. La condensación de la nebulosa

II. La secuencia principal

III. Enana Blanca, enana negra y colapso

Hitos

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