Teología en las periferias - Pepa Torres Pérez - E-Book

Teología en las periferias E-Book

Pepa Torres Pérez

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Beschreibung

El barrio de Lavapiés, territorio sagrado para la teóloga Pepa Torres, es el escenario en que se le ha revelado el rostro de Dios. Desde esa profunda experiencia de misterio, la autora ha tejido una teología de las periferias que describe a un Dios que no es milagrero, ni castigador, sino que es aliento de vida y manantial de resiliencia, un Dios que sostiene, inspira, moviliza a la solidaridad y la creatividad. Un Dios que nos empuja a rebuscar hasta encontrar, entre las cenizas del sufrimiento, la esperanza, y nos hace experimentar que solo en la projimidad y en el asombroso poder de los encuentros y los abrazos podemos ser plenamente humanos.

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Índice

Portada

Portadilla

Créditos

Prólogo

Introducción

1. Sostenida por un misterio de Amor y relación

Creer más allá de las imágenes

Sentir y con-sentir al modo de Jesús

2. Periferias, fronteras y amor político

Convertir e invertir la mirada desde las periferias

En primera persona: transitar fronteras

De amor político y cuidados en tiempos de incertidumbre

Misericordia y acogida

3. Otras comunidades cristianas y otra vida religiosa están siendo ya posibles

Cristianas y cristianos sin Iglesia. Propuestas para un reencuentro

Acoger y anunciar al Dios de las periferias. Apuntes para una vida religiosa «en salida»

La vida religiosa apostólica: hacia una nueva sensibilidad y praxis

4. Mujeres e Iglesia. Una deuda pendiente

La revolución de los cuidados

Las nuevas Agar: mujeres migrantes como sujeto de liberación

La exclusión de las mujeres en la Iglesia

A modo de epílogo

Biografía de la autora

Notas

© SAN PABLO 2020 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)

Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723

[email protected] - www.sanpablo.es

© Pepa Torres Pérez 2020

Distribución: SAN PABLO. División Comercial

Resina, 1. 28021 Madrid

Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050

E-mail: [email protected]

ISBN: 9788428560863

Depósito legal: M. 26.414-2020

Printed in Spain. Impreso en España

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos –www.conlicencia.com).

A mi madre, que permanece viva en mí de tantas maneras.

A Maite, Carre y María, compañeras incondicionales en

la aventura de amar políticamente en tiempos de incertidumbre.

Prólogo

Recuerdo a menudo una noticia publicada por el portal de humor periodístico El Mundo Today, que hablaba de la posible asistencia de Dios a la Jornada Mundial de la Juventud que se celebraría (como así fue) allá por 2011 en Madrid, y las dificultades, y contradicciones internas, que eso podía entrañar para la organización del evento.

El libro que tenemos entre las manos recorre el camino inverso a esa pieza: su autora, la religiosa, teóloga y activista Mª José Torres, que es Pepa para cuantos recibimos el regalo de su amistad, se ha encontrado a Dios por las calles del barrio madrileño de Lavapiés. Lo ha conocido y tratado muy de cerca en las comunidades de migrantes, las mujeres que prestan el servicio doméstico, los manteros... Y solo a partir de esa experiencia vital que la ha traspasado y transformado, ha elaborado una teología sólida, audaz y profundamente fiel al Evangelio, que tiene a Dios Madre y Padre en el centro.

Como ella misma expresa en sus páginas, ha querido «dar cuenta del misterio de Amor y cuidado que nos sostiene partiendo de la vida más que del concepto. Una teología que más que especular narra, porque la reflexión teológica es siempre un momento segundo, ya que al misterio que llamamos Dios, primero se le contempla en la realidad, se empuja su dinamismo amoroso y solidario en la historia y solo después se le piensa».

Es indudable que la teología debe aprender a nadar en estos momentos en un contexto social y cultural que no le es propicio. La progresiva secularización de una sociedad que acota cada vez más el espacio reservado a lo religioso y recibe todo lo que tenga el sello de «católico» con prejuicios, en la que los creyentes (y por tanto las creencias) son «desechables»1, se suma al individualismo reinante y a la, en palabras del papa Francisco, cultura del descarte, que abandona en las cunetas a cada vez más personas y colectivos vulnerables.

Sin embargo, esta sociedad apresurada y a veces frívola, que se ha visto obligada por la pandemia del coronavirus a parar su ritmo en seco, recluirse y mirar qué había de verdadero en su interior, ha descubierto en muchos casos que tiene más necesidad que nunca de Dios y de Palabra con mayúsculas, que es más solidaria y acogedora de lo que parecía. El hombre y la mujer de hoy demandamos un mensaje que dote de sentido nuestras vidas y nos ofrezca alternativas al vacío, la ausencia de valores y la angustia que nos envuelve. Y esa es claramente una de las tareas principales de la teología. Pero, dado el clima de incertidumbre y cambio en que nos movemos hoy, esa tarea genérica debe hacerse en determinadas condiciones, que Pepa Torres cumple a la perfección.

La primera, en mi opinión, consiste en establecer un diálogo sincero con la sociedad contemporánea. Y al hacerlo, estar dispuestos a escuchar antes de responder. Escuchar las necesidades e inquietudes de la gente, que han variado con los profundos cambios sociales y culturales a los que estamos asistiendo. Escuchar para hacernos las preguntas adecuadas, y para intentar darles respuesta desde la humildad de sabernos una opción entre otras muchas, que se puede aceptar o rechazar. Escuchar para dejarnos transformar por el aliento del Espíritu que sopla entre las gentes de toda cultura, lengua o religión que pueblan un barrio como Lavapiés.

Esto implica atreverse a salir de nuestra zona de confort, como ha hecho Pepa. Asomarse al exterior, aunque pueda parecer cada vez más hostil con el hecho religioso. Y hacerlo con respeto, con prudencia, con disposición al diálogo y al encuentro de espacios comunes desde los que construir juntos un futuro mejor y más justo para todos.

Para hacer esto, la segunda premisa, pero no por eso menos importante, es renovar los lenguajes. De lo contrario, el maravilloso mensaje cristiano corre el riesgo de quedar encerrado en palabras obsoletas para las nuevas generaciones, carentes de significado. Es lo que hace Pepa Torres cuando inventa conceptos como «cuidadanía» o habla del «Jesús que se hace barra de pan», o de la teología del grito.

Nadie podrá acusar, sin embargo, a la autora de descafeinar el mensaje para hacerlo más digerible. Más bien al contrario: Pepa pasa cuanto aborda por el fino pero radical tamiz del Evangelio. La suya es una teología de amor y de cuidado extremos. Una teología que se decanta por los últimos, que casi siempre son las últimas. Eso supone, claro está, cuestionar en ocasiones lo establecido y no dejarse llevar por las inercias. Ser audaces, como nos conmina a hacer el papa Francisco.

Pasar la teología por el filtro del Evangelio implica, en definitiva, poner a Dios a pasear por Lavapiés. Bajarlo del mármol y el pedestal en que lo hemos subido y empeñarnos en descubrir su rostro a los hombres y mujeres de hoy en sus congéneres, en los acontecimientos presentes y en la cotidianeidad. Dejar que Dios hable a través de la solidaridad y la ternura.

E implica también, desde su experiencia personal y colectiva, practicar la reparación feminista luchando contra las distintas formas de opresión que se entrecruzan con las experiencias concretas de las mujeres y de cuantos seres humanos se ven igualmente subyugados2.

«Mujer de memoria y cicatrices», como ella misma se describe en las primeras páginas de este libro, tengo el inmenso privilegio de conocer el trabajo intelectual y social de Pepa Torres desde hace años, y sé que su lucidez y su compromiso no se agotan en este libro. Pero en él podemos vislumbrar el resumen de los principios que vienen guiando sus pasos y el horizonte hacia el que quiere caminar, siempre comprometida con su fe, su vocación y sus hermanas y hermanos de la hermosa y vibrante comunidad humana. Sin embargo, este no es un libro de memorias, ni un libro de teología al uso. Es una apuesta que podemos y debemos igualar si queremos ser coherentes con la fe en el Dios del Amor que decimos profesar.

Mª ÁNGELES LÓPEZ ROMERO

Introducción

Soy mujer de memoria y cicatrices. Por eso con este libro quiero hacer memoria agradecida de tanto como he recibido en estos últimos años en el trabajo de acompañar a personas y grupos en la tarea de la formación social y teológica. Quienes nos entregamos a este ministerio dedicamos mucho tiempo a la reflexión y a la elaboración de pensamiento, a la vez que buscamos cómo hacerlo pedagógico. Pero nuestro trabajo reflexivo siempre es en modo borrador, porque solo se va completando desde el contraste, el encuentro, la interlocución con otras personas, ya que el trabajo formativo y teológico nunca puede ser monológico, sino dialogal. Esa es precisamente la razón de este libro, que tiene un sentido de «recopilación», pues recoge algunas de las temáticas, conferencias o cursos que en estos últimos años he compartido con diversos grupos y personas y que tiene también una profunda vocación dialogal: seguir abierto a nuevas interlocuciones y encuentros.

“Si bien es cierto que vivimos tiempos de incertidumbre e impotencias también lo son de inmensas generosidades y dinamismos creativos empeñados en poner en el centro el sostén mutuo, la vida y la alegría más allá de toda frontera”.

Quizás para algunos y algunas no sea un libro de teología al uso, pero sí lo es tal y como muchas mujeres la concebimos: dar cuenta del misterio de Amor y cuidado que nos sostiene partiendo de la vida más que del concepto. Una teología que más que especular narra, porque la reflexión teológica es siempre un momento segundo, ya que al misterio que llamamos «Dios», primero se le contempla en la realidad, se empuja su dinamismo amoroso y solidario en la historia y solo después se le piensa.

El contexto en el que ha sido gestado este libro tampoco es habitual. Inicié su escritura el 7 de febrero del 2020, en el cuarto aniversario de las muertes de Tarajal1. Avancé algunos capítulos mientras miles de mujeres católicas en el mundo nos sumamos al movimiento Voices of Faith2, urgiendo a la Iglesia a una reforma estructural profunda desde la perspectiva de las mujeres, y que en muchos lugares del Estado español tomó el nombre de la «Revuelta de las mujeres en la Iglesia». Finalmente termino de escribirlo inmersa en este espeso túnel de sufrimiento y resiliencia que está siendo la crisis del covid 19 en el mundo y sus consecuencias. Tiempos de incertidumbre pero también de confianzas y alianzas incondicionales de quienes estamos convencidas de que el diluvio no tiene la última palabra sobre la historia, sino el arco iris (Gén 9,8-15). Pero para ello es imprescindible incorporar como personas y como sociedades aprendizajes y cambios radicales en nuestros estilos de vida, que pongan la sostenibilidad y el cuidado en el centro y que hagan posible que todas las vidas valgan lo mismo. De ahí también el título del libro que toma su nombre de uno de los textos que desarrollo en la segunda parte del mismo.

Pero si bien es cierto que vivimos tiempos de incertidumbre e impotencias también lo son de inmensas generosidades y dinamismos creativos empeñados en poner en el centro el sostén mutuo, la vida y la alegría más allá de toda frontera. Esta crisis es una oportunidad para aprender de golpe que somos inmensamente inter y ecodependientes, que el dolor de las familias que entierran a sus muertos en Guayaquil es de la misma categoría que el nuestro, que el hambre de las familias de Camerún y Senegal no puede sernos ajeno, que la exclusión sanitaria o el colapso no son accidentales ni en Estados Unidos, ni en Francia, ni en Chile ni en España, sino que son fruto de las mismas políticas neoliberales, sus privatizaciones y desmantelamiento de lo público. Una oportunidad para aprender que no podemos seguir produciendo ni consumiendo desde la lógica del hipercrecimiento, violentando los ciclos de la naturaleza porque esta protesta y se convierte en enemiga. Una oportunidad para aprender que necesitamos decirnos «te quiero, ¿cómo estás?, cuídate» muchas veces al día; que el humor, la belleza, la poesía, la música, los símbolos, los gestos de cercanía y vecindad entre balcones y ventanas son imprescindibles para atravesar la vida en tiempos hostiles. Una oportunidad para aprender que las personas mayores son un tesoro para nuestras sociedades, que su sabiduría y la dignidad de sus vidas no puede ser mercantilizable.

Una oportunidad para aprender que más que instalarnos en la queja o atrincherarnos en el miedo, la projimidad siempre nos salva y nos hace más fuertes. Una oportunidad para aprender que los trabajos más invisibles y peor pagados, como son el trabajo doméstico y de cuidados son esenciales para la vida y, por ello, es de justicia reconocer la dignidad y el valor de aquellas personas que dejan de cuidar a sus familias, en sus países de origen, para cuidar a las nuestras y no parar hasta que se reconozcan sus derechos laborales y sociales y se regularice la situación de todas las personas sin papeles.

Una oportunidad para aprender que el misterio que los y las creyentes llamamos «Dios» no es milagrero, ni castigador, ni interviene directamente en la historia, ni para causar el mal ni para evitarlo, sino que es aliento de vida, manantial de resiliencia, que sostiene, inspira, moviliza a la solidaridad y la creatividad. Un Dios, reciclador, dynamis, que nos empuja a rebuscar hasta encontrar, entre las cenizas del sufrimiento, la esperanza. Un misterio de Amor que no se identifica con los discursos, sino con los gestos y las acciones y que no distingue entre creyentes ni ateos, sino que es experto en periferias y en humanidad más que en moralidades. Un Dios Ruah alentadora, que nos mueve a salir de nuestros propios miedos e intereses y que nos hace experimentar que solo en la projimidad y en el asombroso poder de los encuentros y los abrazos podemos ser plenamente humanos y humanas y participar del misterio de su divinidad. Un Dios todo-cuidadoso, que nos habita y sostiene en toda circunstancia y que «la caña cascada no quebrará ni el pábilo vacilante apagará» (Mt 12,20).

Espero contribuir con este libro a que estos aprendizajes se consoliden en nuestras vidas.

1

Sostenida por

un misterio de Amor

y relación

Permanezco callada, habla tú,

que eres la razón de mis palabras.

RUMI

Creer más allá de

las imágenes

¿Cómo tener paciencia quienes vivimos del Amor

si nos precede en el camino y siempre se nos escapa?

(...) Amor exige al Amor más que lo que la inteligencia entiende...1.

La identidad incómoda, fronteriza y agradecida de mi existencia y mi fe

No puedo hablar del Dios en quien creo al margen de la mujer que soy, por eso con pudor me atrevo a presentarme en unas breves líneas. Soy una mujer que ha atravesado la barrera de los 50, con una identidad múltiple y heterodoxa: soy mujer, cristiana, monja y feminista. Una identidad arriesgada por su incomodidad y por su inclasificabilidad, que me hace de algún modo «forastera» en las propias tierras que me configuran. Soy lo que algunas y algunos consideran alguien imposible o inexistente, pero mi existencia, como las de otras muchas como yo, muestra que aunque a menudo se nos reduzca a la invisibilidad existimos y somos posibles. Existencias incómodas, contradictorias, pero felices y tercamente esperanzadas y resistentes, apasionadas por Dios y por su Reino. Un Dios que a lo largo de nuestra historia se nos ha hecho mutable. Nos ha ido desvelando destellos de su misterio encarnado y al calor del fuego con que nos ha impregnado el corazón, nos ha ido conduciendo y nos conduce, sostenidas en y por el pueblo de Dios, hacia transformaciones profundas, inéditas de nuestro ser más hondo y de nuestro modo de estar en el mundo y en la Iglesia. En este texto comparto con pudor algunas de mis imágenes del Dios en quien hoy creo, el Dios que fundamenta y sostiene mi existencia.

El Dios ético e irresistible de los pobres y un contexto privilegiado para descubrirlo: los barrios obreros y populares en la década de los 70-80

Hablar de mi fe es hablar de mis raíces. Soy hija del desarrollismo español y de la democracia. Chica de barrio, de origen obrero, mis primeras aventuras eclesiales nacen en esa Iglesia de finales de los 70 comprometida en los barrios y sus luchas vecinales y preocupada por que la gente joven encuentre alternativas de ocio y formación desde el análisis crítico, la pedagogía de Pablo Freire y el asociacionismo todavía «ilegal» o recién estrenado. Educada en un colegio religioso, en cuyos pasillos tejían complicidad con nosotras algunas monjas y profesoras a las que les brillaban los ojos cuando emocionadas nos decían que estaban llegando tiempos nuevos y teníamos que estar preparadas para ello, a la vez que nos hacían experimentar la fuerza y el compromiso de sabernos hijas de esa promesa. Los valores democráticos, la participación, el compromiso por el bien común, el interés por lo socio-político eran el humus que respirábamos tanto en el colegio, aunque de manera un poco velada, como en otro tipo de grupos juveniles en los que participábamos. Esa Iglesia es la que me da a luz en las búsquedas propias de la juventud y la entrada en el mundo adulto, la que acompaña mi despertar a la vida vinculando fe y compromiso socio-político, sin que haya contradicción, sino más bien al contrario. Esa Iglesia es la que me desvela el rostro de un Dios encarnado, a la luz de las teologías y las pastorales de José Antonio Pagola, Jon Sobrino, José Ignacio González Faus, José Ramón Urbieta, Alberto Iniesta o Samuel Ruiz, etc. Un Dios acercado por el testimonio de mártires como Óscar Romero, Lucho Espinal o las hermanas de Maryknoll violadas y asesinadas en El Salvador por su compromiso con los derechos humanos. Un Dios cuya desmesura de amor le lleva a identificarse con los más empobrecidos y, desde ahí, a ofrecérsenos como salvación-liberación universal, pidiendo nuestra complicidad e invitándonos a echarle una mano, a ser sus parteras. Es este Dios que se hace prójimo todo debilidoso2. Este Cristo nuevamente encarnado3, el que me atrae con cuerdas amor (Os 11,4) y me lleva irresistiblemente a enamorarme de la sacratísima humanidad de Cristo4, a vivir desde él y con él, a ser una mujer apóstol, compañera de Jesús en la misión y en la intimidad de su corazón. Es este Dios, para el que nada humano es ajeno, el que no nos quiere de rodillas, sino erguidas y con oído atento al murmullo de los pobres y al servicio generoso de su Reino, el que me seduce irresistiblemente (Jer 20,7) y el que sostiene mi vida desde mi juventud hasta mis primeros años de vida religiosa.

Del Dios ético al Dios compasivo: la huellas de su encarnación en las mujeres del cuarto mundo y el descubrimiento con ellas y desde ellas de la sophía de Dios y su aliento en la interioridad de las mujeres

En torno a la década de los 90 la vida compartida con mujeres del cuarto mundo, la injusticia de la feminización de la pobreza y la violencia contra las mujeres hecha rostro, historia, cuerpo en ellas, me devuelven una nueva conciencia de mí misma y de la deuda pendiente de la humanidad y de las Iglesias con nosotras las mujeres. Este despertar tiene como consecuencia una crisis: la caída de la imagen del Dios-Padre, construido desde un imaginario y lenguaje masculinos que ignoran las experiencias de las mujeres para nombrarle y «practicarle». Se me hacen intolerables textos como Ez 16,1-63; Lev 1,15-32; Gén 12,10-20; Núm 31,31-36; Jue 19,1-29; etc. Y, sin embargo, otros como Éx 20,15-21; Rut 1,1-22; Sam 2,1-8; Gén 21,17-19; Is 49,14-16; Lc 1,39-56 o Lc 8,1-3 se convierten en mi experiencia creyente, en suave caricia que me sostiene, ofrece seguridad y aliento para mantenerme «desarrimada y en pie», como diría Teresa de Jesús, ante el desconcierto y la perplejidad que esta nueva etapa de mi fe me produce.

Los encuentros de las mujeres del Evangelio con Jesús, especialmente el de la mujer que derramó el perfume (Mc 14,3-11), la encorvada (Lc 13,10-27), la samaritana (Jn 4,1-39) y María de Magdala (Jn 20,11-18) acompañan mi itinerario de fe en este momento. Mi comunicación y mi relación con el misterio de Dios pasan entonces por intensificar el silencio. Un silencio que, para mí, que soy mujer de palabras, me cuesta mantener. Un silencio ascético y creativo que no me sabe a vacío sino a barbecho, a preparación de la tierra fecunda de la interioridad que soy, para que de ella emerjan palabras nuevas con que nombrarme y nombrar el mundo y el misterio que lo habita y dinamiza. Las palabras del místico sufí Rumi5 identifican mi experiencia de este momento: «Permanezco callada, habla tú, que eres la razón de mis palabras».

La recreación de textos bíblicos como el salmo 3 desde la desnudez de mi experiencia me ayuda a atravesar este momento:

Tú me haces, Amor, levantar la cabeza,

vas haciendo de mí una mujer erguida.

Tú eres mi mismidad, mi yo más íntimo, mi mejor yo.

Tú eres, Amor, la fuente de mi autoestima

y empoderamiento.

Tu apuesta incondicional en mí y por mí

me da soporte y consistencia,

me mantiene en las horas dulces y en las amargas,

en las horas en que la soledad se hace herida

y en las horas de plenitud acompañada.

En los momentos en que mi corazón

se siente desbordado por tanto don recibido

y en la árida y muda intemperie.

Gracias Amor, por tu encarnación también en mí,

porque en medio del caos y la confusión que me habitan

tu Espíritu gime en mí.

Y al hacerlo va abriendo puertas oscuras

que te tienen prisionero en mis entrañas.

Libera, Amor, el pájaro que hay en mí.

Que no se quede preso en la soledad de su deseo.

El descubrimiento de las místicas medievales de la mano de mi maestra en ello, la historiadora María del Mar Graña, y de otras místicas contemporáneas como Etty Hillesum, Simone Weil o teólogas y filósofas feministas como Ivone Gebara, Elizabeth Johnson, Luisa Muraro, Adrienne Rich, Audre Lorde y la complicidad de monjas y laicas, compañeras y amigas en la búsqueda de un nueva espiritualidad, en cuerpo de mujer, como Dolores Aleixandre, Pilar Wirtz, Mercedes Navarro, Kochurani Abrahán, Carmen Torres o Pilar Yuste, me ofrecen nuevas claves interpretativas y referencias que me ayudan a perder el miedo a la libertad femenina en la historia y su modo de proceder en clave sexuada. Me ofrecen genealogía y raíces, una tradición espiritual e intelectual femenina, que me devuelven la imagen de la divinidad identificada con la pasión de las mujeres y su búsqueda de libertad y felicidad en un mundo y una Iglesia que silencia sus gritos y sus cuerpos, a la vez que les exige construir ideales de justicia y fraternidad a costa de ellas mismas.

De este silencio van emergiendo en mí nuevos nombres e imágenes del misterio:

▚Dios compañera y su insobornable complicidad e identificación con los anhelos más hondos de las mujeres. Dios que como parturienta jadea y resuella (Is 42,14-17) por el alumbramiento de las mujeres libres y plenamente dichosas, que carga con nosotras, nos cuida y amamanta generosamente (Is 66,9-14), al que no le importan las biografías intachables sino la pasión y la autenticidad del amor (Mc 14,3-11).

▚La Sophía compasiva que nos habita, más íntima a nosotras que nosotras mismas, que se ha hecho una en nosotras y con nosotras, que es nuestra hondura misma. Sophía, poder creativo, engendradora de esperanzas y experta en reciclar fracasos, otorgadora de la lucidez de la inteligencia y el corazón (Sab 6,7-28) y que se mantiene viva en nosotras como un fuego en el corazón que nada ni nadie puede apagar. Dios que no nos resuelve la vida, sino más bien nos lo complica todo y que nos invita, con otras mujeres, a pasar de la resistencia al empoderamiento y a hacer del mundo una fiesta popular, un banquete inclusivo donde el delantal, la danza y la palabra circulen con libertad entre todos y todas.

Dios sin orillas ni fronteras: danza en corro de Amor sobreabundante6, que se nos revela en la diversidad y la experiencia intercultural e interreligiosa

Dios tiene el empeño de acercársenos en los rostros e historias de una humanidad-muchedumbre, comunidad cósmica, experta en sobrevivir y en mantener esperanzas «a todo riesgo». Este rostro de Dios es el que hoy se me regala desde mi lugar de vida, el barrio de Lavapiés, territorio sagrado para mí y mi comunidad de vida inter7, donde el misterio se me revela y me empuja a reconocerlo y «practicarlo» como el Dios de la diversidad. Dios-Comunión, Trinidad santa, cuya entraña es circularidad y reciprocidad amorosa, misterio imposible de abarcar y agotar en ninguna religión ni cultura, pero experimentado y acariciado a ráfagas, en el encuentro, el diálogo, el abrazo con las y los diferentes en la hondura de lo cotidiano. Dios que no teme ni condena las diferencias, sino que se goza con ellas cuando están puestas al servicio de su Gloria: que la mujer y el hombre vivan y que lo hagan en abundancia (Jn 10,10). Dios inatrapable que se escapa de todo lenguaje, imagen y símbolo exclusivista y que en el reclamo que hacen hoy a nuestras sociedades e Iglesias las nuevas sirofenicias (Mc 7,26) nos urge a superar esquemas etnocéntricos y cerrados, que impiden la fraternidad y la sororidad del Reino. Dios que nos desafía a saltar fronteras y a engendrar con otros y otras la cultura del encuentro.

“Creo en la encarnación de Dios que se hace hermana, hermano: mantero, ilegal; vendedora de rosas por la calle...”.

Creo en Dios Al Fattah8 (Apertura), Dios Al-Razzâq9 (Sustento), Diosito que siempre nos acompaña, Dignidad humana, que es el nombre que le dan quienes lo practican aunque no lo confiesen. Creo en la encarnación de Dios que se hace hermana, hermano: mantero, ilegal; vendedora de rosas por la calle, vestida con sari, refugiada, y nos invita a invocarlo con diversidad de creencias y acentos y a practicarlo desafiando fronteras, levantando puentes en la sociedad y en las Iglesias (Ef 2,13-21) y nos susurra al oído y en las plazas:

Escucha, despierta, acoge, ponte en camino.

Ahonda en la dinámica de vida y diversidad que se te regala hoy.

Ábrete, explora nuevas formas de solidaridad y acogida.

Aprende otros lenguajes y modos de generar cultura del encuentro

en un mundo donde no todas las vidas valen lo mismo,

que genera exclusión y expolio sembrando el terror,

levantando muros y criminalizando

a los diferentes y a las empobrecidas.

Abre paso a la simplicidad y a los gestos más veraces.

Di «no en mi nombre» a la cultura de la violencia

económica y estructural

que nos rompe como humanidad y expolia la vida en el planeta.

Confía en el Espíritu de la diversidad que te ha engendrado

y en la fuerza creadora que te habita.

Atrévete a recibir al Dios diferente,

al Dios todo relación y cuidado, al Dios que se hace prójimo y prójima

y que llama a la puerta de tu tierra

reclamando la vida, para hacerla crecer en diversidad y abundancia.

Toma conciencia de tus posibilidades y ponlas en juego

en el tejido de la comunión y la eco-justicia.

Así se nos irá dando el camino en compañía de una comunidad

global y cósmica, engendradora de una nueva esperanza

desde la resiliencia y la ternura.

No pases de largo ante las buscadoras y los buscadores de la vida.

Si te dispones te mostrarán la vida desde nuevas perspectivas.

Te ensancharán entera e iremos entrando juntas

en la tierra nueva del corazón intercultural de Dios.

Creo y sigo abierta a su misterio.

Alhamdulillah. Amén.

Sentir y con-sentir

al modo de Jesús

Jesús: Cuerpo y sensibilidad

Jesús es la Palabra hecha carne, cuerpo, historia, pueblo. Es el nuevamente encarnado (EE 109). Necesitamos profundizar en una cristología que incida en lo corporal y lo relacional, porque a la espiritualidad y a la teología les siguen faltando cuerpo, mundo, barro. Sin embargo, como leemos en la Carta a Timoteo: «El misterio de nuestra religión se realiza corporalmente» (1Tim 3,16), «ha tomado forma y figura humana» (Flp 2,6-7), se ha hecho, carne, historia, cuerpo individual y cuerpo social en Jesús de Nazaret (Lc 4,14-30). Desde esta perspectiva me parece importante insistir en la importancia de la corporalidad en nuestro seguimiento de Jesús, a la luz también de la nueva conciencia que nos devuelven hoy las antropologías feministas. No tenemos un cuerpo, sino que somos un cuerpo y un cuerpo sexuado, que ha sido configurado y condicionado culturalmente, lo cual influye en nuestras opciones, comportamientos y relaciones. Somos un cuerpo con capacidad creadora y espiritual, y todo lo que acontece en la vida humana pasa por nuestra corporeidad. El cuerpo es el lugar desde donde nos relacionamos y desde donde nos trascendemos. Es el lugar de comunicación con Dios y con los otros. Nos permite ser seres en relación. Es la presencialización de la persona, de modo que los valores, deseos, proyectos, se hacen verdaderos cuando los acuerpamos, cuando se encarnan y se hacen piel de nuestra piel. Es entonces cuando el cuerpo se convierte en revelación, no solo de nuestros valores, sino del Dios que nos sustenta1.

Jesús de Nazaret, no solo reveló a Dios en su cuerpo y a través de él, sino que se comprometió con los cuerpos sufrientes y excluidos para devolverles la salud y recuperar su dignidad arrebatada, vinculando además el futuro absoluto de la humanidad al modo de situarnos en la historia ante las personas, pueblos y culturas más explotadas y violentadas en sus cuerpos (Mt 25,42-46). El cuerpo de Jesús fue la expresión de la libertad y de la compasión de Dios por los caminos. Las autoridades sociales y religiosas de su tiempo pensaron que no podían controlar esa libertad que emanaba y percibieron su cuerpo como amenazante, porque con él se solidarizaba y se ponía en el lugar de los cuerpos de las mujeres y los hombres más excluidos y malditos, poniéndoles en pie y empoderándoles.

El cuerpo es también la sede de los sentidos. Solo podemos relacionarnos y encontrarnos con nosotros mismos, con los demás y con Dios a través del cuerpo que somos y a través de la puerta de los sentidos. Nuestros sentidos son los captadores de la realidad, por eso nuestro modo de sentir la realidad es fundamental en nuestro modo de procesarla intelectual y afectivamente e implicarnos en ella. Por ello ser discípulas y compañeras de Jesús pasa por que nuestra sensibilidad quede impregnada, afectada por la suya. La Buena Noticia del Evangelio de Jesús se hace corporeidad y nos llega en el cuerpo a cuerpo de Jesús con las personas y colectivos más excluidos de su sociedad y del templo. Por eso es importante aproximarnos a la figura de Jesús desde su corporeidad y su sensibilidad, ya que ser compañeras y discípulas de Jesús hoy nos lo jugamos en sentir y con-sentir como él, en la puesta a punto de nuestra sensibilidad. Es decir, en ver, oír, tocar y gustar al modo de Jesús, y no en los aparatos ideológicos con los que a veces tendemos a defendernos o justificarnos. Por eso voy a hacer un pequeño recorrido por los sentidos en Jesús.

Ver y escuchar como Jesús

La mirada de Jesús tiene una dimensión de profundidad y de relacionalidad. Capta lo que está en lo hondo del corazón humano y, por eso, hace posible una relación con las personas que les abre caminos y horizontes insospechados, como le sucede a Natanael (Jn 1,47-51), a Leví (Mc 2,1314) o a la mujer pecadora (Jn 8,1-11). Es una mirada que convoca. Jesús ve a las personas no de manera neutra e impersonal, sino que establece con ellas un vínculo de relación y amistad, como cuando mira a Marta y María (Lc 10,38) o a Simón y Andrés y les llama (Mc 1,16-20). Su mirada es también contemplativa y crítica, por eso capta lo pequeño, lo que va más allá de los primeros planos, y descubre las potencialidades que hay en cada persona y en la realidad. La mirada de Jesús es capacitadora. No da nada ni a nadie por perdido, como cuando mira a Zaqueo (Lc 19,1ss), el lento emerger de los brotes de la higuera (Lc 21,29-33), el diezmo de la viuda frente al de los ricos (Lc 21,1-4) o el sufrimiento de la viuda de Naín (Lc 7,11-17). Pero la mirada de Jesús no es rutinaria ni naturaliza el sufrimiento o la injusticia, sino que le resultan intolerables. De ahí su actitud de denuncia frente a ella y su empeño en colocarla en el centro de la sociedad y el templo para visibilizarla (Mc 3,1-6).

“La mirada de Jesús es también universal, no excluye a nadie, aunque está ubicada desde una perspectiva concreta (...), los excluidos y excluidas de la sociedad y el templo”.

La mirada de Jesús es también universal, no excluye a nadie, aunque está ubicada desde una perspectiva concreta, un ángulo de visión determinado, los excluidos y excluidas de la sociedad y el templo: mujeres, ciegos, niños, enfermos, tullidos, muchedumbre hambrienta, etc. Desde ellos mira y comprende las situación de los demás, analiza la realidad, el sistema, la religión. Una mirada afectada y cuyo afectarse le lleva a movilizarse. Por eso la mirada de Jesús es también una mirada invertida, porque donde los dirigentes judíos ven pecadores y enfermos que había que excluir de la comunidad, Jesús ve hijos del Abba invitados a sentarse en el banquete del Reino (Mc 2,13-17; 7,31-37). Esta mirada escandaliza a los fariseos y a la gente de orden de su pueblo que todo lo juzga desde la ley y la ideología. Porque la ley y la ideología incapacitan la mirada, la endurecen, como vemos en tantos textos donde denuncia el embotamiento de los discípulos (Mc 8,17-21) o la ceguera de los fariseos y letrados (Mt 23,23-25).