Sueño en Guadalajara - José Baroja - E-Book

Sueño en Guadalajara E-Book

José Baroja

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Dirás que es el síndrome de Estocolmo el que te ata a una ciudad que reconoces como propia en tu memoria, aunque, tal vez, solo sea esa la ficción. Salpicados por  coloquialismos y jerga mexicana, y precedidos por epígrafes de escritores y filósofos que anticipan la lectura de cada relato, nos asomas a las vidas de muchas mujeres y algunos hombres que protagonizan o padecen "las cosas de Latinoamérica": corrupción y narcotráfico, desapariciones, machismo, borracheras, hipocresía, explotación y pobreza. Continente donde no hay trabajo que haga  posible cambiar los destinos, porque, cuando de verdad se realiza, se lo asume a lo Godín hasta la locura y la muerte.   Carolina Merino Risopatrón Académica

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JOSÉ BAROJA

Sueño en Guadalajara

y otros cuentos

1ª edición en formato electrónico: octubre 2023

© José Baroja

© De la presente edición Terra Ignota Ediciones

Diseño de cubierta: TastyFrog Studio

Terra Ignota Ediciones

c/ Bac de Roda, 63, Local 2

08005 – Barcelona

[email protected]

ISBN: 978-84-127720-7-4

THEMA: FYB 2ADSL

Esta es una obra de ficción. Todos los personajes, nombres, diálogos, lugares y hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor, o bien han sido utilizados en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas o hechos reales es mera coincidencia. Las ideas y opiniones vertidas en este libro son responsabilidad exclusiva de su autor.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 4

JOSÉ BAROJA

Sueño en Guadalajara

y otros cuentos

Prólogo

Resistir en la escritura

Viento y lluvia en Ciudad de México

Sueño en Guadalajara

Burocracia a la mexicana

Godín

De políticos e infamias

Rumba

Nada

El perfecto Godín

Donde existe Dios

Salud pública

Desapariciones

El arte de escribir

Vacaciones

La ciudad de la furia

Jacinto Peñafiel, héroe de la República

Pedro

El departamento 421

Peón

Alma luz

Enmienda

Una piedra y un camino

Papeleo

Nocaut

Esquizofrenia

Isolda

Expulsión

Puta

Reflejo

Fuego

Tribunal

Etzatlán

Primeras horas

Pequeños pasos

A mi esposa, la escritora mexicana Leyda Mariscal.

Primero tuve que perderme para encontrarnos

en Guadalajara.

Luego, Guadalajara se convirtió en el centro de mi Mundo.

Finalmente, tú, en mi esposa; la ciudad, en mi hogar.

Solo porque tú estás aquí.

Prólogo

Resistir en la escritura

Por fortuna, ¡Dios!, yo aún escribo, me resisto y escribo.

Sueño en Guadalajara

Y he aquí, Baroja, que te encuentro muy asentado lejos de Chile. En tu nuevo rol de testigo de los dolores de esos asalariados que se aprisionan como rebaño dentro de los camiones para intentar llegar a la hora a sus pinches trabajos y no ser despedidos por jefes dueños de sus cuerpos y sus almas. Casi todas y todos ellos transeúntes de una o varias ciudades (¡PORQUE YA NO SÉ CUÁNTAS GUADALAJARAS HAY!), que te atraen aún con sus miserias y mezquindades. Dirás enSueño en Guadalajara, suerte de ars poética que me permite cartografiar temas, motivos y personajes que recorrerán este volumen de 31 cuentos:

«Sobre la base de esta misma Guadalajara y, sobre todo, a partir de un México esculpido por contradicciones, que extrañamente me atraen so riesgo de arrebatarme la vida, la puedo imaginar a ella. Sí, cabrón, para que me entiendas, la imagino a ella y, por ende, la escribo…».

Dirás que es el síndrome de Estocolmo el que te ata a una ciudad que reconoces como propia en tu memoria, aunque, tal vez, solo sea esa la ficción. Salpicados por coloquialismos y jerga mexicana, y precedidos por epígrafes de escritores y filósofos que anticipan la lectura de cada relato, nos asomas a las vidas de muchas mujeres y algunos hombres que protagonizan o padecen «las cosas de Latinoamérica»: corrupción y narcotráfico, desapariciones, machismo, borracheras, hipocresía, explotación y pobreza. Continente donde no hay trabajo que haga posible cambiar los destinos, porque, cuando de verdad se realiza, se lo asume a lo godín hasta la locura y la muerte.

¡Tanta muerte, Baroja! ¿Es necesario exhibirla, te pregunto, como si no fuésemos conscientes de ella? Vidas segadas por la ceguera al cruzar las calles, o esfumadas en el recuerdo, o viniendo desde el más allá para advertir que las burocracias trascienden en el otro lado. Parecieras contarnos, sin embargo, que es posible vencer a la definitiva por el humor que recuperas de la mano de viejos entrañables: don Esteban bailando rumba a sus cojos ochenta y cuatro años; doña Julia riendo a carcajadas junto a San Pedro para no llorar de impotencia; o Isolda musitando en su lecho mortuorio obscenidades antiguas.

No serás creyente, pero casi no hay cuento sin que evoques —aunque no invoques— a la Virgen o los santos. Al punto de reconocer a Dios en la existencia de los niños. Aunque la infancia podrá ser Edad de oro, Paraíso perdido, como lo fue para la puta ¿chilena? que se murió acompañada de su mascota, o también un infierno de mierda. Entonces, Anita pasará de sonreír y agradecer por estar viva a morir a los cinco años a manos de su madre (Sueño en Guadalajara), o bien, a liberarse de la horrible bolsa-mundo (Pequeños pasos) al atravesar la avenida.

Continúo reconociendo en tu creación dos potentes motivos literarios que aquí se imbrican: el amor y la escritura. No por nada nos invitas a la lectura a través del epígrafe: «Tuve que perderme para encontrarnos en Guadalajara», dedicado a tu esposa Leyda, con quien te acompañas en el oficio.

El desafío de escribir se tematiza en la voz de un probablemente mismo narrador que rompiendo la cuarta pared le habla a sus personajes o al propio lector cuando le recuerda que todo cuento debe tener un conflicto o una desgracia. Algunas veces, Baroja, te muestras sarcásticamente en pleno proceso creativo. Así nos conminas a observar a Guarnieri, tu alter ego, quien ha optado por la literatura dejando atrás la seguridad de una vida convencional.

Dirás en Rumba: «He ahí el juego del escritor: todo trata sobre nosotros». Permíteme cuestionar esa afirmación. La literatura trata sobre todos y sobre todas cuando nos reconocemos en las miserias o temores que se vuelven paralizantes. Pero también cuando podemos celebrar la maravilla de vivir. Me das la razón cuando aceptas infructuosamente que has tratado de liberarte de los rostros de esos «otros» para construir tu ficción amorosa: «Los he vuelto a silenciar en mi cabeza; los he amordazado nuevamente en mi imaginación, pues yo mismo, cuando no escribo, me convierto en uno de ‘esos’» (Sueño en Guadalajara). Aunque no te lo hayas propuesto, tus cuentos les hacen un espacio a «esos» y «esas» que, como nos recuerda Sábato, en el encabezamiento de La ciudad de la furia: «Ya no se dice que son ‘los de abajo’ sino ‘los de fuera’».

Gracias al poder de la ficción, aunque solo sea por esta vez, tú los has hecho pasar.

Mg. Carolina Merino Risopatrón

Didacta de la lengua y la literatura

Universidad Católica del Maule

Talca, Chile

Viento y lluvia en Ciudad de México

Necesito, luego imagino.

Carlos Fuentes

El recuerdo se parece al viento, a veces cálido, gentil y proclive a una sonrisa, a veces violento, inmisericorde e inoportuno. El recuerdo se parece al viento, punto, y eso explica por qué el viento puede traer consigo el recuerdo. Quizá fuera el viento, pues me consta que Manuel solo pasaba frente al Palacio de Bellas Artes, cuando, repentinamente, una brisa helada, similar a otra del pasado, lo tocó. Entonces, involuntariamente, Manuel hizo el amago de quitarse la chamarra como en ese otro tiempo, aunque ahora, a su pesar, no encontró a nadie junto a él. «Faltas tú», pensó, justo antes de emprender una improvisada ruta hacia Reforma.

Casi a la misma hora, tal vez unos minutos después, Maia sintió un súbito escalofrío en Reforma. Me consta, una brisa helada, procedente desde el centro histórico de Ciudad de México, la tocó de un modo tan familiar que ella solo pudo sonreír. Entonces, Maia buscó instintivamente junto a ella esa chamarra que en otro tiempo solía estar ahí. «Faltas tú», pensó, al tiempo en que decidía desviar su camino, andar un poco más y encaminarse, sin razón aparente, hacia el Palacio de Bellas Artes. Como si fueran parte de un cuento, Maia y Manuel corrían el riesgo de reencontrarse.

Sin embargo, la resignación se parece a la lluvia de Ciudad de México, a veces triste, arbitraria e inoportuna. La resignación se parece a la lluvia, punto, y eso explica por qué la lluvia puede traer consigo la resignación. Quizá fuera eso, ya que mientras se dirigían hacia una impensada reunión en Balderas, el agua se dejó caer al modo de pesadas lágrimas, similares, cabrá decir, a las de ese melancólico adiós allá en Guadalajara. Entonces, me consta, ambos detuvieron sus pasos solo para colocar el punto y final a este cuento.

Sueño en Guadalajara

Los buenos terminan felices; los malos, desgraciados. Eso es la ficción.

Oscar Wilde

Aquí estoy. Sí, sin duda, aquí estoy; y aun así tú te atreves a preguntarme «qué hago aquí». ¡No seas culero! Escribo, cabrón, escribo; como bien lo sabes escribo cuando lo siento necesario; y, por si aposta lo has olvidado, te recordaré que siempre escribo sentado junto a ti. Junto a ti, cabrón. En especial, cuando percibo que «algo» se me ha extraviado dentro de este puto departamento en Guadalajara: una mínima «caja de zapatos» que me cuesta mil pesos al mes. Solo mil pesos, por obra y gracia de la santísima Virgen de Guadalupe, en la que, por supuesto, no creo. Pero a ti «eso» te debe dar igual: crea en Ellao no, nunca tengo esos mil pesos…

¿Que «cuánto debo» me preguntas? Aunque no tengo por qué contestarte, lo haré, ya que, cada vez que pongo mis dedos sobre este teclado, me cuesta un chingo callarme, casi como si se tratara de una enfermedad congénita; y esta noche no parece ser la excepción. En fin, ya son casi seis meses de renta.

¿Conforme? ¿Estás conforme? ¡Seis meses, cabrón! Y, válgame, lo raro es que yo sigo aquí. La verdad es que no entiendo por qué el casero aún no nos echa; por lo menos, a mí. No importa, cabrón. En lo que se decide a hacerlo u ocurre algún milagro de la Virgen, escribo y…

No te hagas el pendejo: ya vi cómo mirabas de reojo mi pantalla. Seguramente querrás saber acerca de qué chingados escribo ahora; si no por qué seguirías aquí aguantando mis quejas y malos modales; por qué mierda seguirías vigilándome de «ese modo» si no fuera porque… ¿Sabes qué? ¡A la verga! Te lo diré: redacto «algo» que podría parecer una minúscula e insignificante ficción para ti; no para mí. Escribo «algo» acerca de una chica. Escribo una «cosa poca» sobre una chava que vive en algún punto de un Guadalajara similar a este; tal vez, en Zapopan, por Santa Margarita; a lo mejor, cerca del Periférico… Lo hago, sí; al mismo tiempo en que intento no escuchar cómo la lluvia cae violenta sobre las desabrigas calles de allá afuera; porque, ambos lo sabemos: esta tierra tapatía aprovecha muy bien el agua cuando se trata de ahogar sus numerosísimos problemas…

¡No mames! ¿Por qué quieres malinterpretar mi comentario? Tú bien sabes que, pese a todo, pese a TODO, yo amo esta Guadalajara; que la amo desde que tengo memoria y uso de mi razón; aunque… Sí, es verdad, si hemos de ser sinceros, más de alguna vez he pensado que este amor mío, tal vez y solo tal vez, se trate más bien de una especie de síndrome de Estocolmo, uno que nos chingaron a la fuerza antes siquiera de abrir los ojos. Probablemente sea eso; cuestión que no resta al hecho de que, la de acá afuera, se trata de una ciudad atorada en la abultada cartera de algún político, de uno que otro burócrata o del mismísimo Chapo de turno, ya acostumbrados todos a «hacerse la América» cuando consiguen un tantito de poder; o lo heredan. Quizá hasta sea razonable decir que es una ciudad que se ha hecho enorme a fuerza de «plata y recorte»; quién sabe, posiblemente ya se ha hecho demasiado grande como para albergarnos a todos y, por eso, y por otras cosas que callo cuando no escribo, por muy fundadas y aterradoras razones, ahoga deliberadamente a quienes ya madreados vagan por sus calles durante una noche de tempestad como esta. Sí, tienes razón: excepto a esos entes de la «reverenda chingada» que pululan allá en el Congreso… O en el Narco, que acá en México es lo mismo. ¡Chingada madre!...

¡Y aun así! Sobre la base de esta misma Guadalajara y, sobre todo, a partir de un México esculpido por contradicciones, que extrañamente me atraen so riesgo de arrebatarme la vida, la puedo imaginar a ella. Sí, cabrón, para que me entiendas, la imagino a ella y, por ende, la escribo, viviendo en una Guadalajara que, aunque similar a esta, no es la misma que observo desde mi departamento; en palabras simples, es otra Guadalajara, otra pinche Guadalajara. Una en la que puedo imaginarla, a ella o a cualquiera, saliendo desde una casita acogedora, asentada en un tranquilo barrio popular, con la certeza, con la absoluta certeza, de que podrá regresar sin contrariedades a su hogar. Sí, a partir de esta Guadalajara, la puedo imaginar en esa otra, viviendo en un hogar constituido al modo en que lo haría cualquier familia mexicana de acá; pero, al mismo tiempo, distinto. ¿Distinto? ¡Va! Para que me comprendas: padre, madre, abuelos, tal vez, hermanos, todos juntos, todos dentro de una familia mexicana «feliz»; pero feliz «de veritas». No, no digo que se trate de un hogar perfecto; no obstante, sí es una familia que, contraria a la tradición que se dibuja como nata por «estos lados», cotidianamente desafía los machismos, los lugares comunes, las sonrisas falsas y las amabilidades forzadas; incluso cuestiona los compromisos de sangre, «esos» que ocultan bajo la cama la mugre de generaciones y generaciones de mexicanos, cubierta por una moral vetusta que, probablemente, alguien dogmatizó sobre un púlpito de la cruz como la única posible y que, lógicamente, se ancló como verdad del «ser mexicano» de esta Guadalajara en la que nosotros vivimos. «El ser mexicano», pinche concepto para el que no basta un Laberinto de la Soledad. ¡No manches!, sí que nos hemos llenado de pedos desde que a un güey se le ocurriera que el mejor lugar para fundar una ciudad era sobre un lago…

Por fortuna, en mi cabeza no llueve como acá; por el contrario, dentro de esta, el sol quema como en mayo. De hecho, ella viste muy convenientemente con los colores más primaverales que puedas imaginar; además, parece que danzara con cada paso que da, con cada gesto que ensaya y con cada sonrisa que le devuelve dadivosamente a esa otra Guadalajara que, tal vez, yo albergaba en el fondo de mi alma y que, por eso, escribo como si ella misma fuera el alma oculta de esta. La escribo, irónicamente, al mismo tiempo que la avenida López Mateos, acá afuera, comienza a inundarse como si fuera el principio del diluvio universal. Pronto los choques, los apagones, las hipotermias, los reclamos por el alumbrado público y un chingo de desaguisados esconderán las desapariciones, las tranzas, las muertes, la violencia doméstica, las corrupciones y un prolongado etcétera…

Y aun así, no sucederá lo mismo allá; no allá, donde ese vestido largo y amarillo rivalizará cómodamente con el mismísimo brillo del sol; situación que resaltará, a la vez, unos labios bermellón que, sin duda, esconden una promesa que todavía no será revelada en este cuento. ¿Hacia «dónde va» me preguntas? Posmira: ella se dirige a una librería del centro; una que por «esas cosas» del destino está cerca del Parque Rojo, a unas cuadras de Federalismo. Hacia allá va, ya que en aquel otro mundo, la gente lee mucho, muchísimo; aunque aquí también podría hacerlo si viera dentro de sí. ¡Ja! Y si te parece poco, allá los semáforos funcionan y los carros señalizan al doblar; aunque acá también podría suceder si todos vieran dentro de sí. Ya no tengo ninguna duda: hacia allá se dirige. Se lo ha dicho a su padre justo antes de darle un tierno beso en la mejilla.

En cosa de minutos o segundos o ya mismo, dependiendo de cuánto tarde en escribirlo y tú de leerlo o escucharlo, ella abordará el tren ligero: hará conexión en Ávila Camacho y se bajará en Juárez. Sí, en Juárez, lugar donde…

¡Chingados! Lugar donde en este momento, ahora mismo, la lluvia cae sin clemencia; donde, en este instante, el peso de cada gota ahoga el lamento de unos cuantos seres que se arrastran dentro de esta gran ciudad. Los silencia, los asfixia y yo escribo acerca de ella y acerca del alma de Guadalajara; escribo hasta que, de repente, los escucho, leve, muy leve, pero lo suficiente para que un escalofrío recorra toda mi espalda y mis manos se entumezcan condenándome, entonces, por mi pequeña ficción…

¡No! ¡NO! Dame un segundo. No estoy haciendo nada malo… Dame otro segundo más… Hecho…

Los he vuelto a silenciar en mi cabeza; los he amordazado nuevamente en mi imaginación, pues yo mismo, cuando no escribo, me convierto en uno de «esos». Por ahora, la lluvia… Al menos, hasta la mañana, cuando algunos reaparezcan, cuando reaparezcamos cubriendo el ancho de las calles, de las esquinas, unos abriendo las puertas de un OXXO, otros acampando a las afueras de alguna farmacia o arriba del camión cantando desafinadamente algún tema de Juan Gabriel; también estarán los que suban a regañadientes a sus carros, que sentados esperarán el fin del turno en sus oficinas, o los que jugarán al profesionista o al académico en las universidades escribiendo libros que nadie leerá... ¡Ahí estarán! ¡Hormigas de esta Guadalajara! ¡Ahí estaremos! Lo sé… Porque amo esta Guadalajara, la amo…

Dichosamente, mi imaginación aún está aquí; no como la de muchos de ellos, quienes ya la han enterrado en virtud de cosas más importantes. Lo sé: es ridículo. Cómo este mundo podría ser más importante que ella; que ella, quien ya ha atravesado uno de los torniquetes en Arcos de Zapopan: lo ha hecho con una sonrisa y un porte que parecen sacados de otra historia; incluso la guardia se ha sonrojado al verla desfilar con un paso seguro y confiado, acaso elegante, acaso sensual; gracias, en gran parte, a una familia y una ciudad que le han ofrecido desde su nacimiento todas las garantías para una vida que se entrevé enorme en el horizonte. ¡Qué hermosa es! ¡Qué benditos lucen sus veintitrés años!…

Sonrío, pienso en ella; incluso mientras la lluvia sigue cayendo acá afuera; mientras esta sigue limpiando a rajatabla la evidencia de los crímenes que abundan bajo y sobre el cemento de esta ciudad que yo amo; mientras esta sigue borrando la sangre que se filtra por sus rincones, intento último por eliminar a esos «niños héroes» que aún deambulan como espíritus en pena fuera de nuestra historiaoficial. ¡Me distrae, cabrón! ¡Me invita a no escribirla! ¡Maldita lluvia! Y, sin embargo, es cierto. Es cierto. No nos apendejemos: en esta Guadalajara, mi Guadalajara, la que amo por mi madre y mi padre, si no naciste en «cuna de oro», si no tienes la palanca ventajosa de nada te servirá cualquier puta aspiración que tengas; no en su Guadalajara, ¡PORQUE YA NO SÉ CUÁNTAS GUADALAJARAS HAY! Por eso, en esta, en la de nosotros, que no pagamos esos mil pesos al mes, la imaginación sobra; por eso, acá, nos invitan a desaparecerla para que así «llegar al día siguiente» sea lo único que te importe; y te importará más por cristiana resignación que por tu pinche libre albedrío…

¡Sin lana no hay imaginación perdurable en esta ciudad!...

Por fortuna, ¡Dios!, yo aún escribo, me resisto y escribo, aunque sea desquiciadamente para seguir «siendo» en un mundo que no quiere que «sea» a través de mis breves momentos de lucidez; porque, ya sabes, no les conviene a los de la «otra ciudad», de una Guadalajara que se multiplica hasta el infinito. A ciencia cierta, sea por eso, que cuando escribo acerca de ella, es como si con cada línea intentara regresar al útero de mi madre, con el fin de estar ajeno a «eso» que pasa acá afuera, dentro de estas otras «Guadalajaras» conjugada fuera de mis letras en una sola, casi perfecta en un específico quehacer que a falta de otro sustantivo llamaré «olvido»…

Una pausa… Una pausa…

¿Te atreves a preguntar «Por qué»? Dame un respiro, cabrón. Déjame respirar, por favor. Incluso, déjame observarte; déjame verte dentro de ese pinche espejo que siempre estuvo aquí. Déjame hacerlo, por favor, solo para recordarme quién eres realmente y por qué chingados te sigo hablando, porque mierda te sigo contando acerca de ella. ¡Ja! Posiblemente sea para recordarme que en verdad nadie está solo; que yo no estoy solo. ¡NO ESTOY SOLO! Estás tú. Schopenhauer decía que el deseo es nuestra condena; y yo, como todos, deseo ser parte de mi propia ficción, de una ficción distinta de la que todos consideran «verdad»…

«¿Cómo me veo?», me preguntas. Yo me pregunto si ¿se fijará en mí? Ahí está: de pie junto a la puerta del vagón, muy concentrada en el último libro de Carlos Ruiz Zafón; nunca me gustó el pinche Zafón, siempre fui de «cosas» que me hicieran fruncir el ceño, ya sea por desprecio contra mí mismo o contra el resto.

Tú lo sabes, por eso me miras así. Sí, cabrón, me creía «artista» en esta Guadalajara, en este México, en este mundo que amo. ¡Chingados!. Solo con «eso» ya tengo para establecer unas cuantas razones, muy bien fundamentadas, acerca de por qué ella no se fijaría en mí, de por qué no debería fijarse en mí; pero también recuerdo que este es un cuento y que, por ende, aquí yo soy dios.

¿Dios? Cristo. La Virgen. Esta Guadalajara es tan rica en catedrales, tan rica en apariencias, que estoy seguro de que estas son los verdaderos cimientos de la ciudad y de su infortunio: la lluvia limpia el pecado de este mundo…

¿Recuerdas a doñaMaría Magdalena? Sí, esa misma: escribimos “algo” sobre ella. Una especie de artículo de costumbres, en la que la retratábamos contemplando con sumo fervor los estigmas que algún olvidado artista del siglo XIX pintó excelsamente sobre los pies y manos de aquel mesías crucificado. Allí estaba, en proceso de santa devoción, mientras olvidaba el desprecio que le había regalado a Anita, una niña, quien recostada desde temprano, desde muy temprano, a los pies de la majestuosa entrada a la Casa del Señor, rogaba por «una monedita» para comer. Aunque la pinche verdad es que de comida poco, ya que «esa monedita» de seguro se convirtió en el precio mínimo a pagar por un techo, junto a aquellos a los que llama «familia» y que, por ello, defendería como fiera si fuera necesario, porque así es esta Guadalajara: «La familia es primero; aunque me mate»…

Cierto. Igual lo hará doña María Magdalena si toca la ocasión; también lo hará su hija, Isabel Ponce, siempre inquisidora, desde el cómodo espacio universitario; al menos con todo lo que no esté tras su propia puerta, pues el pecado siempre está lejos, seas o no cristiano, seas o no «morenista» o «priista» o la mamada que se te ocurra. Y, entretanto, la monedita no evitará que Anita sea golpeada por sus progenitores, quienes frustrados la maltratarán dentro del que debía ser su hogar, y que, de milagro; no, no de milagro, por puta caridad, permanece en pie en las afueras de la ciudad para que nadie lo vea, pues si en algo están de acuerdo las autoridades, y todos los que pueden, es que no la vean: ¡Otra ficción! ¡Pobre Anita! En cinco años fallecerá en manos de su madre, quien descargará sobre ella la misma violencia que vive a diario con su dísquese marido, pues acá es así. Punto. ¡Ni al pinche presidente le importa! ¿Por qué a nosotros?...