Si tuviera que volver a empezar... - Juan Marín García - E-Book

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Juan Marín García

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Las memorias de Juan Marín constituyen un relato en el que la historia y las vidas personales se entrecruzan en una narración, que arranca con los acontecimientos convulsos de los años 30 y 40 del siglo XX. En ellas relata los orígenes de su compromiso político, la influencia de un ambiente familiar ilustrado y republicano, su afiliación a la FUE y a las JSU, su participación en la Guerra Civil y en la resistencia española en la Francia ocupada, su internamiento en los campos de concentración franceses y en la cárcel de La Santé y el servicio militar en África, antes de volver a Valencia. Su narración de los años de la posguerra, la Transición y la normalización de la democracia en España constituye un interesante documento sociológico. Es además un homenaje a sus amigos de la FUE por los años compartidos en la juventud y por el reencuentro en la madurez de sus vidas.

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SI TUVIERA QUE VOLVER A EMPEZAR…

MEMORIAS (1934-2004)

Juan Marín García

SI TUVIERA QUE VOLVER A EMPEZAR…

MEMORIAS (1934-2004)

Edición de Pilar Sanz, Cristina Escriváy Salvador Albiñana

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni totalni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© De los textos Juan Marín García, 2015

© De esta edición: Publicacions de la Universitat de València, 2015

Publicacions de la Universitat de València

http://puv.uv.es

[email protected]

Fotografías: Archivo Familiar Marín

Fotografía de la cubierta: Juan Marín, Alicante 1936

Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

ISBN: 978-84-370-9879-1

a Toñi, mi esposa

ÍNDICE

BREVE SEMBLANZA DE JUAN MARÍN, por Alejandra Soler

PRESENTACIÓN, por Francisco Marín Olmos

PARTE I

EL INICIO DE MIS RECUERDOS

Mirando hacia atrás, en 1936 hay que defender la República

El compromiso con la República. Contexto familiar y político social

MI PARTICIPACIÓN EN LA GUERRA CIVIL

El acuartelamiento de Benalúa, octubre de 1936

El frente de Madrid, enero de 1937

La FUE de Valencia y su participación en la defensa de la República

Mi formación militar en la Escuela Popular de Guerra

El frente de Teruel, diciembre de 1937

El frente de Cataluña, abril de 1938

EL EXILIO EN FRANCIA

Comienza mi exilio en Francia, febrero de 1939

La traición de Casado y el final de la Guerra Civil

La salida al exilio desde Alicante. Prisioneros en el Campo de los Almendros

Breves semblanzas de Ascanio, Azaña y Negrín

En los campos de concentración franceses: Mazères, Vernet d’Ariège y Septfonds

Mi trabajo en la campiña francesa. La ocupación alemana y el éxodo a París

La llegada a París, agosto de 1940. Los contactos con el PCE y con la Resistencia

En las fábricas alemanas, de diciembre de 1940 a septiembre de 1941

Regreso a París, septiembre de 1941. Las peripecias para subsistir y el incremento de la actividad clandestina del PCE

El gran proceso de los 40, detenciones y encarcelamientos, junio de 1942

La prisión de la Santé, de julio de 1942 a diciembre de 1943

EL REGRESO A ESPAÑA

El tránsito por distintos penales: Burgos, Porlier, Albacete, Modelo de Valencia y Castellón

Las 13 rosas y los estudiantes del Instituto Buffon

Breve reflexión sobre este periodo de mi vida

PARTE II

ÁFRICA 1944-1946

Destino en la Intervención del Quert. Mis actividades y los contactos con la dirección del PCE en Valencia

LA VIDA CONTINÚA

Las dificultades de los primeros tiempos en Valencia, 1946-1947

El paréntesis laboral de Zaragoza, 1948-1951

El regreso definitivo a Valencia, 1952-1957

El fallecimiento de mi padre. Tiempos de pluriempleo, 1958-1970

Tiempos de alegrías y pérdidas, 1970-2001

LOS ACONTECIMIENTOS POLÍTICOS

El movimiento obrero y estudiantil empieza a rehacerse, 1962-1974

La muerte de Franco y el comienzo de la Transición, 1975-1986

La caída del muro, 1989: reflexiones compartidas

LA FEDERACIÓN UNIVERSITARIA ESCOLAR 40 AÑOS DESPUÉS

Recuerdos de la actividad de la FUE en la guerra civil y en la posguerra

In memoriam, Pepe Bonet Sanjuan

El prodigio de la FUE valenciana 40 años después

Semblanzas de algunos fueístas

Las tertulias de la FUE y las nuevas incorporaciones

Las relaciones entre la FUE y la Universitat de València

ALGUNAS REPARACIONES HISTÓRICAS

El reconocimiento de derechos a los Veteranos del Ejército de la República

Las indemnizaciones de la República Federal Alemana

EPÍlOGO

AGRADECIMIENTOS

SIGLAS

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

ÍNDICE ONOMÁSTICO

BREVE SEMBLANZA DE JUAN MARÍN

Juan Marín, mi buen amigo y compañero de la FUE casi desde su fundación, hijos los dos del terrible Siglo XX que concentró los tremendos cataclismos que afloraron a la superficie el eterno problema de la justicia social, el reparto equitativo de los beneficios. El periodo del siglo que se nos había dado a vivir estaba lleno de escollos peligrosos y así fueron de borrascosas las vidas nuestras y de todos nuestros coetáneos. Pero algunos de ellos, por circunstancias especiales, descollaron por sus efectos. Uno de estos casos es Juan Marín que a su formación intelectual unía una serie de cualidades éticas que conformaban una personalidad de firmes principios y convicciones: inteligencia, firmeza, valor, clarividencia, espíritu crítico, tenacidad, don de gentes y una exquisita habilidad para aprovechar sus conocimientos lingüísticos o cualquier resquicio que se presentara en el quehacer cotidiano para aprovecharlo a favor de sus designios, que no eran otros que el bien del prójimo.

Así se comportó Marín en La Santé frente a los nazis en la resistencia francesa; así actuó Juan en África en los difíciles y peligrosos finales de la Segunda Guerra Mundial.

Es decir, Juan Marín supo estar en el momento oportuno en el sitio justo y defendiendo con su actitud lo que había en justicia que defender.

Y yo, llegando a esta conclusión, me atrevería a decir que Juan Marín es un verdadero arquetipo de nuestra FUE.

Y para nosotros y nuestros «Amigos de la FUE» se perpetúa como un recuerdo de luz y de sapiencia.

ALEJANDRA SOLER GILABERTValencia, febrero de 2015

PRESENTACIÓN

En septiembre de 2013, en el Colegio Mayor Rector Peset, dirigido por Salvador Albiñana, la Universitat de València, la Asociación Amigos de la FUE y la Asociación Cultural Instituto Obrero organizaron un homenaje a mi padre y a la generación de la Federación Universitaria Escolar donde él debía realizar una intervención personal. Como mi padre por esas fechas tenía dificultades para escribir, me encargó que redactase, según sus indicaciones, el texto que debía leer en ese acto. Así pues, durante un mes muy emotivo estuvimos recordando muchos episodios de su vida, de sus amigos y de la familia y durante estas conversaciones me quedó muy claro que lo que más le importaba a mi padre, además de la familia, eran sus amigos, todos los amigos que tuvo a lo largo de su vida, y en especial los amigos de la FUE. Pero también insistía de forma recurrente que no dejase de hablar de la figura de mi abuelo, de la suerte que siempre le acompañó y de la esperanza que tenía depositada en la juventud.

No hubo ningún momento en que quisiese resaltar las situaciones difíciles, peligrosas y dramáticas que vivió. Pensaba que eran producto del tiempo que le había tocado vivir y que solo había hecho lo que firmemente creía que se debía hacer. No había en los relatos que me contaba nada de protagonismo épico por su parte. Siempre dijo que su historia era una más y que si escribió sus memorias lo hizo para que sus hijos, nietos y biznietos tuviesen un testimonio de cómo había vivido y de los ideales que siempre había defendido.

Pocos meses después de este homenaje, su entrañable amiga Pilar Sanz, que había leído sus memorias, viendo que se encontraba muy enfermo y movida por el cariño que le profesaba, se dirigió al Vicerrector de Cultura de la Universitat de València, Antonio Ariño, para pedirle que valorase la posibilidad de su publicación. Y Ariño, que ya tenía noticias de ellas por Salvador Albiñana, sin dudarlo un instante y con una gran generosidad, cogió su pluma y firmó de inmediato su autorización en un folio con el cuño de la Universitat. Ese mismo día por la tarde, mi padre, al leer el documento, recibió una de las alegrías más gratificantes de sus últimos días.

A partir de entonces, y coincidiendo con una recuperación en la que intervino sin ninguna duda la ilusión por la publicación de sus memorias, las estuvimos revisando y me dejó encargado que las estructurase y organizase. Creo que pensaba que yo era quien en esos momentos mejor conocía su vida y de hecho me autorizó, si lo consideraba conveniente, a introducir algunos de los recuerdos que tenía escritos o a retirar otros que no fuesen relevantes.

De estas memorias ya existía una primera autoedición publicada en dos tomos. El primero narra las vivencias de la proclamación de la República, la guerra civil y el exilio en Francia, periodo que como él dice «supuso la historia de un adolescente que no pudo disfrutar precisamente de su adolescencia». El segundo contiene los recuerdos del servicio militar en África, el reencuentro con los amigos de la FUE, la llegada de la democracia y la caída del muro de Berlín.

Después de releer varias veces las memorias decidimos dejarlas tal como las escribió, solo con obligados ajustes, como la elaboración de un índice y la introducción de algunas notas que estaban parcialmente redactadas que me indicó que completase, por lo que si existe alguna imprecisión solamente yo soy el responsable. En este sentido, quiero resaltar lo estricto que era mi padre con lo que escribía, pues no quería citar a nadie ni nada que no pudiese ser confirmado o autorizado por los protagonistas, y ello nos ha privado de muchos episodios de interés que he podido encontrar entre los numerosos manuscritos escritos por él a lo largo de los años. Esta es otra característica de sus memorias, las escribió como anotaciones que fue introduciendo a lo largo de un periodo dilatado de tiempo, en muchas ocasiones sin seguir un orden cronológico, por lo que existen muchos recuerdos interpolados en el momento que está escribiendo y que hemos integrado en el relato sin modificarlo.

Como he señalado, una de las características de mi padre era el valor que otorgaba a la amistad. De hecho, ninguno de los que lo conocieron podía imaginar a mi padre sin sus amigos, y ese concepto de la amistad por encima de todo se gestó en casa de mi abuelo, de ahí su empeño e insistencia en resaltar su figura. No hay que olvidar que con la República se instaura un clima de civilidad, una atmósfera de libertad de pensamiento y de conciencia social, que tiene su origen tanto en la influencia de la Institución Libre de Enseñanza como en las ideologías progresistas de los movimientos sociales ascendentes. Y esta atmósfera de libertad va a penetrar en numerosas familias. Una de ellas era la nuestra. Mi abuelo Juan, médico oftalmólogo, era una persona excepcionalmente culta e informada, de una delicadeza de trato exquisita, como decía mi padre: «era un excelente creador de amigos, y los tenía de todas las ideologías y esferas sociales, a los que miraba en un mismo techo de trato y respeto». Sus momentos más felices los pasaba en su particular tertulia, a la que a veces se sumaban otros médicos y amigos que venían de los pueblos y se quedaban a comer en casa. Entonces mi padre estaba con ellos. Ese ambiente de librepensadores fue la mejor escuela para un adolescente. En ellas, aprendió a escuchar y a formarse como persona y allí se forjaron las características que no le abandonaron a lo largo de su vida: la sociabilidad, la cortesía, el respeto por las opiniones diferentes, la prudencia, la tolerancia y la preocupación por los demás. En ellas aprendió el valor de la amistad. Cuando más tarde en el transcurso de la vida tuvo que decidir, siempre decidió de acuerdo con lo aprendido en esos años.

Por lo tanto, no es de extrañar que se afiliase precozmente a la FUE y después con dieciséis años a las Juventudes Socialistas Unificadas en el Instituto Luis Vives. Es allí donde se establecen las primeras complicidades que perdurarán toda la vida y se reforzarán al compartir los mismos ideales por los que luchará toda una generación. Complicidad que lleva a una amistad incondicional, entendida en el sentido más amplio, verdadero y profundo, una amistad sin titubeos ni vacilaciones, en la que disfrutas de la felicidad o sufres la desgracia del compañero como si fuese tuya, porque el amigo es ese otro yo donde nos miramos y nos reconocemos. Así pues, estas son unas memorias de amistad y de vida. Amistad que continuará después en el frente de batalla, en los campos de concentración, en la resistencia, en la cárcel, en África, en la lucha por la subsistencia…

Ya al principio de sus memorias, cuando se encuentra en Valencia tras haber sido reclamado del frente de Madrid junto a Ricardo Bastid por ser menores, dice: «me di cuenta de que me faltaba el calor de mis compañeros y a medida que pasaban los días se me acentuaba la nostalgia de la camaradería de los amigos de la FUE y empecé a reconocer que mi sitio no estaba en la retaguardia». Con estas líneas nos está introduciendo en ese clima de compañerismo que va a flotar sobre todo su relato.

Es una amistad que perdurará a través de los años, a pesar de la diáspora y la inevitable separación que supone la lucha por la vida. Por lo tanto para entenderla no podemos separarla de la memoria. Amistad y memoria van unidas, y la memoria, no hay que olvidarlo, conforma también ese espacio que constituye nuestra ideología. Los compañeros de la FUE serán siempre algo muy especial porque comparten memoria e ideología, estén donde estén y a pesar del tiempo.

Además, el discurrir de la vida también le va a permitir conocer a personas entrañables y decisivas, como fue Ferdinand Pinsot, empresario francés que por medio de mi padre apoyó a los miembros de la resistencia española en el París ocupado, corriendo riesgos que podían haber tenido graves consecuencia para él. Este gran amigo, con sus relaciones sociales conseguía todo lo que le pedían y redimió en parte la insensibilidad de algunos franceses ante el drama que vivieron los refugiados de la guerra civil española.

Pero fueron muchos más los que le apoyaron. Es emotivo el episodio de la señora Coulodin cuando a ese joven español desarrapado y hambriento recién llegado a Milly desde un Tonnerre inhóspito, abriéndole una habitación acogedora y confortable de su casa burguesa le dice: «Juan, esta es la habitación del hijo que tengo en el frente de batalla y mi esposo ha decidido que seas tú el que la ocupes y a mí me agradaría mucho que lo aceptases».

Con simples relatos como este nos hace experimentar la solidaridad de la que estaba tan necesitado ese batallón de refugiados que empiezan a salir de los denigrantes campos de concentración, donde por cierto había más dignidad que la que tuvieron los gobernantes franceses con su política de no intervención y su posterior actuación cuando el ejército republicano cruza la frontera.

Es la solidaridad necesaria para superar el sufrimiento que se produce tras la derrota. Sin ella hubiese sido más difícil poder sobrevivir, sobre todo en el París ocupado. Son muchos nombres: Soria, Escuer, Paquita Velas, Vizcaíno, María García, Calpe, Talón, Collar, Hurtado, Baruch, Royo… y tantos otros citados en sus memorias los que van a necesitar de la fraternidad y camaradería para soportar el miedo y los silencios que acompañaron su vida. Miedos y silencios que a su vez se entremezclan con momentos de felicidad, porque el miedo se tiene que olvidar para seguir viviendo. Y vivieron intensa y apasionadamente, de tal manera que incluso de este periodo tan difícil y peligroso, el recuerdo que tienen de París es inolvidable. París, a pesar de la ocupación nazi, a pesar de las ejecuciones de los alumnos del Liceo Buffon, y otros más, incluso con la reclusión en la cárcel de la Santé y todas las penalidades, aparecerá, durante toda su vida, como una estela de juventud, de afecto y de lucha. Del miedo y de los silencios ya se encargó la dictadura cuando regresaron a España.

Otro de los elementos destacables de la biografía de mi padre es la suerte. La tuvo durante la guerra civil, en Francia, en África…, pero en la suerte de mi padre también intervino su inteligencia para utilizar los recursos, argucias y resquicios que se le presentaban, sus reflejos rápidos y la capacidad de acertar en sus decisiones que, en más de una ocasión, lo sacaron de momentos muy peligrosos. «Nunca me consideré una persona valiente –escribe–, y en cada situación y según la gravedad he tenido miedo, pero he sabido disimularlo y eso sí que ha sido en mí una buena cualidad». Como cuando es detenido por la policía colaboracionista francesa y al ser interrogado por la Gestapo rechaza instintivamente a los sanguinarios traductores alsacianos que tergiversan las palabras de los detenidos y realizando su defensa directamente en alemán ante sus interrogadores consigue que esta transcurra por el único camino que puede salvarle de la deportación a Alemania. O cuando, castigado a realizar el servicio militar en África, sus conocimientos lingüísticos hacen que sorprendentemente lo adscriban al Servicio de Información, todo ello con un expediente «de persona desafecta al régimen», que por circunstancias excepcionales había ido a parar directamente a los archivos pero que en cualquier momento podía salir a la luz. Sin embargo, a pesar de este riesgo no dejó de emitir informes favorables de los desplazados que llegaban a la frontera con intención de regresar a la península y recomendarles lo que debían decir para evitar el control de las autoridades franquistas. Sí, mi padre fue un hombre valiente. Es cierto que hay muchas formas de mostrar el valor, unas son consecuencia del arrebato audaz, instantáneo, heroico, épico, pero también hay otras más modestas, más discretas y cotidianas pero que requieren de mucha firmeza para ser mantenidas día tras día como hizo mi padre en la territorial del Quert, en aquellos tiempos del fin de la Segunda Guerra Mundial en la que son muchas las personas que pasan por la frontera del Protectorado español en Marruecos, donde del interrogatorio de estos transeúntes y su posterior informe dependía su destino.

Posteriormente, la lucha por la vida, los tiempos del pluriempleo, el intento de seguir adelante con dignidad. Todo esto ya lo vivimos sus hijos y lo recordamos con cariño y emotividad, más aún con el paso del tiempo que, en vez de atenuar las vivencias las refuerza y da más valor al sacrificio de nuestros padres que se esforzaron para que nuestra infancia y adolescencia fuese lo más feliz posible.

Yo de pequeño recuerdo a mi padre siempre muy activo, trabajando junto a mi madre, muy unidos y compenetrados y muy atentos a todas nuestras cosas, aunque éstas fuesen de poca importancia. Lo recuerdo llegar a casa con su prensa y revistas francesas bajo el brazo, que nos hacían intuir un mundo diferente al que vivíamos. También lo recuerdo escuchando la Pirenaica o la BBC, noche tras noche. La libertad que nos daba a todos los hermanos, la tolerancia que tenía con nosotros. Las visitas a la casa de la calle de la Nave, esa «casa abierta» siempre llena de gente, donde te podías encontrar a tantos amigos de mi padre, como Rafa Izquierdo, que fue el primero que me habló de la FUE y me contaba aventuras extraordinarias. Con todas mis tías: Carola, Manola, Cándida, la tía Concha y sus amigas –casi todas hijas de padres represaliados– el tío Tomás, la tía Mariví, el tío Vicente, el tío Enrique Tomás y la tía Juanita, los primos… Las comidas en la playa de las Arenas que tanto disfrutaba, los amigos de Picassent…

También recuerdo que mi padre era muy generoso y espléndido. Nunca le importó el dinero. Necesitaba muy pocas cosas para vivir y no daba importancia a las banalidades, ponía por encima de todo su libertad e independencia y siempre confiaba en sí mismo, por lo que no temía al futuro.

Pasados los años, recuerdo sus ilusiones por la llegada de la democracia, el trabajo en la Asociación de Vecinos, en el Partido Comunista, el tiempo de las elecciones con una actividad frenética, las visitas que hacían casa por casa para explicar el programa electoral, dando una imagen de seriedad e inspirando confianza. Siempre activo y organizador.

Después está el reencuentro con los amigos de la FUE. Una constante a lo largo de su vida. Pero, ¿qué tenía la FUE que hizo que sus militantes se sintiesen orgullosos toda su vida de haber pertenecido a ella? La FUE no hay que entenderla como un simple sindicato estudiantil del tiempo de la República, era mucho más. La FUE constituye el modelo de organización democrática y unitaria por excelencia. Progresista, aconfesional e independiente de los partidos dio cabida a todas las ideologías de progreso y a nadie se le quedó estrecha. Pero además constituyó una plataforma para la aplicación práctica del proyecto cultural, educativo, reformista y modernizador encarnado por la República. Sirva como ejemplo la divulgación teatral entre las clases trabajadoras con «El Búho», las colonias escolares en los pueblos, la universidad popular contra el analfabetismo, el deporte… Todo ello tenía un fuerte atractivo para la juventud y a ella se sumaron numerosos jóvenes ansiosos de transformar la sociedad y que después lucharon en la defensa de la República. Así pues es posible que la singularidad de la FUE se encuentre en que era un proyecto cultural permanente y, por lo tanto, inacabado y como tal ha perdurado a lo largo de los años. Ese proyecto cultural nace de la Institución Libre de Enseñanza, pero pronto se reforzó con la asunción de la conciencia antifascista durante la guerra civil y permaneció vigente durante el franquismo por su carácter democrático y, por tanto, opositor a la dictadura.

Además, la FUE constituye un referente que va a permitir contactar entre sí a sus militantes, perdedores de la guerra y constatar que no se encuentran solos en su derrota. De ahí la excelente labor de Pepe Bonet que aprovechando su profesión convierte su consulta médica en una estafeta para mantener vivo este espíritu opositor a la dictadura y establecer la tertulia como forma de reunión donde encontrarse en aquellos años. Tertulias que constituían un lugar de contacto, de transmisión de información, de reflexión y de acción y que inicialmente y por seguridad tuvieron un carácter itinerante: el Hungaria, el Gato Negro, el Coto, el Gran Peña, el Ateneo, el Círculo de Bellas Artes, Bimby, la Taberna Gallega… Estas tertulias aparecen espontáneamente a finales de los años 40 y van a seguir ininterrumpidamente hasta nuestros días manteniendo su carácter republicano, en defensa de las libertades y con un espíritu unitario y apartidista que se prolonga con la creación de la Asociación de los Amigos de la FUE.

Tras la muerte del dictador, mi padre es uno más de los organizadores del histórico homenaje a Pepe Bonet, que se realiza con una comida de fraternidad en el restaurante de las Arenas al que asisten cerca de 350 antiguos militantes de la Federación de Valencia, y se reciben numerosas cartas y telegramas de adhesión constituyendo el inicio de una nueva etapa de la FUE ya legalizada como Asociación de Antiguos Miembros. Desde entonces y durante años forma parte del «petit comité» encargado de las diversas actividades promovidas por la FUE, siendo este un periodo que vive con auténtica pasión y dedicación y que requirió de mucho de su tiempo y perseverancia para llevarlas a cabo junto a sus entrañables compañeros. Además, es el encargado de recopilar y organizar el archivo de la FUE correspondiente a este periodo, colaborando con María Fernanda Mancebo, que posteriormente será donado a la Universitat de València.

Yo he tenido la suerte por mi profesión de estar a su lado toda la vida, y puedo decir que no existe felicidad mayor, sobre todo porque su carácter hacía que él fuese el alma de nuestra consulta. Siempre he admirado y envidiado su capacidad para establecer relaciones afectivas con los demás, tenía ese don especial que hacía que en pocos momentos se hiciera entrañable, no solo por su cortesía y delicadeza sino también por la meticulosidad y perfeccionismo con que trabajaba y que los pacientes sabían valorar .También he tenido la suerte y el privilegio de conocer a casi todos sus amigos. A algunos los conocí muy tempranamente y eran como de la familia, a otros más tardíamente, ya en las tertulias de La Taberna Gallega, pero al final siempre los traía a la consulta ilusionado y de los que yo no conocía me contaba sus biografías y anécdotas con una admiración que yo compartía. Era magnifico escucharles, a todos ellos, sabiendo lo que habían vivido: Rafael Talón, Sebastián Collar, Rafa Izquierdo, Juan Soria, Manuel Martínez Iborra, Darío Marcos, Vicente Ramis, Pepe Bonet, Víctor Agulló, Guillermo y José Guillermo Pérez, Tonico Ballester, Ricardo Muñoz Suay, Bartrina, Juanjo Estellés, Vicente Vélez, Ruiz Mendoza, García-Esteve, Boquet, Juanita Alberich, Alberto Romeu, Fayos, Alejandra Soler… Siempre he pensado que será difícil encontrar una generación tan irrepetible como la suya por bondadosa, generosa e íntegra.

No puedo dejar de hablar de su conciencia comunista. Cuando en estas memorias describe los acontecimientos políticos lo hace de forma resumida y didáctica y en pocas páginas cita los principales momentos que acontecen, desde el resurgir del movimiento obrero en los años sesenta, hasta la caída del muro de Berlín y, para dejar constancia de su reacción tras el derrumbe del «socialismo real», escoge un texto inédito de su amigo Luis Galán, texto duro, pero que refleja sin tapujos el desacuerdo doloroso que algunos ya tenían con unos sistemas burocratizados y esclerosados incapaces de confiar en la democracia y el pluralismo político, que se había puesto de manifiesto durante los sucesos de la primavera de Praga. Sin embargo, y como siempre hizo a lo largo de su vida, sabía poner en la balanza lo positivo y lo negativo, las cosas que no le gustaban y las que se podían justificar. No era nada proclive a dogmatismos, y destacó siempre en la defensa de lo justo y de los derechos individuales y colectivos en cualquier circunstancia, porque su militancia nace de los ideales del antifascismo unitario, de las enseñanzas de la vida, y del ejemplo que daban las personas con sus conductas y, tanto durante la guerra como en la dictadura, el ejemplo que dieron los comunistas demostraba que eran los que mejor aseguraban la lucha por las libertades y contra toda forma de opresión. Por eso, la práctica que vieron posteriormente en los partidos de los países del denominado «socialismo real» no era la que ellos querían que fuese, ni se correspondía con lo que habían vivido. Siguió pensando que el comunismo es la única alternativa válida para cambiar la sociedad que vivimos, para conseguir un mundo más justo, pero también que ese cambio solo será posible si se respetan escrupulosamente tanto las libertades como los deseos colectivos de la mayoría.

Un último aspecto que caracterizó a mi padre era su confianza y admiración por la juventud. Ese cariño fue una constante de su vida, pero se hizo más evidente al ir creciendo sus nietos, con los que disfrutaba y se preocupaba de inculcarles los valores que hay que defender, sobre todo la amistad, el respeto y la honestidad y todas las cosas por las que merece la pena luchar. No es de extrañar pues que no perdiese ocasión de conversar con los jóvenes, en cualquier situación, bien fuese en algún acto cultural, en una charla de un instituto, cuando acudían a las tertulias para recoger datos para la memoria histórica o en cualquier conversación improvisada, en cualquiera de las manifestaciones reivindicativas a las que, formando parte del colectivo de la FUE asistía, fuese el primero de mayo, el 14 de abril, el «no a la guerra»… y tantas otras a las que nunca faltaban y en las que era emotivo ver concentrados bajo la enseña republicana a ese grupo de luchadores, la mayoría octogenarios, manteniendo la misma ilusión que nunca les abandonó. Disfrutaba con los jóvenes y les hacía disfrutar con su afabilidad y admiración que, por evidente y sincera, siempre era reconocida por ellos a pesar de la diferencia de edad. Además era capaz de transmitir su optimismo ante cualquier manifestación de desánimo o indiferencia, defendiendo la necesidad de mantener la dignidad como personas por encima de todo.

Para él lo más importante de la memoria no era solo su capacidad para evocar, también lo era su capacidad para crear, y los que debían de crear el futuro eran los jóvenes.

Hasta el final mantuvo una actitud activa en la defensa de los valores democráticos de la izquierda. Recuerdo que en una de las asambleas del Movimiento 15M los organizadores le invitaron a hablar sobre aspectos educativos de la República. Ese día volvió a casa muy ilusionado y emocionado. Entre sus papeles he podido encontrar la nota escrita que les leyó. En sus palabras les decía la admiración que sentía por todos ellos, por reivindicar lo justo, día a día al aire libre de forma democrática y participativa. Les habló de lo que supuso la FUE para la juventud estudiantil, su carácter unitario y los avances sociales conseguidos por la República. Todo ello lo hacía, no con la melancolía de un tiempo pasado, sino con una visión muy actual de la necesidad de mantener una actitud firme para enfrentarse al mundo neoliberal que estamos viviendo, que cercena las posibilidades de progreso y sigue generando miedos e inseguridades. En ese acto solidario tenía 91 años, y era un joven más de los indignados reunidos en la plaza, compartiendo con todos, su amistad y solidaridad. Estaba como siempre donde pensaba que debía estar.

Quiero finalizar esta introducción sobre la vida de mi padre diciendo algo que le hubiera gustado decir a él, y es que sus memorias, al fin y al cabo narran las experiencias vividas por un combatiente de la República, sin cargos de especial relevancia, la de un militante de base como otros muchos, todos ellos con su historia, su particular y extraordinaria historia. Este aspecto es el que las hace relevantes, un relato compartido por una gran cantidad de luchadores anónimos que un día tomaron la decisión firme de defender la libertad y el progreso y hasta el final de sus días se mantuvieron fieles a sus convicciones. Si ellos pudieran escribir sus memorias seguro que serían casi intercambiables con las de mi padre. Y por eso me siento muy orgulloso de él y de todos ellos.

Deseo manifestar mi inmenso agradecimiento a Pilar Sanz y a Cristina Escrivá por su inestimable ayuda en la revisión, estructuración y corrección del texto así como en la elaboración de los pies de página aclaratorios, el índice general, la selección iconográfica y tantos detalles que por su experiencia como editoras conocen, y que han supuesto para las dos mucha dedicación y tiempo. Soy consciente de que lo han hecho con un especial cariño por tratarse de una persona muy especial, a la que tanto querían. También quiero agradecer muy especialmente a su gran amiga Alejandra Soler la semblanza inicial que hace de mi padre. Mi agradecimiento lo hago extensivo a Salvador Albiñana, sin ninguna duda la persona que más ha contribuido para que estas memorias viesen la luz y también por su lectura y revisión final del documento. A Pilar Bonet, Pepa Ramis, José María Azkárraga y Juan Navarro por su aportación de documentos gráficos y personales y, también, a José Luis Canet y Vicent Olmos del servicio de Publicaciones de la Universitat de València.

Por último quiero expresar el reconocimiento de nuestra familia a todos cuantos con interés y cordialidad han hecho que estas memorias puedan llegar al lector.

FRANCISCO MARÍN OLMOS

Valencia, marzo de 2015

PARTE I

EL INICIO DE MIS RECUERDOS

Era junio de 1945. Si nací el 13 de febrero de 1920 tenía 25 años bien cumplidos. Me encontraba en un vagón de tercera del tren correo Málaga-Madrid. Hacía pocas horas que había desembarcado del buque que hacía el trayecto nocturno Melilla-Málaga, después de una travesía extraordinaria para mí, ya ducho en este recorrido, pues nunca la mar se había convertido en una balsa de aceite, que se iba abriendo a medida que la quilla del barco iba avanzando. La luna reflejada en este espejo no podía cabalgar y se conformaba, en esta ocasión, transmitiendo como un farol destellos de su propia luz. La expectación de este fenómeno obligó a la mayoría de los viajeros a conciliar el sueño más tarde de lo normal, a altas horas de la madrugada. Al llegar a Málaga tuve que pasar por el obligado y riguroso control de los carabineros de la aduana, que se incautaban de los artículos considerados de contrabando, que en África estaban a precios exiguos con respecto a la Península. Este trámite para mí fue especial, pues llevaba un paquete para un teniente coronel destinado en el Ministerio de Defensa en Madrid, que mi comandante me había entregado, junto a una tarjeta suya dirigida al jefe de la aduana. Esto significó el que no registrasen mi maleta repleta de tabaco, relojes y artículos que familiares y amigos me habían solicitado previamente por correo.

El vagón del tren estaba rodeado de gran parte de soldados uniformados que, como yo, procedían de Melilla. Yo, sin embargo, iba de paisano que era la ilusión de todo soldado. Iba así porque no disponía de uniforme y de haberlo tenido me estaba vedado usarlo, ya que en mi bolsillo, independiente del imprescindible billete de embarque militar, disponía de un carnet de identificación como agente del Servicio de Información de la Intervención Territorial del Quert, del Protectorado Español de Marruecos, sito en Villa Nador.

Yo era uno de los derrotados de la guerra civil española y me satisfacía deducir, a la vista de los acontecimientos vividos desde mi regreso del extranjero, que no estaba totalmente vencido. Es cierto que mi formación educativa, mis conocimientos de los idiomas francés y alemán unidos a mi experiencia de años vividos con mucha intensidad, me sirvieron de mucho. Con todo ello, de no haberme acompañado la suerte, hubiera sido más difícil. Sí, estaba convencido de que era una persona afortunada y eso que no desconocí los sufrimientos, hambre, opresión, prisión… pues pasé por todos ellos y en circunstancias de excepción.

No iba de servicio. Era un viaje de un mes de permiso. La validez de mi carnet de agente fuera del Protectorado español era muy discutible, pero las contadas veces que me identifiqué con él en la Península, incluso ante la policía, todo eran facilidades. Para comprender esto hay que situarse forzosamente en esta época, cuando el escuchar «Servicio de Información» era suficiente motivo de temor para cualquier ciudadano, incluso para la propia policía.

En este viaje tuve la ocasión de comprobar la eficacia de mi documentación. La escasez de alimentos de primera necesidad, contingentados a través de cartillas de racionamiento individuales, originó un tráfico de alimentos desde las zonas rurales, donde era fácil la adquisición de productos agrícolas para venderlos a mayores precios en las grandes ciudades. A este tipo de negocio se le denominó «mercado negro» y aunque estaba muy sancionado tomó gran impulso ya que el ciudadano estaba obligado a adquirir estos alimentos para poder subsistir. El abastecimiento oficial a través de cupones para pan, legumbres, carnes, aceites, tabaco, etc. era escaso en cantidad y la mayor parte de las veces en calidad. En pequeñas cantidades el medio de transporte que utilizaban estos «estraperlistas» era el tren. Tenía su riesgo, ya que en cualquier momento podían surgir agentes de la Fiscalía de Tasas que registraban todo, desde la máquina de vapor a la cola, y se incautaban de todos los productos alimenticios en maletas y bultos. Nadie reclamaba su propiedad para evitar multas y hasta detenciones, según el volumen del decomiso.

En un largo trayecto eran varias las veces que al parar en una estación subían los agentes y esta circunstancia se conocía enseguida por el nerviosismo de los pasajeros implicados, que trataban de desplazar sus maletas en sentido contrario al avance de los agentes, trasiego que se hacía dificultoso por ir siempre los trenes abarrotados de pasajeros.

En este viaje me encontraba, como ya queda dicho, rodeado de soldados, algún paisano y una viejecita que tenía sentada sobre ella una niña, que supuse sería su nieta. Un súbito desplazamiento de bultos dio a entender que íbamos a conocer un registro en nuestro departamento. Noté en el semblante de esta mujer una expresión de temor y su consiguiente inquietud. Sin pensarlo mucho le pregunto si tiene algún contratiempo e instintivamente me señala una maleta grande situada en la parte superior del tablero soportabultos. Le digo que se tranquilice, pues diré que es mía y a mí no me registrarán. Tengo que aclarar que a los soldados normalmente no les registraban sus bártulos, que ya habían pasado por el control de la Aduana. Por fin llegan los agentes y no les dicen nada, pero como venían acompañados por dos agentes de policía del servicio del tren, piden la documentación a todo el mundo y a los soldados el oficio-pasaporte militar de permiso. A mí que voy de paisano con mayor motivo me lo piden y sólo les enseño mi carnet. Al preguntarme si voy de servicio les contesto: «por supuesto». Señalo con un gesto dos maletas y un paquete que manifiesto son de mi propiedad. No hay nuevo intercambio de palabras y todos al abandonar el departamento me saludan. Transcurrido el chaparrón y ante el agradecimiento de la viejecita y las miradas interrogantes del resto de pasajeros y soldados, no recuerdo, por el tiempo transcurrido, las palabras que pude decir, ya que no siendo correcto airear mi condición de agente del Servicio de Información de la Intervención Territorial del Quert, lo que sí que les aseguré es que no era ningún policía.

Aunque mi permiso lo tenía que disfrutar en Valencia, existían dos motivos para pasar por Madrid: entregar personalmente el paquete que mi jefe me había encomendado y mis deseos de recorrer la capital, después de nueve años de ausencia y visitar los lugares que había conocido en circunstancias tensas provocadas por la defensa de Madrid, al principio de la guerra. Sabía de antemano que iba a sufrir la nostalgia de los años transcurridos y me faltaría el calor de las mismas imágenes vistas a través de los ojos de un muchacho de dieciséis años.

Madrid tenía muchos lugares que me recordaban a mis compañeros de milicias y la unidad militar con la que estuve en distintas barricadas de la capital. Todos procedíamos y nos habíamos instruido militarmente en Valencia y, posteriormente, en Alicante.

MIRANDO HACIA ATRÁS, EN 1936 HAY QUE DEFENDER LA REPÚBLICA

¿Cómo conocí a Huguet, Pérez Carpio, Izquierdo, Muñoz Suay, hermanos Talón, Ferraz, Torrella, Galán, y tantos y tantos que más adelante serán citados?

En octubre de 1936 acudí al llamamiento de voluntarios para la defensa de la República. Como era miembro de la Federación Universitaria Escolar (FUE) en la Asociación Profesional del Instituto Luis Vives de Valencia, me incorporé junto a dirigentes y afiliados de esta organización estudiantil al Primer Batallón del Regimiento de la Victoria. Este batallón, junto a otras unidades de milicias se fue formando en el Colegio de los Salesianos de la calle Sagunto, acondicionado como cuartel general de milicias y en donde efectuamos la primera instrucción militar. Posteriormente fuimos desplazados al cuartel de Benalúa de Alicante y allí proseguimos la preparación militar de la unidad. El 10 de enero de 1937 nos enviaron a Madrid llegando a la Estación de Atocha y formados llegamos al Ministerio de Fomento, acondicionado todo el edificio como centro de distribución y destino de los milicianos que integraban las columnas y unidades que iban llegando a la capital.

El comandante Trigueros, al mando del Regimiento desde que se constituyó en Alicante, efectuó una visita con su Estado Mayor para comunicarnos que estaba pendiente de que se le asignase un sector del frente y que nos encontrábamos en la tercera fase de la defensa de Madrid.

El bautismo de guerra lo iniciamos el 18 de enero con un desplazamiento a Perales del Río (Madrid), desde donde y durante ese día se efectuaron varias marchas para ponernos a punto, con motivo de la acción que se preparaba para la madrugada del día siguiente, cuando los tres batallones de la brigada del comandante Líster tenían como objetivo tomar al asalto el Cerro Rojo, antes denominado Cerro de los Ángeles. El Batallón de la FUE en esta operación tenía asignada una segunda línea de reserva. El comandante Líster, que ya en varias actuaciones, en plena defensa de Madrid, prefería operar por la noche y descansar durante el día, en esta ocasión y por tratarse de llegar al cerro con gran visibilidad por parte del enemigo, optó también por la nocturnidad, ya que aparte del factor sorpresa quiso llegar al mínimo de bajas en la operación. La acción empezó sobre las cinco de la madrugada y al empezar a alborear, y con muy pocas bajas, el cerro cae nuevamente en poder de las fuerzas republicanas. Se consigue un excelente botín capturando un jefe del Estado Mayor, varios oficiales, muchos prisioneros y abundante material bélico.

Este mismo día por la tarde y con mucha rapidez las fuerzas franquistas, que asumían el nombre de nacionales, reciben grandes refuerzos de su sector y la lucha se encarniza, por nuestra parte por mantener el recién reconquistado Cerro Rojo, y los franquistas por volver a tomarlo, lo que consiguen antes de que llegue la noche cerrada. Los muertos por ambos lados son muy numerosos. En segunda línea conocí esta circunstancia con bastante detalle por ser mi primera acción militar. La imagen dantesca de tantos muertos durante este día no significó para mí una inyección de euforia guerrera, y eso que sin haber probado el alcohol en mi vida, durante toda la batalla el rancho que me dieron se limitó a frecuentes galletas nadando en coñac en mi plato de miliciano.

En la calle Daoíz, cerca de la plaza Dos de Mayo, en un convento-iglesia, transformado en habitación dormitorio para la primera y segunda compañías del primer Batallón, conocí con mis compañeros de la FUE, que estábamos integrados en la primera, las «primicias» del caldero de lentejas que ya y durante el resto de la guerra se harían célebres con el nombre de «las píldoras del doctor Negrín». Al recordarlo retrospectivamente no pude reprimir una condescendiente sonrisa, no por el primer sabor de esta legumbre como rancho militar, que solamente lo probamos, ya que veníamos bien nutridos por los alimentos del litoral alicantino, sino porque noté algo de nostalgia recordando esos días que, aún con los sinsabores de la guerra, uno se sentía feliz teniendo por delante toda una vida, lógicamente llena de incógnitas. Esta proyección de nueve años atrás me emocionó por la suerte de poder rememorarla.

Ya introducido en esta época y recuerdos, me fue obligado evocar una breve visita de pocos días al frente del sector de la Ciudad Universitaria. Conocí muy poca actividad, pero lo suficiente para descubrir la traidora trayectoria de los obuses de los morteros capaces de introducirse súbitamente en las trincheras. También me quedó de esta tan breve estancia, la imagen de que parte de las improvisadas troneras del parapeto la componían múltiples cajas de latas de ternera o de búfalo, de mantequilla, que constituían lo que se denominaba «rancho en frío», que era el que normalmente se nos suministraba en primera línea de frente.

Una anécdota interesante que refleja fielmente el ambiente guerrero de Madrid no se me podía escapar al llegar a la Gran Vía. Con cruces de proyectiles sobre las barriadas extremas, que configuraban el cinturón de los diversos sectores de la defensa de la ciudad, varios compañeros de la FUE fuimos al cine Capitol, en plena Gran Vía, para ver la proyección de la película de guerra soviética Los marinos de Kronstadt. En un momento dado creímos que la banda sonora no sincronizaba bien con las imágenes. El traqueteo de las ametralladoras del buque de guerra funcionaba a destiempo frecuentemente. Alguien tuvo la intuición de pensar que el ruido de las ametralladoras fuese real y proceder del propio frente de Madrid. Esta era la realidad y salimos apresuradamente para incorporarnos a nuestra unidad que se encontraba en El Pardo. Recordé que coincidimos en esta incidencia Rafael Talón, José Huguet, Fernando Ferraz, Rafael Bonet, Rafael Izquierdo y yo.

En este sector de El Pardo estuve hasta finales de febrero, pues reclamado por menor de edad, tuve que regresar al entorno familiar aunque no por mucho tiempo, como más adelante habrá ocasión de relatar. De mi breve estancia en este frente recordé que no hubo acciones de importancia. Al entrar en línea nuestro batallón pasó a las órdenes del comandante Enciso, quien ajustándose a las recientes estructuras orgánicas, con otro batallón y una columna creó la 44 Brigada Mixta que permaneció en este sector, defendiendo la capital durante toda la guerra. Era destacable el compañerismo entre los estudiantes de la FUE, que poco a poco iban menguando la primera compañía mandada por el capitán Vicente Talón, también de la FUE valenciana, pues se iban incorporando a las diversas convocatorias para cursos de Oficiales en las distintas Escuelas Populares de Infantería, Artillería, Ingenieros, Aviación, etc. que por necesidades de la guerra se iban convocando. Quedaban dentro de la compañía obreros y empleados agrícolas de Catarroja, Algemesí y Alzira, hombres sencillos y valerosos, que por su fortaleza física fueron de gran ayuda en nuestras marchas. Aquí, por primera vez, tuve que imitar a mis compañeros despojándome de la ropa para ir eliminando, en lo posible, las molestias de los parásitos que se ubicaban en nuestros cuerpos. Al ser reclamado junto a Ricardo Bastid,1 terminó mi breve estancia en el frente de Madrid.

EL COMPROMISO CON LA REPÚBLICA. CONTEXTO FAMILIAR Y POLÍTICO SOCIAL

Al regresar a Valencia me enteré de que mi padre me había reclamado bajo la presión de los padres de Bastid, que viviendo en la misma finca de calle de la Nave número 3, tenían un contacto diario y decidieron reclamarnos a los dos.

En lugar de encontrar la satisfacción de haber cumplido una pequeña aventura personal, me di cuenta de que me faltaba el calor de mis compañeros del frente y que difícilmente podría acoplarme a la pasividad que, de momento, no favorecía mi edad. A medida que pasaban los días se me acentuaba la nostalgia de la camaradería de los compañeros de la FUE y empecé a reconocer que mi sitio no estaba en la retaguardia. La decisión de mi incorporación al Batallón de la FUE obedeció a una inquietud juvenil originada por el ambiente de una rebelión militar, que rápidamente se transformó en una guerra civil. Ello caló en muchos jóvenes, fundamentalmente en los que por circunstancias de entorno –familiares y amigos–, estaban politizados defendiendo la legalidad republicana. Este era mi caso, ya que desde los 14 años estaba afiliado a la FUE en la Asociación Profesional del Instituto Luis Vives y recién cumplidos los 16 años en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). Otro factor de peso era la fuerte personalidad de mi padre, que espero quede bien plasmada al hacer la recopilación testimonial de un gran recuerdo que se inicia un 18 de julio de 1936.

Sí, recuerdo este día como un sábado resplandeciente que invitaba a ir a pasar la mañana tomando el baño en la piscina del Balneario de las Arenas, lugar frecuentado por los estudiantes que nos encontrábamos de vacaciones. Tenía 16 años y había terminado con aprovechamiento en el mes de mayo mi sexto curso de bachillerato y por tanto el título de Bachiller con mi promoción de estudiantes oficiales 1931-1936 en el Instituto Luis Vives. Ciertamente para mí, que excepto en el quinto y sexto curso no había sido un estudiante aplicado, el haber obtenido el título con mi promoción era motivo de gran satisfacción, que se hacía extensiva a mis padres y hermanos, todos menores que yo, a excepción de mi hermana Carolina. Mi hermana mayor, Juanita, había fallecido por enfermedad pulmonar con 15 años de edad. El resto de mis hermanos lo constituían, por edad, Cándida que acababa de terminar su cuarto curso, Tomás que había terminado su tercer curso, y el resto Concha, Manola, Vicente en edad escolar y, por último, mi hermana Juanita, con meses ya que había nacido en febrero, siendo mi hermana Carolina y yo los que la llevamos a la pila bautismal.

Esta primicia universitaria la hubiera cedido voluntariamente con gran amor a mi hermana Juanita dotada ella de marcada inteligencia, reflejada en unas notas brillantes, ya que ello hubiera conllevado el no haber conocido la desgracia de su muerte pocos años antes. Era nuestra hermana mayor muy agraciada por una gran hermosura. En mi recuerdo, irrepetible.

Al principio creí que mi éxito me aportaría una independencia para disfrutar abiertamente de los meses de verano y preparar cómodamente el ingreso en la Universidad, reválida imprescindible para incorporarme a la Facultad de Medicina; pero mi padre de profesión médico, especializado en Oftalmología no opinaba tan generosamente y sólo me concedía las tardes para estudiar y para mis ocios. Por las mañanas tenía que ayudarle en la consulta que se iniciaba a las diez de la mañana, encargándome de la preparación y desinfección con el autoclave, del instrumental para las dos o tres intervenciones programadas para el día y que debía tener a punto antes de las doce y media, en que acudían sus ayudantes los doctores don Antonio Prior y don Fabio Pacheco que revisaban mi trabajo y seguidamente se iniciaba la sesión operatoria que duraba normalmente hasta las dos y media. Creo recordar que en este menester me ayudaba mi hermano Tomás, incluso Cándida colaboraría en la preparación del autoclave.

No puedo aún entrar de lleno en el acontecimiento de este día sin antes hablar de mi padre, que se merece un buen capítulo, pues de no haber disfrutado de un progenitor tal cual fue, este día que significó una fecha que dividió la historia de España en dos épocas, antes del 18 de julio y después del 18 de julio, hubiese transcurrido para mí como un día más, sin expectación, sin incertidumbres… Esta mención que le debo, antes de entrar en los pormenores del día, es gracias a la educación que de él recibí y a la observación constante y admirativa por mi parte de su idiosincrasia, que siempre me ha servido de norma para asumir la distinción entre el bien y el mal, cuanto más al respeto y asunción de la moralidad y dignidad.

Era persona de fuerte personalidad, marcado carácter, gran defensor del más débil, de la libertad y de cuanto llevase aires de justicia y progreso. En este aspecto exteriorizaba su admiración por la Revolución francesa y sus destacados protagonistas como Robespierre, Marat, Danton. Todas estas cualidades le configuraban como personaje dado al buen consejo.

Republicano de la época de Blasco Ibáñez, anticlerical, antimilitar, su trayectoria política siempre se iba decantando hacia la izquierda, pues a raíz de los acontecimientos de represión durante el bienio negro, el espacio político de Azaña se le hizo estrecho y empezó a simpatizar con las ideas socialistas. Este desplazamiento hacia posiciones más progresistas, tanto en políticos, como en personas, lo valoraba con conceptos de admiración, en tanto que lo contrario era motivo de crítica.

Un episodio en su vida que asevera esta rectitud y firmeza lo conocí en una de las visitas que mutuamente se hacían el general de la Guardia Civil, Uribarri –liberal y masón–, padre del capitán Manuel Uribarri, también de la Guardia Civil, y mi padre. Su amistad se remontaba a principios de siglo cuando Uribarri –padre– estaba destinado en Castellón y mi padre ejercía como oftalmólogo en la misma ciudad. Rememorando tiempos pasados se comentó el suceso al que quiero referirme.

Ocupando mi padre el cargo de jefe de Oftalmología del Hospital Provincial de Castellón, sobrevino la dictadura del general Primo de Rivera. A su vez era miembro titular de la Comisión Mixta de Médicos Militares y Civiles para el reconocimiento de los reclutas. Estos cargos no los había conseguido políticamente, ya que dadas sus ideas liberales durante el entonces reinado de Alfonso XIII, había prevalecido su reconocida distinción profesional, lo que no era óbice para que, por ocupar estos cargos, estuviera vinculado a las autoridades civiles y militares.

Con el nuevo régimen dictatorial se inició un movimiento depurador de cargos públicos. Gran parte de la intelectualidad española era liberal e influenciada pedagógicamente por la institución Libre de Enseñanza, teniendo como promotor a don Francisco Giner de los Ríos, para renovar la enseñanza en España y darle un corte de tipo humanístico. Al transcurrir un tiempo prudencial mi padre estaba sorprendido de que la depuración no le hubiese afectado a él. Un buen día recibió del general Severiano Martínez Anido, gobernador civil de Barcelona y hombre fuerte del dictador, una carta privada insinuándole el contactar y formar filas con determinados militares de alta graduación de la plaza, allegados a la Iglesia, burguesía, terratenientes, etc., que, como es natural, mi padre conocía como el grupo militar más homogeneizado en la defensa de mantener un Directorio Militar. Dando la callada por respuesta, era consciente de que con esta actitud llegaría de inmediato el cese de sus actividades públicas, como así ocurrió en el caso de su actividad en la comisión mixta.

Excelente creador de amigos, los tenía de todas las ideologías y esferas sociales, a los que miraba en un mismo techo de trato y respeto. Aunque era intransigente respecto a los que no comulgaban con sus ideas, en una época en que la simple discordia ideológica era suficiente motivo para distanciar a personas y familias, tenía la cualidad de respetar la multiplicidad de criterios y es presumible que este oír y dejarse escuchar, enlazado a su peculiar sentido del humor, sirviese para enriquecer su extraordinaria facultad dialéctica y que unida a su vasta cultura, causaba admiración ante cualquier interlocutor. No puedo omitir su maximalismo temperamental, con juicios vehementes, pero nunca se le escuchó, ni permitió en su presencia expresiones soeces, ni altisonantes, siempre cortadas con autoridad y enfado.

Sus horas más felices las pasaba en su peculiar tertulia de casa. Debido a una dolencia hepática, exceso de trabajo en su clínica privada, con consulta por las mañanas y tardes, casi todos los días era visitado por amigos, especialmente médicos de pueblos que traían pacientes para visitar u operar y que normalmente se quedaban a comer en casa. El restaurante ideal Room2 de la calle de la Paz era un proveedor muy asiduo de los menús que desde casa se solicitaban, y la mayoría de las veces, yo mismo y mi hermano Tomás hacíamos de mensajeros en estos menesteres. Recuerdo que le visitaban los doctores don Vicente y Eloy García, el doctor González Beltrán y con bastante frecuencia el capitán de la Guardia Civil, don Manuel Uribarri, hijo del general ya citado que, siguiendo la tradición progresista de su padre, era un gran demócrata y gran defensor de la República.

Hacía bastante tiempo que se comentaba en la tertulia, que los militares debían de estar preparando sigilosamente alguna conspiración y que la indecisión del gobierno estaba propiciándola. Uribarri era de esta opinión, aunque alegaba se estaban tomando medidas precautorias a través de la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA). El espectro político de izquierdas desde las elecciones del 16 de febrero de 1936 estaba compuesto por la unión de las fuerzas políticas y sindicales democráticas: republicanos, radicales socialistas, socialistas, comunistas, trotskistas del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), Unión General de Trabajadores (UGT) y la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Las fuerzas políticas de la derecha estaban asentadas en tres frentes: La Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) de Gil Robles, partido mayoritario constituido por parte de los sectores allegados a la iglesia, burguesía, terratenientes, etc., que por su simpatía a los nuevos aires nazi-fascistas de Alemania e italia, miraban con buenos ojos cualquier movimiento militar; Renovación Española dirigida por Calvo sotelo y por último Falange española dirigida por José Antonio Primo de Rivera. Estos dos últimos estaban inspirados en el movimiento nacional-socialista de Hitler, asumiendo la denominación de partido nacional-sindicalista y utilizando la violencia en todas las provincias de España, lo que motivó la detención de Primo de Rivera en el mes de marzo de 1936.

Volviendo, después de este obligado inciso, al soleado 18 de julio, en la consulta matinal de mi padre, algún paciente manifestó que, la radio, de buena mañana, había emitido una nota del gobierno comunicando que en la Plaza de Melilla un reducido número de militares se había sublevado contra la Segunda República y que posteriormente se había ampliado la noticia dando cuenta de que este levantamiento afectaba a otras ciudades africanas como Ceuta y Tetuán, pero también señalaba que rápidamente se habían tomado las medidas necesarias para normalizar la situación y que ello era cuestión de horas. Mi padre durante toda la consulta no cesaba en calificar de traidores a estos militares, dudando que fuese sofocado tan rápidamente por haberse iniciado en plazas africanas.

Por la tarde acudí a la cita que diariamente tenía con unos jóvenes, en la pista de patinaje en el Paseo de la Alameda, donde practicábamos esta afición. Una de las muchachas con la que más simpatizaba era hija de un capitán de intendencia llamado Rojo, y me fue muy útil para darme una confirmación de la noticia del día, pues su padre había hablado telefónicamente con un familiar destinado en Melilla, quien le había notificado que un amplio sector de la guarnición se había levantado en armas, saliendo a la calle, y que excepto algunas dependencias militares el resto de la Plaza estaba dominada por los insurrectos. Su padre le había recomendado regresar a casa antes de la hora habitual. Pronto la acompañé a su casa, que estaba en las dependencias militares de la Alameda y seguidamente sobre las ocho de la tarde me dirigí al local de la UGT, situado en una travesía de la calle de la Paz, donde este sindicato tenía la rama de Dependencia Mercantil y donde hacía unos meses me había afiliado, por haber montado una pequeña óptica en la calle de las Comedias, atendida por mi hermana Carolina, que yo dirigía y por este simple hecho tenía el prurito de considerarme sindicalista. En el local era materialmente imposible entrar, tal era la expectación que había producido el golpe militar. Se habló de convocar una huelga general para el lunes. Posteriormente fui al local de la FUE y, por estar en periodo vacacional, estaba cerrado.

El domingo transcurrió con fuertes incertidumbres y mucha vigilancia por parte de los partidos del Frente Popular, ya que los jefes militares de los cuarteles no daban señales de adhesión al Gobierno. Se extendió la consigna de acudir por la noche al Gobierno Civil y se congregó en la plaza, dando al río Turia, una multitud exaltada de trabajadores, obreros y campesinos solicitando armas y no faltaron expresiones de que se estaba traicionando a la República e insultando con gritos al propio gobernador civil Braulio solsona. La muchedumbre a medida que se iba incrementando en número se iba enfureciendo y se presumía un asalto al edificio, que muy poco hubiese podido evitar el piquete de Guardias de Asalto que protegía la entrada, pero que ante la proximidad del gentío se mantenía en actitud pasiva, sin deseos de intervenir. De pronto se abrieron las puertas del balcón central, saliendo varias personas. Entre ellas reconocí al capitán Uribarri que, extendiendo sus largos brazos, solicitó silencio, que se produjo en fracción de segundos, ansiosa la multitud de escucharle. Habló dando la seguridad de que el capitán general de la Plaza, Martínez Monje, le había prometido mantenerse al lado de la legalidad republicana y que estaba redactando un mensaje radiofónico dando cuenta de esta decisión y además efectuaría una inspección a los cuarteles. Uribarri manifestó que no obstante le había comunicado al general que influyese para que ningún cuartel de la guarnición se atreviese a sublevarse, ya que en las proximidades de los mismos se habían situado minas, siendo inútil y suicida cualquier intento –este extremo no se confirmó nunca y seguramente fue improvisación del propio Uribarri–. Habló de la lealtad de los Guardias de Asalto y Guardias Civiles, que se mantenían vigilantes haciendo servicios en los edificios estratégicos de la ciudad. También comunicó que acababan de hablar con Madrid para que autorizasen armar a los miembros de los partidos políticos y sindicales y que sobre ello hablaría seguidamente el señor solsona. Estas últimas palabras fueron ovacionadas estrepitosamente.

El gobernador se expresó con palabras similares y ante la ingente cantidad de ciudadanos hizo una exaltación del arraigo republicano de la región valenciana. Manifestó que el lunes llegaría como delegado del gobierno central el señor Martínez Barrio y que se celebraría una reunión para decidir la entrega de armas.

El día 20 una muchedumbre incontrolada incendió y saqueó algunas iglesias y el Palacio arzobispal. No eran extrañas estas reacciones populares, que venían arrastradas desde la época de la Monarquía, cuando cualquier contingencia de tipo social provocaba en las personas más humildes una psicosis colectiva de repulsa y ciertos sectores más radicalizados, aunque minoritarios, se aprovechaban para cometer estos actos censurables. En parte era debido a que la iglesia estaba aliada con los poderes políticos reaccionarios,