Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Soledades es uno de los poemas cumbre de Luis de Góngora, a pesar de su carácter inconcluso. Estaba pensado para estar dividido en cuatro partes que representaban edades del ser humano equiparada con una estación del año: Soledad de los campos, Soledad de las riberas, Soledad de las selvas y Soledad del yermo. Sin embargo, Góngora apenas pudo terminar dos de ellos, llegando a dejar el segundo inconcluso. Sin embargo, se lo considera una obra cumbre del simbolismo y el subgénero del parnasianismo.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 61
Veröffentlichungsjahr: 2021
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Luis de Góngora
y Argote
Saga
Soledades
Copyright © 1614, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726551464
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
Pasos de un peregrino son errante
cuantos me dictó versos dulce Musa,
en soledad confusa
perdidos unos, otros inspirados.
¡Oh tú que, de venablos impedido, 5
muros de abeto, almenas de diamante,
bates los montes, que de nieve armados,
gigantes de cristal los teme el cielo,
donde el cuerno, del eco repetido,
fieras te expone, que al teñido suelo 10
muertas pidiendo términos disformes,
espumoso coral le dan al Tormes!
Arrima a un fresno el freno, cuyo acero,
sangre sudando, en tiempo hará breve
purpurear la nieve, 15
y en cuanto da el solícito montero,
al duro robre, al pino levantado,
émulos vividores de las peñas,
las formidables señas
del oso que aun besaba, atravesado, 20
la asta de tu luciente jabalina,
o lo sagrado supla de la encina
lo augusto del dosel, o de la fuente
la alta cenefa lo majestüoso
del sitïal a tu deidad debido, 25
¡oh Duque esclarecido!,
templa en sus ondas tu fatiga ardiente,
y entregados tus miembros al reposo
sobre el de grama césped no desnudo,
déjate un rato hallar del pie acertado 30
que sus errantes pasos ha votado
a la real cadena de tu escudo.
Honre süave, generoso nudo,
Libertad de Fortuna perseguida;
que a tu piedad Euterpe agradecida, 35
su canoro dará dulce instrumento,
cuando la Fama no su trompa al viento.
Era del año la estación florida
en que el mentido robador de Europa
(media luna las armas de su frente,
y el Sol todos los rayos de su pelo),
luciente honor del cielo, 5
en campos de zafiro pace estrellas,
cuando el que ministrar podía la copa
a Júpiter mejor que el garzón de Ida,
náufrago y desdeñado, sobre ausente,
lagrimosas de amor dulces querellas 10
da al mar, que condolido,
fue a las ondas, fue al viento
el mísero gemido,
segundo de Arïón dulce instrumento.
Del siempre en la montaña opuesto pino 15
al enemigo Noto,
piadoso miembro roto,
breve tabla, delfín no fue pequeño
al inconsiderado peregrino,
que a una Libia de ondas su camino 20
fió, y su vida a un leño.
Del Océano pues antes sorbido,
y luego vomitado
no lejos de un escollo coronado
de secos juncos, de calientes plumas, 25
alga todo y espumas,
halló hospitalidad donde halló nido
de Júpiter el ave.
Besa la arena, y de la rota nave
aquella parte poca 30
que le expuso en la playa dio a la roca;
que aun se dejan las peñas
lisonjear de agradecidas señas.
Desnudo el joven, cuanto ya el vestido
Océano ha bebido, 35
restituir le hace a las arenas;
y al Sol lo extiende luego,
que, lamiéndolo apenas
su dulce lengua de templado fuego,
lento lo embiste, y con süave estilo 40
la menor onda chupa al menor hilo.
No bien pues de su luz los horizontes,
que hacían desigual, confusamente,
montes de agua y piélagos de montes,
desdorados los siente, 45
cuando, entregado el mísero extranjero
en lo que ya del mar redimió fiero,
entre espinas crepúsculos pisando,
riscos que aun igualara mal volando
veloz, intrépida ala, 50
menos cansado que confuso, escala.
Vencida al fin la cumbre,
del mar siempre sonante,
de la muda campaña
árbitro igual e inexpugnable muro, 55
con pie ya más seguro
declina al vacilante
breve esplendor del mal distinta lumbre,
farol de una cabaña
que sobre el ferro está en aquel incierto 60
golfo de sombras anunciando el puerto.
«Rayos, les dice, ya que no de Leda
trémulos hijos, sed de mi fortuna
término luminoso.» Y recelando
de invidïosa bárbara arboleda 65
interposición, cuando
de vientos no conjuración alguna,
cual haciendo el villano
la fragosa montaña fácil llano,
atento sigue aquella 70
(aun a pesar de las tinieblas bella,
aun a pesar de las estrellas clara)
piedra, indigna tïara,
si tradición apócrifa no miente,
de animal tenebroso, cuya frente 75
carro es brillante de nocturno día:
tal, diligente, el paso
el joven apresura,
midiendo la espesura
con igual pie que el raso, 80
fijo, a despecho de la niebla fría,
en el carbunclo, Norte de su aguja,
o el Austro brame, o la arboleda cruja.
El can ya vigilante
convoca, despidiendo al caminante, 85
y la que desvïada
luz poca pareció, tanta es vecina,
que yace en ella robusta encina,
mariposa en cenizas desatada.
Llegó pues el mancebo, y saludado, 90
sin ambición, sin pompa de palabras,
de los conducidores fue de cabras,
que a Vulcano tenían coronado.
«¡Oh bienaventurado
albergue a cualquier hora, 95
templo de Pales, alquería de Flora!
No moderno artificio
borró designios, bosquejó modelos,
al cóncavo ajustando de los cielos
el sublime edificio; 100
retamas sobre robre
tu fábrica son pobre,
do guarda, en vez de acero,
la inocencia al cabrero
más que el silbo al ganado. 105
¡Oh bienaventurado
albergue a cualquier hora!
No en ti la ambición mora
hidrópica de viento,
ni la que su alimento 110
el áspid es gitano;
no la que, en vulto comenzando humano,
acaba en mortal fiera,
esfinge bachillera,
que hace hoy a Narciso 115
ecos solicitar, desdeñar fuentes;
ni la que en salvas gasta impertinentes
la pólvora del tiempo más preciso;
ceremonia profana
que la sinceridad burla villana 120
sobre el corvo cayado.
¡Oh bienaventurado
albergue a cualquier hora!
Tus umbrales ignora
la adulación, sirena 125
de Reales Palacios, cuya arena
besó ya tanto leño,
trofeos dulces de un canoro sueño.
No a la soberbia está aquí la mentira
dorándole los pies, en cuanto gira 130
la esfera de sus plumas,
ni de los rayos baja a las espumas
favor de cera alado.
¡Oh bienaventurado
albergue a cualquier hora!» 135
No pues de aquella sierra, engendradora
más de fierezas que de cortesía,
la gente parecía
que hospedó al forastero
con pecho igual de aquel candor primero 140
que, en las selvas contento,
tienda el fresno le dio, el robre alimento.
Limpio sayal, en vez de blanco lino,
cubrió el cuadrado pino,
y en boj, aunque rebelde, a quien el torno 145
forma elegante dio sin culto adorno,
leche que exprimir vio la alba aquel día,
mientras perdían con ella
los blancos lilios de su frente bella,
gruesa le dan y fría, 150
impenetrable casi a la cuchara,
del sabio Alcimedón invención rara.
El que de cabras fue dos veces ciento
esposo casi un lustro (cuyo diente
no perdonó a racimo, aun en la frente 155
de Baco, cuanto más en su sarmiento,
triunfador siempre de celosas lides,
lo coronó el Amor; mas rival tierno,
breve de barba y duro no de cuerno,
redimió con su muerte tantas vides), 160
servido ya en cecina,
purpúreos hilos es de grana fina.
Sobre corchos después, más regalado
sueño le solicitan pieles blandas,
que al Príncipe entre holandas, 165
púrpura tiria o milanés brocado.
No de humosos vinos agravado
es Sísifo en la cuesta, si en la cumbre
de ponderosa vana pesadumbre