Símbolos de lo sagrado - Ana María Llamazares - E-Book

Símbolos de lo sagrado E-Book

Ana María Llamazares

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Beschreibung

Esta obra explora una de las facetas menos conocidas del fenómeno chamánico: el simbolismo de las imágenes que acompañan los rituales, parte esencial del equipamiento del chamán para que pueda operar sobre la realidad ordinaria. Basándose en una rigurosa investigación teórica y de campo, con ejemplos cuidadosamente escogidos de diversas tradiciones culturales, Ana María Llamazares nos muestra cómo las imágenes de arte chamánico son también imágenes visionarias que condensan su poder y sacralidad. Y cómo estas pueden contribuir al despertar de una «chamanidad» a través de la vía imaginativa. Un libro de máximo interés para las personas interesadas en el chamanismo, los estados ampliados de consciencia, el arte, la arqueología, la antropología, la psicología, la filosofía o el simbolismo universal.

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Ana María Llamazares

Símbolos de lo sagrado

El poder visionario de las imágenes chamánicas

Prólogos de Constantino Manuel Torres y Jorge Ronderos Valderrama

© 2021, Ana M.ª Llamazares

© 2022 by Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

Composición: Pablo Barrio

Diseño cubierta: Editorial Kairós

Imagen de la tapa: Kay Pacha (2010). Autor: Harry Chavez, artista chamánico peruano.

Primera edición en papel: Octubre 2022

Primera edición en digital: Octubre 2022

ISBN papel: 978-84-1121-061-4

ISBN epub: 978-84-1121-098-0

ISBN kindle: 978-84-1121-099-7

Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total ni parcial de este libro, ni la recopilación en un sistema informático, ni la transmisión por medios electrónicos, mecánicos, por fotocopias, por registro o por otros métodos, salvo de breves extractos a efectos de reseña, sin la autorización previa y por escrito del editor o el propietario del copyright.

A Alberto Rex González y Stanislav Grof, grandes maestros que me mostraron el camino, y me ayudaron a expandir mi mirada.

A Carlos Martínez Sarasola, por seguir siendo siempre una fuente de cálida inspiración.

Sumario

PrólogosAgradecimientosPrefacio: Despertar la chamanidad¿De qué trata la chamanidad?Tiempo de convergencias y trans-disciplinasOccidente: un estado de conscienciaLas heridas de OccidenteLa encrucijada contemporáneaLa recuperación del almaIntroducción: La vía imaginativaLo sagrado: una reconexión psicocósmicaEl misterio y la vida: una misma sendaLas imágenes son mucho más que imágenesLa magia sigue vivaAuspiciosas convergenciasLos lenguajes simbólicos: un saber ecuménico, antiguo y contemporáneoEl fenómeno visionario: una paradoja que conjuga en tiempo futuroLa ruta de este libroPRIMERA PARTE El arte chamánico como lenguaje simbólicoCapítulo 1: Qué es el arte chamánico visionarioLas imágenes como instrumentos simbólicosEl arte chamánico como lenguajeSemiosis chamánica visionaria: una dinámica multidimensionalEl lenguaje de los diosesCapítulo 2: Los estudios sobre arte y chamanismoAlgunos clásicosLa psicología profunda y el chamanismo como arquetipoLa pista del chamanismo en el arte Paleolítico europeoLa etnobotánica y los estados ampliados de conscienciaSudamérica: biodiversidad vegetal y culturalProyecciones chamánicas en el arte contemporáneoSEGUNDA PARTE Sobre paradigmas y símbolosCapítulo 3: Multidimensionar nuestra conscienciaUna apertura epistemológica necesariaMirar y ver… Dos modos cognitivos cualitativamente diferentesChamanismo: un paradigma energético-cosmológicoNuevas miradas sobre el animismoCapítulo 4: El símbolo y la lógica visionariaArte visionario: una aproximación transdisciplinariaEl gesto fundanteEl principio de correspondencias y la dinámica fractalTipos de símbolosEl campo de la imaginación simbólicaLa interpretación: trascender la oscuridadLógica visionaria: claves del pensamiento analógicoTERCERA PARTE Viaje al cosmos chamánicoCapítulo 5: El viajeIconos cosmológicosLas placas grabadas de La Aguada como iconos cosmológicosLa goegrafía vertical y el eje del mundoLa geografía horizontalEl viaje, el vuelo y la visiónCapítulo 6: El tranceEscenas ceremoniales y ritualesRepresentaciones de plantas sagradasLas visiones geométricasTemas y seres mitológicosSintaxis de la dinámica visionariaImágenes inductoras del tranceCapítulo 7: La transformaciónFiguras híbridasAnimales tutelares o doblesEl ciclo muerte-resurrecciónDescomposición, síntesis y recombinaciónArte visionario y el lenguaje de los sueñosMetonimias y sinécdoquesFiguras ramificadas o rizomáticasQuimeras e injusticias terminológicasCapítulo 8: El poderEl origen del poder chamánicoLa manifestación de lo sobrenaturalEl poder, tercer enemigo del hombre de conocimientoImágenes del poder chamánicoSímbolos del poder terrenal del chamánAnimales y lugares de poderEl poder de la imagen: usos y funciones del arte chamánicoApéndice de la tercera parte: Cuadros comparativos1. Cosmovisión indígena y ritual chamánico2. Temas y estructuras del arte chamánico (dimensiones semántica y sintáctica)3. Usos y funciones del arte chamánico (dimensión pragmática)CUARTA PARTE Metáforas de lo sagrado en el arte visionario de los Andes del surCapítulo 9: Arte chamánico del Noroeste ArgentinoUn arte híbridoUna cumbre chamánica, hace más de mil años...Capítulo 10: La dualidad como categoría metafísica de la cosmovisión andinaLo dual y la organización del mundoCosmogonía y teogonía dualistasLa cuatripartición del cosmosLa diagonal: el camino de lo justoDualidades en el arteLuz, brillo y color: metáforas de lo sagradoLa plata y las lágrimas de la lunaDualidad y pasajes: el trance, las metamorfosis y la muerteCapítulo 11: Animales duales: la serpiente y el jaguarEl mito de las chokoras: las serpientes cósmicas entrelazadasEl felino como héroe solarEl jaguar como agente iniciáticoMultidimensionalidad del simbolismo felínicoConclusiónPost scriptum: Cómo se fue escribiendo este libroNotasReferencias bibliográficasReferencias y créditos de las imágenes

PRÓLOGOConstantino Manuel Torres*

Es un gran agrado presentar esta obra de Ana María Llamazares que nos muestra con gran éxito un cruce de miradas entre arte y chamanismo, tanto en ideologías chamánicas indígenas como en el mundo contemporáneo.

Conocí a Ana María en Chavín de Huántar (Perú), donde ambos participábamos en el Festival Andino de Arte Visionario, en octubre de 2014. Ella presentó una charla sobre la iconografía chamánica de la cultura La Aguada del Noroeste de la Argentina. En su presentación planteaba que las imágenes relacionadas con actividades rituales forman parte del ajuar del chamán y, consecuentemente, con las prácticas terapéuticas efectuadas por el artista/chamán. El arte visionario no solo se refiere a estímulos visuales, sino también a la capacidad de crear otros mundos, espacios y momentos.

Ella considera que el arte visionario es capaz de provocar la reconsideración de parámetros sobre el origen y la importancia del conocimiento chamánico. A través de ese enfoque nos presenta un estudio pragmático sobre las posibilidades terapéuticas de la cosmovisión chamánica y sus posibles aplicaciones al mundo contemporáneo. Para facilitar esta búsqueda de sus raíces, Ana María reflexiona sobre la tradición cultural de Occidente. Para ilustrar su tema, toma ejemplos desde el Paleolítico hasta el presente. Por ejemplo, propone que podemos encontrar en la mitología clásica sugerencias sobre transformación y sanación.

Aspectos de funciones terapéuticas sobreviven en el arte del medioevo tardío y el Renacimiento europeo. Existen numerosos ejemplos de pinturas comisionadas por hospitales europeos como parte del proceso de curación y a su vez con la intención de reconciliarnos con la muerte. Pinturas curativas, sobrevivientes de purgas cristianas esconden dentro de sí intenciones chamánicas.

En Brujas, Hans Memling crea un tríptico, el Retablo de San Juan (1474), para ayudar a curar las heridas difíciles de sanar; ideologías de esperanza incrustadas en una ideología de opresión. En él vemos que un águila vuela a Patmos, presencia el final, ve a los responsables de las últimas catástrofes, ve un gigante rodeado por un arcoíris y monstruos de seis cabezas que le dicen al pájaro que vuele más cerca, para ver qué debe suceder después del final. Una de las más importantes obras europeas con intención terapéutica es el Retablo de Isenheim (1512), de Matthias Grünewald, un altar polícromo de madera tallada rodeado por nueve paneles pintados, pintura en ambos lados. Las visiones del sanador san Antonio Abad de los desiertos de Egipto están representadas. El santo está acompañado por sus objetos de poder, animales y aliados sobrenaturales. Es un políptico diseñado para aliviar a esos afligidos por la ingesta de pan contaminado por el hongo Claviceps purpurea, que contiene el amino de ácido lisérgico y tiene la capacidad de provocar estados visionarios acompañados por graves molestias que pueden llevar a la gangrena y la amputación de los miembros afectados. Un horrible viaje al inframundo. Tres niveles de profundidad le dan vida a este retablo desarrollándose día tras día siguiendo horas predeterminadas, cerrando y abriendo sus paneles pintados. Sueños de viajes, transformación y encuentros impregnan estos cuadros.

Ana María nos demuestra que si excavamos con suficiente intensidad y entusiasmo descubriremos en toda cultura un trasfondo de ideologías chamánicas. Este libro nos brinda un texto que ofrece la posibilidad de aprender y de explorar, en su compañía, estos temas complejos. De este modo, participamos en su búsqueda de estudiar las imágenes como texto icónico y simbólico. Esto es facilitado por la abundancia de excelentes fotos y dibujos.

Debo también comentar sobre su magisterial exposición de las diversas funciones del arte chamánico. Por ejemplo, el desempeño como asistente y provocador de viajes con la intención de obtener información, incluyendo diagnosticar y predecir. También nos demuestra la eficacia de las imágenes en proveer acceso a estados modificados de conciencia, así como en cuestiones de transformación y adquisición de cualidades de plantas y animales. Ella nos esclarece la contribución del arte visionario en permitir que el chamán asuma la función de intermediario entre los mundos y de cómo usar el poder adquirido en sus viajes chamánicos.

Del modo en que se han organizado estos diversos conceptos chamánicos surge un esquema que al final del libro podemos comprender en su intrínseca unidad. Esta obra es una gran contribución a los estudios sobre chamanismo y su relación con prácticas terapéuticas. Es un libro que debe ser parte de la biblioteca de estudiosas y estudiosos del chamanismo, y de personas interesadas en arte, arqueología, antropología, psicología y filosofía.

Miami

Febrero de 2021

PRÓLOGO E INVITACIÓNJorge Ronderos Valderrama*

Como manifestación de la inteligencia natural y cósmica, en este plano de vida humana, me llegó la sorpresa de recibir un mensaje de Ana María, en el cual me compartía que había culminado su libro Símbolos de lo sagrado, me invitaba a leerlo y me brindaba la posibilidad de un encuentro, para escribir un prólogo. Un compartir que me llenó de amorosa alegría, al poder acceder y disfrutar de su trabajo, de rigurosa y sostenida investigación, como ya lo evidencia y registra su larga experiencia como antropóloga.

En su obra se escribe su viaje humano e investigativo, arqueológico, intelectual y profundamente sensible y estético, con un legado luminoso del acontecer y del sentipensar de quienes fueron creando obras ancestrales, que permanecen en lugares sagrados, en una roca o en una caverna. Desde la observación y el registro minucioso de la grafía, escritura, dibujo, calco, fotografía, Ana María establece un profunda conexión espiritual con las innumerables imágenes creadas y materializadas por seres humanos pobladores de sus respectivos territorios, realizadas de diferente forma, con técnica especializada, en miles de momentos y lugares precisos, identificados y descritos por hermanos y hermanas de tiempos diferentes, según propósitos e intenciones, en sus nichos culturales ancestrales, históricos y ambientales en Abya Yala, en la Madre Tierra, en los Andes. A través de su senda nos llegan estas imágenes en este tiempo único del planeta, las mismas que, por medio de su obra, circularán física y digitalmente.

Estos Andes-Anti, con sus guardianes los Apus o montañas sagradas, paridos geomorfológicamente por nuestra casa planetaria agua-tierra-airefuego, nuestra nave espacial, que viaja conjuntamente en el nicho del taita Inti (Sol) con la mama Killa (Luna) y con sus otros hermanos a la velocidad de la luz, guarda tesoros del pensamiento y cultura propia, que Ana María, parcial, pero ilustrativamente a través de su libro, nos motiva a seguir el camino decolonial de lo propio, en busca de nuestra autenticidad individual y colectiva, construyendo nuestras identidades, reencontrándonos ética y estéticamente con la vida existente en los pueblos originarios y prestos a recibir enseñanzas.

Como se evidencia —y algunos sabemos—, desde que iniciara su trabajo hace décadas, cuando Ana María aún era estudiante de antropología, y luego como profesional y científica ligada al Conicet, en compañía del ser que estuvo a su lado hasta que partió de este plano Carlos Martínez Sarasola, a través de este trabajo hace un viaje recorriendo creaciones ancestrales de las culturas de los pueblos originarios, registradas e identificadas como milenarias. Por consiguiente, nos brinda un abanico de oportunidades para conectar con lo que somos como individuos y colectividades en tanto especie, y social e históricamente como culturas abyayalenses.

Con un enfoque en el arte ancestral y originario, desde la antropología y arqueología, consigue equilibrar logos y mito. Su expresión es lograda mediante un respeto bioético, en un camino alternativo que representa otra mirada respecto al dominante rigor científico, positivista y objetivo, al que tradicionalmente le han incomodado estas alternativas. En este caso, por su perspectiva ontológica —fundamentada con métodos y técnicas exigentes en su trabajo, ya de por sí consolidado—, su obra se sitúa en una posición crítica frente al ya común y conocido conocimiento avalado como científico, que deslegitima, ignora o enjuicia como «irreal» y no «científica», las realidades superpuestas, a veces llamadas, paralelas.

Desde mi lectura, el trabajo de Ana María es una obra que ética y estéticamente, recrea, recupera y proyecta bases interdisciplinarias de la antropología, conecta y registra el sentipensar de los creadores y artistas de las obras chamanísticas de referencia, las que en sus investigaciones le han permitido, en especial en Abya Yala, pero también con fuentes sólidas, comparar o dejar abiertos caminos con culturas de otros continentes.

El «regalo» donado por Ana María es para disfrutarlo. En mi caso ha sido una oportunidad para recrearme, desaprendiendo y aprendiendo. Me queda el «sabor» vivencial de un arduo, detallado, amoroso y bello trabajo investigativo como exploradora de lo «sagrado», que lo interpreto en el movimiento de la espiral de la vida y la muerte, encontrándose a sí misma como antropóloga investigadora y arqueóloga, estudiosa perseverante por décadas sobre el arte chamánico, para centrar su observación minuciosa en la expresión y representaciones sagradas de los pueblos originarios de Abya Yala.

Su puerta de entrada sigue presente, es clave el ancla de la memoria en el camino. En este la cultura andina de La Aguada y desde allí recorriendo caminos paso a paso, en su conexión vital con Carlos Martínez Sarasola.

La invitación que me hace a leer su obra y escribir unas notas desde mi sentipensar y actuar coincide en el contexto de la denominada oficialmente pandemia de la COVID-19 de 2020, momento en el cual, en cuanto experiencia personal y colectiva, me ha fortalecido intelectual y vivencialmente en mi caminar en los últimos diez años, explorando el Sumak Kawsay, el buen vivir, buen nacer y buen morir. Esta obra, en este sentido, se convierte en parte de mi proceso personal.

Finalmente, algo especial. Conocí personalmente a Ana María en 2004, cuando fungía como director de la revista, la maestría y el grupo de investigación Culturas y Droga —durante mi labor como docente titular en el Departamento de Antropología y Sociología de la Universidad de Caldas—, de Manizales, Colombia. De este primer contacto, su conferencia se publicaría en la revista en el año 2006, con el título de «Arte chamánico: la simbiosis Hombre Jaguar en la iconografía arqueológica de la cultura La Aguada (400-1000 D.C.)». Allí, la autora reseña el poblamiento originario a 12.000 años y destaca que «a lo largo de este extenso lapso se desarrollaron diversos pueblos y culturas […] el ceremonialismo de La Aguada se centró alrededor del culto y la mitología del jaguar, de lo que se ha denominado “complejo de transformación chamánica”, que implicaba la consubstanciación entre el hombre y el felino durante los estados de trance logrados mediante la incorporación de plantas psicoactivas, las danzas y la utilización de instrumentos percusivos».

El jaguar mítico resultó para mí clave en las investigaciones y la línea que teníamos sobre chamanismos y plantas sagradas, lo que además coincidió, ese mismo año del encuentro con Ana María, con la ocasión de conocer y compartir con el taita Pacho Piaguaje en su territorio, su vivienda y en la Casa Ceremonial del Yagé, de quien en su tradición originaria siona se afirmaba que en las ceremonias de yagé se transformaba en Tigre. Al entrevistarlo, aludí a este tema, y el taita en efecto me lo confirmó; además, tuve evidencia experiencial en la ceremonia a la cual me invitó, y en la cual todos los asistentes eran de su pueblo, a excepción de mi compañera de viaje Constanza del Pilar Carvajal Vargas y yo.

En consecuencia, la experiencia vivida me brindó la evidencia de lo que Ana María hablaba en su conferencia, esto es, que el tigre en el arte chamánico conectaba con una dimensión sagrada de la Vida, el cual era un referente dominante en las culturas andino amazónicas desde miles de años atrás, y que además prevalecía en las enseñanzas de los maestros, todo lo cual representaba un poder de conexión y trasmutación de lo humano con lo sagrado expresado en el arte chamánico. En la actualidad, en nuestro territorio, el payé Yupeime, discípulo del taita Pacho, con quien he compartido ceremonias, confirma también a través de sus relatos y sus propias experiencias el vínculo con el espíritu del Jaguar y la conexión con el tabaco y el yagé.

Abya Yala, biogeoterritorio andino Kumanday, Manizales, Colombia

12 de octubre de 2020

AGRADECIMIENTOS

A Agustín Paniker y a la Editorial Kairós, por confiar en mí y en mi trabajo; y por seguir editando bellos libros en estos tiempos tan difíciles.

A Constantino Manuel Torres y a Jorge Ronderos Valderrama, por prologar tan elogiosamente este libro.

A Jorge Ronderos le agradezco también la lectura del primer manuscrito, sus precisas correcciones y cálidos comentarios.

A Harry Chavez, talentoso artista chamánico contemporáneo, por facilitarme generosamente la imagen de su obra Kay Pacha que ilustra la tapa de este libro.

A María del Carmen Valverde Valdés y a Victoria Solanilla Demestre, por su amistad y la autorización para incluir en este volumen fragmentos de mi capítulo «Metáforas de la dualidad en los Andes: cosmovisión, arte, brillo y chamanismo», de su libro Las imágenes precolombinas: reflejos de saberes (UNAM, 2011). Y un sentido homenaje a la memoria de la querida María del Carmen (1962-2020).

A la dirección de la revista Cultura y Droga de la Universidad de Caldas, Manizales, Colombia, y especialmente a su editor el doctor Manuel Ignacio Moreno Ospina, por la autorización para incluir en este libro partes de mi artículo «Arte chamánico visionario. Una invitación al cambio de paradigmas».

A Ricardo Díaz Mayorga, exdirector de la revista Visión Chamánica, publicada en Bogotá Colombia, hoy www.visionchamanica.com, por la autorización para incluir fragmentos de mi artículo «Arte chamánico del antiguo noroeste argentino», publicado en 2000 en el número 3 de la revista.

A Matteo Goretti y la Fundación Ceppa, por la autorización para publicar algunas de sus hermosas fotografías y por sus observaciones enriquecedoras.

A Alejandro E. Fiadone, por la autorización para publicar imágenes e ilustraciones de sus valiosas obras.

A Mónica Urrestarazu, por su acompañamiento y oportunos consejos en momentos de decisión.

A Graciela Guariglia, por la amistosa lectura del manuscrito y sus sabios consejos.

A Haydée Martínez Sarasola, por su cariñosa presencia y por facilitarme algunos de sus incunables.

A Lorena Ottolina, por su colaboración en gráficos y por su invalorable apoyo humano.

A Sabrina Pace y Paula Borello, hermosas personas y amigas, que me asistieron en más de una tarea que hicieron posible este libro. A Paula, especialmente, por su gran trabajo con las imágenes.

A Micaela Rosa, por compartime algunos de sus reveladores sueños y prestar su experta mano de artista en las recreaciones gráficas y dibujos que ilustran este libro.

A Kalil Llamazares, por compartir sus talentos para recrear una litografía de arte inuit, la imagen que inicialmente imaginé como tapa del libro.

A mi hermano querido, Juan Ernesto Llamazares, por su confianza y apoyo incondicional.

A Carlos Martínez Sarasola, por el tiempo compartido y la aventura de publicar juntos hace ya muchos años, nuestro querido libro El lenguaje de los dioses. Arte, chamanismo y cosmovisión indígena en América (2004), que ha sido de alguna manera, una base para este, que hoy me llena de felicidad.

PREFACIODespertar la chamanidad

«Todos estos sueños, estos mitos y estas nostalgias, que tienen por tema central la ascensión o el vuelo, no quedan resueltos por medio de una explicación psicológica; siempre subsiste un núcleo que no es posible explicar, y esto que no puede explicarse es lo que nos revela quizá la verdadera situación del hombre en el Cosmos, situación que, como jamás dejaremos de repetirlo, no es únicamente “histórica”.»

Mircea Eliade, El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis

«El chamán representa tanto una figura histórica como una figura arquetípica proveniente de las profundidades del psiquismo colectivo y, por tanto, también de nuestro psiquismo individual: forma parte de nuestra prehistoria, tanto psicológica como cultural.»

Melanie Reinhart, Significado y simbolismo de Quirón

Mucho se habla actualmente de la necesidad de realizar un cambio de paradigmas, de aprender a pensar de otra manera, menos lineal, más holística; de dar ese salto hacia una visión del mundo más ecológica, más comprehensiva e integradora. Sin embargo, muchas veces, esto queda tan solo en la enunciación de supuestos nuevos conceptos, los que en la práctica no terminan de transformar la realidad.

En este libro propongo un camino distinto para cambiar nuestro viejo paradigma: la vía imaginativa. Tal vez sea una forma más efectiva que otras, porque este camino transgrede dos de los supuestos básicos con los que pensamos, sentimos, valoramos y actuamos en el mundo hace unos cuantos cientos de años:

El supuesto materialista, que sostiene que el mundo es solo materia, visible y palpable, y más allá de lo tangible, un finis terrae desconocido y amenazante. El lema «ver para creer». Un loop cognitivo que se retroalimenta como la antigua serpiente ouróboros, la que se muerde su propia cola; y por supuesto termina viendo solo aquello en lo que cree o le han hecho creer…

El supuesto racionalista, que solo confía en la razón y el intelecto, como vías válidas para arribar a un conocimiento verdadero del mundo; desterrando al olvido o a las mazmorras de la sospecha la confiabilidad en cualquier otro camino de conocimiento. De la mano de estos principios, no dudamos en negar estatuto de realidad a todo aquello que trascienda la existencia física, dando por sentado que toda función psíquica reside exclusivamente en el cerebro.

Crujen ambos supuestos, porque la vía imaginativa implica asumir una perspectiva completamente distinta, una cosmovisión vitalista mucho más amplia, que integra en una síntesis virtuosa lo mejor de la sabiduría ancestral, con los insights y descubrimientos más revolucionarios de la ciencia contemporánea. La vía imaginativa se asocia con lo que algunos autores han descrito como un despertar de la chamanidad,* entendiendo este neologismo más que como un exotismo de interés estrictamente antropológico, como una facultad de la psique humana que permite acceder conscientemente a dimensiones mucho más vastas y sutiles de lo que solemos llamar la realidad; una facultad largamente acallada por las imposiciones restrictivas del racionalismo moderno, que, no obstante, sigue latentemente a nuestra disposición, pues pertenece al patrimonio cognitivo universal del ser humano. Solo es cuestión de encontrar las maneras apropiadas para convocarla nuevamente.

Por cierto, no se trata de emprender un retorno a la mentalidad primitiva, pre-lógica ni a la irracionalidad, sino de integrar y expandir las cualidades propias de la consciencia, compensando y equilibrando detrimentos y excesos, desplegando potencialidades, para acompañar los requerimientos y desafíos del momento. Entre ellos, no solo la tensión adaptativa y deshumanizante que genera la aceleración de la virtualidad tecnológica, sino fundamentalmente responder a la necesidad de recrear el sentido de ser cada vez más humanos, hábiles para resistir y sobreponernos, pero también para despertar y florecer, para transformarnos y transformar al mismo tiempo el mundo en que vivimos en un lugar más amigable, para reestablecer ese diálogo interrumpido con un cosmos sensible, inteligente y amoroso.

¿De qué trata la chamanidad?

Desde la perspectiva que aquí presento, la chamanidad es una forma de estar en el mundo que implica:

La visión del cosmos como una unidad multidimensional, esto es, un cosmos constituido por múltiples dimensiones y planos de realidad, paralelos, superpuestos y/o alternativos, a los que los seres humanos tenemos la capacidad de acceder.

Una concepción energética de la realidad, es decir, la idea de que todo es energía en un flujo dinámico constante, pero, sobre todo, es la experiencia cotidiana de que todo es cambio, de que se es a medida que vamos siendo…, dejándonos sorprender por la incesante creatividad de la vida.

La dualidad complementaria como tensión fundante de la concepción energética, que enciende la chispa de la vida, que la recicla y regenera constantemente a través de la alternancia y la polaridad, permitiéndonos comprender la necesidad recíproca de la luz y la oscuridad, del día y de la noche, de lo femenino y lo masculino, de la quietud y el movimiento, del morir y el renacer; en definitiva, del equilibrio dinámico entre el cosmos y el caos, como una paridad indisoluble.

El sentido de pertenencia a una trama cósmica y vital, un universo inteligente, animado e insuflado de vida, de espíritu y consciencia hasta en su más mínima hebra. Por tanto, esto nos lleva a vivir en un constante intercambio y homenaje a la presencia viva de todo lo demás, incluso todo aquello que desde la visión materialista consideramos inanimado, como la tierra, el paisaje, las estrellas, nuestros ancestros y tantas cosas más…

La temporalidad cíclica, es decir, la vivencia del tiempo como algo lleno de matices, de momentos con cualidades especiales y diversas, de oportunidades y mesetas, de declinaciones y comienzos. El tiempo cíclico parece repetirse, pero apreciado con mayor perspectiva guarda un sentido evolutivo en su devenir, ya que cada retorno es una recurrente invitación al despliegue de nuevas posibilidades. Siempre hay algo nuevo, el instante presente es único y así, el decurso del tiempo genera una espiral cada vez más inclusiva.

La existencia de un mundo invisible como fuente de conocimiento y saber, pleno de espíritu, de presencias y fuerzas con las que es posible interactuar y comunicarse, aprender y recibir orientación, guía y protección. Sin duda, también amenazante y no libre de peligros.

La imaginación simbólica como herramienta privilegiada para acceder al mundo invisible, que otorga al ser humano la particular y específica función de intermediar responsablemente entre los mundos, poniendo en diálogo lo mejor de cada uno.

La admiración del misterio como una invitación permanente a expandir las fronteras del conocimiento, dentro de un marco de humildad, equilibrio y respeto.

En resumen, despertar la chamanidad, una suerte de espiritualidad secular de los nuevos tiempos, es una oportunidad para multidimensionar nuestra consciencia, integrando la sabiduría ancestral con la osadía de la perspectiva contemporánea. Y resalto especialmente que esta es una invitación para todas aquellas personas abiertas a concebir el mundo y el universo de una manera más amplia e integral; no solo para los indígenas o sus descendientes, quienes pueden reclamar legítimamente sus derechos sobre este legado, sino para todo ser humano dispuesto a renovar su forma de concebir y estar en el mundo.

Tiempo de convergencias y trans-disciplinas

La tendencia del pensamiento fragmentador no solo es dividir y diferenciar, sino luego trazar bordes y fronteras que con el tiempo se convierten en brechas, fosos o trincheras infranqueables. Así ha sucedido en todos los planos, desde los más sutiles —comenzando por las dicotomías filosóficas fundantes, como mente-materia, hombre-naturaleza, objeto-sujeto— hasta sus expresiones más concretas en la vida práctica, la sociedad, la política, los vínculos interpersonales y muchos otros ámbitos en los que el binarismo moderno nos tiene atrapados.

El binarismo —ese acendrado recurso de reducir toda vincularidad a una oposición lineal, polarizada y excluyente— nos conduce inevitablemente a los dilemas irreconciliables, a la disyuntiva de elegir entre un bando u otro. Según la elemental lógica del «o», el mundo se pinta en blanco y negro, la escala de grises y el arcoíris de la paleta humana se contracturan para encajar en una estrecha caja de solo dos compartimentos: Oriente u Occidente, ciencia o religión, teoría o práctica, hombres o mujeres, maternidad o trabajo, blancos o indígenas, y así siguiendo…

Pero la integración de la diversidad y la transculturalidad son ya valores indeclinables de nuestra época, frutos conquistados a través del intercambio humano en todas sus facetas —aún las más traumáticas—, encuentros que han generado una intensa interconexión que hoy hace posible la emergencia de nuevas síntesis. Y aunque a primera vista parezca lo contrario, ha llegado el tiempo de las convergencias, de dar lugar a la inclusiva lógica del «y».

La trans-culturalidad implica un paso más allá de la inter-culturalidad; es encontrar lo que nos une, sin abandonar las diferencias, permitiendo que el intercambio dé paso a una transformación recíproca. De la misma manera, la trans-disciplinariedad es un paso más allá de lo inter-disciplinario; es trascender una frontera, abandonar la zona segura para arriesgarse juntos en lo incierto que espera detrás de los límites del terrenito propio. Como lo expresa Basarab Nicolescu en su Manifiesto: «La transdisciplinariedad comprende, como el prefijo “trans” lo indica, lo que está, a la vez, entre las disciplinas, a través de las diferentes disciplinas y más allá de toda disciplina. Su finalidad es la comprensión del mundo presente, y uno de sus imperativos es la unidad del conocimiento».1

Deseo poner este libro bajo la luz de este auspicioso fenómeno de las convergencias, que nos invita a explorar más confiadamente el encuentro de lo antiguo y lo contemporáneo, de la ciencia y la espiritualidad, del arte y el chamanismo; y no solo como un apasionante campo de investigación, sino como un auténtico camino de transformación, de alcances muchos más profundos.

Occidente: un estado de consciencia

Así como la chamanidad —tal como la hemos descrito— no es una categoría estrictamente cultural (la condición de consciencia propia de las sociedades que practican el chamanismo), Occidente tampoco es una categoría exclusivamente histórico-geográfica. Si bien hace referencia a la mentalidad o paradigma desarrollado en Europa occidental durante la Modernidad, es decir, a partir del siglo XV en adelante, gracias a la expansividad transversal de sus principios y de la tecnología sobre la que estos cabalgan, hoy por hoy ha logrado atravesar todo tipo de barreras sociales, de espacio y de tiempo, constituyendo el sustrato de ideas y valores —el paradigma cultural básico—, de la mayor parte de las sociedades humanas contemporáneas.

Al hablar de Occidente aludimos en realidad, a un estado de consciencia, ya hoy global, constituido por varias dimensiones:

Un patrón de pensamiento: el materialismo racionalista, la fragmentación y el binarismo.

Un sistema de valores: el individualismo, ideales de libertad, progreso y acumulación de riqueza, legitimidad de la competencia, la dominación y la imposición del poder.

Una forma de vida: el consumismo, el productivismo capitalista, el hedonismo superficial (consumo de entretenimiento y placeres).

Una emocionalidad básica: el egocentrismo, la insatisfacción, la soledad, la ansiedad, la angustia, la adictividad como conducta naturalizada socialmente.

Una descripción muy sintética del paradigma occidental moderno.2 Suficiente, no obstante, para poner en evidencia que la multifacética crisis contemporánea, que abarca desde la ecología planetaria hasta los abismos del alma humana, tiene una profunda raíz epistemológica, inscripta en nuestra manera de pensar, de concebir el mundo, de otorgarle valor y sentido —o, mejor dicho, de quitárselo— y, por tanto, en la forma de reaccionar emocionalmente y actuar en consecuencia.

Las heridas de Occidente

Adentrarnos en esta dimensión de la crisis contemporánea nos desvela una esclarecedora interconexión entre lo existencial y lo epistemológico, que denuda la profundidad de las heridas de Occidente. De esta forma, lo epistemológico —entendido como la comprensión del diseño de nuestro sistema cognitivo-sensible— deja de ser una curiosidad teórica reservada a los estudiosos de la filosofía o la neurociencia, para brindar una lente de aumento que permite apreciar el origen del dolor que nos aqueja, tanto al ser humano como al planeta entero.

Aparecen así, con toda claridad, algunos mecanismos constitutivos de nuestra manera de pensar —como la fragmentación y el enfrentamiento entre mente y mundo, entre espíritu y materia, entre hombre y naturaleza y otras dicotomías— como una de las causas centrales del desequilibrio contemporáneo.

De allí se desprenden naturalmente el quiebre espiritual y el sinsentido existencial como consecuencias de una herida básica: la ablación de lo sagrado y la negación de un orden implícito inmanente en lo invisible, tanto afuera en el cosmos como en el interior de nuestra psique. De un lado de la línea demarcatoria, la mente humana hiperdesarrollada retuvo el excluyente privilegio de la inteligencia racional y la capacidad de producir significado. Del otro lado, el mundo quedó reducido a la pura materialidad inmediata, lo físicamente perceptible, una fuente de materias primas explotables e inertes. Semejante operación de la consciencia moderna, si bien logró proporcionar una exitosa operatividad, y un nivel de autonomía que sin duda necesitaba para constituirse como sujeto individual y colectivo, ha dejado frustrados los anhelos humanos más trascendentes y perdurables, acarreando así un convoy de vivencias emocionalmente erosivas —la angustia, la insatisfacción, el sinsentido y la soledad, entre otras— como notas propias de la condición actual.

La encrucijada contemporánea

El proceso no es por cierto lineal y ha llevado unos siglos, pero finalmente parece que estamos tocando fondo. Se ha operado el famoso desencantamiento del mundo que tan preclaramente anunciara Max Weber a comienzos del siglo XX: «La intelectualización y racionalización crecientes no significan, pues, un creciente conocimiento de las condiciones generales de nuestra vida. Su significado es muy distinto; significan que se sabe o se cree que en cualquier momento en que se quiera se puede llegar a saber que, por tanto, no existen en torno a nuestra vida poderes ocultos o imprevisibles, sino que, por el contrario, todo puede ser dominado mediante el cálculo y la previsión. Pero esto significa el desencantamiento del mundo».3

Aunque parezca paradójico, estamos llegando al máximo grado de inflación del ego moderno: al creer que la mente humana es lo único provisto de inteligencia y significado, no solo se des-espiritualiza al mundo, despojándolo de todo sentido propio, sino que también se entristece irremediablemente al ser humano. El filósofo Richard Tarnas en su obra Psique y cosmos lo expresa así: «Tal vez este completo vaciamiento del cosmos, este absoluto privilegio otorgado a lo humano, sea el último acto de proyección antropocéntrica, la forma más sutil, pero prodigiosa de autoexaltación humana».4

Por eso, estamos ante una encrucijada y es un momento clave para la toma de consciencia, porque como todo instante crítico, también comporta la posibilidad de desenmascarar dramáticamente el espejismo: si el mundo carece de espíritu y, por tanto, de significado, el ser humano sufre esa misma carencia, ya que el sentido de la existencia nace de la resonancia recíproca entre la mente y el mundo. Pareciera que el alma humana y el alma del mundo son como dos cuerdas que vibran al unísono; si una se ensordece, el sonido de la otra también se apaga.

El punto crucial del cambio de paradigmas no es ya el desarrollo de la visión sistémica, ni la apreciación de la complejidad, temas que se van aceptando aún en los ámbitos académicos, no sin cierta dificultad y reticencia. Y bienvenido sea, pues poner en marcos de comprensión más amplios, de por sí transforma. El verdadero turning point —ese punto de inflexión donde la mirada puede cambiar su perspectiva 180 grados— sigue siendo el reencantamiento del mundo.* No solo como una proyección de nuestra mente, como una construcción de nuestra nueva consciencia, ahora más participativa. Se trata de volver a reconocer el sentido y la inteligencia como atributos propios del cosmos, aunque suene como un sacrílego retorno al animismo. Esa es la bisagra central de una transformación paradigmática radical.

La recuperación del alma

Para la concepción chamánica, una de las causas más comunes de enfermedad y debilitamiento vital de las personas es lo que se conoce como la pérdida del alma. Seguramente, algún suceso traumático significó el desprendimiento —accidental o eventualmente, voluntario— de alguna parte del alma o de alguno de sus varios tipos de almas posibles. Entonces, quien oficie de chamán debe ir en pos del alma perdida, tratar de localizarla y enfrentar los peligros que significa desafiar a las fuerzas o espíritus que la mantienen cautiva en algún remoto rincón del cosmos, recuperarla o tal vez convencer a ese fragmento de alma que debe volver a reencontrarse con el resto de su ser. En cualquier caso, el trabajo chamánico es tratar de reestablecer la integridad y el equilibrio perdidos.

Haciendo una elongación de este concepto tradicional, podríamos decir que Occidente hoy necesita un trabajo de recuperación de alma, ya que la crisis contemporánea centrada en una pérdida general de sentido puede asimilarse a una pérdida de alma, tanto en lo individual como a nivel colectivo. Aclaremos, siguiendo nuestra idea anterior, que no es el cosmos el que necesita recuperar el alma, pues, en rigor, nunca la perdió. Somos nosotros, los humanos contemporáneos, los que hemos dejado de escuchar su voz. Y, lentamente, también nos hemos alejado de nuestra propia alma.

Tal vez en esta profunda necesidad de sanación anímica colectiva resida el resurgimiento actual del interés por el chamanismo. Muchas personas reconocen que en esta antiquísima tradición de conocimiento algo está aún vigente, es permeable a recibir nuevos aportes y puede ser de gran ayuda para aliviar las heridas y padecimientos contemporáneos, tanto anímicos y mentales, como físicos.5 Su concepción de la salud y la enfermedad es claramente holística, porque las entiende como el balance o el desequilibrio de múltiples planos energéticos —cuerpo físico, emocional, mental y espiritual—; cuya realineación es la tarea del médico o chamán.

A diferencia del modelo biomédico occidental, que pone todo el poder curativo afuera de la persona —ya de entrada denominándolo paciente—, la sanación chamánica se comprende como un proceso sinérgico y participativo, pues para que sea efectiva requiere no solo de los buenos oficios del agente externo —médico, chamán, terapeuta o medicamentos—, sino básicamente de la apertura y compromiso de la persona en vías de sanación.

Por último, la mirada chamánica permite también experimentar la sanación como un fenómeno holográfico y multidimensional, al actuar en el todo a través de la parte; esto implica reconocer que las heridas personales son reflejos de lo global a escala individual. Por tanto, al sanar nuestras propias heridas proyectamos luz y ayudamos a sanar las heridas colectivas, ya que el restablecimiento del equilibrio de los distintos planos energéticos de la persona, genera al unísono un realineamiento de lo personal, lo familiar, lo sociocultural y lo cósmico.

Exploraremos pues en este libro una de las herramientas de sanación y despliegue anímico más sutiles y eficaces que el ser humano ha sabido desarrollar a lo largo de milenios: el poder y simbolismo de las imágenes, cuyo despertar y comprensión constituyen lo que hemos denominado la vía imaginativa.

Figura 1. Chamán-artista australiano pintando sobre la pared de un alero rocoso.

INTRODUCCIÓNLa vía imaginativa

«El artista es ante todo, […] un iniciado, un anciano que conoce los símbolos y los mitos secretos. […] lleva en sí el conocimiento que va a actualizar, el episodio del mito que debe simbolizar. […]

Gracias a esos cuadros, los hombres se acordarán de los clanes de parentesco, de los matrimonios, de las prohibiciones, conocerán con exactitud su sitio en el mundo.»

Jean Servier, El hombre y lo invisible

David Bohm (1917-1992), padre de la teoría del holomovimiento, fue uno de los pocos científicos que se animó a explorar dialógicamente la vía de la mística y a repensar la misma ciencia que él ayudó a elaborar: la física cuántica. Sostuvo la trascendencia del diálogo como medio de generación compartida de conocimiento, y lo llevó a la práctica a través de numerosos y prolongados diálogos con el filósofo y educador Jiddu Krishnamurti. De esta forma, encontró una expresión científica de la cosmología y la física que resultan consistentes con las enseñanzas de las tradiciones espirituales. La holokinesis u holomovimiento es el movimiento o tendencia hacia la totalidad integrada o unidad. A través de este proceso dinámico se revela la naturaleza de la realidad, una simetría básica entre dos órdenes: una dimensión externa, manifiesta y diversa —el orden desplegado o explicado— y otra dimensión invisible, oculta y unificada —el orden implicado— detrás del cual aún reside otra dimensión aún más abarcadora: el orden superimplicado.6

¿Cómo podemos imaginarnos estos niveles de realidad tan amplios y elusivos? Como un océano insondable sobre el cual se forman apenas algunas olas u ondas, las manifestaciones del orden explicado, que permiten visualizar y contienen en forma subliminal, bajo la superficie, el orden implicado que yace en las honduras. El flujo entre ambos es constante y tiene una cualidad holográfica, es decir, que cada parte del movimiento contiene el flujo entero. De modo que cada pequeña ola del orden manifiesto contiene información del resto del océano. Y cada segundo de tiempo, al igual que un fractal, contiene todo el pasado y todo el futuro del proceso completo.

De estos insights surgen algunas conclusiones de gran trascendencia, no solo para la cosmología y la física teórica, sino también para considerar el potencial de la vía imaginativa.

En primer lugar, que el orden oculto puede estar presente también en lo que a primera vista aparece como desordenado, azaroso o casual; captarlo entonces depende de cuán refinadas estén nuestras antenas perceptivas. El caos, lo paradojal y lo complejo —temas que aún capturan el cambio paradigmático en forma transdisciplinaria— deben ser vistos tan solo como niveles diferentes o más sofisticados de orden, que aún no logramos comprender.

En segundo lugar, de la cualidad holográfica se desprende que el universo entero está inervado de información y significado, un tercer ingrediente que comienza así a formar parte, junto con la materia y la energía, de la estructura misma de la realidad. A partir de Newton aprendimos a considerar al universo como constituido solo por átomos indestructibles de materia sólida. Einstein nos mostró que en realidad la materia es energía en otro grado de aceleración y densidad. De modo que la relatividad logró dar estatuto de existencia a algo más sutil y dinámico: la energía. La teoría del holomovimiento indica que debemos seguir ampliando la mirada para considerar un tercer elemento constitutivo del universo: el significado, como la verdadera fábrica del universo.

Tal vez la consecuencia más revolucionaria de la visión postcuántica es la corroboración por la vía científica de que vivimos en un universo inteligente, pleno de vida y de sentido, que a cada paso nos sorprende con una sutil capacidad de consciencia.

El significado es una parte inherente y esencial de nuestra realidad, sostiene Bohm, con la misma primacía ontológica que los otros dos elementos. La materia y la energía son las formas visibles del orden desplegado, mientras el significado es la urdimbre y la trama del orden implicado. La misma información está distribuida en todos los niveles en distintas maneras de manifestación, solo se requieren distintos tipos de abordaje.

Hasta ahora, la llamada ciencia secular, se ha ocupado de estudiar la información contenida en el orden desplegado del universo, expresando sus conocimientos a través del lenguaje natural, técnico y matemático. Mientras que las llamadas ciencias ocultas o sagradas se han dedicado tradicionalmente a explorar la dimensión del significado inscripto en el orden implicado, y lo han hecho a través de los lenguajes simbólicos. Tal vez en un futuro ambas se puedan sentar más abiertamente a una mesa de diálogo para construir una ciencia de síntesis que logre una comprensión más profunda y abarcadora de la realidad.

Lo sagrado: una reconexión psicocósmica

También a comienzos del siglo XX, en forma muy sincrónica con estos descubrimientos de la física, un grupo de eruditos como Mircea Eliade, Ernst Cassirer, Gilbert Durand, Henri Corbin, Carl G. Jung y Erich Neumann, entre otros, después de extensos estudios comparativos entre religiones, mitologías, cuadros psiquiátricos, caminos espirituales y tradiciones chamánicas de todas partes del mundo, llegaron a la conclusión de que lo sagrado es parte constitutiva de la estructura de la consciencia. No es algo externo, ajeno y distante. No es algo antiguo, arcaico y primitivo. Tampoco es exclusivo de las personas creyentes o religiosas. Lo sagrado, el impulso hacia lo trascendente, la pregunta por el sentido de la existencia y la capacidad para elaborar respuestas a través de la imaginación, el arte, los rituales y los símbolos son cualidades propias y esenciales de la condición humana, más allá de lo étnico-cultural, más allá del tiempo y del espacio, incluso más allá de la trágica desacralización del mundo llevada a cabo por el Occidente moderno.

De allí que propusieran ampliar la definición de lo humano, de Homo sapiens sapiens (el humano que sabe que sabe) a Homo religiosum u Homo simbolicum, aquel que tiene consciencia de la trascendencia y es capaz de comunicarlo a través de su capacidad para simbolizar. Lo que nos distingue del resto de los seres vivos no sería solo la inteligencia autorreflexiva —rasgo que nos caracteriza como especie—, sino algo que nos identifica como personas, singulares y únicas: la imaginación simbólica, instrumento privilegiado para hacer visible lo invisible, para unir lo sagrado y lo profano, para generar significado y sentido en el orden de lo manifestado. El despertar de la capacidad de simbolizar habría sucedido hace unos 60.000 años antes del presente, cuando los antecesores de los humanos comienzan a realizar ofrendas en las tumbas de sus muertos —evidenciando así un sentido del más allá—,7 y más tarde, ya entrado el período Paleolítico, los rituales propiciatorias de la caza y la fertilidad incluyen la realización de pinturas y grabados en las paredes de las cavernas.

Tendiendo un puente entre estas dos grandes visiones, la de la física postcuántica y la de la antropología y psicología de lo religioso, podemos reconocer un hilo conductor entre sus dos disruptivas definiciones: el significado como elemento constitutivo del universo y lo sagrado como parte de la estructura de la consciencia. Ambos son conceptos que desafían el supuesto materialista, y operan casi en espejo uno del otro. Podríamos decir que el significado es al universo lo que lo sagrado es a la consciencia. O aún podríamos seguir ese hilo que los une, sugiriendo que lo sagrado guarda una relación holográfica con el orden implicado y los campos de significado. Una especularidad que nos muestra la unidad, casi podríamos decir la continuidad, entre ambas dimensiones. Una continuidad psicocósmica que, como veremos, es el fundamento ontológico del poder creador de las imágenes y de lo que aquí denominamos la vía imaginativa.

El misterio y la vida: una misma senda

Si como hemos reconocido hay una profunda raíz epistemológica en la crisis contemporánea, la respuesta que surge es la necesidad del cambio de paradigmas. Pero si admitimos que el corte con la dimensión espiritual fue tan solo una operación que a Occidente le resultaba imprescindible, pese a la desvitalización y el consiguiente desencantamiento del mundo, las preguntas que surgen naturalmente son varias.

¿Cuál es el camino para reconectar con lo sagrado sin perder los genuinos logros adquiridos durante la Modernidad? ¿Cómo activar la capacidad para volver a sacralizar y re-encantar el mundo? ¿Cómo abrir nuestra consciencia para llegar a percibir el orden subyacente y confiar en el campo del significado que allí se revela? ¿Cómo interpretar su lenguaje cifrado en el insondable misterio del orden implicado y desplegar un sentido congruente para nuestras vidas?

Desde la visión mística contemporánea, el hermano David Steindl-Rast, con una larga trayectoria de reflexión y diálogos sobre estos temas, en su última obra Orientación para una vida plena, nos sugiere algo que nos puede iluminar en esta búsqueda: la íntima conexión entre el misterio y la vida.

«El misterio es la fuerza que empodera la naturaleza. Está en nosotros y alrededor de nosotros, presente y activo en todo lo que es. […] En nuestras experiencias cumbre nos hacemos conscientes de que somos uno con el Misterio, pero seamos o no conscientes de esto, en todo momento estamos inmersos en él».

«Es en la vida y a través de ella que llegamos al Misterio y por tanto, encontramos significado. […] La Vida en la naturaleza nos lleva hacia el Misterio, que es lo que hace la Vida en nuestras vidas personales. Vida y Misterio se conectan a través de una tercera palabra clave: la Bendición. La bendición fundamental es la vida misma en toda su plenitud.»8

Nuevamente, surge la sensación de que solo necesitamos ampliar nuestra mirada, pues las respuestas están allí frente a nuestros ojos. El significado del orden implicado, lo sagrado, lo que el hermano David llama el Misterio con mayúsculas, está inscripto en lo viviente, en la Vida, también con mayúsculas. Deberíamos aprender de lo vivo, no para someterlo, dominarlo y dar rienda suelta a la tentación de ser sus dueños. Sería necesario estudiar lo vivo con una actitud contemplativa y humilde, para comprender los principios de lo viviente a través de la admiración de su belleza, y emular su lógica. Este ha sido el desplazamiento fundamental de los ejes conceptuales hacia el nuevo paradigma holístico, inspirado en metáforas orgánicas y ecológicas.9

Así llegamos a un nuevo encuentro, una convergencia más, que puede resultar muy fértil en la tarea de la reconexión con lo sagrado: la sinergia entre la vía imaginativa, el desarrollo de la facultad simbólica y el pensamiento holístico. La imaginación abre el canal hacia las dimensiones sutiles. El símbolo reúne lo separado, hace de intermediario y despierta resonancias entre la psique y el cosmos. Pensar holísticamente integra las partes, las vincula, amplia la perspectiva, descubre patrones, reconcilia los opuestos, logrando nuevas síntesis. Al poner en contextos más amplios, la mirada holística aumenta la percepción del orden implicado, nos hace más sensibles a las manifestaciones espontáneas de lo invisible en el orden de lo cotidiano —lo que G. Jung y W. Pauli denominaron sincronicidades—, y luego, dejando espacio al despliegue de los procesos, ayuda a interpretar su significado. Cerrando el círculo, es nuevamente la imaginación activa y el conocimiento de la lógica de lo simbólico lo que plenifica la tarea de la interpretación. Ahondaremos en todos estos conceptos a lo largo de este libro.10

Volviendo a la senda del chamanismo, podemos reconocer algo semejante en lo que Don Juan Matus, el maestro de Carlos Castaneda, consideraba el punto culminante de la iniciación chamánica: el entrenamiento de la percepción para lograr el pasaje del mirar al ver.11 Esta diferencia consiste para Don Juan en atravesar la superficie de las cosas —el mirar— para percibir directamente cómo la energía fluye en el universo —el ver—. Ya he sugerido que: «Podemos tomar el pasaje del mirar al ver como una metáfora del desafío, tanto personal como colectivo, que nos plantea el cambio de paradigmas: esto es, el pasaje hacia un modo cognitivo cualitativamente diferente. […] Este es en definitiva el gran cambio perceptivo que ha implicado el cambio del paradigma materialista —que solo miró la superficie de las cosas, y las creyó ver como materia sólida— hacia el nuevo paradigma holístico, que pudo atravesar esa superficie y ver que todo es energía en constante fluir».12

Podríamos animarnos a sugerir que despertar la chamanidad a través de la vía imaginativa propone un camino equivalente, teniendo en cuenta un aspecto novedoso y trascendente como es el hecho de que esta posibilidad se está abriendo para todos, no solo para algunos pocos iniciados o iluminados. Tal vez esto sea parte del momento crítico que está atravesando la humanidad en su conjunto, invitada a reactivar aquel impulso evolutivo que nos transformó de meros Sapiens sapiens en Homos simbolicus.

Las imágenes son mucho más que imágenes

Para emprender el cambio de paradigmas a través de la vía imaginativa, no se trata solo de cambiar lo que pensamos, sino de algo mucho más difícil y profundo: se trata de cambiar cómo pensamos, de transformar nuestra manera de pensar y percibir el mundo. De atravesar los muros que nos mantienen dentro del imperio del pensamiento lineal, analítico y dicotómico; para descorrer el sutil velo que abre el infinito territorio del pensar imaginativo y analógico. Un cambio perceptivo que se habilita al descubrir la asombrosa y paradojal fuerza generativa que encierran las imágenes; en particular, como veremos, las imágenes visionarias, aquellas que nos traen o nos llevan hacia otros mundos.

Partimos de una casi evidencia: las imágenes son mucho más que imágenes… Sin embargo, en Occidente las imágenes han sido degradadas, las hemos rebajado a una condición secundaria, de mero reflejo o representación tardía y diferida de un mundo que pareciera ilusoriamente preexistir a su copia. Este ha sido el reducido destino que han sufrido las imágenes en manos del pensamiento occidental moderno, una de cuyas operaciones epistémicas básicas fue la creación del realismo, esto es, generar la ilusión de un mundo real, objetivo y externo al sujeto, reforzando así la idea de que el mundo es como lo perciben nuestros cinco sentidos; convirtiendo automáticamente en irreal todo lo que no coincida con esa forma de percepción. Tal fue la tarea del arte representativo a partir de la invención de la técnica pictórica de la perspectiva lineal.13 Al contemplar las obras maestras del arte europeo, esto puede sonar como una verdadera herejía, pero es que el realismo fue mucho más que un estilo artístico. Al recrear al mundo tal como solemos verlo, generó y reafirmó una ontología realista; se convirtió así en una navaja que cortó al mundo en dos, dejando fuera de los márgenes de lo real —por tanto, lo verdadero— todo aquello que no fuera directamente perceptible, básicamente, todo aquello que no solo para Saint-Exupery era esencial: lo invisible a los ojos.

También las imágenes y el pensamiento analógico —reconocimiento de semejanzas y patrones— han sufrido varias distorsiones a causa de la valoración binaria, exacerbada en nuestra cultura por el trasfondo patriarcal. Las dos maneras complementarias que nuestro sistema nervioso humano nos ha proporcionado para aprehender dinámicamente la realidad han sido dicotómicamente asociadas a una cuestión de género. Si bien podríamos encontrar razones de orden evolutivo en la especialización de ambos hemisferios cerebrales, esto no justifica la asociación lineal de las funciones propias de cada lóbulo con las formas sexuales. Todas las funciones hacen igualmente al despliegue integral del ser humano, y su diferenciación sabiamente nos recuerda que ambos principios —lo femenino y lo masculino— se alojan dinámicamente en lo más básico de nuestro ser: el cerebro.

Sin embargo, el pensamiento binario ha reducido torpemente la diferenciación de los hemisferios cerebrales a una contienda sexual. El mal llamado cerebro derecho permite la visión holística, la identificación de los sentimientos, la captación de gestalts (el reconocimiento de rostros y las inflexiones del lenguaje corporal, por ejemplo), la percepción musical, la inteligencia espacial y la generación de imágenes. Mientras su par, el cerebro izquierdo, habilita la concentración, el enfoque de la voluntad para realizar acciones concretas, el pensamiento analítico y secuencial, la abstracción lógico-matemática y el lenguaje verbal. Ha sido una tarea sucia del patriarcado jerarquizar no solo las diferencias de género, sobrevalorando lo masculino por sobre lo femenino para legitimar así la dominación de las mujeres y la Naturaleza por parte de los varones, sino al mismo tiempo desvalorizar y relegar a la subordinación o el desprecio a todas aquellas funciones ligadas al cerebro femenino, entre ellas la formación de imágenes y el poder de la imaginación.14

Pensemos por un instante que también el hemisferio derecho es el que abre la puerta a lo invisible, el responsable de generar estados ampliados de consciencia, desde los sueños hasta los éxtasis místicos, el que insufla fe y da confianza al corazón para adentrarse en el misterio, el que encuentra las metáforas adecuadas para que el hemisferio izquierdo pueda luego verbalizar en forma poética estas inefables experiencias. No es difícil advertir el lamentable derrotero que han sufrido en nuestra cultura, las imágenes, junto a todas estas dimensiones humanas.

Sin embargo, la magia de las imágenes sigue viva, pues como ya advertimos, las imágenes son mucho más que imágenes…

La magia sigue viva

Junto con el cambio de paradigmas y la apertura hacia otras dimensiones de la realidad, viene el redescubrimiento del poder creador de las imágenes. Varios términos relacionados por la misma raíz lingüística nos hablan de algo similar, ya que del latín imago proviene la palabra imagen, pero también los términos imaginación, mago, magnetismo y magia.

Es interesante seguir el hilo semántico que va enhebrando todos estos términos, no solo a través de su significado, sino del cruel destino al que remiten sus respectivas connotaciones. Seguramente por la misma causa, tanto la magia, lo/as mago/as y las imágenes sufrieron una misma suerte: el destierro y la persecución. Vale la pena entonces preguntarse por aquello que tienen en común y las convirtió en blanco de la sospecha.

Podemos definir la magia como la destreza para obrar y combinar los elementos, para actuar y transformar la realidad, para hacer surgir efectos de causas aparentemente inexistentes, algo que rompe las leyes de la física, irreductible a la razón, que pone en evidencia lo sobrenatural, que utiliza la voluntad para activar fuerzas invisibles; en síntesis, nos remite a la capacidad generativa. Las cualidades de lo mágico, incluso con su ominosa referencia a la tentación de manipular lo oculto, pueden atribuirse también a las imágenes y a la imaginación, que son sin duda, parte de su instrumental básico.

Figura 2. El Mago, arcano número I del Tarot de Marsella.

La magia implica acción, inicio, movimiento. No casualmente le corresponde al número I en la serie de los arcanos mayores del tarot. Es El Mago, como no podía ser de otra manera, el que inicia el juego de este ilustrativo lenguaje simbólico, y arranca nada menos que el viaje de la consciencia. En la primera carta vemos a un hombre amable —un mago bueno, seguramente— dispuesto a acometer una tarea frente a su mesa de trabajo, donde se despliegan los elementos —una moneda de oro (la tierra), un cuchillo (el aire), un vaso (el agua). Con su mirada se dirige apaciblemente hacia el pasado —el conocimiento de la tradición—, mientras con sus dos pies está de frente, bien plantado en el aquí y ahora. Con su mano izquierda, la más sensible, señala hacia el futuro a través de su vara (fuego) —símbolo emblemático de su poder—. ¡Qué capacidad de síntesis la de este Mago! Sin palabras lo dice todo. Constata la más antigua etimología de su propio nombre. Incluso en lenguas anteriores a las indoeuropeas, la raíz magh (de donde proviene el término magus, y también magush, en lengua persa) significa «ser capaz, tener la capacidad».

¿Cuál es esa asombrosa capacidad? ¿De qué cosas es capaz el mago —y también las imágenes—, que lo distinguen como algo especial? ¿Qué magnetismo tiene la magia, que más allá de la desconfianza y el descrédito, sigue produciéndonos tanta atracción? ¿Por qué cuando algo nos sorprende gratamente y nos conmueve el corazón solemos decir que es algo mágico?

Tal vez nuestro amable Mago del Tarot, con su gran sencillez, tenga una respuesta. Como un buen cocinero, ostenta lo más notable de la magia: la capacidad para crear algo nuevo —y seguramente sabroso e interesante— a partir de unos pocos ingredientes básicos. Pero lo más asombroso es lo que insinúa a través de su postura y su mirada: esa capacidad para reunir pasado, presente y futuro en un solo instante: un mágico kairós. Hoy no dudaríamos en designar la escena como una sincronicidad, a la manera en que Carl G. Jung y Wolfgang Pauli describieron este tipo de eventos. Lo que sucede parece mágico, pues altera las leyes de la causalidad, surge repentinamente, implica una coincidencia precisa entre un hecho físico que se hace visible y un estado psíquico que capta intuitivamente su trascendencia y numinosidad, aunque puede que aún no su significado. Emerge sorpresivamente la evidencia del orden implicado, hasta entonces velado. La famosa línea del tiempo estalla en un minuto. El instante es revelador y misterioso al mismo tiempo; la vivencia es paradojal porque simultáneamente sobrevienen la claridad y la incertidumbre, algo tan potente que a partir de entonces su sola evocación se torna portadora ineludible de algún mensaje trascendente.

Curiosas equivalencias semánticas emparentan la etimología de las palabras con aquello que designan. Así como el mago es «el que es capaz» o «el que tiene la capacidad» de hacer algo extraordinario, el origen de la palabra chamán, shaman, saman o xaman (en la lengua siberiana manchú tungús) es la raíz scha-