Taeb y el Heredero - M P Toro - E-Book

Taeb y el Heredero E-Book

M P Toro

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Beschreibung

Aunque ya no es el niño de siete años que encontró el arco mágico, Taeb no se siente preparado para abandonar el lugar al que al fin puede llamar hogar. Sin embargo, es imposible escapar al destino y él lo comprobará cuando un viejo enemigo se alce contra el orden que rige los Siete Reinos, con la promesa de destruirlo todo. Lo único que puede salvar el mundo de los Ob-lumais es encontrar al Heredero del arco, misión que Taeb deberá asumir antes de que alguien con oscuros objetivos se le adelante. La esperada continuación de la trilogía Taeb 

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© 2014 María Paula Toro

Reservados todos los derechos

Calixta Editores S.A.S

Primera Edición Marzo 2023

Bogotá, Colombia

Editado por: ©Calixta Editores S.A.S

E-mail: [email protected]

Teléfono: (57) 317 646 8357

Web: www.calixtaeditores.com

ISBN: 978-628-7631-20-5

Editor: María Fernanda Medrano Prado @marisuip

Corrección de Estilo: María Fernanda Carvajal

Corrección de planchas: Laura Puentes

Ilustración de cubierta: Julián Tusso @tuxonimo

Diseño, maquetación e ilustraciones Internas: David A. Avendaño @art.davidrolea

Primera edición: Colombia 2023

Impreso en Colombia – Printed in Colombia

Todos los derechos reservados:

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño e ilustración de la cubierta ni las ilustraciones internas, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin previo aviso del editor.

Taeb

Mi mundo estaba ardiendo. Mi hogar se quemaba sin que yo pudiera hacer nada más que verlo reducirse a cenizas. Todo por lo que luché y cuánto conseguí siete años atrás estaba siendo destruido. Lo más aterrador eran los cuerpos sin vida de mi madre y hermana. Sus ojos vacíos y muertos, enfocados en el lugar en el que yo me encontraba, me recordaban que todo esto era mi culpa. Ya nada podía salvarlas, ya nada podía salvarme a mí... Tardé mucho en encontrar quién debía empuñar el arco y salvar al mundo de la magia. Comprendí en ese instante que, al demorar mi búsqueda, condené a mi reino a la destrucción y a mi madre y a mi hermana a la muerte. Grité de dolor e ira...

Desperté de un salto en mi habitación. Estaba a salvo en mi hogar, solo era una pesadilla. Me levanté y salí en completo silencio. Me encaminé hacia los jardines, buscaba la fuente en la que las hadas solían reunirse a bailar. Me quedé observándolas saltar de un lado a otro, un movimiento que tal vez parecía desordenado y aleatorio a simple vista, pero para cualquier observador que prestara la suficiente atención, la forma en la que las hadas saltaban tomaba sentido y revelaban una hermosa danza. Me quede allí y, luego de unos minutos, una de ellas notó mi presencia y se acercó. Se posó en una de mis alas. Sonreí al recordar su dedicación y cuidados cuando, hace siete años, Aestor me hirió al tratar de quitarme el arco.

El arco, el arma más poderosa dentro de toda la historia del mundo de la magia, me eligió como su portador. Lo que me permitió quedarme en la tierra de la magia y ganarme la protección del rey Belenus, el rey de reyes. Sin embargo, todo tenía un precio, y a cambio de los grandes regalos que el arco me había dado, yo debía encontrar a quien sea digno de usarlo, al heredero del poder que el primer herrero legó. Aún no iniciaba mi búsqueda, porque no quería alejarme de casa. Aún no...

—No deberías estar aquí, Taeb, a tu madre no le gusta que salgas del palacio solo —dijo una voz conocida y me volví para encontrarme con Desse.

—Entonces es una suerte que estés aquí. ¿No es así, maestro? —respondí y sus ojos verdes se encontraron con los míos, pude sentirlo entrar en mi mente. Me concentré en mi hada y alcé una barrera que protegería mis pensamientos.

No sirvió de nada.

—¿Pesadillas? —preguntó con aire incrédulo—. Te has descuidado en tus estudios, podrías evitar que malos sueños interrumpieran tu descanso si dedicaras más tiempo a aprender.

—Ni así podría evitarlas —respondí—. Sueño que Amarok es quemado hasta que solo quedan cenizas y veo a mi madre y a mi hermana muertas. Pero lo peor es saber que yo habría podido evitar que sucediera, saber que de haber cumplido con la misión que me fue encomendada nada de eso habría pasado —repuse —. Debo partir y cumplir con mi tarea, de otro modo, todo lo que amo será destruido por una amenaza que aún no se ha manifestado, pero que sé que existe y espera el momento de atacar.

—Es muy pronto, no sabes cómo defenderte —dijo Desse y yo asentí de acuerdo. Ya no era el niño que siete años atrás había encontrado el arco. Desde entonces, había crecido y aprendido mucho, pero no lo suficiente para defenderme en un mundo lleno de peligros, como lo era el mundo de la magia.

—Pero tampoco puedo esperar más —susurré. El llamado del arco era cada vez más fuerte y el mensaje no podía ser más claro: si no me apresuraba a cumplir con mi misión, el mundo de la magia sería destruido.

—Al menos espera hasta mañana, nuestro mundo es más peligroso en la noche y no querrás irte sin despedirte de tu hermana y madre —repuso Desse y, de nuevo, asentí. Luego ambos regresamos al palacio.

—¿No puede ser de otra forma? —preguntó Daewim después de escuchar mi despedida, supe de inmediato que ella quería acompañarme y contaba con que nuestra madre le ordenara hacerlo.

La reina del Cuarto Reino no dijo nada. Su mirada permanecía clavada en su regazo, mientras consideraba las opciones que tenía. Enviar a Daewim no era una opción, el malvado ente que la había mantenido prisionera le había robado el tiempo que necesitaba para preparar a su heredera. Doscientos años no eran suficientes para transmitir todo el conocimiento necesario, todos éramos conscientes de ello.

—Esta es una búsqueda que puede extenderse por mucho tiempo, Daewim, no puedo permitir que te alejes de tus obligaciones —respondió Iris y por fin levantó la mirada. Primero miró a Daewim, que asintió con la cabeza. Sus ojos se fijaron en mí, evaluándome.

—No necesito que nadie me cuide, madre —dije cuando leí la preocupación en sus ojos grises.

Ella volvió a apartar su mirada, pensativa. Daewim se cruzó de brazos, molesta y preocupada por la respuesta de mi madre.

—¿Dónde iniciará tu búsqueda? ¿En nuestro reino? —preguntó mi hermana, su tono carente de toda emoción.

—Iré a ver a mi padre, tal vez él pueda darme alguna pista —le respondí—. Estaré bien, lo prometo —añadí para a ambas.

—El maestro herrero te mantendrá a salvo, después veremos qué hacer —dijo mi madre y se levantó del trono, dando por terminada nuestra conversación.

Horus

Los gritos a mi espalda cesaron de repente y yo me detuve. Mi corazón retumbaba en medio del silencio que solo podía significar una cosa: Mi padre había perdido la batalla contra aquellos que se rebelaron a su mandato. Me ordenó que huyera cuando se hizo evidente que no podría hacerles frente a nuestros enemigos. Le obedecí porque nada podía hacer para ayudarlo.

Vi las llamas levantarse y consumir mi hogar y quise regresar. Pero la lógica, que mi padre tanto se empeñó en enseñarme a utilizar, me impidió hacerlo. ¿Qué podía hacer yo, un Ob-lumai muy joven para transformarse, contra los enemigos que lograron vencer a mi padre y a toda la corte? Permitir que aquellos que habían atacado y traicionado al reino de Aeran me capturaran no mejoraría en nada la situación de mi padre, si es que aún estaba vivo. No, regresar no era la solución a los problemas de mi reino.

Mientras miraba las llamas consumir mi hogar, comprendí que solo podría encontrar la ayuda que necesitaba en un lugar. Debía ir a Namiad, el hogar del Rey de Reyes, y buscar ayuda. Solo el rey Belenus, el más poderoso de todos los Ob-lumais podría restaurar el orden en mi hogar y castigar a quienes decidieron rebelarse contra el trono de mi padre.

Le di una última mirada al palacio que era mi hogar y comencé a descender por la montaña.

Me sentí más seguro cuando, después de cuatro horas de caminar sin descanso, me interné en los bosques al oeste de mi reino. Los altos árboles me protegerían de los ojos de los enemigos que estarían surcando los cielos incansablemente, buscándome. Porque algunos miembros de la corte se habían unido a los atacantes en búsqueda de más poder.

Tenía planeado ir primero hacia el norte y luego hacia el este, usando el bosque como escondite. Los súbditos del Rey de Reyes se enterarían de mi presencia en cuanto cruzara sus fronteras y contaba con ello. Me llevarían ante él, así yo podría contarle lo sucedido y pedir su ayuda. Era todo lo que podía hacer para ayudar a mi padre y a los Ob-lumais que eran leales al trono de Aeran.

Pero no logré mi objetivo. La altura de los árboles me hizo perder el camino, porque no lograba ver el sol por entre las copas de los árboles. Vagué durante tres días sin siquiera saber si aún me encontraba en mi reino y sin saber qué hacer. Saqué el espejo que siempre llevaba en mi bolsillo para comunicarme con mi madre y lo miré indeciso. Sabía que mis enemigos podrían encontrarme en cuanto usara el conjuro que me permitiría hablar con ella. Pero tenía que pedirle ayuda, tenía que contarle lo que había pasado en Aeran.

Cuando estaba a punto de pronunciar las palabras que me permitirían verla y hablarle, un hibrido pasó volando por encima de mi cabeza y yo me apresuré a esconder el espejo. Mis ojos se encontraron con los del muchacho. Yo era mayor que él, o por lo menos aparentaba serlo, pero con los híbridos nunca se sabe. A diferencia de los Ob-lumais, que debemos esperar hasta transformarnos, ellos pueden dejar de envejecer desde el momento mismo en que cruzan la puerta.

El híbrido aterrizó a unos pasos de mí.

Aestor

El viento soplaba con fuerza aquella noche, estaba agotado y mi cuerpo me pedía a gritos un momento para descansar, pero no me detuve. Agucé mis oídos y continué el camino, siguiendo los cánticos y rezos. Llevaba siete años en busca de los humanos que recitaban aquel conjuro maldito con el que muchos años atrás lograron esclavizar a uno de los míos. El remordimiento estaba presente, iba en busca de una alianza con aquellos que hicieron mucho daño, pero ya no podía dar marcha atrás.

En el reino de la magia esperaban mi regreso. Mi padre perdió su rumbo hace mucho y prefirió proteger a los débiles e indignos antes que a los nuestros. Prefirió dejar que un hibrido se quedara con el arma más poderosa que existe en lugar de permitirme tomarla y usarla para protegernos. Escogió la vida de una princesa de un reino menor en lugar de la mía. Los escogió a ellos por encima de mí y el precio de su error será caro y doloroso para todos los Ob-lumais.

Lo sé, he visto la Puerta caer mil veces en mis sueños. Quise advertirle a mi padre, quise hacerle entender, pero sus oídos fueron sordos a mis palabras y tuve que actuar por mi cuenta.

Regresaré a mi hogar y lo mantendré a salvo del mal que lo acecha, pero antes, necesito el conjuro que este grupo de humanos ha guardado por tanto tiempo. Son astutos y han sabido evitarme, los encontré gracias al error de uno de los discípulos más jóvenes. Solo necesité de una bolsa de monedas y unas cuantas botellas de whisky para que este muchacho traicionara a la orden que juró proteger y servir.

A lo lejos pude ver luz dentro de una cueva y me preparé para el encuentro. Avancé con paso firme, manteniendo la espalda recta y la frente en alto.

El silencio se apoderó de los seis humanos que permanecían sentados en un círculo con las piernas cruzadas alrededor de un triángulo dibujado con tiza en el suelo, sobre cuyas puntas había un rubí, una esmeralda y un zafiro. Cinco de los integrantes iban vestidos con ropas rojas oscuras y el sexto con una túnica negra, llena de bordados hechos con hilos de oro y plata. Esperaba que los humanos se alarmaran al verme, pero se quedaron tranquilos, sentados en el suelo. Incluso pude detectar algo de burla sus rostros.

—El monstruo por fin ha logrado dar con nosotros —dijo el que estaba sentado a la derecha del hombre de la túnica negra—. Por un momento creí que tendríamos que enviar señales de humo.

No dejé que la burla me irritara, permanecí en silencio con los ojos fijos en el humano de la túnica. Sus ojos avellana me devolvieron la mirada, no se dejó intimidar por mi presencia. Se levantó despacio. Los otros se apresuraron a imitarlo y a ubicarse a su lado.

—Sabes qué es lo que busco —le dije al líder y este inhalo profundo antes de responder.

—Sí, pero eso no significa que estemos dispuestos a compartirlo contigo —respondió, sereno.

—Dámelo o te mataré a ti y a todos tus discípulos.

—Adelante, mátanos y el secreto que tanto buscas estará perdido para siempre —contestó sin inmutarse—. Dejamos que nos encontraras porque estamos dispuestos a darte lo que buscas a cambio de algo que se nos ha negado por mucho tiempo.

—¿Qué desean a cambio del conjuro? —pregunté algo resignado y los seis humanos frente a mí sonrieron complacidos.

Taeb

Vi al Ob-lumai vagando por el bosque y pensé en huir. Cruzado en mi espalda llevaba el arma más poderosa en el mundo de la magia y no podía arriesgarme a que alguien me la quitara por la fuerza. El arco era la única esperanza que tenía mi mundo para enfrentarse al peligro que lo acechaba.

Iba a acelerar para perderme entre los árboles y evitar así que el Ob-lumai detallara el arco y lo reconociera, pero cuando mis ojos se cruzaron con los suyos, algo en mi interior me obligó a regresar. Di un rodeo y aterricé a pocos pasos de él.

—¿Quién es usted? ¿Qué quiere conmigo? —preguntó mientras adoptaba una posición defensiva.

—Soy Taeb, hijo de Iris, la reina de Amarok, y de Beleo, el maestro herrero —respondí a pesar de lo mucho que me desagradó su tono. El Ob-lumai se enderezó y me miró tratando de decidir si debía considerarme su enemigo o no.

—Soy Horus, hijo de Damuet, rey de Aeran —Su tono fue menos hostil esta vez, pero pude percibir que aún se encontraba a la defensiva. ¿Para qué me había detenido?

—Puedo ayudarlo a llegar a la casa del herrero si lo desea —le hice la oferta esperando que la rechazará para poder continuar con mi camino. Pero el Ob-lumai dudó y lo vi mirar a su alrededor. ¿Acaso estaba perdido?

—¿A qué distancia se encuentra? —preguntó y yo negué con la cabeza.

—Llegaremos mañana en la tarde —respondí y le indiqué con mi mano la dirección hacia la cual se encontraba la casa de mi padre.

—Gracias —murmuró el príncipe Horus y ambos comenzamos a caminar.

No me tomó mucho tiempo descubrir que Horus tenía la edad que aparentaba. Tenía dieciséis años, tan solo dos más que yo, y aún no sabía cómo transformarse. Era un poco bajo de estatura y bastante delgado, llevaba el pelo negro corto y desordenado, pero sus ojos verdes eran fieros y decididos. Conocía muy poco del mundo de la magia, porque, por lo que pude adivinar, su padre lo había mantenido oculto para protegerlo. Algo que todos los reyes hacían para proteger a sus herederos cuando eran jóvenes. De modo que Horus solo conocía el mundo de la magia por mapas e historias, pero nunca había viajado por él.

—¿Por qué has venido a la casa del herrero? —le pregunté sin usar ningún tipo de formalidad.

—No es de su incumbencia —me respondió con frialdad.

—¿Tu padre no pudo mantenerlos alejados? —insistí y los ojos verdes de Horus se clavaron en los míos. Asintió lento y un escalofrío me recorrió completo. Recordé que hace mucho tiempo, mi hermana vio morir a su padre en sus brazos y no pude evitar preguntarme si Horus había tenido que vivir algo parecido.

—Nos tomaron por sorpresa —dijo Horus, su mirada fija en el fuego que ardía entre nosotros —. Logré escapar, pero fui el único. No sé qué fue de mi padre y la corte de Aeran. Por lo que sé, todos pueden estar muertos —añadió y la voz le tembló al pronunciar las últimas palabras. Permanecimos en silencio y luego sus ojos volvieron a fijarse en mí —¿Y qué hay de ti? ¿Por qué llevas dos armas Ob-lumais?

Dudé antes de responder. ¿Debía inventar una mentira o confiar en él y contarle la verdad? ¿Trataría de quitarme el arco?

Horus

Este cuchillo lo hizo mi padre para mí la noche en que me vio por primera vez. Él quería que yo regresara a su lado y lo hizo porque sabía que tener algo suyo, algo del mundo al cual ambos pertenecemos, me ayudaría a encontrar el camino de regreso a su lado —me explicó Taeb mientras lo desenfundaba para que yo pudiera verlo. Era extraño ver a alguien tan joven con un arma mágica propia, pero supuse que las reglas de los Ob-lumais no aplican para los híbridos de la misma forma. Taeb lo volvió a meter en su funda y luego tomó el arco en sus manos—. Y esta es la primera arma forjada para un Ob-lumai. Su poder no tiene igual y es mi deber encontrar a un heredero que sea digno de usarla.

Mis ojos se rehusaron a abandonar el arco mientras Taeb volvía a ponerlo a su lado. Deseé con todas mis fuerzas ser mayor para poder empuñar el arco y usar su fuerza para salvar a mi padre y a mi reino.

—Eres muy joven para usarlo —dijo Taeb cuando comprendió el significado de mi mirada.

—Podría usarlo para devolverle la paz a mi reino.

—Será usado para salvar al mundo de la magia del terrible peligro que lo acecha —repuso él y yo asentí.

No hablamos más esa noche. Taeb se acostó sobre la hierba y se quedó dormido. Me habría gustado imitarlo, pero mi mente se negaba a descansar. La imagen de mi hogar en llamas no me permitió conciliar el sueño. Era tan poco lo que podía hacer para ayudar. Mi única esperanza era que el Rey de Reyes accediera a ayudarme.

Llegamos a la casa del herrero al mediodía siguiente. Permanecí alejado mientras el maestro herrero saludaba a su hijo y lo interrogaba sobre su viaje. Luego sus ojos se fijaron en mí.

—Padre, él es Horus, hijo de Damuet —dijo Taeb siguiendo la mirada de su padre. El maestro herrero me saludó con una reverencia.

—Lamento mucho lo que sucedió en su reino, príncipe Horus, pero celebro que haya llegado sano y salvo a mi casa —dijo y yo lo miré sorprendido—. El Rey de Reyes ya sabe lo que ha pasado, aunque no ha decidido cómo actuar —añadió y yo asentí, un nudo en la garganta me impidió responder—. Vamos, el viaje ha sido largo para ambos.

El maestro herrero nos guio a Taeb y a mí hacia el interior de su casa. Lo escuché a medias mientras me explicaba cómo orientarme en el laberinto de túneles que componían su hogar porque había una pregunta que no dejaba de rondar mi mente. ¿Qué haría el Rey de Reyes ahora que sabía lo que había sucedido en Aeran?

Aestor

El trono del segundo reino de siete es mío. El orgulloso rey alado Damuet y su corte no lograron defenderse de mis seguidores, que poco a poco se infiltraron en su corte, debilitando sus defensas hasta hacerlas inservibles. Sonreí mientras terminaba de escuchar el reporte de uno de mis súbditos, que me aseguró que el trono de Aeran estaba esperando mi llegada.

—¿Y el príncipe? ¿Está muerto o es un prisionero más? —pregunté y Reda, quien estaba al mando de mis fuerzas durante mi ausencia, dudó—. Responde —le ordené, irritado por su silencio.

—Se escapó durante la pelea, los consejeros y el rey lograron escudarlo y el príncipe logró escapar hacia las montañas —dijo Reda nervioso—. Pero no debes preocuparte por ello, excelencia, es solo un niñito que no puede transformarse. Lo encontraremos y lo mataremos antes de que logre abandonar las montañas.

—No subestimes el poder de un príncipe, Reda. Puede ser joven, pero ha sido entrenado y educado desde su nacimiento para liderar y luchar por su reino, no se rendirá fácil y puede llegar a convertirse en un problema —dije y Reda asintió una vez.