TAEB Y LA PUERTA NEGRA - M P Toro - E-Book

TAEB Y LA PUERTA NEGRA E-Book

M P Toro

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Beschreibung

EL CIERRE DE LA TRILOGÍA TAEB  Luego de cincuenta años, el arco ha regresado a las manos de Taeb y es su deber encontrar al nuevo heredero antes de que el traidor ataque una vez más a los Siete Reinos. Mientras los Ob-lumais se preguntan quién los protegerá ahora del peligroso enemigo que cada día toma más fuerza, un grupo de amigos cruza el desierto en busca de una nueva vida, sin saber lo que desencadenarán al tocar la Puerta Negra.

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TAEB Y LA PUERTA NEGRA

© 2022 María Paula Toro

Reservados todos los derechos

Calixta Editores S.A.S

Primera Edición Marzo 2023

Bogotá, Colombia

Editado por: ©Calixta Editores S.A.S

E-mail: [email protected]

Teléfono: (57) 317 646 8357

Web: www.calixtaeditores.com

ISBN: 978-628-7631-24-3

Editor: María Fernanda Medrano Prado @marisuip

Corrección de Estilo: María Fernanda Carvajal

Corrección de planchas: Ana María Sánchez

Ilustración de cubierta: Julián Tusso @tuxonimo

Iilustraciones Internas: Martín López @martinpaint

Diseño, maquetación: David A. Avendaño @art.davidrolea

Primera edición: Colombia 2023

Impreso en Colombia – Printed in Colombia

Todos los derechos reservados:

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño e ilustración de la cubierta ni las ilustraciones internas, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin previo aviso del editor.

Contenido

Nilae 11

Taeb 15

Daewim 19

Nilae 23

Taeb 27

Daewim 29

Nilae 33

Taeb 37

Daewim 39

Nilae 43

Taeb 47

Daewim 49

Nilae 51

Taeb 55

Daewim 57

Nilae 61

Taeb 65

Daewim 67

Nilae 69

Taeb 71

Daewim 75

Nilae 79

Taeb 83

Daewim 85

Nilae 87

Taeb 91

Daewim 93

Nilae 97

Taeb 101

Daewim 103

Nilae 105

Taeb 107

Daewim 111

Nilae 115

Taeb 119

Daewim 123

Nilae 127

Taeb 131

Daewim 133

Nilae 137

Taeb 141

Daewim 143

Nilae 145

Taeb 149

Daewim 151

Nilae 155

Taeb 159

Daewim 161

Nilae 163

Taeb 167

Daewim 171

Nilae 173

Taeb 177

Daewim 181

Nilae 185

Taeb 189

Daewim 191

Nilae 195

Taeb 199

Daewim 203

Agradecimientos

Llegar al final de esta trilogía es un sueño que pensaba imposible. Cuando Taeb y los siete reinos se publicó en el año 2012, nunca imaginé que tendría la acogida que tuvo y que tantos lectores lo guardarían con especial cariño en su memoria. Quiero agradecerles a todos ellos por sus mensajes y palabras de apoyo a lo largo de estos años, sus palabras me ayudaron a encontrar el impulso que necesitaba para terminar este proyecto cuando quise abandonarlo.

También quiero agradecerle al equipo de Calixta Editores por todo el trabajo que han puesto en mis proyectos literarios. En especial a María Fernanda Medrano, mi editora y amiga, por todos sus consejos y enseñanzas. También a David Avendaño por la dedicación y el trabajo que pone en cada libro.

También quiero agradecer a Tomás por motivarme a seguir en los momentos más difíciles. A Nicolás Guevara por compartir sus historias y consejos conmigo. A mi familia y amigos por su apoyo incondicional. A Kuki y Elmito por toda su ayuda, gracias por ayudarme a dar a conocer mi trabajo en redes sociales. A Samuel Vela por tomarse el tiempo de leerle mi libro a sus seguidores.

Por último, pero no menos importante, a Kellen Green, Cristina Ramirez, Diana Sepulveda, las gatas lectoras y a los demás lectores que me han dado la oportunidad de entrar a sus libreros. Espero que disfruten mucho de esta historia.

Nilae

Cruzar el desierto fue mucho más difícil de lo que pensamos. Perdimos la mitad de nuestras provisiones, víctimas del ataque de una tribu nómada en la tercera noche de nuestro viaje. Escapamos con nuestras vidas y dos mochilas llenas de comida y agua gracias a Nacte. Cuando los guerreros del desierto vieron sus orejas puntiagudas, sus colmillos y sus ojos amarillos, salieron huyendo. Desde entonces, tuvimos que racionar el alimento y el agua, sin saber cuándo encontraríamos un oasis para abastecernos.

Ahora, la gran Puerta Negra de la que le habían hablado a Nacte en el mundo humano, se encontraba frente a nosotros, lo que indicaba que nuestro viaje por fin había terminado. Era enorme, tan alta que parecía fundirse con el cielo nocturno. Solo nos separaban de ella diez pasos, pero ninguno quiso acercarse más. El sol ya se había perdido de vista y nosotros no teníamos un refugio para pasar la noche, la oscuridad pronto sería absoluta y el frío comenzaría a pasarnos factura en cualquier momento.

—¿Vamos a intentarlo? —pregunté mirando de reojo a Leban y a Nacte, ambos miraban la puerta con asombro—. ¿O vamos a quedarnos mirándola para siempre? —insistí cuando nadie me respondió.

—Solo debemos tocarla los tres al tiempo, ¿verdad? —preguntó Leban a Nacte, que asintió con la cabeza a modo de respuesta—. Supongo que no tiene sentido esperar hasta mañana.

—¿A la cuenta de tres? —pregunté medio en broma, medio en serio y Leban se volvió para mirarme con una sonrisa en los labios.

—Uno —dijo Leban mientras con una seña nos indicaba que nos acercáramos a la puerta.

—Dos —dije cuando ya estábamos a un paso de distancia.

—Y tres —murmuró Nacte y los tres tocamos la puerta al tiempo.

Tal como le dijeron a Nacte, el metal de la puerta se iluminó revelando un hermoso diseño en donde miles de animales y símbolos parecían desfilar, recorriendo la puerta de un extremo a otro. Luego, se abrió para nosotros, dándonos paso al mundo de la magia.

—Increíble —murmuré sin poder creer que la puerta de verdad se había abierto para nosotros.

Sin decir una palabra, mi hermano y mi mejor amigo comenzaron a caminar hacia el nuevo mundo. Yo quise seguirlos, pero no pude…

Algo robó todo el aire de mis pulmones. Llevé mis manos a mi cuello por instinto, mientras trataba de recuperar el aliento con todo mi ser. Mis piernas perdieron la fuerza y caí de rodillas, mientras observaba aterrada cómo Leban y Nacte seguían avanzando hacia el nuevo mundo, sin percatarse de que yo me quedé atrás. Mi terror se hizo más profundo cuando la puerta comenzó a cerrarse tras ellos, separándonos. Leban se percató en aquel momento de que yo no estaba a su lado, pero ya era tarde. Nuestros ojos se encontraron y pude ver el mismo terror que yo sentía reflejado en sus ojos.

La falta de aliento desapareció cuando la puerta terminó de cerrarse y yo me levanté mientras mi respiración se normalizaba. Me acerqué esperando a que la puerta volviera a abrirse y me diera paso, pero permaneció cerrada.

Me quedé de pie allí, esperaba que todo fuera un error y volviera a abrirse y me permitiera reunirme con Leban y Nacte. Pero cuando los minutos ya amenazaban con convertirse en una hora, no tuve más remedio que buscar un refugio para pasar la noche y, en la mañana, emprender el camino de regreso a casa.

Sabía que no podrían escucharme, pero apoyé mi frente contra el frío metal de la Puerta Negra y le prometí a mi hermano y a mi mejor amigo que los esperaría en el mundo humano. Yo no podía entrar al mundo de los monstruos, pero tal vez, con tiempo, ellos lograrían encontrar el camino de regreso a casa.

Taeb

Sucedió tan rápido que nadie pudo reaccionar. Cuando Daewim y mi madre llegaron a mi lado, la sensación se había esfumado y el aire volvía a fluir por mis pulmones. Me enderecé mientras trataba de entender qué había sucedido.

—¿Estas bien? —preguntó Daewim y yo asentí.

—No fue nada, solo mi mente —le respondí tratando de quitarle importancia a lo sucedido. Pero, cuando levanté la mirada hacia ellas, me di cuenta de que no tenía sentido pretender que nada había pasado: algo me robó el aire, dejó mis pulmones vacíos y en una dolorosa parálisis me impidió respirar. No duró mucho, pero en aquel cortó lapso, que no debió durar más de unos segundos, mis manos fueron hasta mi pecho…

Y ese gesto levantó la alarma entre mi madre y hermana. Caí de rodillas ante la mirada atónita de la corte de Amarok, víctima de un ataque que nadie más pudo sentir.

Mis pensamientos llegaron al arco que estaba oculto en un armario en mi habitación. Descarté la posibilidad de que estuviera tratando de llamar mi atención, yo no estaba huyendo a mi deber, como lo hice tantos años atrás. He recorrido el mundo de los Ob-lumais en busca del siguiente heredero, permaneciendo en cada reino un tiempo prudencial. Sabiendo que el arco, a su manera, me dejaría saber quién heredaría su poder.

—Taeb… —murmuró mi madre mientras apoyaba una mano en mi hombro.

—Estoy bien —le dije con una sonrisa, tratando de borrar la preocupación en su rostro, aunque sabía que no serviría de nada.

—¿Puede ser que el traidor haya regresado? —dijo Daewim y el silencio inundó la sala del trono.

Era una posibilidad terrible y, sin embargo, real. El traidor no estaba muerto y, aunque nadie había escuchado nada sobre él en los últimos cincuenta años, eso no significaba que no pudiera regresar en cualquier momento. Horus ya no estaba con nosotros, el arco seguía en mis manos y, aunque había buscado, aún no lograba encontrar a un nuevo heredero.

—No —respondí y todas las miradas se clavaron en mí—. Él no habría fallado y no habría sido tan sutil.

—Taeb tiene razón, majestad —intervino Desse—. Si el traidor estuviera detrás de esto, ninguno de nosotros estaría aquí. Él habría arrasado con el reino.

Mi madre no permitió que continuáramos discutiendo el ataque del que había sido víctima. En lugar de eso, le ordenó a Desse y a Daewim que me llevaran de regreso a mi habitación mientras ella terminaba de atender los asuntos del reino. Eso fue hace media hora y, aunque, yo no volví a sentir que me faltaba el aire, Daewim seguía tensa, a la espera de un nuevo ataque que le permitiera identificar al responsable.

—Daewim, estoy bien, ya pasó —le dije deseando que se calmara. Desse y yo estábamos sentados cerca de la ventana, pero ella paraba de caminar de un lado a otro con el ceño fruncido.

—Debería ir a Namiad y contarle todo al Rey de Reyes —dijo a modo de respuesta y se detuvo mientras sus ojos se fijaban en el bosque que se extendía frente a nosotros y que parecía no tener fin.

—La reina nos ordenó quedarnos al lado de Taeb —Le recordó Desse sin ocultar su aburrimiento. Daewim se volvió para mirarlo con una ceja arqueada y una sonrisa burlona dibujada en el rostro—. Ah, claro. La heredera del Rey de Reyes no toma órdenes de nadie —añadió con un suspiro de resignación cuando recordó el significado del gesto de mi hermana.

—Dile a mamá que regresaré en cinco días —dijo Daewim mirándome y yo asentí. Luego, ella saltó por la ventana, convirtiéndose en loba en la mitad de la caída.

Desse volvió a suspirar y yo pude leer en sus ojos que él añoraba unirse a ella tanto como yo. Pero nosotros sí le debemos obediencia a la reina del Cuarto Reino, así que no podíamos hacer nada más que esperar a su llegada.

Daewim

Namiad apareció frente a mí y, por fin, me permití reducir el paso. Mis patas ya llevaban, por lo menos, una hora protestando, pero no disminuí la marcha a pesar del dolor. Tenía en la mente la imagen de Taeb cayendo de rodillas mientras todo el aire abandonaba sus pulmones, víctima de un agresor que no logramos identificar. Abandoné mi forma animal cuando ya estaba entrando al palacio y me encaminé al estudio del Rey de Reyes.

Nadie me dirigió la palabra mientras recorría los pasillos, pero todos los Ob-lumais con los que me crucé se apartaron para darme paso y dedicarme una reverencia. Me aseguré de devolver todos los gestos, preguntándome si en algún momento lograría acostumbrarme a recibir este tipo de atención.

No encontré a nadie en el estudio del rey. Me desplomé sobre una de las sillas, sabiendo que no podía dar un paso más y que el rey vendría a su estudio cuando terminara de atender los asuntos que requirieran su atención.

No sé en qué momento el cansancio me robó la conciencia. Solo sé que cerré mis ojos un momento y cuando volví a abrirlos el rey Belenus estaba frente a mí, una de sus manos apoyada en mi hombro. Me levanté de un salto cuando me di cuenta de lo que había pasado y le dediqué una profunda reverencia a modo de disculpa y saludo.

—No deberías forzarte tanto, Daewim —me dijo mientras abría una puerta que conducía a un balcón. Me apresuré a seguirlo avergonzada—. No necesitamos mucho descanso, es cierto, pero llevarnos al agotamiento no sirve de nada. En este momento, tus sentidos están cerrados al mundo y tu mente nublada por el cansancio. No percibes los cambios que se están manifestando a tu alrededor y que requieren de tu atención.

—Lo siento, majestad —me disculpé de nuevo—. Pero hay un asunto que requiere tu atención y no podía esperar. Por eso vine tan rápido como pude.

—¿Un asunto urgente? ¿Es acaso la llegada del nuevo aprendiz de herrero un evento tan importante? ¿O tal vez te refieres a la tensión que ha surgido entre los reyes de Teron y Oengar? —El rey siguió numerando eventos y yo me sentí más avergonzada. Descuidé la tarea que me encomendó y me centré solo en el Cuarto Reino de siete—. ¿O tal vez te refieres a lo que sucedió con tu hermano?

Permanecí en silencio sabiendo que no tenía excusa. El Rey de Reyes me había encomendado una tarea y yo la había descuidado, centrándome por completo en Amarok y mi familia. Al convertirme en la heredera del Rey de Reyes, renuncié a ser la reina del Cuarto Reino y juré que nunca mostraría preferencia a un reino sobre otro y que velaría por todos.

—Te limitaste a vigilar tu hogar cuando yo te pedí que lo vigilaras todo. Cuando ocupes mi trono, tu atención deberá ser para todo nuestro mundo, no para tu familia y no para el reino del que provienes. Ellos deberán pasar a un segundo plano en beneficio de un bien mayor —me reprendió.

—¿Y no te preocupa el ataque contra el portador? —me atreví a preguntar y el rey suspiró, mientras regresaba a su estudio.

—Ve y descansa, Daewim. Que tus sentidos vuelvan a abrirse al mundo y tu mente vuelva a percibir lo que te rodea con total claridad. Luego, me dirás si el ataque contra el portador es realmente tan urgente y grave como crees en este momento —dijo indicándome con una mano que me retirara, pero permanecí de pie frente a su escritorio, desafiando sus deseos.

—Si perdemos al portador, podríamos perder acceso al arco. Y si el traidor regresa estaríamos indefensos —insistí.

—El arco no era más que una leyenda para nosotros antes y sobrevivimos muchos siglos sin él. Un nuevo híbrido ha llegado y, tal vez, tenga como destino volverse el nuevo portador, suponiendo que el tiempo de Taeb esté llegando a su fin. El mundo se mueve y cambia por fuera de lo que es importante para ti, princesa Daewim —me respondió el rey Belenus con seriedad y yo bajé la cabeza entendiendo que una vez me concentré solo en lo que era importante para mí dejé de ver lo que era importante para todos—. Ve, descansa y medita sobre lo que acabo de decirte.

Asentí y abandoné el estudio, sabiendo que había fallado a cada prueba que el rey me puso.

Nilae

No podía regresar al lado de los cazadores de monstruos. Durante los últimos siete años ellos fueron mi familia. Nos acogieron a Leban y a mí cuando no éramos más que dos ladrones vestidos con harapos que recorrían las calles de Tuckiel. Nos dieron cobijo, ignorando nuestro pasado, nos entrenaron y enseñaron sobre los monstruos. Leban y yo creímos sin reservas todo lo que nos dijeron sobre los monstruos e híbridos. Fuimos testigos de la desolación que dejaban las bestias a su paso, vimos de primera mano cómo arrasaban con todo lo que hallaban, sin detenerse a pensar en las vidas que cegaban, y llegamos a creer que los híbridos eran igual de despiadados…

Hasta que conocimos a Nacte. Lo encontramos al borde de la muerte después de ser perseguido por otro grupo de cazadores. Los otros lo atacaron cuando descubrieron lo que era, le arrebataron su hogar sin recibir ninguna provocación y sin que él hubiera cometido crimen alguno. Leban y yo decidimos ayudarlo, aun sabiendo que los otros nos matarían si llegaban a enterarse. Darían por hecho que Leban y yo habíamos caído víctimas de un hechizo, matarían a Nacte y, luego, nos quemarían vivos a nosotros para liberarnos.

Con el tiempo descubrimos que detrás de los ojos lobunos de Nacte había un chico igual a nosotros. No había conocido a sus padres, creció bajo el cuidado de una anciana, que solo se hizo hecho cargo de él por la compensación monetaria que alguien le hacía llegar mes tras mes. Cuando Nacte cumplió los doce años, un monstruo apareció en su puerta y le enseñó a usar magia para ocultar su apariencia de los otros y así poder recorrer el mundo con mayor libertad. Él se quedó en la pequeña aldea, sabiendo que sería más difícil para los cazadores encontrarlo, pero no sirvió de nada.

Suspiré mientras me envolvía más en la manta que tenía, tratando de protegerme de la fría noche del desierto. Un día más y volvería a caminar por las fértiles praderas del mundo humano, el mundo que conocía y que sería mi hogar hasta el final de mis días.

Cuando Nacte nos habló de la puerta, Leban y yo creímos en sus palabras con fe ciega. Llegar hasta la puerta, entrar al mundo de los monstruos e iniciar una nueva vida. Nunca consideramos la posibilidad de separarnos, fue el destino el que decidió que aquello que nosotros considerábamos inconcebible sería nuestra realidad. Ahora Leban y Nacte tendrían que abrirse paso en un mundo desconocido, mientras yo regresaba a tratar de encontrar un lugar en el mundo que pretendíamos abandonar.

Sabía que los cazadores no nos buscarían activamente a Leban y a mí, no éramos tan importantes. Pero si llegaba a cruzarme con alguno…

Abandoné el palacio sin permiso ni intención de regresar nunca. Y lo hice en compañía de un híbrido al que me negué a matar. Los cazadores no dudarían en asesinarme, solo dudarían sobre qué método usar para quitarme la vida.

En ese sentido, el mejor lugar para esconderme no eran los bosques ni las praderas. El riesgo de encontrarme con un grupo de cazadores era demasiado alto en esas zonas. El mejor escondite sería una ciudad en donde la presencia de otros humanos me permitiera ocultar la mía. Además, los guardias a servicio del rey sentían cierto desdén hacia los cazadores, usando cualquier excusa para expulsarlos de las ciudades y poblaciones humanas. La presencia de los soldados también sería una herramienta muy valiosa para protegerme.

Elegí a Tuckiel como mi destino. La ciudad del rey y la ciudad con más habitantes humanos. Era allí en donde Leban y yo nos encontramos años atrás y nos convertimos en hermanos. Crecimos entre sus calles, rodeados de absoluta miseria, siendo muy jóvenes para escapar de aquella realidad, hasta que los cazadores nos tomaron bajo su cuidado, salvándonos, de una vez por todas, de los peligros que representaban los orfanatos y fabricas para los niños como nosotros. Porque no eran pocos los niños que a diario desaparecían entre las maquinas, condenados por los dueños de orfanatos, que sabían qué destino sellaban para los niños que vendían a cambio de algunas monedas.

Habría preferido nunca tener que regresar a esa ciudad, pero lo cierto era que, en este momento, era el refugio más seguro para mí. El destino riéndose en mi cara, supongo.

Taeb

Dejé el arco a un lado y flexioné los dedos varias veces, mientras me levantaba para estirar las piernas. Guardé el arco en un baúl a los pies de mi cama y, luego, me acerqué a la ventana mientras soltaba un suspiro cargado de frustración. Durante los últimos diez días, había dedicado una hora cada día a meditar con el arco entre mis manos. Traté por todos los medios de encontrar la presencia que habitaba en él para obtener las respuestas que mi mundo tanto necesitaba en este momento.

Pero el arco permanecía en silencio, ajeno a mis dudas e inseguridades. Ajeno a los cambios que se estaban materializando en el mundo de la magia.

Porque mientras yo esperaba una pista para hallar al nuevo heredero, el mundo a mi alrededor cambiaba como no lo hizo en muchos años: el nuevo aprendiz había llegado al hogar de Larius, lo que solo podía significar que su tiempo como maestro herrero terminaría pronto.

No podía evitar preguntarme qué decisión tomaría Laruis cuando llegará su momento de elegir. ¿Regresaría al mundo humano, sabiendo que ya nunca podría tener ningún contacto con los Ob-lumais? ¿O se quedaría para olvidar que alguna vez había sido humano y se convertiría en un Ob-lumai?

Antes de que mi padre tuviera que decidir, todos pensábamos que la solución sería sencilla. Él se quedaría junto a nosotros como un Ob-lumai, olvidando los secretos del Maestro Herrero, pero nunca olvidando quién era antes de aceptar aquel cambio. Pero la transformación de mi padre tuvo un resultado muy diferente al que todos esperábamos.