Sobre perros y gatos - Francisco Galera - E-Book

Sobre perros y gatos E-Book

Francisco Galera

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Beschreibung

Cuidar a las mascotas es un arte. Resulta maravilloso, pero guarda sus misterios, saber cómo acompañarlas y dejarse acompañar por ellas. De eso se trata "Sobre perros y gatos", la obra en la cual el prestigioso veterinario Francisco Galera vuelca su sabiduría alcanzada de tanto conocer a los animales… y a los humanos que tienen animales a su cargo. El libro, muy actualizado en lo que refiere a los tratamientos y avances científicos, ofrece claves al alcance de todos para comprender, respetar y querer a los seres vivos de otras especies que habitan en nuestras casas, culminando con una sección sumamente útil de consejos prácticos a partir de las preguntas más frecuentes que suele recibir un veterinario.

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Seitenzahl: 197

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Francisco Galera

Sobre perros y gatos

cuidar, querer y entender a nuestras mascotas

Saga

Sobre perros y gatos

 

Copyright © 2016, 2022 Francisco Galera and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726903140

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Introducción

Terminé el secundario en 1971. Para poder estudiar ingeniería electrónica, mi gran pasión, tenía que abandonar mi pueblo natal y trasladarme a la ciudad de Córdoba. Tuve que conseguir una pensión y buscar trabajo, ya que no contaba con ayuda económica de la familia. Sabía algo de electrónica, me defendía con la fotografía, y además fui disc-jockey de La Vaca Echada, una leyenda del valle de Calamuchita. Con esos antecedentes pude conseguir un puesto en un nigth club de la avenida Sabattini. Iba a ser duro, pero ya había dado los primeros pasos.

En enero me inscribí en la facultad de Ingeniería, esperando con ansias el comienzo de las clases en marzo. En la universidad me encontré con un clima enrarecido y muy distinto al que yo conocía. Muchos grupos que habían surgido y crecido después del Cordobazo, como las FAP, FAR, Montoneros, ERP, entraban en las aulas e impedían a los profesores desarrollar sus materias para arengar a los estudiantes. Yo nunca había militado, no estaba empapado en política, pero me vi envuelto en problemas. A mediados de año, los obstáculos no me permitían avanzar en la carrera y frustrado volví a Santa Rosa. Allí, las charlas con Luis Núñez, un médico veterinario del pueblo, me fueron entusiasmando con la idea de estudiar Ciencias Veterinarias en Corrientes. Tenía afinidad con los animales y los consejos de Luis me acercaron a la profesión. Mi ambición era estudiar, y además Carlos, hermano de Luis, estudiaba en Corrientes, y me podía dar una mano para establecerme.

Ya en el siguiente enero salí para Corrientes. Primero fueron 1000 kilómetros hasta llegar al calor sofocante de Resistencia. Todo era nuevo para mí, con temor fui preguntando qué hacer, y me indicaron que debía abordar un transporte camino a Barranqueras, y desde allí cruzar el río Paraná. En ese cruce pude apreciar la flora autóctona, el irupé, las islas de camalotes, y desde la parte más alta del puente Manuel Belgrano contemplé la bella costanera de la ciudad de Corrientes, vestida de hermosos árboles, como lapachos, chivatos, ceibos, palos borrachos. Ya mirándolos de cerca, me acerqué al chofer del ómnibus para que me ayudara a llegar a destino. Con sus indicaciones pude encontrarme con Carlos, que me esperaba con los brazos abiertos.

Su buen trato y los consejos de él y sus amigos colaboraron para que tuviera muchas ganas de inscribirme. Con estas indicaciones fui hasta la Facultad de Ciencias Veterinarias, y me fui sorprendiendo por la belleza de la ciudad. El parque Las Heras, la vegetación abundante, que también encontré en el predio que rodeaba el centenario edifico de la Facultad. Ingresé por la imponente puerta de entrada y para mi sorpresa no me atendieron desde atrás de una pequeña ventanilla, sino que el bedel me hizo pasar, me saludó y fue llenando mi ficha de ingreso con los datos que personalmente le brindé. Todavía lo recuerdo diciéndome, “te espero en marzo, cordobés”.

Estuve pocas horas en Corrientes, apenas como para recobrar las energías y regresar, el trámite estaba hecho y el destino encaminado. Regresé satisfecho, todo había salido bien y me sentí seguro, así que continué con mis actividades en el pueblo esperando ansioso la nueva vida.

En marzo empezaron las clases. Unos días antes llegué a la casa de estudiantes donde Carlos ya había anticipado mi presencia y me fueron presentado a los distintos compañeros de ruta. Para mí era un gran desafío, tenía que aprender reglas de convivencia, cosa que no me resultó fácil. Teníamos distintas raíces, culturas, hábitos. Ellos ya vivían en armonía, pero tuve la suerte de que reinaba la tolerancia y lentamente fui aprendiendo de todos.

Una costumbre muy arraigada en el litoral es tomar mate. No era mi principal costumbre, y el ritual de correntinos, entrerrianos, misioneros, chaqueños y formoseños me era totalmente ajeno. Para ellos el mate es amargo, solamente yerba, de la mejor calidad, sin ningún agregado y con el agua a una temperatura que no debe superar los 82 grados. En Córdoba tomaba dulce, con distintas hierbas y agua hirviendo. En el bautismo del primer mate la pasé mal, me resultaba imposible ingerir esa infusión. Al cabo de unos días me animé a un segundo intento. Así, de a poquito, lo fui tolerando hasta que se hizo el hábito y el mate se convirtió en otro amigo inseparable del estudio, al punto que ya no pude estudiar sin mate por medio. Hasta hoy me acompaña, es parte de mi vida. Terminé siendo un experto degustador, un sommelier, pero de mate.

Las clases se iniciaron en la fecha prevista. En primer año tuvimos cinco materias; Anatomía, Física biológica, Química biológica, Histología y Parasitología. Aunque no estaba familiarizado con los términos, me resultaba muy fácil comprender y logré tomar confianza. Formamos grupos de estudios durante las clases prácticas y podía explicarles a mis compañeros con detalles y ayudarles a resolver sus dudas con respecto a las funciones de los músculos: según su inserción eran extensores, flexores, abductores o aductores. A pesar de la confianza en mis conocimientos, cuando fui a rendir el final me fue mal. Me di el primer golpe con la realidad. Haber comprendido no significaba saber. Esto me sirvió para aprender a estudiar. El aprendizaje es todo un proceso. Hay que internalizar para grabar en la memoria, comprender, deducir y aplicar lo aprendido. Con la primera materia había pagado un precio, que en realidad fue una inversión para el resto de la carrera. En ese turno preparé dos materias, la otra me resultaba más familiar porque estaba dentro de mi vocación original. Física biológica. Podía interpretar bien la conducción eléctrica en el sistema nervioso, el funcionamiento hidráulico aplicado al sistema vascular. La física me resultaba familiar y estaba en condiciones de aplicarla a la biología. Me presenté a rendir y tuve el primer sobresaliente. Esto me dio el impulso y la confianza para seguir adelante. Había podido comprender la gran diferencia entre la secundaria y la universidad. Debía adaptar los métodos de estudios a las circunstancias. Las exigencias eran otras.

Terminé el año sin dificultades en el estudio, pero el fallecimiento de mi madre fue un golpe que no pude superar por varios años. Inclusive me replanteé si seguir estudiando, pero mis amigos y familiares me ayudaron a comprender que la vida continuaba y comencé el segundo año. Las materias iban creciendo en dificultad. No había tenido en cuenta que la medicina veterinaria era mucho más compleja que la medicina humana. Debíamos estudiar siete especies a la vez: equinos, bovinos, porcinos, ovinos, caninos, felinos, aves, algunos de ellos rumiantes, otros omnívoros, otros carnívoros, anatomías muy diferentes con estructuras orgánicas adaptadas a cada una de ellas. El complejo funcionamiento de cada tipo de organismo, muy distintos unos de otros. Las enfermedades parasitarias muy dispares, con parásitos específicos a su especie, con ciclos muy complejos de recordar e interpretar. Enfermedades infecciosas específicas de cada animal y unas pocas comunes a algunos de ellos. Pero ya estaba “en el baile”.

Las complicaciones seguían presentándose. Debía trabajar para solventar los estudios. Me quedaba claro que eran peldaños a sortear para lograr un objetivo. Con un compañero de casa, el rosarino Raúl Menéndez, nos presentamos en un bar de máxima categoría para la sociedad correntina, Mongo Aurelio. Estaba en pleno centro de la ciudad y necesitaban un “barman”. Les dije que tenía experiencia, había visto trabajar a algunos detrás de la barra en mi época de disc-jockey. Pasamos la prueba y quedamos trabajando. El horario era de 20 a 4 de la madrugada. A la mañana estudiar, a la tarde la facultad. Fue agotador. Creo que solo alguien de 20 años puede soportar ese ritmo y ser eficiente.

Todo el grupo de amigos vivía en tres casas colindantes. Estábamos a ocho cuadras del centro de la ciudad y a pesar de esto las condiciones dejaban mucho que desear. Eran casas muy humildes, rústicas, techo de chapas de zinc, las puertas sin cerraduras, las ventanas sin vidrios. Solamente teníamos tejidos mosquiteros en las aberturas. Las calles eran de tierra, y cada manzana estaba rodeada de una zanja donde se acumulaba el agua servida. Las condiciones higiénicas eran deficientes y precarias, pero nosotros éramos felices. Ignorábamos o dejábamos pasar por alto la asepsia y la antisepsia, a pesar de los conocimientos de enfermedades, parasitosis del medio, del entorno. Y la seguridad reinaba. Nadie tocaba nada que no le perteneciera.

Ya con los estudios avanzados, y en los tiempos que me permitía la facultad, asistía a título de “mirón” a una clínica de pequeños animales, propiedad de un profesor con el que había entablado una gran amistad, el doctor Eloy Cao, gran maestro que después me daría la oportunidad de ser su ayudante.

Hubo materias clave en la consolidación de mi carrera. Recuerdo una, Semiología clínica. La dictaba un profesor que por lo estricto y rígido se hacía querer poco. Me costó mucho aprobar esta materia, la ciencia y el arte del buen diagnóstico, debido a la extensión y la exigencia de este profesor. Hoy lo recuerdo con enorme cariño, porque gracias a él se me ve facilitado el diagnóstico, y de este diagnóstico depende el tratamiento certero y la recuperación del paciente. Me considero un elegido y un privilegiado por haber vivido una época de oro de la Facultad de Ciencias Veterinarias de Corrientes. Gozaba de excelente prestigio a nivel mundial, y profesores como el doctor Higinio Schiffo la dignificaban. Por supuesto que había otros grandes, como el doctor Oscar Lombardero en enfermedades parasitarias, el doctor Laffont en inmunología y enfermedades infecciosas, y pido disculpas por no citar a todos grandes maestros que han dejado su vida en la docencia.

Comenzaba la década de 1980 cuando terminé de cursar y logré recibirme, infinitamente feliz por el gran esfuerzo que dio sus frutos. Una carrera llena de momentos felices, momentos amargos, pero con una meta cumplida.

Primeros pasos: la vaca y el hurón

Con el título debajo del brazo, caí en la cuenta que extrañaba mi terruño. Quería volver lo antes posible y tenía ya un proyecto de actividad profesional. Mi intención era dedicarme a la clínica de pequeños animales, específicamente perros y gatos, pero debía ubicarme en un lugar donde poder ejercer.

En un pueblo como el mío eran pocas las posibilidades de realizar la especialidad, por lo tanto mi objetivo era la gran ciudad, Córdoba capital, donde la concentración de mascotas me permitiría desarrollar la clínica y cirugía.

Lo primero que hice fue gestionar la matrícula profesional en el Colegio Médico Veterinario de la Provincia de Córdoba. Allí me enteré de que en la ciudad eran pocas las veterinarias, solo un par de docenas. Como no tenía respaldo económico para instalarme por mi cuenta, encontré un puesto de regente en una ya instalada. Era un consultorio pequeño, pero me sirvió para, luego de unos meses, cumplir mis expectativas.

Allí conocí a José, que no era profesional veterinario, pero estaba muy capacitado en venta y manejo comercial, y, fundamentalmente, una gran persona y de honestidad intachable. Con él pudimos reunir un pequeño capital. Formalizamos una sociedad comercial y acto seguido desplegamos un gran mapa de la ciudad de Córdoba en donde marcamos con alfileres de colores la ubicación de las veterinarias en actividad, lo que nos permitió ver las posibilidades de instalarnos sin molestar ni que nos molestasen. Una vez hecho esto ubicamos el local que pudiera albergar los propósitos pensados. Económicamente era muy difícil, se necesitaba un buen respaldo, pero con trabajo de lunes a lunes fuimos lentamente afianzándonos. José se dedicaba al sector comercial exclusivamente y yo a la tarea profesional del consultorio y cirugías. La realidad me hizo ver que tenía que realizar un poco de todo para progresar, por lo que debí atender caballos, cerdos, cabras y bovinos, y tenía que estar disponible todos los días y a cualquier hora para hacer una clientela.

A poco tiempo de instalado, un domingo, llegó el señor Urquía, cliente esporádico, que solía comprar vacunas antiaftosa y antiparasitarios para los animales de su campo, preocupado por una vaca caída que no podía parir. Me explicó que estaba en su campo, a unos 40 kilómetros al norte de la ciudad. Después de hacerle las preguntas de rigor, preparé el maletín con todos los medicamentos probables de usar y una caja con instrumentales como para afrontar una cirugía en caso de necesidad. El día estaba frío y soplaba un viento que complicaba la situación. Llegamos al campo. En un corral bastante alejado de la casa del puestero, la vaca estaba echada y se la veía agotada. Era una ternera de primera parición, seguramente servida por un macho de gran tamaño que dio lugar a una distocia, dificultad para parir. Luego de revisarla lo más prolijamente posible, observé una secreción maloliente de color negro en la vulva, cosa no me gustó. Le informé al dueño y a los peones que estaban para ayudar que la situación no era favorable. Cuando le ausculté el abdomen, no percibí signos vitales en el feto. Le realicé un tacto rectal y tampoco noté movimiento fetal, por lo que me dispuse a realizar una cesárea. Los conocimientos frescos de la facultad me favorecían en la toma de decisiones. Realicé la anestesia epidural acompañada de una sedación general para evitar movimientos bruscos del animal, y agregué anestesia local sobre el flanco, bloqueando los nervios paravertebrales, para dar mayor seguridad y evitar el dolor y sufrimiento de la primeriza. Luego hice una amplia incisión hasta llegar al útero. Allí encontré al feto, de gran tamaño, ya muerto y muy maloliente. Uno de los peones se desplomó y me vi en dificultades para atender ambas situaciones. Después de largas horas y grandes dificultades, pude sacar a ese enorme feto muerto, terminar la cirugía con la mejor asepsia y antisepsia, suturar y esperar la recuperación de la ternera. La gestación de una vaca oscila entre los 273 a 296 días. Nunca debe sobrepasar los 300 días. Pero la falta de un buen manejo del rodeo y control de los animales lleva a cometer errores que ponen en riesgo de vida a una excelente reproductora. El señor Urquía seguramente aprendió sobre la importancia del asesoramiento adecuado para no perder dinero en su explotación.

El lunes, si bien algo dolorido por el gran esfuerzo del día anterior, volví a un ambiente más cómodo y agradable. Con perros y gatos en la camilla, importa más el valor afectivo de la mascota que el económico de la producción del campo. Los propietarios de mascotas poseen una gran carga afectiva sobre el animal, por lo que debía acompañar al propietario, en su ansiedad, hasta la curación del animalito. Todos los días aprendía algo nuevo. La facultad me había preparado para afrontar la enfermedad, interpretar la signología clínica para llegar al diagnóstico, pero no había una materia que me preparara para atender al cliente e interpretar su afecto. En esto la actividad en el campo era muy diferente respecto a la atención de mascotas.

Terminando el día llegó un señor un poco alterado porque se le moría su mascota:

—Se le está saliendo todo y se está muriendo.

—Tranquilícese, ¿qué se le está saliendo?

—Todo, se le está saliendo todo, ¿no me entiende?

—La verdad que no, tráigame a su mascota y veré qué podemos hacer.

Al cabo de una hora llegó con una gran caja cartón cubierta de trapos y la depositó sobre la camilla. Parecía una caja sorpresa. Lentamente comencé a despejar de trapos la caja hasta que llegué a su mascota, un hurón con un importante prolapso de recto. El prolapso es la salida del recto debido a una importante inflamación, es decir vemos como una “larga tripa” que aparece desde el orificio anal muy dilatado.

“Bueno”, pensé, “el día viene variado”.

No estaba preparado para la atención de animales silvestres o no tradicionales, así que con cautela realicé una sedación a bajas dosis para ir evaluando la respuesta del animal. De la misma forma agregué la anestesia. Luego de un profundo lavado del prolapso, que era muy importante ya que superaba los 20 centímetros de recto e intestino grueso, verifiqué que todo el tejido fuera viable, que no hubiera necrosis, es decir muerte celular. Había un sangrado leve que me indicaba que todo estaba medianamente bien. Con suaves maniobras, mientras lavaba con abundante agua y antisépticos. Con mucho cuidado y paciencia fui reponiendo el contenido a su lugar. Casi una hora después estaba todo en orden. Realicé una sutura en forma circular alrededor del ano con una leve presión, pero lo suficientemente fuerte como para evitar la recidiva, es decir que volviera a producirse el prolapso. Miré el trabajo terminado y me dispuse a esperar la recuperación. Preparé una bolsa de agua tibia, luego la envolví con una toalla y la apliqué por debajo del cuerpo del animalito para facilitar el mantenimiento de la temperatura corporal, dado que una hipotermia podría producir una complicación. Aproveché la espera para informarle al propietario, con algo de docencia que debemos hacer los veterinarios, que el hurón no es una mascota para tener en cautiverio. En realidad no es una mascota, es un animal salvaje y como tal debemos respetarlo y dejarlo en su hábitat natural, pues cumple una importante función en el equilibrio del medio ambiente. Le hablé también de las tortugas, que frecuentemente se venden en las rutas del norte argentino, de los monos que se venden en la selva del Chaco Salteño, me venía bien explicar y tratar de educar de la mejor manera posible el respeto por la naturaleza. Al cabo de un par de horas, con el paciente ya prácticamente recuperado, el señor se fue más tranquilo. Tal vez estuviera algo confundido con mi charla, y yo satisfecho porque había cumplido un doble cometido.

Cada día era un desafío. Por aquellos años, las especialidades dentro de la clínica veterinaria no estaban desarrolladas, se atendían a pequeños y grandes animales, equinos en el hipódromo y en los grandes Stud Book donde estaban excelentes reproductores y también perros, gatos, y hasta hurones.

Iniciaba el día muy temprano, acompañado con el infaltable mate y leyendo algo de actualización de los casos que a diario atendía. No podía dejar de estudiar, ampliar y afianzar conocimientos. Podía llegar un cachorro con un problema típico de pediatría, como un geronte con insuficiencia renal debido a su edad, o tal vez una hembra preñada y analizar el posible parto natural, o si ya había inercia uterina, que es cuando el útero se encuentra agotado de horas de esfuerzos sin lograr el parto. Entonces había que armar el instrumental necesario para afrontar una cesárea y agotar los recursos para salvar la madre y los cachorros. La incertidumbre reinaba. Cuando se abría la puerta aparecían las sorpresas, los condimentos diarios no faltaban.

La enseñanza del señor Lorch

El señor Lorch visitaba regularmente la veterinaria. Era vecino de una localidad cercana, tenía un buen pasar económico, auto importado, vestía ropa de buena calidad y hablaba mucho. Me solicitó que le consiguiera una cachorra de raza ovejero alemán, que no importaba el precio pero quería lo mejor. Le pregunté cuál sería la función del animal, si tenía el propósito de asistir a exposiciones. Me dijo que no, que quería una buena compañía e insistía que quería lo mejor. De buenas maneras le expliqué que iba a pagar sumas muy importantes por un animal de excelente pedigrí, y que esto en general se recomienda solo si va presentarlo en exposiciones y torneos. De otro modo, una cachorra que no está inscripta costaría un 80 % menos, pero no logré convencerlo. Tenía referencia de un buen criador de ovejeros alemanes, por lo que le di la dirección para que se comunicara con él y conociera su plantel de reproductores y cachorros. Sabía que iban a llegar a un acuerdo.

Pasados unos días llegó muy contento y me comentó que había comprado una cachorra. Estaba muy conforme con la decisión, por lo que me agradecía el dato.

—Es lo que estaba buscando —me dijo.

Había pagado una fortuna por un animal que iba a ser una mascota normal en una casa, y que no la iba a usar como reproductora, pero debía respetar su posición, cada dueño es un mundo y vaya a saber por qué había tomado esa decisión.

Un día estacionó el auto frente a la veterinaria, bajó corriendo, abrió la puerta y vino a saludarme muy apurado. Me extendió la mano para saludar, yo le retribuí, y él… dejó el brazo extendido, se agachó, apoyó la mano contra el suelo… luego sí, se levantó y me dijo:

—Ahora sí, discúlpeme, he venido a muy alta velocidad en la ruta, estoy muy cargado de estática y no quería darle un golpe de corriente. —Después me saludó estrechándome la mano. Comenzaba a notar que no iba a ser un cliente fácil—. Voy a buscar la cachorra y se la traigo para que me la revise.

Cuando regresó, trajo una cachorra de unos 50 días de vida envuelta en una toalla de primera calidad y sin uso. La apoyó en la camilla.

—Quiero que le dé el visto bueno.

La revisé. Realmente era muy bonita y estaba en excelente estado de salud. Me detuve a explicarle “el manejo” que debía hacer de un cachorro. Cómo debía prevenir enfermedades con las vacunas y antiparasitarios correspondientes, cuál era la alimentación adecuada a una raza grande de acuerdo a sus exigencias nutricionales, y la forma de educarla para insertarla dentro de su familia. A la mascota, la adaptación a la nueva familia le llevaría un tiempo, por lo tanto tenía que disponer de mucha paciencia para que el animal interpretara las órdenes que debía cumplir.

No quería saturarlo de información, así que comencé con lo básico, ya con los sucesivos controles y vacunas le iría sumando datos e información.

Sobre la alimentación le comenté lo siguiente:

—Existen alimentos balanceados que le facilitan no dedicarle mayor tiempo a la preparación de alimentos caseros.