Simón de Rojas Clemente - Fernando Martín Polo - E-Book

Simón de Rojas Clemente E-Book

Fernando Martín Polo

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Beschreibung

Simón de Rojas Clemente y Rubio (Titaguas, 1777-Madrid, 1827) es un referente para la ciencia de la Ilustración española. Inicialmente encaminado a la profesión eclesiástica, se enriquece con el estudio del naturalismo, particularmente de la botánica (fue alumno de Cavanilles). Amplió sus estudios en París y Londres, y realizó un viaje por Andalucía que le permitió realizar su «Historia natural del Reino de Granada». Fue bibliotecario del Jardín Botánico de Madrid, y después de años de investigaciones y penurias, fue diputado en las Cortes durante el Trienio Liberal. Con la llegada de los Hijos de San Luis, hasta que lo reclamó el rey para acabar la historia de Granada, siendo también elegido director del Jardín Botánico de Madrid. De esta manera, Rojas Clemente se perfila como un sabio ilustrado sin fronteras.

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SIMÓN DE ROJAS CLEMENTE

FERNANDO MARTÍN POLO

SIMÓN DE ROJAS CLEMENTE

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, de ninguna forma ni por ningún medio, sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso de la editorial.

© Fernando Martín Polo, 2016

© De la presente edición:Universitat de València, 2016www.uv.es/[email protected]ón editorial: Vicent Olmos

Diseño de la maqueta: Vicent OlmosDiseño de la cubierta: Celso Hernández de la FigueraImagen de la cubierta: Simón de Rojas Clemente.Museo Nacional de Ciencias Naturales

ISBN: 978-84-9134-042-3

Para Juan V. Botella por ser el primer entusiasta deSimón de Rojas Clemente.

Y para tod@s aquell@s que me han ayudado con sucolaboración o ánimo y participan de los valoresde la virtud y del saber que (además de las cienciasnaturales) tanto cultivó el biografiado.

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

AGRADECIMIENTOS

CAPÍTULO 1. SIMÓN DE ROJAS CLEMENTE EN EL CONTEXTO DE LA ILUSTRACIÓN

1.1. Presentación de Simón de Rojas Clemente y Rubio (reseña biográfica)

1.2. El contexto ilustrado

1.2.1. Contexto histórico-literario

1.2.2. Las dos Españas

1.3. Contexto científico en el que se formó Simón de Rojas

1.3.1. La Universidad española a fines del siglo XVIII

1.3.2. La física sagrada

1.3.3. Instituciones y botánicos

CAPÍTULO 2. EL PERIODO DE FORMACIÓN DE SIMÓN DE ROJAS

2.1. Infancia y juventud de Simón de Rojas Clemente en el contexto de la Ilustración

2.1.1. Estudios en Segorbe y Valencia (1787-1799)

2.1.2. La oposición a la cátedra de hebreo

2.2. Simón de Rojas en Madrid (1800-1802)

2.2.1. Contacto con la nueva realidad

2.2.2. Currículum de Simón de Rojas en 1802

2.2.3. Las relaciones entre Clemente y Lagasca

2.2.4. Las sabatinas y las lecciones

CAPÍTULO 3. EL VIAJE A PARÍS Y LONDRES A TRAVÉS DE LA CORRESPONDENCIA

3.1. El viaje y su mundo

3.1.1. Preparación del viaje

3.1.2. Simón de Rojas en París y Londres

3.1.3. La pasión por la ciencia

3.2. La vuelta a España y el paso a Marruecos

3.2.1. La vuelta a España

3.2.2. El paso a Marruecos

3.2.3. Formas y fondos reservados

CAPÍTULO 4. SIMÓN DE ROJAS SE QUEDA EN ESPAÑA. EL TEMA DE LA CIRCUNCISIÓN

4.1. Simón de Rojas no pasa el Estrecho

4.1.1. Desenlace final

4.1.2. La circuncisión

4.1.3. El giro político

4.2. La política y los políticos

4.2.1. La salida de Alí Bey a Marruecos

4.2.2. La razón de Estado

4.2.3. Las razones de Alí Bey

CAPÍTULO 5. ANDALUCÍA: LA VOCACIÓN MERIDIONAL (1803-1805)

5.1. El paisaje y el paisanaje

5.1.1. De Muhamed ben-Alí a Simón de Rojas Clemente

5.1.2. Las colecciones para el Príncipe de la Paz

5.2. La política y la ciencia

5.2.1. “Viaje a Andalucía”

5.2.2. “Ensayo sobre las variedades de la vid común que vegetan en Andalucía”

5.2.3. La muerte de Cavanilles

CAPÍTULO 6. MADRID: LA FUERZA DEL CENTRO (1805-1808)

6.1. El puesto de bibliotecario en el Jardín Botánico de Madrid

6.1.1. El viaje a Madrid se retrasa

6.1.2. El día a día en su nuevo puesto

6.2. Publicación del Ensayo sobre las variedades de la vid común que vegetan en Andalucía y el Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos

6.2.1. La publicación del Ensayo sobre las variedades de la vid común que vegetan en Andalucía

6.2.2. Difusión del Ensayo

6.2.3. El Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos

6.3. El Jardín Experimental de Aclimatación de Sanlúcar de Barrameda

6.3.1. Andalucía de nuevo

6.3.2. Labor emprendida

CAPÍTULO 7. LA ACTIVIDAD INTELECTUAL Y POLÍTICA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA (PERIODO 1808-1812)

7.1. El primer año de la guerra

7.1.1. Situación personal de Clemente al comienzo de la contienda

7.1.2. Entre el patriotismo y las luces

7.2. En los dos bandos

7.2.1. Simón de Rojas con la Junta Central

7.2.2. Simón de Rojas con José I Bonaparte

7.3. El afrancesado Simón de Rojas

7.3.1. Clemente y el movimiento afrancesado

7.3.2. Relación personal entre Clemente y Bory de Saint-Vincent

7.3.3. Clemente en la prefectura de Málaga

CAPÍTULO 8. ACTIVIDAD INTELECTUAL Y POLÍTICA AL FINAL DE LA GUERRA Y EN LA POSGUERRA (1812-1814)

8.1. Simón de Rojas vuelve a su pueblo

8.1.1. La llegada a Titaguas

8.1.2. Actividad en el pueblo

8.2. Tensa espera del afrancesado Simón de Rojas

8.2.1. Estado de la cuestión

8.2.2. La espera y la esperanza

8.2.3. El problema de la purificación

8.3. El plano topográfico y estadístico de la provincia de Cádiz

8.3.1. Entre Cádiz y Madrid

8.3.2. Proyecto frustrado

CAPÍTULO 9. LA PRIMERA ETAPA ABSOLUTISTA (1814-1820)

9.1. Entre la realidad y la ficción

9.1.1. Causa General

9.1.2. Simón de Rojas es purificado

9.2. Clemente, de nuevo bibliotecario del Jardín Botánico

9.2.1. El día a día en el Jardín

9.2.2. El problema de Clemente con el erario del Jardín

9.2.3. Simón de Rojas parte a Titaguas para curar de su enfermedad

9.2.4. Las cuentas del bibliotecario

CAPÍTULO 10. EL PASO DE LA CIENCIA Y EL POSO DE LA RELIGIÓN

10.1. La Ceres hispánica

10.1.1. El contenido científico

10.1.2. El contenido humano

10.1.3. La Agricultura general de Herrera

10.2. El proceso inquisitorial contra Simón de Rojas

10.2.1. Cargos por los que se le acusa

10.2.2. Seguimiento del proceso

CAPÍTULO 11. LAS VICISITUDES DE UN LIBERAL. DEL TRIENIO LIBERAL A LA DÉCADA OMINOSA

11.1. Simón de Rojas diputado en las primeras Cortes del Trienio (1820-1821)

11.1.1. Contexto general y particular

11.1.2. Simón de Rojas diputado

11.2. Ilusión y desencanto del liberal Simón de Rojas

11.2.1. Quehacer de Clemente en las Cortes

11.2.2. Clemente abandona la cámara por enfermedad

11.2.3. Caricaturas y retratos en el Trienio Liberal

11.2.4. Ideario social y político del biografiado

11.3. La caída del Trienio. Entre el pueblo y la Corte (1821-1823)

11.3.1. Acción armada de Simón de Rojas en Titaguas

11.3.2. Los problemas cotidianos con el fisco

11.3.3. Luz en la penumbra

11.3.4. Entre Titaguas y Madrid

CAPÍTULO 12. VUELTA AL ABSOLUTISMO

12.1. La historia se repite

12.1.1. Otra vez el exilio

12.1.2. De nuevo Simón de Rojas en su exilio interior

12.1.3. Y en el punto de mira Madrid, otra vez a causa de la paga y de la purificación

12.2. Fernando VII llama a Madrid a Simón de Rojas

12.2.1. La razón de la convocatoria

12.2.2. Simón de Rojas es nombrado director del Jardín Botánico

12.3. Ilusión y realidad en el nuevo cargo

12.3.1. De censurado a censor

12.3.2. Cobrar o no cobrar, he ahí la cuestión

12.3.3. Burocracia, responsabilidad y justicia social

12.3.4. Y como siempre las relaciones humanas

12.4.Historia natural del Reino de Granada y Nomenclátor ornitológico

12.4.1. Publicación de la Historia natural del Reino de Granada

12.4.2. El Nomenclátor ornitológico

CAPÍTULO 13. MUERTE DEL ILUSTRADO SIMÓN DE ROJAS CLEMENTE

13.1. El testamento de Simón de Rojas

13.1.1. Formalismos previos

13.1.2. Contenido del testamento

13.2. Muerte de Simón de Rojas

13.2.1. Instantes previos

13.2.2. Necrología

13.3.Post mortem

13.3.1. Cumplimiento del testamento

13.3.2. Clemente en la memoria próxima al deceso

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE ONOMÁSTICO

INTRODUCCIÓN

Corría el año 1988 cuando tuve conocimiento de la existencia de la autobiografía del biografiado, fue el comienzo de la andadura en el tema de Simón de Rojas. Ya después todo fue una vorágine de investigación sobre su vida y su obra que, a su vez, cambió mi vida. Efectivamente, de una manera informal fui recogiendo todo el material que llegaba a mis manos tanto publicado como manuscrito ya fuera del botánico o sobre él, primero en París y después en Londres; más tarde vinieron otras muchas ciudades, archivos y bibliotecas de España y ya todo fue tomando cuerpo. La plasmación de toda la investigación –la vorágine de la que hablaba– fue la tesis citada y después este libro, que es también un resumen de la misma, donde cartas, oficios, informes, publicaciones de Clemente, documentos de la época y otros documentos han sido volcados en esta biografía; esta cantidad de información se acrecentó incluso tras la lectura de la tesis hasta el punto de que se puede afirmar que, en bastantes aspectos, ésta ha quedado superada. Una característica que ha marcado estos años de trabajo ha sido, pues, la documentación encontrada que ha sido enorme, lo que a su vez ha hecho que el trabajo haya sido muy gratificante. Hilvanar todos estos documentos que se complementaban entre sí con las explicaciones razonadas pertinentes ha sido el desafío que me propuse desde el principio para conseguir una biografía exhaustiva y objetiva de Simón de Rojas. La consecución o no de este reto tendrá que valorarla su “orbe literario” como diría el propio Clemente.

El primer capítulo nos introduce en las raíces del biografiado que no son otras que las de la Ilustración, la cual determinará toda la vida y la obra de Simón de Rojas. Después, en el capítulo 2, entramos en su infancia y juventud, y ya desde Madrid parte a París y Londres, viaje que llena el capítulo 3, y llegamos a Andalucía donde sufre la decepción de haber acabado allí su periplo viajero, pues en principio tenía que haber continuado junto a Alí Bey hasta África (capítulo 4). En Andalucía se queda precisamente para realizar la Historia natural del Reino de Granada y otros trabajos (capítulo 5); el capítulo siguiente es su vuelta a Madrid como bibliotecario del Jardín Botánico y la publicación del Ensayo sobre las variedades de la vid común que vegetan en Andalucía (1807). La Guerra de la Independencia lo sorprende en Sanlúcar de Barrameda y su continuación es un continuo ir de un lado a otro (física pero también políticamente). A la guerra le sucede una etapa florida en cuanto a investigaciones (Ceres hispanica, la Agricultura general de Herrera) aunque llena de penurias económicas e ideológicas; fue además cuando pudo tener problemas con la Inquisición (capítulos 9 y 10). En el Trienio Liberal tomó partido por el liberalismo siendo también diputado a Cortes en la primera legislatura; en este tiempo fue acechado por la enfermedad y por otros problemas, lo cual se refleja en el capítulo 11. Y tras ese periodo, en el capítulo 12 se cuenta su obligada partida a Titaguas a vivir su exilio interior hasta que el rey lo llamó para acabar la Historia natural del Reino de Granada siendo además elegido director del Jardín Botánico de Madrid, cargo que también le acarreó sinsabores; hasta que le llegó la muerte y el cumplimiento de lo dispuesto en el testamento que es el capítulo 13. Después, como es natural, viene la bibliografía.

Esta biografía pretende ser una aportación importante para el conocimiento de Simón de Rojas y un documento referente para la ciencia de la Ilustración española. Al respecto he de añadir también que este trabajo se centra más en su vida que en su obra a la cual únicamente me he aproximado de una manera general a excepción de algunos aspectos concretos, como los relacionados con el Ensayo y la Ceres hispanica (en colaboración con Mariano Lagasca); esto también ha sido así porque tengo previsto publicar otro libro más específico sobre su obra y relacionado precisamente con lo que ésta tenga que ver con la vida de Clemente que es mucho más de lo que, en principio, pueda parecer, es decir, la biografía del botánico sólo podrá considerarse totalmente acabada cuando se estudie su legado en relación con su vida, como estoy convencido de que puede suceder también con la biografía de cualquier persona.

Relacionado con la vida y la obra de Clemente es la referencia en sus memorias a sus apetitos científicos, así es posible entender el acomodo que buscaba consigo mismo y con los gobernantes que fueran. Su ánimo estaba, pues, del lado del partido de la ciencia que es el de la investigación y el progresismo, donde militó hasta el fin, con una inmensidad de trabajo en todos los sentidos que iremos viendo, de relaciones humanas y también de anécdotas. Pienso de todas maneras que la ciencia no ha valorado como se merecía a este sabio y ésta es una ocasión para que los historiadores de la misma y los científicos mismos reflexionen sobre ello, reconociendo al mismo tiempo que se están dando pasos importantes en este sentido.

Llega el momento de decir que soy natural de Titaguas (Valencia), al igual que Simón de Rojas. Como todos los de mi generación crecí en el pueblo con la idea de que el biografiado era un sabio pero sin saber claramente por qué, era un icono más, al igual que podían ser los mandatarios del momento. Todos estaban en la escuela; la foto de los políticos en la clase y el busto de Clemente en el pasillo, como los castigados. De aquéllos se hacían soflamas más o menos enardecidas, del naturalista apenas se decía nada, lógico, pues los maestros poco podían saber de él. Del naturalista hablaba, y habla, Fulgencio Rubio Dolz quien el último domingo de agosto ante el busto de la avenida principal del pueblo que lleva su nombre ha venido hablándonos desde hace más de 50 años, desde que fue nombrado presidente de la Colonia Titagüense “Rojas Clemente”; somos, pues, muchos quienes hemos oído de su boca por primera vez hablar sobre el biografiado.

En un plano mucho más personal, la sensación que he tenido en el transcurso de la elaboración de la vida de Simón de Rojas es la que tantos biógrafos experimentan, y es la identificación con el biografiado, a pesar de la distancia que he pretendido mantener durante la construcción de la biografía (la cual no está en contradicción con la objetividad buscada), pero en cuyo desarrollo me he sentido inmerso sin casi darme cuenta, hasta el punto de considerarme un seguidor de las formas y los fondos del dieciocho como “siglo educador”, según la expresión de José Ortega y Gasset. Seguramente también he llegado a esta situación porque alguna vivencia personal similar ha sucedido tanto en la vida de Clemente como en la mía, reconociendo al mismo tiempo que él era un sabio naturalista y yo estoy muy lejos de ello y de que si nos hubiéramos conocido personalmente más de una discusión habríamos entretenido. De todas maneras, en las similitudes, quiero resaltar que, aparte de ser de la misma patria chica, los dos vivimos en París y Londres en un periodo de nuestra existencia, a los dos nos gustó la libertad de trabajar por libre –solos y sin presión– lo que no siempre fue comprendido por “el tribunal de la opinión” (por utilizar una expresión de Clemente) y que encontramos –sobre todo encontramos– un estilo literario no necesariamente uniforme y no del todo afín con los cánones vigentes, conscientes ambos de que el estilo hace al hombre.

Acabo de citar Londres; pues bien, fue allí desde donde se dio el pistoletazo de salida en esta investigación de manera definitiva (antes –repito– ya había estado recogiendo información de una manera informal) al conocer dónde estaba el manuscrito de la Historia civil, natural y eclesiástica de Titaguas (en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales) cuya ubicación ya conocía Samuel Rubio (a él le corresponde, pues, el honor de haber llegado primero) y cuya edición coordiné. Y ya metido de lleno en la vida y la obra del biografiado he publicado artículos sobre Clemente y participado en las Jornadas Simón de Rojas en Titaguas, en una de las cuales se presentó el libro del sabio local Nomenclátor ornitológico o sea nombres españoles y latinos sistemáticos de aves cuya edición literaria también realicé (es importante decir que el gasto de la edición de los dos libros citados corrió a cargo del Ayuntamiento del pueblo). Sin embargo, mi aportación principal para el conocimiento de Clemente es precisamente esta biografía, a la cual seguro que le faltará, al menos, algún dato importante, por ello me gustaría que “el orbe literario” me indicara los fallos que ha podido haber con el fin de que puedan ser subsanados.

En fin, como ya he manifestado, espero que este trabajo ayude a que el biografiado tenga el reconocimiento debido en la historia de la ciencia ilustrada española para lo cual he puesto todo mi empeño, intentando seguir el ejemplo del compromiso que adquirió con su tiempo el ilustrado Simón de Rojas Clemente y Rubio. Feliz lectura.

FERNANDO MARTÍN POLO

AGRADECIMIENTOS

Empezar con los agradecimientos es agradecido (y no es un juego de palabras), para lo cual hago mío el principio de Simón de Rojas Clemente, celoso del respeto a la propiedad intelectual, para con los que le ayudaran al decir: “¡Con cuánta satisfacción publicaré yo sus nombres!”. Pues bien, es necesario que, de entrada, yo haga lo propio con los que me han ayudado y al mismo tiempo han estado conmigo.

Preciso comenzar dando las gracias de forma especial a tres personas que han sido fundamentales a lo largo de todo este trabajo (los nombro en orden de aparición en mis investigaciones). La primera es Alan Deyermond, ya fallecido, el cual representó para mí lo mismo que Cavanilles para Clemente en la primera parte de mi periplo investigador pues con su magisterio y ánimo escribí Las albadas de Titaguas y comencé la andadura clementina. El segundo es Samuel Rubio Herrero por haber escrito el primer libro consagrado a Simón de Rojas, biografía clave para cualquier estudioso del botánico, y por su ayuda. Y el tercero es Horacio Capel Sáez de la Universidad de Barcelona, el director de mi Tesis doctoral Simón de Rojas Clemente y Rubio. Vida y obra. El compromiso ilustrado o lo que es lo mismo, mi Cavanilles en el desarrollo y publicación de este libro (he tenido, pues, dos Cavanilles). Los tres confiaron en mí; y en el trabajo diario tanto Alan Deyermond como Horacio Capel también creyeron que el estilo hace al hombre y, cada uno con su estilo, dejaron que yo imprimiera el mío. Muchas gracias, pues, por el ánimo que me habéis dado y por creer en mí.

Respecto a las personas concretas que me han ayudado, ha habido archiveros, bibliotecarios o simplemente personas colaboradoras cuyo cometido ha ido más allá del cumplimiento de su obligación hasta el punto de que hacían suya esta investigación tratando de llegar al detalle o al documento que buscaba; así recuerdo con cariño a aquella bibliotecaria de la Universidad Queen Mary de Londres que hizo un esfuerzo titánico para hacerse comprender, dado que mi inglés no era precisamente muy fluido, para sugerirme que no fuera a Cambridge a buscar un trabajo sobre Simón de Rojas como indicaba el ordenador, que bien pudiera ser que estuviera en Londres mismo, como así fue, ¡lástima que en este caso como en otros no recuerde ni siquiera sus nombres!

En general tod@s los trabajadores de todos los archivos y bibliotecas que nombro en la bibliografía merecen que les dé las gracias. Evidentemente de los archivos tengo un recuerdo más personalizado. Me son familiares por haber visitado con frecuencia sus lugares de trabajo o haberme relacionado por teléfono o correo electrónico en el Jardín Botánico de Madrid, Esther García, conservadora del Archivo (y antes M.ª Pilar San Pío), Yara Mostazo, técnico del mismo (¡y qué esmero han mostrado Esther y Yara!), M.ª José Martínez, encargada de las publicaciones, Helena Velayos, de información general y préstamos, Mauricio Velayos, de investigación, Eugenia Insúa, responsable de biblioteca y Gloria Pérez de Rada, restauradora; en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, Manuel Parejo, oficial de gestión y Gregorio Adán, técnico de documentación; en la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, la encargada del Archivo-Biblioteca, Fabiola Azanza; en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, la bibliotecaria Leticia de las Heras y el archivero Juan Carlos Caro; en el Archivo del Congreso de los Diputados, Sofía Gandarias; en el Archivo de la Universidad de Valencia, Irene Manclús, directora de personal; en la Biblioteca del Jardín Botánico de Valencia, la bibliotecaria M.ª José Borrás; en el departamento de Archivos Personales y en la Biblioteca Valenciana Digital (Bivaldi), sus técnicos; en la Universidad de Granada, la conservadora de su herbario, Carmen Quesada, una de las pioneras, además, de los estudios sobre Clemente; en el Archivo Municipal de Sanlúcar de Barrameda, Nieves García; en el Archivo Histórico Municipal de Cádiz, Teo Cardoso; en el Archivo Municipal de Barcelona (Arxiu Històric de la Ciutat), Alicia Torres y Àngels Solà, y en el Archivo del Ayuntamiento de Titaguas todos los que por allí han pasado, lo mismo en el parroquial, sobre todo Antonio Polo. Del extranjero, Mr. Denis Lamy, bibliotecario, el ya fallecido Mr. G. G. Aymonin, profesor del Museo y la actual archivera de la Bibliothèque de Botanique Mme. Florence Tessier, todos del Museo Nacional de Historia Natural de París; en Londres, Mr. Carlos García-Minguillan, del equipo de consulta de Mapas y Manuscritos de la British Library y Mr. Michael St John-McAlister, conservador de la Sala de Manuscritos de la misma biblioteca, y Elaine Charwat, bibliotecaria adjunta de la Sociedad Linneana; en Munich, Genoveva Rausch, del Archivo de la Academia de Ciencias de Baviera, en Lund (Suecia), Marie Holmdahl-Svensson de la Sociedad Fisiográfica, y en Indiana (USA) Marcia C Stephenson, profesora de la Purdue University West Lafayette. Una persona, sin embargo, no ha querido salir en este capítulo de agradecimientos, de cualquier manera he ahí su nombre: Jordi. Todos los nombrados, o los sin nombrar, se esmeraron en ayudarme y, además, me dieron el ánimo necesario para que el intento del principio llegara a ser la realidad del final. Gracias, pues, por vuestra colaboración.

No quiero pasar por alto las Jornadas Simón de Rojas organizadas por el Ayuntamiento de Titaguas y lideradas por su alcalde, Ramiro Rivera, con la inestimable colaboración de Carles Ferrer. En ellas compartí momentos muy enriquecedores conversando sobre el biografiado con Juan Armada, Juan V. Botella, Manuel Cantos, Horacio Capel, Javier Cremades, Daniel Domergue, Francisco González de Posada, Emilio Laguna, Miguel Lara, Francesc Xavier Llimonà, José María López Piñero, Gonzalo Mateo, Rafael Ocete, Juan Piqueras, Carmen Quesada, Abilio Reig, Samuel Rubio, M.ª Pilar San Pío..., tod@s grandes especialistas de la historia de la ciencia.

Igualmente algunas personas que me han ayudado de forma puntual o me suministraron algún documento salen en el apartado de la bibliografía Archivos y Fuentes Originales (Archivos Varios), fueron Virtudes Badimón, Concepción Balaguer, Vicent Berenguer, Juan V. Botella, Vicente Cárcel, Juan Castañón, Jesús Ignacio Catalá, Maruja Clemente, Miguel Collado, Miguel Collado Ródenas, Lola Cosme, Félix Delgado, Eva García, Rosa M.ª Gómez-Casañ, Gonzalo González, Esteban Herrero, Arturo Iglesias, hijos de José Villar, Paco Mares, Fernando Martín Ródenas, Jenaro Martín Sánchez, Pascual Martín, Rafael Moreno, Ferran Pastor, Pascual Pérez (padre e hijo), Robert Pérez, José Polo, Mayte Polo, Salvador Polo, Ricardo Rodrigo, Fernando Rodríguez, Vicente Rubio, José Luis Sánchez, Nuria Soler, Vicente Soler, Eduardo Tello, Alfons Uris ..., y hasta mi sobrino Juan por haber solucionado mis problemas con la informática en el curso del trabajo. Y de Fulgencio Rubio ya he hablado en la introducción. Seguro que me olvido de algunos, “nuestras faltas perdonar”, pues, como suelen acabar las albadas de Nochebuena en Titaguas (precisamente omití el agradecimiento a Paco Gafas en el libro de las albadas y en éste queda compensado). Todos ellos saben que los llevo muy dentro de mí, como a los amig@s que sin cesar se han interesado por la marcha del libro (Juan V. Botella, Carles Ferrer, Paco Mares, Paqui Monreal, Ferran Pastor, Pascual Pérez, Pilar Polo, Andrés Rubio, José Tomás Ródenas, Rubén Sánchez, Paco Través Polo...). Y en este apartado quiero resaltar a quien más se interesó por esta biografía: fue José Alfredo Polo Rubio, amigo donde los haya, quien por desgracia no ha podido verlo impreso pues falleció, por lo que quiero que conste aquí mi más emocionado recuerdo hacia él.

Por último mi agradecimiento al corrector que me ayudó a fijar el texto del libro, fue el profesor de Historia de la Ciencia de la Universidad CEU Cardenal Herrera Oria, Jesús Ignacio Catalá Morgues (y a Vicent Berenguer que también echó una mano al respecto), quien en poco tiempo me hizo las sugerencias pertinentes al estilo de mis maestros sabedor igualmente de que el estilo hace al hombre. Y también, cómo no, al Servicio de Publicaciones de la Universidad de Valencia por hacer realidad que el libro haya salido a la luz.

CAPÍTULO 1

SIMÓN DE ROJAS CLEMENTE EN EL CONTEXTO DE LA ILUSTRACIÓN

El capítulo 1 empieza con una reseña necesaria sobre la vida y la obra del biografiado; considero que es lo que una persona culta –al menos en historia natural– y cualquier curioso debe saber perfectamente y que, evidentemente, se ampliará en el transcurso de este libro.

El apartado referido al contexto ilustrado en el que se formó Simón de Rojas Clemente y Rubio es fundamental para comprender la vida y la obra de este personaje. En ese contexto aparecerán las ideas ilustradas a través de algunos filósofos relevantes de este movimiento europeo, sin perder de vista al biografiado, lo que nos llevará a detenernos a concretar las ideas que entraban en España con hechos prácticos como son la publicación de libros y revistas, la formación de herbarios y el desarrollo de las instituciones de la época, particularmente del Jardín Botánico de Madrid, y la actuación de sus dirigentes, sobre todo de Antonio José Cavanilles que tanto influirá en el biografiado y en otros como Mariano Lagasca; hasta el punto que este ambiente intelectual y científico que vivió Clemente de la mano de Cavanilles es lo que Antonio González Bueno califica como la pasión por la ciencia.

1.1. PRESENTACIÓN DE SIMÓN DE ROJAS CLEMENTE Y RUBIO (RESEÑA BIOGRÁFICA)

Simón de Rojas Clemente y Rubio nació en Titaguas (Valencia) en 1777 y murió en Madrid en 1827. Tiene una gran cantidad de obras impresas y también muchas por imprimir (véase la bibliografía) y fue traducido en vida al francés y al alemán. Es importante citar también el herbario de 4.000 plantas que, a los 22 años de edad, ya había formado, y otras colecciones que iría ampliando a través de su existencia, además de numerosas cartas, artículos y estudios breves u observaciones sobre diversos temas, particularmente de botánica. Hay algún manuscrito, sin embargo, que se considera perdido; por ejemplo, dos cuadernos escritos en árabe, y él mismo dice en su autobiografía que en la Guerra de la Independencia perdió una parte de su obra.

Su vida fue corta, murió con 49 años y medio. Y a poco que entremos en ella y en su obra nos quedaremos enseguida perplejos de la cantidad de aspectos que dominaba, algo propio en la Ilustración, aspectos que irán siendo analizados poco a poco en su contexto histórico, donde no es fácil de situarlo a priori pues pertenece a la Ilustración tardía ya rayana con el Romanticismo. En este aspecto se puede decir de manera general que aquellos intelectuales educados en el XVIII –como Clemente– siguen las normas del Siglo de las Luces, los que todavía eran muy jóvenes en la Guerra de la Independencia serían ya románticos.

El aspecto más divulgado de él es el de botánico aunque desarrolló otras vertientes dentro de la historia natural (zoólogo, geólogo) y como buen ilustrado tocó muchos temas: fue profesor de árabe y hebreo en la Universidad, buen conocedor de lenguas ya que, aparte de las que acabo de nombrar y de su lengua materna, sabía latín, griego, francés, inglés, italiano y valenciano1; no es casualidad, pues, que colaborara en la confección del Diccionario de la Real Academia de la Lengua de 1817 dado que su autoridad como lingüista es manifiesta. Todo lo cual quiere decir que habría que definirlo como un sabio sin fronteras, según propone el profesor Emili Giralt i Raventós2, por ser una persona reconocida internacionalmente (no es partidario de calificarlo como intelectual por ser éste un término que no se manejaba en la época).

Otra vertiente de su vida es la de aventurero ya que en 1802 y 1803 estuvo, junto con Domingo Badía (más conocido como Alí Bey), en París y Londres, viaje sufragado por el Gobierno de Manuel Godoy (el Príncipe de la Paz) con el fin de preparar una incursión a África de carácter científico, por lo menos en principio, después el asunto tomó un giro claramente político y el de Titaguas al final no realizó ese viaje. También fue diputado a Cortes por Valencia en el Trienio Liberal 1820-23, de hecho lo fue hasta finales de 1821 en que se retiró por estar enfermo, de derecho hasta que acabó la legislatura extraordinaria el 14 de febrero de 1822, después ya no se presentó. Otros méritos suyos son el haber sido bibliotecario del Jardín Botánico de Madrid y director del mismo, miembro de diversas asociaciones como la Sociedad Linneana de París, el primero en medir el pico del Mulhacén, etc. Es normal, pues, que al consultar archivos y bibliotecas de España y del extranjero se encuentre documentación de él –o sobre él– importante y hasta inesperada.

Políticamente hablando fue liberal, se le persiguió como afrancesado y la Inquisición le abrió dos procesos, de los cuales conocemos uno que finalmente se archivó. Desde el punto de vista académico tenía un amplio currículum que iremos viendo; el grado más alto que poseía era el de Doctor en Teología (su formación inicial parte del Seminario de Segorbe).

Decía al principio que en su tiempo este valenciano de Titaguas era muy conocido; y de su prestigio basta decir que Manuel Godoy le dedica unas páginas muy elogiosas en sus memorias, después ha sido glosado por distintas personalidades de la ciencia, y más recientemente han sido realizadas tres tesis doctorales sobre este personaje: El herbario de algas marinas de Simón de Rojas Clemente de Javier Cremades Ugarte (1990); Estudio y transcripción de la Historia Natural del Reino de Granada de Simón de Rojas Clemente y Rubio (1777-1827) de Carmen Quesada Ochoa (1992), y la realizada por un servidor (se encuentra digitalizada), como indiqué en la introducción y cuyo título ya cité, que es precisamente la base de esta biografía. Estos trabajos y otros (véase la bibliografía) contribuyen a biografiar al personaje y a situarlo donde debe estar: en la historia de la Ilustración española.

Siquiera de pasada quiero acabar esta reseña biográfica con el problema de la nominación que ha sido muy grande para los investigadores, sobre todo cuando los archivos eran manuales pues en éstos estaba de varias formas posibles, incluida la de Rubio, así es que si no estaba de una forma se buscaba de otra; lo más corriente era buscarlo por Rojas Clemente o por Clemente, incluso podía haber noticia en las dos, aunque una solía remitir a la otra. Con la informatización, todo es más fácil y, sobre todo, rápido, y lo más práctico es buscar también por Rojas Clemente; así se le conoce normalmente y como se le suele honrar. No obstante, de esta forma es impropio por lo que simplificando todo veremos nombrado al biografiado de todas las maneras posibles pero especificando que como Rojas o como Rojas Clemente lo haré cuando transcriba textos que estén de esa forma (lo mismo puede decirse cuando aparezca la equis –Roxas– aunque este caso lo veo más normal pues de este modo era también en la época y como lo quería él3), por lo demás, en mis comentarios lo nombraré sobre todo como Clemente, Simón de Rojas o D. Simón (como también se le llamaba en su tiempo4, además de ser muy nombrado así en su pueblo) sin olvidar apelativos propios de este trabajo (el botánico, el de Titaguas, el biografiado, nuestro hombre...)5.

1.2. EL CONTEXTO ILUSTRADO

1.2.1.Contexto histórico-literario

Si a alguien le preguntaran en nuestros días qué quiere decir la palabra literatura, enseguida lo relacionaría con la creación literaria. Esto es así desde principios del siglo XIX, sin embargo, en la educación dieciochesca recibida por Simón de Rojas lo literario comprendía todo, tanto lo relacionado con lo que ahora llamaríamos científico como con lo creativo, o en palabras de Francisco Aguilar Piñal “donde el hombre de letras era sin distingos el erudito, el filósofo, el poeta, el científico, es decir, todo aquel que dejaba por escrito sus pensamientos, aunque no fuesen muy originales ni se adentrasen por el terreno de la ficción”6.

En este concepto de la literatura fue en el que se educó el biografiado; de hecho la ciencia y cierta dosis de creatividad están unidas (no hay más que verlo al leer sus obras). Él mismo entiende la literatura botánica como literaria; así en la Introducción a la criptogamia española, al hablar de obras botánicas realizadas, se añade: “Que verá luego el orbe literario”7 y, en fin, en la introducción al Ensayo sobre las variedades de la vid común que vegetan en Andalucía al nombrar el Reino de Granada apostilla: “Cuya grande historia no puede menos de fijar la atención de la Europa literaria”8. Con todo, al leer la obra de Clemente, este aspecto, esta simbiosis (particularmente en el Ensayo sobre las variedades de la vid común que vegetan en Andalucía) es preciso que choque. Y, aunque lo literario y lo científico en la Ilustración iban juntos, en la explicación que seguiremos irán paralelos, por ser, precisamente para nosotros, más comprensible.

Con respecto a su vocación enciclopedista él escribió que vivía “abrazando todos los ramos de instrucción, persuadido de que conservaría la fortaleza de mis 24 años hasta los 80, y de que me era posible, según había leído del Tostado y otros, llegar a abarcar un día cuanto saben los hombres”. Bien es verdad que un poco más adelante asegura que eso es imposible y que a causa de ello ha arruinado su salud dándose cuenta de que “una vez llena la capacidad humana, no puede recibir más sin vaciarse otro tanto; a la manera que un vaso lleno de líquido derrama la cantidad que se le aumenta”9.

Hechas estas pinceladas pertinentes sobre lo literario y lo enciclopédico en la formación de Clemente, propias de la Ilustración, pasamos al contexto histórico-literario (o filosófico se podía decir también) en que se desarrolló la vida del biografiado que estuvo enraizado en las coordenadas de las luces. Por ello vamos a entrar en esta época para comprender mejor su vida y hacer un bosquejo de su obra que es al fin y al cabo de lo que vamos a tratar en este trabajo. Y lo primero que hay que definir es lo que es la Ilustración en nuestro país.

No es descabellado afirmar que un ilustrado era un reformista, y un ilustrado español era consciente de que el prestigio y la influencia de España en Europa en el siglo XVIII eran muy limitados; también era consciente de que el imperio americano era un problema más que un poderío y de que el pueblo no estaba culturizado. Ante todo ello se planteó una especie de regeneración encabezada por los mismos reyes absolutistas cuyo poder era necesario para solucionar estos problemas aunque fuera de una forma impuesta, y en esto estaban de acuerdo desde la mayoría de los intelectuales hasta muchos políticos, y en algún caso éstos eran reformadores, o sea, ilustrados.

La idea de la reforma de la sociedad que abarcara todos los estamentos –a todos los hombres del universo con el fin de mejorar sus vidas– es una idea europea basada en el humanismo, el racionalismo y la secularización de la cultura, ideales del hombre renacentista que el ilustrado quiere convertir en realidad por medio, sobre todo, de la razón. Sólo con la razón, sin ninguna otra autoridad que ella misma, la cual se convierte en juez del propio individuo, la única capaz de derrotar el dogma y la superstición, y para ello “sólo se requiere libertad [...]: el hacer uso público de la razón en todos los terrenos”10; “Zadig se contentait d’avoir le style de la raison”11 [Zadig se contentaba con tener el estilo de la razón] es una aseveración del cuento de Voltaire, Zadig, que puede servir como paradigma de esta filosofía, y que Kant explica así: “Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo”, que tan bien resume el lema: “Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento!”12.

Y con el abandono por parte del hombre de su minoría de edad y con la razón vendría el progreso y, por tanto, la felicidad. Ésta se quería conseguir fundamentalmente con la publicación de leyes que mejoraran la dignidad humana y con la educación, y de esta manera llegar a ser auténticos ciudadanos: “Instruire une nation, c’est la civiliser; y éteindre les connaissances, c’est la ramener à l’état primitif de la barbarie”13 [Instruir una nación es civilizarla; extinguir sus conocimientos es llevarla al estado primitivo de la barbarie] escribe Diderot. Según esta frase el hombre se civiliza –se libera– con la instrucción, para lo cual hacen falta los conocimientos, y además esa educación se constituye como un derecho de todos los súbditos de esa nación.

La escuela pública se instituye, pues, para todos sus habitantes, para los pobres y para los ricos, “parce qu’il serait aussi cruel qu’absurde de condamner à l’ignorance les conditions subalternes de la société”14 [porque sería tan cruel como absurdo condenar a la ignorancia a las clases subalternas de la sociedad]. Más todavía pensando sobre todo en los que menos recursos tienen porque “une école publique n’est instituée que pour les enfants des pères dont la modique fortune ne suffirait pas à la dépense d’une éducation domestique et que leurs fonctions journalières détourneraient du soin de la surveiller; c’est le gros d’une nation”15 [una escuela pública no está instituida más que para los niños de los padres cuya módica fortuna no bastaría para el gasto de una educación y cuyos quehaceres diarios estorbarían la tarea de vigilarla; esto es lo más importante de una nación].

En efecto, la educación, según Kant, es el más grave problema que tiene el hombre y su

práctica ha de ser perfeccionada a través de muchas generaciones. Cada generación, provista del conocimiento de las anteriores, puede ir reciclando constantemente una educación que desarrolle de modo proporcional todas las disposiciones naturales del hombre con arreglo a un fin y conduce así al conjunto de la especie humana hacia su destino16.

Todo lo cual para ser honrados, amables, instruidos, ilustrados, pacíficos y, por supuesto, felices. La felicidad era un objetivo inmediato y terrenal y hasta una especie de deber “siempre y cuando este método sea compatible con la libertad de los demás”17, una especie de deber, digo, difícil de explicar porque “la verdadera felicidad no se describe, se siente y se siente tanto más cuanto menos se puede describir, porque no resulta de una suma de hechos, sino que es un estado permanente”18. Ahora bien, el modo de conseguir esta felicidad no puede ser dictado por ningún gobernante “esperando simplemente de su bondad que éste también quiera que lo sean, un gobierno así es el mayor despotismo imaginable”19. Voltaire, al término del relato Candide, concluye que “il faut cultiver notre jardin”20 [tenemos que cultivar nuestro jardín] haciendo una similitud entre el trabajo cotidiano y el trabajo en el Jardín del Edén, en una especie de conformidad con lo que se tiene –sin imposiciones de ningún tipo–. En ese terreno (en ese jardín) se encontraría la felicidad.

No es muy distante esta forma de ver la felicidad por parte de Simón de Rojas Clemente para quien este estado es algo subjetivo, y radicaría en sentirse realizado con lo que uno hace en esta vida, y por lo tanto que crea en ello, por lo que su búsqueda es algo personal e intransferible, es decir, todo el mundo puede ser feliz. En efecto, en sus memorias afirma que “lo que entienden comúnmente los hombres por felicidad en el mundo consiste lisa y llanamente en que uno se la crea”21, aunque si vemos el contexto no hay que quedarse sólo con esta sentencia sino con la idea de que esta elección es moralmente correcta cuando el individuo está formado para elegir libremente lo que le gusta. Y ya que estamos con el ilustrado de Titaguas creo conveniente hacer constar esta cita que se comentará un poco más tarde y que está referida a una conversación con su padre respecto a su vocación: “El estado que yo deba elegir, debe dejarse enteramente a mi albedrío si en esa parte no quieren ustedes cargar sus conciencias y la mía. Mi vocación es la de saber, ser libre y hombre de bien”22. Saber, ser libre y hombre de bien; estas palabras resumen mejor que nada el ser ilustrado.

Los ilustrados utilizaban, pues, continuamente palabras como luces, felicidad, buen gusto, erudición, progreso, crítica..., conceptos que chocarán necesariamente con el orden eclesiástico establecido lo que llevará a muchos de ellos a ser perseguidos por la Inquisición (como le sucedió a nuestro botánico). Es más, para Kant el príncipe ideal es el que tiene por deber “no prescribir a los hombres nada en cuestiones de religión, sino que les deja plena libertad para ello [...], dejando libre a cada cual para servirse de su propia razón en todo cuanto tiene que ver con la conciencia”23, por lo que es incompatible con la Ilustración el hecho de que una religión “se autoproclame como la única fe verdadera e intente imponer para siempre a sus ciudadanos ciertos dogmas de su credo”24.

En general los ilustrados tenían un gran respeto por el concepto mismo de Dios y por las Sagradas Escrituras, eran creyentes pero muy críticos con la ortodoxia y con el estamento eclesiástico, sinónimos ambos conceptos para ellos, también como generalidad, de fanatismo y superstición, sobre todo para Diderot para quien los eclesiásticos “ce sont les sujets de l’État les plus inutiles, les plus intraitables et les plus dangereux” [son los sujetos más inútiles del Estado, los más intratables y los más peligrosos], porque los domingos y fiestas hacen creer al resto “au nom de Dieu, tout ce qui convient au démon du fanatisme et de l’orgueil qui les possède” [en nombre de Dios, todo lo que conviene al demonio del fanatismo y del orgullo que los posee], por lo que si él fuera soberano en estas condiciones “j’en frémirais de terreur”25 [me estremecería de terror].

Un cuarto de siglo más tarde Clemente percibe el liberalismo en materia de religión en París (allí nada es tan rígido como aquí; capítulo 3), pero sin llegar al radicalismo que manifiesta Diderot –situado en materia religiosa en un extremo de la Ilustración– para quien, a pesar de lo expuesto hace un momento, “la croyance à l’existence de Dieu, ou la vieille souche, restera toujours”26 [la creencia en la existencia de Dios, de rancio linaje, permanecerá siempre].

Así concreta José Antonio Maravall la posición de los ilustrados:

En la mayor parte de los casos, desde algunos como Newton, Voltaire, hasta incluso la de ciertos materialistas, como Holbach, habrá que seguir colocando en última instancia la referencia a una Creación, de carácter netamente teísta, que dé cuenta de haber sido puesta, dotada de su orden inmanente, por un Sumo Autor de la misma, esa inmensa máquina del universo, esa máquina que la naturaleza no hace sino reflejar; pero lo que no cabe, en adelante, es que una persona u ocasional intervención providente venga en socorro de unos o de otros. La naturaleza está puesta ahí y el hombre ha de emplear su instrumento mental para adueñarse de ella y ejercer su poder27.

Con respecto a la creencia en sí, Kant llega incluso a afirmar que el reino de Dios sobre la tierra se constituirá con la perfección más grande posible del hombre; imperará “entonces la justicia y la equidad en virtud de una conciencia interna, y no por mor de autoridad pública alguna [...], si bien sólo cabe esperarlo tras el transcurso de muchos siglos”28. Vamos a ver también un fragmento donde Rousseau (quien muestra, además, un cierto misticismo) escribe sobre sus relaciones con Dios:

Allí, mientras me paseaba, hacía mi oración, que no consistía en un vano balbuceo de labios, sino en una sincera elevación de corazón al autor de aquella amable naturaleza cuyas bellezas tenía a la vista. Nunca me ha gustado rezar en la habitación, pues me parece que las paredes y todas las pequeñas obras de los hombres se interponen entre Dios y yo. Me gusta contemplarlo en sus obras mientras mi corazón se eleva a él. Mis plegarias eran puras, y dignas por lo tanto de ser escuchadas29.

Nótese la libertad individual en la práctica cotidiana de la creencia en Dios, en la práctica, además, alejada de la liturgia eclesiástica y también del dogma30, y, por supuesto, de la tutela del Estado, el cual –tal como nos enseña Kant– debe garantizar la libertad para

que los ciudadanos hagan cuanto consideren oportuno para la salvación de su alma, pues esto es algo que no le incumbe de modo alguno; en cambio sí le compete impedir que unos perturben violentamente a otros al buscar su propia salvación o su propia felicidad, porque su misión es crear un marco jurídico de convivencia donde cada cual pueda “buscar su bienestar según le plazca, siempre y cuando ello sea compatible con la libertad ajena”, dado que la búsqueda de la felicidad es una tarea personal e intransferible31.

En el texto anterior se ve bien que la creencia religiosa es algo personal, que puede formar parte de la felicidad del individuo y que el Estado debe garantizar esa libertad “personal e intransferible” a la cual tiene derecho “siempre y cuando sea compatible con la libertad ajena”.

No quiero dejar escapar la ocasión de citar de nuevo a Rousseau para dar una definición de lo que para él es la libertad. Afirma el filósofo ginebrino sobre la misma: “Nunca he creído que la libertad del hombre consista en hacer lo que quiere, sino en no hacer nunca lo que no quiere”32; tras lo cual añade que este concepto escandalizaba a sus contemporáneos.

Pero estas ideas también se enfrentan al Estado mismo (y muchos ilustrados formaban parte del gobierno de las naciones); de ahí el despotismo ilustrado y la Revolución en el caso de Francia, que abandona el origen divino del poder y crea una nueva doctrina donde el hombre es un bien natural y libre puesto que la naturaleza no impone ninguna autoridad excepto la del respeto. Es importante añadir que la razón debía tener como guía a la naturaleza a la que se consideraba sabia y cuyas leyes había que imitar para llegar al progreso deseado, de ahí la pasión por las ciencias naturales (no en balde hubo tantos botánicos en esa época33), y al respecto pienso que no está de más citar una carta de Rousseau a Linneo34 donde le dice: “Acompañado tan sólo por la naturaleza y usted, he pasado horas felices paseando por el campo, y de su Philosophia Botanica he sacado más provecho que de todos los libros de ética”35. La contemplación de la naturaleza fue una constante de los pensadores de la Ilustración los cuales (en buen número) también practicaban “la botánica como una vocación vital”36.

Y es Linneo precisamente quien más convencido está de que acercarse a la naturaleza (a la clasificación del mundo natural) es acercarse a Dios. De esta manera lo manifiesta en la introducción a la duodécima edición de Systema Naturae:

He contemplado las manifestaciones del infinito, omnisapiente y omnipoderoso Dios, y he crecido vertiginosamente en el conocimiento. He seguido sus pasos por todos los campos de la naturaleza y he visto en todos los lugares su eterna sabiduría y poder, manifestándose con toda perfección37.

Para Linneo, incluso los géneros de las plantas “forman parte del divino plan de la Creación que él se propone escudriñar”38, y “todas las plantas de un mismo género procedían de una única especie, la creada por decisión divina”39. La aparición del resto de las especies habría aparecido por procesos de hibridación.

También los botánicos españoles exaltaron años más tarde el plan del Creador en la naturaleza, tanto Gómez Ortega como Cavanilles o Zea así lo hicieron; como ejemplo esta cita del valenciano: “Pero, ¿qué hay en el vegetal que no publique un Ser Supremo? Es tan patente esta verdad, que si existiese algún ateo, se buscaría en vano entre los que estudian con atención los vegetales”40.

La experimentación en física y química, el deseo de conocer, ante todo, el origen de las cosas, como si la naturaleza fuera legisladora por sí misma, dada la perfección que en ella se percibe en su orden (lo que implica un evidente deísmo41 –incluso místico como en la oración de Rousseau–); filosofía que viene expresada con las palabras del filosofo alemán: “Se puede considerar la historia de la especie humana en su conjunto como la ejecución de un plan oculto de la Naturaleza para llevar a cabo una constitución interior y, a tal fin, exteriormente perfecta”42, la cual “alberga como su propósito más elevado un Estado cosmopolita universal en cuyo seno se desplieguen alguna vez todas las disposiciones originarias de la especie humana”43. Es evidente que el ilustrado es, pues –y quizás sobre todo–, también un filósofo44.

De la filosofía alemana e inglesa partió el ideario del ilustrado, el cual en España se dio a conocer a través de Francia e Italia45; y en relación con Clemente, más bien a través del país vecino según se puede deducir por su afrancesamiento ideológico y porque nuestro biografiado nombra la Enciclopedia francesa hablando en su Memoria sobre el cultivo y cosecha del algodón en general y con aplicación a España, particularmente a Motril. La Enciclopedia francesa “es, en cierto modo, la cristalización y consagración de las formas políticas ilustradas, al tiempo que el punto de partida de la ideología revolucionaria, que se anuncia en alguno de sus colaboradores”46. Saco a colación la principal publicación de la Ilustración del país vecino y tal vez de todo el movimiento ilustrado para resaltar que Simón de Rojas se hace eco de una nota que debía incorporarse al artículo (entrada) coton (algodón) y cuyo autor (Bernabé Portillo) debía completar. Lo explica así:

Los franceses, que a pesar de las excelentes ideas anegadas en el difusísimo artículo coton de la Enciclopedia, conocían el enorme vacío que les restaba por llenar, pidieron a Motril ha más de quince años [principios del siglo XIX] una instrucción sobre la práctica seguida allí; y D. Bernabé Portillo [...] satisfizo sus deseos con una nota47.

Habla de la Enciclopedia como algo natural por lo que sería consultada por él, naturalmente la nombra para una cuestión científica que no puede comprometerle pero ahí está el dato. Pienso también que Clemente tendría acceso a la gran biblioteca que Cavanilles poseía y que amplió en su estancia en París; y también debió aprovechar su viaje a esta ciudad y a Londres para absorber todo lo que pudiera el soplo filosófico de moda, aunque no lo exprese (o se censurara) en sus memorias48; sin embargo veladamente lo podemos entrever cuando apunta: “Ni en París ni en Londres, dejé culto que no examinase en sus templos y sinagogas, abrazando todos los ramos de instrucción”49. Abrazar todos los ramos de instrucción era también respirar todo el ambiente ilustrado que había en esas capitales, desde las lecturas hasta las tertulias.

En la práctica, en la Ilustración existe un cambio sustancial en la manera de pensar, de ser y de estar con respecto al absolutismo que imperaba antes, un cambio que había que materializar. Este cambio es el que da lugar al despotismo ilustrado que había de abocar en el liberalismo. Todo se quería, sin embargo, hacer desde dentro, sin ni siquiera cambiar la estructura de la sociedad, sin ruptura, con reformas, no con revoluciones, y en esto es preciso volver a Diderot citando su parecer que es mantener la jerarquía social de siempre: “Il en faut moins à l’homme de peine ou journalier qu’au manufacturier, moins au manufacturier qu’au commerçant, moins au commerçant qu’au militaire, moins au militaire qu’au magistrat ou à l’ecclésiastique, moins à ceux-ci qu’à l’homme public”50 [Le hace falta menos al criado o al jornalero que al manufacturero, menos al manufacturero que al comerciante, menos al comerciante que al militar, menos al militar que al magistrado o al eclesiástico, menos a éstos que al hombre público]. Lo que significa que no reivindican precisamente la revolución social.

La Revolución Francesa no fue una revolución social pero como cualquier revolución que subvierte el sistema da miedo a la clase gobernante, por eso hubo esa censura en España a todo lo relacionado con la filosofía del país vecino, y los conservadores se hicieron más conservadores todavía, es decir, la familia, la religión, la comunidad local, el gobierno político, la autoridad, la propiedad, la historia como referente de la realidad social... se reafirmaron más.

Y aquí quiero hacer un pequeño inciso para aclarar que un conservador actual que no fuera extremista asumiría los postulados de la Ilustración. En este aspecto, Kant busca ese estado intermedio, y hasta utópico, donde –dicen– está la virtud ya que la libertad individual que predica no puede chocar con la libertad ajena, por ello “en toda sociedad tiene que haber una obediencia sujeta al mecanismo de la constitución estatal, con arreglo a leyes coactivas (que conciernen a todos), pero a la vez tiene que haber un espíritu de libertad”51. Lo que señalo como rasgo indicativo de que el ilustrado, en principio, no es un revolucionario, excepto que las ideas que propugna sean susceptibles de subvertir un sistema como puede ser el de cualquier régimen dictatorial. Sí creo, no obstante, que todos estos valores que comentamos debieron ser revolucionarios para los individuos que los interiorizaran como algo positivo, entre ellos para Simón de Rojas.

Hubo gradaciones en el hecho de ser ilustrado, como en tantas actividades de la vida52. De todas maneras no vamos a extendernos más en estos detalles, quedémonos con la definición que Francisco Aguilar Piñal da del intelectual de la época:

El ilustrado, o aspirante a serlo, completa su formación en amistosas tertulias y se ofrece voluntariamente, siempre que tiene ocasión, a participar en las instituciones culturales propias de la época, sean academias, sociedades económicas, jardines botánicos o bibliotecas públicas. En definitiva el ilustrado es la persona que participa en los intentos de europeización del país53.

Es, como el propio Aguilar Piñal apunta, la moda del momento, no siempre igual pues en cada generación del siglo es un poco diferente pero el axioma citado es el mismo. Este axioma que es europeo y cuya meta es la felicidad de todo ciudadano da lugar a la idea de las “luces”, de iluminar. En el caso español, además, se cambia la espada por la pluma, lo que significa un cambio definitivo en la mentalidad del honor y del caballero español. El espíritu medieval ya va formando, pues, parte del pasado.

En España se utiliza el término ilustrar que es un término menos intenso; tal vez por eso la Ilustración española no acabó de terminarse, un cierto miedo a la libertad paraba a los ilustrados españoles, querían libertad pero sin que el orden público se alterase (lo mismo puede hablarse de la educación y del resto de reivindicaciones: se demandaba lo justo para modernizarse, para ser europeos). Y, a pesar de que estaban orgullosos de vivir un cambio histórico y de ser protagonistas de la historia, siempre vieron el absolutismo compatible con las ideas ilustradas, en todo caso aquél desaparecería por sí mismo gracias a estas ideas.

En nuestro país es difícil separar la idea de iluminar con la de historia. En efecto, en el siglo XVIII el espíritu medieval va formando parte del pasado a la par que arranca “una neta conciencia histórica”54, y la palabra historia es muy utilizada como vamos a ver en ese siglo y en el periodo que nos ocupa: Mayans estudia la historia de la lengua castellana; García Villanueva, la del teatro; Sarmiento, la de la poesía; la obra del P. Andrés (Origen, progreso y estado actual de toda la literatura) dará lugar a la cátedra de “Historia Literaria” en los Reales Estudios de San Isidro, etc.55. Al mismo tiempo se aconseja que se compren fundamentalmente libros de historia donde las palabras felicidad y utilidad –tan de la Ilustración– forman parte de su vocabulario normal.

El sentido de estas palabras abarca otros campos: a todos los que pueden encuadrarse en el sustantivo que nos ocupa junto al adjetivo civil (o sintagma similar) donde se “incluye la filosofía y la ciencia, la moral, el arte, las costumbres”56, o sea, prevalece la idea de que “la energía conductora del acontecer histórico [...] se halla en trance de desplazarse de la realeza o de las armas, a la vida civil y a su máxima expresión [...], la ciencia”57, y como ejemplo más concreto de esta corriente la Historia civil, natural y eclesiástica de Titaguas de Simón de Rojas. Bien es verdad que existían “los descarados, o tal vez ingenuos, que acometían sin pestañear la Historia general, civil, natural, política y religiosa de todos los pueblos del mundo”58 (no es el caso de Clemente, basta leer la historia de Titaguas para darse cuenta59). El término sociedad prevalece frente al de Estado, monarquía y términos semejantes, y los hechos se plantean como efecto de una causa. Este cambio lo realizan las personas cultas y los ricos de origen burgués sobre todo, cambio que se palpa en el rigor histórico que los autores impregnan a las publicaciones donde los datos investigados son contrastados con una visión crítica, obrando en consecuencia a la hora de publicarlos o darlos a conocer, pensando en lo mejor; de esta manera se desmontan historias falsas como la de los falsos cronicones, en aras siempre de la verdad. Pero con los límites que la realidad aconsejaba en las reformas sociales y económicas ya que éstas eran miradas con recelo por la clase conservadora, procediéndose con cautela en este aspecto, por ello lo conseguido no fue mucho, pero ahí queda esa propuesta de transformación a todas luces interesante.

A través de la historia, pues, se quiere llegar al hombre, al modo de ser de un pueblo determinado, lo cual se identifica con la cultura, que puede ser variable y mejorable, de ahí la necesidad de un programa de educación adecuado.

De todo lo dicho participa el biografiado en su vida y en su obra.

Y, por supuesto, hay que dejar constancia del sentido que tiene el binomio “historia natural” en el campo de las ciencias naturales como material de los reinos animal, vegetal y mineral. Aunque la asociación de los términos viene de la antigüedad, era frecuente que se publicaran libros refiriéndose a estos reinos en cuyo título aparecía historia natural; así aparece en el título del libro de Guillermo Bowles, Introducción a la historia natural..., así dos libros de Clemente, la nombrada Historia civil, natural y eclesiástica de Titaguas y la Historia natural del Reino de Granada; también hay que recordar la revista Anales de Historia Natural; y en cualquier comunicación u oficio de la época lo vamos a ver.

1.2.2.Las dos Españas

La Ilustración no acabó de cuajar ni mucho menos con el siglo sino con la Revolución liberal (1808-14) primero y sobre todo con el Trienio Liberal (1820-23), y es porque el movimiento se aceleró en España en esos años, aunque sin completarse nunca (el exceso de violencia de la Revolución Francesa también frenó extremismos y más tarde adhesiones a la causa afrancesada –caso de Floridablanca–). Y la Guerra de la Independencia fue el comienzo, de hecho, de las dos Españas, las cuales ya habían comenzado a existir en el siglo XVIII en el marco de las tertulias y también de la vida social.

Las dos Españas, sin embargo, han llegado hasta casi nuestros días: hasta la democratización actual. Es importante subrayar, pues, que durante el siglo XVIII la Ilustración no cuajó en las masas populares, sólo una minoría siguió ese camino; la inmensa mayoría siguió aferrada en la seguridad que le daban las normas eclesiásticas y esto sucedió porque no hubo un grupo importante de filósofos que destacara. Lo que llegó vino de Francia y de forma clandestina normalmente, lo cual significó que le llegara a la minoría culta pero no a la mayoría; en Francia no sólo los filósofos del país eran leídos y celebrados sino también los de fuera, de ahí que triunfara la Revolución (aunque curiosamente quizás sea el país donde menos reformas se habían hecho, por ello también la Revolución); a nosotros nos faltó lo que diría Ortega y Gasset: el siglo XVIII tomado como “siglo educador”60. Pero la minoría ilustrada saltaba las barreras de las fronteras y los libros que la Inquisición prohibía entraban igual y, por eso mismo, eran más buscados.