Tenías que ser tú - Isabel - E-Book

Tenías que ser tú E-Book

Isabel

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Beschreibung

¿Qué harías si perdieras a una de las personas mas importantes de tu vida y que, a su vez, eso te dé una de las mejores oportunidades jamás pensadas? Ava, de primera, creyó que se quedaría llorando en casa, buscando el consuelo de los demás. Pero su tía, a quien no volverá a ver jamás y que odiaba la tristeza, le pide en una carta de despedida que vuele y disfrute de la vida. Y como nunca le ha podido llevar la contraria, ¿adivinas qué? ¡Ava termina mudándose! Y adivina qué más ¡Eso la lleva a conocer a Zeus O'Donnell, su mayor locura! Puede sonar a cliché. ¿Suena a cliché? Tal vez lo sea para algunas personas. Pero…¿Para ella? Para ella, Zeus es lo más impredecible que le ha ocurrido nunca. Es lo último que esperaba que le pudiera pasar en este momento de su vida. Es el típico «¿En serio? ¿A mí?» que se suele pensar en tales situaciones. Para Zeus, un hombre difícil por culpa de su pasado y con problemas que lo están atormentando, el amor es su última opción. ¡Ni de broma se ata de nuevo! Pero…cuando la conoce…todo parece cambiar y…¿Cómo va a resistirse a la tentación que se vuelve Ava para él?

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ISABEL P. MORNEO

Primera edición digital: abril 2023

Título Original: Tenías que ser tú

©Isabel P. Moreno, 2023

©Editorial Romantic Ediciones, 2023

www.romantic-ediciones.com

Diseño de portada: Romantic Ediciones

ISBN: 978-84-19545-39-8

Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

ÍNDICE

· Prólogo ·

· Capítulo 1 · Enero

· Capítulo 2 ·

· Capítulo 3 ·

· Capítulo 4 ·

· Capítulo 5 ·

· Capítulo 6 ·

· Capítulo 7 ·

· Capítulo 8 ·

· Capítulo 9 ·

· Capítulo 10 ·

· Capítulo 11 ·

· Capítulo 12 ·

· Capítulo 13 ·

· Capítulo 14 · Febrero

· Capítulo 15 ·

· Capítulo 16 ·

· Capítulo 17 ·

· Capítulo 18 ·

· Capítulo 19 ·

· Capítulo 20 ·

· Capítulo 21 ·

· Capítulo 22 ·

· Capítulo 23 ·

· Capítulo 24 ·

· Capítulo 25 ·

· Capítulo 26 ·

· Capítulo 27 ·

· Capítulo 28 ·

· Capítulo 29 ·

· Capítulo 30 ·

· Capítulo 31 ·

· Capítulo 32 ·

· Capítulo 33 ·

· Capítulo 34 · Marzo

· Capítulo 35 ·

· Capítulo 36 ·

· Capítulo 37 ·

· Capítulo 38 · Abril

· Capítulo 39 ·

· Capítulo 40 ·

· Capítulo 41 ·

· Capítulo 42 ·

· Capítulo 43 ·

· Capítulo 44 ·

· Capítulo 45 ·

· Capítulo 46 ·

· Capítulo 47 · Mayo

· Capítulo 48 ·

· Capítulo 49 ·

· Capítulo 50 ·

· Capítulo 51 ·

· Capítulo 52 ·

Agradecimientos

Esta novela va para todas aquellas personas que creen en el amor a primera vista. Para las que se dejan llevar, para las románticas y para las pasionales. Para todas las personas que quieren querer y se dejan querer. Y para mis lectoras y las futuras, espero que disfruten con cada capítulo de esta historia.  

· Prólogo ·

Muy segura y desafiante, suelto mi ropa y doy dos pasos para plantarle cara. Lo miro a los ojos, segura de todo lo que pienso decirle, pero entonces...me quedo sin habla, paralizada. Sí, si lees bien. Paralizada. Aunque ¿Qué esperaba? Este hombre es tan guapo que me ha cortado la respiración. De pronto, siento algo en el estómago que es casi desconocido para mí, hacía mucho que no sentía algo así. ¿Me estoy poniendo nerviosa?

Paseo mis ojos por su cara y su pelo, que lo lleva al estilo texturizado. Sus labios están perfectamente perfilados y, ¡Madre mía! que ganas de morderle el inferior. Es que me llama a gritos. Miro su mandíbula, que parece dura y peligrosa, a la vez que su bonita boca, y poso mis ojos en los suyos. Son oscuros como la noche, tanto que casi no se distingue su pupila. De repente quiero perderme en ellos. En seguida, me percato de una cicatriz en su ojo izquierdo, exactamente desde la ceja hasta el pómulo. Quiero saber cómo se la ha hecho, tocarla, acariciarla...

—¿Qué miras? —pregunta cortante y me avergüenzo por haber sido tan cotilla y mirar su cicatriz. Es obvio que le ha molestado— ¿Acaso has encontrado algo que te guste?

· Capítulo 1 ·Enero

Ava

Viernes por la noche y no tengo ningún plan.

Jess, mi mejor amiga, trabaja mañana por la mañana y Hugo, mi mejor amigo, está corrigiendo los exámenes de sus alumnos, o sea, que voy a pasar una mierda de fin de semana. Me apetece arreglarme, salir y pasarlo bien en alguna discoteca del centro, pero, visto lo visto, no va a poder ser. Llamaré a Marco y le pediré que se quede en mi casa todo el fin de semana; con suerte tendré un par de noches moviditas.

Llevamos saliendo seis años, sí seis largos años, pero nuestra relación ha cambiado considerablemente con el paso del tiempo. Al principio lo hacíamos todo juntos, la verdad es que éramos un poco empalagosos, pero no nos dábamos cuenta, solo queríamos estar juntos la mayor parte del tiempo. No me juzgues de pegajosa, al fin y al cabo, éramos unos críos.

Con el paso de los años fuimos distanciándonos, aunque fue a peor cuando hace un año acepté un trabajo en una tienda de fotografía, el cual me encantaba, pero, que no dejaba lugar para vernos como ambos deseábamos. Por desgracia el trabajo terminó y con él mi sueño de ser fotógrafa, al menos los primeros meses de desempleo porque en cuanto la ansiedad llamó a mi puerta empecé a hacer algunos reportajes en casa para ocupar mis horas muertas.

Aunque al principio, cuando acepté el maravilloso trabajo en la tienda de fotografía, a Marco y a mí nos costó lo suyo adaptarnos a la situación y a pasar menos tiempo juntos, pero con el paso de los meses nos fuimos acostumbrando. De hecho, nos hemos acostumbrado tanto a vernos poco y a hablar con tan poca frecuencia que no lo echo de menos si no lo veo.

¡Ja! ¡Al final era verdad eso de que puedo vivir sin él!

A veces, cuando pienso en él, como en este preciso momento, me apena llamarlo solo para tener sexo salvaje porque Marco es cariñoso y atento y no se merece que requiera su compañía de forma tan esporádica. Normalmente, para sentirme mejor persona, me digo...Ava tu no llamas a Marco solo para acostarte con él, lo haces porque...pues porque lo quieres, pero inmediatamente mi conciencia se ríe de mí y entonces me da la realidad en toda la cara. ¿A quién quiero engañar? Hace mucho que no lo quiero del modo que debería.

Debería dejarlo, dejar que vuele y conozca a alguien que lo ame y lo aprecie como se merece. Que siga su camino y no entrometerme en él, darle su espacio y desaparecer de su vida.

Sí, voy a hacer eso, es lo mejor.

Pero ya cuando el fin de semana pase, ¿No? Para despedirnos con buen sexo y comida rápida, digo.

Estoy riéndome sola por mis propias ocurrencias al mismo tiempo que marco el número de teléfono del hombre con el que llevo saliendo tantos años, al que no quiero, al que pienso dejar, pero también al que me voy a tirar durante todo el fin de semana.

Joder, soy horrible.

Aun así, le llamo.

Contenta aun por la conversación que he tenido con Marco hace media hora, me levanto de mi cómodo sofá de piel, de color naranja, para ir a la cocina y beber algo, cuando suena el timbre. Como si tuviera un resorte en mi interior, me doy la vuelta y una sonrisilla traviesa se me dibuja en la cara solo de imaginar sus manos sobre mí.

¿Que? Aunque acabe de decidir dejarlo, tengo que admitir que esta como un queso y siempre me alegro de verlo, es un hombre muy divertido y atento.

Sin pensar ni un segundo más que soy la peor persona del mundo, camino hasta la puerta y abro, con una gran sonrisa en los labios, por supuesto, no es para menos.

—Hola guapa.

Ahí, frente a mí y con una sonrisa de oreja a oreja, esta quien me va a provocar agujetas durante dos noches. Va vestido con una sudadera burdeos, un pantalón negro y unos deportes del mismo color que la sudadera. Su pelo, que es castaño claro, siempre está peinado con despreocupación y ahora algunas ondulaciones le rozan la frente. Inconscientemente se los retiro y me gano un sabroso beso en los labios. No puedo dejar de sonreír. ¿Será la regla?

—Hola —Mi voz es apenas un susurro sobre su boca. Antes de separarme le doy un mordisquito en el labio inferior—. Pasa.

Abriendo un poco más la puerta le dejo espacio para que entre y luego cierro detrás de mí. Enseguida me doy cuenta de que lleva una bolsa en la mano y acelero el paso para quitársela, pero cuando la tengo entre las manos, se gira hacia mí y, entre risas, me rodea con sus fuertes brazos.

Aspiro al sentir su pecho ejercitado contra mi cuerpo, de verdad que este chico está como un tren. Le encanta el deporte y lo practica con regularidad, de ahí su cuerpo tan perfecto y marcado. En alguna ocasión lo he acompañado a sus entrenamientos y tengo que admitir que es uno de mis pasatiempos favoritos. Tíos sudados, rojos por el esfuerzo, despeinados, fuertes y con sonrisas blancas y alineadas...Una maldita perdición.

—Siempre tan cotilla. —murmura entonces mordisqueando mi cuello.

Mi cuerpo se estremece ante el maravilloso contacto y no puedo evitar sonreír al sentir como Marco ronronea sobre mi piel al notarlo.

—¿Para qué voy a cambiar?

Me giro sobre mis talones para quedar frente a él. Hago contacto con sus ojos perdiéndome en el color verde bosque de ellos. Marco se muerde el labio después de lamérselo y yo no puedo evitar mirar su movimiento, el corazón se me pone a mil en décimas de segundos al presenciar la sonrisa pilla que se le forma. Dirás...Quieres romper, ¿Cómo puedes sentir tantas cosas cuando estás con él?

Pues sencillo, yo sé perfectamente bien lo que esos labios y dientes pueden hacer en la intimidad.

—Es comida italiana —susurra en mi oído consiguiendo que mi cuerpo siga subiendo de temperatura—, sé que te encanta. —Sí, me encanta.

Antes de separarse de mí me regala un dulce beso en los labios y lo sigo hasta la cocina.

—Oh…te has acordado… — La verdad es que me ha sorprendido, al fin y al cabo, apenas nos prestamos atención.

Aparentemente sorprendido por mis palabras, no duda en girarse para mirarme y dejar los cubiertos de plástico, que hay en la bolsa, sobre la encimera antes de acercarse a mí y acariciarme los hombros.

—Por supuesto que me he acordado, es decir, nunca lo he olvidado. ¿Por qué no me iba a acordar de los gustos de mi novia?

Pues también es verdad. Llevamos saliendo demasiado tiempo y es normal que sepa cuál es una de mis comidas preferidas. De repente me siento una idiota por haber dicho tal tontería y me encojo de hombros antes de sentarme sobre la encimera. No debería haber abierto la boca, pero es que siempre me pasa lo mismo. Lo pienso, me parece buena idea, lo suelto y la cago. Ese es mi funcionamiento.

Marco me observa desde su posición, su cara se mueve levemente y me hace saber que está buscando alguna explicación a lo que acaba de oír. Siempre se me ha dado muy mal decir toda la verdad, suelo decir lo que pienso, pero cuando veo en la cara de los demás que mis palabras han molestado o dolido, las maquillo. Sé que está mal. Joder, últimamente todo lo está. Por una vez, voy a intentar hacer lo correcto, a ver qué tal sale.

—No sé, es obvio que ya no estamos como antes. Nos pasamos días sin vernos y hablar. No sería difícil que te olvidaras de mis gustos.

Tengo que fijar la mirada en el suelo, porque no estoy preparada para afrontar su ceño fruncido. Me doy cuenta de que estoy retorciendo el dobladillo de mi camiseta con los dedos cuando siento que Marco se hace un hueco entre mis piernas y me levanta la barbilla con su dedo índice.

—Ya…ya lo sé. Hemos cambiado…nuestra relación ha cambiado y…

Algo se alerta en mí cuando se pasa las manos por el pelo.

—Tus sentimientos también, ¿No?

Sus ojos se posan sobre los míos y, por un segundo, parece que va a hablar, pero no lo hace. No quiero atosigarlo y decido esperar unos segundos con la esperanza de que diga algo, pero sigue sin hacerlo. Me resulta demasiado raro, Marco siempre tiene algo que decir para salvar cualquier situación y se acaba de quedar mudo, ¿Qué ocurre? Y lo que más me preocupa, ¿por qué su silencio no me asusta ni inquieta? No siento nada, al menos no lo que se siente cuando intuyes que tu pareja ha dejado de quererte. Esos sentimientos de terror, miedo, angustia y tristeza que se instalan en tu cuerpo en estas situaciones, ninguno se ha pasado a saludarme.

Tal vez, siendo sincera, el pulso se me ha acelerado un poco ante la incertidumbre de que va a decirme, pero no como esperaba. Su silencio es tan largo que ya he dado por hecho que me va a dejar, todo en él me lo dice a gritos. Sus ojos, sus manos que se pasan por su pelo una y otra vez, su respiración alterada...Se me ha adelantado.

Pero entonces me sorprende levantando la vista de mis piernas y besándome. Es un beso suave y delicado, pero extrañamente necesario en estos momentos. Cuando se separa de mí todavía tengo los labios en posición y me siento ridícula, me acaricia la mejilla con el dedo pulgar y me queda claro que el beso no va a seguir. Entonces me pregunto, ¿La decepción que siento a qué se debe? ¿a qué me ha gustado el beso y quiero que continúe? ¿o simplemente esperaba acabar en la cama y sobre sus piernas?

—No lo sé, yo sigo queriéndote, pero también noto lo mismo que tú. Nos hemos distanciado... pero no quiero perderte. —La urgencia en su voz y sus cejas unidas es suficiente para creer que lo dice en serio.

—Está bien…lo superaremos. —Le aseguro, convencida de ello.

Y es verdad, me ha parecido tan sincero que me he replanteado mis intenciones. Quizá solo estemos pasando por un bache típico de relaciones largas y me he agobiado hasta el punto de querer romper sin ser realmente necesario. Quizá podamos con esto.

Me dejo llevar cuando, tras mirarme con intensidad durante varios segundos, atrapa mi cara entre sus manos y vuelve a besarme. Pero esta vez con exigencia y pegándose a mi cuerpo para poder presionar sus labios con los míos con más fuerza. No puedo evitar gemir cuando su lengua se abre paso en mi boca y la explora con premura sin dejar un hueco por inspeccionar.

Mis dedos se enredan en sus rebeldes mechones de pelo y tiran de ellos cuando Marco aprieta el interior de mis muslos. Aun si bajar la vista puedo ver sus dedos hundiéndose en mi carne. En una caricia, lleva las manos a mis nalgas y me arrastra hacia el borde de la encimera, haciendo que mi zona íntima roce su entrepierna.

A pesar de la ropa que llevamos puedo notar lo muy duro que está. Para mi perdición, empieza a besarme el cuello y meter una mano por debajo de mi chaleco, consiguiendo que mi vello se erice ante el contacto frío de sus manos que rápidamente se calientan con nuestros roces.

Aunque para caliente ya estoy yo.

Me siento arder al notar sus dedos acariciando mis pechos y su saliva mojando mi piel cuando me mordisquea la clavícula. Muerta por el deseo, echo la cabeza un poco hacia atrás para que le resulte más fácil y ahogo un suspiro cuando me pega aún más a él haciéndome saber lo caliente que está. Ese movimiento era el que necesitaba para empezar a desnudarme y Marco me sigue. Con mi ayuda, porque necesito tenerlo desnudo, se deshace de la sudadera y la camiseta que lleva mientras le desabrocho los pantalones, los cuales se deslizan por sus piernas hasta el suelo.

Me inflo de orgullo y amor propio gracias a la cara que tiene Marco mientras me mira con detenimiento, paseando sus ojos verdes por mi cuerpo y deteniéndolos sobre mis pechos, los cuales asalta sin pudor. Con desespero los saca por encima de la copa del sujetador, los lame y muerde para luego, con un poco de torpeza, desabrochar el sujetador.

Sin venir a cuento me pregunto si siempre se le ha dado tan mal desnudarme, me quedo quieta pensando y buscando respuestas un poco decepcionada, pero sin saber el motivo. Sumida en mis pensamientos, moviéndome por las exigencias de Marco, se me agarrotan los dedos al empezar a sentir que se me está bajando el calentón. ¡Qué leches! Quiero disfrutar de una noche increíble, no pasarla agobiada y aturdida por mis dudas.

Espabilando a mis atontadas hormonas, rodeo con mis piernas la cintura de Marco y, necesitando tomar el control de la situación, lo beso. Lo hago con ganas y urgencia, sintiendo como mi vagina palpita por tenerlo dentro cuanto antes. Mis manos se han movido hasta la cintura de mi pantalón de chándal con la intención de bajarlos, porque soy capaz de llegar al orgasmo con solo la fricción de nuestras excitaciones.

Pero como siempre en cada buen momento algo tiene que estropearlo, suena el timbre de la puerta.

Dejamos de besarnos, miramos hacia el lugar de donde viene el sonido y cuando el silencio ha sido lo bastante largo para nosotros volvemos a lo que realmente nos interesa. Sus manos vuelven a volar por todo mi cuerpo y yo no puedo dejar de retorcerle el pelo y apretar mis piernas para poder sentirlo más y más cerca.

Y de repente unos golpes en mi puerta detienen nuestra excitante escenita.

Con la respiración agitada y el sudor frío empezando a recorrer mi cuerpo, maldigo una y otra vez por la maldita interrupción.

Destino, ¿Intentas decirme algo?

Estoy dispuesta a bajarme de la encimera para ver qué ocurre, pero Marco me sujeta por las caderas arrimándome a su dureza.

Mmm, que delicia.

—Vamos, no podemos parar ahora —Su voz ronca y su ataque de besos en mi cuello y escote, consiguen que vuelva a dejarme llevar. Un par de golpes suenan y él acaba soltando un frustrante gruñido—. Joder ¿esperas a alguien?

Niego con la cabeza, ¿a quién iba a estar esperando? Empiezo a ponerme la ropa y, cuando los dos estamos vestidos y aparentemente más tranquilos, voy a la puerta tras Marco, que parece bastante cabreado. Tiene la espalda recta, como si estuviera esperando que entrase su mayor contrincante.

Hombres...

Antes de abrir cojo aire, un poco nerviosa porque es muy raro que alguien venga a mi casa a tan altas horas de la noche y mucho más que llame con tanta insistencia. Por un segundo barajo la posibilidad de mirar por la mirilla, pero…entonces recuerdo que no tengo. Por lo que, si es algún atracador o algo por el estilo, estamos muertos. Al menos espero que tantas horas de entrenamiento le valga de algo a Marco.

Pero al abrir no es precisamente un atracador lo que aparece tras ella, si no mi madre llorando y mi padre con un brazo protector sobre sus hombros.

—Ava, tenemos que hablar.

· Capítulo 2 ·

Zeus

Manhattan, Nueva York, 18:00.

—Ya estoy lista.

Me giro para mirar a Cristal, está espectacular con ese vestido ajustado de lentejuelas, le queda de fábula, realza sus pechos y, el color negro de la prenda, su cabello rubio. Pero a pesar de eso, no siento nada extraordinario al encontrarla en la puerta del pasillo. Está ahí porque sí, porque no puedo hacer nada para que no esté, porque no tengo lo que hay que tener para mandarlo todo a la mierda y decirle que no la quiero.

Bueno eso y porque su padre me tiene cogido por los huevos.

—El vestido te queda muy bien. —Consigo decir al salir del trance en el que me he sumergido.

Ella se acerca hacia mí, pega su cuerpo al mío y me besa, su cintura empieza a moverse contra mí, despertando algo que empieza a presionar mis pantalones. Aunque haya dicho lo que haya dicho antes, no puedo negar que es una mujer preciosa y yo no soy de piedra. Pero tampoco puedo negar que ya no es como antes, puedo estar sin tocarla días e incluso semanas que no voy a echarlo en falta y todo ha sido culpa de ella.

—Vámonos o llegaremos tarde.

Molesto, la aparto a un lado y veo como su rostro entristece, se está dando cuenta de lo que ocurre. Quizá con algo de suerte ella dé el paso, encuentra a alguien que la mire mejor que yo y me deje.

Sin volver a mirarla, cojo mis cosas, me abrocho los botones de la chaqueta de mi traje y salgo de mi apartamento, escuchando el repiqueo de sus tacones detrás de mí. En la calle está Marc, mi chófer, al que llamo en ocasiones como estas.

—Hola chicos.

Miro a mi chófer y le doy golpecitos amistosos en el hombro como saludo, lo conozco desde hace años y nos llevamos muy bien. Este sonríe a Cristal con educación cuando lo saluda y le pestañea con coquetería. Como siempre, veo la incomodidad en la cara de Marc, pero no puedo hacer nada, Cristal solo busca atención.

Una vez en el coche, nos dirigimos al restaurante en el que nos están esperando, tenemos que asistir a una cena que ha organizado el padre Cristal en la que celebraremos el quincuagésimo aniversario del hospital en el que trabajamos.

No tardamos en llegar al restaurante, que está hasta arriba de gente en la puerta haciendo cola para entrar.

Cuando llega nuestro turno, le decimos nuestros nombres al maître y este nos deja pasar sin problemas. Somos los hijos de los dueños del hospital, o entramos o entramos. El salón está decorado con tonos blancos y arena, cosas brillantes y de fondo música clásica, toda elegancia y queda bien. Porque eso es Máximo Lewis, un hombre elegante, pero mentiroso, qué además de ser mi peor pesadilla, le gusta complacer y caer bien a los demás.

Cristal se agarra de mi brazo cuando los invitados se acercan a nosotros para saludar, sonríe y charla entre risas. Media hora hablando sobre futuro, boda y bebés (todo de lo que huyo constantemente, pues no quiero nada de eso) es mi límite. Con sutileza quito la mano de Cristal de mi brazo, sonrío a la pareja que tengo delante y me voy a por un Brandy. Necesito sobrevivir a esta maldita noche envuelta en mentiras.

—Pero mira quien tenemos aquí, mi espléndido yerno.

Cierro los ojos antes de girarme y encarar al único ser humano que ha conseguido sacar lo peor de mí, el único que se ha atrevido a manipularme. Sin decirle ni una palabra, lo miro y veo como se acerca a mí, sonriéndole falsamente a todo aquel que lo saluda o le muestra su encanto.

Cuando lo tengo delante, le doy un trago a mi bebida, la noche va a ser larga.

· Capítulo 3 ·

Ava

La voz apagada y triste de mi padre resuena en mis oídos como el tic tac de un reloj y la imagen de mi madre, llorando desolada, se reproduce en bucle. ¿Qué ha podido pasar para que estén así? Encontrarlos de esa forma me ha pillado por sorpresa y por más que intento averiguar qué ha causado tal desolación en mis padres, no encuentro nada. No hemos tenido malas noticias últimamente; a mi padre le va bien el trabajo, el “estudio” que he montado en mi piso parece ir viento en popa y mi madre no ha mostrado indicios de que estuviera ocurriendo algo.

Quiero hablar, de verdad que quiero, pero no me atrevo. Las palabras están ahí, empujando en mi garganta para ser liberadas, pero no salen. Estoy tan asustada aun sin saber qué ha ocurrido que el corazón se me va a salir del pecho de un momento a otro.

Cuando Marco pone su mano sobre mi hombro agradezco enormemente que esté conmigo en esta situación tan extraña, me ha hecho recordar todos los momentos en los que he tenido su apoyo y cariño y me siento afortunada. Pero el sentimiento de paz se convierte en inquietud cuando Marco me da un apretoncito en el hombro y sé que tengo que decir algo, los tres están a la espera.

—¿Qué es lo que pasa? —Mi voz apenas es un susurro, pero mi padre me ha escuchado perfectamente.

—Por favor, cariño, siéntate. Será mejor que te lo contemos mientras lo estás.

Un frío terrible recorre todo mi cuerpo, desde la columna vertebral hasta la nuca, y siento un pellizco en el estómago. Estoy nerviosa, angustiada, tanta intriga me está matando.

A pesar de querer hacerlo no me muevo, mis pies están pegados al suelo. Tengo que hacer un esfuerzo enorme para que mi cuerpo responda a mis órdenes y pueda sentarme de una vez. Mi padre está frente a mí con mi madre a su lado, él le acaricia el hombro y la abraza pegándola a su costado. Verlos así me encoge el corazón, no puedo esperar ni un segundo más para saber que ocurre.

Cuando los ojos de mi padre se mueven hasta mí, le hago un gesto de impaciencia para que empiece a hablar antes de que me dé un paro cardíaco o algo por el estilo. Me sudan las manos una barbaridad y la nuca la siento helada. Marco aún está de pie al lado del sillón en el que me he sentado y me siento segura al saber que está conmigo.

Mi padre deja de acariciar a mi madre y centra toda su atención en mí, sus ojos me dicen que lo que tiene que contar es importante. ¿Pero qué es? De pronto mi madre se seca las lágrimas y se inclina hacia mí, tiene la intención de hablar ella, pero el llanto no la deja así que es mi padre quién lo hace.

—Siento muchísimo lo que tenemos que contarte…acabamos de enterarnos —suspira y su pena se instala en mí—. Venimos del hospital y nos han dado una noticia horrible. —Mi corazón empieza a bombear a mil por horas y se me seca la boca —. Ava, la tía María ha muerto.

La tía María ha muerto…la tía María ha muerto…la tía María…muerto… ¡Oh, Dios mío! Esto no puede estar pasando. Me falta el aire, siento como si la garganta se me hubiera cerrado y una opresión en el pecho insoportable. En cuanto las palabras han salido de entre los labios de mi padre el mundo se me ha venido abajo.

Mi madre sigue llorando, agobiándome y consiguiendo que llore con ella. Veo borroso como Marco se arrodilla frente a mí y me abraza, sin importarle lo más mínimo que empape su camiseta con mis lágrimas. Me dejo abrazar, dejo que sus brazos me envuelvan y me acunen. Aspiro su aroma y hundo mi cara contra su pecho, rápidamente siento una rabia inmensa al no sentir nada entre sus brazos. ¿Será por el shock de la noticia? Espero que sí.

La tía María o tía Mari, como solía llamarla, no volverá a llamarme para saber cómo me va en el trabajo, ni volverá a contarme sus locuras en los viajes que haga con sus amigas, ni tampoco me dará más consejos, ni volveremos a vernos jamás. Un dolor desolador me presiona el pecho y el llanto casi me ahoga, las lágrimas se acumulan en mis labios cerrados y no puedo respirar. Duele, duele muchísimo. Siento mi cuerpo pesado cuando me levanto para abrazar a mis padres, ahora entiendo porque están así; mi tía Mari es muy importante para todos.

María era la tía de mi madre biológica, Ana, que cuando esta nos abandonó a mi padre y a mi cuando yo tan solo tenía dos años nos cuidó y nos dio su amor. La familia se amplió cuando llegó Sonia quien ocupó el lugar de madre que Ana rechazó tiempo atrás. Sonia me mimaba, y sigue haciéndolo, me contaba cuentos para dormir, me acunaba cuando tenía pesadillas, proporcionándome así el amor y el calor de madre que una niña tan pequeña necesita. Nada de eso queda en el pasado porque mi madre sigue mimándome y protegiéndome como si fuera una niña.

Con la llegada de Sonia a nuestras vidas, año tras año, fui comprendiendo que la familia no siempre comparte la misma sangre y que cuando las personas se aman con la totalidad del corazón pueden afrontar cualquier cosa.

La tía María no tardo en encariñarse con ella y tratarla como a una hija, rápidamente estrecharon lazos y se volvieron inseparables. La tía siempre ha estado cuando la hemos necesitado y nuestra relación era muy estrecha. Era una mujer atenta, considerada, amable, cariñosa y graciosa, muy graciosa. Era difícil no hacerle un hueco en el corazón.

Yo hablaba con ella todos los días y siempre que terminaba pronto en el trabajo, o ella paraba en casa cinco minutos, iba a visitarla. Nos pasábamos horas charlando y riendo y ahora... ahora solo podré echarla de menos y recordarla.

Los brazos de mis padres empiezan a agobiarme porque me falta el aire por el llanto, por no hablar de que no dejo de darle vueltas a cómo ha podido suceder todo. Me separo inmediatamente de mis padres y los observo, nadie me ha dicho todavía como ha muerto.

—¿Qué ha pasado? — mis ojos van de mi padre a mi madre, en busca de alguna respuesta.

Siento como mi corazón se acelera con el largo silencio de mis padres, estoy tan desesperada en estos momentos que necesito levantarme y soltar todos los nervios que están revolviendo mi estómago. Tengo ganas de vomitar. Estoy a punto de levantarme cuando mi padre me coge una mano y baja la cabeza unos segundos antes de suspirar y volver a mirarme.

—Ya sabes que Aurora, la vecina de tu tía, tiene una llave de su casa, por cualquier cosa. Al igual que tú tía también tenía una llave de la casa de ella. Hace una hora, Aurora fue a casa de tu tía, pero ella no le abrió, así que decidió entrar con su propia llave. Y cuando entró en el salón María estaba en el sofá. Aurora la llamó una y otra vez, pero tu tía no se movía. —Mi padre coge tanto aire que me da miedo de que empiece a hiperventilar—. Llamó a la ambulancia y los médicos, pero cuando estos llegaron, le comunicaron que había fallecido. La llevaron al hospital y poco tiempo después nos han dado la noticia.

Pero ¿cómo ha muerto tan repentinamente? Mi cabeza no deja de darle vueltas y haciendo mil preguntas que parecen no tener respuestas. Ella parecía tan sana, tan viva y salvaje que no puedo creer que ya no esté.

Me duele el pecho, el corazón y el alma como pensé que jamás me dolería. Siento como las lágrimas se mezclan en mi boca y me paso la lengua por los labios antes de secármelas con la manga de mi camiseta. Sigo sin entender como ha ocurrido esto, por más vueltas que le doy a lo sucedido no le encuentro lógica. Es decir, sé que mueren millones de personas de forma natural, pero necesito algo más. En realidad, sé que hay algo más y que no me lo están contando. Lo noto en sus gestos, en sus ojos cuando me miran y en la forma en que mi padre se está tocando su espeso bigote una y otra vez al contarme como ha muerto mi tía.

Desesperada me giro en mi sitio y miro a Marco, que sigue con su mano sobre mi hombro, buscando las respuestas que necesito y que muy bien sé que él no puede darme. Se acerca a mi cabeza y me da un dulce beso en la coronilla. Después dirige la mirada a mi padre.

—Pero…pero no lo entiendo. ¿De qué ha muerto? —Mis padres se miran, se hablan con la mirada y eso me frustra. Ambos saben algo que no me están contado —¿Podéis decirme de una maldita vez que ocurre? ¿qué coño ocultáis?

Mi padre odia las palabrotas, siempre me ha regañado cuando las he dicho, a pesar de tener ya veintiocho años, pero esta vez no me dice nada. Solo frunce el ceño. Con su reacción me demuestra que por una vez entiende que explote, que saque la mala hostia que tengo y que diga algún taco. Con el gesto suavizado, me mira a los ojos con tanta tristeza, que mi cuerpo se estremece al imaginar el dolor que intenta ocultar para ser fuerte por nosotras.

—Estaba enferma, Ava —dice al fin, y la cabeza empieza a darme vueltas—. Hace diez años, le diagnosticaron una extraña enfermedad. Al principio parecía que estaba curándose, pero en su segunda revisión, un año y medio después, el nuevo diagnóstico demostró que no había nada que hacer. Nosotros intentamos hacer todo lo posible por buscar una cura, pero los médicos nos aconsejaron que aprovecháramos los días con ella y la hiciéramos feliz, porque no iba a superar su enfermedad. Pensábamos que estaría con nosotros un par de años o así, era la esperanza que los médicos nos dieron, pero como ella era toda una luchadora, consiguió vivir diez años más.

Mis ojos se han abierto como platos al escuchar todo lo que dice mi padre. Estaba completamente segura de que mi tía estaba perfectamente, jamás había visto algún síntoma en ella que demostrase lo contrario.

» Nunca te dijimos nada porque eras demasiado joven. Cuando fuiste creciendo ella nos hizo prometer que no te contaríamos nada y eso hicimos. No estuvo ingresada en hospitales porque siempre pidió morir en casa, quería estar cerca de nosotros y así lo hicimos. Intentamos cumplir todos sus deseos para que fuese feliz el mayor tiempo posible.

En cuanto me parece que mi padre no va a decir nada más, me levanto y empiezo a dar vueltas por el salón. Necesito relajarme y procesar toda la información. No puedo hacer otra cosa que llorar, así que lloro tanto que me falta el aire, pero aun así no me consuelo.

Necesitada de aire, me acerco a la ventana y la abro un poco. El frío de enero me da en la cara y cierro los ojos para disfrutarlo. Cuando los abro fijo la mirada en la calle, está mojada por la fuerte lluvia que acaba de cesar, el cielo está negro y el ambiente es nostálgico. Como si fuese a juego con la terrible tragedia que acaba de ocurrir.

Observo a las personas que desde mi piso se ven muy pequeñas, andan sin parecer tener preocupaciones mientras yo lloro la muerte de mi queridísima tía. Son tan ajenos a lo que está ocurriendo en mi hogar, que me dan una envidia dolorosa.

Un cálido abrazo desde atrás consigue envolverme. El perfume de Marco inunda mis fosas nasales y una increíble tranquilidad se instala en mi cuerpo con su contacto. Sus brazos están cruzados bajo mi pecho y me presiona contra el suyo, le acaricio los antebrazos con mis heladas manos y me regala otro tierno beso en la cabeza.

—Vamos cariño, siéntate e intenta tranquilizarte. Sé que esto es muy duro para ti, se cuánto querías a tu tía y cuanto la echarás de menos. Pero tienes que ser fuerte, yo sé que lo eres. Y quiero que sepas que voy a estar aquí, contigo, en todo momento, porque te quiero como el primer día.

Sus palabras me calan tan hondo que me hacen casi tambalearme. Hace tan solo unos minutos pensaba romper con él porque estábamos muy distanciados y ahora me dice que me quiere como el primer día, provocando un huracán de sentimiento en mi interior. Estas palabras son las que necesitaba para aclarar mis ideas, necesitaba saber y sentir que me sigue queriendo como me está demostrando en este momento.

Es tanta la emoción que siento que me derrumbo sobre su pecho. Me giro entre sus brazos y apoyo la cara en sus pectorales, humedeciendo su sudadera por mis agrias lágrimas. Su respuesta vuelve a conmocionarme. Pasea la mano con delicadeza por mi espalda, brindándome calor y protección con un simple movimiento de manos.

Con tranquilidad y paciencia, espera sin inmutarse a que el llanto cese un poco y, cuando por fin me separo de su pecho, coge mi húmeda cara entre sus manos y me besa la frente.

—Vamos con tus padres, ellos también necesitan apoyo.

Tiene razón, me he separado y he intentado encontrar mi propio sosiego sin detenerme a pensar en cuanto estarían sufriendo ellos.

Con los ojos y la cabeza cargados por el llanto y el sofoco me dejo llevar por Marco al salón. Mis padres siguen abrazados, pero mi madre ya no llora. Parecen un poco más tranquilos.

Después de una larga charla entre los cuatros, sin querer demorarlo más, cojo mi teléfono e informo a Jess y Hugo de lo que acababa de ocurrir. Ambos, sé que dolidos porque tenían muy buena relación con la tía Mari, me aseguran venir a mi casa por la mañana para estar conmigo. Encantada y necesitada de estar con ellos acepto.

Marco está en la cocina preparando chocolate caliente para todos, mientras mis padres me explican que el entierro será en dos días y que tienen algo para mí que les dejó mi tía.

Pensar que ella sabía que moriría en cualquier momento mientras estaba de bromas y risas conmigo, me parte el alma. Me hubiera gustado saber lo que pasaba y así haber podido estar con ella en su último día. Pero quizá eso era lo que no quería. La conocía muy bien y estoy segura de que quería morir siendo la mujer divertida y salvaje que siempre ha sido. Aun así, no puedo evitar sentir rabia por que se haya ido sin despedirse, tengo tanto que decirle...

Estoy tan sumergida en mis pensamientos que no escucho lo que dicen mis padres, asiento con la cabeza de vez en cuando para sentirme menos peor persona. Pero ellos se dan cuenta cuando me asusto al sentir la mano de Marco en mi hombro para darme una taza con chocolate.

Me disculpo con una triste sonrisa y soplo un poco por encima antes de mojarme los labios con el espeso y delicioso chocolate con leche. Una vez Marco también se ha sentado, empezamos a contar anécdotas de mi tía. Por un momento fijo la vista en Marco, que está a mi lado, y disfruto de su sonrisa al escuchar las historias y de su gesto de tristeza cuando intenta consolarme al verme llorar de nuevo. Había olvidado lo cariñoso que es y lo bien que me siento entre sus brazos. Tengo la sensación de que nuestra relación va a recuperarse y volveremos a estar como antaño.

Tras dos horas de charla y recuerdos muy dolorosos, convenzo a mis padres para que se queden a dormir en mi piso en una habitación que acomodé hace años para los invitados. También le ofrezco a Marco que se quede, pero prefiere irse a su casa. Sin rechistar, porque estoy demasiado cansada, acepto su decisión. Lo que menos me apetece en estos momentos en rogarle a alguien que se quede a mi lado.

Ya en la puerta, Marco se detiene en el descansillo y yo me apoyo en el marco. Lleva las llaves de su coche en la mano, las guarda en el bolsillo delantero de su sudadera y me mira triste. Antes de marcharse, se acerca a mí con dos firmes pasos y me coge la cara entre sus cálidas manos. Me besa y lo hace con pasión. Aprieta su boca contra la mía con fuerza y succiona mi lengua antes de finalizar el beso. Con la frente pegada a la mía, me promete volver para estar conmigo y ayudarnos con la organización del entierro.

Después de otro beso de despedida, pero esta vez más dulce, cierro la puerta y me voy derechita a la cama. Poco a poco mis párpados empiezan a cerrarse y lo último que veo, antes de caer en un profundo sueño, es la sonrisa de mi tía.

· Capítulo 4 ·

Zeus

Restaurante King’s House, Manhattan, Nueva York, 21:00.

Llevo tres horas encerrado en este restaurante, aguantando preguntas entrometidas de las mujeres de los socios de mi padre y los comentarios inoportunos de Máximo. Ocho horas de trabajo en el hospital son más amenas que esto. Solo quiero irme a mi casa, quitarme este traje y meterme en la cama para descansar.

—¿Serás capaz de llevar a cabo todo lo que llevan tu padre y Max?

Spencer, otro pez gordo al que no tolero y al que le gusta meter las narices donde no le llaman. Sonrío un poco, tengo que poner buena cara ya que esta gente vive de eso. Creo que si alguien le hace un gesto de desagrado a alguno se podrían desmayar aquí mismo. Voy a responder, cuando me interrumpen.

—Para eso queda mucho, quizá ni se lleve a cabo. Las cosas y costumbres cambian con los años.

Máximo se coloca delante de Spencer y mía, nos mira de manera arrogante y fabrica una sonrisa antes de beber de la copa de Champagne que lleva en la mano. Levanto el labio con desagrado, no puedo evitarlo, es lo único que siento hacia ese hombre. Él quiere que la dueña del hospital sea su hija y que del único modo que yo tenga mando sea porque me case con ella. Mi padre en cambio quiere que lo sea yo, ya que el primer dueño del hospital fue mi padre hasta que decidió venderle la mitad a su querido amigo Máximo. Estamos en un tira y afloja entre familias que está rompiendo todo vínculo amistoso que antaño pudo haber.

—Hijo, ¿Por qué no me acompañas un segundo a la terraza? —Mi salvador.

Me bebo el último trago de mi vaso, lo dejo sobre la mesa y sin despedirme sigo a mi padre como me ha pedido. Todos nos saludan y nos detienen en el camino desde la barra hasta la calle, pero esta vez de manera más sincera. Observo a mi padre desde atrás, es alto, de cabello oscuro, aunque ahora está casi canoso, de complexión erguida y apariencia seria. Básicamente soy su reflejo.

—Cada día tolero menos a ese hombre, ojalá lo hubieras conocido cuando no estaba corrompido por el dinero y la fama.

Mi padre saca una cajetilla de tabaco del bolsillo y se enciende uno. Exhala con ímpetu y deja escapar el humo entre la nariz y la boca. Estoy cansado de decirle que no fue, hace unos años sufrió un infarto y él, mejor que nadie, sabe que no puede, pero simplemente me ignora. Al menos ya no fuma como antes. Me apoyo en la baranda de escayola de la terraza y cruzo los brazos en el pecho, desde donde estoy puedo ver a través del cristal a mi pareja bailar con otros hombres. Ojalá sintiera algo.

—No me cansaré de decírtelo, déjala y sé feliz. Así ella también lo será.

Le cuento todo a mi padre, ya sea laboral o personal, es el único apoyo y figura paternal que tengo, solo estamos él, mi hermana, sobrinos y yo, y desde que soy un adolescente es mi confidente. Bueno, todo, todo no. Está al corriente de mi situación con Cristal, pero no sabe que ocurrió en el pasado ni como me chantajea su antiguo amigo, no quiero que se disguste más de lo debido y sufra otro infarto, ya es suficiente con que él se dé cuenta de lo poco que vale Máximo, de lo ruin que es.

—Estamos bien, solo tenemos problemas de pareja, nada más. —Miento, no quiero hablar más de la cuenta.

—Hijo —Apaga el cigarro en un cenicero de pie que hay a su lado y suspira—, hace mucho tiempo que no estáis bien. No la quieres, lo noto en tu actitud y mirada. No es igual que hace años y, al igual que lo noto yo, lo nota ella. Si no lo haces ahora, lo harás cuando se te cruce la mujer que te haga perder la cabeza, la que te haga replantearte todo este numerito. Esa mujer te hará abrir los ojos y darte cuenta de que el amor es imprescindible en todo el mundo, es el que mueve las acciones y actitudes de las personas. El único que te hace cometer una locura de la que no te arrepentirás jamás.

Lo miro negando con la cabeza, no creo que haya una mujer que tenga ese efecto en mí. Nunca la ha habido y nunca la habrá. Mi padre sonríe, totalmente en desacuerdo conmigo, lo veo en sus ojos, me da un golpecito en la espalda y se marcha al interior del restaurante. Me quedo un rato fuera, acompañado por el frío de enero, pensando en lo que mi padre me ha dicho hace un instante, al final tengo que sonreír, pues me hace mucha gracia que piense que una mujer puede hacerme perder la cabeza.

· Capítulo 5 ·

Ava

Por la mañana, como me habían prometido, todos aparecen en mi casa para hacernos compañía. Por un instante me siento bien.

Llegada la hora, salimos de mi piso y vamos al tanatorio. Entramos en la sala donde, al fondo, se encuentra mi tía y observo como mis padres se acercan al cristal que los separa de su frío cuerpo. Yo decido no ir, prefiero recordarla con su mejor vestido, sus labios de color rosa y sus chispeantes ojos oscuros. No mucho tiempo después, el sonido que hace la puerta al abrirse me hace mirar hacia arriba y observo como empieza a entrar gente para consolarnos.

Todos se acercan a nosotros, nos abrazan y besan para demostrar sus condolencias. Los más cercanos se quedan a nuestro lado durante varias horas, hablando y contando las innumerables vivencias que han compartido con mi tía. Yo me alegro de oír lo feliz que ha hecho a todo aquel que ha tenido el privilegio de conocerla.

La cabeza me da vueltas y estoy un poco agobiada aquí sentada. No me he movido desde que he llegado y mi cuerpo se ha zarandeado tantas veces por los abrazos y besos de los demás que cuando esté en la cama me dolerán todos los músculos. Para despejarme, salgo a la puerta y no puedo evitar sorprenderme al ver que el cielo está negro. Aunque tampoco debería extrañarme tanto, ha llegado tanta gente y hemos hablado de tantas cosas que es totalmente normal que se me haya pasado tan rápido.

Sobre las nueve de la noche todo el mundo empieza a marcharse y poco antes de las diez solo quedamos, mis padres, mis amigos, Marco y yo. Como el entierro será a la mañana siguiente y queremos hacer una pequeña reunión familiar como despedida hacia mi tía, decidimos marcharnos a casa. Junto a nuestros coches, Hugo y Jess me abrazan y se despiden de nosotros.

Para venir hemos usado el coche de Marco y con él nos vamos a casa de mis padres. Esta noche dormiremos allí y organizaremos todo lo del día después. Casi media hora después de un denso tráfico, llegamos por fin a la casa donde me he criado.

En cuanto pongo un pie en el amplio salón, la nostalgia me golpea como un boxeador a su mayor contrincante. Es la primera vez que me pasa desde que no vivo aquí, que no es poco tiempo ya que llevo cuatro años viviendo sola. Inspecciono el lugar como si fuese la primera vez que entro aquí y de inmediato miles de bonitos recuerdos llenan mi cabeza y, aunque siento como una lágrima rueda por mi mejilla, sonrío. No estoy preparada para hacer frente a no volver a verla.

Antes de irnos a dormir, Marco y yo nos quedamos en el salón a solas, nos hace falta. Nos acurrucamos uno al otro, bajo una manta muy calentita y disfrutando del silencio de la noche. Su mano me hace cosquillas en el cuero cabelludo cuando lo acaricia con los dedos y los ojos se me empiezan a cerrar cuando su masajeo se prolonga más de la cuenta.

Creo que doy una cabezada porque Marco se detiene y me hace levantarme para irnos a la cama. Voy casi dormida y cogida de su mano por el pasillo en el momento que mi padre nos detiene.

—Ava, lo que nos ha dado tu tía para ti, te lo entregaremos a la hora de leer el testamento ¿de acuerdo? Así nos lo pidió ella —Asiento, si así lo quería ella así será. Entonces sus ojos viajan desde mi cara a Marco, a quién sonríe cariñosamente antes de hablarle—. Gracias por quedarte con mi hija muchacho, significa mucho para nosotros.

—Sabes que no es nada, estoy aquí porque la quiero a ella y a vosotros.

Mi padre vuelve a sonreír y tras poner su mano en el hombro de Marco se va con el rostro cargado de pena. Cuando mi padre desaparece en la oscuridad del pasillo, miro a Marco con cara de bobalicona, lo que ha dicho ha sido muy bonito. No sé qué le pasa, pero lleva dos días muy romántico y cariñoso. No se separa de mí ni un segundo y está siempre dispuesto a complacerme. Me parece tan bonito y placentero que no quiero pensar que sus acciones son porque siente lástima por mí.

Como sus palabras me han llegado al corazón y son exactamente lo que necesito en estos momentos, me arrimo a él, que ya lleva un rato observándome, y le rodeo la cintura con los brazos.

—Es muy bonito eso que has dicho —Me pongo de puntillas, porque es más alto que yo, y le doy un ligero beso en los labios —. Yo también te quiero.

—Lo que he dicho es lo que siento. Lo eres todo para mí Ava.

Nos abrazamos durante un rato y, con sus brazos sobre mis hombros, nos vamos a mi habitación. Estoy tan cansada que probablemente en cuanto mi cuerpo haga contacto con las sábanas me quedaré frita.

A las ocho de la mañana, ya estamos todos en el gran comedor de la casa de mis padres desayunando. Laura, la asistenta, a la cual queremos mucho, ha preparado unos gofres con arándanos y fresas que están para chuparse los dedos y se lo hacemos saber con halagos. Nos comemos el delicioso desayuno con tranquilidad y charlamos tranquilamente hasta que llega la hora nos marchamos al tanatorio. Desde allí iremos al entierro y después volveremos a casa de mis padres.

Llegada la hora de despedirnos de mi tía, todos los presentes estamos en silencio y seguramente recordando sus mejores momentos. Me detengo unos segundos en observar a todos los que nos están acompañados y me alegro muchísimo de que tanta gente la quiera. Estoy segura de que su recuerdo perdurará en nosotros toda la vida.

Con las manos en los bolsillos de mi abrigo miro el cielo, que está gris y advierte que caerá una buena. Me mantengo a un lado, observando como las nubes se mueven lentamente y tapan el poco sol que hace mientras todos empiezan a dejar flores a la tumba de mi tía antes de marcharse.

Cuarenta minutos después, tras pedirle a mi familia que me espere en el coche, me acerco a la tumba de mi tía y dejo sobre ella una bonita rosa blanca.

—Hasta siempre, mi preciosa y maravillosa tía. Te querré toda mi vida.

Cuando me subo al coche y mi padre se pone en marcha, no me apetece hablar. Todo el viaje hasta la casa de mis padres me lo paso recordando a mi tía e imaginando mi vida sin ella. Escucho como ellos hablan, incluso en algún momento me parece oír que me nombran, pero no digo nada, continúo mirando por la ventana hasta que la casa aparece ante mis ojos.

En el salón lo que predomina es el olor a candela y los susurros de las pocas personas que somos. Cuando mis padres me contaron que querían hacer una pequeña reunión con la familia y amigos cercanos lo acepté porque sé que a mi tía le encantaba estar acompañada. Pero no sabía que dentro de la palabra familia entraba Sandra, la hermana pequeña de mi madre que no ha querido saber nada de nosotros desde hace años. Al parecer eso de abandonar y desaparecer va en los genes. Observo su comportamiento y me altera verla todo el tiempo sonreír descaradamente detrás de la pantalla de su móvil, si no fuera por el lugar y la situación en la que estamos le cantaría las cuarenta.

Mi gesto se suaviza cuando mis ojos se pasean por la sala y capto a las mejores amigas de mi tía. Clara, Aurora y Macu, que tienen una carita de pena que me duele hasta el alma. Después, veo a Hugo y Jess hablando con todos los presentes y volcándose para que estén cómodos. Mi madre está en el sofá frente a la chimenea, sentada al lado de mi padre y hablando con un vecino. Y Marco, apoyado en la ventana con una taza en las manos, me hace sonreír con cariño. Echo tanto de menos que estemos bien, que su comportamiento me está afectando más de lo que debería teniendo en cuenta que hace unos días quería romper con él.

Le estoy dando vueltas a mi vida amorosa, cuando a Sandra se le cae el teléfono de las manos y llama la atención de la mayoría. Ni siquiera sé que siento por ella, pero desde luego amor no es. A penas la conozco. Mi familia es tan perfecta para todos, pero tan imperfecta en la intimidad que me apena. Mi madre biológica nos abandonó cuando era una niña, Sandra no quiere saber nada de nosotros, mi tía acaba de morir, los padres de mi madre murieron hace años y con mi padre hace mucho que no estoy unida.

Lo que dañó nuestra relación fue mi ingreso al internado cuando tenía seis años. Os preguntaréis, ¿Y debido a qué estuviste en uno? Pues muy sencillo. En la zona de Madrid donde he vivido siempre, hasta que me emancipé, es de caché y pijerio, aunque eso es más bien fachada, tienen como moda matricular a los niños en el internado más codiciado de Madrid hasta que terminamos la universidad.

Oh sí, porque el maravilloso edificio tiene colegio, instituto y universidad. Vamos, más bien, un lugar en el que los padres ricos echan a sus hijos para quitárselos de encima.

Mis primeros días fueron un asco hasta que conocí a Jess, con la que tuve una fuerte conexión desde el momento en que compartimos unas risas. Conocerla a ella me llevó a conocer a Hugo, que en ese entonces era jugador del equipo de futbol del Internado, lo que nos hizo conocer a Marco. Y, aunque Marco no congenió del todo con Hugo y Jess, quedábamos para salir y estudiar juntos. Desde el momento en que nos conocimos nunca nos separamos y todo cambió para mí.

Aunque me queje de haber tenido que pasar la infancia, adolescencia y parte de mi juventud en el internado tengo que admitir que me vino muy bien para los estudios y Jessica, Hugo, Marco y yo estábamos entre los mejores estudiantes. Como siempre he sido una aficionada a la fotografía, no hace falta que os diga qué carrera estudié. Además, hablo varios idiomas entre los que mejor domino es el inglés. Pero, aunque tenga un currículo académico extraordinario, no puedo olvidar que tan solo siendo una niña volvía a casa en vacaciones y algunos fines de semana.

Ni siquiera sé cómo he acabado sentada en el sofá de piel que está frente a la chimenea. He estado tan sumida en mis recuerdos que no he sido consciente de que me he levantado.

—He puesto en la cocina los ramos de flores que os han traído. No sabía muy bien donde ponerlos.

Dejo caer los ojos en Huego, que se aproxima a mí y se sienta a mi lado. Me siento como en casa cuando pasa un brazo por mis hombros y me estrecha.

—Está bien, no importa donde los dejes. Gracia por todo —digo mirándolo a él y luego a Jess que se ha colocado de pie delante de la chimenea para calentarse—. No sé qué haría sin vosotros.

Estamos así, acurrucados y en silencio, durante un rato hasta que alguien lo reclama en la cocina. En cuanto Hugo se marcha seguido por Jessica, Marco se acerca a mí aprovechando que nadie está encima de mí preguntando como me encuentro. Las amigas de mi tía me hacen compañía y me cuentan alguna que otra historieta de las suyas, alegrándome un poquitín durante bastante tiempo.

Cuando los invitados empiezan a marcharse estoy exhausta. Necesito meterme en la cama y descansar, pero eso no hace que me niegue a ayudar a Laura y mis padres a recoger. Por suerte en menos que canta un gallo lo tenemos todo limpio.

Estoy recogiendo los vasos para meterlos en el lavavajillas cuando escucho a mi madre invitar a Marco y mis amigos a cenar, pero todos rechazan la invitación porque trabajan al día siguiente.

La vida sigue y ni siquiera la muerte de un ser querido la detiene, aunque sea unos segundos.

Después de despedir a mis amigos, con abrazos, besos y algunas risas, toca hacerlo con Marco. Lo acompaño hasta la puerta y me dejo abrazar con fuerza. Hundo la cara en su pecho, que está muy suave por el chaleco que lleva y también dejo que me acaricie y bese la cabeza.

—Intenta descansar, lo necesitas —Me dice con los labios pegados a mi pelo. Siento el calor de su aliento sobre él, pero no me muevo.

Cierro los ojos y disfruto de lo bien que me siento entre sus brazos... hacía tanto que no estábamos así. Lo estrecho un poco más y después me separo, tengo que dejar que se vaya.

—Me encanta cuando eres cariñoso. Gracias por haberme acompañado estos días.

No sé por qué, pero en cuanto suelto esas palabras algo me atenaza el cuerpo. No quiero ser mal pensada, pero tampoco puedo obviar que llevo días pensando en que Marco volverá a estar distante antes de que me dé cuenta y todo volverá a ser como antes.

—Eh, sabes que siempre me tendrás.

Me retira con dulzura un mechón de pelo que cae sobre mi cara y me besa. Me besa con cuidado y tranquilidad y no puedo sentir otra cosa que una despedida.

Veo como el coche de Marco desaparece en la carretera y cierro la puerta con llave. Voy a mi antigua habitación, la cual está como la dejé, y entro en el cuarto de baño que hay dentro. Abro el agua caliente y empiezo a desnudarme, después de meter la mano debajo del grifo y regular la temperatura me meto en la bañera y dejo que el agua caliente acaricie mis penas. Cierro los ojos, sintiendo como mis pies helados por el frio se sienten hervir cuando el agua hace contacto con ellos. Dejo que las lágrimas salgan y se mezclen con el agua. Lo hago hasta que me siento un poco mejor y salgo de la bañera para secarme. Como un autómata me coloco el pijama y me meto en la cama.

Mañana será otro día.

· Capítulo 6 ·

Zeus

Midtown, Manhattan, 05:00.

—Tienes que venir enseguida, ha entrado un chico en estado crítico y necesita intervención.

Dejo el dispositivo en la mesilla y me visto. Sin despedirme de Cristal, cojo mis cosas y salgo del apartamento. Vivo cerca del hospital por lo que el trayecto es corto.

· Capítulo 7 ·

Ava

Ha pasado una semana y la ausencia de mi tía es horrible. Añoro nuestras charlas, nuestros paseos comiendo pipas y nuestras tardes de dulcecitos y café todos los días. Incluso, a veces, cuando me suena el móvil corro para cogerlo con la esperanza de que su nombre aparezca en la pantalla, aun sabiendo que eso no volverá a ocurrir.

Unos días después de la reunión en mi casa, mis padres y yo decidimos ir al piso de mi tía. Durante varios días recogimos sus pertenencias y todas las que no pudimos quedarnos las donamos a una organización para personas sin hogar.