Spinoza y la no-dualidad - Nacho Bañeras - E-Book

Spinoza y la no-dualidad E-Book

Nacho Bañeras

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Beschreibung

¿Es posible encontrar en el Occidente moderno autores que, sin Nacho Bañeras adscripción religiosa, muestren un sendero hacia la Verdad, genuinamente liberador? Siguiendo al gran filósofo Baruch Spinoza, Nacho Bañeras sostiene que la única libertad que tenemos disponible es tomar distancia de aquello que creemos ser, una entelequia a lo que nos aferramos por ignorancia, miedo y hábito. Desvelado este constructo, podemos acceder a la experiencia de Unidad que nos caracteriza, cuya vibración es la Alegría (estar en el entusiasmo, en-theos). Para ello, Spinoza ofrece la vía corporal, la lógica, el autoconocimiento, la vida virtuosa y la contemplativa, todas ellas conectadas entre sí, como la propia Vida de la que son manifestación.

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Nacho Bañeras

Spinoza y la no-dualidad

Del cuerpo a la Alegría

© 2023 Nacho Bañeras

© de la edición en castellano:

2024 Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

Revisión: Alicia Conde

Composición: Pablo Barrio

Diseño cubierta: Editorial Kairós

Primera edición en papel: Diciembre 2023

Primera edición en digital: Diciembre 2023

ISBN papel: 978-84-1121-177-2

ISBN epub: 978-84-1121-222-9

ISBN kindle: 978-84-1121-223-6

Todos los derechos reservados.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

[…] defender la alegría como una certeza,

defenderla del óxido y de la roña,

de la famosa pátina del tiempo,

del relente y del oportunismo,

de los proxenetas de la risa.

Defender la alegría como un derecho,

defenderla de Dios y del invierno,

de las mayúsculas y de la muerte,

de los apellidos y las lástimas,

del azar

y también de la alegría.

MARIO BENEDETTI

El mismo cuerpo, por las solas leyes de su naturaleza, puede muchas cosas que su alma admira.

BARUCH SPINOZA

Ésta es nuestra gran obligación: capacitar al animal humano para que acepte la naturaleza que existe dentro de él, para que deje de escapar de ella y goce lo que ahora tanto teme.

WILHELM REICH

Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida.

BARUCH SPINOZA

Sumario

PrólogoIntroducción: Conócete, conocerás el Universo y a los Dioses1. Filosofía y cuerpo. Cuerpos deshabitados, almas desahuciadas2. Apátridas de la carnePlatón. La impureza y la limitación del cuerpoCristianismo. El cuerpo como puerta del pecadoModernidad. El cuerpo como máquinaCapitalismo. El cuerpo como objeto, producto y olvido de uno mismo3. Spinoza y la unidad de la existenciaUna luz a contracorrienteLos peligros de la lectura de SpinozaDe Dios/Ser y del porqué de la ignoranciaAtributos de Dios/SerConsecuencias de la naturaleza divina (o del Ser)El porqué de la ignoranciaLa Potencia, la Fuerza del Ser o el Impulso de vivirEl alma y el cuerpo, expresiones de DiosSer humano. Cuerpo y almaSobre el almaLos tres grados del conocimientoSobre la libertad: voluntad y entendimientoDeslegitimando la omnipotencia de la razón modernaLa servidumbre y fluctuación del almaLa alegría, una ventana a Dios/SerLa ignorancia de creernos alguien. Una falaciaEl mal uso de las palabras, la imaginación y la memoria4. El olvido de la Fuerza del Ser o del Impulso¿Cómo olvidamos la Fuerza del Ser?La bioenergética, una perspectiva corporal del trabajo spinozianoCuatro dimensiones del olvido o represiónLa escisión interna/externaTensionesCorazaLa postura corporalConsecuencias generales del olvido corporalRecuperar lo corporal. Recuperar la unidad5. El Contento o el Estado de RelajaciónSer-nadie, Ser-todoEl Contento o la Divina alegría. CaracterísticasCausa suiLa virtudLo comúnLa Beatitud o la plenitud interna6. Spinoza, una filosofía no-dualSpinoza y la no-dualidadSer coherentes con la Naturaleza o el Amor a la SabiduríaAgradecimientosBibliografíaNotas

Prólogo

Cuando cursaba el BUP (bachillerato unificado polivalente), pues yo soy aún de aquella generación de baby-boomers, una de las asignaturas que más me gustaba, aunque yo estudié ciencias, era filosofía. Me parecía fascinante el empeño del ser humano, a lo largo de la historia, por reflexionar buscando algo que estaba más allá de lo evidente, preocupado por el sentido del mundo y de nuestra vida. No entiendo el debate actual sobre la inclusión o no de la filosofía en las aulas. ¿Cómo aprenderán a pensar nuestros hijos si no se les enseña la única disciplina que trata sobre la sabiduría?

El despliegue de filósofos que estudiábamos era como una colección de libros colocados en una estantería que ojeábamos fugazmente. Mi mayor simpatía siempre era hacia los filósofos griegos, quizá por la sencillez de sus planteamientos y su cercanía. Los padres de la patrística me interesaban por la educación cristiana recibida. Uno de los argumentos que siempre me ha acompañado en mi vida ha sido el principio de parsimonia o navaja de Ockham.

También me impresionó Descartes con su «Cogito ergo sum», quintaesencia de la filosofía occidental. Kant y Hegel, cumbres de nuestro pensamiento, requirieron lo mejor de mí para poder esbozar mínimamente su visión del mundo, mientras que otros filósofos modernos, como Wittgenstein, me parecieron, simplemente, incomprensibles. Pero todos me aportaron una nueva visión del mundo y del ser humano, y a cada uno de ellos les estoy agradecido.

Spinoza fue uno de los muchos nombres, enseñanzas y vidas que aprendí. Su origen sefardí y su apellido hispanoportugués generaban un interés y simpatía previa, junto a la admiración por el judaísmo que siempre me ha acompañado. Lo que aprendí de él se resumía en su defensa de una única substancia en la que la multiplicidad era manifestación de ella. Su hipótesis se contraponía al férreo dualismo cuerpo-mente cartesiano, con el que comulgaban nuestros profesores.

Muchos años después, tras haber bebido en fuentes de la filosofía oriental y practicado diferentes tipos de meditaciones, vuelvo a encontrarme con Spinoza. Pero ahora desde un ángulo diferente y completamente desconocido para mí, una faceta que le acerca extraordinariamente al pensamiento budista o advaita: la no-dualidad.

No imaginaba que en pleno siglo XVII la filosofía occidental atisbaba este fenómeno y lo describía con unas palabras no lejanas a las de místicos zen o shivaístas. El «contento» o «la divina alegría» de Spinoza no parecen muy diferentes de estados contemplativos iluminados del otro lado del planeta. La experiencia humana contemplativa es muy similar allende los mares o más allá de los siglos.

Quien nos acerca este regalo y disfrute para la mente no es cualquier persona. Nacho Bañeras, buen amigo y extraordinario filósofo, es bien conocido en lengua hispana por su trabajo de acercar las fuentes de la filosofía occidental al público general, algo que constituye un ciclópeo desafío en estos tiempos en que el pensamiento occidental cotiza a la baja eclipsado por el movimiento mindfulness y las ciencias contemplativas. Pero no debemos olvidar nuestro origen y nuestra historia. Ambas filosofías, occidental y oriental, suman y se complementan, no compiten ni son adversarias.

Nacho Bañeras es un filósofo atípico: utiliza la filosofía contemplativa occidental como camino y terapia, como forma de crecimiento y remedio para el sufrimiento existencial de nuestros días. Con su plataforma Cura Sui, Cura Mundi, me consta que ha ayudado a muchas personas a encontrar un nuevo sentido a sus vidas. Como prolífico escritor, está consiguiendo acercar al público actual, desconectado de la filosofía, pero también de la vida, una nueva forma de ver el mundo y de entender a los demás.

Este libro es una pequeña joya, en un lenguaje accesible para no filósofos, que nos permitirá conocer a uno de los grandes autores del pensamiento occidental y utilizar sus enseñanzas para nuestro bienestar.

JAVIER GARCÍA CAMPAYO

Catedrático de Psiquiatría

Director del Máster de Mindfulness

Universidad de Zaragoza

IntroducciónConócete, conocerás el Universo y a los Dioses

El autoconocimiento es aquella rama de la filosofía, a nuestro parecer la más importante, que tiene por finalidad encaminar al individuo, a través de sí mismo, hacia aquella verdad que alberga y le define; es decir, hacia su propia esencia. Este sendero le permite hacerse real: tanto realizarse, hacer efectiva su naturaleza, como deslindar en sí mismo lo aparente, transitorio y superfluo de lo real y verdadero.

No trata de encontrar en uno mismo nada particular, subjetivo o individual, sino más bien, y paradójicamente, el camino hacia uno mismo consiste en desvelar esta malla de creer ser alguien, de creernos ser alguien. El camino es, por tanto, crítico con la tendencia a apegarnos a una idea central a través de la identificación/apego que, veremos, no tiene ningún fundamento, más allá del hábito, el miedo y la ignorancia.

El sendero filosófico del autoconocimiento se concreta, principalmente, como una tarea de desvelo que, desfundando lo aparente, permite acercarnos a la profundidad que habita en nosotros. Esta profundidad o esencia ha sido nombrada con infinidad de nombres: Verdad, Iluminación, Contento, Uno, Amor, etc. Todos ellos recogen tanto la universalidad del camino como lo común del destino.

Hemos mostrado en otros libros cómo se realiza un camino que tiene como motivación el autoconocimiento y que puede llevarse a cabo a través del paradigma del acompañamiento filosófico1 y/o del estoicismo2. Éste quiere ser un libro que muestre una forma en particular de este mismo recorrido, concretamente a través de la visión estoica de Spinoza.

Ésta es, por tanto, la primera finalidad del libro. Mostrar un sendero, a través de un pensamiento lógico, para provocar esta tarea de desvelo. Para dejar de creer en aquello sobre lo que reposan la mayoría de nuestras acciones, pensamientos y emociones. Dejar de ser lo que creemos y desvelar aquello que realmente somos. Un recorrido anamnésico, un recordar platónico de lo que verdaderamente somos. Spinoza nos acompañará para descubrir nuestro Contentoa, la vibración interna de sabernos en comunión con la Naturaleza (término que aquí refiere a Realidad, Dios o Verdad).

Veremos que esta con-unión es en realidad la revelación de que sólo hay una Unidad y, por tanto, no es tanto que se produzca una unión o un estar con, sino que se desvanece la sensación de individualidad y separación. En este sentido, ésta es la segunda finalidad del libro, la de poner en paralelo la filosofía de Spinoza con la corriente de filosofía no-dual. Veremos que, si bien no hay un decir tan claro, sí podemos afirmar que hay muchas similitudes, tantas que permiten hacer esta comparación y, como espero argumentar, la inclusión o cercanía con ellas.

Decimos que Spinoza muestra un recorrido lógico y, efectivamente, así es. No obstante, en este camino, estas páginas quieren destacar el papel, en su obra, de lo corporal. Esta es la tercera finalidad del libro, resaltar la dimensión corporal que, en la tradición filosófica occidental, ha quedado marginada o menospreciada. Spinoza es una excepción y todavía lo es más por otorgar un papel relevante a lo corporal en una filosofía que se encamina hacia el desvelo de la Unidad. En nuestra tradición dual, expresada también con el conflicto mente-materia, encontrar un pensador que se atreve a igualar mente y materia y hacer de esta última, con el cuerpo, un camino de descubrimiento del Contento, más allá del interés filosófico, nos parece, sencillamente, bello. Bello porque, como veremos, Spinoza, como buen filósofo no-dual, no rechaza nada de lo que hay o aparece, no juega con dualismos maniqueos. Bello, también, porque permite adentrarnos en su filosofía a través de nuestro propio cuerpo y habitar una dimensión que tenemos olvidada (y apropiándonos del lenguaje, con la que nos olvidamos de nosotros). En este sentido, en el apartado del olvido del Impulso vital, proponemos ir un poco más allá de Spinoza para integrar otras disciplinas que, de una forma más concreta, se han adentrado en el corporal para resaltar este olvido y división interna que culturalmente seguimos encarnando. Este ir más allá tiene la intención de hacernos más fácil el camino de autoconocimiento que Spinoza abre con nuestra dimensión corporal.

Una cuarta finalidad del libro, somera y soterrada, es mostrar a Spinoza como un filósofo estoico. Soterrada porque no hay una comparativa expresa entre ambas filosofías, sino llanamente la inclusión de Spinoza en esta escuela. Somera porque espero que queda condensada a través de esta breve explicación. Veremos que Spinoza desarrolla, en su Ética, una filosofía que enlaza Lógica, Ética y Física, las tres disciplinas estoicas. Las tres son lenguajes diferentes para expresar y encaminarnos hacia una misma naturaleza, la de la Realidad, Logos, Ser, Dios o Naturaleza. La filosofía estoica es también una filosofía no-dual, aunque menos explícita y coherente que la de Spinoza, que busca la correspondencia con la Naturaleza de la misma manera que Spinoza nos descubre el Contento. Voy a considerar a Spinoza como el estoico más depurado de la tradición filosófica occidental.

El quinto propósito es mostrar la alegría o el Contento. Celebrar y honrar que, en la tradición occidental y en pleno Barroco, aparezca la figura valiente, honesta y humilde de un filósofo que señale el Contento como la característica y el modo de vibrar de la propia realidad. Spinoza nos parece un entusiasta del abismo.

Defendemos que el pensamiento de Spinoza aspira continuamente hacia el entusiasmo, recogiendo el significado etimológico de la palabra entheos (en-Theos, «estar en Dios») y, como veremos, engarza con la tradición filosófica más radical, siendo fiel a la máxima délfica, que señala que el conocimiento de uno mismo supone el conocimiento del Universo (Dios-Verdad). El amor que lo imprime y dirige, el amor a la sabiduría, descubre a aquel que se encamina por su senda como un philo-sophos, fundamentalmente, alguien que se corresponde con el Logos o Ser.

No obstante, para llegar a ser un verdadero entheos, es imprescindible asomarse al abismo que cada uno de nosotros albergamos. Acercarnos a él supone desprendernos de todo aquello que creemos y, fundamentalmente, de nosotros mismos. Es ésta una tarea titánica, puesto que un abismo, de nuevo etimológicamente, no tiene fondo, abythós.

Spinoza es un entusiasta del abismo.

Finalmente, es voluntad del libro mostrar una dimensión de la filosofía que a lo largo de la tradición occidental ha quedado relegada. La historia la escriben los vencedores. Éste también es el caso del relato filosófico. De esta narrativa hegemónica, construida principalmente a partir de la Edad Moderna y la Ilustración, quiero destacar la relevancia que se le ha dado al conocimiento especulativo, a la metodología lógico-formal y al academicismo. Esta construcción se ha desarrollado de espaldas al autoconocimiento, menospreciando y olvidando la vida práctica y filosófica; la voz femenina; el rechazo respecto a la interdependencia con la naturaleza y el Kosmos, y la desafección respecto la sabiduría perenne no-dual y la intuición o actitud contemplativa que la acompaña.

La obra de Spinoza puede ser caracterizada como un caleidoscopio, etimológicamente, una bella imagen que contemplar. De su lectura se desprenden muchos caminos e interpretaciones. Las líneas que siguen son un posible recorrido y tienen ganas de seguir aprendiendo.

1. Filosofía y cuerpo. Cuerpos deshabitados, almas desahuciadas

La filosofía de los grandes hombres se ha empeñado, así, en abandonar el cuerpo y ponerlo en su lugar. El cuerpo no sólo nos engaña a través de los sentidos y las pasiones. El cuerpo es, sobre todo, nuestra inevitable atadura al trabajo, a la reproducción, a la enfermedad y la muerte. El cuerpo es, en última instancia, el cadáver, el cuerpo finalmente presente, presencia completa y acabada de sí mismo. Es para escapar a esta implacable presencia que el cuerpo, desesperando de sí mismo, se ha inventado un más allá. Proyecta una ilusión más allá de sí mismo, que más que un anhelo es la expresión del desprecio y del terror que siente ante sí mismo3.

Somos apátridas de nuestro propio cuerpo.

Probablemente, en la presente experiencia de lectura no estás percibiendo lo corpóreo como un espacio desde el que te expresas y vives, sino que, como tantas veces, lo haces desde la desconexión. A menos que haya alguna molestia, no está(s) en tu campo de atención. Lees desde la comodidad o la incomodidad, con pequeños movimientos nerviosos, con un tempo respiratorio, o acoges estas líneas con más o menos disponibilidad. La dimensión corpórea queda silenciada u oculta bajo la constante actividad de la dimensión mental, convertida en única regenta de un cuerpo cada vez más deshabitado.

Todo el conjunto de elementos a través de los que conformamos, continuamente, diferentes figuras corporales van mostrando cómo estamos a cada momento: las tensiones en los hombros, la respiración entrecortada, el vientre relajado, etc. Todo ello nos informa sobre si estamos preocupados, apretando la mandíbula, frunciendo el entrecejo o respirando de manera superficial, etc. Es decir, hablan de nuestra actualidad y, también, de nuestro pasado. Además, el conjunto de tensiones y distensiones nos posiciona para alojar cierto tono emocional. Finalmente, dada una cierta repetición en las costumbres, la experiencia, la mirada del otro y lo heredado social y genéticamente, conformamos un dibujo de aquello que somos, manifestando una idea de mundo encarnada. Somos nuestro cuerpo o, a contracorriente, el cuerpo es la gramática que puede explicitar, con una mirada más atenta, nuestro mundo, nuestra cosmovisión. Encarnamos una filosofía, un cierto tipo de filosofía no explícita ni reflexionada.

A cuerpos deshabitados les corresponden almas desahuciadas.

Priorizando la racionalización constante con la que atenazamos la vida, nuestra vida, estrechamos el ámbito de lo corpóreo o lo emocional y olvidamos parte de nuestra naturaleza.

En contraposición con la evidencia de la carne, mostrada a través de nuestra experiencia, nos identificamos a través de ideas, creencias, juicios, etc. Buscamos hallar una identidad que nos permita tener una noción clara de aquello que somos y que, a la vez, nos permita tener una herramienta desde la que orientarnos en la trayectoria vital, facilitándonos elecciones claras y seguras, relaciones satisfactorias, estabilidad, etc. Esta noción que, por fuerza, debe ser estructurada y creada como idea empuja hacia un segundo plano lo corporal, convertido en el escaparate desde el que poder mostrar lo conceptualizado a través de la noción de identidad. En esta operación, tan culturalmente extendida y con larga tradición, donde se priorizan ideales frente a la realidad, abandonamos lo que tenemos y somos en pos de una búsqueda infructuosa que, por no poder ser puerto, mantenemos indefinida. Izamos la bandera de la identidad sin tener en cuenta que, desde lo carnal, conjugamos, a menudo, significaciones más complejas y profundas. Olvidamos nuestro cuerpo y nos olvidamos.

El propio calado de este olvido nos dificulta contactar con sus consecuencias y repercusiones. Aún siendo conscientes de él, seguimos configurados por una arraigada dualidad que continúa haciéndonos pensar que el cuerpo es una parte de nosotros y no, lo que realmente es, nosotros mismos. Por ello, aunque haya ocasiones en las que le prestamos atención (con el deporte, la dieta o a través del placer), seguimos considerándolo como algo externo y ajeno, una dimensión, quizás, que debemos cuidar si queremos gozar de buena salud, obviando, de esta manera, la radical dualidad que ejecutamos y vivimos a través de nuestra cosmovisión.

¿Por qué es tan importante saber o tener claro quiénes somos? Buscamos, zarandeo tras zarandeo, un refugio donde alcanzar la felicidad. Otros, menos ambiciosos, quizás buscan encontrar un parapeto donde encontrar cierta paz, comodidad o sosiego. Es este indagar, manifestado en una constante insatisfacción, aquello que nos entorpece el poder darnos cuenta de lo que ya somos. Un indagar que reverbera, justamente, nuestra cosmovisión, vertebrada a través de un profundo dualismo, una gigantesca lucha entre lo ideal y lo real, entre lo que queremos ser y lo que somos, entre lo corporal y una mente radicada en lo fantasioso.

En este combate, ya de milenios, hemos aunado esfuerzos y sacrificios para poder alcanzar la atalaya que nos señala, con modulaciones para cada época, dicho ideal. Pero ¿y si no hubiera lugar hacia el que ir? ¿Y si dicho baluarte ya lo tuviéramos? ¿Y si el cuerpo fuera el lugar de encuentro existencial, político, social, filosófico y trascendental?

La mayoría de tradiciones filosóficas o religiosas, en su manifestación exotérica, señalan un camino prometiendo un destino. Sabidurías, cielos o iluminaciones son el punto final para un inicio que queda caracterizado como falso, incorrecto, nebuloso o pecaminoso. Efectivamente, el ideal del destino permite marcar un campo de referencias respecto al bien y al mal con el que generar éticas, morales y políticas y, con ellas, instituciones capaces de modular e instrumentalizar dichas directrices. No obstante, ¿cómo es que la naturaleza en general y el ser humano en particular nace, de origen, imperfecto? ¿Cómo tachar lo dado de incorrecto y no cuestionar la propia interpretación de ello como tal?

Este conjunto de preguntas, lícitas, se orientan a cuestionar la dualidad que constituye dicho esquema y, principalmente, a dudar acerca del método de la propia búsqueda. ¿Por qué, preguntamos, es necesaria la odisea de búsqueda hacia fuera partiendo de una ausencia? ¿Por qué no cuestionar esa misma ausencia? ¿Y si fuéramos perfectos y fuera esta creencia en la imperfección lo problemático?

Paralelas a dichas interpretaciones, debemos señalar las prácticas esotéricas que, no formulando sistemas y directrices de moralidades, indican un recorrido inverso que no consiste en hallar un estado a través de un hacer activo, sino que reivindican la plenitud de lo dado, es decir, la perfección de lo que ya hay, de tal modo que el individuo sólo tiene que recordar (etimológicamente, volver a pasar por el corazón), aunque este sólo implica desenredar la madeja de la cosmovisión de creencias con las que se ubica en el mundo y lo pierde de vista. Mayoritariamente en Occidente, es un camino reivindicado a través de la capacidad cognoscitiva del individuo, ya sea a través de la capacidad para darse cuenta, desvelando, o a través de un ejercicio intelectivo capaz de superar las trabas de una racionalización limitada a lo formal. La mayéutica del primer Sócrates es un buen ejemplo como método. No obstante, también hay una rica tradición que señala lo corpóreo como vía a través de la que hacer este cambio en la mirada, dirigiéndola hacia uno mismo. En este caso, el cuerpo se instituye como umbral desde donde recuperar el pleno sentido.

El cuerpo es una de las expresiones más cercanas, de hecho, encarnada, de la realidad. Es una de las manifestaciones más radicales del monismo, si somos capaces de entender que no estamos posicionándonos en un materialismo clásico, sino que lo hacemos desde la visión spinoziana que luego desarrollaremos. ¿Cómo es que vivimos de espaldas a él? ¿Cómo es que vivimos de espaldas a nosotros mismos?

La tradición cultural en la que crecemos y vivimos se ha relacionado con lo corporal a través de la marginación, el desprecio, el olvido, el uso y el abuso. El cristianismo, el platonismo, la racionalidad cartesiana, por poner algunos ejemplos, han ido generando la sensación y la experiencia de vivir nuestro cuerpo como algo ajeno, alejándonos de una experiencia encarnada que ha facilitado la duplicidad y consecuente separación y enajenación respecto a nosotros mismos (recordemos el significado etimológico de enajenación: estar separado respecto a uno mismo). Este menosprecio generalizado ha venido propiciado por una dualidad expresada a través de la división cuerpo-mente o materia-alma, expresión a su vez, de la separación antes presentada y mucho más profunda entre dos ámbitos siempre en liza: lo ideal y lo real.

¿Por qué dicha contraposición? ¿Cómo es que seguimos manteniendo, sin cuestionarla, esta tradición cultural?

Ambas preguntas nos acercan al problema de la dualidad, expresado también a través de la paradoja de lo Uno y lo Múltiple, de si existe algo estable a través del cambio y el devenir. Esta interesante y profunda temática, que abordaremos más adelante, ha permitido y facilitado, en la medida que se ha querido priorizar la existencia de ambos polos, la cuestión de la dualidad. En la contraposición que alberga, abre un campo de coordenadas desde una polaridad expresada desde múltiples variantes (cuerpo-alma, cielo-tierra, individuo-mundo, Uno-Devenir, etc.) y con repercusiones que inciden en el campo de la moral o de la estética (bueno-malo, útil-inútil, perfecto-imperfecto, bello-feo).

Esta polaridad es posible que nos señale más cosas de nosotros que del mundo. Es decir, y esto lo analizaremos más adelante, la contraposición de mundos en los que, generalmente, también se construye un campo moral, habla de una necesidad propia, la de justificar el dolor del mundo por la existencia de otro que lo legitima y da sentido.

La separación de mundos ha permitido establecer morales, consuelos, políticas, etc. No obstante, es posible que indique más una necesidad nuestra que no una visión clara de la naturaleza o de la realidad. Una necesidad que se concreta, resumidamente, en imaginar una compensación para una vida que, interpretada a través de un campo subjetivo y de creer que somos alguien, recurrentemente es dolorosa. Esta estrategia con vistas al consuelo y la esperanza quizás es un engaño fundamentado en una interpretación errónea en sus puntos de partida y que ha ido adquiriendo, con la repetición, la tradición y la cultura, proporciones mayúsculas.

Quizás sea precisamente esta falsa dualidad la que pueda dar respuesta al problema del mal, tan anhelado por la filosofía, sin tener que culpar a la naturaleza de nuestra realidad. Como hemos dicho, es posible que no exista ningún mal o que éste, justamente, aparezca cuando, generando mundos ideales, contraponemos a la realidad ideales de perfección, justicia o belleza desde un antropocentrismo sustentando en la fantasía de creernos ser alguien y el apego que genera esta idea por la falsa sensación de seguridad y orientación que provee.

¿Qué dice tu cuerpo de ti?

¿Cómo te relacionas con tu cuerpo?

¿Qué postura adoptas frente a la vida?

¿Cómo respiras?

¿Qué filosofía de vida gesticulas, encarnas, aprietas o encubres?

Nuestro cuerpo es una dimensión que, en nuestra cotidianidad, mantenemos bajo la superficie de una mente que no se detiene. Nuestro pensar es una actividad frenética que anhela una lógica definitiva, generalmente un porqué, buscando un parapeto donde controlar lo que nos va pasando o lo que nos pasará, anhelando una atalaya desde la que obtener cierta seguridad. Vamos en pos de un pensar que no se detiene.

Hoy somos hijas e hijos de nuestra cultura. Es verdad que, progresivamente, van apareciendo voces, colectivos y movimientos que, llegados desde múltiples orígenes, vuelven a reivindicar lo corporal: el diálogo con múltiples filosofías de tradición oriental, ciertos discursos feministas o las reconfiguraciones de la racionalidad lógica que, poco a poco, va abriéndose a otras formas de entender el amplio concepto y experiencia de aquello que nombramos como pensar. Sin embargo, el pensamiento siempre es capaz de elaborar preciosos discursos de emancipación que no siempre tienen su repercusión, precisamente y en este caso, en el cuerpo. Los prejuicios, como las creencias, se han creado a la par que posturas, actitudes y gestos que los acompañan y, para dar la vuelta a unos, es preciso, también, voltear los otros.

Saber o intuir que nuestro cuerpo está subyugado, silenciado o marginado no es suficiente. Siendo un primer paso, es necesario volver a encarnarlo, volver a ocuparlo y habitarlo, habiendo hecho un recorrido de cuestionamiento y transformación personal que permita otro habitar, otra forma de estar.

Nuestra dinámica, manifestada en la expresión y el movimiento corporal, plasma fehacientemente tanto la tradición de la que somos herederos como la dinámica de un presente enzarzado entre la necesidad de ser una máquina o la desconexión más descarnada, ambas opciones expresiones de un olvido de nosotros. A través de ella, hemos relevado y olvidado nuestro cuerpo y la vida que palpita en nuestro fuero interno. No obstante el olvido, nuestro cuerpo nos habla y se expresa hacia el exterior con aquello que expresamos (o no) a través de nuestro malestar, a su vez, reflejado en tensiones cervicales, ansiedades, pálpitos o una cada vez más precaria y superficial respiración que tanto dice de nosotros y de nuestra vida.