Superman es árabe - Joumana Haddad - E-Book

Superman es árabe E-Book

Joumana Haddad

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Beschreibung

Un aullido de exasperación provocado por una especie concreta de hombres: la especie macho, los Supermen, como les gusta verse a sí mismos. Este no es un manifiesto contra los hombres en general. Ni tampoco un manifiesto contra los hombres árabes en particular. Se trata, sin embargo, de un aullido de exasperación provocado por una especie concreta de hombres: la especie macho, los Supermen, como les gusta verse a sí mismos. Pero Superman es una mentira. En esta secuela explosiva de Yo maté a Sherezade, la escritora libanesa Joumana Haddad examina el sistema patriarcal que sigue dominando el mundo árabe y más allá. Desde las religiones monoteístas y su concepto de matrimonio al machismo institucionalizado y su constante doble rasero, Haddad reflexiona sobre la necesidad urgente de una nueva masculinidad para los nuevos tiempos de cambio y revolución que experimenta Oriente Medio.

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Primera edición: febrero 2014

© Joumana Haddad, 2012

© de la traducción: Jeannette L. Clariond

y Giampiero Bucci

© Vaso Roto Ediciones, 2014

ESPAÑA

C/ Alcalá 85, 7° izda.

28009 Madrid

[email protected]

www.vasoroto.com

Diseño de colección: Josep Bagà

Dibujo de cubierta: Richard Green

Queda rigurosamente prohibida sin laautorización de los titulares del copyright,bajo las sanciones establecidas por las leyes,la reproducción total o parcial de esta obrapor cualquier medio o procedimiento.

eISBN: 978-84-121910-9-7

Joumana Haddad

Superman es árabe

Acerca de Dios, el matrimonio, el macho y otros inventos desastrosos

Traducción de Jeannette L. Clariond y Giampiero Bucci

A mis dos hijos,Mounir y Ounsi.Que puedan crecer siendo menos «superhombres»y más verdaderos «hombres».Hombres de los cuales yo pueda estar orgullosa,hombres que estén orgullosos de serlo.

¿Qué es esto? No se trata de un libro, en el sentido clásico de la palabra. No, es un largo insulto, un escupitajo espiritual, una patada en los cojones de Dios, del Hombre, del Destino, del Tiempo… Yo cantaré para ti, desentonando tal vez, pero sí cantaré.

HENRY MILLER

Trópico de Cáncer

Desde la profundidad de mi instinto, prefiero a un hombre que sepa despertar mi fuerza, que sea muy demandante, que no dude de mi valor y tenacidad, que no me crea ingenua o inocente, que tenga el valor de tratarme como una mujer.

ANAÏS NIN

La tragedia del machismo es que un macho nunca lo es del todo.

GERMAINE GREER

Índice

Érase una vez…

1. ¿Por qué este libro?

El poema Perdido y encontrado

La pelea Elogio del egoísmo

La narración Nota para el lector

2. Cómo empezó todo (en general)

El poema Volviendo a empezar

La pelea Cara o cruz

La narración El Génesis, pero no como les gusta pensar que hubiera acontecido

3. Cómo empezó todo (para mí)

El poema Metáfora de amor

La pelea Dentro y fuera

La narración Encuentros cercanos con el segundo tipo

4. El desastroso invento del monoteísmo

El poema Dar las gracias

La pelea Por qué no

La narración No desearás la mujer de tu prójimo, y tampoco su asno

5. El desastroso invento del pecado original

El poema Volver a empezar

La pelea Preguntas políticamente incorrectas

La narración Lo malo, lo nocivo y lo feo

6. El desastroso invento del machismo

El poema Piénsalo dos veces

La pelea El reglamento del macho

La narración Las pelotas tienen precio

7. El desastroso invento de la guerra de los sexos

El poema Soy una mujer

La pelea Él dice que ella dice

La narración Primavera Árabe, la llaman

8. El desastroso invento de la castidad

El poema Receta para el insaciable

La pelea El pene: instrucciones de uso

La narración Perded toda inocencia, los que entráis

9. El desastroso invento del matrimonio

El poema Quietos

La pelea Dinámica de una milenaria metedura de pata

La narración Te acepto a ti como mi amor provisional

10. El desastroso invento del envejecimiento

El poema Teoría de la alcachofa

La pelea ¿Y qué?

La narración Todos podemos ser Peter Pan

Las bellas voces dentro de mí

Carta a mis hijos

Felices para siempre…

Lecturas ulteriores

Agradecimientos

Érase una vez…

Érase una vez una niña que lo que más amaba en el mundo era la lectura. Leía todo lo que caía en sus manos: los periódicos de su padre, las revistas de moda de su madre y todos los libros que llenaban la gran biblioteca de su casa. Leía hasta los delgados prospectos de las cajas de medicinas, que informaban a los usuarios sobre las dosis, la manera de suministrarlas y los efectos secundarios. Fue así como aprendió, a la edad de ocho años, que los antiácidos y el alcohol no eran una buena mezcla y que «el Ranitidine puede disminuir la absorción del diazepam y reducir su concentración de plasma»: todas advertencias que demostrarían no ser de gran utilidad en el transcurso de su vida.

Leía durante las comidas (para desesperación de su madre); a la hora del recreo escolar (con pena de los compañeros); durante las clases que no le interesaban (la tan sobrevalorada geografía); en los autobuses (razón por la cual no bajaba en su parada y siempre llegaba tarde); en los refugios en los cuales se protegía de las bombas de la guerra civil que tenía lugar en el exterior (más efectivos, hay que decirlo, que los tapones para los oídos)… Y en la noche, cuando todos dormían, ella seguía leyendo a la luz de una lámpara escondida bajo las sábanas.

Inútil decir que esa niña era yo.

En mi casa no había libros de historietas. En primer lugar porque eran un lujo muy caro, al menos para una modesta familia de clase media como lo era la mía. En segundo lugar, porque no eran lecturas suficientemente «serias» para un tradicionalista como mi padre, que despreciaba las frases que no había que leer dos veces para entenderlas. Así que yo prácticamente ignoraba la existencia de las historietas. Hasta que un día –tendría nueve o diez años– durante una visita a la casa de una tía, perdida y aburrida entre mis tres primos y mi hermano que jugaban a «cógeme si puedes», descubrí en un rincón una pila de revistas de Superman. Empecé a escarbar en ellas, como buscando algo. Qué gran hallazgo.

Inmediatamente me enamoré de Clark Kent. Era un hombre tímido, torpe, honrado, dulce y de buenos modales. En pocas palabras, era auténtico. Pero cada vez que se quitaba su atuendo cotidiano y se transformaba en Superman para volar a salvar al género humano, yo sentía malestar y angustia. No entendía por qué me molestaba tanto, ya que él era, a todas luces, un héroe digno de admiración. Pero no podía evitarlo. Me desagradaba ese personaje «más veloz que una bala y más potente que una locomotora», capaz de «desviar ríos caudalosos y doblar el acero con las manos desnudas». No podía ver a Clark Kent como un disfraz suyo, me parecía más verdadero lo contrario…, y me ofendía el cariño que Lois Lane le tenía y el rechazo que manifestaba por Kent.

Mucho, mucho tiempo después, comprendí de repente que este mundo (y las mujeres en él) no necesita «hombres hechos de acero». Necesita hombres auténticos. Auténticos, sí: con sus torpezas, sus temores, sus defectos, sus errores y sus debilidades. Hombres de verdad, sin identidades secretas. Hombres verdaderos que no crean que pueden ver más lejos que tú, u oír con más precisión que tú, correr más rápidamente que tú y, lo que es peor aún, pensar mejor que tú. Hombres verdaderos que no necesiten ponerse unas mallas azules y una capa roja (grotesca metáfora de la virilidad) para sentirse más poderosos. Hombres verdaderos que no se crean invencibles. Hombres verdaderos que no teman enseñar sus lados débiles. Hombres verdaderos que no escondan su verdadera personalidad a tus ojos (y tampoco a los suyos). Hombres verdaderos que no tengan vergüenza de pedir ayuda cuando la necesiten. Hombres verdaderos orgullosos de ser apoyados por ti, tanto como lo estarían de apoyarte. Hombres verdaderos que no se identifiquen con la dimensión de su pene y la anchura de su pecho. Hombres verdaderos que no se clasifiquen según sus hazañas sexuales. Hombres verdaderos que no se clasifiquen según su cuenta bancaria. Hombres verdaderos que sepan escucharte con atención, en lugar de intentar salvarte con arrogancia. Hombres verdaderos que no se sientan humillados y castrados si de vez en cuando no logran tener una erección. Hombres verdaderos que discutan contigo sobre la mejor solución a los problemas comunes, en lugar de decir con arrogancia: «Déjamelo a mí, yo lo soluciono». Hombres verdaderos que te consideren compañera, y no víctima/misión/trofeo. Hombres verdaderos que compartan contigo sus problemas y sus penas, en lugar de insistir en solucionarlos por su cuenta. Hombres verdaderos que, en pocas palabras, no sientan vergüenza en el instante de preguntar por el camino correcto, en lugar de afirmar que ya lo conocen (frecuentemente al precio de perderse).

Seguramente este mundo no necesita supermanes. ¿Por qué? Bien, en primer lugar porque es un personaje ficticio. Sobre esto, muchos de vosotros podríais decir: «¿Y qué? ¡Lo sabemos! Claro que lo es». ¡Bien! Adivinad: En mi mundo (y seguramente en algunas partes del vuestro, estoy segura), muchos creen que existe verdaderamente. Pero no es este el problema. Aquí no estoy hablando del síndrome del amigo/salvador imaginario. El verdadero problema es que los que creen en la idea de Superman también creen que lo son. Y actúan en consecuencia. Es llegado este punto cuando todo empieza a ir mal. Es así como los líderes se convierten en déspotas, los patrones en esclavistas, los creyentes en terroristas y los novios en opresores. Y todo bajo el lema: «Yo conozco tus problemas mejor que tú». Sí, un personaje de ficción puede convertirse en una desgracia para la humanidad. Y aunque a veces pueda parecer divertido, no lo es. Es triste. Y destructivo. Para uno mismo y para los demás.

Esta es la razón por la que, más tarde, me vino a la cabeza una analogía, una que me pareció muy creíble: Superman es árabe. La misma doble personalidad. La misma presuntuosa actitud de: «Yo puedo enderezar las cosas». Los mismos comportamientos machistas. La misma postura de: «Yo soy el bien y los demás son el mal». La misma idea delirante de: «Yo soy indestructible». Hay muchos autoproclamados superhéroes aquí, en mi vieja tierra árabe, ya depuestos o aún en el poder. Los más peligrosos son los terroristas: ¿cómo puedes luchar en contra de uno que quiere, que hasta anhela morir? Has perdido la batalla de antemano. Atrévete a prometer cincuenta vírgenes en un supuesto paraíso (un paraíso que así se parece más a un burdel) y la víctima de tal adoctrinamiento se tornará invencible (sigo preguntándome cómo podría uno arreglárselas con cincuenta vírgenes: ¿con dos o tres «profesionales» no sería la tarea más fácil?).

Estos terroristas, junto con los dictadores y los fanáticos religiosos, son los más famosos supermanes: Osama Bin Laden, Sadam Husein, Muamar Al Gaddafi, Hosni Mubarak, Abdullah bin Abdul Aziz Al Saud, Ayman Al Zawahiri, Mahmoud Ahmadinejad… Afortunadamente, algunos ya se habrán ido cuando estéis leyendo esto. Pero mientras sigan creciendo e hinchándose como levadura no podremos contar con la extinción de su especie.

Y no pasemos por alto los tipos menos conocidos de su clase. No olvidemos al prototipo número uno de supermán árabe: el padre, el hermano, el novio, el marido, el hijo, el vecino, el director ejecutivo, el mullah, el sheik, el periodista, el publicista, el político, el colega, etcétera. En suma: el chico normal.

Así es, Superman es árabe. Puede parecer potente, pero sus músculos solo son una máscara de sus inseguridades. Puede parecer auténtico, pero es falso. Una lejana imitación de un original que no puede igualar. Puede parecer resistente, pero no dura mucho. Cualquier desafío lo conmociona, lo hiere y lo quiebra. La kriptonita solo es una alegoría de sus innumerables debilidades secretas. Puede parecer amable, pero solo es asfixiante y opresivo. Puede parecer inteligente, pero si lo escuchas con atención verás que confunde virilidad con machismo, fe con fanatismo, ética con tradiciones rancias, bondad con egoísmo, protección con asfixia, amor con apropiación y fuerza con despotismo. Su superficie puede parecer agradable, pero su interior está podrido. Si abres la delgada concha no encontrarás más que mentiras, falsedades, cobardías e hipocresías. Puede proclamar que está salvando al mundo, pero es el mundo el que necesita ser salvado de él; y sobre todo es él quien necesita ser salvado de sí mismo.

Pero ¿cuándo nació este «modelo Superman»?

Todas las historias tienen un inicio. Una historia como esta, tan larga, tan aparentemente infinita, debe tener un inicio sugestivo. Bien, empezó así: Primero la confusión creó el miedo. Luego el miedo creó a Dios. Luego Dios inventó el concepto de pecado. Luego el concepto de pecado inventó al macho. Luego el macho inventó la docilidad de la mujer. Luego la docilidad de la mujer inventó el sigilo. Luego el sigilo inventó la máscara defensiva. Luego la máscara defensiva inventó la guerra de los sexos, junto con muchas otras cosas similares. Después todo volvió a la confusión.

No hay que reprochar solo a Superman su existencia y resistencia. No olvidemos que es la mujer la que desde el principio engendra a Superman: la ignorancia de las madres, la superficialidad de las novias, la aquiescencia de las hijas, la autovictimización de las hermanas, la pasividad de las esposas, etcétera. La admiración de Lois Lane por la parte falsa y exhibicionista del personaje a expensas de la otra, humilde y auténtica, es un claro y significativo ejemplo del papel que las mujeres juegan en la perpetuación de la raza del macho. Está claro, es un círculo vicioso, en el cual muchos quedan atrapados. Hombres y mujeres. Y con gusto. A ciegas o a sabiendas. Por esta razón debemos comprender que Superman es un hombre falso y de la peor calidad. Ha llegado la hora de que se quite el disfraz y se ponga su ropa cotidiana, de que desdeñemos las etiquetas ostentosas para buscar lo auténtico. En nosotras, antes que en otros lugares y en otras personas.

1. ¿POR QUÉ ESTE LIBRO?

Si no dices la verdad sobre ti mismo, no puedes decir la verdad sobre los otros.

VIRGINIA WOOLF

El poema

Perdido y encontrado

El mejor libro que pueda escribir

yace oculto en algún lugar

bajo los libros que he escrito:

lo sé.

Y tal vez,

tal vez

si busco bien

durante largo tiempo

lo encuentre algún día.

… Sin embargo algo me dice

que el mejor libro que habré de escribir

no es otra cosa que esos negros fragmentos sucios

atascados bajo mis uñas:

mis tercas uñas

que nunca se cansan de escarbar.

La diatriba

Elogio del egoísmo

Esto es parte de la belleza de todo tipo de literatura. Descubres que tus deseos son deseos universales, que no estás solo y aislado de los demás. Perteneces.

F. SCOTT FITZGERALD

Permitidme decirlo de la forma más franca y directa: no escribo porque quiera cambiar el mundo. No es mi principal objetivo cambiar el mundo (suponiendo que pudiera). Y tampoco lo es convertir a ilusionados monoteístas en ateos convencidos. Dejemos que los monoteístas naden en el gozo de sus ilusiones. Mi principal objetivo no es convencer a los machistas de que deben respetar a las mujeres y su dignidad. El segundo castigo de los machistas es ser machistas. Y el primer castigo es que yo, y otras mujeres (y hombres) como yo, existimos y estamos destinados a cruzarnos en el camino alguna vez.

Mi principal objetivo no es transformar en hipócritas a personas sinceras. Los hipócritas están mejor pudriéndose en el lodo de sus mentiras: lo que cuentan a los demás se lo cuentan a ellos mismos. Mi principal objetivo no es evidenciar la deshonestidad de la mayoría de los jefes religiosos. Charlatanería e idiotez merecen estar juntas. Mi principal objetivo no es destruir la decadente institución del matrimonio. Que los fanáticos del mítico «juntos hasta que la muerte nos separe» prosperen y procreen en el lecho de sus quimeras.

Mi principal objetivo no es persuadir a hombres opresores de que las mujeres (cuerpos y almas) no son de su propiedad; no mientras existan mujeres que lo crean tanto como los hombres. Mi principal objetivo no es convencer a las mujeres con burka de que están subyugadas por un instrumento de opresión patriarcal que además les lava el cerebro. Mi principal objetivo no es convencer a las chicas de Playboy de que están subyugadas por un instrumento de opresión patriarcal que además les lava el cerebro. Mi principal objetivo no es revelar la doble moral de nuestras sociedades hipócritas. La primera condición de la afirmación «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos» es que seamos, antes que todo, seres humanos. Y algunos no nacen con esa cualidad.

Juro (no «por Dios», no) que mi principal objetivo no es guiar a los perdidos, o alumbrar a los ciegos, o corromper a los piadosos, o aliviar a los neuróticos, o curar a los impotentes y a las frígidas. Mi principal objetivo es mi derecho a ser quien quiero ser; mi derecho a decir lo que quiero decir; mi derecho a tomar lo que quiero tomar; mi derecho a hacer lo que quiero hacer; a pesar de las responsabilidades que acompañan esos derechos, que yo dichosamente asumo.

No subestiméis los «mis» de arriba. Notadlos bien. No están allí por casualidad. ¿Egocéntricos? Sea. Altos y claros. Según mi modesta opinión eso es precisamente lo que el mundo necesita: más sinceros egoístas y menos falsos altruistas y benefactores.

Con todo, si –mientas que soy lo que quiero ser, y digo lo que quiero decir, y tomo lo que quiero tomar, y hago lo que quiero hacer– induzco a unos cuantos a ser lo que quieren ser, y a decir lo que quieren decir, y a tomar lo que quieren tomar, y a hacer lo que quieren hacer… me consideraré la persona más feliz sobre la faz de la tierra. Me siento orgullosa de estos «daños colaterales» que provoco, que me dan fuerza, determinación, tenacidad y pasión.

Creedme, mi principal objetivo no es cambiar el mundo. Lo que me importa es vivir y escribir. Es esta mi principal batalla. Mi principal motivo. Mi principal lucha. Vivir y escribir lo mío sin compromisos, sin corrupción, sin acuerdos bajo el agua. Vivir y escribir de mí al desnudo: como un poema recién salido de un vientre.

De esto se trata.

La narración

Nota para el lector

No tengo nada que ofrecer a nadie, que no sea mi confusión.

JACK KEROUAC

Estimado lector:

Antes de que comiences a hacer toda clase de suposiciones y a sacar conclusiones apresuradas, ten la amabilidad de tener en cuenta que, a pesar del flamígero título, este no es un manifiesto en contra de los hombres en general. Y tampoco un manifiesto en contra de los hombres árabes en particular.

Pero sí es un grito en la cara del sistema patriarcal y de su absurdo, por no hablar de sus vergonzosos «valores», efectos y fuentes: un grito escrito con pasión, no con veneno. Es también un grito en la cara de un subproducto específico de ese sistema: el tipo del macho, el tipo de mentalidad estrecha, el tipo neanderthaliano, el tipo que dice: «Tú solo existes a mi sombra»…