Thor en la tierra de los gigantes - Sergio A. Sierra - E-Book

Thor en la tierra de los gigantes E-Book

Sergio A. Sierra

0,0
7,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

El viaje más peligroso del legendario señor del Trueno.  Acompañado de Loki y sus dos escuderos humanos, los jóvenes Thialfi y Roskva, Thor se interna en Jötunheim, la tierra de los gigantes. Su propósito es averiguar hasta qué punto estos seres conocen la magia, lo que constituiría una amenaza para el equilibrio del mundo. En su búsqueda se enfrentarán con critaturas nunca vistas que suponen un reto incluso para el dios del trueno. Pero este no será el único pelligro con el que se medirán durante el viaje: atrapados en la fortaleza del enigmático rey gigante Utgardaloki, pronto descubrirán que sus poderes divinos pueden no ser suficientes para regresar con vida. 

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 166

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Portada

Portadilla

Dramatis personae

Dioses

Thor — hijo de Odín y la giganta Jord. Es el dios del trueno y el portador del martillo Mjölnir. Tras derrotar a un gigante en Asgard, es enviado por el Padre de Todos en misión a Jötunheim para recabar información.

Loki—hijo de la diosa Laufey y el gigante Farbauti. Una broma a Sif le costó la cólera de Thor. Debido a

este incidente y a sus conocimientos de la tierra de

los gigantes, Odín le ordena ayudar, y contener,

a Thor en su viaje a Jötunheim.

Humanos

Thialfi—uno de los jóvenes escuderos humanos

al servicio de Thor. Es servicial y un gran corredor.

Roskva—hermana pequeña de Thialfi y también escudera

del dios Thor. Es de mente ágil y de gran coraje.

Dramatis personae

Gigantes

Brimir—uno de los dos gigantes que atacaron la granja

de Thialfi y Roskva. Thor dio muerte a su hermano

y él huyó de vuelta a Jötunheim para salvar la vida.

Skrymir—uno de los gigantes colosales que Thor y

Loki se encuentran en su viaje a través de Jötunheim.

Utgardaloki—poderoso rey gigante, señor de la fortaleza de Utgard. Colecciona objetos mágicos.

Logi, Hugi, Drimur y Eili—gigantes que habitan en Utgard, a las órdenes del caudillo Utgardaloki.

—1—

La travesía

as aguas del mar que separaban el mundo de los humanos —Midgard— de la tierra de los gigantes —Jötunheim1— acostumbraban a ser oscuras y de tempera-mento convulso. Solían agitarse removidas por los vientos y no eran amables con aque-llos que se atrevían a adentrarse en ellas.

Pero aquel día todo iba a peor. El cie-lo estaba cubierto de espesos nubarrones. Parecía como si el viento trajera consigo un murmullo de voces amargas y rabiosas que pronunciaban advertencias, aunque segura-mente era solo una ilusión provocada por la violencia del temporal, que fue creciendo a medida que el rumor se tornaba en aullidos mientras la tormenta descargaba su furia en forma de lluvia helada y granizo afilado.

Ninguna embarcación construida por dioses o mortales hubiera podido atravesar aquellas aguas sin acabar aplastada contra los es-collos, que surgían abruptamente con el vaivén de las olas rompien-do contra su superficie. La costa de Jötunheim se negaba a recibir en su seno a nada ni nadie que llegase de más allá de sus fronteras.

Aun así, alguien estaba dispuesto a desafiar la cólera de los ele-mentos con una osadía propia de los más valientes o de los más locos.

1 Literalmente significa «el hogar de los gigantes». En nórdico antiguo los gigantes eran llamados jotnar(sing. jotunn) y la palabra heimen significaba «hogar».

1. La travesía

THOR EN LA TIERRA DE LOS GIGANTES

10

Un carro de dos ruedas, tirado por dos enormes carneros, sobre-volaba desafiante el mar embravecido. La blancura inmaculada de la pelambrera de los carneros destacaba sobre la negrura de las aguas igual que copos de nieve sobre tierra quemada. Sus majestuosas cornamentas doradas se abrían paso a través de la ventisca, golpean-do y rechazando la lluvia y el granizo destructor. En el interior del carro de guerra iban cuatro pasajeros cubiertos por capuchas. Tres se sujetaban con fuerza al carro. El cuarto, el más corpulento, go-bernaba y chasqueaba las riendas para conducir hábilmente los brin-cos de los carneros en el aire por encima de las aguas. El viento había descubierto su noble rostro y su barba de color fuego, perlada por las gotas de lluvia. La risa de Thor retaba a aquel temporal una y otra vez, burlándose de su furia.

Ya cerca de la costa, las olas se retiraron delante del carro, reve-lando de pronto un enorme peñasco de afiladas aristas, donde al-gunos navíos de destino infausto habían dejado restos de maderos podridos. Su aparición fue tan repentina que los carneros no pudie-ron frenar a tiempo. Los tres pasajeros temieron el golpe mortal contra la roca, pero no así el conductor.

Súbitamente, el peñasco voló en mil pedazos ante su vista. Un martillo lo había atravesado, golpeándolo con la energía de un re-lámpago y esparciendo sus fragmentos por doquier. Mjölnir detuvo su vuelo en medio del aire y regresó a la mano de su dueño, con tal ímpetu que a punto estuvo de derribarlo. Aferrándose a la barandi-lla del carro, el hijo de Odín lanzó un gruñido, tensó sus musculados brazos y tiró a su vez del martillo para detenerlo. Thor sonrió sin poder ocultar una mueca de dolor bajo la roja barba.

Los dos jóvenes humanos que lo acompañaban, Thialfi y Rosk-va, sonrieron llenos de alegría por saberse vivos y gritaron su agra-decimiento entre la ventisca. El cuarto viajero permaneció impasi-ble, escrutando a través de la lluvia. Tan pronto como halló lo que buscaba, señaló en dirección a la costa ya visible. Aquel dios alto y delgado, de bellos rasgos, se llamaba Loki.

Mientras la tempestad iba amainando y las nubes grises dejaban entrar la luz mortecina de la tarde, los carneros refrenaron su im-

LA TRAVESÍA

11

pulso y viraron para sobrevolar mansamente la línea de la costa. Ante ellos se extendía una playa de arena oscura y rocas punzantes, que los ojos de los viajeros examinaron en busca de la pista que habían seguido hasta allí: la barca de un gigante, uno de los mora-dores de aquel mundo recóndito y hostil.

Desde el principio de los tiempos, los gigantes vivían confina-dos en Jötunheim por designio de Odín, el Padre de Todos y dios ordenador del universo. Sin embargo, aquellos seres colosales no habían renunciado a conquistar Midgard y someter a sus habitan-tes humanos. En los últimos tiempos no solo había aumentado su osadía, sino también su dominio de la magia. Gracias a estas artes, se ocultaban en una espesa niebla que enviaban hasta las costas de Midgard para llegar sin ser vistos y asolar las granjas y las aldeas. Preocupado por estas incursiones y por las nuevas habilidades de los gigantes, Odín había enviado a su hijo Thor a internarse de incóg-nito en Jötunheim. La compañía de Loki, aunque a menudo con-flictiva, era necesaria, pues el hijo de un gigante, Laufey, y una diosa se había criado en Jötunheim y conocía aquellos parajes. Además, sus conocimientos de magia podían ser útiles en la difícil empresa.

La barca que los viajeros buscaban apareció por fin bajo sus ojos, varada en la playa, pero sin rastro de su ocupante. Aquel gigante había huido de Midgard cuando él y su compañero encontraron, durante su ataque a una granja, una resistencia que no esperaban: la del mismísimo dios del trueno, el protector de los humanos. Thor había abatido a uno de los invasores, pero el otro había logrado escapar en su embarcación, que ahora yacía abandonada sobre la arena. Al descubrir el objeto de su persecución, el hijo de Odín dirigió a sus carneros para que se posaran en la playa.

Tanngnjóstir y Tanngrisnir depositaron el carro sobre la arena y avanzaron por la orilla. Uno de ellos se quejaba y cojeaba de la pata derecha. Thor tiró de las riendas para detenerlos y todos descendie-ron del carro. El dios se acercó a Tanngrisnir. Acariciándole en el cuello, se arrodilló a su lado y repasó con su mano la pata que no apoyaba. El carnero berreaba de dolor. Precisamente había sido aquella herida la causante de que Thialfi y Roskva acompañaran a

THOR EN LA TIERRA DE LOS GIGANTES

12

los dos dioses en su expedición. Ambos jóvenes eran hijos de los campesinos cuya granja fue atacada por los gigantes, y donde Thor y Loki habían buscado refugio. Con el fin de aliviar la penuria de aquella familia, Thor los había invitado a un banquete con la carne de sus dos animales, sabiendo que la magia de las runas de Mjölnir le permitiría después revivirlos sin daño alguno…, siempre que sus huesos permanecieran intactos. Pero, embriagado por el festín, Thialfi había quebrado uno de los huesos para sorber el tuétano, lo que había dejado a Tanngrisnir con una grave lesión en la pata. Enojado, el dios del trueno había sabido contener su ira contra los humanos. A cambio y para reparar el daño causado al carne-ro, los dos hermanos se habían ofrecido a unir sus destinos al de Thor en calidad de escuderos.

Los dos hermanos humanos estaban ansiosos por pisar tierra firme. Caminaron por aquella playa como si quisieran cerciorarse de que seguían vivos. Les llamaba la atención el color de la arena, muy oscura y de grano grueso. Esparcidos sobre ella podían verse huesos, costillares, vértebras y cráneos de inmensas bestias marinas, blanqueados por el tiempo o cubiertos aún de restos podridos de piel y ristras de algas. Aquel lugar era una especie de cementerio. Los dos jóvenes reconocieron los restos de algunas ballenas, pero otros les resultaban desconocidos. Allí habían muerto monstruos marinos de una naturaleza que jamás habían visto en Midgard.

Durante mucho tiempo, Thialfi y Roskva habían contemplado con recelo desde la lejanía de Midgard las tierras que se vislumbra-ban más allá del mar, atemorizados bajo la constante amenaza de lo que allí habitaba. Por fin, gracias a la voluntad arrebatadora del dios que los había salvado, habían encontrado el valor para dejar atrás su hogar y cabalgar sobre las peligrosas aguas que separaban ambos mundos. Ahora por fin conocerían la verdad sobre los seres que poblaban ese mundo y sobre el peligro que representaban. Y si bien el miedo a lo desconocido los encomiaba a volver sobre sus pasos, lo cierto era que el hecho de viajar en compañía de dioses les daba una confianza que jamás hubieran creído posible encontrar en su interior.

«Esparcidos sobre la arena podían verse huesos, costillares, vértebras y cráneos de inmensas bestias marinas, blanqueados por el tiempo».

THOR EN LA TIERRA DE LOS GIGANTES

14

Recuperados de su ensimismamiento, los dos jóvenes recordaron qué los había llevado allí. Adelantándose a Thor y Loki, corrie-ron por la playa hasta los restos de la barca para rastrear las huellas del gigante. Se alejaron estudiando los pasos y marcas que se apre-ciaban en la arena. Sabían bien lo que se hacían. Su padre les había enseñado a cazar al igual que les enseñó a pescar y a arar la tierra.

Junto al carro de los carneros, Loki observaba atentamente a su alrededor, olía el aire, miraba a los cielos intentando discernir al-guna estrella en la bóveda celeste que comenzaba a oscurecer.

—Deberíamos salir de aquí cuanto antes. Estamos muy expues-tos —dijo con la atención puesta en los límites de la playa, donde se esparcía a uno y otro lado una neblina espesa que se acostaba sobre el paisaje hasta el pie de la cordillera costera de Jötunheim.

La visión de aquella barrera de niebla opaca era abrumadora, a la vez que hipnótica. Sin duda, pensó Loki, aquella no era una niebla natural, era la misma que los gigantes enviaban hasta las costas de Midgard para camuflarse y burlar el ojo siempre alerta de Odín y a sus dos cuervos espías, Hugin y Munin. Por lo tanto, aquella niebla era el producto de un poderoso artificio mágico, pero ¿qué potencia había sido capaz de crear algo así? Loki en-contraba notable que hubiera alguien con tal poder. Sin embargo, en lugar de preocupación, sentía una profunda curiosidad por co-nocerlo.

—Tanngrisnir no puede continuar. Todavía no se ha recuperado y necesita descanso —dijo Thor.

—Es mejor que dejemos el carro y continuemos a pie para no ser avistados en el aire —respondió Loki—. Pero debemos apre-surarnos. El gigante nos lleva ya mucha delantera.

Thor se puso en pie con gesto de molestia. Desde que partieran de Midgard siguiendo a aquel gigante, sabía que Loki tenía razón. Si pretendían entrar en la tierra de los gigantes pasando desaper-cibidos, no podían hacerlo volando. Pero le disgustaba tener que abandonar a sus fieles carneros, aunque sabían cuidarse solos, con sus enormes cornamentas y sus violentas pezuñas, y esperarían al regreso de su amo.

LA TRAVESÍA

15

—Está bien —dijo Thor intentando no pensar más en ello.

Recogieron del carro sus arreos y las provisiones que traían.

Vieron a lo lejos que Thialfi y Roskva agitaban sus brazos para llamarlos cerca de un grupo de rocas apiladas de forma natural.

—Han encontrado dónde continúa el rastro —exclamó Thor acelerando el paso.

Loki iba a seguirlo, pero de pronto se detuvo. Un escalofrío le recorrió la espalda como si un dedo helado le hubiera acariciado desde los riñones hasta la nuca. Se volvió de golpe, alarmado. Ate-rrado. Había alguien detrás de él.

Pero, al volverse, solo vio la arena de la playa y las aguas del mar rompiendo contra la orilla.

Por un instante había creído sentir una presencia. De hecho, la sensación de frío en su espalda no había desaparecido del todo. Se frotó la nuca con la mano mientras buscaba a su alrededor algún indicio. Pero allí no había nada. Solo la brisa marina y el olor sa-lobre del mar. Debían salir de la maldita playa lo antes posible.

Las huellas del gigante eran claras sobre la oscura y húmeda arena. Había salido del mar y se había detenido en mitad de la playa, seguramente para recuperar fuerzas. Había continuado caminando, pero debía de estar agotado, dedujo Thialfi, pues la distancia entre los pies era corta y la huella se hundía profundamente.

La playa de arena negra quedó atrás y fueron adentrándose en una tierra árida de arenisca y polvo de la que brotaban esporádica-mente rastrojos y hierbas secas. Las huellas iban en dirección al manto de niebla, sin apenas desviarse. A medida que se iban acer-cando, todos dejaron de observar el rastro del gigante, volviendo su atención hacia la presencia sobrecogedora de aquella masa bru-mosa que parecía detenerse justo en la linde del bosque, envolvien-do los troncos de los árboles en un hálito fantasmal.

Cuando estaban a pocos pasos de distancia del frente de la niebla, Loki los adelantó, haciendo un gesto de advertencia para

THOR EN LA TIERRA DE LOS GIGANTES

16

que esperaran detrás de él. Thialfi y Roskva obedecieron. Prefirieron seguir absortos mirando asombrados aquella neblina, tan parecida a la que les había llevado el azote de los gigantes hasta su propia casa. Thor, en cambio, se puso hombro con hombro al lado de Loki y, cruzándose de brazos, estudió desconfiado la singularidad de aquel prodigio capaz de desafiar el escrutinio del mismísimo Odín.

—No es muy diferente a la bruma matinal que aparece en los bosques y lagos de nuestra tierra —comentó finalmente, dirigién-dose a Loki—. Tal vez más fría y húmeda. ¿Qué opinas?

—Que esta niebla en cambio te matará si la atraviesas. Mira —dijo señalando el suelo a pocos pasos de distancia de donde se encontraban.

Loki se arrodilló junto a un charrán de plumaje blanco y cabe-za negra, tocándolo con la punta de su daga. El pájaro tenía el cuello roto, y la mancha de sangre en la gran roca junto a la que yacía sugería que se había estrellado mientras volaba a gran velo-cidad, como si huyera en dirección opuesta a la niebla. Unos pasos más allá, un joven cormorán moñudo había sufrido idéntico des-tino. Loki permaneció en silencio observando detenidamente los dos pájaros muertos, hasta que algo más llamó su atención. El bulto oscuro que reposaba en la tierra a unas pocas brazas de dis-tancia no parecía una roca. Loki caminó hasta él, seguido de Thor, hasta que a ambos se reveló la estampa de dos jabalíes muertos y sanguinolentos, con sus cuerpos entrelazados como si hubieran librado un combate a muerte.

—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó Thor.

Loki asintió, como si estuviera comprendiendo por fin la natu-raleza de lo que veía. Thor, en cambio, miraba a su compañero con el ceño fruncido, sin acabar de entender nada de lo que hacía.

—Vosotros dos —dijo secamente Loki a Thialfi y Roskva—. Necesito que os acerquéis a la niebla.

—Si este prodigio esconde algún peligro, no dejaré que mis escuderos vayan por delante de mí a la batalla —replicó Thor, blan-diendo a Mjölnir y adelantándose con paso firme hacia el confín brumoso.

LA TRAVESÍA

17

—Detente, mi impetuoso amigo —le ordenó Loki, agarrándolo por el brazo—. Tú eres demasiado valioso. Y ni tu martillo ni tus runas te servirán de nada aquí.

—Yo iré —dijo Thialfi, precipitándose hacia el velo blanquecino.

Antes de que Thor pudiese reaccionar, el joven se había plantado con su frente casi tocando el límite lechoso, que parecía avanzar y retroceder como si respirara. Dudó por un instante, pero antes de que su protector pudiera impedírselo, avanzó una pierna al interior de la niebla.

Tardó menos aún en retirarla, pero lo hizo prorrumpiendo en un espantoso alarido, mientras caía al suelo y se retorcía agarrándose el pie. Su hermana corrió hasta él y se arrodilló a su lado, con el desconcierto dibujado entre las lágrimas que le corrían por el rostro.

—¡Hermano! ¿Qué tienes? —Roskva lloraba sin comprender qué clase de mal aquejaba a Thialfi, intentando elevar la voz sobre los aterradores gritos de su hermano.

—¡Mi pie! ¡Mi carne! ¡Quema…! —era lo único que Thialfi acertaba a articular.

Alarmada, Roskva le arrancó la bota a su hermano, pero no ob-servó nada extraño en su pie, lo que agravó su pánico, pues Thialfi lo apretaba entre sus manos como si le hubieran aplicado brasas encendidas. Fuera lo que fuese aquel inmenso dolor, no se aprecia-ba nada en su aspecto exterior, lo cual no hizo sino aumentar aún más la ansiedad de Roskva. Por fin, Thor salió del asombro que le había mantenido contemplando la escena sin reaccionar.

—¡Tú sabes qué está ocurriendo aquí! —exclamó, encarándose con Loki.

—Esos animales han enloquecido —respondió Loki, amedren-tado por la mirada chispeante de su compañero—. La niebla les ha causado ese efecto. Se han lanzado a su muerte porque creían ser víctimas de algún mal terrible. Es un sortilegio muy poderoso cau-sado por las sustancias presentes en la niebla, pero no es real.

—¡Su dolor es muy real! —dijo Thor, señalando a Thialfi.

—Solo en su cabeza. Él piensa que se está quemando, pero ya ves que no es así.

THOR EN LA TIERRA DE LOS GIGANTES

18

—¡Arréglalo! —masculló Thor entre dientes, retorciendo la pe-chera de Loki.

De inmediato, y mientras Thialfi sucumbía al dolor y perdía la consciencia, Loki se apresuró a rebuscar en su bolsa, de donde extrajo un pequeño cuenco, hierbas secas de diversos tipos y olores, frasquitos de aceite y semillas extrañas.

Seguidamente, reunió algunos arbustos secos, les prendió fuego y a su alrededor trazó en la tierra unos dibujos concéntricos con una piedra plana. Luego susurró unas palabras, reunió sus hierbas y aceites en el cuenco y lo majó todo hasta formar una pasta casi lí-quida. A la luz de la fogata, Thor paseaba inquieto con los brazos cruzados, mientras Roskva sollozaba abrazando a su hermano des-mayado, sin atreverse a pronunciar palabra. Por fin, Loki los invitó a sentarse en torno al fuego, sobre las líneas circulares del suelo. Roskva obedeció, mientras Thor acarreaba a Thialfi y hacía lo pro-pio. Con un simple