Sigo aquí, no he partido - Pablo Gabriel Asan - E-Book

Sigo aquí, no he partido E-Book

Pablo Gabriel Asan

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Beschreibung

Cuando el momento de partir es inminente, las personas podemos vivir experiencias tan profundas como reveladoras. Cuando un ser querido se acerca a su partida, nos inunda un sentimiento inevitable de angustia y tristeza, el cual debemos superar rodeándonos de quienes nos brinden la fuerza, energía y compañía necesaria. El alma, esencia de la vida y contenido de nuestro cuerpo, su progreso y elevación, debe ser el motivo y motor para hacer nuestro mejor papel en el plano que nos toque transitar. Lograr el mayor progreso como alma, hace que a la vez nuestro entorno, nuestros seres queridos, nos echen de menos con nuestra partida y deseen tanto volver a vernos alguna vez, que Dios no tenga más remedio que cumplirlo.

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Pablo Gabriel Asan

Sigo aquí, no he partido

Coloquios de la vida y la muerte

Asan, Pablo Gabriel Sigo aquí, no he partido : coloquios de la vida y la muerte / Pablo Gabriel Asan. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4865-8

1. Narrativa. I. Título. CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

Prefacio

El alma

Liliana

La muerte

Blanca

El duelo

Eduardo

La enfermedad

La tristeza

La relación médico–pacientey la empatía

María Inés

La vida y sus vueltas

Carpe diem

Jacinto

A mi madre, quien me dio la vida

y me la continúa dando.

A mi padre, quien fuera mi amigo

y hoy mi guía.

A Dios, quien aunque no precise mi dedicatoria,

seré su eterno deudor.

Prefacio

Poco fue el tiempo que llevó decidirme a escribir este texto, luego de una no tan vasta experiencia en medicina preventiva, los cuidados paliativos y el periodismo.

Noté que, con el paso del tiempo, había tenido suficientes experiencias enriquecedoras, más de las que podría imaginar, con pacientes cuya vida, la actual, comenzaba a apagarse. Fue entonces que creí que, tal vez, ya estaba en condiciones de volcar algo en unas hojas antes de que las imágenes, diálogos y recuerdos guardados en el ilimitado disco duro del cerebro comiencen a difuminarse.

Cuando iniciaba mi especialidad en Medicina Familiar, tuve la oportunidad de asistir, en Cuidados Paliativos, a la clínica CCP Baires del barrio de Barracas, la cual se especializa en este tipo de cuidados y en la cual hoy me desenvuelvo como médico de planta.

En aquel entonces, sin entender mucho de qué se trataba esta filosofía, comencé a notar cómo el resto de los profesionales se detenían en cada paciente y en cada familiar. Intercambiaban no solo informes médicos, sino también palabras de aliento o el simple hecho de tomar una mano y sostenerla firmemente mirando a los ojos, contener el llanto y la tristeza del paciente enfermo y a sus seres queridos, incluso risas y abrazos. Hasta ese entonces, ni como paciente ni como médico había visto tal ejercicio de la medicina. Lo había imaginado muchas veces, pero tan solo era una escena utópica de una obra utópica en un mundo utópico. Ahora los había visto, cuidados detallados, tiempo médico ilimitado, bien invertido, sin mirar el reloj; tiempo para el paciente, para sus dudas, para las dudas de su familia y, ¿por qué no?, para nuestras propias dudas también.

Con el paso de los días y las semanas, si bien seguía siendo un médico practicante, esos gestos fueron formando parte de mi diario y lo extrapolé a todas mis tareas médicas sin siquiera notarlo, sin forzarlo; cuando me di cuenta de que lo estaba haciendo naturalmente, fue cuando noté que tantos años de estudio y de memorizar nombres de enfermedades y fármacos, habían sido solo un tipo de formación dura, fría, aunque necesaria, por supuesto. La medicina había tomado otra forma, ahora era una manera más de tratar y cuidar al prójimo.

Los cuidados paliativos son aquellos que intentan mejorar la calidad de vida de pacientes que padecen una enfermedad potencialmente mortal y también la de sus familias, aliviando el sufrimiento físico, emocional, espiritual y psicosocial. Aquí se incluyen enfermedades oncológicas, toda clase de demencias, enfermedades neurodegenerativas (como esclerosis múltiple o esclerosis lateral amiotrófica), secuelas de ACV, o simplemente aquellas personas con cualquier patología o condición a cuyo grupo familiar no le es posible sostener su cuidado en un domicilio y precisa de ayuda o seguimiento más constante.

Como reza la famosa frase del ingeniero y médico egipcio Imhotep: “Si puedes curar, cura. Si no puedes curar, alivia. Si no puedes aliviar, consuela. Y si no puedes consolar, acompaña”. Si bien también se le adjudica a la enfermera Virginia Henderson (y a tantos otros), poco importa su autoría, no deja de ser un pensamiento tan certero y profundo a la vez. Si de esto no se trata purificar nuestra propia alma, permitiendo su evolución, entonces ¿de qué?

Si no ponemos en tela de juicio la existencia de un alma que habita nuestro cuerpo y así como cuidamos este último lavándolo, ejercitándolo, aportándole en lo posible alimentos de calidad, por qué no creer que el alma, esa esencia indescifrable que llevamos dentro del estuche variopinto que mostramos a diario, también merece su cuidado, su mantenimiento, su oportunidad de mejorar, de escalar, ascender y evolucionar.

La medicina preventiva o medicina familiar, generalmente, logra que uno conozca al paciente previo a enfermarse, es tarea de uno mostrarle cuál es el camino de la prevención, del cuidado, de las pautas de vida saludable. Luego, si Dios, el destino, la genética (según la creencia de cada uno)... determinan otro destino, no es algo que nosotros como personal de salud podamos evitar, tal vez sí tratar, o tal vez sí paliar o acompañar.

La medicina paliativa conoce al paciente ya diagnosticado, cualquiera fuere y, muchas veces, con un pronóstico poco alentador, quedándonos como alternativa la enorme tarea y privilegio de acompañar y evitar el sufrimiento al máximo posible, en mente y físico. Además, contener emocionalmente a sus seres queridos, brindarles apoyo y ocuparse de cualquier contingencia que surja.

Es insondable la diferencia entre el paciente sano, que nos viene a ver al consultorio de medicina familiar o preventiva y el que acude a cuidados paliativos. Mientras el primero, generalmente, sin dolencias, con proyectos, tal vez con la idea de hacerse una simple rutina de estudios para iniciar actividad física, o bien, estudios que por edad u otros factores requieren ser realizados, nada urgente lo apresura y, si todo está bien, le decimos “nos vemos en un año”; el segundo, acude con rostro de preocupación, entrega, resignación, muchas veces enflaquecidos, cansados por la enfermedad con la que cargan, acompañados por sus seres queridos. Estos, también agotados por el acompañamiento y sumidos en congoja por la última derivación que los hizo, finalmente, llegar a una especialidad que promete alivio, acompañamiento, escucha, aunque no cura definitiva. Cuando estamos sanos, no reparamos, frecuentemente, en la falta de salud, en el bienestar del cual gozamos, nos preocupan otras cosas, tal vez banales, creemos incluso inintencionalmente que podríamos agregarle días a la vida, si quisiéramos

A la medicina familiar la elige uno mismo. Es eso, una elección, ya sea por gusto, por interés, incluso por impulso de ayudar. En cambio, los cuidados paliativos son los que lo eligen a uno. Como si toda la vida hubiesen estado ahí, al final del recorrido, esperando, confiados, seguros de sí mismos, aguardando su momento.

De nosotros depende hacer lo posible para que su estadía o su paso por este tipo de cuidados, sea amena, en paz. Por esto, se requiere siempre que toda persona que interactúe con el paciente, incluyendo médicos, enfermería, kinesiología, maestranza, mantenimiento, personal administrativo; todos y cada uno de los que compongan un hospice, actúen con amor, dedicación, respeto y empatía. En definitiva, cuando algún despistado pregunta de qué se tratan los cuidados paliativos, la respuesta justa es decirle que son aquellos que agregan vida a los días cuando ya no puedes agregar días a la vida.

La totalidad de las conversaciones relatadas en el presente libro son reales. No obstante, se han modificado los nombres para una mayor preservación de la privacidad de los pacientes y sus familias.

“La muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado.

Yo soy yo, vosotros sois vosotros.

Lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo.

Dadme el nombre que siempre me habéis dado. Hablad de mí como siempre lo habéis hecho. No uséis un tono diferente.

No toméis un aire solemne y triste.

Seguid riendo de lo que nos hacía reír juntos. Rezad, sonreíd, pensad en mí.

Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra.

La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado.

¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente? ¿Simplemente porque estoy fuera de vuestra vista?

Os espero; no estoy lejos, sólo al otro lado del camino.

¿Veis? Todo está bien.

No lloréis si me amáis. ¡Si conocierais el don de Dios y lo que es el Cielo! ¡Si pudierais oír el cántico de los Ángeles y verme en medio de ellos. ¡Si pudierais ver con vuestros ojos los horizontes, los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso! ¡Si por un instante pudierais contemplar, como yo, la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen!

Creedme: cuando la muerte venga a romper vuestras ligaduras como ha roto las que a mí me encadenaban y, cuando un día que Dios ha fijado y conoce, vuestra alma venga a este Cielo en el que os ha precedido la mía. Ese día, volveréis a ver a aquel que os amaba y que siempre os ama, y encontraréis su corazón con todas sus ternuras purificadas.

Volveréis a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la muerte, sino avanzando con vosotros por los senderos nuevos de la Luz y de la Vida, bebiendo con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás”.

San Agustín

El alma

“Todo lo que amas, eventualmente lo perderás,