Soledades - Luis de Góngora - E-Book

Soledades E-Book

Luis De Góngora

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Beschreibung

Soledades es uno de los poemas cumbre de Luis de Góngora, a pesar de su carácter inconcluso. Estaba pensado para estar dividido en cuatro partes que representaban edades del ser humano equiparada con una estación del año: Soledad de los campos, Soledad de las riberas, Soledad de las selvas y Soledad del yermo. Sin embargo, Góngora apenas pudo terminar dos de ellos, llegando a dejar el segundo inconcluso. Sin embargo, se lo considera una obra cumbre del simbolismo y el subgénero del parnasianismo.

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Seitenzahl: 61

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Luis de Góngora

Soledades

y Argote

Saga

Soledades

 

Copyright © 1614, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726551464

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Dedicatoria al Duque de Béjar

Pasos de un peregrino son errante

cuantos me dictó versos dulce Musa,

en soledad confusa

perdidos unos, otros inspirados.

¡Oh tú que, de venablos impedido, 5

muros de abeto, almenas de diamante,

bates los montes, que de nieve armados,

gigantes de cristal los teme el cielo,

donde el cuerno, del eco repetido,

fieras te expone, que al teñido suelo 10

muertas pidiendo términos disformes,

espumoso coral le dan al Tormes!

Arrima a un fresno el freno, cuyo acero,

sangre sudando, en tiempo hará breve

purpurear la nieve, 15

y en cuanto da el solícito montero,

al duro robre, al pino levantado,

émulos vividores de las peñas,

las formidables señas

del oso que aun besaba, atravesado, 20

la asta de tu luciente jabalina,

o lo sagrado supla de la encina

lo augusto del dosel, o de la fuente

la alta cenefa lo majestüoso

del sitïal a tu deidad debido, 25

¡oh Duque esclarecido!,

templa en sus ondas tu fatiga ardiente,

y entregados tus miembros al reposo

sobre el de grama césped no desnudo,

déjate un rato hallar del pie acertado 30

que sus errantes pasos ha votado

a la real cadena de tu escudo.

Honre süave, generoso nudo,

Libertad de Fortuna perseguida;

que a tu piedad Euterpe agradecida, 35

su canoro dará dulce instrumento,

cuando la Fama no su trompa al viento.

Soledad primera

Era del año la estación florida

en que el mentido robador de Europa

(media luna las armas de su frente,

y el Sol todos los rayos de su pelo),

luciente honor del cielo, 5

en campos de zafiro pace estrellas,

cuando el que ministrar podía la copa

a Júpiter mejor que el garzón de Ida,

náufrago y desdeñado, sobre ausente,

lagrimosas de amor dulces querellas 10

da al mar, que condolido,

fue a las ondas, fue al viento

el mísero gemido,

segundo de Arïón dulce instrumento.

Del siempre en la montaña opuesto pino 15

al enemigo Noto,

piadoso miembro roto,

breve tabla, delfín no fue pequeño

al inconsiderado peregrino,

que a una Libia de ondas su camino 20

fió, y su vida a un leño.

Del Océano pues antes sorbido,

y luego vomitado

no lejos de un escollo coronado

de secos juncos, de calientes plumas, 25

alga todo y espumas,

halló hospitalidad donde halló nido

de Júpiter el ave.

Besa la arena, y de la rota nave

aquella parte poca 30

que le expuso en la playa dio a la roca;

que aun se dejan las peñas

lisonjear de agradecidas señas.

Desnudo el joven, cuanto ya el vestido

Océano ha bebido, 35

restituir le hace a las arenas;

y al Sol lo extiende luego,

que, lamiéndolo apenas

su dulce lengua de templado fuego,

lento lo embiste, y con süave estilo 40

la menor onda chupa al menor hilo.

No bien pues de su luz los horizontes,

que hacían desigual, confusamente,

montes de agua y piélagos de montes,

desdorados los siente, 45

cuando, entregado el mísero extranjero

en lo que ya del mar redimió fiero,

entre espinas crepúsculos pisando,

riscos que aun igualara mal volando

veloz, intrépida ala, 50

menos cansado que confuso, escala.

Vencida al fin la cumbre,

del mar siempre sonante,

de la muda campaña

árbitro igual e inexpugnable muro, 55

con pie ya más seguro

declina al vacilante

breve esplendor del mal distinta lumbre,

farol de una cabaña

que sobre el ferro está en aquel incierto 60

golfo de sombras anunciando el puerto.

«Rayos, les dice, ya que no de Leda

trémulos hijos, sed de mi fortuna

término luminoso.» Y recelando

de invidïosa bárbara arboleda 65

interposición, cuando

de vientos no conjuración alguna,

cual haciendo el villano

la fragosa montaña fácil llano,

atento sigue aquella 70

(aun a pesar de las tinieblas bella,

aun a pesar de las estrellas clara)

piedra, indigna tïara,

si tradición apócrifa no miente,

de animal tenebroso, cuya frente 75

carro es brillante de nocturno día:

tal, diligente, el paso

el joven apresura,

midiendo la espesura

con igual pie que el raso, 80

fijo, a despecho de la niebla fría,

en el carbunclo, Norte de su aguja,

o el Austro brame, o la arboleda cruja.

El can ya vigilante

convoca, despidiendo al caminante, 85

y la que desvïada

luz poca pareció, tanta es vecina,

que yace en ella robusta encina,

mariposa en cenizas desatada.

Llegó pues el mancebo, y saludado, 90

sin ambición, sin pompa de palabras,

de los conducidores fue de cabras,

que a Vulcano tenían coronado.

«¡Oh bienaventurado

albergue a cualquier hora, 95

templo de Pales, alquería de Flora!

No moderno artificio

borró designios, bosquejó modelos,

al cóncavo ajustando de los cielos

el sublime edificio; 100

retamas sobre robre

tu fábrica son pobre,

do guarda, en vez de acero,

la inocencia al cabrero

más que el silbo al ganado. 105

¡Oh bienaventurado

albergue a cualquier hora!

No en ti la ambición mora

hidrópica de viento,

ni la que su alimento 110

el áspid es gitano;

no la que, en vulto comenzando humano,

acaba en mortal fiera,

esfinge bachillera,

que hace hoy a Narciso 115

ecos solicitar, desdeñar fuentes;

ni la que en salvas gasta impertinentes

la pólvora del tiempo más preciso;

ceremonia profana

que la sinceridad burla villana 120

sobre el corvo cayado.

¡Oh bienaventurado

albergue a cualquier hora!

Tus umbrales ignora

la adulación, sirena 125

de Reales Palacios, cuya arena

besó ya tanto leño,

trofeos dulces de un canoro sueño.

No a la soberbia está aquí la mentira

dorándole los pies, en cuanto gira 130

la esfera de sus plumas,

ni de los rayos baja a las espumas

favor de cera alado.

¡Oh bienaventurado

albergue a cualquier hora!» 135

No pues de aquella sierra, engendradora

más de fierezas que de cortesía,

la gente parecía

que hospedó al forastero

con pecho igual de aquel candor primero 140

que, en las selvas contento,

tienda el fresno le dio, el robre alimento.

Limpio sayal, en vez de blanco lino,

cubrió el cuadrado pino,

y en boj, aunque rebelde, a quien el torno 145

forma elegante dio sin culto adorno,

leche que exprimir vio la alba aquel día,

mientras perdían con ella

los blancos lilios de su frente bella,

gruesa le dan y fría, 150

impenetrable casi a la cuchara,

del sabio Alcimedón invención rara.

El que de cabras fue dos veces ciento

esposo casi un lustro (cuyo diente

no perdonó a racimo, aun en la frente 155

de Baco, cuanto más en su sarmiento,

triunfador siempre de celosas lides,

lo coronó el Amor; mas rival tierno,

breve de barba y duro no de cuerno,

redimió con su muerte tantas vides), 160

servido ya en cecina,

purpúreos hilos es de grana fina.

Sobre corchos después, más regalado

sueño le solicitan pieles blandas,

que al Príncipe entre holandas, 165

púrpura tiria o milanés brocado.

No de humosos vinos agravado

es Sísifo en la cuesta, si en la cumbre

de ponderosa vana pesadumbre