Breve Historia de los Celtas - Manuel Velasco Laguna - E-Book

Breve Historia de los Celtas E-Book

Manuel Velasco Laguna

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Beschreibung

Una obra que introduce en una larga y desconocida historia de siglos a través de personajes tan conocidos en el imaginario popular como Viriato, Vercingetórix o Boudicca y hechos que han provocado la admiración de la historia como la heroica resistencia de la ciudad de Numancia o el saqueo de Roma. Breve Historia de los Celtas, rubricado por Manuel Velasco y publicado por Nowtilus es un trabajo que le ayudará a conocer la asombrosa variedad de una nación que se extendió por toda Europa, desde Grecia hasta España, e hizo del mestizaje su bandera. Conocer a los celtas es conocer una parte de aquello que nos hace europeos. El libro nos introduce en la cultura, los héroes, los ritos, la mitología y la vida cotidiana, de un pueblo que se extendió por Austria, Suiza, Francia, Bélgica, España, Reino Unido y, por supuesto, Irlanda. Dividido en tres partes, Manuel Velasco nos narra en la primera la historia de su legendaria resistencia a la conquista romana, a través de tres figuras fundamentales: el hispano-luso Viriato, el galo Vercingetórix, y la británica Boudicca, reina guerrera que arrasó la ciudad de Londinum (Londres); completa este apartado una completa descripción de la vida cotidiana de los celtas en Irlanda. La segunda se ocupa de la religión y la mitología, el paso fundamental de una mitología arcana y politeísta, a un cristianismo impulsado por San Patricio. En la tercera se incluye una valiosísima información complementaria sobre el idioma y la escritura, los nombres celtas y los lugares emblemáticos de esta cultura (finisterres). Razones para comprar el libro: - Conocer una cultura que determina la identidad europea. - Incluye un completo glosario de deidades y varias fábulas celtas. - La tremenda actualidad de la cultura celta en música, literatura y cine. - El éxito de ventas de libro.

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BREVE HISTORIA DE LOS CELTAS

BREVE HISTORIA DE LOS CELTAS

Manuel Velasco

Colección: Breve Historiawww.brevehistoria.com

Título: Breve Historia de los celtasAutor: © Manuel Velasco

Copyright de la presente edición: © 2009 Ediciones Nowtilus, S.L. Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madridwww.nowtilus.com

Editor: Santos RodríguezCoordinador editorial: José Luis Torres Vitolas

Diseño y realización de cubiertas: Carlos PeydróDiseño del interior de la colección: JLTVMaquetación: Claudia R.

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

ISBN-13: 978-84 9763-242-3

Libro electrónico: primera edición

ÍNDICE

Prólogo

Primera Parte: Céltica

Capítulo 1:

Introducción a la historia celta

Hallstat y La Tene

Roma y Delfos

Capítulo 2:

La historia celta a través de tres héroes

Viriato y la Península Ibérica

Celtiberia

Trigo y ovejas

Aníbal y la invasión cartaginesa

Las dos Hispanias

Numancia, una espina clavada en el corazón de Roma

Viriato, la pesadilla de Roma

¿Pagó Roma a los traidores?

Las tribus del norte

Las guerras cántabras

Las otras guerras

Vercingetorix y la Galia

Comienza la invasión

Misión imposible: unir todas las tribus

Un rey para todos

El sitio de Alesia

El fin de los galos

Boudicca y Britania

La Britania prerromana

Comienza la invasión

El precio de la libertad: revueltas, acuerdos y traiciones

Vencidos y humillados

La reina guerrera

Imposición de la pax romana

Capítulo 3:

Escenas de la vida cotidiana (en Irlanda)

Samhain en Muirthemne

Imbolc en la Herrería de Cullan

Beltane en Tara

Lugnasad en Tailtiu

Segunda parte: Triskel

Capítulo 4:

Entre el cielo y la tierra

Dioses y diosas

Aos Dána, la clase artística

Druidas, los sabios del bosque

Bardos y filidh

Fenechas, la Ley de los Hombres Libres

Los seanchai y el mundo feérico

Los otros mundos

Capítulo 5:

Cristianismo celta

San Patricio, el pionero

Columba, el lobo convertido en paloma

Brígida, de diosa a santa

Columbanus, el enemigo de Roma

Otros santos celtas

Capítulo 6:

Iluminando la Edad Oscura

¿Desde dónde provino la luz?

Tiempo de cambios

Problemas con Roma

Escribas religiosos y laicos

Utensilios

Iluminadores, la alquimia del color

Capíto 7:

Dos leyendas irlandesas

El libro de las invasiones

¿Mito o realidad?

Cu Chulainn y el robo del Toro de Cooley

El hijo de un dios

El joven guerrero

Las guerreras de Alba

La reina Maeve

Una muerte de héroe

Anexos

Anexo I: Idioma y escritura

Anexo II: Nombres celtas

Anexo III. Finisterres

Bibliografía

Prólogo

Manuel Velasco no solo es el primer autor español que se integró en la colección Breve Historia con su obra sobre los vikingos, sino que también ha sido pionero en hacer doblete literario para nuestra selección de títulos históricos. Ahora nos invita a conocer a los celtas, esa civilización tan vital para la historia de Europa y que arraigó como pocas en los corazones pertenecientes a pobladores de casi veinte países modernos. Según los investigadores más rigurosos, el mundo proto-celta afloró en las estepas rusas hace unos 3.000 años. Por tanto, mientras aún resonaban los ecos de Troya y Homero escribía la épica de dicho acontecimiento, nuestros amigos celtas se asentaban en Hallstat (Austria), ofreciendo los primeros esbozos sobre una cultura llamada a perdurar. Más tarde, coincidiendo con las grandes hazañas protagonizadas por Alejandro Magno, esta etnia que teñía de azul sus cuerpos para la guerra, alcanzó una plenitud poco usual en aquellos tiempos. Solo un imperio como el romano pudo sojuzgar el ánimo de estos guerreros amantes de la libertad, aunque no sin sangriento esfuerzo, pues los héroes celtas les supieron poner en jaque, cuantas veces tuvieron la oportunidad. En este libro, el lector se encontrará con narraciones absolutamente reveladoras sobre estas tribus. Asimismo, descubriremos los secretos de su panteón místico, las acciones que dominaban el ámbito cotidiano y, en definitiva, la forma de entender la existencia de unas gentes abrazadas al amor por la naturaleza y a un profundo respeto por el plano sobrenatural. Visitaremos países y tradiciones que modelaron el sentir celta: Austria, Suiza, Francia, Bélgica, España, Reino Unido.... incluso la bella Irlanda, isla que contuvo el avance romano, evitando ser impregnada de ese modo, por las influencias latinas. Todo mientras suenan instrumentos tradicionales al calor de símbolos que aún hoy provocan la admiración de los curiosos. Los celtas no son solo Stonehenge, Carnac o sacerdotes druidas al estilo Merlín, son también la fuerza de caudillos como Viriato y Vercingétorix o el temor a los Finisterre con su impenetrable bruma. Le sugiero la posibilidad de adentrarse cuál niño ávido de conocimientos en la mitología, tradiciones e historia de nuestros ancestros más bravos. Les aseguro que leyendo este libro no quedarán defraudados y obtendrán una visión real de lo qué supusieron estos europeos antiguos para la identidad singular del continente europeo. Los propios Asterix y Obelix, —fieles representantes de los galos, el grupo céltico más numeroso— estarían muy orgullosos tras leer esta obra de Tutatis Velasco.

Juan Antonio Cebrián.

I

CÉLTICA

1

Introducción a la historia celta

Cientos de pueblos figuran en la historia de la humanidad. El tiempo terminó por devorarlos a todos, para poner en su lugar a otros que tarde o temprano tendrían el mismo final. Unos han construido civilizaciones milenarias cuyo eco perdura y otros han pasado por un camino lateral de la Historia, sin hacer ruido ni dejar rastros.

Como proyección de todo esto tenemos el tiempo actual; nosotros mismos como extremos de unas líneas genealógicas que se ramificaron hasta lo imposible siguiendo el impulso innato por la supervivencia.

El mundo siempre ha sido un crisol de miles de pueblos que se conocieron a través de vecindades, migraciones, enlaces, guerras, exilios, fusiones. El aislamiento genético no parece que sea connatural al espíritu humano.

¿Por qué entonces esa obsesión por el celtismo a lo largo y ancho del mundo, solo comparable con la egiptología o el mundo clásico, pero no entendido como algo del pasado sino como parte de una cultura que aun está viva después de que fuese aplastada y suplantada hace siglos por otros pueblos que resultaron más poderosos?

El druidismo, muerto y enterrado, renace como una filosofía aplicable a una vida que nada tiene que ver con la que le dio sentido. Los símbolos celtas, poco o mal entendidos, cuelgan de cuellos y adornan camisetas. Las historias que se rescataron del olvido siguen fascinando a las nuevas audiencias. Un coleccionista de música celta puede tener grabaciones procedentes de una veintena de países distintos.

Y todo esto no ocurre con las culturas hitita, iliria, ligur, íbera, tartesa, fenicia, etrusca. Todas ellas fueron grandes y trascendentes, pero su tiempo pasó definitivamente. Los museos y los libros o las webs de historia son su presente. Nadie les concede esa «nueva vida» que, al modo del ave fénix, gozan los celtas.

Ahora bien, ¿quiénes deberían considerarse celtas? ¿Solo los que viven en los lugares que algunos consideran como únicas naciones celtas (las que tienen o han tenido hasta fechas más o menos recientes idiomas gaélicos) o los que lo viven en regiones que con un pasado remoto o con una forma de vida que podría asociarse con el celtismo? ¿O puede extenderse a todo aquel que lo siente en su corazón?

Por un lado están esos finisterres europeos que supusieron los últimos bastiones de aquel pueblo, pero en Italia se celebran docenas de festivales celtas cada verano; en los museos alemanes o checos se encuentra algunos de los mejores objetos arqueológicos; a una región de Canadá tuvieron que acudir músicos irlandeses y escoceses para aprender algunas músicas tradicionales que habían llegado a perderse totalmente en sus tierras; en Argentina hay comunidades galesas o gallegas que han mantenido la lengua y el folclore de sus tierras de origen; cada solsticio de verano, Stonhenge es invadido por miles de personas que tal vez esperen un prodigio, mientras que el antiguo Samhain, trasformado en Halloween, da color al sopor otoñal. Algunos discos de música celta llegan a superventas y festivales como Ortigueira o Lorient son multitudinarios.

A estas alturas, nadie puede pedir pureza céltica, cuando los propios celtas históricos no la tuvieron, como atestiguan las tumbas de Hallstat. Podría decirse que lo que más ha perdurado de lo celta es una forma de entender la vida y sobre todo la muerte. Un mundo materialista necesita agarrarse a ciertos salvavidas para no hundirse, y la mítica y la mística celtas han resultado ser muy eficientes.

HALLSTAT Y LA TENE

A falta de tener alguna incuestionable evidencia del origen exacto de los celtas, hay que echar mano de los dos focos de influencia desde donde se fue difundiendo este pueblo a lo largo y ancho de Europa.

Las minas que algún pueblo neolítico habría puesto en marcha siglos antes, fue el elemento natural determinante para que se asentase y prosperase en Hallstat, en la actual Austria, una comunidad (que tal vez procediese de lo que hoy llamamos estepas rusas y que podríamos llamar pre-celta), entre los siglos VIII-V a.C.

Aparentemente hubo en Hallstat dos grandes grupos diferenciados. Uno, perteneciente a la Edad del Bronce, que incineraba a sus muertos, guardando sus cenizas en urnas. Otros, ya en la Edad del Hierro, que los enterraban. Y no parece que se produjese un cambio brusco de costumbres, ya que hay un amplio periodo en el que se usaron ambas. Otro cambio en las tumbas es el paso del carro de cuatro ruedas al de dos.

La explotación a gran escala de estas minas de sal —en la región que actualmente se llama Saltzberg (Montaña de Sal), cerca de Salzburgo (la Ciudad de la Sal)— fue una aportación crucial a la vida cotidiana de los pueblos con los que mantuvieron contactos comerciales (al norte, godos y proto-escandinavos; al sur, griegos y etruscos), ya que, además de su utilidad para curtir pieles, posibilitaba la conservación de la carne y el pescado durante largos periodos de tiempo. Hasta tal punto fue importante que la palabra salario proviene de la sal usada como pago por un trabajo.

Pero no menos importante fue su pericia metalúrgica en la elaboración de herramientas, armas y joyas, primero en bronce y más tarde en ese metal que revolucionaría a toda la civilización humana: el hierro. A Europa llegó bastante tardíamente, ya que en oriente, tanto chinos como hititas llevaban usándolo alrededor de un milenio. En cualquier caso, los celtas aportaron a Europa una auténtica revolución tanto en el ámbito militar como en el agrícola y en el artesanal.

La separación de las ruedas de los carros celtas sirvió durante milenios como patrón para trazar el ancho de los caminos e incluso de las vías férreas: 1.435 mm

Tras tres intensos siglos, a la cultura de Hallstat le sucedió la de La Tene, a la que también se llama Segunda Edad del Hierro. Como ocurre en estos casos, hubo un periodo en que ambas culturas convivieron, hasta que la segunda terminó por implantarse. El centro de este nuevo periodo se desplaza hasta la actual Suiza, a orillas del lago Neuchatel.

El arado y la guadaña supusieron la gran revolución para la agricultura europea, como lo fueron los salazones o el molino rotatorio en la alimentación. Las nuevas armas, más baratas y fuertes, y las llantas para las ruedas o las herraduras para los caballos facilitarían las grandes oleadas de expansión, en todas direcciones, hacia nuevas tierras, donde las diversas tribus construyeron poblados de considerable tamaño, compuesto por campesinos armados, en el que figura real solía estar sustituida por un consejo de ancianos o una nobleza guerrera que elegía a un jefe entre ellos.

Estamos entre los siglos IV y III a.C. La civilización celta brilla en todo su esplendor. Es esa especie de Edad de Oro que sería recordada con nostalgia en muchos de sus mitos posteriores, cargada de heroísmo y magia. Aparte de los relatos, tergiversados por el tiempo y las traducciones, lo único que sabemos de su forma de vida es lo que se refleja en los restos arqueológicos y algunas pocas crónicas de quienes los vieron de lejos, sin comprenderlos e incluso despreciándolos por “bárbaros”. Pero también es el comienzo del lento pero ineludible declive que culminará cuando Roma mande contra ellos sus legiones.

Pero entremedias, hubo dos sucesos relevantes:

ROMA Y DELFOS

Los celtas entraron definitivamente en la historia gracias a dos acontecimientos separados entre sí poco más de un siglo: los saqueos de Roma y Delfos. Y parece que ambos se originaron en un punto común: los biturgios, tribu de rimbombante nombre (los “reyes del mundo”) que habitaba en el centro de Europa y de las que se conoce el nombre de su rey más importante: Ambigato.

Ambos grupos, que realmente están formados por gentes de distintas tribus, tomaron caminos distintos, uno hacia la península itálica y otro hacia el oeste, cruzando el Rin. ¿Qué llevó a aquellos considerables contingentes a marchar tan lejos de sus tierras, adentrándose en terreno desconocido? El motivo más coherente es el crecimiento excesivo de población para los recursos con que contaba la tribu y por lo tanto fue un viaje de colonización en toda regla.

COLECCIONISTAS DE CABEZAS

Las cabezas cortadas eran el trofeo de guerra más preciado entre los celtas. Regresaban con las cabezas adornando los carros, ensartadas en lanzas e incluso colgando de los cinturones. Después pasaban a formar parte de la decoración de la casa o del poblado.

No era una simple «cosecha de cabezas». Al considerarlas como residencia del alma, eran cortadas antes de que el espíritu abandonara el cuerpo, por lo que no eran simplemente un trozo de carne y hueso, sino un objeto mágico. El espíritu del vencido debía proteger a aquel que de algún modo era su dueño.

Podría decirse que había una auténtica fiebre de coleccionistas y era un gran motivo de orgullo poseer «ciertos ejemplares», como podían ser grandes guerreros o reyes de especial importancia. Eran una de las cosas que se mostraba a los invitados y que incluso llegaban a embalsamar de manera rudimentaria con el caro y escaso aceite de cedro (árbol endémico del Líbano) o en orzas de miel.

Contra más valor y fama haya cosechado el enemigo, más poder se atribuía a su cabeza. Era una manera de reconocer la importancia del guerrero, un homenaje que no merecía otro tipo de personas. Pero el poseedor tenía el poder mantener aprisionado al espíritu de su oponente vencido. Era el precio de la derrota.

Diodoro escribió: “Cortan las cabezas de los enemigos muertos en la batalla y las cuelgan de los cuellos de sus caballos… Embalsaman en aceite de cedro las cabezas de sus enemigos más distinguidos y las guardan cuidadosamente en una caja, enseñándolas con orgullo a los visitantes, diciendo que por esa cabeza uno de sus antepasados, o su padre, o el propio individuo rehusó el ofrecimiento de una gran suma de dinero, dicen que algunos de ellos se vanaglorian de haber rehusado el peso de la cabeza en oro”.

Cada grupo va a su propio ritmo, ya que, tal como hacían las tribus celtas cuando iban a la guerra (y con mayor motivo si se trata de un viaje migratorio) los formaban algo así como ciudades andantes, con hombres, mujeres y niños, acompañados de sus animales y carretones que cargaban todas sus propiedades, cruzando altas montañas o grandes ríos y enfrentándose a los pueblos que les saliesen al paso con hostilidad. Eso suponía grandes campamentos que necesitaban una enorme cantidad de comida y bebida. Bien se hubiera podido seguir su rastro incluso meses después de su paso.

El grupo que traspasa los Alpes está mejor documentado, ya que funda ciudades en torno al valle del Po, algunas de las cuales aun perduran. Es una buena tierra y la prosperidad hace que las tribus crezcan y que necesiten más espacio. Los etruscos son las primeras víctimas, hasta el punto que deben pedir ayuda a los romanos para defenderse.

La primera gran batalla tiene lugar en las proximidades del río Alia; será el primer encuentro entre dos pueblos que pasaran siglos enfrentados entre sí. La victoria celta es absoluta; para los romanos quedará el maléfico recuerdo de los dies alliensis.

A Roma, gritó el jefe galo Brennos, según nos dejó escrito Tito Livio. Y tres días después ya están a las puertas (abiertas) de la sagrada capital de los latinos, que compartían la península itálica con etruscos y ligures.

En tres días más, la que sería llamada “ciudad eterna” es suya. Sigamos escuchando a Tito Livio: “Una empresa que les resultó sencilla, ya que se enfrentaron a ejércitos amedrentados. El simple hecho de cruzar las armas con semejante enemigo ya provocó la desbandada incluso de los oficiales”.

La gran ciudad queda prácticamente abandonada; solo permanecen los que no tienen otro sitio a donde ir o aquellos con tanta dosis de orgullo como para mostrar así su desafío a los invasores. Solo la colina del Capitolio, de las siete que componen la ciudad, queda libre. Una leyenda cuenta que las ocas que por allí vivían alertaron una noche con sus graznidos a quienes se protegían en el interior.

Es el 390 a.C. Año grabado con sangre y fuego en la historia de Roma. Pánico tenían que sentir los romanos cada vez que alguien mencionaba a los galos (y, por extensión, a todos los celtici), que fueron los nombres que ellos les dieron.

Pero, tras siete meses de ocupación y saqueo continuos, la falta de previsión y de organización tan propia de los celtas hace que falte la comida. Roma, al contrario que sus ciudades, no es autosuficiente. A esto se añade una infección de disentería, que sería tomado como un aviso o castigo de los dioses.

De haber tenido otro sentido de la vida y otro tipo de organización social (y de no haber estado inmersos ya en la espiral de decadencia), los celtas habrían hecho de Roma el centro de su mundo y nadie hubiese sido un rival a su altura durante siglos. Los romanos hubieran sido un pueblo de orden secundario y Europa habría sido completamente celta; al menos hasta que los germanos cruzasen el Rin.

Pero, eran celtas. Se retiraron sin más de Roma a cambio de un botín suficientemente cuantioso.

De todas formas, aquel suceso marcaría su futuro, ya que desde entonces todos los políticos y militares romanos miraron hacia el norte con cierta aprehensión mientras continuaban sus conquistas mediterráneas.

Tuvo que pasar siglo y medio para que comenzase la venganza romana. La primera gran victoria ocurrió en Telamon. Una carnicería donde murieron cerca de cien mil hombres, la mayoría de ellos romanos. Tal vez llamasen a aquello “victoria pírrica”, ya que la batalla ganada por Pirro de Epiro tuvo lugar unos veinte años antes y debía ser frecuente esa denominación. Pero su triunfo mereció la pena y Roma fue testigo de la llegada de ocho mil celtas encadenados. Aquel rearme de valor daría sus frutos. Es el 255 a.C.

Hagamos un salto en el espacio y en el tiempo: Delfos, 278 a.C.

Aproximadamente un siglo después del saqueo de Roma, los griegos también conocieron el terror keltoy, que así es como ellos los llamaron ellos.

Se da la curiosa circunstancia de que este grupo también está dirigido por alguien llamado Brennos. Como la diferencia temporal es aproximadamente de un siglo, cabe pensar que tal nombre, relacionado con los cuervos, fuese más bien un título o un apodo relativo a la misión que tuvieron que cumplir, seguramente siguiendo el mandato divino recogido en el augurio de un druida.

Escuchemos a Pausanias: “Combaten con la desesperación del jabalí herido, que aun teniendo el cuerpo cubierto de flechas, sigue buscando a su enemigo... Les he visto incorporarse en la agonía, intentar seguir peleando para finalmente morir de pie”.

El mismo año de la victoria en Telamon, los romanos copiaron la escultura griega llamada El galo moribundo (actualmente en el Capitolio) que conmemoraba la victoria de Atalo, rey de Pérgamo. Todo un símbolo: era posible vencer a aquellos terribles keltoy o celtici, incluidos los gaesatae que, al combatir desnudos, provocaban mayor temor. Eso sí, el guerrero se recuesta sobre su escudo, para no morir sobre territorio extranjero.

Muere Alejandro Magno, con el que tenían un tratado de amistad y se pone en marcha aquella tremenda tropa de diez mil hombres (acompañados de mujeres y niños) que han cruzado media Europa, bajando por el valle del Danubio (nombre celta) y atravesado los Balcanes a pie y a caballo. En Macedonia se produce el primer gran enfrentamiento contra el rey Ptolomeo Kerauno, sucesor de Alejandro, que muere en el combate.

Parece que allí hubo alguna escisión en el grupo, pero el grueso de la expedición continúa hacia su destino: el oráculo de Delfos, una cueva natural donde desde tiempos inmemoriales los peregrinos dejaban valiosas ofrendas a cambio de una respuesta del espíritu que allí moraba. Salvo que por aquel tiempo no debía haber mucho oro, ya que los focios se habían adelantado a los celtas setenta años antes, pero eso Brennos no lo sabía. Poca resistencia tiene que vencer aquel ejército, que arrasa todo cuanto encuentra a su paso, como una marabunta.

GUERREROS DESNUDOS

Algunos cronistas escribieron sobre los guerreros celtas que combatían completamente desnudos, tal como nos ha legado cierta iconografía etrusca, griega y romana. A estos se les llamaba gaesatae (nombre que deriva de gae, lanza), y bien pudieran ser una clase especial de guerreros que recibían una formación militar especial que les imbuía una ética de combate en la que enfrentarse a cuerpo limpio venía a ser un símbolo de estar cubierto por la protección de los dioses. Eso, lejos de inferirles algún tipo de fragilidad, ya infundía miedo en el enemigo nada más pasado el momento de curiosidad.

Así aparecieron en batallas recogidas por historiadores, como la de Cannas o la de Telamon, en el norte de Italia. O en el saqueo de Roma o en Asia Menor. Tal muestra nudista al parecer se reservaba exclusivamente para la guerra, a tenor de la piel extremadamente blanca con que son descritos.

Polibio los describió en primera línea de la batalla de Clastidium (222 a.C.): Eran aterradores los gestos y la apariencia de los guerreros desnudos de la vanguardia. Todos fascinantes hombres en la flor de la vida, perfectamente constituidos y que, con su virilidad en alto y adornados con torques y brazaletes de oro, presentaban batalla.

El romano Tito Manlio «Torcuato» recibió su apodo tras vencer en un combate singular a un galo que lo desafió desnudo y quedarse con su torque como trofeo.

Algunos historiadores señalan también el factor médico de la desnudez del guerrero: evitar las infecciones que pudieran provocar los restos del tejido incrustados en una herida. Claro que, aun sin desnudarse, antes de un enfrentamiento, los guerreros celtas solían adelantarse para mostrar sus atributos sexuales al enemigo, mientras alardeaba de su historial bélico y les insultaba.

Brennos y los suyos no pueden evitar las carcajadas ante la estatua de Júpiter. ¿Cómo pueden los griegos representar a un dios con rasgos humanos y además encerrarlo en un templo? Para los celtas los dioses son energías, fuerzas abstractas de la naturaleza y del cosmos, cambiantes como lo es la vida, a los que se rinde culto en medio de los bosques. ¿Cómo darles una forma humana y además única?

Pero a esos dioses tan humanizados parece que no les hace ninguna gracia el que estos extranjeros violen un espacio sagrado y el castigo no se hace esperar. Mientras buscan el oro del oráculo, que bien podía ser más metafórico que físico (la experiencia mística que aquel lugar tan especial proporcionaba bien podía ser considerada tan valiosa como el oro), comienza la ofensiva divina. Unos lo llamarán mala suerte, otros el destino, otros una especie de maldición que arrastra el pueblo celta según la cual el ganar siempre supone perder.

Un terremoto y una gran nevada deciden su derrota. Los elementos naturales extremos o especiales eran tomados como una forma de expresión de los dioses. Además, los guerreros tienen pesadillas que les impulsan a matar a sus propios compañeros pensando que son enemigos. Por si fuera poco, Brennos cae herido. Humillado por los dioses a los que ha ofendido, regresa al campamento. Ante la insoportable impotencia de no poder hacer nada cuando había llegado tan lejos salvando todo tipo de obstáculos, asume la responsabilidad de los líderes celtas, reconoce que es él quien se ha equivocado y es él quien debe pagar esa deuda sagrada con su vida: se suicida ritualmente.

A partir de entonces, los griegos tuvieron algo más que celebrar: la Soteria o fiesta de la Salvación. Por su parte, los celtas perdieron otra gran oportunidad histórica. La civilización griega podría haber evolucionado de otra manera contando también con el componente celta entre los muchos que tuvo.

A falta de un gran líder que les marcase otro gran objetivo, los restos del contingente se desmantelaron. Algunos de aquellos celtas se convertirían en mercenarios para fenicios, sirios o egipcios. Algunos historiadores piensan que otro importante colectivo debió internarse en el corazón de Asia, donde hay leyendas y tumbas de pueblos blancos.

Otros continuarían viaje hasta el centro de la actual Turquía, como mercenarios de Nicomedes de Bitinia, que les cedió las tierras donde fundaron la Galacia y fueron conocidos como gálatas (citados en la Biblia). Fundaron Ancyra (actual Ankara) y estuvieron divididos en tres tribus con un punto sagrado común: Drunemeton, cuyo nombre indica que, además de ser un punto de encuentro para ciertas cere monias comunes, también pudo ser un santuario druídico. Un cronista griego describió un sacrificio masivo de prisioneros de guerra. Su idioma perduraría hasta el siglo IV a.C.

2

La historia celta a través de tres héroes

En esta parte vamos a ver un panorámica de la historia de lo que podría haberse llamado Céltica a partir de tres personajes cuyos nombres han traspasado las fronteras del tiempo, permaneciendo como los héroes por excelencia de los países y pueblos que les sucedieron: Viriato (península Ibérica), Vercingetórix (Francia) y Boudicca (Inglaterra).

Los tres casi tienen vidas paralelas, ya que les correspondió intentar salvar a sus respectivas tierras enfrentándose al invasor romano, que finalmente los venció. Los tres tuvieron muertes trágicas y, tras haber sido considerados enemigos de Roma, que no escatimó esfuerzos en eliminarlos, recibieron cierta compasión por parte de los historiadores posteriores, que acabaron convirtiéndolos en «los admirados héroes vencidos».

VIRIATO Y LA PENÍNSULA IBÉRICA

Año139 a.C.

¿Cuál sería el último sueño de Viriato? Sin duda se consideraba a salvo aquella noche, entre la paz resultante de un periodo de negociaciones con el cónsul Cepión.

Habían pasado ocho años de cruenta guerra en los que el enemigo llegaba cada año desde Roma con tropas de refresco y recursos ilimitados. Sin duda sentía el «cansancio de la guerra», como lo tuvieron que sentir sus hombres.

El día anterior hubo motivos de júbilo. Los delegados habían regresado del campamento romano con buenas noticias. Era posible acabar de manera digna con aquella maldita guerra que había ocasionado tanta muerte y destrucción. Ni los más viejos habían nacido cuando llegaron los primeros romanos.

De haber habido un druida en el campamento, seguro que podría haber vaticinado la tragedia en el vuelo de los pájaros cuando se retiraban a sus nidos o en el ulular de los búhos cuando ocupaban su espacio en la oscuridad.

Viriato es asesinado mientras duerme. Se cierra un ciclo de veinte años que fueron calificados por algunos historiadores romanos como «la guerra de fuego», en la que de cada pequeña ascua podía surgir un enorme incendio. Pero con él también muere el sueño de mantener la independencia de ese territorio que los romanos llamaron Lusitania, aunque la lucha de Viriato no estuvo limitada por fronteras.

Después le tocaría el turno a las zonas del norte de aquella península que llamaron Hispania y que resultó ser el lugar donde más tiempo se mantuvo la resistencia contra la Roma invasora –a lo largo de dos siglos– y donde más derrotas le hicieron sufrir.

Veamos ahora los antecedentes.

Celtiberia

Parece ser que llegó a haber un centenar de tribus distintas en la península que los fenicios llamaron Ispan, los griegos Iberia o los romanos Hispania. No sabemos si aquellos pueblos tenían un nombre para este extenso territorio, aunque, dado la poca propensión que tenían a uniones más allá de las meramente tribales, es fácil suponer que no.

Para los intereses de este libro, vamos a fijarnos principalmente en una zona entre los valles de los ríos Duero y Tajo, poblada desde el oeste por los lusitanos y hasta el este por los lusones, teniendo en medio a vettones, vacceos, arévacos, belos, titos, carpetanos, berones, pelendones. También hubo algunos otros pueblos que apenas dejaron algo más que el recuerdo de su nombre, como olcades, lobetanos o turboletas. Seguramente el nivel de mezcla con los íberos, que permanecieron en el área mediterránea, estaba directamente relacionado con su proximidad geográfica.

No todos los historiadores se muestran de acuerdo a la hora de llamar celtas a todos estos pueblos, aunque sí que pertenecían a la gran familia indoeuropea, por lo que los más antiguos podrían ser denominados protoceltas (tal vez los escitas nombrados en el Libro de las Invasiones de Irlanda). Así que, a falta de información más precisa, los llamaremos celtas o mejor celtíberos, por las connotaciones diferenciadas que estas comunidades tuvieron respecto a otros pueblos célticos de Europa.

Desde las remotas raíces y a lo largo de siglos fueron entrando a través de los pasos de ambos lados de los Pirineos. Incluso hubo una migración de galos en un tiempo tan tardío como el de Julio César. No es posible establecer el orden de llegada ni el nivel de mestizaje que unos y otros alcanzaron con los pueblos íberos o los célticos anteriormente establecidos (o el que ya trajesen de uniones previas, ya que en la Galia hubo celto-ilirios o celto-ligures). Es obvio que la forma de vida se tuvo que alterar considerablemente, sobre todo la de aquellos que se vieron desplazados o los que debieron continuar su migración hacia lugares más inhóspitos donde tuvieron que adaptarse a una vida muy dura.

Sí se sabe que la llegada de los pueblos célticos al valle del Duero supuso cambios radicales en la forma de vida de la Península Ibérica, ya que el intenso comercio entre norte y sur se interrumpió. Las últimas oleadas celtas necesitaban los minerales que salían de las minas del norte tanto para sus armas (espadas, puntas de lanza), como sus herramientas (arados, guadañas) o sus joyas (torques, fíbulas). El hierro supuso un gran paso frente al bronce, no solo por su dureza sino porque no precisaba mezclar elementos de dos minas distintas, que además no solían estar en el mismo territorio.

Los turdetanos, sucesores de la antigua civilización de Tartessos, y sobre todo los mercaderes fenicios fueron los más perjudicados, tras siglos de mantener una rutina comercial con las tribus del norte desde sus ciudades y puertos del sur sin demasiados sobresaltos. La que después se llamó Vía de la Plata (que unía el norte y el sur de la península) fue un camino muy transitado desde mucho antes que llegasen los romanos, que la pavimentaron y la renombraron.

Trigo y ovejas

Las tribus celtibéricas basaban su economía en la agricultura y la ganadería. Al parecer, la excepción estuvo en los vettones, que eran el pueblo más imbuido en la vida guerrera que suele considerarse como el prototipo celta. Fueron algo así como los mafiosos de la época: defendían de enemigos reales o imaginarios a los poblados de pastores y agricultores a cambio de que los mantuviesen.

Actualmente pueden encontrarse sus restos en la provincia de Ávila, como los castros de las Cogotas, Ulaca o El Raso, y una de las mayores necrópolis celtas de Europa o un altar de sacrificios. También la llamada sauna de la citada Ulaca, que debió usarse para rituales especiales de purificación tanto en ritos de pasaje como para los jefes militares antes de emprender o al regresar de una campaña.