Taeb y los siete reinos - M P Toro - E-Book

Taeb y los siete reinos E-Book

M P Toro

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Beschreibung

La aventura más grande está por comenzar  Taeb es un ángel. No solo tiene adorables ojos grises y hermoso cabello rubio, sino que también le nacen dos inmensas alas blancas de la espalda. Él no es normal, es un monstruo. Su madre lo sabe bien y lo ha protegido siempre; evita que se le acerquen diciendo que padece una terrible enfermedad. Pero el destino es ineludible y los cazadores quieren atraparlo. Ahora, Taeb no tiene otra opción que huir y tratar de encontrar a su padre, quien se supone le dio esas alas. Durante el viaje conocerá seres increíbles, luchará contra criaturas gigantescas y descubrirá un mundo nuevo y lleno de magia, un mundo hostil en el que está su verdadero hogar. 

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© 2014 María Paula Toro

Reservados todos los derechos

Calixta Editores S.A.S

Primera Edición Marzo 2023

Bogotá, Colombia

Editado por: ©Calixta Editores S.A.S

E-mail: [email protected]

Teléfono: (57) 317 646 8357

Web: www.calixtaeditores.com

ISBN: 978-628-7631-16-8

Editor: María Fernanda Medrano Prado @marisuip

Corrección de Estilo: María Fernanda Carvajal

Corrección de planchas: Laura Puentes

Ilustración de cubierta e Internas: Julián Tusso @tuxonimo

Diseño, maquetación: David A. Avendaño @art.davidrolea

Primera edición: Colombia 2023

Impreso en Colombia – Printed in Colombia

Todos los derechos reservados:

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño e ilustración de la cubierta ni las ilustraciones internas, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin previo aviso del editor.

Contenido

Taeb 11

Larius 15

Daewim 19

Taeb 21

Larius 25

Daewim 29

Taeb 33

Larius 37

Daewim 41

Taeb 47

Larius 49

Daewim 55

Taeb 59

Larius 63

Daewim 65

Taeb 69

Larius 73

Daewim 77

Taeb 81

Larius 83

Daewim 87

Taeb 89

Larius 93

Daewim 97

Taeb 99

Larius 103

Daewim 107

Taeb 109

Larius 113

Taeb 117

Daewim 121

Larius 125

Taeb 131

Daewim 135

Larius 139

Taeb 143

Daewim 147

Larius 151

Taeb 155

Daewim 159

Larius 163

Taeb 167

Daewim 171

Larius 175

Taeb 177

Daewim 179

Larius 183

Taeb 185

Daewim 189

Larius 193

Taeb 197

Daewim 201

Larius 205

Taeb 209

Daewim 213

Larius 217

Taeb 221

Daewim 225

Larius 231

Taeb 235

A mi familia, por no dejarme olvidar mi sueño. A Ana y a Paula, por su apoyo incondicional y su paciencia. Y a Luisa, por cumplir su promesa y ayudarme a publicar el que en ese momento fue mi primer libro.¡Lo logramos!

Taeb

Mamá dice que debo llevar la capa siempre puesta, dice que nadie debe verme sin ella y que es mejor que piensen que estoy enfermo a que descubran nuestro secreto. Dice que sabe que me duele llevarla y que algún día no tendré que usarla más. En la noche suele contarme historias de un mundo que se extiende después de atravesar el desierto. Un mundo en donde no debemos tener miedo o, por lo menos, yo no debo tener miedo, porque en esas tierras lejanas habitan seres como yo. Mamá dice que en ese mundo no hay que preocuparse por la comida, porque los animales son tan grandes que con una sola presa se podría alimentar a mil hombres, dice que los animales y los árboles son del tamaño de las montañas, porque no hay humanos que cacen ni talen los bosques.

Cuando le pregunto por qué no hay humanos y por qué los habitantes de aquellas magnificas tierras no cazan aquellos animales gigantes, sus ojos se llenan de tristeza. Los ancianos de mi pueblo dicen que se llama nostalgia y que mi mamá la siente porque desea regresar a un tiempo pasado, un tiempo mejor. Un tiempo en el que no tenía que esconderse ni guardar secretos, un tiempo en el que yo no estaba aún. Cuando me mira con los ojos llenos de nostalgia, siempre me dice lo mismo: «Pareces un ángel, Taeb».

Sé por qué lo dice. No es por mis ojos grises ni por mi cabello rubio, lo dice por mis alas. Sí, tan grandes que no puedo correr sin perder el equilibrio y caer; tan blancas como las nubes que flotan en el cielo dejándose arrastrar por el viento. Por ellas debo usar la capa que las oculta, pero también las aplasta y eso duele. Un día una de mis alas se rompió y tuve que quedarme encerrado en casa por un mes. ¡Un mes sin poder sentir el viento en mi cara!

Mamá no me deja volar, dice que es muy peligroso porque hay cazadores que buscan a los de mi especie para matarlos y colgarlos como trofeos en los castillos. A veces sueño que extiendo mis alas y cruzo el desierto volando tan rápido como un águila para llegar a la tierra que pertenece a los de mi especie. La tierra en donde no debo tener miedo y en donde una sola presa es suficiente para sobrevivir por todo un año.

Cuando le conté a mamá del sueño, ella lloró; me abrazó, enterró su rostro en una de mis alas y sollozó por un rato largo. Ella no quiere que me vaya, pero tampoco quiere que los cazadores me encuentren. Quiere que yo sea libre, pero… ¿cómo puedo ser libre si no puedo volar? ¿Cómo puedo ser libre si debo esconder mis alas? ¿Cómo puedo vivir toda una vida sin llegar a las nubes y sin dejar que el viento me lleve en su lomo? ¿Cómo?

Mamá me llevó al mercado. Mientras caminábamos por las afueras del pueblo, vimos a varios niños jugar con una pelota en un prado al lado del camino. Todos tenían mi edad, entre siete y ocho años. Al vernos pasar, varios se acercaron, me invitaron a jugar con ellos, prometieron lanzar el balón con cuidado para no lastimarme. Eran buenos conmigo, al igual que los otros niños del pueblo, sus madres seguramente les contaron que yo estaba enfermo, que mis huesos eran frágiles y se rompían con facilidad. Tuve que decirles que no, aunque una parte de mí deseaba con toda su fuerza correr al prado y unirse al juego. Pero yo no puedo correr: tengo un secreto que ocultar.

Mamá tomó mi mano y ambos seguimos el camino en silencio hacia el mercado. Como siempre, me regalaron dulces, porque todos sienten lastima por mí, me miran con los ojos tristes, como diciendo en su cabeza: «El niño con los huesos de cristal», «el pobre niño que no puede correr», «la pobre criatura que tiene una joroba». Como me gustaría quitarme la capa y mostrarles mis hermosas alas, así sabrían que yo no estoy enfermo y que puedo llegar hasta las nubes y montar sobre el lomo del viento. Solo yo puedo hacer eso y tengo que ocultarlo, tengo que pretender que estoy enfermo… Tengo que ser el niño con huesos de cristal.

Mamá compró una tela liviana para hacerme una manta nueva, porque yo crezco más cada día y mis alas también. Mi manta vieja, que mamá me hizo hace seis meses, ya no me cubre por completo y me ha visto tiritar de frío en las noches. Escogió una tela azul claro, parecido al color del cielo, pero no igual. Nada es tan hermoso como el cielo, con su hermoso azul claro en el día y oscuro en las noches.

Mientras comprábamos fruta, me di cuenta de que varios niños estaban reunidos en torno a un grupo de extraños vestidos de negro: eran hombres, jóvenes en su mayoría, pero no sé si provenían de las llanuras, las montañas o de la costa, algunos tenían la piel blanca y el pelo claro, como la gente de las montañas; otros, la piel blanca y el pelo oscuro, como los habitantes de las llanuras; y el resto, la piel oscura, como los pescadores de la costa. Lo sé porque los ancianos de mi pueblo me lo dijeron, también me dijeron que era muy seguro que mi padre viniera de las montañas, y por eso yo tengo el pelo y los ojos de un color claro. Mamá nació en las fértiles llanuras del centro, lo dicen su piel blanca, su pelo y ojos castaños. Uno de los hombres me descubrió mirando al grupo y me saludó con la mano mientras me sonreía con amabilidad.

Mamá también los vio y sus ojos se llenaron de miedo. Pagó la fruta y tomó mi mano. Luego, ambos abandonamos el mercado mientras caminábamos más rápido de lo normal. Cuando llegamos a casa, mamá se sentó en una silla y enterró su rostro en las palmas de las manos mientras sollozaba. Yo me acerqué a ella sin entender qué pasaba y la abracé, la envolví con mis alas para protegerla y pude escucharla susurrar dos palabras: «Nos encontraron».

Larius

Noran presumía sus armas frente a los niños del pueblo, el mayor no debía tener más de trece. Todos los niños miraban a mi amigo con la boca abierta y los ojos llenos de sorpresa, mientras él les contaba cómo había matado a un demonio que podía transformarse en un tigre tan grande como una montaña. Los niños soltaron una exclamación de asombro cuando llegó a la parte en la que el monstruo casi le arranca el brazo, se descubrió y le mostró a su pequeña audiencia la cicatriz que le dejó ese encuentro. Aún en su piel oscura, la marca podía verse con claridad.

Es normal tener cicatrices cuando eres un cazador de monstruos, las malditas bestias pueden adoptar la forma de un humano; con un cuerpo perfecto y un rostro tan hermoso que cualquiera que los mira a la cara termina convertido en su esclavo. Pero, además, los monstruos también pueden tomar forma animal, tan grandes como una montaña. Son peligrosos de ambas formas, poseen una fuerza extraordinaria y una velocidad que los convierte en las criaturas más ágiles que existen sobre la faz de la Tierra. Sin embargo, matarlos es posible si les cortas la cabeza.

Mi nombre es Larius, tengo veinte años y he matado a dos monstruos… y medio.

Maté al primero para vengar la muerte de mi madre. Yo debí haberla protegido, yo era su hijo y soy un cazador. Pero mientras la bestia destruía mi aldea, yo terminaba el entrenamiento con mi padre. Cuando regresé para llevarle regalos y noticias, encontré todo destruido y supe que una bestia había estado allí. Cegado por el dolor y el odio, busqué y maté a la bestia. Tuve mucha suerte, no lo niego, son muy pocos los que logran enfrentarse sin ayuda a un monstruo y viven para contarlo.

Maté el segundo para rescatar a una princesa, no fue una batalla fácil, porque el demonio tenía como hijo a un híbrido que casi me arranca un brazo usando las tenazas que tenía en lugar de manos. A los malditos monstruos les gusta convertir en esclavas a las mujeres humanas que tienen la mala fortuna de cruzarse en su camino y, a veces, las obligan a aparearse con ellos. De esa horrible unión nacen los híbridos con la maldad y la fuerza del padre, pero el cuerpo de la madre. Cuerpos casi humanos, pero siempre hay un detalle que los delata, como una cola u ojos de bestia. Tanto los monstruos como los híbridos se alimentan de lo mismo: carne humana. Por eso mis hermanos y yo nos dedicamos a cazarlos, a aquellos que invaden las tierras humanas, rompiendo así el tratado forjado entre demonios y humanos en tiempos olvidados por ambas razas.

Un murmullo me devolvió a la realidad. Noran dejaba que uno de los niños examinara su cuchillo y no pude evitar reírme. A mi amigo le encantaba que los pequeños lo halagaran. Además, poseía un talento excepcional para contar historias, por lo que algunos terminarían regresando con nosotros para convertirse en héroes. Y con esto no me refiero a caballeros en pesadas armaduras que solo se dedican a exhibirse en torneos y proteger a nobles incapaces de levantar y, mucho menos, blandir una espada. Me refiero a nosotros: los guardianes de estas tierras, los cazadores de monstruos.

Dejé que mi mirada vagara por el mercado y se quedó pegada en un niño que estaba comprando fruta con su madre. Estaba envuelto en una capa demasiado grande para él, que –claramente– cubría una enorme joroba. Una pequeña que estaba a mi lado, al ver que había captado mi atención, me dijo:

—Es Taeb, el niño con huesos de cristal. Mi mamá dice que no llegará a ser adulto.

Sentí pena por él. He viajado mucho y conozco bien la enfermedad de la cual es víctima. Sus huesos no solo son tan frágiles como el cristal, también crecerán torcidos, deformando su cuerpo y, eventualmente, terminarán dañando sus órganos vitales. Enseguida entendí por qué el niño se negaba a abandonar el lado de su madre, qué sentido tendría tratar de acercarse a los otros niños si nunca podría ser igual que ellos. Algo tan sencillo como correr hasta perder el aliento era algo imposible para él, no podía jugar sin arriesgarse a morir. Sus huesos no sanarían si se partían.

Mis ojos se encontraron con los del niño y lo saludé con la mano. Tal vez si me acercaba a él y le contaba historias sobre mis viajes, lograría alejar la tristeza de su rostro, al menos por un tiempo. Le hablaría de mis viajes y de los lugares con los que él solo podría llegar a soñar. Le contaría sobre mis aventuras como cazador y sobre los peligros a los que nos enfrentamos mis hermanos de caza y yo.

No había dado ni un paso hacia él cuando su madre se volvió para mirarme y sus ojos se llenaron de miedo. No lo entendí. Dentro del mundo humano nadie nos teme, somos los protectores de esta tierra, somos los héroes. Pero la mirada de esa mujer sugería que nosotros éramos los villanos.

Vi cómo el niño con los huesos de cristal y su madre abandonaban el mercado con rapidez y una sospecha cruzó mi mente. Me alejé del lado de Noran y fui a buscar a mi padre, el líder de los cazadores.

Daewim

Algo en el aire del reino no dejaba de inquietarme. Me detuve un momento para tratar de descifrar qué era lo que perturbaba la calma de mi hogar. Algo amenazaba con dañarlo, pero se me escapaba lo que ese ‘algo’ era. La reina sabría decirme. Retomé mi marcha hacia el palacio con el paso tan apretado como me lo permitían mis fuertes patas, crucé los jardines con un salto y luego recuperé mi forma humana para entrar.

Como siempre, la reina me esperaba en uno de los innumerables balcones de la sala del trono. Le dediqué una reverencia y esperé pacientemente a que hablara.

—Un gran peligro se acerca, princesa Daewim —dijo la reina.

—Sí, majestad, también lo sentí —le respondí y bajé los ojos, incapaz de soportar la fuerza de su mirada—. Pero no sé lo que es.

—Una sombra del pasado amenaza con volver y destruir todo lo que he construido en los últimos años.

—¿Una sombra? ¿Acaso se trata de un demonio? —repuse asustada y me atreví a mirarla.

—No, esta sombra solo le debe parte de su origen a este reino. Un híbrido. Esa es la causa del desequilibrio que percibiste en el aire —respondió y cerró los ojos un momento mientras se concentraba en la amenaza—. Aún es posible salvar al reino del peligro que representa este híbrido, pero me temo que tendrás que abandonar nuestras tierras por algún tiempo. Tu encargo al herrero tendrá que esperar un poco más.

—Lo entiendo, majestad, y estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario —respondí y la reina sonrió satisfecha.

—El híbrido es joven aún, apenas un niño de siete años que vive con su madre. No te será difícil encontrarlo, vive en una pequeña aldea al este de las tierras humanas, pero pronto lo perderá todo y huirá hacia el desierto. Encuéntralo y llévalo de vuelta a las tierras a las que pertenece, enséñale a sobrevivir en el mundo humano para que nunca lo abandone.

—¿Será suficiente con eso? —pregunté sorprendida ante la simpleza de la misión. Sería una misión aburrida, monótona. Algo que hasta el más débil de los súbditos podría hacer—. ¿Por qué he de ir yo si se trata de una tarea tan sencilla?

—El híbrido representa una gran amenaza para el reino, si llega a la Puerta Negra y esta se abre para él, el tiempo del cuarto reino terminará —respondió ella—. No puedo encomendarle tal responsabilidad a cualquier súbdito.

—Por supuesto que no, majestad —repuse resignada a cumplir con lo que sería una misión terriblemente aburrida, pero la reina estaba en lo correcto. Si el bienestar del reino estaba en riesgo, entonces, era su deber y el mío lidiar con la amenaza—. Me iré de inmediato.

La reina asintió sin prestarme más atención.

Taeb

Mamá dejó de llorar después de un rato, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y me sonrió. Se alejó de mí y fue hasta el baúl al final de su cama, lo abrió usando una llave que siempre llevaba consigo y sacó un cuchillo. Era hermoso, como aquellos que solo los reyes y príncipes en los cuentos de hadas llevan. Tenía dos alas bordadas con hilo plateado en la funda de cuero negro y en el mango pude ver varios hilos de plata trazando un diseño, que al mirarlo con detenimiento parecía una pluma. Mamá se acercó a mí y me lo puso en el cinto. Me dejó desenfundar el cuchillo y examinarlo, en la hoja, que emitía un suave brillo plateado parecido al de la luna, también había dos alas grabadas cerca del mango. Al verlo, supe que solo el mejor de todos los herreros podría haberlo hecho.

—Tu padre me lo dio antes de que nos separáramos, me dijo que te lo diera cuando te hicieras mayor. Él sabía que ibas a tener dos alas en la espalda, aun cuando él no las tenía. Llévalo de ahora en adelante, pero no dejes que nadie lo vea.

—¿Por qué me lo das? Yo sigo siendo un niño —le dije a mamá y ella puso sus manos sobre mis hombros. Tenía los ojos rojos de tanto llorar, pero su mirada estaba llena de determinación.

—Los cazadores vendrán por ti esta noche, vamos a tratar de escapar, pero si se acercan demasiado, quiero que vueles hacia el este, hacia el desierto. Ve a las tierras que se extienden después de cruzarlo y encuentra a tu padre. Él cuidará de ti.

—¿Y tú?

—A mí no me harán daño porque soy humana. Pero tú no, eres un híbrido y parte de tu historia se encuentra con los monstruos, los habitantes de las tierras con las que sueñas.

Mamá no permitió que sus ojos volvieran a encontrarse con los míos mientras decía esto, algo que se me hizo raro, porque ella siempre me mira cuando me habla, pero decidí no preocuparme. Había cosas más importantes en las que pensar.

Mamá se alejó de mí y cogió una mochila, que comenzó a llenar con fruta, pan y tiras de carne seca. Yo guardé el cuchillo en su funda y luego me senté junto a la ventana. Por varias horas estuve vigilando el camino que llevaba hasta el pueblo, pero al final me quedé dormido.

Mamá me despertó cuando la luna y las estrellas brillaban en el cielo. Con señas me indicó que la siguiera en silencio. Me puso la capa y los dos salimos de nuestra pequeña casa en las afueras del pueblo. Siempre vivimos alejados de los demás para poder ocultar nuestro secreto, pero no sirvió de nada: los cazadores me habían encontrado. Mamá trató de hacerme correr para alejarnos más rápido de nuestro hogar, pero yo no puedo correr y me caí a los pocos pasos. Me levanté y, en ese momento, los escuchamos.

—¡No están aquí! —gritó uno de ellos y luego le prendieron fuego a la casa.

—¡Búsquenlos! ¡No pueden estar muy lejos! El niño no puede correr con esa joroba o lo que sea que oculte bajo esa capa.

Mamá tomó mi mano, comenzó a correr tan rápido como podía y como se lo permitía yo. No entendí qué pasó, pero de pronto ambos estábamos en el suelo. Al principio creí que habíamos caído por mi culpa, pero cuando la miré, comprendí que no…

Tenía una flecha clavada en la espalda, extendió una mano hacia mí y yo la tomé asustado.

—Quítate la capa y vete. Vuela tan alto y rápido como puedas —susurró y yo la miré aterrado.

—¡No! Quiero quedarme contigo… No voy a dejarte…

—Yo voy a estar bien, a mí no me van a hacer nada, pero a ti sí. Si te atrapan, te matarán, te arrancarán las alas y las convertirán en un trofeo. No puedes quedarte y vivir, hijo mío —Soltó mi mano y sus ojos se llenaron de lágrimas—. Vete y encuentra a tu padre, dile que lo quiero y que espero que no me olvide.

—Pero… —Yo no quería dejarla atrás y quise decírselo, pero ella no me dejó.

—¡Vete! —exclamó y yo asentí una sola vez.

Me quité la capa con los ojos llenos de lágrimas y, siguiendo mi instinto, que tantas veces antes de esa noche me había gritado que me quitara la capa y volara lejos, despegué. Escuché los gritos de asombro de los cazadores. Sentí varias flechas pasar a mi lado. Pero me elevé tanto como pude dejándolos atrás, a ellos… y a mamá.

Larius

Vi a Noran disparar la flecha y luego a la mujer caer. Un minuto después vi al niño levantarse, desplegar dos hermosas alas blancas y alejarse volando. No me sorprendió que dejara a su madre atrás, era un ser desalmado y la mujer ya había cumplido con la misión de criarlo; seguro que, para el híbrido, ella ya no era útil. Ignoré los gritos de mis hermanos de caza y los de mi padre y comencé a perseguir al híbrido. Pasé por el lado de la mujer, pero ni siquiera la miré, ella debía morir para recobrar la libertad que el padre del híbrido le había arrebatado.

Su vuelo era algo inestable. Casi que podría jurar que nunca lo había hecho, eso era bueno, pronto caería y yo lo alcanzaría. Con sus alas podría hacer un bonito trofeo; antes, sin embargo, les quitaría algunas plumas para dárselas a mis hermanos y a mi padre. Colgaría mi trofeo en el castillo de los cazadores junto a la cabeza del asesino de mi madre y el cuerno del segundo monstruo al que maté. La sola idea me hizo sonreír. La mirada llena de orgullo de mi padre invadió mi mente. Después de todo, los otros habían dejado ir al híbrido pensando que ya era tarde, pero yo no me había dado por vencido y por eso obtendría mí recompensa. Regresaría al lado de mi padre con las dos alas como trofeo. La idea me dio fuerza y corrí más rápido.

Se me hizo más difícil seguir al híbrido conforme fueron pasando las horas, pero, por lo que pude ver, a él también se le hacía más difícil seguir volando. Si él podía continuar, yo también podía. Comenzó a amanecer y entonces me di cuenta de que el híbrido estaba volando hacia el este. De seguro quería llegar hasta el desierto para cruzarlo. ¡Pobre tonto! El desierto no estaba tan lejos de su pueblo, pero las corrientes de viento de aquel infierno lo derribarían.

La idea de atravesarle el corazón librando al mundo de su presencia inmunda me dio ánimos. Pero, sobre todo, estaba la mirada de mi padre, que una vez más vería regresar –después de haber librado al mundo de la maldad infinita de un híbrido– a su hijo de una misión que parecía imposible cumplir.

El día llegó y se fue, el híbrido seguía volando y yo corría tras él. Cada paso era más difícil que el anterior y pronto ya no podría continuar. Mis pies me estaban quemando y el dolor en mis piernas se hacía más insoportable con cada minuto que pasaba. Traté de apartar el cansancio de mis pensamientos dejando que la idea de mi triunfo me llenara por completo, me imaginé la textura de las alas del híbrido y lo hermosas que se verían una vez que las hubiera colgado en el castillo de los cazadores. Eso me dio fuerza, pero no la suficiente para resistir otra noche u otro día más. Vi el desierto y apreté los dientes, ya estaba más lejos de casa de lo que jamás había estado.

El híbrido finalmente se rindió dos horas más tarde, lo vi caer y dejé de correr. Mis piernas temblaron mientras caminaba hacia él. Saqué mi cuchillo y me quedé mirando al niño monstruo, el mismo que un día atrás despertó mi compasión. Estaba tendido sobre la arena respirando con dificultad y con las alas extendidas. Creo que estaba inconsciente, pero de eso no puedo estar seguro. Me quedé mirándolo, incapaz de avanzar un paso más, a pesar de que tan solo tres me separaban de él.

También yo estaba agotado, tendría que matarlo ahora y arrancarle las alas después cuando el sol volviera a brillar sobre la arena del desierto. Regresaría con ellas al castillo de los cazadores, en donde les contaría a mi padre y a mis hermanos de caza mi aventura. Les contaría que esta vez no hubo una heroica batalla, solo una carrera que parecía no tener fin. Pero al final yo gané y como prueba de ello, les llevaría las alas.

Di un paso más y mis fuerzas me abandonaron. Mientras mi conciencia se desvanecía en medio del cansancio, sentí que alguien me arrastraba a alguna parte…

Daewim

Ahí estaba el medio humano al que debía ayudar. Lo vi desde lejos, tratando de mantenerse en el aire mientras sus alas inexpertas no hacían más que tratar de llevarlo al suelo. Supe que mi tarea no sería para nada fácil. Cayó a pocos metros de mí y luego vi al cazador acercársele. Una sonrisa curvó mis labios, ya no tendría que preocuparme por mi cena, ella había venido a mí y no tenía fuerzas para defenderse. Examiné con detalle al cazador, este sacó un cuchillo y miraba al niño. Tenía el pelo negro y la piel blanca, ¡excelente!, los de piel clara tienen un mejor sabor. La sonrisa en mis labios se hizo más grande al comprobar que era macho. No es que las hembras tengan un mal sabor, pero me siento rara comiéndomelas, porque yo tengo dos formas y una se parece a las hembras humanas. Nunca me ha gustado parecerme mucho a mi comida.

El cazador trató de llegar hasta el híbrido, pero cayó de bruces. Las pocas fuerzas que le quedaban lo abandonaron antes de poder llegar a su presa. Satisfecha, me acerqué más, suspiré molesta. El cazador era musculoso, eso significaba que su carne era dura y mucha se quedaría pegada a los huesos. Tomé al chico por el cuello de la camisa, dispuesta a llevármelo, cuando recordé algo. ¡Los cazadores nunca viajan solos! Miré a mi alrededor buscando algún indicio que revelara la presencia de otros. Estaba segura de que se encontraban cerca y vendrían pronto; tomé al cazador por el cuello de la camisa y me los llevé a ambos a rastras. Era imposible que no encontraran nuestras huellas, aunque tal vez si dejaba sangre llegarían más rápido. Fijé mi mirada en el cazador mientras me decidía.