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Novela corta romántica ambientada en Navidad Sinopsis: Zoe no tiene ganas de Navidad, en realidad, no tiene ganas de nada. Sus padres han fallecido y se encuentra viviendo en casa de una amiga, sin perspectivas. Su familia parece haberla abandonado. Pero un día, su tía Charlenne aparece y le propone vivir con ella en su ciudad, que vive la Navidad con mucha intensidad. Ella se siente fuera de lugar, pero poco a poco, encontrará en Nolan, un joven con un pasado oculto, y la librería de su tía, un lugar donde quedarse. Disfruta de esta novela cortita y emotiva de Navidad, con momentos románticos y esperanzadores. "Porque, aunque una persona cara a los demás pueda estar serena y alegre, tal vez esconda en su interior un dolor horrible, que estruja su corazón y no le deja respirar. Es hora, quizá, de dejar marchar la pena, decirle adiós y aunque jamás olvidaremos, podríamos vivir con ello." "Un canto a la esperanza y a las segundas oportunidades que la vida te da" "Emoción, amor, buenas vibras..." "Una novela para acabarla con una sonrisa y el ánimo alto"
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Seitenzahl: 96
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Todo lo que pido para Navidad
Todo lo que pido para Navidad
Anne Aband
© 2020, Anne Aband (Yolanda Pallás)2024 Segunda edición revisada
Diseño de cubierta: Yolanda Pallás
ISBN: 9788412916713
Sello: Astera Ediciones
Registro safe creative 2209152003527
www.anneaband.com
Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.
A todas las personas para las que la Navidad empieza en agosto. Para mí también.
¡Disfruta!
La Navidad no es una temporada, es un sentimiento (Edna Ferber)
Siempre me encantaron las Navidades. Reconozco que era una niña materialista, y veía en esas fiestas la oportunidad de pedir de forma infinita. Entonces no lo sabía, vivía en un mundo en el que mis deseos se hacían realidad, pero luego sí lo vi: tenía mucha familia y era hija única, por lo que los regalos se multiplicaban.
La última muñeca, la mejor consola de video juegos (aunque nunca me gustó), la ropa de marca, zapatos, creo que no había nada en el mercado que pudiera faltarme, aunque mis padres nunca fueron especialmente ricos. Pero por su hija, lo que fuera.
Todos deseaban agradarme, excepto mi tía Charlenne. Ella siempre, pidiera lo que pidiera, me regalaba libros. Y se iban amontonando en la librería sin apenas dirigirles una mirada esquiva.
Hasta que un día…
Me puse muy malita, pensaron que podría morir, y me aburría tanto en mi habitación que cogí uno. Y mi cabeza explotó. Solo tenía doce años, pero descubrí un mundo mágico, lleno de creatividad y fantasía. Mi tía adoraba la fantasía, por lo que la mayoría de los libros hablaban de dragones o elfos. Me enamoraron libros como Eragon o las Crónicas de Spiderwick, pero también libros de misterio y detectives.
Seguí creciendo y me convertí en una adolescente algo solitaria, pero con dos buenas amigas, Chloe y Tina, también aficionadas a la lectura. Eso nos unió todavía más. Hablábamos de libros, de películas, de adaptaciones… tanto que Chloe comenzó a estudiar para ser profesora y Tina y yo comenzamos por literatura.
Y luego llegó el desastre.
Mis padres murieron de un accidente y estaban tan endeudados (ellos seguían dándome todos los caprichos, sin decirme nada), que, sin poder evitarlo, me desahuciaron de casa. Solo tenía veinte años, y estaba estudiando en la universidad.
Cuando los enterramos, recogí mis pertenencias y me fui a vivir temporalmente a casa de Tina, compartiendo cama con ella, ya que tenía poco espacio, y con todas mis cosas en un guardamuebles.
Se acercaba la Navidad y no podía estar más deprimida. ¿Qué iba a hacer con mi vida?
*Escucha mi lista de Spotify a la vez que lees la novela para más ambiente navideño.
—Vamos, Zoe, levanta de la cama —me amenaza Tina. Ya es la cuarta vez y la he ignorado descaradamente. Pero es que no puedo ni enseñar mi cara al mundo. Después de cinco meses, sigo tan mal como el primer día.
—¿Por qué eres tan cruel? —protesto metiendo la cara debajo de la almohada.
—Porque eres una niña que se está compadeciendo de sí misma en lugar de salir a buscar un trabajo o algo. Porque hace dos días que no te duchas y te recuerdo que compartes cama conmigo. Y por…
—Está bien, ya me levanto, joder —digo de mal genio mientras me levanto y voy hacia el baño. Cojo una toalla y me meto en la ducha. Empiezo a llorar, como siempre que me pongo a pensar.
Con los ojos rojos, salgo y me visto. Me trenzo el cabello, que ya me queda demasiado largo. No lo he cortado desde… desde hace tiempo. Me pongo unos vaqueros y un jersey grueso y acudo a la cocina. La madre de Tina, una mujer normalmente alegre, me mira con el ceño fruncido. Tina se sienta a mi lado. Eso tiene pintas de ser «una conversación».
—Hija, Zoe, ya sabes que te queremos mucho, pero tienes que empezar a retomar tu vida —ahí está—, y como no puedes pagarte la carrera de momento, tal vez puedas empezar a trabajar. He hablado con la señora Smith, del colmado de abajo, y necesita una dependienta. El sueldo no será muy allá, pero puede que con el tiempo…
—¡Puedas independizarte! —dice Tina demasiado alto. Se pone colorada y lo comprendo. Cinco meses son muchos para estar como invitada. Es mi amiga, pero todo tiene su límite. Incluso eso.
—Claro, iré a hablar más tarde con ella.
Me levanto desanimada y me voy a la habitación. Se me han quitado las ganas de comer y esas curvitas de las que tanto presumía han desaparecido. Ahora la ropa se me cae.
Me siento en la cama, con el móvil en la mano, viendo fotos de mi familia. ¿Cómo es que se ha ido todo tan rápido a la mierda? ¿Cómo es que ellos tenían deudas y no me dijeron nada? ¿Por qué, si no podían pagarme la universidad, me dejaron ir?
Escucho a través de la ventana un villancico de Mariah Carey, Miss you most, que no puede ser más adecuado y empiezo a llorar de nuevo. No quiero esta vida para mí.
Cojo uno de los papeles que tenía Tina por encima del escritorio y un bolígrafo y me propongo escribir una carta a Santa Claus. ¿Infantil? Seguro. Pero me recordaba a las veces que lo hacía con mis padres, ilusionada y emocionada por tener el último juguete que anunciaban en la televisión.
Me quedo quieta, no sé muy bien qué escribir. «Querido Santa…» empiezo. ¿Qué quiero? «Deseo que vuelva todo a ser como antes», pero luego lo tacho. Es absurdo e irreal. «Deseo tener una familia». Eso ya me gusta más. Una que me quisiera, que no le sobrase, alguien que me apreciara y me cuidara, con quien hablar y compartir buenos momentos. Aunque sé que no es posible, ¿de dónde sacar una familia que te quiera en tu vida? A una chica huérfana que no tiene mucho dinero ni trabajo, que acaba de perder a sus padres, su vida, y que está deprimida… ¿quién querría compartir su vida con alguien así?
Ni siquiera Johnny sigue saliendo conmigo. Cuando me fui de la universidad, casi no me llamó y yo dejé de hacerlo también. Tina me dijo que estaba con otra chica. La verdad es que tengo el corazón tan en carne viva que me da igual todo.
—Tienes visita —dice el hermano pequeño de Tina asomándose a la habitación.
Meto el papel en el bolsillo y salgo. ¿Visita? Igual ha venido Chloe, aunque desde que está saliendo con su novio, la vemos poco. Me quedo parada cuando llego al salón.
—Hola, Zoe.
—Hola, tía Charlenne.
La observo bien. Es la hermana pequeña de mi madre y no tiene más de cincuenta, pero parece cansada. Solo la vi un momento en el entierro y luego no supe nada más. En realidad, pocos de mis familiares se preocuparon de mí una vez que supieron que estaba viviendo en casa de una amiga.
Me quedo de pie, sin saber qué quiere o a qué ha venido. La madre de Tina me dice que me siente, y lo hago de forma automática. Ella ha sacado café y unas galletas de jengibre y canela, con el típico monigote navideño.
—He venido… —dice y suspira.
—Os dejamos solas para que habléis —interviene la madre de Tina cogiendo a su hija del brazo y sacándola de ahí.
—¿Cómo estás? —empieza mi tía.
—¿Qué te importa? O sea, han pasado cinco meses y no he sabido nada de ti. Bueno, de ninguno de mis tíos, en verdad.
Me siento hacia atrás y cruzo los brazos. A ver por dónde sale.
—Tienes razón, Zoe. Puede que tus tíos deberían haberte llamado. Yo tenía que haberte llamado, pero he estado bastante enferma hasta ahora. Cogí un virus a la semana de volver del entierro y he estado en la cama bastante débil.
—No lo sabía —digo bajando los brazos.
—Ya, ya. No se lo dije a nadie. Pero ahora estoy mejor y he venido para llevarte conmigo.
—¿Qué dices? —digo sorprendida.
—Que quiero que vengas a vivir conmigo, a McAdenville. Tengo una casa con cuatro habitaciones y un pequeño negocio que me puedes ayudar a llevar, si quieres.
—¿Todavía conservas la librería? —contesto emocionada. Eso ya me interesa más.
—Claro, me ha estado ayudando alguien mientras he estado enferma, pero podrías estar conmigo, aprender.
—Es una ciudad muy pequeña.
—Cierto, unos miles de habitantes, pero muy aficionados a leer. Como tú.
Sonríe satisfecha, sabiendo que fue ella quien me metió el gusanillo de la lectura.
—Pero dejaría mis amigas, mis cosas…
—Creo que las tienes en un guardamuebles, ¿no es así? Podemos alquilar un remolque y llevarlas, y puedes invitar a tus amigas a venir. Solo estamos a cuatrocientas millas.
—No sé, tía.
—Creo que tienes pocas opciones, cariño. Esta no es tu casa y no puedes vivir de prestado siempre.
—Tampoco tu casa es la mía —digo un poco molesta.
—Pero podría serlo. No tengo hijos, como bien sabes. Supongo que podrías heredarla.
—Yo no quería decir eso, tía.
Suspiro y miro mis manos. Es cierto que podría ser una opción, al menos hasta que consiguiera ahorrar algo, quizá podría ser. Levanto la cabeza y la miro con ilusión.
—De acuerdo, iré.
—Estupendo, pues haz las maletas porque salimos mañana —dice mi tía mientras se levanta.
—Pero…
—A las ocho de la mañana iremos al guardamuebles y cargaremos todo en el coche. Vendré aquí a las ocho menos cuarto.
Nos despedimos con un beso y se lo comento a Tina y a su madre, que me dan un abrazo. Me echarán de menos, pero también me estaban echando un poco de más.
Entro en la habitación y empiezo a empaquetar. Saco el papel y miro lo que había escrito. «Deseo tener una familia». Tal vez tendría que haber sido más específica. Mi tía siempre ha sido bastante rara e independiente y, sinceramente, no querría quedarme sola como ella, enterrada entre libros, por mucho que me gusten.
Suspiro y entra Tina, me da un abrazo y me ayuda con las maletas. Acabamos cansadas y esa noche casi no duermo, nerviosa por enfrentarme a una nueva vida. Otra vez.
A las siete y media ya está mi tía en la puerta, con un remolque en el que creo que no van a caber mis cosas. Me despido con cariño de toda la familia y me meto en el coche. Llegamos al guardamuebles y mi tía se echa las manos a la cabeza al ver el contenido.
—Tendrás que elegir y el resto, donarlo.
—No, son los muebles y las cosas de mis padres. No pienso donarlo —digo enfadada.
Mi tía me mira con cariño y acaricia mi cara.
—Una vez tuve que dejarlo todo atrás y te aseguro que fue más liberador que otra cosa. Elige bien y el resto le diremos a Tina que lo done.
—No puedo hacer eso —digo entre lágrimas—, no estoy preparada.
Ella suspira y accede. Metemos mi ropa y algunos adornos de mi madre, pero dejo muebles y utensilios de cocina. Queda medio trastero lleno. ¿Lo recuperaré algún día? ¿Podré venir a por él?