Territorio vikingo - Manuel Velasco Laguna - E-Book

Territorio vikingo E-Book

Manuel Velasco Laguna

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Beschreibung

"El viajero intrépido, el libro de Manuel Velasco titulado Territorio vikingo. Se trata de un recorrido por el pasado y el presente de los lugares más importantes relacionados con los vikingos."(Blog El cuaderno del feroés) "Primera gran guía de la historia y la cultura vikinga en el norte de Europa. Puede usarse como guía de viajes para cualquier persona que visite Escandinavia y quiera hacer una ruta vikinga. El autor es un reconocido experto en el mundo vikingo."(Blog Violant Bcn) "Quizás ahora el crucero haya sustituido al drakkar como forma de recorrer estos parajes, sin embargo, este libro te ayudará a descubrir, de la mano de su autor, este pueblo cuajado de leyendas y aventuras, su atractiva historia, sus curiosas costumbres, sus increibles viajes en sus característicos barcos."(Blog ¡¡Ábrete libro!!) "Territorio vikingo es, sin lugar a dudas, una lectura de interés tanto para aquellos que estén dando sus primeros pasitos en el mundo vikingo, como para los aficionados más avanzados en conocimientos sobre este tema ya que no es fácil encontrar gente que haya recorrido todos estos lugares y pueda ofrecer un testimonio de primera mano."(Foro Islandia, tierra de sagas, fuego y hielo ) "En una visita a un museo en Suecia, Manuel Velasco tuvo un flechazo repentino por la cultura vikinga de la que se ha hecho un gran experto. Ha persistido en viajar por el norte de Europa y documentarse al respecto hasta convertirse en un autor referente en lengua española sobre estos temas."(Blog El blog de Roge) Un recorrido hermoso y poderoso por las tierras que poblaron los vikingos y por las tierras a las que llegaron en sus temibles drakkars. Manuel Velasco es un viajero empedernido y un experto en la cultura vikinga, ambas circunstancias concurren en este libro que nos ofrece un viaje por las tierras de los hombres del norte.

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Territorio vikingo

Territorio vikingo

MANUEL VELASCO

Colección: Viajero intrépidowww.viajerointrepido.comwww.nowtilus.com

Título: Territorio vikingoAutor: © Manuel VelascoResponsable editorial: Isabel López-Ayllón Martínez

Copyright de la presente edición: © 2012 Ediciones Nowtilus, S.L. Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madridwww.nowtilus.com

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

ISBN: 978-84-9967-362-2Fecha de edición: junio 2012

Este libro está dedicado especialmente a quienes facilitaron los medios para hacer posibles los viajes, a las revistas que publicaron mis primeros reportajes y a todos aquellos lectores que me han seguido a través de los años.

El forastero en la puerta (1908) de W. G. Collingwood, con uno de los versos del Hávamál sobre los viajeros.

Introducción

I. Escandinavia

Suecia

Gotland, la isla de los godos

Estocolmo

Birka, el primer gran centro comercial

Uppsala

Sigtuna, la ciudad más antigua de Suecia

La piedra de sigurd

Foteviken, un poblado para neovikingos

Öland

Dinamarca

Lindholm høje, el cementerio de los mil años

Fyrkat

Århus y Moesgård

Jelling, el nacimiento de una nación

Legoland

Ribe, la ciudad más antigua de Dinamarca

Copenhague

Bornholm

Noruega

Oslo y los museos de barcos

Hurtigruten, el expreso de la costa

Bergen

Islandia

En torno a la bahía humeante

Entre el fuego y el hielo

Tierra de sagas

Hafnarfjordur, la ciudad de los elfos

Hólmavik, la ciudad de los brujos

Snaefellness, la montaña mágica

II. Las islas británicas

Dublín

York, la capital del Danelag

Tres momentos importantes del Danelag

Edimburgo

El ajedrez de Lewis

Un paseo por la Royal Mile

Los vikingos cambiaron la historia escocesa

III. Normandía

Otros libros del autor

Introducción

Este libro es un recorrido por los más importantes lugares donde estuvieron los vikingos y en los que aún queda su huella en forma de festivales, museos o restos arqueológicos. Si bien, el leitmotiv del viaje son los vikingos, el autor también se acercará a los lugares qen los que haya algo interesante que ver del pasado o del presente.

Aunque por cuestiones de estilo parezca un viaje lineal, en realidad se agrupa aquí el resultado de una docena de viajes, con algunos textos ya publicados en revistas de historia, en la antigua web El Drakkar o en los actuales blogsTerritorio vikingo yEl camino del norte, (algunos de ellos pirateados sin compasión y normalmente sin citar la fuente). Ahora, ese material ha encontrado lugar en este libro para completarse o actualizarse y tomar una nueva vida junto a otros textos inéditos, fruto de viajes más recientes.

Pero antes de emprender el viaje por el mundo de los vikingos, hagamos una introducción para situar el marco histórico y su forma de vida a través de las preguntas que el autor ha tenido que responder más a menudo (para profundizar más sobre la historia de este pueblo, podéis consultar Breve historia de los vikingos, que publiqué con esta misma editorial hace unos años y del que recientemente se ha hecho una edición especial con muchos más contenidos.

¿Llevaban los vikingos cuernos en los cascos?

Rotundamente, no. Este es uno de los mayores malentendidos acerca de los vikingos. Los hallazgos arqueológicos han demostrado que la típica imagen del vikingo tocado con un casco cornudo es absolutamente falsa (tanto como la creencia de que todos eran altos, rubios y con ojos azules, o que bebían en cráneos humanos o que todos los nórdicos eran vikingos).

¿De dónde procedían?

Básicamente de las regiones costeras de lo que actualmente llamamos Escandinavia, siendo una mezcla de proto-escandinavos originarios, presentes desde la Edad del Bronce, más los resultados de algunas migraciones mezcladas a su vez con ramas célticas y sobre todo germánicas, desarrollando una cultura diferenciada a lo largo de siglos. Más tarde colonizarían o se asentarían en otros territorios, como las islas del Atlántico Norte (Feroe, Shetlands, Orcadas, Hébridas, Islandia y Groenlandia), o en una parte considerable del Reino Unido e Irlanda. O el territorio francés, al que dieron el nombre de Normandía. O la actual Rusia, que empezó con el Kievan Rus vikingo.

¿Por qué se les llama vikingos?

Este es un nombre genérico bastante incorrecto, ya que el término viking era usado para denominar a una expedición de saqueo («ir de viking» o «ir a un viking»). Sería más adecuado llamarles simplemente nórdicos, pero vikingos es el término que se ha usado tradicionalmente y es el más conocido por la gente.

¿En qué época vivieron?

La llamada era vikinga comienza históricamente el día 8 de junio del 793, con el asalto al monasterio inglés de Lindisfarne. Eso no quiere decir que antes no hubiese vikingos e incluso otros asaltos; de hecho, unos años antes ya, ocurrió un incidente cuando llegó un barco de noruegos, seguramente a comerciar, y mataron a un recaudador que pretendió cobrarles impuestos. Pero lo de Lindisfarne fue escrito por los monjes, difundiéndose rápidamente por toda la cristiandad, donde se repitió una y otra vez aquello de «a furare normannorum libera nos, Domine» (‘de la furia de los hombres del norte, líbranos, Señor’). El fin de aquella era vikinga es más impreciso, aunque suele fecharse alrededor del año 1066, en la batalla de Stamford Bridge, también en territorio inglés y no demasiado lejos de Lindisfarne.

¿A qué se dedicaban cuando no ejercían de vikingos?

Las expediciones de vikingos solían realizarse durante el verano, cuando los mares del norte estaban transitables, entre las temporadas de siembra y de recolección (de la misma forma que lo hicieron otros pueblos de la misma área, como sajones o wendos). El resto del tiempo, los nórdicos cuidaban sus granjas. También fueron grandes artesanos y comerciantes que llegaron hasta tierras muy lejanas para intercambiar sus productos, en viajes que podían llegar a durar años.

¿Qué papel jugaba la mujer vikinga en una sociedad tan aparentemente cargada de testosterona?

La mujer vikinga gozaba de unos derechos inimaginables en otros lugares de la misma época. Tenía derecho a poseer tierras o cualquier otro tipo de riquezas, con las que podía hacer lo que quisiera sin tener que contar con el consentimiento del marido. Mantenían su apellido al casarse y tenía derecho a pedir el divorcio. La esposa del dueño de una granja era la encargada de todo, cuando este se ausentaba por un viaje de negocios o de saqueo. En cualquier otro lugar europeo de aquellos tiempos, esa responsabilidad hubiera recaído sobre algún hombre de confianza del esposo, que se iría con la llave del cinturón de castidad que le dejase puesto a su mujer. También hubo nórdicas que eligieron el camino de las armas. Todas aquellas prerrogativas, que hoy llamaríamos feministas, se fueron perdiendo paulatinamente con la llegada del cristianismo y la implantación de un nuevo modelo social que seguía los cánones de la Europa feudal. Tendrían que pasar unos mil años para que sus descendientes escandinavas los recuperasen.

¿Cómo era su alimentación?

El clima y el terreno nórdico no permitía grandes ni muy variadas cosechas. En la corta temporada veraniega conseguían algunos cereales (cebada, trigo, avena y centeno) con los que hacer harina. De los huertos sacaban cebollas, ajos, calabazas, judías o guisantes. De los bosques recogían hierbas de uso gastronómico, setas, bayas o ciertas raíces comestibles. En los establos (o pastando en las montañas, durante el verano) tenían vacas, cabras y ovejas. En los bosques cazaban jabalíes, ciervos, alces e incluso osos. De ríos, lagos y mares, siempre cercanos, conseguían todo tipo de peces y mamíferos marinos.

¿Qué bebían?

Tenían tres bebidas básicas y cada una de dos tipos. La cerveza era, con mucho, la más consumida, habiendo una muy ligera, de uso cotidiano, y otra aderezada con especias, para ocasiones especiales. El hidromiel podía ser suave y dulce, o de mayor gradación. Tomaban la leche fresca o agria. También, quien se lo pudiera permitir, compraba vino llevado por los mercaderes desde Francia o Germania. Bebían en cuernos, a veces con dibujos o imágenes bellamente talladas, y brindaban con un ¡skal! (‘craneo’), siendo este término tal vez una tradición de tiempos muy antiguos, cuando realmente sus ancestros bebían en los cráneos de sus enemigos.

¿Qué tipo de leyes tenían?

Los nórdicos se reunían en Asambleas o Things regionales (en Islandia también tuvieron una nacional), donde se impartía justicia en aquellos casos en los que las partes no se hubieran puesto de acuerdo por su cuenta. Las leyes estaban redactadas en verso, para que fuesen más fáciles de recordar. No existía la pena de muerte, siendo el mayor castigo el destierro.

¿Qué tenían de especial sus barcos?

Los barcos vikingos fueron la gran obra de ingeniería de su tiempo. Básicamente había dos tipos: Los barcos largos (langskip, aunque popularmente se les suele llamar drakkars) y los barcos de carga (knar). Con ellos cruzaron el océano Atlántico y llegaron al Mediterráneo. Especialmente los de guerra eran muy ligeros y maniobrables, y, por su poco calado, podían navegar por casi todo tipo de aguas, tanto marinas como fluviales.

¿Qué productos intercambiaban con los otros pueblos?

Ellos apreciaban especialmente paño frisón, seda china, joyas y monedas de oro y plata, vino, sal y especias. A cambio, entregaban pieles nórdicas de zorro, armiño, oso, lobo o lince, brea para calafatear barcos, hierro en bruto para fabricar armas y herramientas, sin olvidar a los esclavos, a quienes se trató como objetos de venta en todos los mercados de la época.

¿Sólo hacían trueque o también usaban monedas?

Los vikingos no tuvieron moneda propia antes del año 975. Preferían las inglesas y, sobre todo, las árabes, pero no por el valor monetario que tuviesen en sus lugares de origen, sino por su peso en plata, de ahí que se hayan encontrado muchas de ellas partidas o que en ocasiones fuesen fundidas para hacer joyas.

¿Es cierto que fueron los artífices del Imperio ruso?

Sí. Al ver la capacidad organizativa de los vikingos, los pueblos eslavos que vivían en aquellas regiones les pidieron que les gobernasen. Así, fundaron las ciudades de Novgorod y Kiev, que, al unificarse, formarían el Kievan Rus (rus era el nombre que le dieron los eslavos), que sería el fundamento del Imperio ruso.

¿Estuvieron en España?

Hubo varias expediciones que llegaron hasta las costas de los reinos cristianos del norte de la Península y de al-Ándalus, llegando a sitiar y saquear ciudades muy importantes. Hubo una que cruzó el estrecho de Gibraltar, con lo cual algunas ciudades mediterráneas igualmente conocieron el terror vikingo. También existe una leyenda en Cantabria acerca de unos vikingos que llegaron con la idea de construir un puerto que sirviese de base para los barcos en sus viajes por el Mediterráneo, pero acabaron mezclándose con los nativos, olvidándose del puerto y dejando cierta genealogía de cántabros que se consideran descendientes de vikingos.

¿Cuáles son tus favoritos de los lugares vikingos que has visitado?

No es fácil responder de manera escueta pero, haciendo un gran resumen, me impresionaron especialmente algunas «primeras veces»: el museo de Gotland, donde toqué las primeras piedras rúnicas; el mercado de Ribe, mi primer festival vikingo; un recorrido acuático por el Osterfjord, mi primer fiordo noruego; Reykjávik, donde vi por primera vez los manuscritos de las sagas. Entre los lugares no vikingos mencionados en este libro, destacaría especialmente cuatro: Skansen, el parque de Estocolmo dedicado a la Suecia previa a la Revolución Industrial; la factoría Carlsberg de Copenhague; Bryggen, el barrio hanseático de Bergen y la subida al glaciar Snaefellness, en Islandia.

IESCANDINAVIA

Sello de correos islandés que muestra el mapa del norte de Europa dibujado por el cartógrafo Ortelius en 1570.

La palabra Escandinavia, con la forma Scatinavia, aparece escrita por primera vez en la Naturalis Historiae, de Plinio el Viejo, que la cita como una isla al norte.

SUECIA

Aunque en este país confluyeron los pueblos gauta y svia, prevalecieron los últimos, que le dieron el nombre genérico de Svitjod. Con el tiempo, el nombre derivó en svear y el país en Svearike, de donde tenemos Sverige, que es su nombre actual en idioma sueco.

GOTLAND, LA ISLA DE LOS GODOS

Mi primera incursión en territorio vikingo se produjo en Suecia y concretamente en la mayor de sus islas: Gotland. Llegué una mañana de mayo, en un ferri procedente de Estocolmo, para completar un reportaje sobre las islas bálticas que más tarde publicaría en la revista GeoMundo. Eran tiempos pre-internet y no sabía muy bien qué podría encontrar allí, a excepción de elementos muy diferenciados respecto a los suecos continentales, tal como había encontrado el año anterior en las otras islas de aquel mar nórdico. Pero ese viaje tuvo mayor trascendencia de la esperada gracias a un elemento histórico al que hasta entonces no había dado demasiada importancia.

Memorable para mí fue el día en que entré en el Gotlands Fornsal. Fue en este museo de historia de la isla donde comenzó mi afición por los vikingos de una manera que aún me resulta difícil de explicar. Cuando su director, el arqueólogo Dan Carlsson, me explicó que Gotland es el nombre moderno de la antigua Gotia, tierra de godos, le conté que en España también hubo godos. ¿Se trataba del mismo pueblo? ¿Estamos lejanamente emparentados españoles y gotlandeses? No sería de extrañar, ya que aquel pueblo se esparció por media Europa; uno hacia el este (ostrogodos) y otros hacia el oeste (visigodos), de forma parecida a como estaban distribuidos en las regiones suecas que habitaron: Ostrogotia y Vestragotia (aunque algunos historiadores apuntan a que los prefijos visi y ostro realmente significaban nobleza y lustre, respectivamente). En cualquier caso, el origen gotlandés de los godos ya fue expuesto por el historiador Jordanes, allá en el siglo VI en su De origine actibusque Getarum (Origen y gestas de los godos).

Otro instante de fascinación fue ver el mapa con las rutas comerciales de los vikingos: desde Groenlandia y el resto del Atlántico Norte, hasta Bizancio y Bagdad, pasando por el Báltico y varios ríos rusos. ¿Cómo se puede haber considerado bárbaro a un pueblo capaz de crear y mantener tal ruta internacional por donde circulaban todo tipo de productos? Posteriormente, siempre he defendido la imagen del vikingo constructivo por encima del pirata (que, por supuesto no negaré), y mi seguridad de que aquellos mares y ríos fueron surcados, más por barcos mercantes que por los famosos barcos de guerra con cabeza de dragón.

Nueva sorpresa en la sala de piedras rúnicas del museo, aunque en Gotland se quejan de que el gobierno central «les ha robado» las mejores, que están en el Museo de Estocolmo. Las originarias de esta isla tienen la peculiaridad de ser totalmente gráficas (con muy pocas excepciones), sin el complemento de la escritura, como es habitual entre las piedras de otros lugares.

Ormkvinna, una mujer con dos serpientes en las manos bajo un triskel serpentiforme. Esta es una de las piedras rúnicas de Gotland de más difícil interpretación.

Los símbolos más recurrentes son las espirales, los discos giratorios, el lindorm (serpiente o dragón enroscados). También hay imágenes que muestran escenas más reconocibles, como el barco cargado de vikingos o la valkiriaofreciendo el cuerno de hidromiel al guerrero. Finalmente, la inclusión de cruces cristianas integradas como un ornamento más. Seguramente toda esta imaginería también se encontraba en su tiempo en madera, cuero, telas, adornando casas, escudos o mobiliario, pero sólo la piedra ha permanecido.

Algunas imágenes dan la impresión de ser un antiguo cómic que cuenta una historia en varias viñetas, pero eso no ayuda demasiado a su interpretación, ya que se han perdido las claves iconográficas que en su tiempo todos debían comprender. En la mayoría es fácil adivinar que, al igual que las de otros lugares, conmemoran a familiares fallecidos en lejanas latitudes, y no sería arriesgado afirmar que gran parte de ellos cayeron en la Ruta del Este, de la que los gotlandeses fueron uno de los pueblos pioneros. Pero otras, como la que aparece en la silueta de una ormkvinna, mujer con serpientes en sus manos, lleva a pensar en complejas creencias de ultratumba o de su concepción espiritual de la existencia.

Una de las piedras del Museo de Historia, procedente de Hablingbo, con un símbolo usado posteriormente en heráldica con los nombres de «Nudo de Bowen», «Cruz de Tristán» o «Nudo de Salomón» (y también en la tecla «comando» de los ordenadores Apple). Este icono es frecuente verlo en los países nórdicos, ya que sirve para identificar, en los mapas y en las señales de tráfico, los lugares de interés cultural.

Esta isla conoció tiempos de gran prosperidad, prueba de ello son los tesoros que todas las primaveras salen a la luz bajo el arado en cualquier campo, hasta el punto de ser calificada en un documental alemán como «la auténtica isla del tesoro». Muchos vikingos enterraron sus riquezas para protegerlas de posibles ladrones. A muchos de ellos la muerte les sobrevino sin que hubiesen comunicado el lugar a nadie, convirtiendo la isla, como dicen algunos arqueólogos, en un grandioso cofre. Según me contó el director del museo, hace años los campesinos se callaban, pues el comunicarlo a las autoridades suponía paralizar las labores del campo a cambio de casi nada, pero ahora el gobierno les paga muy bien por sus descubrimientos.

Finalmente, entre las paredes de ese museo me enteré de que en un pueblo de Galicia, llamado Catoira, se celebraba un festival vikingo; pronto lo conocería y sería un paso fundamental para escribir mi primera novela, La Saga de Yago y, años más tarde, la obra de teatro El anillo de Balder.

Visby fue uno de los enclaves comerciales más antiguos de los vikingos, que tomó el relevo tras la decadencia de Birka. De aquí salieron los pioneros que abrieron la Ruta del Este, remontando los ríos rusos para llegar hasta Miklagard (Constantinopla). Con el tiempo, sería la Liga Hanseática quien tuviese en esta ciudad uno de sus principales puertos, renovándola con su inconfundible estilo arquitectónico.

El paseo por Visby comienza en Almedalen (el Valle de los Olmos), al lado del puerto. Como ocurre con otras islas del Báltico, la tierra crece un poco cada año, y justo en este lugar, donde ahora hay unos bonitos jardines con un estanque artificial en el centro, estuvo el primer puerto. Detrás, la muralla de piedra caliza, apenas retocada después de los siglos, por la que sobresalen los rojos tejados y las oscuras torres de la catedral de Santa María. Fue levantada por la Liga Hanseática, sustituyendo la empalizada portuaria de los vikingos, cuando estableció en Visby una de sus más importantes sedes, haciéndolo tanto para defender la ciudad de los piratas como de los propios campesinos de la isla; y es que éstos no aceptaron muy bien a los comerciantes alemanes, por lo cual tuvieron que rodear la ciudad completamente, siendo actualmente la muralla medieval más grande que se conserva en Europa, con sus tres kilómetros y medio de perímetro.

El paseo continúa por las calles de la zona baja, jalonadas por antiguos edificios que parecen envueltos en una atmósfera antigua que me hace caminar más pausado; por momentos, tengo la sensación de haber sido transportado dentro de una leyenda medieval, sobre todo cuando atravieso Strandgatan, que siempre fue la calle principal de la ciudad. De ella sale otra muy pequeña, pero que es la más fotografiada de Visby cuando florecen miles de rosas que adornan las fachadas de sus casitas. Algunos de los viejos edificios han sido restaurados y reconvertidos, como el propio Museo Gotland Fornsal, que fue una destilería, o la oficina de correos, sede de una asociación mercantil; o la casa de Burmeister, un rico mercader de Lübeck, que ahora aloja una tienda de artesanía.

Al día siguiente salgo de la ciudad en dirección a Tofta, al sur de Visby, donde está la playa más visitada por los turistas suecos, que aquí tienen su particular Mediterráneo. Como no tengo el más mínimo interés por una playa sueca fuera de temporada, me voy derecho al cercano poblado vikingo, Vikingabyn. Tras pasar por debajo de la torre de vigilancia, que hace las veces de puerta, destaca especialmente la casa de madera con el techo a dos aguas y los típicos adornos de cabeza de dragón sobresaliendo del vértice. En el interior se celebran banquetes vikingos durante el verano, e incluso se puede alquilar para fiestas privadas. Fuera, es posible hacerse una pieza de pan desde el principio (es decir, moliendo los cereales), intentar vencer a un vikingo profesional con una espada de madera o probar suerte con arco y flechas. E incluso tratar de emular a otro vikingo, capaz de levantar en el aire un tronco, sujetándolo desde un extremo, lo que me recordó una de las pruebas escocesas de los gathering games. En principio, no me pareció gran cosa este lugar, pero… estábamos fuera de temporada.

Este tipo de tumbas con silueta de barco recibe en Suecia el nombre de skeppssättning. Esta es la de Gnisvärd, al sur de Visby.

Y, de regreso a Visby, me desvío del camino para ver una de las skeppssättning (tumba con piedras formando el perfil de un barco) que hay en la isla. Esta, la de Gnisvärd, es una réplica hecha por el dueño de ese terreno con las más viejas piedras que encontró en su granja. El perímetro mide cuarenta y siete metros de largo por siete de ancho. Bien es cierto que no es una tumba vikinga genuina, pero, teniendo en cuenta el deterioro de las auténticas, está muy bien para poder ver una skeppssättning con la silueta completa.

A la mañana siguiente, la directora de la oficina de turismo me lleva en su coche hacia el norte para ver la pequeña isla de Farö. Allí se encuentran los raukar, extrañas y espectaculares formaciones de piedra caliza talladas durante siglos por la acción del viento y las olas, que, junto con la silueta medieval de Visby, se han convertido en la imagen más representativa de la isla. Contemplándolos durante un tiempo, no es de extrañar que se les diesen interpretaciones mitológicas a estas dramáticas piedras, en algunas pueden entreverse rasgos antropomórficos, como la que asegura que eran gigantes (algunas llegan a cuarenta metros de altura) que se retrasaron en llegar a tierra, lo que resultaba mortal para ellos, ya que, según su naturaleza, si eran sorprendidos por los rayos de sol, quedaban instantáneamente petrificados.

Los raukar de la isla de Farö son formaciones rocosas formadas en la última glaciación. El naturalista sueco Linneo dijo que eran como «estatuas, caballos y todo tipo de espíritus y demonios».

En mis últimas horas en Visby, subí por unas intrincadas escaleras hasta la parte alta de la ciudad, con la intención de contemplar desde allí la puesta de sol, sobre el mar que separa la isla de la península escandinava. Alguien más había tenido la misma idea: dos jóvenes que, soplando una rudimentaria trompa de madera, despidieron al astro rey a la antigua usanza.

Desde allí traté de imaginar cómo sería aquella Visby que llegó a ser uno de los enclaves comerciales más antiguos de los vikingos, e incluso una vez terminada la «era vikinga», de lo cual dan fe algunos de los viejos edificios del centro de la ciudad, casas y almacenes de la Liga Hanseática que aún se mantienen de pie.

No he vuelto a Gotland, pero años después de aquel viaje pude leer La Saga de los Gotlandeses (Guta Saga), traducida por Mariano Gómez Campo y editada por Italian Paths of Culture. Entre otras cosas, en esta saga se cuenta cómo, en un determinado momento, la superpoblación originó una migración hacia el sur. Aunque el comienzo mítico es mi parte preferida; según la antigua tradición oral, la isla estaba tan embrujada que se hundía de día y emergía de noche. Y así debió estar durante siglos, hasta que llegó el primer hombre portador del fuego y la isla se estabilizó.

Tras aquel viaje primaveral a Gotland, conseguí convencer a las oficinas de turismo de los países nórdicos de los maravillosos reportajes turísticos que quería escribir y fotografiar sobre sus respectivas tierras. Y aquel verano de 1995 cambié los calores sofocantes de Madrid por las suaves temperaturas escandinavas. La visita a los lugares turísticos, que daría lugar a numerosos artículos publicados en revistas de viajes, fue combinada con otras visitas más «vikingas» a museos, restos arqueológicos, festivales o parques temáticos. Después llegarían los artículos de historia, los libros, las conferencias, la web, el blog… hasta llegar a este libro.

¿De qué manera hubiera sido mi vida distinta si no hubiera hecho aquel viaje a la isla de Gotland? Tal vez la luz se hubiera encendido por otro sitio, pero sin duda todo hubiera sido distinto.

ESTOCOLMO

Recuerdo aquel primer viaje a la capital sueca cuando todo era nuevo para mí: llegué a la Estación Central con el autobús del aeropuerto (aún no existía el tren Arlanda Express) y me dirigí a la oficina de reserva de hoteles (tiempos pre-internet). Tuve la suerte de que me atendiese la hija de unos emigrantes españoles quien, tras hacer una llamada encontró una habitación a un precio moderado (en aquellos tiempos de la peseta, allí todo era muy caro; ahora estamos más igualados) y en un hotel que, según me dijo, solía estar lleno y además tenía unas tarifas algo elevadas. Pero esa es sólo la sorpresa inicial, después viene su nombre: Royal Viking. Por si fuera poco, no era necesario tomar ningún transporte cargando con el equipaje, ya que una puerta lateral de la estación daba justo a la acera donde estaba la entrada del hotel.

Bueno, tal vez sólo se trata de un nombre con resonancias turísticas, pienso mientras me dirijo hacia él. Pero, una vez dentro, compruebo que es algo más: la alfombra de los pasillos repite un patrón de diseño vikingo y en algunas paredes cuelgan cuadros relacionados con los vikingos; eso sí, según la interpretación de artistas modernos (y lo que esto suele suponer). En las puertas de las habitaciones, en los cabeceros de las camas y en los armarios, se repite una imagen basada en alguno de los animales un tanto abstractos que aparecen en las piedras rúnicas. Me siento afortunado de encontrarme en un hotel como este, pero la calle espera…

Decoración vikinga en el Royal Viking Hotel, Estocolmo.

Unión de extremos

La capital sueca es una hermosa y extensa ciudad que no está envuelta en una capa de esa contaminación imperativa en cualquier otra ciudad más hacia el sur; aquí conviven barrios medievales con modernos edificios esféricos, de la misma manera que la prosperidad material no está reñida con el respeto a la naturaleza y el siempre sorprendente sol de medianoche cede su paso a los grisáceos días invernales. No es de extrañar esta unión de extremos; ya uno de los suecos más universales, Alfred Nobel, unió el destructivo invento de la dinamita con los filantrópicos premios que llevan su nombre.

También en este contexto puede observarse una multitud de etnias que actualmente conviven en la ciudad, y que se hace bien patente caminando por las calles o sobre todo acercándose a alguno de los barrios del área metropolitana, donde los colores de piel y pelo se van tornando más oscuros según nos alejamos del centro. En los andenes y pasillos de la Estación Central, donde convergen las tres líneas de metro y la estación de ferrocarril, puede observarse a cualquier hora del día la más heterogénea mezcla de turcos, chinos, somalíes, kurdos, libaneses o chilenos, muchos de los cuales ya han adquirido la ciudadanía sueca tras vivir cinco años en el país. Un visitante de otras latitudes tendrá mayor dificultad en identificar a los finlandeses, que realmente son el colectivo más numeroso y con más tiempo de permanencia.

Plaza Sergels Torg, uno de los lugares más concurridos en el centro de Estocolmo. Tiene dos niveles y en el inferior comienza una calle peatonal subterránea llena de tiendas que viene a ser casi un universo paralelo, sobre todo en invierno, cuando la calle superior está cubierta de nieve y oscuridad.

Se calcula en medio millón el total de inmigrantes, tanto políticos como económicos. Así, los primeros que llegaron fueron los italianos, allá por 1946, contratados como mano de obra práctica que Suecia entonces necesitaba imperiosamente para conseguir el relanzamiento del país tras los desastres de la Segunda Guerra Mundial. Más tarde, entre los años 1952 y 1970, fueron llegando los inmigrantes «por libre», teniendo que competir duramente con los autóctonos y adaptarse a su forma de vida sin ningún tipo de ayuda oficial. A partir de los setenta empezaron a llegar los refugiados políticos, aceptados por razones humanitarias y que han proporcionado esa imagen de solidaridad internacional que Suecia ha dado al mundo en los últimos decenios.

Son muchas las maneras en las que el viajero puede aprender algo de historia sueca. Están los museos, los centros culturales, los libros; pero hay un lugar que muy pocos turistas pueden llegar a conocer (y según se mire es mejor que así sea): se trata del Hospital de Huddinge, al sur del área metropolitana de Estocolmo, donde trabajaba un murciano con el que compartí asientos en el avión. Y para allá me fui una tarde, para ver todo lo que me había contado. Entre las muchas obras de arte que adornan sus larguísimos pasillos, se encuentra un mural que, como si se tratara de un cómic continuo, muestra los momentos estelares de la historia de Suecia, iniciándola con escenas de caza de los primeros pobladores tras el retroceso de los glaciares, y terminándola algunos pisos más arriba con el referéndum sobre las centrales nucleares de 1980, dejando en medio multitud de guerras y crueldades varias en las que los antiguos suecos ocuparon gran parte de su tiempo, junto a inventores y personajes remarcables. Este mural cuenta con la curiosidad de que todos los reyes están dibujados sólo en silueta, sin más detalle que una etiqueta con el nombre y la fecha; y es que el autor, Gunnar Sodertröm, es un republicano acérrimo y así ha querido dar su opinión sobre la monarquía.

Pero no sólo es en las paredes donde este insólito hospital muestra la cultura; sino que también cuenta con una biblioteca con miles de libros en cincuenta y dos idiomas, y revistas y periódicos en doce, tanto para uso de pacientes como del personal.

En la amplia biblioteca, sin duda se encontraban los libros de dos escritoras que están situadas en el rinconcito nostálgico del corazón de casi todos los suecos: Elsa Beskow y Astrid Lindgren. Muchos han crecido con la lectura de sus libros infantiles, que no siempre fueron compatibles entre sí. Las historias de Elsa Beskow tuvieron su mayor influencia en la primera mitad del siglo XX, con sus cuentos moralizantes y sus niños-personaje, como Emilio, que se comportaban tal como los padres querían que lo hicieran sus propios hijos. Pero Astrid Lindgren, sobre todo con su Pippi Calzaslargas, supuso toda una revolución a partir de los años cincuenta. Los niños por fin leían historias en las que los pequeños protagonistas se comportaban tal y como a ellos les gustaría hacerlo. ¿Quién ganó? Los libros de Elsa entraron rápidamente en las escuelas como manuales de lectura, pero la Pippi de Astrid se ha convertido en el tercer libro más vendido del mundo, junto a la Biblia y el Quijote.

Pippi Langstrumpf o Calzaslargas, de Astrid Lindgren, es el libro sueco más vendido en el mundo. Ha tenido innumerables ediciones y aún sigue siendo un best-seller.

El amigo murciano y su esposa sueca (cuando llegué a su casa, ella dijo «a partir de la puerta, esto es España») me hicieron un repaso rápido del carácter en general de los suecos: no es fácil hacer amigos, en el sentido que normalmente le damos a esa palabra; o sea, que puedes estar charlando con alguien una tarde y pasártelo muy bien, pero al día siguiente te saludará tan fríamente como lo hacía antes. Los hombres son mucho más conservadores que las mujeres. Algo así me confirmaría en otro viaje un joven serbio, al que le resultaba muy extraño poder acostarse con una chica sin saber su nombre. Otra amiga española, con una temporada de trabajo sueco en su currículum, me contó la anécdota de un compañero de oficina que en una fiesta se emborrachó más de lo normal y montó un numerito. Al día siguiente, ella se lo mencionó y su sorprendida respuesta fue: «¿Estás hablando conmigo?». Y es que ese tipo de incidentes no se sacan del lugar donde ocurren.

Dansen (‘la Danza’), escultura de Carl Eldh en la terraza del Ayuntamiento de Estocolmo.

A orillas del lago Malaren, se encuentra el edificio más carismático de Estocolmo: Stadshuset, el Ayuntamiento, cuya torre cuadrada está coronada, y nunca mejor dicho, por tres coronas doradas, sobresaliendo su silueta sobre cualquier panorámica de la ciudad. Subo en ascensor hasta el primer nivel, para continuar después por una rampa. Entre las vistas, siempre espectaculares desde un lugar elevado, destaca el Parlamento, con su forma de platillo volante, que tiene como fondo los viejos edificios del barrio Gamla Stan.

Visita obligada al gran Salón Dorado, con sus paredes recubiertas de mosaicos compuestos por unos diecinueve millones de pequeñas piezas de cerámica, cubiertas de pan de oro, y la figura sobresaliente de la Reina del lago Malarm, al modo de una diosa madre de otras latitudes; o la Sala Azul, donde tradicionalmente se celebran las cenas de los Premios Nobel, aunque cualquier persona que esté dispuesta a pagar, puede alquilarlo para su propia fiesta.

En los jardines, que en la mente del arquitecto eran una plaza italiana, unos jóvenes uniformados están esperando a una pareja de novios que van a celebrar allí el banquete de bodas en cuanto se vayan los turistas. Varias estatuas que el tiempo ha teñido de verde, en lo que simula ser un embarcadero veneciano, y en un lateral, la falsa tumba dorada de Biger Jarl, un noble sueco del siglo XIII que llegó a ser regente e inició la conquista militar de Finlandia. A los lectores de la serie sobre el caballero templario Arn Magnusson, de Jean Guilou, les será familiar el nombre, que aparece como nieto del protagonista.

En el barrio-isla de Gamla Stan se encuentra el Palacio Real (Kungliga slottet), con su ceremonial cambio de guardia a mediodía.

Gamla Stan

A un corto paseo del Ayuntamiento, se encuentra Gamla Stan (la ciudad vieja), una pequeña isla donde permanece el rastro de la Liga Hanseática, pues aquí es donde estuvo su sede cuando ejercía su imperio político-económico por todo el mar Báltico. Esta zona también era la aduana entre el comercio interior y exterior de Suecia.

Grandes y robustos edificios en un espacio reducido, donde se vieron en la obligación de construir en vertical. Sus estrechas calles de altas paredes nos introducen en un mundo donde se entremezclan, con envidiable armonía, las fachadas medievales, en perfecto estado de conservación, y las modernas tiendas de artesanía, galerías de arte, boutiques, cafeterías y restaurantes. Y mi tienda (vikinga) favorita: Handfaste, el sitio perfecto para comprarse, por ejemplo, un colgante con el martillo de Thor, una colección en miniatura de personajes vikingos famosos, camisetas con diseños exclusivos para la tienda, o libros tan peculiares como uno de historia de la herrería en Suecia y otro de cocina vikinga en español.

Logo de la tienda Handfaste y el nombre en letras rúnicas. La mejor tienda en Estocolmo para comprar parafernalia vikinga.

Siguiendo los recovecos de esta isla laberíntica, llego a la plaza Stortoget, que cuenta con el dudoso honor de haber sido el escenario de una de las historias más dramáticas del pasado sueco: aquí se llevó a cabo la ejecución de unos ochenta nobles suecos en 1520, que fueron decapitados al acabar la fiesta a la que fueron invitados, por oponerse a la autoridad del rey danés Christian II de Dinamarca (para los daneses, el «Buen Rey»; para los suecos, «el Terrible»), y con cuya sangre, según se cuenta, se pintaron las fachadas de tres edificios. La de veces que se ha repetido en la historia el truco de la invitación con sorpresa…

Pero de este «baño de sangre de Estocolmo», como se le recuerda, se libró Gustav Vasa, hijo de uno de los nobles ejecutados. Más tarde organizó un ejército de campesinos desde el interior del país, logrando expulsar a los daneses, lo que supuso el final de la Unión de Kalmar. En aquella nueva Suecia independiente (1523) fue coronado Gustav, dando origen a la dinastía Vasa, que reinó durante ciento cincuenta años.

A uno de sus descendientes, el rey Gustavo II Adolfo, se debe la época de mayor expansión comercial y militar de Suecia. A él también se debe la construcción del barco Vasa, que constituye uno de los mayores orgullos de los suecos actuales y que será mi siguiente destino.

El Barco Vasa

Desde el embarcadero de Skeppsbron, en la parte de Gamla Stan que da a la bahía, sale el ferri que lleva hasta Djurtgården, un inmenso parque que concentra algunos de los lugares de visita obligada para cualquier nativo o viajero. Y el primero de todos, ya que me he puesto en antecedentes con la historia de la plaza Stortoger, será Vasavarvet, el Museo del barco Vasa.

El buque insignia real Vasa fue construido como parte de la nueva flota que serviría para conseguir el predominio sueco sobre el mar Báltico, frente a la dura competencia de daneses, alemanes, polacos y rusos. Además de su utilidad meramente militar, estaba destinado a ser el emblema que anunciase al mundo el esplendor y la riqueza del reino de Suecia. Sus sesenta y cuatro cañones le convirtieron en el buque de guerra más potente de su tiempo. Pero el barco se hundió el mismo día de su botadura.

Entro a través de la doble puerta que mantiene el nivel de humedad constante en el museo. La primera reacción es de asombro. Había visto fotos, más o menos conocía su historia, pero ver «cara a cara» al Vasa no es algo que se pueda describir en prosa corriente. Contemplar esta enorme escultura de madera en forma de galeón tiene algo de reverencial, desde la proa, con su mascarón de tilo en forma de león hasta la espectacular popa de veinte metros de altura, completamente cubierta de tallas de madera. Sobre todo pensando en que se trata de un barco superviviente, rescatado del mar trescientos años después de su hundimiento. ¿Cuántos miles de barcos no han tenido esa suerte? Suerte que hay que extender a todos aquellos a los que nos gustan las cosas antiguas y no nos conformamos con ver dibujos de lo que hubo una vez, aunque se trate de las más realistas imágenes infográficas.

La decoración, aparentemente excesiva para un barco de guerra, estaba en consonancia con el espíritu de la época, cuando era preciso dar una imagen de poder y esplendor ante los demás. Esta profusa decoración estaba compuesta por más de mil esculturas de madera, todas distintas y realizadas de forma individual. Sirenas, guerreros, emperadores romanos, ángeles, escudos y blasones. Se conoce el nombre de tres grandes tallistas que trabajaron en el Vasa: los alemanes Clausink y Redtmer y el holandés Thesson. Todas las figuras estuvieron policromadas y muchas de ellas recamadas en oro auténtico.

Hay galerías a varios niveles, para que puedan observarse todos los detalles a una distancia mínima de los tres puentes y la cubierta, con sus cientos de tallas policromadas representando conceptos heráldicos, míticos y religiosos. En definitiva, un palacio flotante barroco (o, como dicen los expertos, del Renacimiento tardío germano-holandés).

Me siento un rato para recapacitar en todo lo que he visto y no puedo pensar en otra cosa que no fuera el enorme trabajo que costó, allá por el 1620, hacer y ensamblar la cantidad casi infinita de elementos que lo componen. En los distintos paneles se puede seguir la historia del barco y parece que en el astillero de Estocolmo trabajaban trescientos hombres, además de otro número incalculable que se dedicaba a talar árboles y a transportar la madera. Bien es cierto que estuvo hecho para la guerra (era el buque insignia real), pero no se olvidaron del arte; finalmente, ninguna bala salió de sus cañones y, gracias a esta exposición, nos ha quedado la estética.

Maqueta con las distintas cubiertas del barco Vasa y el tipo de actividades que podía tener la tripulación.

Este es un resumen de su historia. Era el domingo 10 de agosto de 1628, a las tres de la tarde, y se calcula que podría haber a bordo unas doscientas personas: a la dotación de ciento treinta y cinco hombres que el barco tenía asignada, hay que sumar un número indeterminado de esposas e hijos que, según costumbre de la época, tenían permiso para dar una vuelta por la bahía antes del viaje inaugural. Dadas las circunstancias, no hubo un número excesivo de muertos: unos cincuenta, sin que nunca hubiese una cifra oficial. Tampoco hubo una conclusión definitiva del porqué, pero parece ser que los constructores tuvieron que acelerar su trabajo, debido a las urgencias reales, aceptando además unas ampliaciones que no eran adecuadas al proyecto inicial de la nave.

Así imagino la escena: el embarcadero de Gamla Stan (justo donde ahora sale el ferri para Djurgården que he tomado unos minutos antes) lleno de gente; las autoridades en un podio bajo cubierto, destacando especialmente la figura del rey Gustavo II; una banda militar tocando algún himno patriótico; los tripulantes en sus puestos, sus familiares subiendo y saludando desde la borda, sin duda sintiéndose afortunados por protagonizar tal evento. El capitán Söfring Hansso da la orden y el barco empieza su primera singladura, disparando poco después los cañones y las salvas de rigor. Pero, de pronto, soplan unas ráfagas de viento, el barco escora lo justo como para que entre agua por las troneras de los cañones inferiores en cantidad suficiente como para inundar la bodega. Y el barco, ante la vista del gentío que no puede creer lo que ve, poco a poco se va al fondo del mar.

Es posible que el rey y el estamento militar pensasen inmediatamente en la posibilidad de rescatar tan preciado barco en aquellos tiempos pre-bélicos. Algún arreglo aquí y allá, y como nuevo. Así que, justo tres días después, comenzó el primer intento (fallido) de rescate por parte del inglés Ian Bulmer, que contaba con cierta experiencia. No fue el único, pero el peso de la nave era excesivo para ser elevada con los precarios medios de la época, teniendo que centrarse estos intentos más que nada en la recuperación del elemento más valioso: los cañones, de los que se consiguieron rescatar una cincuentena, de tonelada y media.

Pasó el tiempo y los barcos de aquella época fueron desapareciendo por motivos naturales —combates, naufragios y desguaces—, mientras que el Vasa, a lo largo de más de trescientos años, fue pasando a formar parte de las leyendas del pasado.

Y hubo que esperar hasta 1956, cuando el arqueólogo submarino Anders Franzen descubrió la ubicación exacta e inició, junto a submarinistas de la Armada sueca, el increíble proyecto de rescatarlo desde el interior de la montaña de limo que lo cubría, a unos treinta y cinco metros de profundidad.

Reanudo la visita por el museo, porque, además del barco, en las vitrinas se muestran numerosos objetos que había en el interior del Vasa. Es fácil imaginar el trabajo paralelo, complicado y costoso, a la reconstrucción pieza a pieza del barco cuando fue rescatado: la clasificación de unos catorce mil objetos que había en su interior, como armas, ropa, monedas, adornos, utensilios y herramientas de todo tipo. Para recuperar los objetos más pequeños, fue necesario cribar miles de metros cúbicos de lodo.

Se puede seguir el proceso a través de las fotos y los paneles: la primera acción fue perforar seis túneles bajo el casco, con agua a presión para poder sujetar unos cables de acero, y llevarlo hasta aguas menos profundas, desde donde sería definitivamente elevado desde dos plataformas flotantes el 24 de abril de 1961; estos pontones de levantamiento, que tenían nombres de dioses vikingos (Odín y Friga), habían sido construidos para rescatar el acorazado ruso Gagut en el golfo de Finlandia, siendo capaces de cargar con más de dos mil toneladas. En total, fueron veintiocho días lo que duró la operación. El 4 de mayo, el barco fue llevado a un dique, donde se mantuvo flotando sobre su propia quilla.

El Vasa permaneció intacto en el fondo del mar durante trescientos años gracias a la ausencia de los moluscos teredo navalis (también llamados bromas o gusanos de mar) en el mar Báltico. Estas «termitas» viven en las maderas sumergidas o flotantes, pero siempre que sea en agua muy salada, cosa que no ocurre en este mar.

Antes de que llegasen los fríos del invierno, el Vasa ya tenía un alojamiento provisional, sobre un pontón flotante y protegido por una especie de caparazón de aluminio. Para evitar el encogimiento de la madera al secarse se usó polyglicol, una sustancia patentada pocos años antes, a la que se le añadió bórax y ácido bórico, para evitar la putrefacción. Cuatro hombres se encargaban diariamente de rociar al barco con esta solución, manteniendo un nivel de humedad del 96 %. Hasta 1965 no se instaló un sistema automático, que lo rociaba lentamente a lo largo de todo el día, con lo que no fue necesario mantener el alto nivel de humedad ambiental. En 1972 se comprobó que la madera había absorvido suficiente polyglicol y que ya se podía comenzar la etapa de secado definitivo.

De manera paralela, los objetos de madera y cuero recibieron un tratamiento similar, sumergidos en tanques; los de hierro fueron sometidos a intenso calor, en una atmósfera hidrogenada. El mayor problema lo constituyeron las velas, que se encontraban en muy mal estado; los trozos debieron ser unidos pacientemente dentro de un depósito de agua, donde eran sometidos a un tratamiento de resina plástica.

El Museo Vasavarvet, dedicado exclusivamente al barco Vasa, se construyó en el emplazamiento de los antiguos astilleros de la Marina Real, y ha llegado a convertirse en el lugar más visitado de Escandinavia.

Datos técnicos del Vasa

Eslora: 62 metros

Anchura máxima: 11,7 metros

Calado: 4,7 metros

Popa: 20 metros
 Altura del palo mayor: 50 metros

Desplazamiento: 1.210 toneladas

Superficie de velamen: 1.275 metros cuadrados

Armamamento: 64 cañones

Tripulación: 300 soldados y 150 marineros

Antes de salir del museo, doy otra vuelta al Vasa, fijándome especialmente en una escultura que tal vez sea la más representativa: tiene la forma de un guerrero con armadura romana; a sus pies, un león y un perro, que venían a significar la clemencia del fuerte respecto al débil, símbolo de lo que Gustavo II Adolfo, que se sentía hermanado con el emperador Augusto, pretendía que fuese su reinado. Pero el hundimiento del barco constituyó un augurio de la decadencia que se aproximaba; al fin y al cabo, el rey había proclamado que «después de Dios, esta flota es quien decide la prosperidad del Reino». Murió pocos años después y su hija, la famosa reina Cristina, supondría el eslabón final de la dinastía Vasa.

Skansen

Entrada a Skansen, museo al aire libre sobre la Suecia rural previa a la Revolución Industrial.

Siguiendo el recorrido por los lugares interesantes de Djurgården, llegó a Skansen (La Fortaleza). Su existencia como museo al aire libre más antiguo del mundo se debe al empeño y determinación demostrados por Artur Hazelius, maestro y filólogo nacido en Estocolmo en 1833. Y es que en aquellos años llegaba a Suecia una tardía Revolución Industrial, con su consiguiente e inevitable cambio, a causa de la implantación de las nuevas formas de vida. Y Hazelius, buen conocedor del mundo rural sueco, al llegar a la madurez, se dedicó a recuperar del ineludible fuego los edificios y objetos que ya estaban quedándose obsoletos. Con una encomiable determinación recorrió el país con su mujer, clasificándolos, recogiéndolos e incluso comprándolos, para lo que sería su gran sueño: un museo al aire libre que mostrase al futuro ese tipo de vida que ya se estaba perdiendo con el empuje de los nuevos tiempos.

Skansen no es una mera fría exhibición de viejos edificios de madera; es un lugar vivo donde, desde su inauguración en 1891, se festejan tradicionalmente las más importantes celebraciones del calendario sueco. Actualmente cuenta todos los años con un amplio programa de fiestas entre abril y diciembre que pueden tener los más diversos motivos, como el florecimiento de los tulipanes, el día nacional de algún país, la noche de Walpurgis, los tradicionales mercados estacionales a la manera antigua o la clásica fiesta sueca de Santa Lucía, además de múltiples conciertos de todo tipo de música.

Una vez pasados los torniquetes de la entrada, una escalera automática sube a los visitantes hasta la reconstrucción del antiguo barrio Södermaln, en la zona sur de Estocolmo, ahora tan famoso por ser el escenario más importante de la serie Millenium.

Siguiendo las empinadas callejuelas empedradas, llego hasta los talleres del impresor, del alfarero o del cristalero, donde artesanos vestidos con trajes de época realizan las actividades propias de sus oficios con las mismas tradicionales técnicas que usaban sus antecesores de siglos pasados, cuando el sentido del tiempo y la forma de vida apenas apartaban al hombre del ritmo de la naturaleza; además, estos artesanos contestan cualquier pregunta que se les haga sobre su trabajo. Los aromas que salen de la panadería son pura poesía olfativa que, como cantos de sirena, me obligan a entrar y degustar alguno de los panecillos o dulces que se cuecen lentamente en el horno de leña. Pura delicia.

Todas las regiones suecas están representadas ya sea con iglesias, molinos, casas señoriales e incluso con granjas completas, hasta alcanzar unos ciento cincuenta edificios, la mayoría de ellos con un común denominador: un intenso color rojo cubriendo las viejas maderas. Este color ha estado presente en las construcciones a lo largo y ancho de toda Suecia desde el siglo XIV, siendo el resultado de un óxido proveniente de las minas de cobre de Falun, que protege la madera del paso del tiempo y de la dura meteorología.

Puede establecerse aquí cierto paralelismo con el barco Vasa, ya que estos edificios están igualmente tocados por el dedo de la fortuna. En su tiempo evitaron los numerosos incendios que a través de los años fueron arrasando los poblados de madera; con su traslado a Skansen, también han evitado ese otro fuego, más deshonroso y más cruel, que hubiese proclamado su inutilidad frente a un progreso (no siempre bien entendido) que aniquila todo lo que no es compatible con su ímpetu ciego.

Las maderas de muchos edificios están pintadas con «rojo de Falum», que las ha hecho más resistentes al paso del tiempo.

He estado varias veces en Estocolmo y lo que nunca ha faltado es una nueva visita a Skansen. Unas veces he ido con el mapa en la mano y otras siguiendo caminos al azar. No sabría decir cual es la mejor manera de visitar este lugar; en cualquier caso, todos los caminos llevan a través de la variadísima gama de edificios y lugares que se extienden por el parque, desde lujosas mansiones estilo rococó, hasta exiguas cabañas de única estancia donde hacía vida una familia completa, todos con su propio mobiliario y utillaje, sin olvidar el importante detalle de que todos están rodeados por la flora típica de sus lugares de origen.

No podía faltar en Skansen el complemento de un pequeño parque zoológico, donde focas grises, osos, lobos, zorros, renos o focas, representan la fauna autóctona.

Pensando en los niños, hicieron el Lill-Skansen (‘Pequeño Skansen’), donde pueden tocar o ver de cerca ovejas, cabras, conejos o pequeños y mansos jabalíes. Pero fuera de las rejas y empalizadas, entre las numerosas granjas y estanques, o en la más sencilla libertad, también hay infinidad de pavos reales, cigüeñas, patos, gansos y otras aves, muchas de ellas cumpliendo allí una parte de su ciclo migratorio estacional. En verano, hay terrazas para comer algo al aire libre; las ardillas y los cuervos ya han aprendido a buscar comida entre los platos abandonados en las mesas.

Por destacar algo, me gustaron especialmente las granjas completas, formando una especie de fortaleza de robustas maderas, con un patio en el centro. Y por supuesto, las piedras rúnicas con la transcripción de su texto al lado. Guardo como un recuerdo especial cierta visita en un día de otoño: la verde exuberancia que conocía de un viaje anterior se había transformado en capas de ocres, rojos y amarillos que daban al parque un toque casi mágico; y acompañando al viajero, la banda sonora del crujido de las hojas caídas bajo sus pies.

A modo de resumen: un paseo por Skansen, aparte del esparcimiento que en sí mismo ocasiona, es como caminar por una burbuja de tiempo, contemplando la imagen de un pasado ya irreversible que nos habla de otras maneras de entender la vida. Ahora hay otros museos como éste, sobre todo en los países nórdicos, pero Skansen fue el pionero y es, sin duda, el más vivo de todos. Bajo el busto de Artur Hazelius, hay una oportuna inscripción que dice: Salvaste el pasado para el futuro. El pueblo de Suecia te lo agradece.

«HACERSE EL SUECO»

Esta popular expresión española viene a significar ‘no darse por aludido’; o sea, alguien que no quiere enterarse de algo fingiendo que no entiende lo que se le dice.

También es el título de una canción de Celtas Cortos, que bien podría estar presente en la banda sonora de este viaje. Y es que ellos hicieron este tema en su disco Salida de emergencia (1989), que no es sino la versión de una canción tradicional sueca, Yrsno, que cierto día ellos escucharon del grupo Groupa (Vildhonung, 1984) en el programa Disidentres, de José Miguel López, previo a Discópolis (Radio 3). Algo más se les pegó del mundo nórdico, ya que en su siguiente disco, Gente impresentable, tenía un tema instrumental llamado Odín.

El Museo de Historia

Salgo de Djurgården por el puente Djurgårdenvågen, donde cuatro dioses vikingos parecen hacer guardia en los cuatro extremos. Unos minutos después estoy frente al Historiska Museet (Museo de Historia), que tiene una imponente puerta de bronce, con imágenes en relieve que resumen la historia de Suecia.

Los vikingos tallaron runas en la gran estatua de un león de mármol que estaba en el puerto ateniense de El Pireo, aunque siglos más tarde sería trasladada a Venecia como botín de la Gran Guerra Turca.

En el vestíbulo encuentro la primera sorpresa: una copia a tamaño natural (unos tres metros) del león con inscripciones rúnicas que he visto en numerosos libros y artículos. Originariamente estuvo en el puerto de El Pireo, Atenas, donde unos vikingos varegos quisieron homenajear a su amigo Horsi, del que recuerdan que fue un gran guerrero y que ganó mucho oro en sus viajes. Entre algunas runas, tan desgastadas que apenas pueden leerse, se cita la región sueca de Roslagen, en la provincia de Uppland, desde donde partieron muchos vikingos a comerciar por la Ruta del Este o a alistarse en la Guardia Varega del emperador de Bizancio.

Entrada a la sección vikinga en el Museo de Historia, Estocolmo.

Y comienza la visita justamente por la sección vikinga, donde están aquellas piedras rúnicas que los gotlandeses consideran que les han robado. Todas me resultan familiares por haberlas visto reproducidas en docenas de libros, pero el verlas al natural y con su considerable tamaño resulta emocionante. Como mencioné en el capítulo de Gotland, todas sin textos que nos hagan comprender el significado de ese mundo simbólico, relacionado con el punto de vista de los antiguos nórdicos sobre el más allá, pues todas ellas eran estelas funerarias.

Claro que también hay en el museo piedras procedentes de otros lugares de Suecia, y ahora sí, con su texto rúnico, en el que puede leerse el nombre de la persona homenajeada y quien la mandó hacer así como la circunstancia o lugar de su muerte. En las que los arqueólogos descubrieron restos de pigmentos, han sido coloreadas tal como debieron estar originariamente; tal vez para algunos puristas resulte algo inadecuado, pero los vikingos siempre vieron sus piedras pintadas y no como las vemos nosotros (podría decirse que desnudas) en la mayoría de los museos.