Teresa Andrés. Biografía - Antonio Gómez Andrés - E-Book

Teresa Andrés. Biografía E-Book

Antonio Gómez Andrés

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Este relato estremecedor es un testimonio historiográfico acerca de Teresa Andrés, una persona aún poco conocida, pero cuya trayectoria personal y profesional representa las esperanzas de progreso y renovación cultural que fueron brutalmente truncadas por la Guerra Civil y el exilio. Nacida en 1907, inició su actividad en el ámbito bibliotecario adquiriendo un fuerte compromiso por la democratización de la cultura. Declarada la Guerra Civil, fue responsable de la sección de bibliotecas de Cultura Popular, e intervino en la creación de bibliotecas en hospitales, batallones y hogares del soldado. La victoria franquista significó el fin de su carrera profesional pero no de su compromiso antifascista en la Francia ocupada. Murió, en 1946, a los 39 años, cuando la derrota de las potencias del Eje abría una nueva época para la democracia en Europa y un nuevo capítulo en la lucha antifranquista.

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TERESA ANDRÉS

BIOGRAFÍA

TERESA ANDRÉS

BIOGRAFÍA

Antonio Gómez Andrés

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© De los textos, los autores, 2013© De esta edición: Publicacions de la Universitat de València, 2013

Publicacions de la Universitat de Valènciahttp://[email protected]

Ilustración de la cubierta: Teresa Andrés (1946)Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la FigueraFotocomposición, maquetación y corrección: Communico, C.B.

ISBN: 978-84-370-9336-9

Edición digital

A mi mujer y a mis hijos.

A mi familia, que siempre me ha ayudado generosamente.

A todos los que, desinteresadamente, me han proporcionadoinformación y apoyo para escribir este libro.

ÍNDICE

CARTA ABIERTA A ANTONIO GÓMEZ ANDRÉS

PRÓLOGO

PARTE I: BIOGRAFÍA

PRIMEROS AÑOS Y PERIODO DE FORMACIÓN (1907-1935)

EL FRENTE POPULAR Y EL INICIODE LA GUERRA CIVIL: 1936

EN VALENCIA (1937-1938)

BARCELONA Y EL FINAL DE LA GUERRA CIVIL (1938-1939) 91

EL EXILIO HASTA LA LIBERACIÓN DE PARÍS (1939-1944)

TRAS LA LIBERACIÓN

EL FINAL

BIBLIOGRAFÍA

PARTE II: ESCRITOS DE TERESA ANDRÉS

LAS BIBLIOTECAS GENERALES EN ESPAÑA

LA PARTICIPACIÓN DE LA MUJER EN EL MUNDOQUE NACE

LAS REALIZACIONES CULTURALES DE 1936-1939

CARTA ABIERTA A ANTONIO GÓMEZ ANDRÉS

Querido amigo:

Como usted sabe, las cosas relacionadas con la publicación de libros o periódicos han ocupado buena parte de mi actividad profesional y, por decirlo brevemente, de mi vida. Sé y reconozco, por tanto, que la argucia de cambiar el prólogo que usted quería por una carta abierta es un anacronismo en los hábitos literarios actuales. No creo que nadie caiga ya en él, excepto yo y probablemente algún autor próximo al ABC o a diarios semejantes. Discúlpeme por ello.

Como por nuestra edad y experiencia estamos más allá de ciertas timideces, me he decidido a adoptar este modelo ya infrecuente de presentación, porque permite escapar a las formas más rígidas del estilo supuestamente académico y, sobre todo, porque me facilita medianamente hablar de su libro de la manera más directa que pueda.

Claro está que la carta han de leerla usted y otros, todos los que sientan curiosidad por recorrer su libro y reflexionar sobre los datos enjutos y serenamente puestos sobre el papel que contiene. Espero que sean muchas personas. He procurado sugerir lo que viene a continuación, sin desvelarlo. En definitiva, no contar «el argumento» de su relato, pero tampoco dejar de lado lo que opino sobre él.

Le confesaré que, al principio, pensé que podría redactar un papel formulario y cortés, con frases del tipo «Las fotos y los escritos de Teresa Andrés reunidos por su hijo complementan las abundantes informaciones biográficas que él ha articulado, llenas de interés y presentadas de manera al mismo tiempo amena y sobria, equilibrada y rigurosa». Me intranquilicé en seguida. Esa solución, de mero trámite, no hubiese sido honesta ni justa, ni para con el biógrafo ni respecto a sus lectores. Usted, entre otras cosas por el trabajo de investigador que ha culminado, merecía por mi parte algunas palabras que en parte lo compensaran y que en cualquier caso resaltaran la importancia de lo conseguido con su esfuerzo y su tenacidad. Y el motivo de su laboriosa investigación reclamaba aún con más derechos mi opinión más sincera, fuera ya de las pautas habituales en los prólogos, las críticas y reseñas que de manera constante invaden a quienes aún se dejan invadir por ellas –le confesaré que no es mi caso, a estas alturas, y pienso que tal vez tampoco sea el suyo.

Buscar una relación más directa entre los textos del autor y del prologuista me parecía más necesario porque yo he sufrido con verdadera pesadumbre adentrándome en estas páginas que dedica a restablecer la personalidad de su madre. Acaso sea esta la causa de que una carta, aun abierta y pública, resulte en mi opinión más directa que un «prólogo».

Digo que he sufrido leyendo su libro. No seré el único, porque no creo que nadie pueda adentrarse con indiferencia en la descripción bien documentada, implacablemente clara, que ha hecho sobre la barbarie que se proyectó sobre la vida de Teresa Andrés y su familia, que trastocó todas sus expectativas y tal vez la llevó a morir a los 39 años, cuando aún tenía tanto por hacer y por decir. Cuando, fuera y libre de la España franquista, acabadas ya la ocupación alemana de Francia y la Segunda Guerra Mundial, había retomado su actividad pública y combativa, al mismo tiempo que su carrera profesional, tan prometedora desde que se inició.

Su trayectoria fue una muestra clarísima de cómo la sublevación de Mola, Sanjurjo, Queipo de Llano, Franco y sus cómplices impidió durante mucho tiempo progresos perdurables en el desarrollo cultural y científico en España.

La persecución y a veces el asesinato de científicos e intelectuales, el «atroz desmoche» de la Universidad de que hablaba Pedro Laín Entralgo –un arrepentido– y que ha servido como título para un estudio estremecedor, la censura y el exilio fueron prácticas brutales para imponer por medio de un eficacísimo sistema de terrorismo de Estado ciertas formas de pensamiento y de expresión, además de unas normas de conducta fundamentalmente hipócritas en el ámbito académico –y fuera de él.

Además, se instauró un sistema de enriquecimiento mafioso en el que se «formaron» familiarmente algunos de los responsables del saqueo que actualmente padecemos y que también va seguido de un nuevo exilio forzoso de jóvenes científicos y del empobrecimiento, tal vez hasta desmoronarla, de la Universidad pública y de la investigación científica independiente.

En ese ambiente, poco podría haber hecho su madre para desarrollar su ya brillante carrera profesional. Pero fuera de él, libre de él, podría haber hecho mucho. La muerte lo frustró.

Todas estas cuestiones tienen una presencia relevante en estas páginas. Y era necesario que así fuese porque, conviene repetirlo, decidió el destino de su madre y su padre, el de buena parte de su familia –su tío Eliseo Gómez Serrano, por ejemplo, fue asesinado por el franquismo.

Ha hecho usted un trabajo admirable de rastreo y reconstrucción de fragmentos. Hay que hacer muchos más como el suyo. Entre otras razones, para dejar claro, a través de cada caso individual, los efectos de una dictadura que aniquiló a una enorme cantidad de personas de toda clase y condición para proteger los beneficios de unos pocos.

En su narración hay, serenamente expuestas, una acumulación de tragedias. Alguien podrá decir con ademanes displicentes de perdonavidas: «casos como este hubo muchos otros». Ese alguien hipotético sería un imbécil. Conque hubiese sólo un caso semejante ya sería motivo suficiente para repudiar a quienes causaron tantas desgracias. Y, de cualquier forma, la historia que usted narra es ejemplificadora de muchos otros episodios semejantes, de los cuales sólo se conoce, después de tantos años, lo que los familiares, y algunos historiadores, han ido sacando a la luz antes de que se borre para siempre la memoria de la barbarie que de manera organizada y durante muchos años fue norma de conducta para los sublevados de 1936. Es la unión de todas las historias particulares la que nos permitirá rehacer una visión exacta y más completa de lo que pasó.

No quieren que se sepa lo que ocurrió en las zonas que fueron poco a poco controlando los rebeldes desde sus puntos de partida, donde de inmediato se aplicaron a la represión inmisericorde. Es lógico que aún haya quien no lo quiera. Pero el crimen generalizado fue tan grande que no pueden taparlo nuestros contemporáneos, que aún prosperan gracias a él, a la herencia que de las matanzas y del miedo recibieron.

Así, este libro resulta ser, al mismo tiempo, un relato emocionante y estremecedor y un testimonio historiográfico que cabe considerar de gran valor acerca de Teresa Andrés, una persona poco o nada conocida hasta hace algunos años. Y también acerca de las circunstancias excepcionales y en buena parte dramáticas que rodearon su vida, a consecuencia de la rebelión de 1936 y, después, del exilio al que tuvo que someterse para evitar las represalias de los vencedores, tres años después, y quién sabe si la muerte por asesinato, semejante a la que ya habían sufrido su padre y uno de sus hermanos.

Puedo pensar que en el origen de esta obra están las muchas preguntas que sobre Teresa Andrés ha debido formularse durante años usted, el médico Antonio Gómez Andrés, nacido en el París ocupado, el 10 de diciembre de 1941, y poco después enviado al triste Madrid, aquella «ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)» de la que hablaba Dámaso Alonso, donde había tenido que refugiarse su familia materna. Allí le enviaron sus padres, probablemente para protegerle de los peligros más inmediatos que podían acecharle, ya que estaban directamente vinculados a labores de resistencia contra los alemanes y los colaboracionistas franceses.

Como declara serenamente en estas páginas, su madre, que murió en el París de 1946, dos años después de la Liberación, fue para usted una completa desconocida. También lo fue durante mucho tiempo su padre, Emili Gómez Nadal, aunque a él logró volver a encontrarlo y, hasta que falleció, pudo mantener con él una relación constante aunque disminuida inevitablemente por la distancia geográfica.

Esta relación supuso sin duda una serie de descubrimientos sobre la personalidad de Teresa Andrés, ya que su padre, aun sin hablarle de ella, le dio documentos relacionados con la que había sido su primera esposa y también con él mismo. Sin duda, aquella desconocida empezó a tomar forma en el pensamiento de su único hijo superviviente, que continuó reuniendo con paciencia datos allá donde pudiera encontrarlos hasta construir esta biografía que ahora llega al lector.

Ha sido indudablemente un esfuerzo arduo, pero el resultado es excelente y viene a completar y reunir amplia y acertadamente otras investigaciones llevadas a cabo en los últimos tiempos sobre la vida y las obras de Teresa Andrés. Fue una mujer ciertamente poco común, incluso comparándola con muchas de las que durante la Segunda República destacaron por sus aportaciones a la defensa y la difusión de la cultura y la democracia y, además, a la profundización y la extensión en el reconocimiento y la práctica de los derechos de las mujeres.

Mientras escribía, he recordado cómo nos conocimos. Su padre, tras la segunda entrevista que mantuvimos Manuel Aznar y yo con él en Valença d’Agen, nos puso en contacto para que me proporcionase fotocopias de artículos publicados por él en revistas del exilio, cuyas colecciones le había dado. Por ello le vi en su domicilio de la calle del General Marvà de Alacant brevemente, creo que en 1981. Después hablamos alguna vez por teléfono cuando murió su padre y finalmente, por una decisión suya que siempre agradeceré, emprendimos juntos la edición de los pocos cuadernos salvados de los diarios de Emili Gómez Nadal. Puede creer que reproduzco con bastante fidelidad en mi memoria visual el momento en que él nos mostró, a Manuel Aznar y a mí, en una estantería de la segunda casa que tuvo en Valença d’Agen, la hilera de cuadernitos con anotaciones manuscritas y más o menos diarias que comenzaban en 1944, por la época de la liberación de París –antes hubiese sido temerario tomar este tipo de notas personales, si habían de ser veraces–. Yo no era ya exactamente joven, pero sí tan ingenuo que me pareció fácil que aquel documento –cuya trascendencia era más que evidente– podría no ya «salvarse», que es palabra ingrata, sino publicarse. Me equivoqué y es una de las equivocaciones que siento más profundamente. No sé de otra parte qué hubiese podido hacer para poner en marcha entonces un proyecto de edición de aquellos manuscritos que sin duda hubiesen sido un hito muy notable en el dietarismo en catalán del siglo XX. Se salvó solamente lo poco que su padre le dio, un documento magnífico.

Desde que usted la emprendió, he seguido con el mayor interés esta operación investigadora, en la que continúa buscando respuestas a lo que fue y no soñando con lo que podía haber sido. Yo no creo que los historiadores hagan otra cosa y usted se ha ocupado de la parcela que le correspondía con una visión deliberadamente externa y neutral, de una admirable claridad en las intenciones. De cronista, como mínimo.

De manera implícita, su trabajo es una reclamación de cuentas hacia quienes decidieron, sin saberlo, que la vida de su madre evolucionase como lo hizo. No sé cómo denominarían en casa de su abuela en Madrid a esta gente, algunos de cuyos apellidos vemos ahora constantemente repetidos a través de descendientes que también nos mandan. En la mía, en Valencia, cuando las personas mayores –que no pasaban de republicanos, de El Pueblo o de El Mercantil Valenciano– hablaban de ellos siempre decían «estos»: «estos han dicho», «estos pueden hacer». Y, sobre todo, había que evitar a «estos». Aquellos «estos» de finales de los años cuarenta del siglo pasado, lo supe fácilmente cuando crecí, eran los franquistas, los falangistas, los carlistas, el ejército, los alféreces provisionales, los que habían estado en la División Azul, la derecha española en todas sus formas y manifestaciones...

Contra esos «estos» dieron la cara y en parte la vida su madre y su padre. Y lo hicieron con decisión, admirablemente, con una valentía que no era común. Mientras escribía estas notas, por una especie de azar, me he ocupado en otras semejantes para la edición de la correspondencia entre su padre y su tío Nicolau Primitiu Gómez Serrano, que ha preparado con su eficacia habitual Josep Daniel Climent. Déjeme decir aquí que la lectura paralela de los dos libros abre amplias perspectivas para entender lo que pasó.

A pesar de las penalidades que para usted habrá supuesto el alejamiento de sus padres, tengo la seguridad de que estará contento de ver cómo, con el paso de los años, se ha ido reconociendo lo extraordinario de sus personalidades. Usted ha contribuido a ello, ciertamente, pero ya sabe que somos muchos los que admiramos y recordamos lo que supuso la gran tarea que desarrollaron aquí, mientras les dejaron, Teresa Andrés y Emili Gómez Nadal. Y también los que lamentamos que no hubiesen podido continuarla y ampliarla, como era del todo previsible, si las cosas no se hubiesen torcido de manera brutal en 1939.

Y aquí acabo esta divagación, mi querido amigo, con un saludo de admiración muy cordial. Probablemente, habré escrito con trazos más gruesos que usted, pero eso prueba su serenidad, su mayor capacidad para dominar sus sentimientos, o la manifestación de ellos, a la hora de ponerse ante los documentos y, después, ante el ordenador. Lo que resulta más admirable, cuando el escritor es en alguna medida protagonista de aquello que narra. Estoy con usted, mi querido amigo, en todo lo que pueda ayudarle para futuras indagaciones.

Con un abrazo muy cordial.

Francesc Pérez i Moragón

PRÓLOGO

El único título del autor de este libro, para atreverse a escribirlo, es ser el hijo de Teresa Andrés. Pero escribirlo en el sentido inmediato de la expresión, porque en realidad es una obra colectiva: la de las personas que, movidas por el recuerdo de mi madre, han aportado, de forma generosa y desinteresada, muchos de los materiales que en él se contienen. Teresa era una desconocida para su hijo. Murió a los 39 años, lejos de su país, y a mí, antes de cumplir los dos años de edad, me enviaron a España, a casa de mi abuela materna, con la que me crie; allí no se hablaba del pasado, como ocurría en tantos hogares que habían sufrido cruelmente la Guerra Civil. Mi padre se casó por segunda vez y formó una nueva familia en el exilio francés, en el que vivió hasta su muerte. Cuando pudimos conocernos personalmente, yo tenía 21 años y él no me habló de mi madre, lo que atribuí a su deseo, con la vida rehecha, de no recordar pasadas penalidades. Mi falta de confianza en aquel hogar extraño y su silencio me impidieron preguntarle por ella, en las contadas ocasiones en las que su esposa no estaba presente. En nuestros encuentros sucesivos, cuando hablaba de su pasado, parecía como si su vida anterior se hubiera detenido en el comienzo de la Guerra Civil; no mencionaba a mi madre y yo no me atrevía a forzar su silencio. Sólo veinte años después del primer encuentro me entregó unas carpetas que había guardado para mí, con documentos de mi madre, cartas y fotografías, además de unos pocos objetos personales sin valor material, cuya existencia yo ignoraba. Los leí emocionado y los guardé, pero no supe valorar su importancia como testimonio de una vida y una época.

En 2005 tuvo lugar, en la Biblioteca Nacional, una exposición sobre la Sección de Bibliotecas del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico del Ministerio de Instrucción Pública durante la Guerra Civil, de la que fueron comisarios Blanca Calvo y Ramón Salaberría. Ambos tuvieron la amabilidad de venir a Alicante, para solicitarme información sobre mi madre. Les dije que no recordaba nada de ella, pero les hablé de los documentos que me había dado mi padre y se los ofrecí. La exposición me hizo comprender que la relevancia de sus actividades, durante la Guerra Civil, era muy superior a lo que yo podía imaginar, e incluso a lo que conocían sus familiares, con los que yo había crecido, porque la guerra partió en dos a la familia y nada supieron los unos de los otros durante esta, salvo breves noticias a través de terceras personas.

Esta exposición, el interés que Blanca y Ramón habían mostrado por Teresa Andrés y los documentos que me dieron a conocer me estimularon a saber más de ella, a intentar conocer a mi madre, más allá del retrato que yo había recibido, a través de mi familia materna, de una mujer brillante y desafortunada que había muerto, joven, en el exilio.

En Educación y Biblioteca, de enero-febrero de 2005, había aparecido un dossier sobre ella. Blanca Calvo narraba en un artículo el viaje, buscando su huella, hasta Cevico de la Torre, en la provincia de Palencia, el pueblo donde había vivido la familia de mi madre y donde yo había ido una sola vez, en el verano de 1981, para conocerlo y donde no había vuelto jamás. Entonces aún existía la casa de mis abuelos, en la Plaza de la Olma, creo recordar que transformada en sucursal de una caja de ahorros. El artículo de Salaberria, Calvo y Girón, para establecer la biografía de mi madre, se titulaba «Reconstrucción arqueológica de Teresa Andrés». Puede parecer exagerado al referirse a una mujer que vivió entre 1907 y 1946, que tuvo una participación activa en la vida profesional y política de su tiempo y que, al fallecer prematuramente, dejó marido, hijo, madre y hermanos. Sin embargo, algo de eso había en el intento de reconstruir la vida de una persona de la que sólo quedaban datos indirectos. Ningún detalle de cómo era, cómo se movía, cómo hablaba, cuál era el metal de su voz; todos los que la conocieron habían fallecido y sólo quedaba su hijo, que no la recordaba.

Ambos, Blanca Calvo y Ramón Salaberría, a lo largo de este tiempo, han seguido ayudándome siempre que se lo he pedido, enviándome, además, cuantas noticias tenían que pudieran servir a mi propósito y proporcionándome contactos en un mundo tan ajeno a mí como es el de las bibliotecas y los bibliotecarios.

Albano de Juan es un médico de Palencia que desde hace años investiga todo lo referente a la Guerra Civil y la posguerra, en esa provincia, dentro de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de su ciudad. Es autor de una obra sobre la represión franquista en la provincia de Palencia, Los médicos de la otra orilla, publicada en 2005, centrada en este colectivo profesional al que pertenecía el padre de Teresa; lo mismo que los anteriores, de forma generosa y desinteresada, me ha enviado toda la documentación que guardaba y que podía ayudarme para escribir este libro.

Otras personas, movidas por el sentimiento que en ellas despertaba el nombre de mi madre, se han dirigido a mí, espontáneamente, para suministrarrne información, como Jesús Coria Colinos, director del IES Jorge Manrique, de Palencia, donde Teresa hizo el bachillerato y Adolfo Margüello, vecino de Villalba de los Alcores, el pueblo donde nació Teresa.

Isabelle Marchal-Labajos, hija de una de las niñas españolas acogidas en Bélgica durante la guerra, Emilia Labajos, me envió noticias sobre el Hogar de Limelette y sobre la periodista Jurgita Smolski. Mme. Frédérique Bazard, jefe del Fichero Central de Extranjeros del Gobierno Francés, se ha tomado un interés, por encima del meramente administrativo, para proporcionarme la documentación que allí se conserva.

Dentro del mundo bibliotecario, María Jesús Morillo y Rosa María Villalón, del csic, no sólo han jugado un papel fundamental en la recuperación de la tesis doctoral de mi madre, si no que nos recibieron con suma amabilidad, a Romà Seguí y a mí, cuando las visitamos en su lugar de trabajo y nos facilitaron copias digitales de los documentos. María Luisa López-Vidriero, directora de la Biblioteca de Palacio, me facilitó su artículo sobre Matilde López Serrano.

Francesc Pérez i Moragón, de la Universitat de València, que tanto relieve tuvo en la publicación de los «Diarios» de mi padre, y Romà Seguí, archivero y bibliotecario, tuvieron la paciencia de leer una primera versión de este escrito y me hicieron las atinadísimas observaciones que he seguido para reescribirlo. El primero ha seguido ayudándome con sus consejos y remitiéndome cualquier dato que él creyera que podría serme de utilidad, y el segundo, que conocía la primera redacción de esta biografía, ha llevado a cabo una investigación minuciosa sobre los aspectos públicos y políticos de la vida de Teresa durante la Guerra Civil, lo que le ha permitido publicar, recientemente, dos artículos completos sobre ella.1 Aparte de su actuación en la recuperación de la tesis, que mencionaré más adelante.

Y cómo no, agradecer a la Asociación Española de Documentación e Información que haya creado un premio de ensayo, sobre temas bibliotecarios, con el nombre de mi madre, aunque no tenga relación directa con este libro.

Pero además, algunas casualidades felices ayudaron a sacar a la luz noticias sobre Teresa. En 2006 se inauguró en Valencia una exposición sobre Nicolau Primitiu Gómez y la Guerra Civil. El erudito y bibliófilo valenciano era medio hermano de Emilio Gómez Nadal, mi padre; por aquellos años trabajaba yo en unos diarios suyos, que se publicaron en 2008, en edición de Francesc Pérez i Moragón y mía. Mi trabajo, fundamentalmente, fue transcribir la letra de mi padre, tarea ardua salvo para quien la conociera bien, como era mi caso, y seleccionar los fragmentos que habían de publicarse. En esta exposición había una libreta manuscrita cuya letra, de difícil lectura, se había atribuido a mi padre. Pero no era de su mano. La primera página con una alusión a Teresa me hizo pensar en uno de sus hermanos, Mariano Andrés, muerto en 1938 en el frente del Ebro, después de pasarse de las filas de los sublevados a las de la República. Este hallazgo y la amabilidad de los dos comisarios de la exposición, Carme Gómez-Senent, nieta de Nicolau Primitiu, y Josep Daniel Climent, me llevaron a una colección de documentos sobre mi familia materna de un marcado valor: tres cartas relacionadas con la tesis doctoral de Teresa y un grupo de documentos pertenecientes a su hermano, Mariano Andrés, que incluye cartas recibidas de su familia hasta comienzos de 1937 y dos libretas pequeñas, una con algunos apuntes personales escritos mientras estaba en el frente de Aragón y otra, más nutrida, a modo de diario de su estancia en Valencia en los primeros meses de 1937, con un relato de lo ocurrido en Cevico de la Torre, los días que precedieron y sucedieron a la sublevación militar. Gracias a la amabilidad de ambos pude obtener la digitalización de estos documentos, para utilizarlos en este libro. Además, Josep Daniel Climent, que trabaja en la publicación de la correspondencia de Nicolau Primitiu y en la de sus diarios de la Guerra Civil, de los que ya ha aparecido el correspondiente a 1936, me facilitó una copia de las cartas que se cruzaron entre mis padres, mi abuela Pilar Zamora y Nicolau Primitiu, además de la de los diarios pendientes de publicación.

¿Cómo llegaron los documentos de Mariano y Teresa al archivo personal de Nicolau Primitiu? El 9 de marzo de 1937, Mariano desertó de las posiciones franquistas en Villanueva del Huerva. Aunque la razón que se dio para su deserción eran las desgracias que su familia había sufrido en la zona sublevada, Mariano refiere que había tomado esta resolución antes de que lo movilizaran. Tras unos días en Barcelona llegó a Valencia, donde se alojó con su hermana y su cuñado en la casa de la madre de este, Vicenta Nadal Alberola, en el número 8 de la calle de Gonzalo Julià, en el mismo edificio donde vivía Nicolau Primitiu con su familia. Durante los días que estuvo en Valencia escribió su diario. Cuando fue enviado de nuevo al frente, este, junto a sus otros papeles, se quedó en aquella casa; y allí siguieron cuando su hermana y su cuñado se trasladaron a Barcelona y desde allí al exilio, dejándose también cartas y fotografías. A la muerte de Vicenta Nadal, en junio de 1940, Nicolau Primitiu recogió lo que había en la casa de su madrastra y guardó la documentación que encontró en ella. Tras su fallecimiento se incluyó en el legado que su familia hizo, de su biblioteca y archivo, a la Biblioteca Valenciana que ahora lleva su nombre. Gracias a su cuidado, han llegado hasta nosotros.

Otro aspecto de las actividades de Teresa, mal conocido, era el destino de su tesis doctoral, que yo sabía que tenía muy avanzada cuando empezó la Guerra Civil, pero que no había llegado a leer. A comienzos de 2010, buscando referencias sobre Teresa Andrés en internet, encontré tres citas de trabajos que podían ponerse en relación con el contenido de su tesis, la rejería española, en Dialnet, el portal de la Universidad de La Rioja. En uno de Estrella Fernández publicado en 1957, en el Archivo Español de Arte, 30, 20, y titulado «Hernando de Arenas y sus rejas de la Catedral de Cuenca», la autora escribe en la página 292: «La señorita Teresa Andrés, en su trabajo sobre rejería española atribuye esta reja a Sancho Muñoz, creador de la escuela conquense», en relación con la reja de la Capilla Mayor de la Catedral de Cuenca, y en la nota 4 de la misma página se da como referencia «Teresa Andrés: Rejería Española, pág. 168». Curiosamente es un error, porque consultada la tesis de Teresa, el dato citado se encuentra en la página 163. Margarita Estella Marcos publicó en el boletín del Seminario de Arte y Arqueología de 1985 (tomo 51, pp. 305-318) su artículo «Noticias artísticas de Torrelaguna». En la página 313, en la nota 31, cita: «Andrés Teresa, El Rejero Juan Francés. AEA 1956». Esta referencia permitía suponer que un fragmento de su tesis había sido publicado, a su nombre, diez años después de su muerte en el exilio. Pero la decepción fue grande porque en Dialnet se atribuía el trabajo a una catedrática de Prehistoria de la Universidad de Zaragoza, con igual nombre y primer apellido. Sin embargo, la atribución era errónea y, de hecho, ya ha sido corregida. Los buenos oficios de Blanca Calvo permitieron deshacer el error y confirmar que, efectivamente, el trabajo era suyo. Blanca Calvo me puso en contacto con María Jesús Morillo, bibliotecaria de la Biblioteca Tomás Navarro Tomás del csic, y con Rosa María Villalón de la Unidad de Tratamiento Archivístico y Documentación del Centro de Ciencias Humanas del csic. Gracias a la amabilidad de estas personas conseguí el artículo «El Rejero Juan Francés», de Teresa Andrés, del Archivo Español de Arte, 29: 115, 1956, jul-sept., páginas 189-210. En la primera página, la nota 1 dice: «Archivo se honra en publicar este trabajo, parte de la tesis doctoral realizada hace años bajo la dirección de D. Manuel Gómez-Moreno». Y como culminación de esta serie de hallazgos felices, el más feliz de todos. A Romà Seguí le llegaron noticias de que se conservaba la documentación de la tesis en los archivos del que fue Centro de Estudios Históricos, custodiados en el csic, noticia que nos confirmó Rosa María Villalón. Merced a la bondad del personal del csic, al que quiero expresar aquí, de nuevo, mi gratitud, en junio de 2010 pudimos consultar los documentos referidos. A ellos había que añadir la correspondencia cruzada entre Teresa y Ricardo de Orueta, a la sazón director general de Bellas Artes, y un recibo del Instituto Diego Velázquez del csic (del que Gómez-Moreno había sido director honorario hasta 1950), a nombre de Teresa Andrés, por 620,40 pesetas, en concepto de cesión de los derechos de propiedad intelectual del artículo que «no se liquida. Fallecida esta señora hace varios años».

A todo lo anterior es preciso añadir que, en la tarea de publicar los diarios de mi padre, yo había revisado las colecciones de revistas publicadas por los exiliados en París, en las que mis padres habían colaborado y que mi padre me dio para que las guardara, libros publicados sobre el exilio español tras la guerra y la grabación de la entrevista que Pérez Moragón y Aznar Soler hicieron a mi padre, y que el primero me facilitó amablemente, en la que recordaba su vida. Esta grabación apareció luego, completa, junto a los diarios.

Me pareció que había materiales suficientes para establecer un retrato de Teresa Andrés, al menos en su camino profesional y político, aunque siempre incompleto, porque si el «quién» fue quedaba bastante explícito, el «cómo» fue solo podía deducirse.

Y paralelamente surgió otro relato: la historia pequeña, personal, de una familia de profesionales de clase media, «de pueblo», sus ilusiones, sus adversidades, su esfuerzo para mantener unas ideas «ilustradas», que recuerdan tanto a las de la Institución Libre de Enseñanza, aunque no hubieran tenido contacto directo con ella, en un pequeño pueblo castellano, Cevico de la Torre, de la provincia de Palencia, donde vivían 1.856 habitantes en 1930,2 y su brutal destrucción por los sublevados de 1936.

No es un hijo quien debe hacer un juicio de valor sobre su madre; este surgirá del conocimiento de sus actitudes y sus hechos. Pero si quisiera señalar aquí a dos figuras secundarias en esta historia, por su valor ejemplar: Mariano Andrés, el hermano de Teresa, que tenía entonces 23 años y que era un joven idealista, culto, sin miedo, que sólo pensaba en construir una España mejor y más justa; y su madre, Pilar Zamora, mujer de una enorme calidad humana, que se enfrentó a la muerte de los suyos, a la persecución personal y a la inseguridad económica en el último tramo de una vida, cuando podía esperar ya recoger el fruto de los esfuerzos hechos por ella y su marido y tuvo, sin una queja, que sacar adelante lo que quedaba de su familia: una madre anciana, una hija enferma, un hijo aún sin profesión, otro en la cárcel y, por si era poco, los dos hijos de Teresa, que, uno después de otro, esta le envió desde el exilio. Esta heroicidad silenciosa, modesta, cotidiana, que ella basaba en la necesidad de cumplir con su deber, esta aceptación resignada y valerosa de lo que la suerte le había deparado, me ha producido siempre una admiración inexpresable, la admiración por lo excepcional.

¿Qué hubiera sido de España, de nosotros, los que llegamos después, si figuras de esta calidad humana no hubieran sido destruidas o anuladas por una sublevación inicua, que sólo pretendía anclar a España en lo peor de su pasado?

Creo que este puede ser el mérito de este libro, si tiene alguno: el testimonio de los sufrimientos de unas personas corrientes, que no pretendieron ser héroes, sólo vivir con decencia y trabajar para mejorar la sociedad de su tiempo, lo que pagaron con el dolor y la muerte.

Notes

1 1. Seguí i Francès Romà: Teresa Andrés Zamora (1907-1946): el compromiso social y político como arma de cultura. MEI, II época, vol. 1, 2010, pp. 35-58.2. Seguí i Francès Romà: Teresa Andrés y la organización Cultura Popular: una propuesta de coordinación bibliotecaria (1936-1938),MEI, II época, vol. 2, n.° 3, 2011, pp. 127-154.En las citas los mencionaré como R. Seguí, obra citada, 1., y R. Seguí, obra citada, 2.

2 Pablo García Colmenares: Víctimas de la guerra civil en la provincia de Palencia (1936-1945), ARMH y Ministerio de la Presidencia, Palencia, 2011, p. 418.

PARTE I: BIOGRAFÍA

PRIMEROS AÑOS Y PERIODO DE FORMACIÓN (1907-1935)

Según su partida de nacimiento, Teresa Andrés Zamora nació a las siete de la mañana del 27 de febrero de 1907, en la calle Procesión, de Villalba de los Alcores,1 provincia de Valladolid. Sus padres fueron Diógenes Andrés Rueda, nacido en Santovenia de Pisuerga en 1878 y asesinado el 2 de septiembre de 1936 en Villamuriel de Cerrato, médico titular del pueblo, y Pilar Zamora García, nacida en Renedo de Esgueva en 1881 y muerta en Madrid en 1967, maestra. De su madre se dice, en la partida de nacimiento, que «se dedicaba a las ocupaciones propias de su sexo», lo que no era cierto, porque, como se verá más adelante, ejercía de maestra en Villablino de los Aires, en la provincia de Salamanca. Son testigos de la partida de nacimiento Juan Muerentes y Mariano de Vega, labradores y vecinos de la villa.2 Fue bautizada el 10 del mes siguiente, en la iglesia de Santiago Apóstol de la misma localidad, siendo padrinos Lorenzo Sinova, de Piña de Esgueva y Victorina Zamora –tía de la madre–, de Cevico de la Torre, y como testigos, Valentín Álvarez y Bibiano del Campo, ambos vecinos de Villalba.3

Diógenes Andrés Rueda era hijo de Dionisio Andrés Villar, «labrador propietario», natural y vecino de Santovenia de Pisuerga, domiciliado en el número 5 de la calle «negra». Este, a su vez, era hijo de Ildefonso Andrés Masa y nieto de Agustina Masa Álvarez. Estaba casado con Manuela Rueda Cañas, natural de Renedo. Un hermano de Dionisio, Pedro Andrés Villar, vivía, pared por medio, en su misma calle. Dionisio Andrés falleció sin testar a los 49 años el 24 de octubre de 1888. Dejaba los hijos siguientes: Miguel, mayor de edad y casado, Agliberta, Erundina, Diógenes y Troadio Arístides, que en 1891 tenían 30, 18, 15, 13 y 8 años, respectivamente. A su muerte deja como bienes la mencionada casa, que tiene lagar, corral, pajar, etc., y una serie de tierras en el término de Santovenia, valorado todo en 25.349,25 pesetas.4

En una copia de su testamento, fechada en Valladolid el 6 de mayo de 1929, se menciona que Diógenes Andrés es natural de Santovenia de Pisuerga e hijo de Dionisio y Manuela. Son sus hijos Teresa, Troadio, Dionisio, Isabel, Mariano y Victoriano, «todos menores de edad». Nombra albacea a Eustasio García Quinta, «su convecino», y no hace mención de los bienes que posee, aunque refiere custodiar un premio de seis mil pesetas que ha ganado a la lotería su hijo Troadio, para entregárselo cuando sea mayor de edad.5

En 1946, su viuda Pilar Zamora García hizo una declaración de los bienes pertenecientes a su marido, con objeto de pagar los derechos reales, y en ella enumera una serie de tierras en el término de Santovenia, con una valoración estimada de 13.500 pesetas.6

La vida profesional de los padres de Teresa Andrés, antes de la Guerra Civil, se desarrolló primordialmente en Cevico de la Torre, en la provincia de Palencia. Antes, Diógenes, que había terminado la carrera de Medicina en junio de 1901, inició su ejercicio profesional en el pueblo de San Pelayo, probablemente el de este nombre situado en los Montes Torozos, en la provincia de Valladolid. En 1903 quedó vacante la plaza de médico cirujano de Villalba de los Alcores y la solicitó. La obtuvo por unanimidad, entre ocho postulantes, en enero de 1904. Durante estos años, en los que Diógenes estuvo en Villalba, se creó, en concreto en 1906, la Sociedad de Socorros Mutuos de San Roque para la atención de los enfermos menesterosos. Como el nombramiento era por cuatro años, en 1908 solicitó la renovación, pero antes de que el Ayuntamiento resolviese renunció a esta para trasladarse a Cevico de la Torre, adonde se mudaron a renglón seguido, porque su segundo hijo, Troadio, ya nació en Cevico en 1908. En la ficha de colegiado del Colegio Oficial de Médicos de la provincia de Palencia, sin fecha (probablemente fue 1926), se indica que ingresó en el mencionado colegio el 20 de diciembre de 1912 y que llevaba ejerciendo 23 años, siendo titular médico e inspector municipal de Sanidad en Cevico de la Torre, desde el 1 de julio de 1915, con domicilio en la calle de San Pedro Monedero.7

En la copia del testamento de Pilar Zamora García, fechado en Toro el 19 de enero de 1954,8 afirma tener 72 años y ser natural de Renedo de Esgueva. Sus padres fueron Claudio Zamora Trejo y María Antonia García Rojo, el primero natural de Cevico de la Torre y la segunda de Valladolid, ambos residentes en Renedo de Esgueva. Posteriormente nació su único hermano, Julio Andrés Zamora. Claudio Zamora era empleado de la familia Power en Renedo, en la finca y fábrica de harina que allí tenían. Pilar obtuvo, en 1899, el título de maestra superior con el título de sobresaliente. Su primer destino fue la escuela de párvulos de Gumiel de Izán (Burgos), desde 1900 a 1906. De allí pasó a la escuela de párvulos de Villablino de los Aires (Salamanca), desde 1906 a 1908. En este año obtuvo la titularidad de la escuela de párvulos de Cevico de la Torre (Palencia), donde permaneció hasta la Guerra Civil.9

Es verosímil que el motivo de la renuncia de Diógenes a su plaza en Villalba, aunque, a pesar de lo que expone en su escrito, no parece que tuviese la titularidad en Cevico, fuese el haber obtenido Pilar Zamora una escuela en este pueblo, de donde procedía su padre y donde tenía familiares y algunas posesiones, con el fin de que el matrimonio pudiera reunirse.

Teresa Andrés fue la mayor de seis hermanos. La seguían Troadio (1908), perito industrial, que durante la Guerra Civil fue teniente en el Estado Mayor del general Miaja, sufrió prisión en Ocaña tras la guerra y murió en Madrid en 1998; Dionisio (1910), médico, asesinado junto a su padre en 1936; Isabel (1911), maestra nacional, murió en Toro (Zamora) probablemente en 1952; Mariano (1913), abogado, soldado en el ejército de la República y muerto en el Frente del Ebro en 1938, y Victoriano (1916), farmacéutico, que murió en Madrid en 2001. Todos, salvo Teresa, nacieron en Cevico de la Torre, en el primer domicilio de la familia, en la calle de las Damas. De allí se trasladaron a la calle de San Pedro Monedero, y posteriormente a la plaza de la Olma, donde vivían cuando se produjo la sublevación militar de 1936. Esta casa es, ahora, un solar.10

Recibió la primera enseñanza y la preparación para ingresar en el instituto en la escuela de su madre, en Cevico de la Torre, y estudió el bachillerato en el Instituto de Palencia, donde se trasladó con su abuela materna, alquilando allí un piso. Obtuvo sobresaliente y el premio extraordinario en la reválida de grado, en la Sección de Letras, con un trabajo con el tema «Horacio y Fray Luis de León. Estudio comparativo».11 En agosto de 1927, concluida la licenciatura, solicitó una plaza de auxiliar o ayudante en la Sección de Letras de ese mismo instituto, que le fue concedida pero que no llegó a desempeñar, pese a haber tomado posesión del cargo en octubre de ese mismo año.12

Estudió en Valladolid de 1923 a 1927 la Licenciatura en Filosofía y Letras, Sección Historia, en la que obtuvo sobresaliente y el premio extraordinario de la licenciatura. En los dos cursos siguientes (de 1928 a 1930) se examinó de las asignaturas del doctorado en Madrid,13 donde coincidió con el que después sería su marido, Emilio Gómez Nadal, desplazado desde Valencia con el mismo objeto, completar las cuatro asignaturas durante el curso 1928-1929.14 Al mismo tiempo que estudiaba la licenciatura en Valladolid, en la Escuela de Magisterio de Palencia, como alumna «no oficial», completaba las asignaturas necesarias para obtener el título de Magisterio.15

Un documento curioso de esta etapa de la vida de Teresa Andrés es una página de la publicación «Los Previsores del Porvenir», de la mutualidad del mismo nombre, que sería el germen del que nacería el Banco Popular. Parece presumible que fue en un acto público de la mutualidad, celebrado en Cevico, donde Teresa leyó el extenso texto titulado «A la bandera», que firma en Cevico de la Torre, el 24 de junio de 1925; está ilustrado con una fotografía suya, ataviada con mantilla, y al pie de la fotografía se lee: «Srta. Teresita Andrés, que pronunció el discurso inserto en esta plana».

Al acabar la licenciatura se trasladó a Madrid para hacer el doctorado, se instaló en la Residencia de Señoritas, donde vivió entre los años 1928 y 1932,16 alojándose en el pabellón de Fortuny número 53, domicilio madrileño que figura en su ficha de la Universidad de Madrid y en los documentos previos a su viaje a Alemania. A la vuelta de este país, se trasladó al número 7 de calle de Espronceda, con su hermano Mariano, que estaba en Madrid estudiando Derecho y Magisterio.

La residencia había sido creada en 1915 por María de Maeztu. Su objeto, según Isabel Pérez-Villanueva,17 era, siguiendo las directrices de la Institución Libre de Enseñanza y la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, combinar la tradición y la innovación, facilitando la existencia de mujeres intelectuales y, al mismo tiempo, refinar, no sólo en el terreno cultural e intelectual, a mujeres procedentes de ciertos sectores de las clases medias. En opinión de la autora, esta línea contribuyó, muy notablemente, a configurar un tipo de mujer original, de cuyo valor no parece posible dudar.

Durante su existencia colaboró con otras instituciones españolas, como el Comité de Cooperación Intelectual de Madrid, el Lyceum Club Femenino, el Comité Hispano-Eslavo, la FUE y el Instituto de Filosofía Sanz del Río, y algunas extranjeras, como el Instituto Internacional.

El régimen interior de la residencia era muy severo y controlado, en todos los aspectos, por María de Maeztu y sus colaboradoras más directas. El tiempo se repartía entre las clases, las horas de estudio y actividades como conferencias, lecturas y recitales en los que la asistencia era, habitualmente, obligatoria. Se trataba de evitar que hubiera momentos de inactividad, para que las residentes no perdieran el tiempo. También había un control estricto sobre las horas de entrada y salida.