Sylvester Stallone, héroe de la clase obrera. - David Da Silva - E-Book

Sylvester Stallone, héroe de la clase obrera. E-Book

David Da Silva

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Beschreibung

La otra cara de la bestia indómita de Hollywood. Estrella de cine. Director. Guionista. Pintor. Incluso actor porno. En un mundo obsesionado con el glamour, Sylvester Stallone se abrió camino desde los callejones de Hell's Kitchen hasta convertirse en un icono de masas, en un verdadero héroe de la clase obrera.Pero el atractivo de Stallone trasciende fronteras. Adorado por el público y menospreciado por la crítica, es un artista íntegro, poseedor de una mirada humanista y tenaz. Eso le ha permitido crear personajes que libran una dura batalla en la que pueden ser derrotados, pero que jamás se dan por vencidos. Bienvenidos al mundo de Stallone, donde la lucha está dentro y fuera de la pantalla.

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David Da Silva es doctor en Estudios Cinematográficos y diplomado por el Institut Français de Presse de París. Como historiador, presta especial atención al cine americano, temática que aborda en libros como La Boxe à Hollywood, de Chaplin à Scorsese, Le Populisme américain au cinéma, Trump et Hollywood o Mel Gibson: El bueno, el feo y el creyente, este último traducido al español. Además, es productor de cine de acción.

Título original: Sylvester Stallone, héros de la classe ouvrière

© David Da Silva, 2024

© Traducción: N. Almansa, 2024

© Malpaso Holdings S. L., 2024

Diputació, 327, principal 1.ª

08009 Barcelona

www.malpasoycia.com

ISBN: 978-84-19154-69-9

Primera edición: 2024

Maquetación: Bernat Ruiz Domènech

Imagen de cubierta: Ezequiel Cafaro

Producción de e-book: Ebuuky Digital Services

Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro (incluyendo las fotocopias y la difusión a través de Internet), y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo, salvo en las excepciones que determine la ley.

El actor Sylvester Stallone en el panel de Los indestructibles en la San Diego Comic Con 2010 en San Diego, California.Foto: Gage Skidmore — CC BY SA 2.0

SLY Y YO

«As soon as you’re born they make you feel small,

By giving you no time instead of it all,

Till the pain is so big you feel nothing at all,

A working class hero is something to be»

JOHN LENNON,«WORKING CLASS HERO», 1970

Soy un niño de los años ochenta, crecí en los suburbios de Marsella y Sylvester Stallone era mi héroe. Lo conocía incluso antes de haber visto sus películas porque me habían relatado sus hazañas como boxeador y comando. Mi hermano mayor había tenido la suerte de ver Rocky II en vídeo, en casa de un amigo del colegio, y cuando me lo contó me moría de envidia por no haber sido invitado. También recuerdo el relato detallado que me hizo un adulto sobre Rambo y la famosa escena en la que él mismo se cose una terrible herida en el brazo. Ideal para despertar la curiosidad de un preadolescente. Cuando tenía unos doce años puede ver por fin sus películas: Acorralado, reestrenada en los cines, y más tarde Rocky IV, cuyo cartel estuvo colgado en la puerta de mi habitación durante muchos años. Por entonces yo también había empezado a practicar boxeo, prueba de que Sly se convirtió en un modelo de masculinidad en la construcción de mi identidad. Luego, los años fueron pasando con películas como Cobra, Yo, el halcón, Rambo III, Tango y Cash, Rocky V… Y cuando llegaron los noventa, Sly y yo nos distanciamos. En parte porque sus películas ya no eran tan buenas pero, sobre todo, porque me fui alejando de la cultura popular para seguir una carrera intelectual en la universidad. Digamos que en la facultad no alardeaba demasiado de mi amor por el cine de Hollywood, y menos aún por las películas de Stallone. Si querías mostrar tus credenciales era preferible citar a Godard, Tarkovski o Antonioni. Y entonces Sly y yo nos enfadamos de verdad. En aquel tiempo yo me había radicalizado políticamente, y tanto Rocky como Rambo se habían convertido en símbolos del racismo y el imperialismo estadounidenses. Como izquierdista ya me resultaba difícil admitir mi amor por los Estados Unidos, así que imaginad lo que suponía celebrar el cine de Stallone… Sin embargo, en mi interior, algo me mantenía unido a él, una especie de profunda simpatía, de familiaridad. Entonces llegó Tierra de policías y, de repente, Stallone gozaba del favor de la crítica. Quizá no era tan «cabeza hueca» después de todo. Debo admitir que aquello me produjo cierta satisfacción, como si en el fondo me dijera a mí mismo que siempre había tenido razón. Pero no iba a gritarlo a los cuatro vientos. En los círculos intelectualoides de izquierda que frecuentaba entonces Sly seguía siendo persona non grata. De hecho, no me reconcilié realmente con él hasta finales de los 2000, tras mi divorcio y después de haberme distanciado definitivamente de ese universo burgués que no me convenía en absoluto. Fue al reconectar con mi yo interior cuando nuestros caminos volvieron a cruzarse. Ver Rocky de nuevo me hizo regresar a los orígenes. Y sigo haciéndolo. La casualidad quiso que ocurriera en la misma época en la que, con Rocky Balboa, Stallone volvía a las fuentes de su personaje y de su inspiración. El círculo se cerraba.

El libro de David que tienes entre tus manos culmina en cierto modo esta complicada relación que mantengo con Stallone desde hace treinta años. De hecho, en cuanto oí hablar de este trabajo me abalancé sobre él y lo leí del tirón. Sorprendentemente, aunque aprendí mucho al leerlo, fue como si ya supiera todo eso de forma inconsciente. El autor, de algún modo, expresa con palabras lo que siempre había sentido por ese proletario que es Stallone. Digamos que este libro me permitió comprender por qué le tenía tanto cariño al personaje, ese perdedor generoso y entrañable. Y, por cierto, el malentendido ideológico en torno a su supuesto reaganismo, del que también he participado en mis escritos, recuerda al que asocia «Born in the USA» de Bruce Springsteen —otro working class hero estadounidense muy querido por mí— con un himno de la era Reagan. Este libro tiene el gran mérito de demostrar que ninguna obra es sencilla y que incluso Stallone, con sus brazos musculosos y su sonrisa torcida, posee una personalidad mucho más compleja de lo que parece. En definitiva, este trabajo tiene la virtud de aventurarse en el campo de los estudios culturales, concretamente sobre las estrellas de cine, cuyo objetivo es analizar, sin prejuicios y combinando con un enfoque multidisciplinar, cine, historia, sociología, política y biografía, las producciones populares de la cultura de masas teniendo en cuenta tanto las intenciones de los autores como las limitaciones impuestas por el mercado y la recepción del público. Un enfoque por desgracia todavía ignorado, pero que en este libro demuestra toda su riqueza.

RÉGIS DUBOISDIRECTOR DE CINE

Captura del perfil de Instagram de Sylvester Stallone, haciéndose eco de la versión francesa del libro de David Da Silva.

PRÓLOGO

Este trabajo sobre la carrera de Sylvester Stallone, disponible en una nueva edición ampliada, es el primer libro que escribo y siento un cariño especial hacia él. Ante todo, se trata de una gran aventura, ya que originalmente fue un proyecto académico para mi máster en el Institut Français de Presse de París. Mi director de investigación, el brillante Fabrice d’Almeida, me aconsejó vivamente consagrar mi estudio al artista italoamericano. Tras una larga conversación, comprendió mi apego por las películas de acción americanas de los años ochenta e inmediatamente me señaló que no existía ninguna obra de referencia sobre Sly. Fabrice lo tenía todo previsto: una tesis, seguida de su publicación y un posible reconocimiento mediático ante la ausencia de un especialista reconocido en Francia sobre la carrera de Stallone. Y hoy puedo decir que tenía razón. Desde la publicación de mi manuscrito los medios me han llamado en numerosas ocasiones para analizar y contextualizar cada uno de los nuevos largometrajes del actor. A ello se suma el gran éxito de crítica y público del libro, y el homenaje que el propio Sylvester Stallone le rindió en las redes sociales en 2016. El actor y director publicó un emotivo mensaje sobre mi trabajo en el que explica que mi visión de su obra es bastante apropiada. Agradezco mucho sus palabras, que realmente me emocionaron, sobre todo viniendo de alguien cuyos carteles adornaban mi dormitorio cuando era niño. Puedo añadir que siempre he puesto en práctica su filosofía del «ojo del tigre» (los aficionados lo entenderán) en mi vida personal. Esto me ha permitido no bajar nunca los brazos ante ciertas dificultades y «batirme» continuamente para alcanzar mis objetivos. Sus fans se mostraron igualmente satisfechos, y de hecho no cesan de repetirme que había encontrado las palabras adecuadas para expresar su pasión por el actor.

Pero, ¿qué ha sido de la carrera de Sylvester Stallone desde la última versión de mi libro? Dejé a Sly con el gran éxito de Creed: La leyenda de Rocky, que le valió además una segunda nominación al Oscar como mejor actor de reparto, casi treinta años después de la que recibió al mejor actor por la primera película de la saga. Todo el mundo parecía estar de acuerdo en que merecía la estatuilla, que supondría la culminación de su formidable trabajo para Ryan Coogler, además de reconocer simbólicamente su inmensa contribución al cine popular estadounidense. Por desgracia perdió ante Mark Rylance, premiado por su conmovedora interpretación en El puente de los espías (2015), de Steven Spielberg. Fue una final a lo Rocky, en la que el favorito cae derrotado por el tapado, como el propio Sly señaló sonriendo tras la ceremonia. Desde entonces muchos fans del actor me han preguntado sobre sus próximos pasos tras la nominación al Oscar. Les respondí que, en mi opinión, la carrera de Stallone daría un nuevo giro, que sin duda sería más exigente con sus proyectos y se dedicaría cada vez más a la dirección. Este es el camino seguido por el artista, con el anuncio de algunos proyectos interesantes como el thriller psicológico Godforsaken,1 dirigido por Jim Mickle, la dirección del filme Tough As They Come,2 con Adam Driver, o la puesta en marcha de su esperada biografía sobre Edgar Allan Poe. Todo sonaba muy atractivo, pero en lugar de estas películas el actor decidió invertir en largometrajes estrenados directamente en vídeo como Plan de escape 2: Hades, Plan de escape 3: Los extractores y Cuenta pendiente, con Matthew Modine.3 Trabajos mediocres que le han mantenido ocupado en los últimos años. Fracasos artísticos y financieros que nos parecen realmente incongruentes en la carrera del actor,4 aunque no hayan faltado fiascos en su larga filmografía como Rhinestone o ¡Alto! O mi madre dispara, que siguen siendo proyectos particularmente vergonzosos para el actor.

Pero en 2022, por primera vez, Sylvester Stallone pasa a la televisión, en el papel protagónico en una serie, Tulsa King. Producida por Paramount+, el creador es Taylor Sheridan (Yellowstone) y la labor de showrunner corresponde a Terence Winter, que antes había trabajado en Los Soprano. Tulsa King tiene una hermosa secuencia de títulos, y Stallone un papel perfecto, construido a su medida. Interpreta a Dwigt Manfredi, un gángster que debe viajar al corazón de Estados Unidos, a Tulsa, en Oklahoma, para montar un sindicato del crimen. Muy a gusto en este papel, donde combina la comedia y la emoción, Stallone parece hablar también de su carrera: una estrella envejecida (como el viejo gángster de la serie) se ve obligada a adentrarse en un territorio desconocido (una serie de televisión para Sly, y la América profunda para el gángster) para volver a tener éxito. Entonces es traicionado por el hijo de su jefe. No es difícil encontrar un parecido en la vida real, ya que Stallone explicó que fue traicionado por el hijo del productor Irwin Winkler en los filmes de la saga Creed. Se trata claramente de uno de los mejores trabajos del actor en los últimos años, ya que películas como Samaritan y Los mercenarios 4 han sido muy decepcionantes. Este paso en un nuevo medio para él vuelve a ponerlo en el foco de la actualidad y agiganta la carrera de uno de los actores más populares del mundo.

DAVID DA SILVA

«Creo que el secreto del éxito en la vida es lanzarse a todo con un optimismo ciego y furioso. No soy el más rico, ni el más listo, ni el más dotado, pero tengo éxito porque persevero. Doy lo máximo de mí mismo»

SYLVESTER STALLONE

Llegada del actor y director estadounidense Sylvester Stallone para recibir el Premio Jaeger-LeCoultre Glory to the Filmmaker en el 66º Festival de Cine de Venecia, Lido, 2009.Foto: Nicolas Genin – CC BY SA 2.0

INTRODUCCIÓN

«Por su propia esencia la imagen cinematográfica, como representación de la vida, está tan comprometida como la vida misma, es decir, totalmente»5

MICHAEL MARDORE

Desde hace mucho tiempo, Hollywood se ha apoyado en sus estrellas para promocionar sus películas y promover su ideología. El sociólogo Edgar Morin ofrece una interesante definición en su libro Las estrellas de cine, en el que explica que esta figura surgió en el Hollywood de los años veinte, en un contexto de competencia entre las distintas compañías cinematográficas. Arriba, los estudios daban forma a la estrella, mientras que abajo una gran parte del público la «divinizaba» al combinar «lo excepcional y lo ordinario, lo ideal y lo cotidiano».6 Podemos constatar que el actor italoamericano entraría en esta codiciada categoría definida por Edgar Morin. Desde el estreno de Rocky (1976), de John G. Avildsen, su primera película como actor y guionista, Sylvester Stallone se ha convertido en una estrella de Hollywood por derecho propio.

El cine americano siempre ha sido ideológico y ha tenido como objetivo vender el «sueño americano», aunque en este caso resulta delicado hablar de propaganda, ya que la producción de Hollywood no depende directamente de un mandato estatal. Adoptaremos aquí la definición de ideología de Antonio Gramsci, citada por Hughes Portelli:

Dentro de la concepción gramsciana de la hegemonía, el concepto de ideología ocupa un lugar central. Gramsci la define, a diferencia de Marx y de la teoría del «reflejo», como una concepción del mundo que se manifiesta implícitamente en el arte, el derecho, la actividad económica, en todas las manifestaciones de la vida individual y colectiva.7

Cabe pues preguntarse por la naturaleza de la ideología que se desprende de la filmografía de Sylvester Stallone como actor, guionista y director. ¿Se trata de una apología de los Estados Unidos de los años ochenta bajo la presidencia de Ronald Reagan (1981-1989) y de sus valores, como señalaron los críticos de cine franceses en esa década? ¿O se trata más bien de la transmisión de una serie de valores humanistas que ya estaban presentes en Rocky (1976), su primer guion adaptado a la pantalla?

El principio central de este estudio se basa en una misma idea: toda película es vehículo de una ideología. Implícita o explícitamente, inconsciente o deliberadamente por parte de los cineastas, todo largometraje ofrece una visión subjetiva y particular del mundo, por lo que sigue siendo, en toda circunstancia, portador de una ideología.

Aunque hubiéramos podido ser exhaustivos en lo que respecta a la filmografía de Sylvester Stallone, hemos optado por no estudiar aquí todas sus películas. Las obras seleccionadas son esencialmente aquellas que han sido objeto de análisis ideológico por parte de la crítica. La mayoría de las películas en las que nos basaremos responden a los mismos criterios: largometrajes dirigidos o escritos por Sylvester Stallone, muchos de los cuales han sido objeto de una interpretación política en el marco de la lucha entre la ideología capitalista y la comunista, y como símbolo del imperialismo estadounidense por parte de las élites intelectuales francesas y estadounidenses a través de la prensa especializada o generalista. Intentaremos demostrar que estas películas son mucho más ambiguas en su representación de los Estados Unidos y la URSS de lo que se ha afirmado. También analizaremos otras películas escritas por Stallone en las que se destacan virtudes humanistas, como por ejemplo en la saga Rocky. Para demostrarlo situaremos estas obras en sus contextos políticos y cinematográficos y utilizaremos la sociología, el análisis cinematográfico, así como los propósitos del actor y sus colaboradores, para analizar las distintas películas que conforman su obra.

En 1976, Rocky, el filme escrito por Sylvester Stallone, vio recompensado su espectacular éxito comercial por Hollywood. Ganó tres Oscar: mejor película, mejor dirección y mejor montaje. La película optaba a otras seis estatuillas: mejor actriz y actor protagonistas, actor secundario, guion, banda sonora y sonido. El largometraje retoma el relato clásico de un héroe solitario que un día se cita con el destino y ve la posibilidad de cumplir su sueño: convertirse en campeón mundial de boxeo. Es una película centrada en las clases trabajadoras, típica de la década de los setenta, donde encontramos la influencia del famoso director italoamericano Frank Capra (1897-1991); es decir, una rehabilitación de los grandes mitos fundacionales americanos que el cine de los setenta había erosionado. La película tiene un final falsamente pesimista porque, tras la derrota de Rocky, se esconde la victoria de un hombre sobre sí mismo y su realización personal. El primer Rocky ya contenía la mayoría de los temas «stallonianos» que retomará en otras películas y en sus guiones: la redención, el fracaso, la figura paterna, la superación personal, la desconfianza hacia el dinero… Fue un largometraje que se identificó, con cierta precipitación, como el símbolo del sueño americano, aunque el guion nos muestre la derrota de Rocky Balboa y, por tanto, su incapacidad para progresar socialmente. Esta es también la premisa del guion de Rocky II (1979), dirigida por el propio Stallone, en la que vemos al boxeador trabajando en una fábrica.8

El historiador Jim Cullen repasa en su obra The American Dream las diversas manifestaciones del sueño americano a lo largo de la historia y examina las seis versiones, los seis proyectos que, en su opinión, han ocupado sucesivamente el horizonte mental de los estadounidenses: el sueño de la «buena vida» o la prosperidad material; la formalización del sueño en una «carta», la famosa Declaración de Independencia; el sueño del ascenso social, simbolizado por Abraham Lincoln; el sueño de la igualdad de Martin Luther King; y, por último, los sueños más personales del «hogar individual» y la autorrealización al estilo californiano.

Este libro expone algunas variedades del sueño americano: su origen, su dinámica, su evolución […] Empiezo por lo que considero el primer gran sueño americano, el de pequeños grupos de disidentes religiosos ingleses que cruzaron el océano en busca de una nueva forma de adorar a Dios […] Luego paso a examinar lo que yo llamo la carta del sueño americano: la Declaración de Independencia […] De ahí paso a uno de los sueños americanos más familiares: el del ascenso social, un sueño típicamente entendido en términos de ascenso económico y/o social […] Analizo el que considero uno de los más notables, y fallidos, de todos los sueños americanos: la búsqueda de la igualdad, concretamente en lo que se refiere a la lucha de los afroamericanos […] Lo que me lleva a mi último sueño americano. También es un sueño de realización personal.9

Podría decirse que la visión de Sylvester Stallone del sueño americano está más en consonancia con este último a diferencia de la del presidente Ronald Reagan, que estaría más en consonancia con el sueño del ascenso social. El objetivo de Sylvester Stallone es mostrarnos el retrato de un hombre que intenta demostrarse a sí mismo que no es un «perdedor»:

El sueño americano es un sueño universal, un sueño de superación personal. Se llama así por el hecho de que Estados Unidos es una nación joven. El sueño americano no consiste en lograr tu objetivo, sino en aprovechar la oportunidad de conseguirlo, aferrarse a esa opción. En la primera película de la serie, Rocky cae derrotado, pero tiene la oportunidad de probar suerte luchando contra el vigente campeón, Apollo Creed. Eso es lo que significa para mí el sueño americano.10

El papel de Rocky Balboa en la primera entrega de la saga es el de un antihéroe, un personaje muy arraigado en su época conocido como el «héroe de izquierdas», un eterno perdedor. Pero también anuncia a los héroes del cine americano de los ochenta, ya que el protagonista acepta la oferta del combate de su vida cuando el promotor le recuerda el sueño americano: «Rocky, ¿crees que este país da una oportunidad a quien quiere aprovecharla?».11 El guion fue escrito por Stallone después de presenciar el enfrentamiento entre Muhammad Ali y el desconocido boxeador blanco Chuck Wepner.12 En efecto, el actor asistió al combate con los últimos dólares que le quedaban el 15 de marzo de 1975. La historia de este boxeador de segunda fila, que logró una victoria simbólica sobre sí mismo pese a la derrota, iba a proporcionar el telón de fondo de Rocky. Un hombre que era considerado un perdedor iba a cobrarse venganza sobre la vida y demostraría que podía llegar hasta el final.

Procedente de un entorno de clase trabajadora, tras el triunfo de público y crítica de Rocky, el actor, guionista y director se convirtió rápidamente en el representante de las clases populares y de las minorías étnicas gracias a una serie de películas dotadas de una poderosa fibra social: «Se define como demócrata, sin duda porque es consciente de que es el único actor americano que es también parte del pueblo».13 En primer lugar, con F.I.S.T.: Símbolo de fuerza (1978), de Norman Jewison, que cuenta la historia de Johnny Kovak, un inmigrante húngaro que llega a convertirse en un importante líder sindical. El guion, coescrito por Stallone, se inspiraba en la historia real del sindicalista Jimmy Hoffa. Después llegó La cocina del infierno (1978), la primera película dirigida por Stallone. El guion, escrito por él mismo, narra la historia de tres hermanos de origen italiano que intentan alcanzar el «sueño americano» en los años cuarenta. La película sigue los pasos del cine humanista y populista del director italoamericano Frank Capra, autor de Caballero sin espada (1939) y Qué bello es vivir (1946):

Este movimiento (el populismo) defendía la igualdad de oportunidades para todos como en los tiempos de Jefferson y Jackson (1800-1840), la libre empresa que garantizara que las ambiciones personales desmesuradas estuvieran atemperadas por una política común de buena vecindad, el poder en manos de hombres virtuosos y toda forma de oposición a las altas finanzas, a la maquinaria política centralizada, el federalismo omnipresente y el intelectualismo urbano. En otras palabras, había que ofrecer una nueva oportunidad a los hombres hechos a sí mismos para comenzar de nuevo sobre una base justa y sólida. Sus héroes fueron Abraham Lincoln y Jesucristo. Dos grandes humanistas que supieron amar al prójimo y que fueron víctimas de la intolerancia y del poder totalitario.14

Los ideales promovidos por el populismo15 eran los mismos que América había defendido en sus orígenes: el trabajo duro, la sencillez, la fe en las capacidades del individuo, la familia, el sentido de comunidad, una verdadera democracia en la que todos fueran iguales a sus vecinos y una sociedad basada en la clase media que vivía en pequeñas ciudades o en el campo. La influencia de Frank Capra en el cine de Stallone es algo que el actor reconoce abiertamente: «Quería que La cocina del infierno estuviera próxima a las películas de los años treinta y cuarenta, con un toque a lo Frank Capra».16 En 1982, el actor decidió rodar el largometraje Acorralado, con la dirección de Ted Kotcheff. El guion describe la difícil reinserción de los veteranos de la guerra de Vietnam a través de la historia de John Rambo, «un boina verde» de origen nativo americano, que sufre la violencia y el racismo en un pequeño pueblo estadounidense.

Esta serie de largometrajes podría situar a Sylvester Stallone en un cine más «de izquierdas» y humanista. ¿Qué rasgos podrían definir realmente al héroe de izquierdas? Probablemente lo contrario de lo que caracteriza al héroe de derechas: excepcional, único, individualista, superior, seguro de sí mismo, siempre victorioso, heroico, fuerte y viril. Así, el «héroe de la izquierda» no debía ser un individuo único y excepcional, sino una entidad colectiva. Del mismo modo, la principal cualidad del héroe de la izquierda no se basaría en su fuerza, su alma bondadosa o su éxito. En resumen, no debe ser excepcional, sino como todo el mundo, un hombre corriente entre muchos otros:

El gran héroe es para mí aquel que no se sirve de su apariencia física […] Mi concepto del héroe no depende de su fuerza, de sus músculos, de su tamaño. Puede ser pequeño, tímido, aquel en el que no te fijas. Él es el héroe real.17

Podemos ver que esta idea aleja al actor italoamericano de la forma en que se le representa en Europa, y en particular en Francia. Stallone es consciente de su imagen negativa en los medios de comunicación franceses y europeos:

En Europa, particularmente, se me ve como el símbolo imperialista de Estados Unidos. Es un juicio que me hace tanto más infeliz porque la política no está tan estrechamente ligada a mi existencia. Creo sinceramente que la política trasciende los partidos y las divisiones. Es una cuestión de individuos.18

El problema es que estas películas humanistas, que podrían calificarse de «izquierdistas», fueron fracasos de taquilla con la excepción de Rocky II y Acorralado. El actor empezó a temer por el estatus de estrella mundial que había adquirido desde el primer Rocky, y la década de 1980 fue testigo de la aparición de lo que podría llamarse un «nuevo Stallone». En efecto, el actor rodó cuatro películas seguidas, Rambo II (1985), Rocky IV (1985), Cobra (1986) y Rambo III (1988), que fueron calificadas de propaganda «reaganiana».

En 1983, en plena Guerra Fría, el presidente Ronald Reagan declaró que la Unión Soviética era «el Imperio del mal» y que el cine de Hollywood había encontrado a sus nuevos enemigos. Recordemos que la Guerra Fría, que se prolongó de 1947 a 1991, fue un periodo de tensiones y enfrentamientos ideológicos y políticos entre las dos superpotencias, Estados Unidos y la URSS. También fue una época en la que la visión del mundo de los neoconservadores estadounidenses pasó a primer plano:

Los neoconservadores tuvieron su momento de gloria durante los dos mandatos de Ronald Reagan. Marcaron el tono de una política dura hacia la URSS. Estaban convencidos de haber ganado la Guerra Fría, no solo mediante una presión militar que arruinó la economía soviética, sino también mediante su combate moral contra el comunismo. «América es una idea»: el lema está inscrito en su bandera. Fueron estudiantes en los años treinta, moldeados por las luchas antiestalinistas de su trotskismo juvenil, renunciaron a la extrema izquierda y no han abandonado el anticomunismo. En los sesenta se les unió una nueva generación más preocupada por la estrategia nuclear que por la confrontación ideológica con el marxismo-leninismo, pero que albergaba la misma aversión hacia la URSS.19

Esta lucha simbólica del «bien contra el mal» se plasmaría en numerosas películas. Amanecer rojo (1984), de John Milius, e Invasión USA (1985), de Joseph Zito, ambas protagonizadas por Chuck Norris, narran la invasión comunista a Estados Unidos, mientras que Rocky Balboa se enfrentaría a un despiadado boxeador soviético en Rocky IV (1985):

El anticomunismo difundido en diversos grados por el cine garantizaba una doble forma de cohesión: un consenso basado en el miedo, combinado con una reafirmación de la superioridad del sistema estadounidense. Todas las películas que evocan el comunismo son de hecho el escenario de una confrontación ideológica implícita en dos términos: la pesadilla soviética opuesta al sueño americano.20

Podemos afirmar que hubo un antes y un después de Rocky III (1982).21 El propio Sylvester Stallone admite que perdió el contacto con la realidad y sus valores (el éxito ha influido negativamente en la carrera del actor). También expresó este sentimiento en Rocky III, a través de su alter ego en la ficción, con el empleo del montaje paralelo y la pantalla dividida entre el declive de Rocky Balboa a causa del dinero y el éxito, por un lado, y el entrenamiento solitario del boxeador Clubber Lang por otro.22

En esta película [Rocky III], el personaje solo piensa en su imagen: los coches, el dinero, la publicidad… Ha perdido el «ojo del tigre». Eso es exactamente lo que me pasó a mí. En este negocio, el éxito es incluso más adictivo que la heroína.23

Rocky III marcó una primera etapa en la filmografía del actor y director. La película, cuyo montaje supervisó Stallone por teléfono mientras rodaba el primer Rambo, anunciaba el fin de las crónicas sociales pesimistas como F.I.S.T.: Símbolo de fuerza y La cocina del infierno. El actor italoamericano iba a centrarse sobre todo en el éxito comercial de sus películas, dejando de lado el mensaje humanista de sus primeros guiones.24

Durante la década de los ochenta, Hollywood produjo un gran número de películas, de géneros muy diversos, en las que la acción se convirtió en el principal motor narrativo: cine de acción con las sagas de Rambo, con Sylvester Stallone, Arma letal, con Mel Gibson y La jungla de cristal, con Bruce Willis; cine policíaco, como Vivir y morir en Los Ángeles, de William Friedkin, El rey de Nueva York, de Abel Ferrara o Impacto súbito, de Clint Eastwood; ciencia ficción, con Terminator, de James Cameron, Depredador, de John McTiernan, Robocop, de Paul Verhoeven o 2013: Rescate en Los Ángeles, de John Carpenter; y películas de aventuras como La caza del Octubre Rojo, de John McTiernan, y Conan el Bárbaro, de John Milius. Este tipo de cine estuvo muy influido por la presidencia de Ronald Reagan y su ideología, hasta el punto de que se acuñó la expresión «películas reaganianas» para calificar las producciones de este periodo. En los años ochenta, el cine estadounidense rompió con las diferentes tendencias desarrolladas durante la década anterior, esto es, un cine de autor con preocupaciones históricas, sociales y políticas tras los conflictos de la guerra de Vietnam y los distintos movimientos de protesta, con el éxito de cineastas como Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Brian De Palma o Michael Cimino. Las películas de los setenta señalaban los errores del sistema americano y revelaron las numerosas crisis que vivía el país: las guerras en países lejanos, las desigualdades sociales, la corrupción política… Estas obras, marcadas por el tema del fracaso, resaltaron la figura del «antihéroe» interpretado por actores como Dustin Hoffman o Al Pacino. En los ochenta, el antihéroe daría paso al típico héroe musculoso encarnado por Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger o Dolph Lundgren. Desacreditadas por la crítica, que censuraba su dimensión propagandística, las producciones de Hollywood durante la era Reagan despertaron sin embargo el entusiasmo del público a ambos lados del Atlántico.

Ronald Reagan fue elegido en noviembre de 1980 frente al titular demócrata Jimmy Carter, a quien se consideraba un presidente «blando» e indeciso, especialmente tras la crisis de los rehenes de la embajada estadounidense en Teherán en 1979. Con Reagan, los ciudadanos encontraron un presidente partidario del retorno a una América fuerte:

El éxito del personaje [Reagan] se debió a su calidez humana, su habitual sonrisa, un lenguaje sencillo, directo y la expresión “espontánea” de sus sentimientos, incluso la autocrítica. Además, Reagan se aferraba a ideas sencillas con apariencia de coherencia y determinación. Los americanos fueron testigos de sus muestras de amor conyugal y su exaltación de los valores familiares, aunque el presidente estaba divorciado y prestaba poca atención a sus hijos, así como con una serie de símbolos del americanismo: la desconfianza en el Estado y la fuerza de carácter. En definitiva, el éxito del exactor es un ejemplo de la simbiosis entre la sociedad y el cine.25

Durante su campaña electoral, con su eslogan America is back! (¡América ha vuelto!), el antiguo actor de películas de serie B jugó con la imagen mítica del cowboy y manifestó su deseo de «virilizar América» de nuevo. Así, el héroe Reagan, heredero de John Wayne, representaría la encarnación del «sueño americano». Es lo que se conoce como un self-made man,26 un hombre que gracias a su coraje y el duro trabajo podía superar todas las dificultades e incluso, eventualmente, tomarse la revancha sobre la vida. Este nuevo héroe debía ser invulnerable y, para transmitir eficazmente la ideología «reaganiana», se enfrentaría a auténticos villanos en una batalla simbólica entre el Bien y el Mal. Sin embargo, conservará su humanidad, sin la cual el principio de identificación no funcionaría. En el héroe cinematográfico de los años ochenta encontramos las dos características principales del presidente Reagan: es un «ganador», un hombre de origen social humilde y desfavorecido que ha triunfado por pura fuerza de voluntad, que consigue hacerse rico y famoso como en el caso del propio Reagan, un modesto actor de cine que llegó a presidente de los Estados Unidos. También es un «superviviente», alguien que resiste las peores pruebas de la vida y se hace más fuerte, del mismo modo que Reagan sobrevivió a un intento de asesinato en 1981 y a un cáncer en 1985.

Aparece así un nuevo género, cuyo origen se remonta a 1982 con la película Acorralado, un cine de acción que no buscaba un vínculo sociológico. Durante la década de los ochenta se desarrolló una nueva forma de contar historias mediante el uso de planos cortos, ritmo frenético y formato de videoclip, que marcó un verdadero cambio con respecto al cine de los setenta, con sus planos largos y un ritmo más lento. Las escenas espectaculares, tiroteos, peleas y persecuciones primaban sobre la psicología de los personajes. La saga Rocky (1976-2006) es una buena ilustración de este proceso: Rocky I y II son dramas claramente intimistas típicos de los setenta, mientras que Rocky IV es el símbolo del cine de acción de los ochenta. Rocky III (1982) señalaría la etapa de transición entre estas dos formas de cine y desarrollo narrativo. Sylvester Stallone reconoce que sus películas marcaron el vínculo entre los años setenta y ochenta: «Pertenezco a ambas décadas —los setenta y los ochenta—. Mi sensibilidad, el momento en que me convertí en un hombre, todo lo que sé de cine procede de ese periodo».27 Igualmente, es un cine muy marcado por su época y los cambios técnicos en las salas, como la aparición del sonido Dolby. En la actualidad damos mucha importancia a las sensaciones que proporciona una película a través de su ritmo o su sonido. Así, la «forma» es más importante que el «contenido», la emoción ligada a los personajes y a la historia.28

Los años setenta anunciaron cambios para Francia como consecuencia directa de los acontecimientos de Mayo del 68. Un nuevo espíritu se apoderó de la sociedad y de su cine. La crítica cinematográfica refleja esta transformación, ya que vive su periodo más comprometido del mismo modo que gran parte de la izquierda: en las publicaciones diarias y mensuales el juicio ya no es solo estético, también es político:

A principios de los años setenta, tras Mayo del 68, los «Estados Generales del Cine Francés», la crítica francesa de izquierdas, inspirado sobre todo por los escritos de Karl Marx, Dziga Vertov y Bertolt Brecht, se interesó por primera vez en los estrechos vínculos entre cine e ideología. Los artículos fundamentales de Marcelin Pleynet y Jean-Louis Baudry en Cinéthique, los de Jean-Louis Comolli y Jean Narboni en Cahiers du cinéma y, entre otros, los de Jean-Patrick Lebel en La Nouvelle Critique, sin olvidar los ensayos cinematográficos de autores como Jean-Luc Godard, sentaron las bases de un nuevo enfoque. En los años siguientes, numerosas obras se hicieron eco de estas ideas y desarrollaron un pensamiento coherente en torno a la cuestión de la relación entre cine, ideología y política. Posteriormente, esta corriente de pensamiento, con sus guiños al freudismo, cruzó el canal de la Mancha y el Atlántico para inspirar los estudios culturales y de género.29

En los años ochenta, las películas de Sylvester Stallone fueron analizadas desde un punto de vista político por la crítica cinematográfica. Tras el atolladero de Vietnam, que precipitó la idea de la caída del imperio estadounidense, Reagan se propuso restaurar el orgullo americano. Eso fue precisamente lo que hizo Stallone en 1984 con el largometraje Rambo II, dirigido por George Pan Cosmatos, en el que un soldado regresaba a Vietnam para ganar en solitario la última batalla de una guerra que, a ojos de la opinión pública, no había terminado. Según los críticos, entre ellos Yannick Dahan,30 la película otorgaba a los Estados Unidos la victoria simbólica en la guerra de Vietnam. Ronald Reagan, haciendo un uso oportunista del personaje, citó en varias ocasiones a John Rambo en sus discursos, como cuando afirmó: «Sabré qué hacer en la próxima toma de rehenes». El presidente norteamericano siempre ha utilizado el cine en sus discursos políticos.31Rambo II es una obra compleja que puede verse como propaganda del poder estadounidense, pero Sylvester Stallone ha rechazado el carácter «reaganiano» de la película. Desde su estreno, Stallone es visto en Francia como el símbolo de una América poderosa y triunfante. Así es cómo la marioneta del actor (Monsieur Sylvestre) llegó a Les Guignols de l’info, el programa satírico de Canal+. En 2008, durante la promoción en Francia del filme John Rambo, el actor se negó a reunirse con su marioneta en el plató de Le Grand Journal, presentado por Michel Denisot, al enterarse de los valores que encarnaba Monsieur Sylvestre:

Hoy en día, el Mr. Sylvestre de Les Guignols de l’info de Canal+ simboliza la ideología del hombre industrial (cada vez menos caballero de la industria, cada vez más mercenario), el hombre de las ciudades […], de los bancos y del comercio internacional.32

El actor lamenta todavía hoy que las secuelas de Acorralado, la segunda y la tercera entrega, hayan sido tachadas de películas de propaganda «reaganiana» por la prensa francesa y estadounidense:

En el primer Rambo yo no era un superhéroe, ¡ni siquiera era un tipo demasiado musculoso! Luego tienes que competir con otros actores, trabajas los músculos, añades acción, cosas absurdas… Y poco a poco, pierdes tu alma. No te das cuenta enseguida, solo cuando estás en el fondo, en el agujero. Porque cuando tienes éxito, no escuchas nada ni a nadie […] Pero se me escapó de las manos, se convirtió en algo político. Los que hicieron El regreso, Jane Fonda y los demás, estigmatizaron la película como un símbolo del poder de Reagan, lo que no tiene ningún sentido; incluso si ves la segunda y la tercera, el personaje ni siquiera vive en América, está totalmente desesperado, no hay victoria en su vida. Ni para él ni para América. Eso me convirtió en el blanco de algunos comentarios políticos muy duros. Realmente no me importa, pero mucha gente se lo toma muy en serio en los círculos en los que trabajo. Yo les digo: «Joder, juzgadme por la calidad de las películas, no por el discurso que ponéis en ellas». Al final de Rambo, que yo sepa, Estados Unidos todavía no ha ganado la guerra de Vietnam. Quédate con ese final.33

Rocky IV