Te hablo al corazón - Luis Marín de San Martín - E-Book

Te hablo al corazón E-Book

Luis Marín de San Martín

0,0

Beschreibung

El breve pontificado de Juan XXIII ha dejado, sin duda, una huella imborrable en la historia de la Iglesia. En el proceso de renovación profunda que estamos viviendo en estos momentos en la Iglesia, su figura resulta de enorme actualidad. Él, que pudo iniciar, con el Concilio Vaticano II, un proceso de reforma y revitalización, en fidelidad al depósito de la fe y en diálogo con el mundo contemporáneo, nos habla de humildad, obediencia, disponibilidad, valentía, paciencia y caridad. Su ejemplo nos invita a cumplir siempre y totalmente la voluntad de Dios y en él encontramos un compañero de camino, que nos alienta, ayuda y conforta. Partiendo de sus propias palabras, este libro es, más que una biografía o un resumen de su pensamiento, un homenaje a su memoria y también una guía segura que nos ayuda a caminar juntos, con paso firme, en este tiempo de esperanza.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 546

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Al cardenal Loris Francesco Capovilla

In memoriam

A todos los que sueñan con la Iglesia de Jesús

y asumen con alegría el riesgo de vivirla y testimoniarla

Tuvimos la agonía y muerte de Juan XXIII. La Iglesia, pero también el mundo, ha vivido una experiencia extraordinaria. De repente nos dimos cuenta de la enorme importancia que tenía este hombre humilde y bueno. Nos dimos cuenta de que había transformado la visión religiosa e incluso humana del mundo: simplemente permaneciendo como era. No actuó a través de grandes proyectos intelectuales, sino con gestos y estilo personales. No habló en nombre del sistema, de su legitimidad, de su autoridad, sino simplemente en nombre de las instituciones y de las mociones de un corazón que, por un lado, obedecía a Dios y, por otro, amaba a los hombres, o, mejor dicho, hacía al mismo tiempo las dos cosas. Una vez más se ha manifestado la ley divina: solo Dios es grande, y la verdadera grandeza está en ser dóciles a su servicio y a su proyecto de amor. Él exalta a los humildes. Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. El mundo entero ha tenido la sensación de perder en Juan XXIII a un amigo personal, alguien que pensaba en él y lo amaba.

(Yves Congar, Diario del Concilio, vol. I,

Cinisello Balsamo 2005, 361).

Siglas y abreviaturas

AAS: Acta Apostolicae Sedis, Roma.

AF: Anni di Francia. Agende del nunzio, 2 vols., Bolonia 2004-2006, pp. 595-725.

AI: L. Botrugno, L’arte dell’incontro. Angelo Giuseppe Roncalli, rappresentante pontificio a Sofia, Venecia 2013.

Baronio:A. G. Roncalli, Il cardinale Cesare Baronio, Roma 1961.

DA: Juan XXIII, El Diario del alma y otro escritos piadosos, Madrid 1964. Existe otra edición resumida: Diario del alma, Madrid 2008.

DMC: Discorsi, Messaggi, Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, 5 vols. + índice, Ciudad del Vaticano 1960-1967.

DOA: A. G. Roncalli-A. Dell’Acqua, Documenti di un’amicizia (1926-1963), Milán 2002.

FAM: Giovanni XXIII, Lettere famigliari. 152 inediti dal 1911 al 1952, Casale Monferrato 1993.

FIAG: A. Melloni, Fra Istanbul, Atene e la Guerra. La missione di A. G. Roncalli (1935-1944), Génova 1992.

FIOB: A. G. Roncalli, Fiducia e obbedienza. Lettere ai rettori del Seminario Romano 1901-1959, Cinisello Balsamo 1997.

Gran sacerdote:L. F. Capovilla, Papa Giovanni gran sacerdote, come lo ricordo, Roma 1977.

IME: L. F. Capovilla, L’Ite missa est di papa Giovanni, Bérgamo 1983.

IXA: L. F. Capovilla, IX anniversario della morte di papa Giovanni, Roma 1972.

LEOR: C. Valenziano, Angelo Roncalli. Lettere dall’Oriente e altre inedite a Giovanni Dieci, Panzano in Chianti 2010.

CF: Juan XXIII, Cartas a sus familiares, Madrid 1978. Se cita por el número de carta.

LFA: A. G. Roncalli-G. B. Montini, Lettere di fede e amicizia (1925-1963), Brescia-Roma 2013.

LP: Juan XXIII, Lettere del Pontificato, Cinisello Balsamo 2008.

LVB: Juan XXIII, Questa Chiesa che tanto amo. Lettere ai vescovi di Bergamo, Cinisello Balsamo 2002.

MCG: L. F. Capovilla, Mi chiamerò Giovanni, Bérgamo 1998.

NM: Nelle mani di Dio. I diari di don Roncalli, Bolonia 2008.

OeP: F. Della Salda, Obbedienza e Pace. Il vescovo A. G. Roncalli tra Sofia e Roma 1925-1934, Génova 1989.

ORM: Ottima e reverenda madre. Lettere di papa Giovanni alle suore, Bolonia 1990.

Pater: Pater amabilis. Agende del pontefice, Bolonia 2007.

PI: A. G. Roncalli (Giovanni XXIII), La predicazione a Istanbul. Omelie, discorsi e note pastorali (1935-1944), Florencia 1993.

Positio:Congregatio de Causis Sanctorum, Romana beatificationis et canonizationis servi Dei Ioannis Papae XXIII, Summi Pontificis (1881-1963). Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 4 vols., en 8 tomos, Roma 1996-1997.

PV: Pace e Vangelo. Agende del patriarca, 2 vols., Bolonia 2008.

QI: Giovanni XXIII, Nostra pace è la volontà di Dio. Quaderni inediti, Cinisello Balsamo 2001.

Radini:A. G. Roncalli, Mons. Giacomo Maria Radini Tedeschi, vescovo di Bergamo, Roma 1963.

RVP: S. Trinchese, Roncalli e von Papen. Rapporti diplomatici e strategie d’impegno comune di due protagonisti del XX secolo, Turín 1996.

SD: A. G. Roncalli, patriarca di Venezia, Scritti e discorsi 1953-1958, 4 vols., Roma 1969-1972.

SE: K. P. Kartaloff, La sollecitudine ecclesiale di monsignor Roncalli in Bulgaria (1925-1934), Ciudad del Vaticano 2014.

Utopia:G. Zizola, La utopía del papa Juan, Salamanca 1975.

VA: L. F. Capovilla, Vent’anni dalla elezione di Giovanni XXIII, Roma 1978.

VD: A. G. Roncalli-Juan XXIII, «La Vita Diocesana», 3 vols., Roma 2016-2017.

Venezia:M. Roncalli, Giovanni XXIII. La mia Venezia, Venecia 2000.

Vita:M. Roncalli, Giovanni XXIII. Angelo Giuseppe Roncalli, una vita nella storia, Milán 2006.

VO: La mia vita in Oriente. Agende del delegato apostolico, 2 vols., Bolonia 2006.2008.

XA: L. F. Capovilla, X anniversario della morte di papa Giovanni, Roma 1973.

XIIA: L. F. Capovilla, XII anniversario della morte di papa Giovanni, Roma 1975.

XVA: L. F. Capovilla, XV anniversario della morte di papa Giovanni, Roma 1978.

Prólogo

Dejar hablar a Juan XXIII

Estás a punto de entrar en un santuario maravilloso: ¡el santuario del alma de Juan XXIII!

Mons. Luis Marín de San Martín, OSA, te acompaña en este camino dejando hablar directamente al papa Juan XXIII: el papa que todavía es recordado por todos como «el Papa bueno».

Así recuerda a su familia:

En la casa Roncalli, la más numerosa del pueblo, había treinta bocas que saciar, tres veces al día. Pero de todo se ocupaba la Providencia: se ocupaban los campos bien cultivados de cereales y viñas; se ocupaban los animales del establo, con la leche y con sus productos; se ocupaba el temor de Dios que mantenía el orden, la serenidad de una vida colectiva, empeñada en el trabajo bien hecho, en obrar bien, con mutuo y recíproco respeto y con una paz doméstica y cristiana jamás turbada. Por la noche, y todas las noches, era él, el viejo tío Zaverio, el jefe de la casa, quien dirigía el rosario; y todos respondían, formando toda una música, cuyo recuerdo, a pesar de la distancia de tantos años, todavía enternece. (Apuntes para una biografía: DA, 500).

Y, después de muchos años, recibiendo a los peregrinos de Venecia y Bérgamo, abre su corazón a una ola de recuerdos y se expresa así:

Siendo niño de siete años, mi padre, con ocasión de la segunda fiesta federal de la Acción Católica Bergamasca (6 de agosto de 1889) me llevó a pie a Ponte San Pietro, a seis kilómetros de Sotto il Monte. Llegamos cuando concluía la solemne procesión: obispo, clero, asociaciones y pueblo, bandas musicales y banderas. Debido al gran gentío, que formaba una barrera, yo no veía nada y se lo dije a mi padre. Entonces él me subió a caballito sobre sus hombros y así pude ver con mis ojos lo que significaba ser católico bergamasco. Recuerdo aquel gesto paterno y pienso en aquel recorrido de entonces y en el nuevo recorrido de hoy [en la silla gestatoria], que he concluido no ya transportado sobre los hombros del padre, sino sobre los de los hijos, sostenido por los corazones de tantos fieles. Entre medias están 70 años de servicio a Dios y al prójimo, años de estudio y de oración, de actividad continuada y serena, de vida de caballero... Sacad vosotros conmigo la conclusión: es preciso dejarse llevar por el Padre y llevar al Padre a los hermanos. (Encuentro con los peregrinos de Venecia y Bérgamo, 4 de noviembre de 1958: MCG, 167).

Es impresionante la humildad que se respira en todas las páginas de los escritos autobiográficos de Juan XXIII. Durante los Ejercicios Espirituales del 10 al 20 de diciembre de 1902 escribe así:

No soy en absoluto lo que me creo ni el que mi amor propio quiere que me consideren los demás. Mi padre es un campesino que pasa todo el día labrando, cavando, etc.; y yo no tengo nada de más que mi padre, sino mucho menos, porque mi padre al menos es sencillo y bueno, mientras yo de mío solo tengo maldad.

Y la humildad de corazón de Juan XXIII florece en obediencia y paz del corazón. Cuando recibió el prestigioso nombramiento para la Nunciatura en París, esto es lo que sintió:

Me quedo sorprendido y conmocionado. Me acerco a la capilla para preguntar a mi alma, ante Jesús, si debo sustraerme al peso de la cruz o aceptarla como tal y nada más. Me quedo pensativo, pero en la calma decido aceptar con el non recuso laborem. Y paso así la noche entre san Nicolás y san Ambrosio, ambos llamados prodigiosamente al episcopado, que les hizo grandes y santos y santificadores. Pasé la noche casi toda en blanco. Por la mañana estaba cansado, pero con el espíritu en paz. Una vez más, llegado a un cambio importante de mi pobre vida, encuentro el oboedientia et pax que me sirve de señal. (Agenda, 6 y 7 de diciembre de 1944: VO II, 809).

Abandonando Bulgaria, se despide de los búlgaros citando una delicada tradición irlandesa. Esas palabras impresionaron a la comunidad búlgara.

Esto es lo que brotó del corazón del Representante Pontificio que partía:

Una tradición, respetada aún hoy entre los buenos católicos de Irlanda, dispone que la vigilia de Navidad haya una ventana en cada casa con una lámpara encendida tras los cristales, para indicar a José y a María, cuando pasen en la noche santa buscando un refugio, que allí dentro hay una familia que los espera en torno a la llama del hogar, en torno a una mesa reservada con todos los bienes de Dios. Mis queridos hermanos, ¿quién conoce los caminos del futuro? En cualquier lugar del mundo en el que me toque vivir, si alguien de Bulgaria tuviera que pasar junto a mi casa, durante la noche, entre las dificultades de la vida, encontrará siempre la lámpara encendida. Llame, llame. No se le preguntará si es católico u ortodoxo: hermano de Bulgaria, basta, entre; dos brazos fraternos, un cálido corazón de amigo lo acogerán en fiesta. Porque esta es la caridad del Señor, cuya efusión hizo gozosa mi vida durante diez años en Bulgaria; esta es la flor más bella y cordial de la paz de Jesús: Pax hominibus bonae voluntatis.(Homilía de Navidad, Sofía, 25 de diciembre de 1934: OeP, 259-262).

Y finalmente, cuando llegó el nombramiento de cardenal, escribió a su sobrino Battista Roncalli y leyó el acontecimiento con las gafas de la humildad y logró quedarse sereno. Aquí están sus sentimientos:

¿Dónde estamos? ¿De qué habría servido la educación ascética recibida desde los primeros años sobre la indiferencia circa res creatas omnes, si precisamente ahora que envejezco empezara a hacer locuras? Ruego al Señor para que me dé la gracia de emular no a los cardenales bribones o mundanos de la historia antigua, sino a los cardenales humildes y santos que han honrado a la Iglesia. (Carta a su sobrino Battista Roncalli, París 4 de diciembre de 1952: CF, 789).

Querido lector, querida lectora, sigue leyendo y al final aparecerá en tu rostro una hermosa sonrisa: es el contagio de un alma siempre optimista y siempre serena: ¡Juan XXIII!

Y gracias al querido obispo Luis Marín de San Martín, que tuvo la genial idea de dejar hablar a Juan XXIII, para que sea él quien nos cuente su vida.

Cardenal Angelo Comastri

Vicario General Emérito de Su Santidad

para la Ciudad del Vaticano

Introducción

Un hermano que os habla

El Santo Padre Juan XXIII ha sido para mí un excelente compañero de camino, que me ha ayudado, enriquecido e inspirado. Modelo y amigo, testigo y maestro, padre y pastor. Los mayores de mi familia hablaban de él con veneración, como si fuera alguien de casa. Se referían a su agonía y muerte como a la de alguien cercano y querido. Dejó en el corazón de las gentes, fueran creyentes o no, un grato recuerdo, profundo y duradero. «Todo el mundo es mi familia», había dicho el papa Juan. Y así lo consideraron.

Andando el tiempo, tuve la oportunidad de escuchar al papa Roncalli que, en una breve filmación, comentó algo que me impactó, porque me implicaba personalmente. Dijo así: «El papa recita el rosario entero cada día. ¿Sabéis que hay modo para el papa, recitando así el rosario, de acordarse de todo el mundo? ¿Sabéis dónde pongo a los niños? No solo a los hijos de los católicos o a los no católicos, sino a todos los niños. Cuando estoy en el tercer misterio, ante Jesús que nace, aparece niño, e inicia esta gran tarea de la unión de la Trinidad con la humanidad, del cielo con la tierra, yo, esas diez avemarías, las dedico a todos los niños que han nacido en las veinticuatro horas antes que comience mi rosario. Por tanto, y es una pequeña confidencia, apenas un niño nace, tiene la oración del papa por él». Me conmovió pensar que yo, nacido en pleno pontificado de Juan XXIII, tuve la oración del papa por mí, ya en el primer instante de mi vida.

Angelo Giuseppe Roncalli nació en el pueblo bergamasco de Sotto il Monte, el 25 de noviembre de 1881, en el seno de una familia de aparceros, numerosa y pobre, fundamentada en una religiosidad sobria, profunda y tradicional. Eran campesinos de carácter un tanto seco, poco dado a efusiones sentimentales, pero sólidamente cristianos. Angelo era mucho más dulce y afable, con gusto por la comunicación y el diálogo. Pasó gran parte de su vida en el extranjero y desarrolló un gran don de gentes, aunque, si queremos comprender las claves de su espiritualidad, resulta imprescindible la referencia a las raíces.

Físicamente medía 1,66 metros de altura y era decididamente grueso (en septiembre de 1961 pesaba 103 kilos). Con grandes orejas algo despegadas (la derecha con una deformidad, ya que tenía plano el pliegue que rodea el borde auricular), nariz ganchuda, frente amplia, escasos cabellos blancos peinados hacia atrás; mentón firme, breve papada, labios finos y boca enmarcada por dos grandes surcos; ojos castaños (del color del otoño), de mirada limpia y luminosa, con un punto de astucia; manos regordetas, que movía con gestos expresivos. Su andar era habitualmente bastante veloz y un tanto oscilante. La voz de registro alto, clara y bien modulada.

Como se ha dicho con acierto, Juan XXIII fue bueno porque siempre quiso ser bueno. «Este es el misterio de mi vida –había escrito–. No busquéis otras explicaciones. He repetido siempre la frase de san Gregorio Nacianceno: “Tu voluntad, oh, Señor, es nuestra paz”. Este mismo pensamiento, en estas otras palabras, que me hicieron siempre buena compañía: Obediencia y paz». Y la clave la encontramos en la humildad, asumida y vivida. A su secretario, que consideraba descabellada la idea de convocar un Concilio, Juan XXIII le dijo: «Tú piensas que el papa es viejo, que le falta tiempo para una empresa de tan gran relieve, te asusta el conjunto. Y te equivocas, porque razonas como un empresario: proyecto, estudio, dificultades... Esto es argumentar de modo humano. Hasta que no hayas puesto tu propio yo bajo los zapatos no serás un hombre libre». Con filial confianza, Roncalli se abandonó en las manos de Dios. Y, por eso, estuvo disponible al Espíritu para ser instrumento de su acción en la Iglesia. En este sentido, el papa Francisco, en la homilía pronunciada en la misa de canonización, lo denominó «el papa de la docilidad al Espíritu Santo». La convocatoria del Concilio Vaticano II debe considerarse desde esta perspectiva. Por eso pudo iniciar en la Iglesia un proceso de reforma y revitalización, en fidelidad al depósito de la fe y en diálogo con el mundo contemporáneo. Su breve pontificado (cuatro años, seis meses y seis días) ha dejado una huella imborrable en la historia de la Iglesia.

Cuando llegó el momento de elegir un tema para mi tesis doctoral en Teología, me orienté hacia la eclesiología de Juan XXIII. Bucear en sus textos fue para mí una experiencia fascinante. También me permitió entrar en contacto con muchas personas, de gran categoría humana y espiritual, relacionadas con el pontificado joaneo. Entre ellas, quiero destacar al cardenal Loris Francesco Capovilla, que fue fidelísimo secretario particular del papa Juan, y que había iniciado su servicio desde la época de Roncalli como patriarca de Venecia. Con don Loris anudé una entrañable amistad que duró hasta su muerte, ya centenario, en 2016. Me ayudó con sus indicaciones a redactar la tesis doctoral y, cuando la publiqué, tuvo a bien escribir el prólogo. Siempre disponible, locuaz, de mente aguda y palabra rápida, cordial y acogedor. Fue el fiel custodio de la memoria del pontificado de Juan XXIII y una fuente de dinamismo, sensatez, creatividad y sabiduría.

El pontificado del papa Francisco, con sus actitudes netamente evangélicas y gozosamente renovadoras, evoca no poco el tiempo del aggiornamento joaneo. Al cumplirse los sesenta años del fallecimiento del papa Juan, creo necesario restituirle la palabra. Y lo hago con plena confianza y enorme alegría. Este libro es un homenaje a su memoria, pero, también, una guía segura que nos ayuda a caminar juntos, con paso firme, en este tiempo de esperanza. En la primera parte, a través de sus textos, vamos recorriendo las etapas de una vida rica y variada y encontramos las claves de su profunda espiritualidad. La segunda parte es una síntesis temática en diez palabras-clave. En la tercera se recogen algunos datos del pontificado y se ofrecen tres textos fundamentales: el discurso de inauguración del Concilio, el famoso «Discurso de la luna» y el testamento.

Espero que las palabras de ese hombre de Dios que fue Angelo Giuseppe Roncalli, papa san Juan XXIII, lleguen directamente al corazón y, como la semilla que cae en buena tierra, den fruto abundante. «No es el Evangelio el que cambia, somos nosotros los que comenzamos a comprenderlo mejor. Ha llegado el momento de reconocer los signos de los tiempos, de aprovechar la oportunidad y mirar lejos».

Luis Marín de San Martín, OSA

Obispo titular de Suliana

Subsecretario de la Secretaría General del Sínodo

EL MISTERIO DE UNA VIDA

1. Primera infancia: las raíces (1881-1892)

• Angelo Giuseppe Roncalli nace el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte (Bérgamo, Italia), a las 10,15 de la mañana, en el seno de una familia de aparceros. Era el cuarto hijo y primer varón (fueron trece hermanos, seis mujeres y siete varones) del matrimonio formado por Giovanni Battista Roncalli (1854-1935) y Marianna Mazzola (1854-1939). Es bautizado el mismo día por el párroco don Francesco Rebuzzini en la iglesia de Santa María en Brusicco. Fue padrino el tío abuelo Zaverio Roncalli, jefe de la familia.

• 1887-1888. Primer año de escuela elemental en Sotto il Monte.

• 1888-1890. Segundo y tercer año en la escuela municipal de Monasterolo.

• 1889, 13 de febrero. Confirmación en Carvico por el obispo de Bérgamo, Gaetano Camillo Guindani.

• 1889, 31 de marzo. Primera comunión en la iglesia de Santa María en Brusicco, de manos del párroco, don Francesco Rebuzzini. Se le inscribe en la asociación del Apostolado de la Oración.

• 1890-1891. Clases de gramática italiana y latina en Carvico con el párroco don Pietro Bolis y el coadjutor don Luigi Bonardi.

• 1891-1892. Alumno externo del colegio episcopal de Celana. Huésped de unos parientes en Pontida, cada día recorre a pie los 3 kilómetros que le separan del colegio. Los sábados regresa a Sotto il Monte.

• 1892, verano. El párroco Rebuzzini lo prepara para los exámenes de admisión en el Seminario. El canónigo don Giovanni Morlani le paga una beca.

Nacimiento y bautismo

Cuando nací en la mañana del 25 de noviembre de 1881, fui llevado inmediatamente a la pila bautismal. El párroco, don Francesco Rebuzzini, un sacerdote santo, reconocido y venerado como tal por cuantos le conocieron, había ido casualmente a la ciudad. Hubo, pues, que esperar hasta su regreso, mientras mi padre, contentísimo por aquel primer varón que venía después de tres niñas, se llegaba al municipio para inscribirme en el Registro civil. La ceremonia del bautismo, sin especial solemnidad, tuvo lugar la tarde misma del 25 de noviembre en la iglesia de Santa María en Brusicco, adyacente a la casa Roncalli, vieja iglesia que hacía las funciones de parroquial en lugar de la parroquia, más antigua y luego demolida, de San Juan Bautista. (Apuntes para una biografía: DA, 499. Juan XXIII redactó estos Apuntes usando la tercera persona. En este libro hemos preferido ponerlos en primera persona).

El tío abuelo Zaverio

Es digno de notar el nombre de mi padrino Zaverio. [...] Este viejo primogénito permaneció célibe: murió a los ochenta y ocho años. Fue hombre piadoso, muy devoto y notablemente instruido en las cosas de Dios y de la religión. Sin intención de hacer de él un sacerdote, dio a su ahijado todo cuanto pudiera haber de más edificante y eficaz para iniciar la preparación, no de un simple sacerdote, sino de un obispo y de un papa, como la Providencia lo querría y constituiría después. [...] Este tío-abuelo Zaverio, cuando ya no tuve necesidad de mi madre, me tomó totalmente por su cuenta y me infundió con la palabra y el ejemplo los encantos de su alma religiosa. (Apuntes para una biografía: DA, 499-500).

Pobreza que sabe compartir

Éramos pobres, pero vivíamos contentos de nuestra condición y confiados en la ayuda de la Providencia. En nuestra mesa nunca hubo pan, solo polenta; nada de vino para niños y jóvenes; raramente carne; casi solo en Navidad y Pascua una rebanada de dulce casero. El traje, los zapatos para ir a la iglesia, debían durar años y años... Sin embargo, cuando un mendigo se asomaba a la puerta de nuestra cocina, donde los pequeños, una veintena, esperaban impacientes la escudilla de sopa, había siempre un sitio libre y mi madre se apresuraba a hacer que aquel desconocido se sentara junto a nosotros. (Carta a sus padres, Roma, 16 de enero de 1901: DA, 411-412, nota 3).

La historia de los higos secos

Se comía poco entonces y yo tenía siempre mucha hambre. [...] No olvidaré nunca aquella bendita tarde de los higos secos [que tomé del cestillo que estaba bajo la cama de mis padres]: vencido por la gula, tras el primero y el segundo, engullí rápidamente no sé cuántos más. Después bajé corriendo, pero muy ruborizado y agitado. Fue tal la emoción que mi madre se dio cuenta y llevándome fuera me preguntó si había estado en su habitación para comerme los higos. Yo respondí con un no rotundo; pero la verdad surgió poco después, ya que era tal la conmoción de mi espíritu que vomité todo. Entonces mi madre, mirándome con gran severidad, me dijo: «Angelito, te regaño no por haberte comido los higos, sino por haber mentido a tu madre». Un llanto torrencial concluyó la escena; pedí perdón. Y creo que, conscientemente, no he vuelto a decir una mentira en toda mi vida, como tampoco –aunque me gustaban tanto– he vuelto a probar los higos jamás. (Positio II-1, 922-923).

La educación más profunda es siempre la de casa

La educación que deja huellas más profundas es siempre la de casa. Yo he olvidado muchas cosas leídas en los libros, pero aún recuerdo perfectamente todo lo que me enseñaron mis padres y los viejos. Por eso no dejo de amar Sotto il Monte y me gusta volver a él todos los años. Ambiente sencillo, pero lleno de buenos principios, de profundos recuerdos, de preciosas enseñanzas. (Carta a su familia, Sofía, 20 de diciembre de 1932: CF, 201).

La familia cristiana

El simple pensamiento de lo que fue para mí el ejemplo de nuestros humildes padres, su sencillez de vida, su prudencia cristiana, la mutua concordia y colaboración doméstica que hicieron reinar en una familia que contaba una treintena de personas, todo esto me enternece y me llena de emoción, reavivando en mí la resolución de no cesar jamás, durante todo el tiempo que vivamos, de dar gracias a Dios por haberme dispensado tal bien. ¡Qué bien se vivían las grandes realidades de la familia cristiana! Nupcias iluminadas por la luz de lo alto; matrimonio sagrado e inviolable dentro del respeto a sus cuatro notas características: fidelidad, castidad, amor mutuo y santo temor del Señor; espíritu de prudencia y de sacrificio en la educación cuidadosa de los hijos; y siempre, siempre y en toda circunstancia, en disposición de ayudar, de perdonar, de compartir, de otorgar a otros la confianza que nosotros quisiéramos se nos otorgara. (Discurso al cuerpo diplomático, 25 de diciembre de 1959: DMC II, 96).

Espiritualidad familiar

En la casa Roncalli, la más numerosa del pueblo, había treinta bocas que saciar, tres veces al día. Pero de todo se ocupaba la Providencia: se ocupaban los campos bien cultivados de cereales y viñas; se ocupaban los animales del establo, con la leche y con sus productos; se ocupaba el temor de Dios que mantenía el orden, la serenidad de una vida colectiva, empeñada en el trabajo bien hecho, en obrar bien, con mutuo y recíproco respeto y con una paz doméstica y cristiana jamás turbada. Por la noche, y todas las noches, era él, el viejo tío Zaverio, el jefe de la casa, quien dirigía el rosario; y todos respondían, formando toda una música, cuyo recuerdo, a pesar de la distancia de tantos años, todavía enternece. (Apuntes para una biografía: DA, 500).

Es preciso dejarse llevar por el Padre y llevar al Padre a los hermanos

Siendo niño de siete años, mi padre, con ocasión de la segunda fiesta federal de la Acción Católica Bergamasca (6 de agosto de 1889), me llevó a pie a Ponte San Pietro, a seis kilómetros de Sotto il Monte. Llegamos cuando concluía la solemne procesión: obispo, clero, asociaciones y pueblo, bandas musicales y banderas. Debido al gran gentío, que formaba una barrera, yo no veía nada y se lo dije a mi padre. Entonces él me subió a caballito sobre sus hombros y así pude ver con mis ojos lo que significaba ser católico bergamasco. Recuerdo aquel gesto paterno y pienso en aquel recorrido de entonces y en el nuevo recorrido de hoy [en la silla gestatoria], que he concluido no ya transportado sobre los hombros del padre, sino sobre los de los hijos, sostenido por los corazones de tantos fieles. Entre medias están 70 años de servicio a Dios y al prójimo, años de estudio y de oración, de actividad continuada y serena, de vida de caballero... Sacad vosotros conmigo la conclusión: es preciso dejarse llevar por el Padre y llevar al Padre a los hermanos. (MCG, 167).

Primera comunión

Fui admitido a la Primera Comunión a los ocho años, una mañana de Cuaresma fría y sin solemnidad, en la iglesia de Santa María en Brusicco, que hacía las funciones de templo parroquial. Solo nos hallábamos presentes los niños y las niñas con el párroco don Francesco Rebuzzini y el coadjutor don Bortolo Locatelli. De esta ceremonia recuerdo siempre con cariño la gran sencillez y el detalle siguiente que quedó grabado en mi corazón. Después de la ceremonia, los pequeños nos llegamos todos a la casa parroquial para ser inscritos, uno a uno, en la Asociación del Apostolado de la Oración; y el señor cura me encomendó precisamente a mí el honor de inscribir la lista de los apellidos y nombres de sus compañeros y de las niñas. Y este es el primer ejercicio de escritura del que conservo memoria, el primero de una inmensidad de folios que estaba destinado a multiplicar en más de medio siglo de pluma en mano. (Apuntes para una biografía: DA, 501).

Primera separación de la familia

Recuerdo que, en Navidad de 1891, cuando mi padre me acompañó hasta los bosques de Faida sobre Villa d’Adda y me dejó allí para que marchara solo hasta Pontida, donde estaba en casa de nuestros tíos de Ca’ de Rizzi, para ir después desde allí hasta Celana como alumno externo, al encontrarme solo en medio del bosque y helado de frío lloré, pensando en el calorcillo de la familia apenas dejada, y me conmoví más que la primera vez que me marché. (Carta a su sobrina Enrichetta Roncalli, Estambul, 3 de enero de 1942: CF, 468).

Última gran bendición a su familia

A mi dilecta familia secundum sanguinem –de la que, por lo demás, no he recibido ninguna riqueza material– no puedo dejar sino una grande y especialísima bendición, con la invitación a conservar ese temor de Dios que me la hizo siempre tan querida y amada, aunque sencilla y modesta, sin jamás sonrojarme por ello; y es su verdadero título de nobleza. También la he socorrido a veces en sus necesidades más graves, como pobre con los pobres, pero sin sacarla de su pobreza honrada y contenta. Pido y pediré siempre por su prosperidad, alegre como estoy de constatar también en sus nuevos y vigorosos retoños la firmeza y la fidelidad a la tradición religiosa de los padres, que será siempre su fortuna. Mi más ferviente deseo es que ninguno de mis parientes y allegados falte al gozo de la reunión final y eterna. (Testamento: DA, 425).

2. Seminario (1892-1904)

• 1892, noviembre. Es admitido en el Seminario de Bérgamo.

• 1895-1900. Alumno del Seminario Mayor.

• 1895, 24 de junio. Viste la sotana. El 28 de junio recibe la tonsura y accede al estado clerical.

• 1895, noviembre. Comienza a escribir el Diario del alma.

• 1896, 1 de marzo. Admitido como terciario franciscano.

• 1898, 25 de septiembre. Su párroco, don Francesco Rebuzzini, muere de improviso.

• 1900, septiembre. Peregrinación a Roma con motivo del Año Santo.

• 1901, 4 de enero. Llega a Roma como alumno del Seminario Mayor Apollinare, con una beca de la fundación Flaminio Cerasola. Se le inscribe en primero de teología.

• 1901, 30 de noviembre. Inicia su servicio militar en el 73º regimiento de infantería, brigada Lombardía, en el cuartel Humberto I de Bérgamo.

• 1902, 25 de noviembre. Regresa al Seminario. Es admitido en tercero de teología.

• 1903, 18 de diciembre. Ordenado diácono por el cardenal Pietro Respighi, vicario de Roma, en San Juan de Letrán.

• 1904, 13 de julio. Doctor en Sagrada Teología.

• 1904, 10 de agosto. Ordenado sacerdote por el arzobispo Giuseppe Ceppetelli, vicegerente de Roma, en la iglesia de Santa María en Monte Santo (Piazza del Popolo). El 11 celebra su primera misa en las Grutas Vaticanas, capilla Clementina. Pío X le recibe en audiencia especial.

Hacia la vocación sacerdotal

Conservo [sobre el tema de la obra insustituible del clero en la preparación y el cuidado de las vocaciones] uno de mis recuerdos más queridos y conmovedores. El recuerdo del día de mi Primera Comunión cuando, terminada la ceremonia, mi venerado párroco, considerado un santo por todos nosotros, me eligió para el honor de inscribir, en presencia de cada uno de mis compañeros, la incorporación al Apostolado de la Oración, primer compromiso de honor para la buena marcha de una inocencia bendita y feliz. Sucesivamente, mi familiaridad respetuosa y devota, bajo la atracción amable de la persona y del ejemplo, desembocó en una vocación sacerdotal tan espontánea y tranquila que nunca me hizo dudar de haber sido llamado en la vida a otra tarea. (Discurso a la Obra para las Vocaciones Eclesiásticas, 21 de abril de 1961: DMC III, 220).

Propuesta vocacional explícita

En mi vida no he pensado nunca en otra cosa sino en el servicio del Señor. Mi madre y el tío abuelo Zaverio no me hablaron ni una sola vez de vocación al sacerdocio. Solo mi párroco, don Francesco [Rebuzzini], hizo referencia una o dos veces, creo que durante la confesión, a la posibilidad de una llamada del Señor. Solo tras el experimento de Celana don Francesco me preguntó explícitamente si querría entrar en el Seminario. Estoy seguro de que haber dicho simplemente sí, sin añadir nada más. Desde aquel momento no tuve otra preocupación sino la de prepararme al sacerdocio. Tenía poco más de 10 años. Cuando se decidió mi ingreso en el Seminario, D. Francesco le dijo a mi padre que no se preocupara por la cuota, porque se ocuparía D. Giovanni Morlani, uno de los coproprietarios de las tierras trabajadas por mi familia. (Positio II-1, 925).

Ingreso al Seminario

Yo entré en el seminario en tercero de secundaria, después de un año y unos meses de estudio y de coscorrones del párroco de Carvico, y después de unos meses en Celana, donde en realidad bien poco fue lo que adelanté, porque tampoco estaba en edad para entender y poder adelantar. A mí me metieron demasiado pronto en los estudios de secundaria. No hay por qué tener prisa. Un año más o menos no cuenta mucho. Lo que cuenta es la bondad del muchacho y empezar con bases sólidas. Luego, en cuanto a las pequeñas habladurías de quien no tiene nada que ver en el asunto, hay que pasarlas por alto. ¿No me decían también a mí que quería hacerme cura para no trabajar en el campo? Esto pasa en todas las épocas, y verdaderamente no debe alterarnos. Un niño que muestra inclinación al sacerdocio es una persona sagrada en una familia, y no se la puede tratar con ligereza y sin consideración. Sus padres y sus hermanos saben cómo comportarse: a los demás se les pasa por alto o se les soporta, y a otra cosa. (Carta a su hermano Giovanni Roncalli, Estambul, 25 de octubre de 1939: CF, 405-406).

El seminarista Roncalli

Era yo un buen muchacho inocente, un poco tímido. Quería amar a Dios a toda costa y no pensaba más que en ser sacerdote, para servicio de las almas sencillas, necesitadas de cuidados pacientes y perseverantes. Entre tanto combatía en mí mismo contra un enemigo, el amor propio, que al fin se dejaba disciplinar. Pero yo me afligía al advertir sus brotes y retoños. Y me atormentaba por las distracciones en la oración, imponiéndome sacrificios no leves para librarme de ellas. Tomaba todo en serio, y los exámenes de conciencia eran minuciosos y severos. (Comentario a su secretario, primavera de 1961: DA, 13).

Propósitos

He estado menos distraído en las oraciones, pero no del todo y siempre recogido. En estos últimos días he hecho poco uso de jaculatorias, y por eso no he vivido tan unido a Jesús como anteriormente. A medida que avanzo más me doy cuenta de lo que me falta. En adelante observaré un recogimiento especial por la mañana y por la noche, en el dormitorio; pronunciaré infinitas jaculatorias durante la jornada, especialmente en el recreo y en el estudio. Seré menos charlatán en el recreo, y no me dejaré llevar de una desmesurada alegría. (Notas espirituales, 6 de marzo de 1898: DA, 73-74).

El estudio

En cuanto al estudio, me aplicaré a él con todo amor y ardor y con todas mis fuerzas, estudiando sobre todo las materias sin distinción ninguna, sin que me retraiga de ello la excusa de que no me gustan. Mi único fin en el estudio será la mayor gloria de Dios, el honor de la Iglesia, la salvación de las almas, y no mi honor ni el afán de sobresalir entre todos los demás, y recordaré con frecuencia que el Señor me pedirá cuentas también del talento que he malgastado no en otra cosa que en procurarme gloria a mí mismo. (Propósitos hechos en los ejercicios espirituales del año 1896 y confirmados en 1897 y 1898: DA, 66-67).

Charlatanería

A pesar de todo, hoy he vuelto a caer en lo mismo: charlas aquí y allá, como si fuera el mayor charlista del mundo. Después me doy cuenta enseguida y me arrepiento, pero es preciso pensarlo antes. No tengo conciencia de haber hablado mal de otros, pero hay que estar siempre alerta. Todo es amor propio que sale a relucir, todo afán de aparentar. [...] ¡Y dale que dale!, no acabo de entender que debo callar con ese bendito cura [don Ignazio Valsecchi, coadjutor de Sotto il Monte], cuando se entra en ciertas cuestiones que no me convienen; no falté quizá, pero entre tanto se muestra mi natural de querer decidir dándomelas de sabio. Lo cierto es que, cuando he acabado, incluso después de poner las máximas cautelas, me doy cuenta siempre de que he hablado demasiado. Y esto es soberbia. Además, me entretengo demasiado en la cocina charlando inútilmente; es preciso que mortifique un poco también la curiosidad de querer saber cosas que no me importan. (Notas espirituales, 23 y 27 de julio de 1898: DA, 86-88).

El director espiritual

La muerte de mi queridísimo director [espiritual, Luigi] Isacchi, y el encontrarme con un nuevo director, aunque no han alterado considerablemente en mí la marcha de las cosas, han producido algún pequeño cambio; por ejemplo, el nuevo director [don Quirino Spampatti], ciertamente, no me conoce como me conocía Isacchi; por tanto, todavía no tengo la intimidad que tenía antes; pero será necesario dar tiempo al tiempo, y las cosas se arreglarán. En cuanto a poner por escrito mis cosillas, como he venido haciendo desde el año pasado hasta el mes último, parece que el nuevo director no lo toma con demasiada cordialidad, como el otro. En una palabra, uno piensa que es mejor de un modo, y otro de otro. (Notas espirituales, 15 de enero de 1899: DA, 122).

La muerte del párroco

Qué cruz ha caído sobre mí hoy. Dios mío, solo el pensarlo me da escalofríos. Mi buen padre, el que tanto ha hecho por mí, que me ha orientado hacia el sacerdocio, mi párroco don Francesco Rebuzzini, ha muerto y, ¡pobrecito!, ha muerto de repente. Vos sabéis, oh, Jesús, qué congoja trae esto a mi pobre corazón. Esta mañana mis pobres piernas no me sostenían, un clavo había penetrado en mi corazón; mis ojos no daban, o daban pocas, lágrimas. No lloré; dentro me sentía como petrificado. Al verlo en tierra, en aquel estado, con la boca abierta y rojo de sangre, con los ojos cerrados, me parecía –oh, siempre conservaré esta imagen–, me parecía un Jesús muerto, bajado de la cruz. Ya no hablaba, ya no me miraba. Ayer me había dicho: «Hasta la vista». Oh, padre, ¿cuándo nos volveremos a ver? En el paraíso. Sí, al paraíso vuelvo los ojos. Él está allí, lo veo, desde allí me sonríe, me mira, me bendice. ¡Dichoso de mí, que pude gozar de las enseñanzas de tan gran maestro! La muerte lo sorprendió de improviso, pero él estaba preparado para ella desde hacía setenta y tres años. Murió cuando estaba para vencerse a sí mismo, vencer el mal que le aquejaba; y todo para ir a celebrar la santa misa. Muerte, por tanto, siempre y en todo sentido preciosa y envidiable. Si pudiera ser también así la mía. Como he dicho, la postura en que lo encontré me indicaba que se había puesto de rodillas y cayó hacia atrás, sin que le fuera posible sostenerse. (Anotación del 25 de septiembre de 1898: DA, 106).

Programa humano y espiritual

Tranquilidad, calma, jovialidad, buenas maneras, jamás una palabra resentida con nadie, jamás acalorarse en la conversación; sencillez, cordialidad; y al mismo tiempo franqueza sin cobardía, cosas nada fáciles. Y añádase: no hablar nunca de personas, de compañeros míos íntimos, cuya poco feliz actuación haga resaltar más mi conducta, a no ser con reservas, diciendo todo lo bueno que sea posible, cubriendo los defectos cuando el revelarlos sea inútil y no haga más que excitar mi amor propio que se esconde tras este velo y las más de las veces sale a relucir así bonitamente. [...] Tengo aún necesidad de mucha vigilancia en mis palabras, cuando me hallo de conversación con seminaristas y se habla de cosas en orden a las cuales mi amor propio se encandila, buscando representar un buen papel. Por lo demás, en cuanto a mi discurso sobre el Sagrado Corazón, no demasiada ansiedad; de este modo se confunden las ideas, no se saca nada bueno, sino que se hacen chapucerías. (Notas, 22-23 de agosto de 1900: DA, 140).

Veneración a la Virgen de Loreto

El acto de veneración a la Virgen de Loreto que realizamos hoy nos lleva con el pensamiento a sesenta y dos años atrás, cuando vinimos aquí por primera vez de regreso de Roma, después de haber ganado las indulgencias del jubileo anunciado por el papa León. Era el 20 de septiembre de 1900. A las dos del mediodía, recibida la santa comunión, derramamos nuestra alma en prolongada y conmovida plegaria. Para un joven seminarista, ¿qué puede haber más dulce que entretenerse y dialogar con la querida Madre celestial? Pero, ¡ay!, las dolorosas circunstancias de aquellos tiempos, que habían expandido por los aires un sutil veneno sobre todo aquello que representaba los valores del espíritu, de la religión, de la santa Iglesia, convirtió en amargura aquella peregrinación apenas hubimos de escuchar el griterío de la plaza. Recordamos todavía nuestras palabras de aquel día a punto de emprender el viaje de retorno: «Virgen de Loreto, yo os amo mucho y prometo mantenerme fiel a Vos y ser buen hijo seminarista. Pero aquí no me veréis más». Sin embargo, volvimos otras veces a la distancia de largos años. Y hoy henos aquí, con la familia de nuestros más íntimos colaboradores; henos aquí acogidos con grandes fiestas y rodeados de almas escogidas. (Discurso en Loreto, 4 de octubre de 1962: DMC IV, 557).

A Roma

El Señor no podría bendecirme más de cuanto lo ha hecho, ni yo podía imaginarme encontrar mejor suerte. Respecto a la salud, estoy estupendamente, pues aquí, sabéis, la alimentación no es como en Sotto il Monte o en Bérgamo, sino que se vive como señores; más, me dicen que ya he cambiado de cara y cada día estoy más gordo. Respecto a esto, pues, estad alegres, ya que no hay nada que temer. La acogida que me hicieron apenas llegado a Roma y el afecto y lo que me quieren los reverendos superiores está verdaderamente por encima de todo elogio. He encontrado óptimos compañeros con los que ya me he hecho, tanto que casi puedo considerarme como una persona antigua en el Seminario. Me han asignado una buena habitación para mí solo, en la que tengo una cama, a decir verdad, algo dura, pero que me hará mucho bien, y todas las comodidades: cómoda, mesa, sillón, estantería para los libros, lavabo, etc. La clase y el estudio no me causan fastidio alguno, al contrario, me resultan divertidos. También en lo que respecta a la piedad pueden hacerse aquí las cosas muy bien; en nuestra capilla se venera una hermosísima Virgen llamada de la Confianza, a que yo os encomiendo todas las mañanas y todas las noches para que ella os bendiga, os dé paz y consolación en todas vuestras amarguras y tribulaciones. [...] ¿Y el papa? Pude verlo ya el domingo por la tarde en San Pedro en medio de mil esplendores, pude acercarme, contemplarle bien y recibir la bendición. En aquel momento tan solemne y conmovedor pensé en todos vosotros, en todos los demás parientes, bienhechores y amigos; y él, el buen anciano, os bendijo también a vosotros, a todos. (Carta a su familia, Roma, 12 de enero de 1901: CF, 27-28).

Ser sacerdote para hacer el bien

El Señor me quiere sacerdote, para esto me ha colmado de tantos beneficios hasta mandarme a Roma, bajo los ojos de su vicario el papa, en la Ciudad Santa, junto a la tumba de tantos mártires ilustres, de tantos sacerdotes santísimos. Esta es una verdadera fortuna para mí y para vosotros, de la que debéis siempre dar gracias al buen Dios. Pero no me hago sacerdote por cumplido, para ganar cuartos, para encontrar comodidades, honores, placeres, ¡ay de mí!, sino ante todo y únicamente para luego hacer el bien de todos los modos posibles a la pobre gente. (Carta a su familia, Roma, 16 de febrero de 1901: CF, 32).

Servicio militar

[Mis estudios] fueron interrumpidos por un año de servicio militar hecho en Bérgamo, de noviembre de 1901 a noviembre de 1902, como soldado de infantería del regimiento 73, brigada Lombardía, cabo el 31 de mayo de 1902 y sargento el 30 de noviembre del mismo año. Fueron doce meses de los que conservo un recuerdo entrañable, como experiencia de robusta disciplina, como iniciación al conocimiento del alma joven de los hijos de Italia y de las formas más prácticas para atraerla al buen camino y a las cumbres más altas del sentir y del vivir humano y cristiano. (Apuntes para una biografía: DA, 505).

Prórroga y situación de incertidumbre

La presentación para el servicio militar de este año se ha prorrogado hasta el 1 de diciembre. Por tanto, todavía un mes de estar con la familia: un mes rapidísimo, como los otros que han pasado, un mes de recogimiento, espero, de nuevo estudio, de prolongada preparación, pero, al mismo tiempo, un mes de tedio, de preocupación, en definitiva, un mes que me abrasa. No porque yo prefiera la vida del cuartel a la de la familia, Dios me libre; sino porque no me gusta nada mi actual condición de precariedad, de incertidumbre, de expectativa. Me da pena, me inquieta el verme aquí solo, como una hoja llevada por el viento de otoño, mientras todos mis compañeros de Bérgamo y de Roma retoman su vida ordinaria, de clases, de estudio, en ese lugar de ocupaciones constantes que desde hace tantos años me es tan familiar y queridísimo. Siento en el corazón un ansia, un deseo loco de liberarme de estos estorbos para regresar enseguida al querido Seminario, a las delicias, a los superiores, a los amigos que he dejado, a Roma, como quien se afana corriendo tras un bien que casi teme que se le escape de las manos. (Carta a Mons. Vincenzo Bugarini, Sotto il Monte, 4 de noviembre de 1901: FIOB, 7).

Promoción a caporal, un cambio desafortunado

El 1 de junio me han promovido a caporal y, cosa que tal vez le sorprenda, lo he logrado con grandes alabanzas de todos mis colegas. Naturalmente he cambiado de Compañía: de la 8ª paso a la 1ª, cambiando de superiores, de compañeros, de todo. Para mí ha sido un cambio desafortunado. Tal vez el ser yo un clérigo pone de los nervios a mi nuevo señor capitán, que me cree por esto menos amante de Italia y de las instituciones. Por lo que a mí respecta, Dios es testigo de con cuánta buena voluntad me he aplicado siempre al exacto cumplimiento de todos mis deberes, incluso con gran sacrificio. Con todo, no me han faltado ni me faltan cuartos de hora algo tristes que tienen el mérito de hacerme probar lo que hasta ahora no conocía: lo dura que es la vida militar para un clérigo. Es bueno para mí que cada tarde fuera del cuartel encuentre el Seminario, donde puedo tomar aliento algo más libremente, donde alivio el espíritu con las prácticas de piedad, con el estudio, con el consuelo de tantos buenos superiores que me quieren bien. Más que otra cosa, me consuela el pensamiento de los siete meses transcurridos y de los poco más de cuatro que me quedan, y del Pontificio Seminario Romano, que me espera cuanto antes. (Carta a Mons. Vincenzo Bugarini, Bérgamo, 6 de julio de 1902: FIOB, 15-16).

He vuelto a ser clérigo

Finalmente he vuelto a ser clérigo otra vez y para siempre también en el hábito. Apenas salí del cuartel, me he despojado del aborrecido uniforme, he besado llorando mi querida sotana y he regresado entre mis superiores y mis amigos, entre mis parientes, hecho más digno de su compañía. Iam hiems transiit, imber abiit et recessit [Cant 2,11]. Aquí, en mi pueblo, el invierno acaba de comenzar, las nieblas y las nieves han caído; sin embargo, para mí el invierno ha pasado, brotan ya las flores de la primavera, las flores de la Pascua. Siento la voz amiga que me llama [cf Cant 2,8]. Heme aquí otra vez. Resurrexit et adhunc sum tecum, alleluja. De la vida pasada no me acuerdo ya, como si no hubiera existido nunca. (Carta a Mons. Vincenzo Bugarini, Sotto il Monte, 19 de noviembre de 1902: FIOB, 22).

Las dificultades de la vida en el cuartel

Conozco la vida de cuartel, siento horror con solo pensar en ella. ¡Cuántas blasfemias en aquel lugar, cuántas inmundicias! Y en el infierno ¿qué será? [...] ¡Oh, qué feo es el mundo, cuánta suciedad, qué porquería! En mi año de vida militar lo he tocado con la mano. ¡Qué fuente de podredumbre es el ejército, podredumbre que inunda las ciudades! ¿Quién se salva de este diluvio de fango, si Dios no le ayuda? Te doy gracias, Dios mío, que me preservaste de tanta corrupción; esta es verdaderamente una de las gracias más grandes, por la que te estaré agradecido toda la vida. Yo no creía que un hombre racional pudiera rebajarse tanto. Y, sin embargo, es un hecho; y hoy, con mi poca experiencia, creo poder decir que más de la mitad de los hombres, durante algún tiempo de su vida, se convierten en animales vergonzosos. ¿Y los sacerdotes? Dios mío, tiemblo al pensar que no son pocos también entre ellos los que desfiguran su sagrado carácter. Hoy ya no me maravillo de nada; ciertas historias ya no me causan impresión. (Ejercicios espirituales, 10-20 de diciembre de 1902: DA, 153-155).

Contra el amor propio

No soy en absoluto lo que me creo ni el que mi amor propio quiere que me consideren los demás. Mi padre es un campesino que pasa todo el día labrando, cavando, etc.; y yo no tengo nada de más que mi padre, sino mucho menos, porque mi padre al menos es sencillo y bueno, mientras yo de mío solo tengo maldad. Cuando el amor propio calla un instante, y yo, pensando en la obligación de darme todo a Dios y de mostrar con hechos que me consagro de verdad enteramente a él, sin reserva, y quiero hacerme santo, me siento turbado, falto de ánimos, me debo consolar pensando que ese Jesús, que tan grandes cosas ha hecho por mí, las ha hecho con algún fin especial, digno de él, y que, como hasta ahora lo ha hecho todo él, con mayor razón estará dispuesto a multiplicar sus gracias para perfeccionar su obra, cuando encuentre mucha buena voluntad por parte mía. (Ejercicios espirituales, 10-20 de diciembre de 1902: DA, 158-159).

Consejo para el estudio

Ayer, mi docto profesor de historia eclesiástica [Mons. Umberto Benigni] dio un consejo que parece especialmente dirigido a mí: leed poco, leed poco, pero bien. Y lo que se dice de las lecturas yo lo aplico a todo: poco, pero bien. ¡Cuántos libros he leído en el transcurso de mis estudios, en vacaciones, en el ejército! ¡Cuántas obras, cuántos periódicos, cuántas revistas! ¿Y qué recuerdo de todo ello? Nada o casi nada. Siento la manía de querer saberlo todo, conocer todos los autores de valor, ponerme al corriente de todo el movimiento científico en sus multiformes expansiones, y en realidad leo aquí, devoro otro escrito allá, y saco poquísimo fruto. Por tanto, calma también en esto. Poco pero bien. (Notas espirituales, 8 de enero de 1903: DA, 174-175).

El futuro

¿Qué será de mí en el futuro? ¿Seré un buen teólogo, un jurista insigne, un cura de pueblo o un simple sacerdote? ¿Qué más me da todo eso? Seré lo que sea según las disposiciones divinas. Mi Dios es todo: Deus meus est omnia. Todo ello, mis ideales de ambición, de hacer un buen papel ante el mundo, ya se preocupa Jesús de convertírmelos en humo. Me debo convencer de que, pues Dios me quiere, no será para mí ningún proyecto en que entre la ambición; por tanto, me resultará inútil andar cavilando en ello. (Ejercicios espirituales de preparación al presbiterado, Roma, 1-10 de agosto de 1904: DA, 230).

La ordenación presbiteral

Despuntó el alba de aquella bienaventurada fiesta de San Lorenzo. Mi vicerrector Spolverini me fue a buscar al convento. Atravesé la ciudad en silencio. La inolvidable ceremonia [de mi ordenación presbiteral] tuvo lugar en la iglesia de Santa María en Montesanto, en la piazza del Popolo. Recuerdo todavía perfectamente todas las circunstancias de aquel acontecimiento. El consagrante era S.E. Mons. Ceppetelli, vicegerente; ayudaban en el altar algunos alumnos del Colegio Capránica. Cuando, terminado todo, alcé los ojos después de pronunciar el juramento eterno de fidelidad a mi superior prelato ordinario, vi la bendita imagen de la Virgen, en la que –lo confieso– no me había fijado antes; parecía sonreírme desde el altar e infundirme con su mirada un sentimiento de dulce tranquilidad espiritual, de generosidad, de firmeza, como si me dijese que estaba contenta y dispuesta a protegerme siempre; parecía, en una palabra, comunicarme al espíritu una oleada de dulcísima paz que nunca olvidaré. El buen vicerrector me acompañó al seminario, donde no había nadie, pues estaban todos de campo en Roccantica. Mi primera tarea fue escribir inmediatamente una carta a mi obispo, Mons. Guindani, de feliz memoria. Le decía en pocas palabras lo que dije al Señor a los pies de Mons. Ceppetelli: le renovaba mi promitto oboedientiam et reverentiam. ¡Cuán feliz soy de poder renovar aquella promesa ahora, ocho años después! Escribí luego a mis padres haciéndoles partícipes, a ellos y a toda la familia, del gozo de mi corazón, invitándoles a dar gracias conmigo al Señor y a pedirle que se dignara conservarme fiel. Por la tarde me quedé solo, solo con mi Dios que tanto me había encumbrado, solo con mis pensamientos, con mis propósitos, con mis dulzuras sacerdotales. Salí. Recogido con el Señor, como si Roma estuviera desierta, visité las iglesias de mayor devoción, los altares de los santos que me habían sido más familiares, las imágenes de Nuestra Señora. Fueron visitas muy breves. Me parecía como si aquella tarde tuviera yo una palabra que decir a todos, como si aquellos santos tuvieran también cada uno una palabra para mí. Y de verdad así era. (Notas de 1912 añadidas a las de los Ejercicios espirituales de preparación al presbiterado, Roma, 1-10 de agosto de 1904: DA, 235-236).

Audiencia con Pío X

Hacia mediodía me esperaba un nuevo consuelo: la audiencia del papa Pío X. Me la consiguió mi vicerrector [Domenico Spolverini] –¡cuán agradecido le estoy por todo lo que hizo por mí en aquellos días benditos!– y me acompañó a la misma. Cuando el papa llegó hasta mí y el vicerrector me presentó, él sonrió y se inclinó para escucharme. Yo le hablaba de rodillas: le dije que me sentía dichoso al poder ofrecer a sus pies los sentimientos que, por la mañana, durante la primera misa, había depositado junto a la tumba de san Pedro, y se los expuse brevemente como pude. El papa entonces, permaneciendo inclinado y poniéndome la mano sobre la cabeza, casi hablándome al oído, me dijo: «Bien, bien, hijo...: así me gusta; y yo pediré al Señor que bendiga especialmente estos sus buenos propósitos y sea usted de verdad un sacerdote según el corazón de Él. Bendigo también todas sus demás intenciones y a todas las personas que en estos días se regocijan con usted». Me bendijo y me dio a besar la mano. Siguió luego adelante, habló con otros; creo que con un polaco. Pero de pronto, como siguiendo el hilo de su pensamiento, volvió a mí y me preguntó cuándo iba a volver a casa. Yo le dije: «Para el día de la Asunción». «¡Oh –respondió–, qué fiesta habrá allá en su pueblecito (antes me había preguntado cuál era) y cómo sonarán ese día las hermosas campanas de Bérgamo...!». Y siguió el camino sonriendo. (Notas de 1912 añadidas a las de los Ejercicios espirituales de preparación al presbiterado, Roma, 1-10 de agosto de 1904: DA, 237).

Que el sacerdocio sea de consuelo para la Iglesia de Dios

¡Oh, beato Pío X! Tuve la alegría y la fortuna de verlo el día de mi primera misa, celebrada en la basílica de San Pedro el 11 de agosto de 1904. Cuando el Santo Padre apareció, el que me acompañaba dijo: «Santidad, este es un joven sacerdote de la diócesis de Bérgamo que esta mañana ha dicho su primera misa». El papa se inclinó sobre mí. Yo le dije palabras que recuerdo muy bien, pero que están destinadas a permanecer en la más amada intimidad de mis promesas sacerdotales. Pío X posó ambas manos sobre mi cabeza y me dijo: «Bravo: te bendigo y te animo a honrar estos propósitos y te deseo que todo tu sacerdocio sea de consuelo para la Iglesia de Dios». ¡Oh, Señor, heme aquí, a cincuenta años de distancia, como sucesor suyo en el patriarcado de san Marcos! (Presentación al clero y al pueblo venecianos, Venecia, 15 de marzo de 1953: SD I, 21).

Recuerdo triste del compañero excomulgado

Recuerdo triste. Don Ernesto Buonaiuti. Nacido en Roma, 24 de junio de 1881. Mi encuentro durante un año (1901) en el Seminario Romano. Sacerdote, 19 de diciembre de 1903. Mi ordenación, 10 de agosto de 1904 en Santa María en Montesanto. Estaba a mi lado entre don Nicola Turchi y yo: me había vestido y sostenía el misal entre nosotros dos. Excomulgado en 1921; de nuevo el 26 de marzo de 1924. Declarado vitandus en enero de 1926. Muerto el 20 de abril de 1946, sábado santo. [...] Muerto, por tanto, a los 65 años sine luce et sine cruce. Sus admiradores escribieron de él que era un espíritu profunda e intensamente religioso, adherido al cristianismo con todas sus fibras, unido estrechamente a su amada Iglesia católica por vínculos irrompibles. Naturalmente ningún eclesiástico para bendecir su cadáver, ningún templo para acoger la sepultura. [...] Dominus parcat illi. (Nota, s.f.: QI, 248-250).

Un problema con su madre

Amadísima madre. Después de Dios y de las cosas del cielo, ¿cuál es la persona más querida que tengo yo sobre la tierra sino usted? Aunque yo fuese papa, usted sería siempre para mí la más grande mujer de este mundo, el objeto más querido para mi corazón de hijo afectuoso. No, por caridad, no dude de mi amor y del recuerdo dulcísimo que siempre guardo de usted. La lejanía, créame, no debilita, sino que hace más viva, gentil y delicada la ternura filial. Lo constato en mí mismo. Cuando cada mañana en el Sanctus de la misa encomiendo al Señor las personas más queridas, la primera que me viene a la mente es siempre usted juntamente con padre. Pienso siempre en sus trabajos, en sus tribulaciones, y la acompaño con el corazón; quisiera deshacerme con tal de tenerla contenta y feliz. A usted no le escribo nunca directamente; pero ¿no ha notado que cuando escribo hablo a los dos juntos y digo siempre «queridísimos padres»? No puedo creer que padre no le enseñe mis cartas; usted tiene pleno derecho de verlas, pues van escritas también para usted. Desde ahora, con todo, no dejaré nunca de poner algunas palabras que le lleguen a usted de modo especial. Usted se queja también porque yo he faltado a las promesas que les hice a ustedes. Oiga, madre queridísima, si mis promesas eran de escribirles un poco más a menudo, me parece que ya me he explicado suficientemente. Si en cambio mis promesas eran de otra cosa, recuérdemelas enseguida: estoy dispuesto a todo. Dinero hasta ahora no he podido mandarles porque exactamente no puedo disponer de ello. Piense un poco en mis deudas para la primera misa; piense que he debido rehacer otra vez mis vestidos de Seminario, que cuestan demasiado y que todavía no he acabado, porque debo ir adelante poco a poco. ¿Y los otros gastos en libros, pues cuanto más adelante se va en los estudios más cuestan los libros, zapatos y otros mil pequeños gestos de los que usted no puede tener idea, pero que a mí me son estrictamente necesarios? Tenga, pues, un momento de paciencia, déjeme organizar un poco mis cosas y luego todo lo poco que pueda hacer lo haré con gusto y de corazón porque es también mi deber. Si ahora necesita algo, dígamelo, dígamelo enseguida, haré cualquier sacrificio para contentarla. No he mandado el retrato a la familia, y sí al señor párroco, ante todo porque ustedes ya lo tienen y él no lo tenía; luego porque no me gusta que den vueltas por ahí tantos retratos míos, yo no soy ni un papa, ni un cardenal, ni un obispo, sino solo un pobre curita y no es necesario, no está bien y sería signo de vanidad si mi cara se viese en todos los lugares. Más bien he ideado uno grande para colocarlo en un cuadro y ponerlo en casa, de modo que todos puedan tenerlo siempre a la vista como yo los tengo a todos siempre en el corazón. Lo mandaré hacer cuanto antes y se lo mandaré. (Carta a su madre, Roma, 1 de enero de 1905: CF, 39-40).

3. Secretario del obispo de Bérgamo,Mons. Radini Tedeschi (1905-1914)

• 1905, 9 de enero. El nuevo arzobispo de Bérgamo, Giacomo Maria Radini Tedeschi lo escoge como secretario personal.

• 1905, 29 de abril-8 de mayo. Participa en la peregrinación diocesana a Lourdes.

• 1905, 8 de diciembre. Comienza la visita pastoral de Mons. Radini a la diócesis de Bérgamo. Don Angelo Roncalli es nombrado secretario de la visita.

• 1906, 23 de febrero. En el Archivo de la curia diocesana de Milán descubre los documentos de la visita apostólica realizada por san Carlos Borromeo a Bérgamo. La edición de estos documentos será la tarea de toda su vida, y publica el último volumen en 1958.

• 1906, 12 de septiembre-7 de noviembre. Participa en la peregrinación nacional italiana a Tierra Santa.

• 1906, 7 de noviembre. Comienza su trabajo como profesor en el Seminario de Bérgamo. Imparte historia eclesiástica (1906-1907); deja historia y asume patrología y apologética (1908-1909); deja patrología y asume teología fundamental e historia eclesiástica, además de la apologética (1910-1911); deja teología fundamental y sigue con las otras materias (1911-1912); asume también patrología (1913-1914).

• 1907, 17 de julio-3 de noviembre. Ecónomo espiritual del pueblo de Sforzantica de Santa María. El 11 de agosto administra un bautismo por primera vez.

• 1908, 15 de agosto. Se inscribe en la pía unión de alumnos del Pontificio Seminario Romano.

• 1908, 8-20 de septiembre. Participa en la peregrinación nacional italiana a Lourdes.

• 1909, enero. Se inicia La Vita Diocesana, periódico oficial del obispado. Don Angelo es el redactor.

• 1909, octubre. Huelga de los obreros de Ránica. El obispo y el secretario apoyan con un donativo a los huelguistas.