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Solo disponía de cinco días para decidir si quería casarse... o huir con el hombre de sus sueños Cassie Winters habría jurado que jamás se enamoraría, pero el hombre de sus sueños se había hecho realidad... y era guapísimo. Solo hacía veinticuatro horas que conocía a Matt y este ya había puesto todo su mundo patas arriba. El problema era que solo faltaban unos días antes de que se casara... con otro. Ya habían encargado la tarta, reservado la iglesia y enviado las invitaciones. ¿Conseguiría Matt convencerla para que por una vez en su vida obedeciera a su corazón en lugar de a su cabeza?
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Seitenzahl: 203
Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Debra D’Arcy
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Sus mejores intenciones, n.º 1809 - septiembre 2015
Título original: Almost Married
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6871-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Si te ha gustado este libro…
CASSIE hizo un esfuerzo por abrir los ojos, pero en cuanto estos captaron la luz, sintió un intenso dolor. ¿Qué había bebido la noche anterior?
Los cerró de nuevo con fuerza, se tapó con las sábanas y chasqueó la lengua. No tenía fuerzas para enfrentarse a la mañana.
Alguien tosió. Fue un sonido profundo y masculino.
Cassie sonrió para sí misma. Solo faltaba una semana para su boda con el inteligente y ambicioso Sebastian.
Debían de ser alrededor de las siete y veinte de la mañana y él se estaría preparando para ir a trabajar; se peinaría meticulosamente el pelo de color rubio rojizo, se quitaría las motas de polvo del traje, escogería una de sus corbatas de seda y guardaría sus documentos en su maletín.
Debería levantarse de la cama para despedirlo.
Cassie abrió cuidadosamente los ojos, fijando la vista en la almohada que había a su lado y en la hendidura que había en el lugar donde había descansado su prometido. A medida que sus ojos enfocaban, vio una rosa roja. Una perfecta rosa roja que empezaba a abrirse.
Cassie sonrió al oler su fragante aroma. No era propio de Sebastian ser tan romántico. Deslizó la mano por la almohada hasta tocar los suaves pétalos de la rosa.
–¿Qué hora es?
–Bien, estás despierta.
Cassie se quedó paralizada. ¡Aquella no era la voz de Sebastian! Aquella voz era más profunda, más ronca y completamente extraña para ella. Se incorporó en la cama; sintió una sacudida en la cabeza y pensó que iba a marearse.
Al pie de la cama vio a un extraño. Parecía tener treinta y pocos años, llevaba pantalones negros y una camisa blanca que se ajustaba sobre sus anchos hombros y resaltaba un vientre plano; un mechón de pelo color cobrizo le cubría la frente y sus oscuros ojos enmarcaban una atractiva cara. Sus manos eran grandes, más bien cuadradas y tenía el dedo gordo sobre sus exuberantes labios, conteniendo lo que parecía una sonrisa.
–¿Qué... ? –exclamó Cassie–. ¿Quién demonios eres tú?
–Yo soy Matthew Keegan. ¿Tú cómo te llamas?
El despreocupado tono en que dijo aquello hizo que Cassie se tensara; miró a su alrededor y vio que no estaba en su casa. Ni en la de Sebastian. Las paredes no eran ni de color melocotón como las suyas, ni de color blanco como las de Sebastian. Eran de un color amarillo limón que no le resultaba nada familiar; el mobiliario era moderno y los marcos de las ventanas estaban empotrados en las paredes.
–Estoy perdida.
–Y desnuda.
Cassie bajó la vista y vio que era cierto. ¡Estaba completamente desnuda! Agarró la sábana y se cubrió hasta la barbilla con ella. Sintió que se sonrojaba violentamente, al tiempo que se sobresaltaba. ¿Por qué no llevaba nada puesto? Ella siempre dormía con un camisón.
–¿Dónde está Sebastian? –gritó ella.
–¿Quién? –le preguntó el extraño, enarcando una ceja.
Cassie intentó desesperadamente pensar en preguntas y respuestas, pero la razón le había abandonado.
–¿Qué estoy haciendo aquí?
–Creo que resulta evidente –le dijo el extraño e inspiró profundamente mirando hacia el suelo–. Nos lo hemos pasado estupendamente.
Cassie tragó saliva. Aquello no le podía estar sucediendo a ella; era una mujer corriente, casi aburrida. ¡Si ni siquiera había cambiado de trabajo, ni de casa, ni de corte de pelo en los últimos cinco años! Aquel tipo de cosas no le sucedían a personas como ella.
–¿Hicimos... ? –comenzó a decir ella y miró la almohada que tenía a un lado, frunciendo el ceño–. ¿Yo... ? ¡Contigo no!
El hombre asintió.
–Desde luego que sí –afirmó el extraño, dándose la vuelta, al tiempo que se colocaba la camisa–. Y ahora si me disculpas, tengo que ir a trabajar.
El hombre se dirigió hacia la silla que había al pie de la cama y recogió un archivador que había encima.
–¡Espera! –exclamó Cassie, levantando la mano.
Aquello no tenía sentido. Ella nunca habría...
Necesitaba respuestas.
El hombre se movió con rapidez y determinación hacia la puerta.
–Por favor, espera.
Cassie se bajó de la cama, arrastrando la sábana con ella, procurando tapar cada centímetro de su cuerpo. Hizo un esfuerzo por recordar la noche anterior, pero su cabeza se negaba a trabajar.
–No... no recuerdo nada.
Él se dio la vuelta y sin soltar el pomo de la puerta, clavó su oscura y penetrante mirada en ella.
–No te preocupes. Estuviste maravillosa.
A Cassie se le cortó la respiración. Lentamente, levantó la cara hacia él y lo miró furiosa. Debía de sacarle al menos una cabeza y vio que era lo suficientemente atractivo para haber llamado su atención, y aunque su colonia era tentadora, Cassie sabía que no podía haber hecho nada. Desde luego no con un extraño tan arrogante como aquel tipo.
Que además tenía la osadía de sonreír.
Cassie le dio una sonora bofetada.
–No me refería a eso –espetó ella–. ¿Quién demonios eres? –le preguntó de nuevo, tapándose aún más con la sábana.
–Ya te lo he dicho. Me llamo Matt Keegan. ¿Y tú cómo te llamas?
Cassie lo miró fijamente a los ojos y se mordió el labio.
–¿No sabes quién soy?
–No –le dijo él y se aclaró la garganta–. Estábamos... demasiado ocupados con otras cosas –añadió, mientras deslizaba la vista a lo largo de la sábana.
Cassie sintió que se le formaba un nudo en el estómago y que los nervios se le ponían de punta.
–¡No! –exclamó ella, moviendo violentamente la cabeza y sintiendo un nudo en la garganta.
El hombre asintió, apartó la vista e hizo amago de salir por la puerta, pero Cassie lo agarró de la manga. Sintió que los músculos del hombre se tensaban bajo su mano y que se le entrecortaba la respiración.
–No lo entiendes. El próximo fin de semana me caso –le explicó ella.
Iba a ser una boda preciosa, con todo el boato ceremonial de costumbre, con toda su familia. Todo iba a ser perfecto.
¡Pero aquello!
El hombre evitó mirarla a los ojos.
–No lo amarás tanto si te has acostado conmigo.
Cassie sintió que la sangre le hervía.
–Puede que me haya despertado en tu cama...
–Desnuda.
–Desnuda –repitió Cassie y se fijó en el botón superior de su camisa, que estaba desabrochado y dejaba a la vista algo de vello moreno–. Pero... pero eso no significa que ocurriese nada.
–¿De verdad? Creo recordar cosas muy interesantes...
Cassie levantó la mano para interrumpirlo.
–Si estabas tan borracho como yo... –comenzó a decir Cassie, aunque no lograba recordar cómo podía haberse emborrachado tanto con unas pocas copas–... no creo que hubiésemos podido hacer nada.
–Si tú lo dices –le dijo él y le sonrió con los ojos, aunque no con la boca–. Si eso te hace sentir mejor.
Cassie lo miró furiosa. No le hacía sentirse mejor. Pero por la forma en que la miraba, Cassie no podía creer que hubiesen hecho nada.
Necesitaba saber cómo había ocurrido y por qué.
Y necesitaba saberlo cuanto antes. Solo faltaban cinco días para su boda.
MATT Keegan salió por la puerta y la cerró con fuerza tras de sí.
Mientras se alejaba a paso furioso por el pasillo, se preguntó cómo había permitido que lo enredaran en aquel asunto. Nunca habría imaginado que decirle a una mujer que se había acostado con él pudiera ser tan desagradable y tan discordante para su conciencia. Pero no había tenido otra alternativa.
Un hombre vestido con uniforme blanco lo interceptó en aquel momento.
–Señor Keegan, le esperan en el puente de mando.
–Voy para allá.
Matt consultó su reloj. Aquella mujer le había asegurado que la desconocida que había en su camarote solo tardaría unos minutos en despertarse, pero habían pasado dos horas. Aun así, no había sido capaz de despertarla. Se habría leído veinte mil veces el informe que tenía en las manos antes que despertarla. Lo que había hecho ya era suficientemente malo, para encima darle un susto de muerte.
Matt inspiró profundamente. Debía centrarse en su trabajo; era importante y al menos le hacía sentirse seguro.
Pero su cabeza no dejaba de darle vueltas.
Ella tenía el pelo negro como el azabache y lo llevaba casi tan corto como él; su piel, aunque mostraba evidentes restos de maquillaje de la noche anterior, era blanca y suave. Pero habían sido sus grandes ojos verdes los que habían llamado su atención. Y sus pechos.
Matt se pasó la mano por el pelo y aceleró el paso en un intento por sofocar el deseo que nacía en su interior.
No debería haberlo hecho. Parecía dolida, preocupada y completamente perdida.
De repente, pensó en Rob y sintió una punzada de dolor, diferente aunque demasiado familiar. Suspiró y pensó que no había tenido otra alternativa.
El puente de mando del transatlántico era la vanguardia de la tecnología punta y Matt no pudo evitar sonreír. Su empresa había recibido el encargo de dotar al puente de mando con la tecnología más moderna. Era el contrato más importante que habían firmado hasta aquel momento.
–Me alegro de que hayas podido venir –le dijo el capitán–. Te has perdido la botadura.
–Lo sé, pero tenía otros compromisos. ¿Cómo ha ido?
Matt miró por las ventanas hacia el vasto océano que tenían delante y después a la proa del transatlántico.
–Como la seda. Todo salió a la perfección.
Matt sintió una oleada de satisfacción. Su equipo había supervisado la operación y se había asegurado de que la botadura fuese perfecta. No había esperado menos.
Hizo una ronda por los terminales y examinó el equipo que su empresa había instalado, estudiando la información que aparecía en los monitores; un sistema operativo totalmente integrado para el barco.
Estaba orgulloso de lo que habían construido y de todo lo que habían logrado durante la última década.
Matt saludó a Carl, un hombre fornido que encajaba más sentado sobre una Harley Davidson que delante de un ordenador.
–¿Dónde está Rob?
Carl se enrolló las mangas hasta los codos, dejando a la vista su tatuaje rojo y negro de una cobra.
–En el despacho de seguridad, en la cubierta C. Por lo visto hay un problema técnico.
Matt asintió. Sabía que Rob lo solucionaría sin problemas. Sonrió. El trabajo era algo que él también solucionaba sin problemas. Al menos era más predecible que su vida privada.
Sus pensamientos regresaron al encuentro de aquella mañana y a ella. Él ya había cumplido con su parte y no tenía que hacer nada más, así que incluso podía olvidarse de ello como si nunca hubiese ocurrido.
Eso si lograba apartar la expresión de vulnerabilidad de aquella mujer de su cabeza.
Se sentó y centró su atención en el trabajo que tenía entre manos. Inspiró profundamente y se dijo que no tenía por qué preocuparse. Todo había terminado y no tendría que volver a mentir.
Cassie se apoyó contra la puerta y se llevó las manos a las sienes. Miró perpleja su ropa, esparcida por el suelo del cuarto de estar, en el mismo sitio donde debía de haber caído mientras se la quitaba, de camino a la cama.
«Respira y no pierdas los nervios», se dijo mentalmente. Quizá todo aquello fuese una broma. Sus compañeros de la oficina y sus amigas siempre estaban dispuestos a echarse unas risas.
Miró a su alrededor y sintió un peso terrible sobre sus hombros. Aquello no era divertido y la piel se le puso de gallina. Los recuerdos de su primer enamoramiento y de una cruel broma inundaron su cabeza. A los catorce años había sido una víctima fácil; su corazón había estado expuesto para que todos lo vieran. No había sido un secreto que le gustaba aquel chico, sino todo lo contrario. Había sido la comidilla durante los recreos y la hora de comer. Ella sabía que no tenía la más mínima posibilidad; aquel chico gustaba a todas y ella no era ni mucho menos perfecta. Sus facciones aún eran las de una niña pequeña, redondas y regordetas.
La tarjeta de San Valentín que había encontrado en su armario era normal, pero el garabato del interior lo decía todo: ella le gustaba. Recordaba haber sentido que el corazón le daba un vuelco e ingenuamente había sentido nacer la esperanza.
Él se había encontrado con ella detrás de los ordenadores de la clase, le había pedido que fuesen novios y ella había sido lo suficientemente tonta para creer cada palabra. Había sido el noviazgo más corto de la historia. Diez minutos más tarde, lo vio a él con casi todos sus compañeros de clase, riéndose de ella. Debería haberlo ignorado pero no lo hizo. Había tenido que soportar ser el objeto de su burla, delante de todo el mundo, porque no había sido lo suficientemente sensata para dejarlo pasar.
Cassie tragó saliva y echó un vistazo a su muñeca. ¿Dónde estaba su reloj?
Miró con desesperación hacia el techo. Todo su horario tirado por la borda. ¿Qué dirían en su reunión de las nueve en punto? ¿Y en la de las diez? Aquello no era precisamente el modelo de puntualidad y responsabilidad de la que se jactaba, tanto ella como su equipo de trabajo. Su consultoría para maximizar y rentabilizar el tiempo de los trabajadores, sería el hazmerreír si sus empleados no hacían algo al respecto.
Cassie sintió que la habitación se movía y extendió los brazos. O continuaba borracha o la habitación se había movido y el suelo había vibrado.
La habitación era compacta. Por el revestimiento con paneles de las paredes, el aprovechamiento del espacio, la escasez de mobiliario y la falta de toques personales, había pensado que estaba en un hotel o en una caravana.
Las ventanas eran grandes y estaban condenadas. Cassie apretó los dedos contra el cristal y vio el cielo azul por encima de su cabeza y el agua a sus pies. Se encontró a sí misma mirando al mar.
¡Continuaba en el barco!
¿Adónde demonios se dirigían?
Colocó las palmas de las manos sobre la fría superficie de cristal e intentó tranquilizarse. Deseaba poder respirar aire fresco para aclarar su cabeza e intentar encontrarle el sentido a todo aquello.
No había tierra a la vista.
Se quedó paralizada en medio de la habitación, intentando comprender cómo podía haberle sucedido aquello a ella.
Las imágenes de su despedida de soltera aparecían con claridad y fuerza en su cabeza. Había sido una sorpresa maravillosa para su última noche, ya que no había imaginado encontrarse con todos sus amigos y compañeros de trabajo, solo con su futuro esposo. Sebastian debía de haber utilizado sus contactos para pedir aquel favor.
Pero solo iba a ser una noche. ¡No un maldito crucero!
Habían reído y bailado, y le habían hecho unos regalos fantásticos.
Cassie miró a su alrededor y se preguntó si su amiga Eva se los habría llevado. De ser así, ¿por qué se había dejado a la novia?
Cassie entrelazó las manos. Necesitaba su agenda, toda su vida estaba en ella. Inspiró profundamente para tranquilizarse. Era lunes y ya era demasiado tarde para cambiar las reuniones del día, pero necesitaba saber qué más tenía pendiente. Necesitaba su agenda, sujetarla con fuerza contra su pecho. ¡Tenía que averiguar si lograría llegar a su propia boda!
Dio media vuelta y se acercó a recoger sus pantalones, que estaban en el suelo junto a la puerta y después recogió su blusa de color crema de en medio de la habitación. Vio que su sujetador colgaba del brazo de una silla que había en el rincón y encontró sus braguitas bajo las sábanas de la cama.
Cassie tragó saliva. Aquello no era ninguna broma.
Dio una patada al suelo; no era justo. Justo cuando pensaba que su vida comenzaba a ser perfecta, había llegado un cretino y la había arruinado.
Vio que su reloj estaba en el suelo bajo la mesilla de noche y lo recogió. Cassie deslizó el dedo por el cristal y la correa de oro, mientras observaba cómo pasaban los segundos. El tiempo era algo en lo que podía confiar.
Se puso el reloj e inmediatamente se sintió mejor; aquel contacto le proporcionaba seguridad. Al menos sabía qué hora era.
En aquella habitación no había más pertenencias suyas y tampoco vio su bolso. Se mordió el labio al pensar que existía la posibilidad de que la hubiesen robado mientras estaba borracha. Pero seguía sin comprender cómo había terminado en aquella habitación con aquel hombre.
Entró en el cuarto de baño y se miró en el espejo con los ojos abiertos de par en par. Sebastian estaría preocupado por ella; le gustaba saber dónde estaba en cada momento y con quién. Tendría que enviarle un mensaje o llamarlo. Él lo solucionaría todo.
Pero se llevó un dedo a los labios al preguntarse cómo se tomaría su prometido toda aquella situación. Todos sus planes se arruinarían por culpa de aquel hombre.
No dudaba que Matt Keegan era lo suficientemente atractivo y falto de escrúpulos para hacer suya cualquier mujer. Borracha o no. Prometida o no.
Cassie se vistió y se calzó. Sebastian no tenía por qué enterarse de aquello. En aquel barco nadie la conocía... pero tampoco sabía hacia dónde se dirigían. Solo sabía que estaba en medio del océano, alejándose de Australia.
Sintió que el corazón se le caía a los pies y se sentó en el borde de la cama.
¿Qué había ocurrido? ¿Por qué no podía ser la suya una vida sencilla?
Pero se irguió y se dijo que siempre se las había arreglado ella sola. Y aquella ocasión no tenía por qué ser diferente, de manera que no se quedaría allí tumbada. Miró hacia atrás, por encima de su hombro y al ver la cama deshecha sintió un escalofrío.
Averiguaría qué había sucedido exactamente entre Matt Keegan y ella, le diría que era un cretino desconsiderado y después se marcharía a casa y se casaría.
Y aquel sería el fin de la historia.
SEÑOR Keegan –dijo un oficial, dándole unos toques en el hombro.
Matt levantó una mano. No quería que lo interrumpiesen; había supervisado el funcionamiento del sistema durante las últimas dos horas casi sin pestañear y estaba a punto de terminar su diagnóstico. Pero aún le quedaban unos minutos...
Pensaba que debía de ser uno de los hombres más afortunados sobre la tierra. Había logrado una beca para estudiar en la Universidad Bond y después le habían ofrecido trabajar con Thomas Boyton, un emprendedor hombre de negocios que miraba hacia el futuro. Thomas le respaldó y lo ayudó a poner en marcha una rama especializada de sistemas electrónicos informatizados, haciendo realidad los sueños de Matt. Su equipo de trabajo era el mejor de toda Australia y las cosas le estaban saliendo a pedir de boca.
El hombre que estaba a su lado se aclaró la garganta.
–Señor Keegan. Hay una mujer que pregunta por usted.
Matt miró perplejo el monitor.
–¿Una qué?
–Una mujer –repitió el hombre, moviendo nervioso los pies–. Ya sabe... el sexo contrario –añadió en voz baja.
Matt intentó comprender qué estaba sucediendo. ¿Quién pretendía interrumpirle?
¡Maldita sea! El trabajo era el trabajo. Matt levantó la vista de la pantalla.
Ella estaba de pie junto a la puerta. Se había duchado y se había vestido; unos pantalones le cubrían las largas piernas y una blusa ocultaba sus exuberantes pechos. Llevaba el pelo suelto, y con la raya a un lado. Sus verdes ojos se clavaron en él y Matt sintió que le atravesaban el pecho.
Tragó saliva.
–De acuerdo. Dile que espere. Enseguida termino.
Matt despidió al oficial con la mano y bajó de nuevo la vista al monitor, intentando ignorar la punzada de culpa que lo atenazaba.
Intentó concentrarse en la información que aparecía en la pantalla, tenía que centrarse en su trabajo... tenía que pensar y analizar los datos. Si aquellas cifras coincidían con las de la experiencia piloto, podría tomarse aquel viaje como unas merecidas vacaciones. Pero Matt conocía demasiado bien su trabajo y los ordenadores para saber que los planes no siempre salían de la manera esperada.
–Señor.
–¿Qué? –espetó Matt.
Golpeó una tecla y miró furioso al joven oficial, el cual se movió incómodo.
–La mujer es muy insistente. Se niega a marcharse de la puerta.
–¿Y qué? Déjala que se quede ahí.
Matt apretó los puños, negándose a mirar en aquella dirección. El trato había sido de cinco minutos de conversación, nada más. No podían pretender que continuase con aquella farsa.
–Está bloqueando el paso, señor.
¡Maldita sea! Desde el principio supo que sería más difícil de lo que le habían dicho. Las cosas nunca eran sencillas, sobre todo si había una mujer de por medio.
Golpeó el teclado del ordenador con fuerza y salvó la información.
–Carl, ¿puedes imprimirlo? –gritó furioso.
Carl levantó la vista y enarcó una ceja. Resultaba evidente que se hacía cargo de la situación.
–Por supuesto.
Matt se dirigió furioso hacia ella. Podía sentir cómo Carl le seguía con la mirada y casi podía oír la avalancha de preguntas que tendría que contestar más tarde.
¡Por el amor de Dios, tenía que terminar su trabajo! Lo había dejado claro desde el principio, pero aun así le habían dejado aquel asunto entre manos.
Tragó saliva. No quería hacerlo, no quería enfrentarse a ella y a su propia conciencia por lo que había hecho. Fuese cual fuese la razón.
Por la forma en que ella lo miraba y levantaba la barbilla, Matt sabía que arremetería furiosa contra él. Pero aquello no formaba parte del trato.
Decidió mirarla como si fuera su subordinada y de aquella manera quizá la ahuyentara.
Pero Cassie no se inmutó.
Sus verdes ojos brillaban con inteligencia, manteniendo su furiosa mirada.
Cassie estaba furiosa. Estaba furiosa consigo misma por encontrarse metida en aquel lío y furiosa con aquel hombre por su implicación.
Y aunque no podía negar que era muy atractivo, la forma en que la miraba en aquel momento no le habría inducido a meterse en la cama con él la noche anterior.
Sus ojos se habían oscurecido y tenía los labios apretados en una fina línea.
–Señorita, yo soy un hombre muy ocupado –le dijo él, en un tono profundo pero suave.
Ella se revolvió visiblemente.
–Pues en lo que a mí respecta, no lo suficientemente ocupado. Tienes una responsabilidad.
–¿De verdad?
Matt se mantuvo inmóvil, con la espalda rígida y los brazos cruzados sobre el pecho.
–Sí.
Cassie se irguió e intentó mirarlo con frialdad.
–¿Y cuál es?
–Decirme, para empezar, dónde demonios estoy.
Cassie miró rápidamente a su alrededor, consciente de la escena que estaba montando. Pero pensó que aquel hombre se merecía toda la humillación que ella pudiera provocarle.
–En el puente de mando de un barco.
–De eso me he dado cuenta, gracias.
Le había llevado un tiempo considerable encontrar el vestíbulo y aún más, convencer a alguien para que la llevase hasta Matt Keegan.
–¿Y adónde nos dirigimos?
–A Nueva Zelanda. Es el viaje inaugural de La Princesa del Pacífico.
–¡Nueva Zelanda! –exclamó ella, pensando que si se perdía su propia boda... lo mataría–. ¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar?