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La estaba conquistando un hombre al que deseaba pero al que no podía tener... Para ayudar al negocio de su hermana, Roxanne Gray aceptó un empleo en el que tendría que pasar mucho tiempo con el importante arquitecto Cade Taylor Watson. Lo cual no era precisamente un suplicio porque era alto, guapo e irresistiblemente atractivo. Pero también era terreno prohibido, así que no debía dejarse llevar. El problema era que Cade también sentía algo por Roxanne... y así comenzó una persecución que quizá terminara en el altar...
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Seitenzahl: 178
Veröffentlichungsjahr: 2017
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2005 Debra D’Arcy
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pasión arriesgada, n.º 2000 - julio 2017
Título original: The Bridal Chase
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-079-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Si te ha gustado este libro…
ROXANNE Gray miró al techo y dejó escapar un largo suspiro. El local estaba lleno y había mucho ruido, pero no podía ser en otro sitio más que en aquel bar.
Tenía que mostrarse disponible y dispuesta a meterse en la cama con él sin esfuerzo alguno por su parte. ¿En qué se estaba metiendo?
Le había llevado mucho tiempo preparar aquello y se había dado cuenta de que no podía hacerse la encontradiza con él en ningún otro sitio. No podía ser en una biblioteca, ya que la tomaría por una mujer demasiado intelectual para irse inmediatamente a la cama con él. Tampoco podía ser en un centro comercial porque, aunque ella se sentiría como en casa, no podía esperar eternamente a que él fuera a uno.
Roxanne jugueteó con el tallo de su copa para tratar de calmar el temblor de sus manos. Tampoco lo encontraría en el transporte público porque estaba segura de que él no lo usaba. Probablemente tendría un bonito coche aparcado en algún lugar y si por alguna casualidad tuviera que tomar el autobús o el tren, ¿habría alguna posibilidad de que se fijara en ella?
Miró a su alrededor y respiró hondo para calmarse. Lo único de lo que tenía que preocuparse en aquel momento era de encontrarse con él.
En un principio, había pensado que el lugar adecuado para provocar el encuentro sería su oficina, pero había desechado la idea ya que allí no conseguiría lo que quería.
Dirigió la mirada hacia la puerta con la idea de escapar de allí. No tenía sentido llegar tan lejos para obtener pruebas, ¿o acaso sí?
Sí, tenía que hacerlo, se dijo. Necesitaba un acercamiento rápido y efectivo y aquel bar era un buen lugar para conseguirlo.
Sonrió al reparar en el prototipo de mujer en el que se había convertido aquella tarde, sentada en un bar con un diminuto vestido negro de gran escote. Tomó un sorbo del daiquiri de fresa como si fuera su único seguro contra la locura. No podía creer lo que estaba haciendo…
Tratando de controlar el pánico que sentía, Roxanne puso el libro a un lado. Le había dado algunas buenas ideas de cómo hacer todo aquello. Lo había comprado de camino, en una pequeña librería al final de la calle. Dedicaba un capítulo completo al arte de seducir a una mujer. No había encontrado ninguno sobre cómo seducir a un hombre. Quizá fuera porque no era algo tan difícil o porque las mujeres no solían hacerlo. De cualquier manera, el libro le había dado algunos consejos.
Tomó otro sorbo de daiquiri disfrutando del sabor dulce y afrutado. Quizá el ron que contenía le diera el suficiente coraje para llevar a cabo aquello. Confiaba en que se fijara en ella y cayera en su trampa.
Roxanne trató de sonreír al camarero, pero no pudo. A su cabeza acudieron las frases que llevaba preparadas para iniciar una conversación con él, pero le fue imposible articular palabra al recordar su objetivo.
En un intento de ignorar el nudo que sentía en el estómago, giró el taburete. El bar seguía llenándose de hombres trajeados que acudían desde todos los rincones de la ciudad a tomarse una copa antes de regresar a sus casas, junto a sus familias. Algunos habían quedado allí para regresar juntos y otros para reunirse con sus amigos antes de irse a otra parte.
Aquel bar era el lugar de moda entre los hombres de negocios de Sydney. Modernas pinturas colgaban de sus paredes iluminadas por potentes focos mientras que el resto del local permanecía en penumbra, lo que le daba un ambiente de intimidad y privacidad a pesar del escaso espacio con el que contaba.
La barra de mármol negro se extendía de un extremo a otro del local. También había mesas con taburetes cromados que habían sido colocados para aumentar la capacidad del bar más que para relajarse. Y Roxanne estaba lejos de sentirse relajada.
No quería estar allí ni tampoco conocerlo.
Cade Taylor Watson. ¡Vaya un nombre! Miró la foto que tenía guardada entre las páginas del libro. Su fuerte mandíbula y sus atractivos rasgos le daban un aspecto y una presencia imponente.
Tomó la copa entre sus manos y comprobó que seguía temblando. Aquello no iba a ser fácil. Dio un largo trago a su bebida y volvió a recorrer con la mirada el local, temiendo no haber advertido su llegada.
De pronto lo vio, junto a la puerta.
Su corazón comenzó a latir con fuerza.
Era fácil distinguirlo. Medía casi dos metros y sobresalía de los demás hombres que había alrededor. Vestía un elegante traje color azul oscuro. Su pelo era rubio dorado, en perfecta armonía con sus ojos de color avellana, y lo llevaba más corto en los lados. Posó la mirada unos instantes en ella y siguió mirando a su alrededor. Era evidente que estaba buscando a alguien.
Roxanne dejó escapar el aire de sus pulmones y sintió que su pecho se relajaba. Bueno, al parecer no se había producido la atracción inmediata que había esperado que se produjese. Habría preferido que sus ojos se clavasen en ella. Entonces, él se habría acercado a ella para conocerla y así, habría tenido oportunidad de pronunciar aquellas frases que traía preparadas para iniciar una conversación.
Ahora tenía que ser ella la que rompiera el hielo.
Dio otro trago a su bebida. ¿Podía seguir allí sentada y esperar a que él la invitara a tomar una copa, confiando en que su aspecto y el diminuto vestido negro que llevaba puesto dieran su resultado?
No.
Se puso de pie y se alisó lentamente el vestido. Tomó el bolso y se dirigió hacia él. Sentía que las mejillas le ardían.
Caminó despacio, contoneando las caderas y provocando el vaivén de sus pechos, hasta la pequeña mesa junto a la ventana en la que él se había sentado.
Había llegado el momento. Podía hacerlo. Era una profesional o al menos pretendía aparentarlo.
Él estaba inclinado sobre la mesa y garabateaba algo en una servilleta. ¿La lista de la compra? ¿Una carta?
Lo tocó en el hombro y a través de la chaqueta sintió calor bajo su mano. De pronto reparó en lo mucho que hacía que no estaba tan cerca de un hombre y tragó saliva.
–Disculpe –dijo Roxanne en tono amable. No podía mostrarse dubitativa. Debía ser fuerte, independiente y atrevida.
Él se giró con el bolígrafo en la mano.
–¿Sí?
Al oír su voz grave y profunda, se estremeció. Abrió la boca para decir algo, pero no le salían las palabras. ¡Cade Taylor Watson era impresionante!
Sus ojos se encontraron y Roxanne comprobó cómo él dirigía una rápida mirada al atuendo que llevaba y, con un poco de suerte, advertiría las curvas de su cuerpo que aquel vestido resaltaba. ¿Se habría percatado de lo buena pareja que hacían? ¿Qué sentiría al recorrer con sus manos aquel fantástico cuerpo masculino?
Roxanne abrió la boca, pero no pudo articular palabra. Era más guapo de lo que había imaginado. Irradiaba una energía que sólo se percibía teniéndolo allí, frente a ella. Y en aquel momento la estaba sintiendo.
–¿Puedo ayudarla? –se ofreció dirigiéndole una cálida y amable sonrisa.
¿Ayudarla? ¿Qué tal si la invitaba a retozar bajo sus sábanas?
Ella se humedeció los labios. Se sentía confusa y no sabía qué hacer o de qué hablar. ¿Del tiempo? ¿De política?
–Yo…
Él arqueó una ceja sin dejar de juguetear con el bolígrafo entre sus dedos.
–Yo… –balbuceó Roxanne de nuevo, desviando la atención de los sensuales labios de aquel hombre hacia sus ojos. Podía hacerlo. Tenía que hacerlo. Había ensayado y estaba preparada–. ¿Tienes las piernas cansadas? –preguntó tratando de sonreír, tal y como aconsejaba el libro–. Porque no he dejado de perseguirte en mis sueños.
–Vaya –murmuró él y una sonrisa se dibujó en sus labios–. Creo que nunca había oído eso antes.
–No me digas que tampoco habías usado esa frase para conocer a alguna mujer –comentó Roxanne.
–No, pero conozco muchas otras para conseguir lo mismo.
Roxanne no pudo más que sonreír. Había roto el hielo. No estaba mal. Aunque habría preferido que lo hubiera hecho él. Todo hubiera sido más fácil.
–Debería haber empezado por el tiempo –comentó.
Él se rascó la barbilla como si tratara de ocultar la sonrisa.
–No hubiera sido tan memorable ni tan gracioso.
Estaban iniciando una conversación. No estaba mal.
–Gracias. No sabes lo difícil que es romper el hielo.
Cade asintió, arqueó una ceja y se guardó el bolígrafo junto a la servilleta en el bolsillo de su camisa.
–Lo sé. Yo mismo lo he hecho muchas veces, pero he de reconocer que nunca he estado al otro lado.
–¿De veras? –dijo Roxanne. ¿Estaba sonriendo demasiado? Al parecer, sí. Sentía que las mejillas le dolían. Tenía que calmarse.
–Eres la primera que lo hace.
–Así que… –recorrió con la mirada el local. Estaba entrando en la segunda fase. Había logrado llamar su atención y ahora todo lo que tenía que hacer era conseguir una señal de que estaba dispuesto a hacer algo más que charlar con ella.–. ¿Puedo…?
Alguien la tocó en el hombro. Se giró obligándose a desviar la mirada de Cade hacia el motivo de la interrupción.
–Se ha dejado su libro en la barra, señorita –le dijo el camarero, entregándoselo.
¡Oh, no! Rápidamente, le arrancó el libro de las manos al muchacho antes de que todo el mundo, incluido Cade, lo vieran. El perfecto seductor no la iba ayudar en absoluto en su objetivo.
Metió el libro en el bolso y luchó con la cremallera para cerrarla. Aquellos segundos se le hicieron eternos.
Roxanne se giró y forzó una sonrisa. Pero el taburete estaba vacío.
Una sensación de vacío la embargó. Trató de reír ante su fracaso, pero no pudo. ¿Qué había pasado?
¿Se habría ido a pedir una copa, al baño, a hablar con un amigo? Roxanne miró a su alrededor, pero no vio a aquel rubio tan guapo.
Lo había perdido.
¿Qué iba a decirle su hermana cuando se enterara? Se suponía que estaba ayudándola, pero al parecer lo había echado todo a perder.
De pronto, divisó un traje azul a través de la ventana. Cade Taylor Watson estaba fuera rodeando con su brazo a una mujer.
Se acercó a la ventana.
Roxanne la reconoció inmediatamente. Al pensar en los motivos por los que estaba haciendo aquello, en su hermana y en su fracaso, sintió un nudo en la boca del estómago.
Apoyó la cabeza en la ventana. Su primer caso como detective había fracasado. Aunque lo cierto era que no había contado con el tiempo suficiente. Él había llegado tarde y aquella mujer demasiado pronto. Y ahora, allí estaba ella y se había quedado sin nada.
CADE dirigió la mirada hacia el bar y tuvo una extraña sensación.
Si las circunstancias hubieran sido otras, como hasta unos meses antes, hubiera hecho falta un huracán para separarlo de una mujer tan única y original. Ahora, era suficiente con Heather.
No tenía otra opción. Heather había llegado justo a tiempo. Quería haberse despedido de la aquella alta y curvilínea belleza de sonrisa increíble, pero no había podido. Era mejor no haberlo hecho, ya que Heather no lo habría entendido.
Heather era bonita, tenía éxito y clase, pero no era comprensiva. Conocerla en la inauguración de una galería justo después de haber decidido que había llegado el momento de sentar la cabeza y casarse, había sido cosa del destino. Parecía la mujer perfecta.
Se dirigió con Heather hacia el aparcamiento, tratando de pensar tan sólo en su prometida y no en la mujer que acababa de conocer. Debería haberle dicho algo antes de irse, haberse mostrado agradecido por la atención que le había dedicado. El pensar que la había abandonado siendo tan segura y agradable lo hacía sentirse culpable.
–¿Qué tal tu día? –preguntó a Heather mientras le abría la puerta de su Lexus negro.
–Lo habitual, cariño. ¿Qué tal el tuyo? –dijo ella esbozando una de sus deslumbrantes sonrisas.
–Bien.
Ella se giró hacia él y le dirigió una mirada penetrante.
–Me ha parecido verte hablando con una mujer en el bar, ¿me equivoco?
La pregunta ya estaba hecha y Cade sintió como si hubiera recibido un disparo en el pecho. Por el tono de su voz, era evidente que había sacado sus propias conclusiones.
Él se encogió de hombros con gesto inocente.
–¿La que me ha preguntado la hora? –dijo, y rodeó el coche.
Aquella mujer había iniciado una conversación con él, pero no hacia falta que Heather lo supiera. Eso sólo la disgustaría y por nada del mundo quería hacerlo. Además, no había pasado nada.
–¿Adónde vamos esta noche? –preguntó ella como si ya hubiera olvidado todo el asunto.
Se alegraba. No quería entrar en ese tema. No estaba seguro de que debiera sentir lo que sentía por alguien que no fuera Heather.
El caso era que últimamente no le parecía sentirse tan próximo a su prometida como en un principio. Claro que ella estaba muy ocupada con su carrera, sus compromisos con amigos y familiares, además de con los planes de la boda.
Los preparativos de boda parecían estar consumiendo todo el tiempo libre del que ella disponía, a pesar de haber contratado los servicios de un organizador de bodas y contar con la ayuda de las madres de ambos. Apenas quedaban dos semanas para el gran evento.
Respiró hondo. Todo volvería a ser como antes de la boda. Además, todo el mundo quería a Heather. No había de qué preocuparse. Tan sólo deseaba que los preparativos no le ocuparan tanto tiempo y poder estar juntos para conocerse mejor. Aunque para eso ya tendrían el resto de sus vidas.
–¿Qué te parece si cenamos en The Palace? –preguntó él mientras se acomodaba frente al volante.
A Heather le gustaba cenar en los mejores restaurantes y que la sorprendieran con atenciones y regalos y él disfrutaba haciéndola feliz. De pronto recordó algo. Alargó el brazo al asiento trasero y tomó un pequeño paquete.
–Esto es para ti.
–¡Oh, gracias! Ya sabes lo que me gustan las sorpresas.
Encendió el motor, apartando la imagen de aquella misteriosa belleza. Ahora que lo tenía todo, no estaba dispuesto a arriesgarlo por nada.
Miró hacia la mujer que pronto se convertiría en su esposa y sintió cómo la tensión de sus hombros desaparecía. Iba impecablemente vestida, como siempre e incluso después de un día de trabajo, estaba perfecta. Aunque tenía que reconocer que su belleza no era tan natural como la de la desconocida del bar. Todavía recordaba la dulce fragancia a vainilla de aquella mujer.
Pero todo eso no importaba. A Heather le gustaban los perfumes caros, la ropa de marca, su familia y por supuesto, él. Eso era lo único importante. Juntos, iban a tener una vida perfecta. Ella representaba todo lo que él siempre había deseado.
Roxanne dejó caer la cabeza sobre el escritorio una y otra vez. ¿Por qué? ¿Qué había de malo en ella? ¿Por qué había tratado de abordarlo justo minutos antes de que llegara su prometida? De todas formas, nada habría pasado: él apenas se había fijado en ella. Ningún hombre pondría en riesgo lo que él tenía.
No podía dejar de pensar en ello.
Se frotó la frente. Quizá se habría fijado más en ella si su vestido hubiera sido más corto, más sexy y más rojo.
Suspiró y dejó caer la cabeza sobre la mesa una vez más, permaneciendo así con el rostro oculto. No tenía esperanza.
¿Qué clase de detective era? Ni siquiera había mirado su reloj para comprobar de cuánto tiempo disponía. No había reparado en ello hasta que lo vio salir por la puerta, como si fuera un dios vestido con su impecable traje azul, rodeado de mortales.
Había pensado que sería más fácil después de las novelas de detectives que había leído y de los programas que había visto en la televisión.
Miró a su alrededor en la oficina desde la que su hermana Nadine llevaba su propio negocio. No era el típico despacho de un detective. Era una pequeña oficina, con sitio suficiente para dos escritorios, un par de papeleras y armarios en tres de las paredes que Rory, la hija de Nadine, había decorado con sus dibujos.
Un puñado de juguetes descansaba en un rincón sobre una pequeña mesa que ocupaba Rory los días en que no iba a la guardería.
La ventana del lado oeste daba al edificio de al lado y tenía unas cortinas de flores. La otra ventana daba a la calle y la persiana estaba estropeada y no bajaba.
La sala de espera estaba pintada de color melocotón con la pintura que le había sobrado a su hermana después de decorar la habitación de su hija, con un sofá que había conocido mejores tiempos y una pila de revistas prehistóricas.
A pesar de las apariencias, Nadine pensaba que el negocio iba bastante bien. Eso sin tener en cuenta el desastre de aquel día y de que Roxanne se había quedado al frente sin tener ninguna experiencia como detective.
No tenía ni idea de lo que iba a hacer en el caso de Cade. En parte, quería guardar el expediente y olvidarlo. Pero por otro lado, deseaba volver a ver a aquel hombre o al menos intentarlo. ¿Sería posible?
No. Sería demasiado evidente, por no olvidar que sus relaciones con los hombres siempre acababan convertidas en un desastre.
La puerta se abrió. Nadine entró veloz en la habitación, cargando con un puñado de expedientes entre sus manos.
–¿Qué sigues haciendo aquí? –preguntó mirando su reloj–. Es tarde.
Roxanne miró el reloj de la pared.
–Ya lo sé –respondió. No quería irse a casa y encontrarse con su hermana antes de decidir qué hacer.
–No pensarás que voy a creerme que has trabajado horas extra –dijo su hermana, y le dedicó una sonrisa muy parecida a la suya, como su pelo y sus ojos. Si no hubiera tres años de diferencia entre ellas, podían haber sido gemelas. Nadine se echó hacia atrás un mechón de su pelo teñido de color castaño–. ¿Todo bien? Espero que estés apuntando todas las llamadas –añadió dejando los expedientes sobre la mesa–. ¿Puedes guardarlos antes de irte?
Roxanne se frotó la frente dolorida y se sentó derecha.
–De acuerdo. ¿No deberías estar en casa con Rory? Vete, ya me ocupo de todo esto.
Su hermana recogió unos papeles de la bandeja de su mesa.
–He conseguido que alguien se quede con ella una hora más, así que no tengo mucho tiempo. Quiero revisar todos estos documentos. ¿Estás segura de que puedes ocuparte de todo? Sé que te he metido en esto, pero ya que estabas sin trabajo…
Roxanne se puso de pie.
–Estoy bien. Todo está bien, puedo arreglármelas. Sé cómo funciona una oficina.
Nadine sacudió la cabeza camino a la puerta.
–Pero ésta no es una oficina como otra cualquiera –dijo y Roxanne recordó la escena del bar–. Una cosa más: si hay alguien que no puede esperar hasta la semana que viene, dale el nombre del detective que está en el cuaderno de citas.
Roxanne recorrió con la mirada la portada del cuaderno y vio unos números garabateados. ¡A buenas horas se lo decía! Aquella elegante mujer había ido a primera hora de la mañana y había insistido en que se cumpliese su encargo cuanto antes bajo amenaza de acudir a otro detective si no se lo garantizaba.
–Y llámame si surge cualquier problema –dijo Nadine–. Puedo conseguir que alguien se ocupe de Rory durante un rato mientras esté dormida. Puedo ejercer de madre y resolver problemas a la vez.
Roxanne se quedó helada. Ya podía escuchar los comentarios de Nadine en aquel tono que empleaba cada vez que metía la pata y su hermana acudía a su rescate.
Desde que su madre muriera, Nadine había jugado ese papel con cierta venganza. Ella ya no era una adolescente y Nadine no tenía por qué saber que había tratado de ocuparse de un caso ella sola y no le había salido bien. No estaba dispuesta a acudir a su hermana al menor problema que se presentara y mucho menos a que pareciera que no estaba preparada para arreglárselas en el mundo real.