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Meg había luchado mucho para convertirse en una mujer independiente, por eso la sorprendió encontrarse sin poder apartar la mirada de aquel guapísimo desconocido, y preguntándose si no habría algo más importante en la vida que el éxito profesional. Pero lo que más la sorprendió fue darse cuenta de que estaba mirando a su propio marido. Jake Adams había decidido recuperar a su mujer fuera como fuera, y para ello tendría que descubrir todos los secretos que los habían separado tres años atrás. La química que había entre ellos seguía existiendo y Meg no podía negar la atracción que sentía por Jake, pero tenía que proteger su corazón... y el bebé que esperaba en secreto y que les cambiaría la vida para siempre.
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Seitenzahl: 187
Veröffentlichungsjahr: 2014
Editado por Harlequin Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Debra D’Arcy
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Sin dejar de amarte, n.º 1746 - octubre 2014
Título original: Her Marriage Secret
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-5576-2
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
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No había luz en la casa.
Jake aceleró el paso mientras agarraba con fuerza el maletín. Ella tenía que estar en casa. Era demasiado temprano para que estuviera acostada, y muy tarde para estar de compras. Dudaba mucho que hubiera salido un martes por la noche…
Sintió cómo su pulso se aceleraba mientras buscaba las llaves.
Se tranquilizó un poco, tomó aire y metió la llave en la cerradura.
Luego abrió la puerta y entró. La casa parecía inhóspita y silenciosa. Temió lo peor. «¿Dónde se habrá metido?», se preguntó angustiado.
Empezó a recorrer la casa de arriba abajo mientras encendía todas las luces. Todo estaba muy limpio y ordenado. De repente se dio cuenta de que la encimera tenía una ligera capa de polvo y se estremeció.
Agarró su teléfono y llamó a Danny. Su miedo iba aumentando poco a poco.
–Has vuelto…
–¿Dónde está? –preguntó con la voz entrecortada.
Se hizo un breve silencio.
–Ahora mismo voy para allá.
Su amigo colgó inmediatamente. Volvió a llamarlo, pero saltó el contestador. ¿Qué diablos ocurría? ¿Qué podía ser tan importante como para que Dan no pudiera contárselo por teléfono?
Si le había pasado algo a Meg, Danny podía haberlo llamado. ¿Por qué no lo había llamado?
Jake apretó los puños. La quería tanto… ¿Qué diablos había pasado? Agarró el listín telefónico y empezó a buscar los teléfonos de los hospitales.
–Así no la vas a encontrar –la voz de Danny era pausada y tranquila.
Jake se dio la vuelta y miró a su amigo. Estaba de pie junto a la puerta con las manos en los bolsillos y encogido de hombros. Su cara permanecía impasible.
–¿Qué ha pasado? ¿Qué le ha pasado a Meg? ¿Dónde está?
–Se ha ido.
Jake sintió cómo le flaqueaban las piernas y se sentó.
–¿Cómo que se ha ido? ¿Adónde? ¿Por qué?
–Te abandonó hace tres semanas.
–¿Que qué?
Se quedó sin palabras y se tapó la boca con las manos. No podía ser, ¿cómo podía pasarles algo así? A ellos no… a él no. No después de lo que les había sucedido a sus padres…
–Hizo las maletas y se fue –repitió Danny.
–No lo entiendo…
Había sido un buen marido, ¿no? Pasaba mucho tiempo fuera de casa, sí, pero lo hacía para que pudieran tener cierta tranquilidad económica. Mucho más de lo que su padre había hecho por él… Su padre se había pasado todos los días sentado en el sofá, hasta que se fue y no volvió nunca más.
Danny le tocó el hombro.
–No te quería, compañero, eso es todo.
–¿Que no me quería?
Aquellas palabras lo hirieron profundamente. No podía ser cierto, estaban tan unidos…
–No deberías haber flirteado con ella tan poco después de la muerte de su padre –Danny se dirigió hacia la puerta–. No la mereces. No eras lo suficientemente bueno para ella, compañero –estaba tenso y lo miraba atentamente–. Te aprovechaste de su vulnerabilidad, pero por fin se ha dado cuenta. Quiere vivir su propia vida.
–¿Y tú cómo sabes todo eso?
–Porque yo he estado con ella cuando tú no estabas y… –bajó la cabeza y se quedó mirando al suelo–. Porque… estoy enamorado de ella.
–¿Qué?
Jake se puso furioso, se levantó y se acercó a él.
–No se lo dije a Meg, te lo prometo –se defendió Dan, luego miró hacia la puerta–. Ojalá lo hubiera hecho.
–¡Sal de aquí ahora mismo!
Aquel hombre que había sido su mejor amigo durante tantos años se dio la vuelta y desapareció en la oscuridad.
Jake se tambaleó hasta apoyarse en la repisa de la chimenea, le costaba respirar. Agarró una foto de Meg y recorrió los alegres ojos, los suaves labios, el pelo rubio y sedoso que solía acariciar su pecho cuando dormían.
Así que no era lo bastante bueno para ella.
Se había equivocado y estaba muy arrepentido. No había sabido ser un buen marido. Todo había pasado demasiado rápido y él había estado demasiado ocupado. Había estado ciego. Miró hacia la puerta y sintió ganas de ir en su busca. Pero no serviría de nada. Seguía siendo el mismo.
Se sentó. No podía dejar de pensar en su relación. Se debatía entre sus ambiciones personales y lo que la mujer que amaba necesitaba.
La decisión estaba tomada. Iba a cambiar, iba a convertirse en el marido ideal para Meg. Luego la buscaría, la convencería para que volviera con él… y nunca la dejaría marchar.
Dios mío! ¿Has visto a aquel hombre? –le dijo Suzie–. ¡Es imponente!
Megan James sonrió a su amiga y giró la cabeza. Suzie sabía elegir los lugares idóneos para mujeres solteras. Aquel restaurante de Melbourne estaba lleno de hombres de negocios, sin contar con los apuestos camareros italianos.
–El turista –Suzie señaló a un hombre musculoso que estaba en la barra.
Su aspecto informal le hacía destacar entre el resto de los hombres. Era alto, con espaldas anchas, caderas estrechas y piernas largas. El modelo ideal. Habría sido maravilloso diseñar ropa para alguien así.
Un leve escalofrío recorrió la espalda de Meg. Era muy atractivo. Luego suspiró. Sí, tenía un cuerpo estupendo y vestía muy bien, pero nada más. Nada que pudiera justificar la reacción de su amiga. Aunque como estaba de espaldas no le había podido ver la cara.
Suzie la miró expectante.
–¿Y?
Meg se encogió de hombros.
–No lo veo bien desde aquí, podría tener una cara…
De repente él se dio la vuelta y sus ojos verdes recorrieron el restaurante con indiferencia.
Meg se puso tensa. La ausencia de barba pronunciaba sus facciones y su angulosa mandíbula. Llevaba el pelo corto pero… no había duda, era él.
Su pulso se aceleró. Agarró la carta y se escondió detrás de ella.
–¿Qué haces? ¿Te has vuelto loca? –le preguntó Suzie.
–Tenemos que salir de aquí ahora mismo –susurró temblorosa.
Estaba confundida. ¿Cómo podía haberla encontrado después de tanto tiempo?… Tenía que ser una coincidencia.
De repente empezó a recordar sus caricias, la proximidad de su cuerpo y el deseo la sorprendió.
Maldito hombre. La atracción que sentía hacia él era tan fuerte como hacía tres años. Logró controlar sus impulsos. Se había repetido a sí misma una y otra vez que, si la buscaba, sería solo porque se sentiría obligado a hacerlo. Pero no había aparecido, así que ella se había convencido de que en realidad nunca la había amado. Había sido un capricho, una mera obligación para él.
–¿Por qué? –su amiga parecía desconcertada–. ¿Acaso no te gusta? Haríais muy buena pareja. Seguro que tiene mucho dinero. Es perfecto para ti.
–No lo es, créeme.
Suzie no podía dejar de mirar al hombre que había destrozado su vida.
–Meg, pareces una mojigata. A mí me parece el desconocido ideal.
«¡No es un desconocido!¡Y menos ideal!» ,sintió ganas de gritarle. La había gustado durante años… Largos años en los que había imaginado cómo su vecino se terminaría enamorando de ella. Mucho tiempo después, tras volver de un trabajo en el extranjero, él se había empezado a fijar en ella. Entonces, ella había sentido cómo sus deseos se hacían realidad y sus sentimientos la habían cegado. Lo amaba tanto que había querido creer que él también sentía algo por ella.
Se sonrojó. La verdad era que no le había costado mucho conquistarla. Por aquel entonces era joven, inocente y un poco tonta… Había creído que podrían tener una relación sería, una relación que durara muchos años.
–Meg, no seas tonta –Suzie siguió mirándolo.
Ella miró a su amiga y pudo ver en sus ojos la misma emoción que ella había sentido hacía años. Agarró el brazo de su amiga.
–¡Si lo miras así va a venir hacia acá! –y si él se acercaba ella se moriría. ¿Cómo podría volver a mirarlo después de lo que había pasado? Se sintió culpable por haber huido, por haberse escondido de él y por el secreto que le había ocultado.
Su amiga frunció el ceño.
–Por eso lo hago. Necesitas un hombre, la vida no es solo trabajo. Podría acercarme a él y hacer que…
Meg la agarró de la muñeca con fuerza.
–¡Ni se te ocurra! –su amiga la miró atónita–. Perdona –dijo mientras intentaba calmarse un poco–. Lo conozco, ¿de acuerdo? Y no funcionó.
Suzie se tranquilizó un poco.
–Entonces ¿puedo intentarlo yo? –dijo mientras se peinaba un poco la larga melena caoba–. ¿Puedes presentármelo? ¿Cómo se llama?
–No, no puedes… –de repente se sintió mal. ¿Acaso seguía sintiendo algo por él? ¿Después del daño que le había hecho? ¿Después de tantos años?
Se mordió la lengua, estaba enfadada consigo misma. «Nuestra relación ya es historia» se dijo con firmeza como lo había hecho tantas otras veces. Tenía que dejar que Suzie lo intentara, siempre que no lo llevara a la mesa.
–Se llama Jake –le dijo a su amiga. Jake. ¿Cuántas veces había escrito su nombre en los libros de texto? No podía apartarlo de su cabeza. Le resultaba imposible olvidarlo–. Su nombre es Jacob.
Jacob, el vecino que adoraba a su padre. Cuando el todoterreno de su padre llegaba a casa, Jake siempre era el primero en acercarse a él. Al principio lo había odiado, ¡aquel niño había intentado robarle a su padre! Siempre había estado dispuesto a escuchar al padre de Meg hablar sobre sus aventuras en Nueva Guinea, Arabia Saudí y en las zonas despobladas de Australia. Y siempre con más entusiasmo y emoción que ella. La profesión de su padre lo atraía profundamente y no dejaba de repetir que él quería hacer lo mismo cuando fuera mayor. Su padre lo había querido mucho.
El vecino había estado muy presente en su vida y en la de su padre durante años. Jake adoraba a su padre, lo tenía idealizado. Poco a poco el odio del principio se había transformado en cariño y después en un profundo amor. Incluso a pesar de que él también terminó convirtiéndose en supervisor de construcciones como su padre, sus sentimientos por él no habían cambiado.
Los recuerdos despertaban sentimientos ya olvidados y se volvió a esconder detrás de la carta, avergonzada. Verlo de nuevo la hizo darse cuenta de que todavía la afectaba, el dolor no había desaparecido, no lo había superado… No debía haber confiado en él, debía haber seguido odiándolo, así nada habría sucedido.
De repente notó cómo alguien se acercaba a la mesa, contuvo la respiración durante unos segundos… Luego lo oyó detenerse, podía sentirlo cerca. No quería tener que enfrentarse a él sin estar preparada. ¿Qué le iba a decir?
Sintió cómo una mano agarraba la carta e intentaba tirar de ella, pero Meg la agarró con fuerza.
–Signorina, por favor –dijo el camarero–. Cómase su minestrone. Ya le he tomado nota. Me llevaré la carta.
Meg se sintió muy aliviada y le dio la carta al camarero. Lo siguió un rato con la mirada mientras se dirigía a otras mesas. Todavía no estaba preparada para enfrentarse a Jake, después de tantos años llenos de soledad…
Miró su plato, ya no tenía hambre.
–Hola Meg.
Se quedó helada. Su voz era inconfundible y la reacción de su cuerpo no se dejó esperar. Era Jake, su Jake. Le costaba respirar. Creía que nunca volvería a oír aquella voz. No sabía si ponerse a llorar o a gritar. Al final levantó la mirada.
Aquellos ojos verdes la miraron fijamente y notó cómo el corazón se le partía poco a poco. De repente, sintió ganas de levantarse y abrazarlo.
Estaba de pie junto a la mesa. Alto, fuerte, inexpresivo… muy guapo. Estaba cambiado, se le veía más maduro, más atractivo…
Meg permaneció sentada. Habían pasado demasiadas cosas entre ellos como para levantarse y estrecharlo entre sus brazos, demasiado como para moverse…
–¿Puedo sentarme con vosotras? –preguntó mientras agarraba una silla y se unía a ellas–. Meg, tienes muy buen aspecto.
Ella asintió con la cabeza, tenía miedo de que su voz la traicionara. Su colonia le evocaba tantos recuerdos…
Jake miró a Suzie.
–Soy Jacob Adams. El…
–Amigo –logró decir Meg–. Un viejo amigo mío.
Luego lo miró con reproche. ¿Acaso pretendía aparecer después de tantos años y contarle a todo el mundo quién era?
–A mí no me pareces tan viejo –Suzie se acercó a él. Los ojos marrones de su amiga no paraban de parpadear.
Meg se retorció en la silla. Su amiga estaba intentando flirtear con él. No sabía que aquel hombre no quería comprometerse con nadie. Sin embargo ella sí lo sabía…
–Soy bastante viejo –Jake miró a Suzie más de la cuenta y luego se dirigió a Meg–. Me han dicho que las cosas te van muy bien, no sabía que te interesara la moda.
Le resultaba extraño que estuviera tan tranquilo, que la tratara como si fueran viejos amigos, como si nada hubiera pasado.
–Hay muchas cosas que no sabes de mí.
–No me diste la oportunidad.
–Tú nunca estabas en casa, no hubieras podido aunque hubieras querido –el día que había encontrado el billete para Delhi se había dado cuenta de que su relación no iba a funcionar, no si él continuaba viajando tanto como lo había hecho su padre.
–Eso no lo sabes.
–Sí, sé eso y mucho más de lo que tú piensas.
Jake se puso serio.
–No podía abandonar mi trabajo.
–Pero sí podías abandonarme a mí –lo miró fijamente a los ojos–. Claro que yo no era tan importante para ti.
–Yo te mantenía… Tenías todo lo que necesitabas.
«Todo no», se dijo a sí misma. A él no lo tenía, le faltaba su amor, su cariño. Prefería vivir como las ratas que volver a vivir con alguien que no la amaba. No quería que la abandonara como lo había hecho su padre. Quería algo diferente, muy diferente.
–¡Eh! –gritó Suzie–. ¡Dios mío! ¿Qué diablos pasó entre vosotros?
–Nada –Meg recobró la compostura. Se levantó de la mesa. No tenía por qué darle explicaciones. Su vida era perfecta. No necesitaba a ningún Jacob Adams –. Si me disculpáis, he perdido el apetito.
Jake se levantó de repente.
–No puedes irte sin aclararme un par de cosas.
–¿Ah no? –Meg abandonó rápidamente el restaurante. Intentó controlar el dolor que aquel reencuentro le había provocado y sintió ganas de ponerse a llorar, pero se contuvo.
No iba a permitir que Jacob Adams volviera a formar parte de su vida, le había hecho demasiado daño…
Por primera vez Meg no se fijó en el llamativo escaparate de su tienda de ropa y tampoco prestó atención a los ayudantes que pasaron al lado de ella. No podía dejar de pensar en su encuentro con Jake. Repasaba cada palabra, cada gesto y se reprochaba no haber dicho las cosas de otra forma, o no haber permanecido callada. Si el camarero le hubiera dejado conservar la carta… Aunque no habría podido ocultarse para siempre.
Abrió la puerta de su despacho. Se había esmerado mucho en amueblarlo: la mesa de caoba, los colores pastel de las paredes, el sofá con los cojines y el suelo de madera con el que tanto había soñado. Todo había perdido todo su valor. ¿Qué le pasaba? Normalmente darse cuenta de lo que había logrado tras años de trabajo la llenaba de alegría y satisfacción. Había tenido que luchar mucho pero lo había conseguido.
Sin embargo, volver a verlo la había hecho olvidarlo todo. Se sentó. ¿Por qué había salido a comer con Suzie?
Odiaba la manía de su amiga de buscarle pareja. Había trabajado muy duro para entrar en el mundo de la moda y a la vez tener tiempo para ocuparse de sus asuntos personales. Aunque los hombres le gustasen, no dejaba de verlos como una complicación innecesaria. Podía pasar sin ellos. Sin embargo Suzie no pensaba lo mismo.
–¿Meg? –Joyce, su secretaria, llamó a la puerta y entró–. ¿Estás bien? No tienes muy buen aspecto.
–Estoy bien –Meg estaba tensa–. La comida no ha ido muy bien, eso es todo –dijo intentando no mirarla a los ojos. Joyce llevaba trabajando con ella desde el principio pero todavía no era capaz de contarle toda la verdad.
Su secretaria se acercó a la mesa y le dio unos archivos.
–¿Habéis discutido Suzie y tú?
Meg deseó que tan solo fuera una discusión. Solían no estar de acuerdo en muchas cosas y además Suzie decía siempre lo que pensaba.
–Algo así –dijo mientras se mordía el labio–. La llamaré más tarde.
–Ha llamado un periodista y dice que quiere hacerte una entrevista. Le dije que tendría que consultártelo antes.
Meg suspiró y agarró un archivo. Era normal que quisieran una entrevista. Sus diseños habían tenido bastante éxito en el desfile de la semana anterior y era de esperar que los medios de comunicación estuvieran interesados en saber algo sobre ella. Pero no estaba preparada para hacer declaraciones sobre su vida privada, todavía no.
–¿Puedes darle largas? Tengo tanto trabajo…
–¿Estás segura?
–Completamente.
Joyce se dirigió a la puerta y se peinó un poco antes de abrir la puerta.
–Tu cita de la una ya está aquí.
–Muy bien. Hazla pasar –era mejor ponerse a trabajar de inmediato, para dejar de pensar en Jake.
–Es un hombre y viene solo –dijo su secretaria mientras cerraba la puerta.
Que un hombre pidiera una cita era algo poco frecuente. Normalmente trataba con mujeres que querían un diseño original de encargo para un acontecimiento especial. La verdad era que nunca iban hombres solos.
Se arregló un poco la camisa y los pantalones. Se sentó detrás de la mesa y sonrió para causar una buena impresión.
La puerta se abrió.
–El señor Jacob Adams –le anunció Joyce mientras sujetaba la puerta y se quedaba admirando al atractivo cliente.
Meg lo miró fijamente.
Solía tener una agenda muy apretada, así que Jake debía haber sobornado a Joyce con su encanto o con su dinero. A no ser que supiera desde hacía tiempo dónde estaba y su encuentro en el restaurante no hubiera sido una coincidencia. Estaba tensa.
–Gracias, Joyce –dijo intentando mantener la calma.
Luego lo volvió a mirar. ¿Hacía cuanto tiempo que sabía dónde estaba? O, mejor dicho, ¿acaso sabía todo sobre ella? Le flaquearon las piernas pero logró recostarse en la silla para disimular.
La puerta se cerró.
–¿Qué diablos estás haciendo aquí? –esta vez no tenía escapatoria, tenía que enfrentarse a él.
Jake se quedó de pie, parecía tranquilo y confiado, y eso la irritó. Estaba un poco más despeinado que en el restaurante y llevaba un botón de la camisa desabrochado, lo que dejaba ver un poco del escaso vello negro con el que ella solía jugar cuando estaban juntos.
Se acercó a ella.
–Quiero respuestas.
–Tendrás que acostumbrarte a no conseguir todo lo que quieres.
Meg se levantó para no sentirse tan intimidada por su altura, su respiración, su intensa presencia…
¿Qué derecho tenía a aparecer y exigir explicaciones? Ya le había demostrado que no la quería y ella se las había arreglado muy bien sin él.
–¿Qué hiciste para conseguir que mi secretaria te diera una cita? ¿La sobornaste? ¿O utilizaste tu encanto?
–Ninguna de las dos cosas –se metió las manos en los bolsillos–. Lo hice como lo hace todo el mundo, pedí una cita hace tres años.
Meg apretó los labios con fuerza y se tragó su desconfianza. Así que lo del restaurante no había sido una coincidencia.
–¿Me has estado siguiendo?
–Tu secretaria me aseguró que mi cita tendría lugar antes de que te fueras a comer. Tenía pensado invitarte a comer conmigo pero cuando llegué ya habías salido.
No era capaz de esperarla unas horas y, sin embargo, ella había esperado días, meses, años enteros a que él apareciera.
Se encogió de hombros. Por una vez estaba contenta de que su amiga hubiera aparecido por sorpresa. Aparecer sin previo aviso era típico de Suzie y siempre le desordenaba la agenda pero, en aquella ocasión, le estaba muy agradecida. Aunque quizá habría sido mejor encontrarse con Jake en privado y no en el restaurante. Le habría podido decir todo lo que pensaba sin necesidad de ser educada.
–Hice unas cuantas averiguaciones sobre ti y… –se detuvo para mirarla de arriba abajo–. Ya sabes todo lo demás.
Meg se dirigió a la vitrina y acarició las figuras de cristal. Aquella costumbre la solía ayudar a aclarar sus ideas, sin embargo aquel día no servía de nada. La presencia de Jake la ponía nerviosa, podía sentir su calor a pesar de que estaban a unos metros de distancia.
–Quiero que te vayas.
De repente él se acercó a ella y la agarró de los hombros.
–He vivido muchos años sin respuestas y ahora no me voy a ir sin ellas.
Un temblor recorrió el cuerpo de Meg. Reconocía su olor, su proximidad… Alzó la mirada y lo miró fijamente a los ojos.
–Si no te vas, llamaré a la policía –lo amenazó.
La boca de él se tensó y se quedó mirándola. Ella se sentía perdida. Se mojó un poco los labios.
–Llámalos si quieres. Estoy seguro de que les encantará saber que les has apartado de otros casos importantes solo porque tienes miedo de hablar conmigo.
Meg intentó recuperar la compostura, pero como él la tenía agarrada le resultó imposible.
–Eso no es justo.
–La vida no es justa –le dijo con una breve sonrisa.